Los argentinos deseamos una justicia justa



“¿Qué injusticia podés ayudar a solucionar hoy?”
                       Michele Obama en el encuentro con jóvenes argentinas.




La diputada nacional y líder de la CC, Elisa Carrió , responsabilizó a los jueces federales por la falta de avances en la causas de corrupción. Todas las pruebas han sido presentadas a la justicia hace años, pero  recién ahora salen a la luz. Los jueces federales de la Nación son el gran escándalo por su inacción", señaló.
      La imagen de la justicia acompaña a los ciudadanos del mundo desde hace siglos. Desde que el hombre es hombre, un ser social y por lo mismo en relación permanente con sus semejantes, necesita el arbitraje de una mirada más amplia, lúcida y sabia que la regule. Una inteligencia abarcativa de las problemáticas que lo superan.
   La  “iustitia”, representada a partir del Siglo XV  con los ojos vendados, simboliza así su necesaria objetividad, es decir su obrar objetivo, sin miedos ni favoritismos, independientemente de la identidad, el dinero, el poder o la debilidad.
    El inconsciente colectivo argentino ha derribado esa imagen al compás de los graves sacudimientos que la justicia viene sufriendo. Desbaratada, debilitada, disminuida la fundamental columna en que se asienta la convivencia de los pueblos, los argentinos sufrimos la certidumbre de su debilidad, el  sentimiento de profunda orfandad en que nos deja su, tantas veces, total ausencia.
     Tarea para estos tiempos es, entonces, restaurar una imagen, investirla de su tradicional e histórico valor. Los argentinos necesitamos volver a creer, a confiar en un poder judicial que hoy se muestra devastado por los sobornos, los silenciamientos, las complicidades, la compra y venta de conciencias.
     Recreamos mentalmente el símbolo de la  justicia, la maravillosa imagen de una mujer  representando la equidad,  la distribución equilibrada de la economía, la garantía del desarrollo de las clases sociales postergadas, y deseamos, hoy más que nunca, recuperar su significativo valor. Deseamos vuelva a pesar la balanza que mide para dar a cada uno lo que le corresponde y  la espada que expresa la mano dura que castiga a los culpables.
      Creemos en la recuperación de la imagen ideal de un Poder Judicial que dé ejemplo de integridad y valor, de conocimientos y firmeza, de dignidad y nobleza, únicos valores que pueden poner al país en la vía de su real crecimiento y que deben ser puestos en práctica (ejecutados) por sus agentes principales: los jueces.
     Asusta y duele tener que decir, justamente,  que fue a puro efecto de  las conductas  de los jueces seguidos por un pueblo indiferente y escasamente participativo, cómo ha devenido a su actual estado.
        Para sostener la justicia debe haber una mayoría de jueces idóneos, probos, rectos, valientes y dispuestos a jugarse el todo por el todo en el cumplimiento de su misión, que llamaremos sagrada, porque de un Poder Judicial preocupado por el cumplimiento cabal de su altísima misión, de la confianza que inspire a los ciudadanos, depende el natural y sano fluir  de las relaciones sociales.
     Sólo en un país con una justicia consolidada, que castigue a los delincuentes, que no se deje tentar  por los dólares acumulados para comprar voluntades sin medida y sin pudor, sin miedos por amenazas,  se podrá velar y exigir el desarrollo de las potencialidades del pueblo.

     No descuidamos la idea de que para que la justicia obre adecuadamente deben existir normas, leyes, una constitución clara y permanentemente actualizada. ¿La tenemos los argentinos? Algunos reclaman por una readecuación de las leyes a los nuevos tiempos. Hemos escuchado hablar de cómo ata las manos de los jueces el carecer de leyes adecuadas a la represión de los delitos de hoy, la corrupción, por ejemplo, reconociendo así que el poder Legislativo tiene, también que trabajar a destajo porque está también está en falta.
    La verdad, que es, al fin de cuentas hacia adonde apuntan todas las nobles búsquedas, aviva el recuerdo de  los resonantes casos de injusticias acaecidos en la sociedad argentina; graba a fuego el nombre del Fiscal Nisman que murió por buscar la verdad en un país construido sobre mentiras; lamenta el desempeño de una fiscal que obedeciendo imposiciones ajenas desoyó la voz de su propio sentido ético que, seguramente, le hubiera dictado claramente cómo  actuar. La verdad señala los nombres de verdaderos delincuentes de guante blanco que permanecen libres a pesar de haber causado con sus latrocinios, graves daños a la República.

     Rogamos que tanto vivido y sufrido nos empuje a hacer algo para recuperar la imagen de la justicia que necesitamos limpia, transparente y ordenadora. Ojalá cada ciudadano podamos  contribuir ayudando a solucionar las pequeñas o grandes injusticias que se cometen a nuestro alrededor cada día.


                                                    Gladys Seppi Fernandez.

Por todo, ¡y por todos!

       

   En medio de su temerario y omnipotente mandato lo prometió: "VAMOS A IR POR TODO" y puso toda su capacidad creativa en cumplir: fue por todo y no hay resquicio, un rincón del territorio nacional donde no surjan a cada momento las muestras de sus arrebatos, el vacío de los despojos que dejó.
     Lo que todavía no se alcanza a visualizar y por ello a comprender, es que ese ir por todo  se ha trocado, una vez logrado, en un despiadado ir por todos. Y ese plural nos involucra.
    Muy poco importó, muy poco se entendió que ir por todo es ir por el país, adueñarse de sus riquezas, del pródigo  y tentador aflorar de billetes de su tierra generosa y fue y sigue siendo tan fuerte su impacto  que todavía quedan algunos, pocos, los menos, que llegan hasta este momento cargados de una irrefrenable y ciega pasión que los lleva a negar lo evidente: por todos lados y en todo tiempo aparecen testimonios, evidencias muestras palpables de un saqueo total. No hay lugar del territorio nacional adonde no haya llegado la mano del despojo.    
    ¡No lo podemos creer. No es verdad! exclaman todavía algunos, ya pocos, ya menos, pero existentes, al fin, y peligrosos. “Lo está inventando la prensa, es una malintencionada conjura”, siguen pensando muchos, incapaces de aceptar que se equivocaron, que fueron engañados por la astucia, por palabras altisonantes  que envolvieron con ruidoso papel  celofán significados vacíos, una realidad inventada y engañosa. Lo cierto es que lo que se devela es que tan impúdico accionar fue desbaratando los valores que hacen a la dignidad humana, a la de cada argentino, a la fortaleza de la República.
      Sin embargo, cada vez somos más los que creemos que los valores unen, que la verdad, y la justicia, son el único garante de una nación.
    Es cierto que cada vez son menos los que se resisten a aceptar la verdad de lo actuado tan francamente contrastante con lo declamado. Son pocos, pero peligrosos.
   Decimos peligrosos porque nada puede serlo más que el actuar a ciegas caiga quien caiga y muera quien muera. ¿No estamos asistiendo, acaso,  al extremoso accionar del terrorismo que mata sin saber a quién con tal de impactar, sembrar el terror y el odio?
    Nada más peligroso que una accionar a ciegas, sin razón, sin intentar siquiera dilucidar qué es lo