El fútbol, de la pasión a la reflexion

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Por el largo período del Mundial la mayoría de los argentinos fuimos solamente fútbol, sentimientos sin reflexión, ya que otros temas de gran interés y de cuya solución dependen el bienestar y la calidad de vida de cada habitante estuvieron postergados.
Las habilidades, el ingenio, la destreza y la capacidad de proyección y cálculo de nuestros renombrados jugadores y de los de otros países estuvieron en el centro de las conversaciones familiares y sociales por más de treinta días. Es que, sin que muchos alcancemos a saber por qué, el fútbol conmociona, arrastra multitudes, a todos o a casi todos, sin que sepamos adónde nos lleva, y al mismo tiempo pone en evidencia a los que están poseídos por la fuerza destructiva de la violencia.
Mucho de esa distracción generalizada, más allá del reconocido sometimiento a la sociedad del espectáculo que caracteriza a nuestro tiempo, mucho de la exacerbación de nuestro patrioterismo futbolero, se debe a los medios, a la tevé, a la propaganda, cada vez mejor orquestada y pensada justamente para dar valor a un quehacer en medio de otros que no se exaltan ni cultivan.
¿Exacerba aún más la tevé el valor de un deporte de por sí cautivante? Creemos que sí y que por eso motiva tantos desplazamientos, costosos en todo sentido, tanto patrioterismo, invocación a Dios y a la patria, llantos, risas y exaltadas pasiones.
Muchos han atribuido al fútbol la capacidad de dar a los ciudadanos una sensación, hoy tan necesaria, de unidad, de hermandad, de contención que lleva a todos hacia la misma dirección y bajo la misma bandera. Y ese sentimiento de ir todos en pos de la gloria de nuestro país y la exhibición masiva de nuestros símbolos patrios, la pasión que despierta hoy el fútbol, no sólo son buenos sino necesarios pero, eso sí, siempre y cuando entendamos que esa convocatoria de características épicas no debiera ser privativa de un balón de fútbol sino extendida a otros valores ya no tan circunstanciales sino permanentes.
Muchos ponemos en alto el ejemplo de disciplina, esfuerzo y trabajo en equipo que han dado los integrantes de nuestra selección pero, por lo mismo que en el fútbol parece satisfacerse la necesidad de patria y de esperanza y de un sentimiento de comunidad, creemos que la pasión que las mayorías sienten por él nos está diciendo algo más sobre lo que, una vez traspuesta la etapa pasional, debemos reflexionar, como es que en nuestro país carecemos de otros valores en cuya consecución no se pone empeño. La educación en serio, por ejemplo; la formación de un ciudadano que ame su tierra, su lugar, y la cuide, la proteja y la haga crecer.
De la carencia de esos sentimientos da cuenta la violencia desatada alrededor del Obelisco porteño y en las calles de muchas provincias argentinas.
Se trata, entonces, de incorporar a nuestra preocupación ciudadana temas no tenidos en cuenta y de los que dependen la paz social y el progreso del país, porque si el fútbol que se nos da a todos es solamente instrumento de domesticación, sumisión, obediencia y aplauso; si a través de él se induce al adormecimiento de las conciencias y la enajenación social; si el fútbol conduce a tanto descuido de uno mismo, el resultado es un patrioterismo deportivo vacío que lleva a generar enemistades, a humillar a los países vecinos con cánticos ingeniosos pero maledicentes e insultantes y a convocar deseos de venganza y revanchismo, ahogando, de esa manera, sentimientos nobles y esclarecedores como ser y mostrarse como un digno perdedor que irá por más a partir del reconocimiento de los errores y de una pensada e inteligente capitalización de los aciertos.
El fútbol, ya que tanto convoca y apasiona, debiera ser aprovechado para dar ejemplo a los menores sobre que se debe y puede llegar a elevados puestos con altos objetivos por el camino de la verdad, de la vocación auténtica, del esfuerzo, del trabajo en equipo, de la disciplina, de manera que, en posesión de un pleno desarrollo, pueda mostrarse al mundo que ser argentino es amar constructivamente la nación a partir de la suma de personas formadas en el desarrollo de un robusto y viril carácter.
El desvío de las conductas de inadaptados sociales que ha llevado a tanta destrucción en estos días demuestra cuánto de virulencia, de resentimiento, de desmanejo de sí y hasta de embrutecida barbarie se viene construyendo desde hace años en la Argentina. La degradación y estupidización de la sociedad a través de su malsano tratamiento no hace más que generar una violencia interior dispuesta a barrer con todo lo que otros construyen.
Si no entendemos, elaboramos y transferimos a la vida las definiciones de Mahatma Gandhi sobre los factores que destruyen al ser humano, que son "la política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad", haremos de nuestra pasión futbolera un sentimiento infructuoso, incapaz de madurar en valores o principios fuertes como el respeto por el actuar y ser de los demás, el cuidado de la cosa pública y el despertar de un auténtico protagonismo. El fútbol, que nos permite vivir la exaltación de un enamoramiento fugaz, debe ser capaz de llevarnos, por la ampliación de los derechos (que hoy sólo se parasitan a través de dádivas sin responsabilidades), a la madurez cívica a partir del esfuerzo, el estudio y el desarrollo de lo humano que cada uno lleva en sí para lograr una genuina riqueza y el fortalecimiento de nuestra identidad nacional.
Por el fútbol, ya que tanto convoca y apasiona, se podrían despertar las conciencias y el sentido de la autonomía, la autoestima, el amor a la vida, para que el "viva Argentina" perdure después de que se cierren las puertas de los grandes estadios.
(*) Educadora. Escritora

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