Gladys Seppi Fernández (*)
En estos días los argentinos debemos votar, es decir haremos frente a una acción que, aunque repetida, puede o no convocar, remover, activar y poner en marcha el espíritu, la voluntad y el entusiasmo cívico que debiera animarnos, el sentido de responsabilidad que en este país se va dando en un lento proceso de maduración.
Desde hace años se estudia en nuestras escuelas una materia cuyo objetivo es la formación cívica, pero creemos que aún no hemos logrado transformarnos en auténticos ciudadanos.
¿Cuál es la causa? Si ampliamos la mirada apuntando a lo heredado, deducimos que hasta hoy las mayorías argentinas han sido conducidas, guiadas, sin que se aliente su propia capacidad de elección, por lo que la materia aludida se limita a dar conocimientos teóricos, recitados memorísticamente, formulados con tan escasa convicción que no logran acciones realmente creativas, activas, participativas: el auténtico civismo que nos haga sentir la pertenencia a una nación.
Los países que van a la vanguardia del progreso humano, en cambio, llevan a su país en sus huesos y en su sangre y saben y sienten que ellos, cada habitante, es la Patria mayúscula.
De esa manera el carácter cívico, es decir el compromiso, la lealtad, está no sólo en el sentir sino en el obrar para construir su grandeza.
Algunas anécdotas dan cuenta del accionar cívico de ciudadanos realmente convencidos de su valor.
Recordamos, por ejemplo, el caso de unas ancianas londinenses que consideraban que no sólo tenían que votar-pese a que la edad las eximía-, sino que debían hacer cuánto estaba a su alcance para que el candidato que juzgaban más probo, el que más haría por la gente, actuaría con más inteligencia, ganara.
Así fue como, con el único apoyo de su bastón se encaminaron a golpear puertas para hablar con sus conciudadanos sobre las razones por las que todos se beneficiarían si tal candidato ganara.
Muchas puertas se les cerraron. Sin embargo, otras tantas se abrieron dispuestas a dialogar para dilucidar cuál sería la más inteligente manera de votar. Sin fanatismos, sin ataduras, sin compromisos.
Así, dispuestas al cambio, con el propósito de apuntalar al bien de su país, sostuvieron argumentos, reconocieron otras posturas y dieron el ejemplo de participar genuinamente, a corazón abierto en lo que es de interés común.
Desde hace años se estudia en nuestras escuelas una materia cuyo objetivo es la formación cívica, pero creemos que aún no hemos logrado transformarnos en auténticos ciudadanos.
¿Cuál es la causa? Si ampliamos la mirada apuntando a lo heredado, deducimos que hasta hoy las mayorías argentinas han sido conducidas, guiadas, sin que se aliente su propia capacidad de elección, por lo que la materia aludida se limita a dar conocimientos teóricos, recitados memorísticamente, formulados con tan escasa convicción que no logran acciones realmente creativas, activas, participativas: el auténtico civismo que nos haga sentir la pertenencia a una nación.
Los países que van a la vanguardia del progreso humano, en cambio, llevan a su país en sus huesos y en su sangre y saben y sienten que ellos, cada habitante, es la Patria mayúscula.
De esa manera el carácter cívico, es decir el compromiso, la lealtad, está no sólo en el sentir sino en el obrar para construir su grandeza.
Algunas anécdotas dan cuenta del accionar cívico de ciudadanos realmente convencidos de su valor.
Recordamos, por ejemplo, el caso de unas ancianas londinenses que consideraban que no sólo tenían que votar-pese a que la edad las eximía-, sino que debían hacer cuánto estaba a su alcance para que el candidato que juzgaban más probo, el que más haría por la gente, actuaría con más inteligencia, ganara.
Así fue como, con el único apoyo de su bastón se encaminaron a golpear puertas para hablar con sus conciudadanos sobre las razones por las que todos se beneficiarían si tal candidato ganara.
Muchas puertas se les cerraron. Sin embargo, otras tantas se abrieron dispuestas a dialogar para dilucidar cuál sería la más inteligente manera de votar. Sin fanatismos, sin ataduras, sin compromisos.
Así, dispuestas al cambio, con el propósito de apuntalar al bien de su país, sostuvieron argumentos, reconocieron otras posturas y dieron el ejemplo de participar genuinamente, a corazón abierto en lo que es de interés común.
En cuanto a los argentinos
Los argentinos nos consideramos muy patriotas: rendimos homenaje a los símbolos nacionales, nos emocionamos cantando nuestro himno, vivamos y exaltamos a los deportistas y otros representantes del país ante el mundo, creamos mitos populares, endiosamos a algún dirigente, ponemos en un altar a ciertos personajes, tomamos mate, bailamos el tango y nos enorgullecemos porque el Papa Francisco es argentino.
Pero, ¿hemos superado la actitud “cholula” del que alienta a unos pocos protagonistas, los aplaude, viva desde la tribuna a los que se desmayan tras una pelota y sigue plácidamente, desde la comodidad de un sofá, las alternativas de un debate o un exaltado discurso político?
Tal vez la madurez cívica, presente en algunos países no nos ha alcanzado todavía. Tal vez estamos transitando una demorada adolescencia política y no nos atrevemos a enfrentar las luchas, las responsabilidades. Tal vez, como ciudadanos, somos muy inmaduros aún.
¿Por qué lo decimos? Para ubicarnos en el estadio que atravesamos podemos remitirnos a lo que Erich Fromm afirma en su libro “El miedo a la libertad”:
“En el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que están predeterminadas por el instinto, que él obedece ciegamente. En el hombre que ha pasado la niñez y la adolescencia, protegidas, contenidas y dirigidas, el curso de la acción es producto de una libre elección. El hombre maduro- no todos los adultos lo son- valora diversos tipos de conducta posible, piensa, modifica su papel, pasa de la adaptación pasiva a la activa. Crea.” Aplicando estas ideas a la formación del hombre cívico, podemos inferir que el proceso de individuación nos pone frente a la necesidad de separarnos de la masa que nos contiene y protege, y, aunque esa separación nos hace sentir solos y aislados, nos pone de pie en el camino de la libertad e integridad personal.
Si en la niñez necesitamos de la contención y dirección paterna y en la adolescencia descubrimos nuestra fuerza individual, nuestra capacidad creadora y nuestra responsabilidad de construir nuestro ser, maduramos cuando afrontamos los riesgos de la autonomía y la libre elección.
En estos días vamos a elegir. Ojalá lo hagamos con madurez, liberados de obediencias debidas a una tradición, “mi familia es del partido”, de compromisos, “le debo tanto a este dirigente”, de miedos, “me han amenazado con quitarme el subsidio o el puesto”.
Debemos hacerlo a conciencia. Y la conciencia no suele equivocarse
Los argentinos nos consideramos muy patriotas: rendimos homenaje a los símbolos nacionales, nos emocionamos cantando nuestro himno, vivamos y exaltamos a los deportistas y otros representantes del país ante el mundo, creamos mitos populares, endiosamos a algún dirigente, ponemos en un altar a ciertos personajes, tomamos mate, bailamos el tango y nos enorgullecemos porque el Papa Francisco es argentino.
Pero, ¿hemos superado la actitud “cholula” del que alienta a unos pocos protagonistas, los aplaude, viva desde la tribuna a los que se desmayan tras una pelota y sigue plácidamente, desde la comodidad de un sofá, las alternativas de un debate o un exaltado discurso político?
Tal vez la madurez cívica, presente en algunos países no nos ha alcanzado todavía. Tal vez estamos transitando una demorada adolescencia política y no nos atrevemos a enfrentar las luchas, las responsabilidades. Tal vez, como ciudadanos, somos muy inmaduros aún.
¿Por qué lo decimos? Para ubicarnos en el estadio que atravesamos podemos remitirnos a lo que Erich Fromm afirma en su libro “El miedo a la libertad”:
“En el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que están predeterminadas por el instinto, que él obedece ciegamente. En el hombre que ha pasado la niñez y la adolescencia, protegidas, contenidas y dirigidas, el curso de la acción es producto de una libre elección. El hombre maduro- no todos los adultos lo son- valora diversos tipos de conducta posible, piensa, modifica su papel, pasa de la adaptación pasiva a la activa. Crea.” Aplicando estas ideas a la formación del hombre cívico, podemos inferir que el proceso de individuación nos pone frente a la necesidad de separarnos de la masa que nos contiene y protege, y, aunque esa separación nos hace sentir solos y aislados, nos pone de pie en el camino de la libertad e integridad personal.
Si en la niñez necesitamos de la contención y dirección paterna y en la adolescencia descubrimos nuestra fuerza individual, nuestra capacidad creadora y nuestra responsabilidad de construir nuestro ser, maduramos cuando afrontamos los riesgos de la autonomía y la libre elección.
En estos días vamos a elegir. Ojalá lo hagamos con madurez, liberados de obediencias debidas a una tradición, “mi familia es del partido”, de compromisos, “le debo tanto a este dirigente”, de miedos, “me han amenazado con quitarme el subsidio o el puesto”.
Debemos hacerlo a conciencia. Y la conciencia no suele equivocarse
Escritora y docente
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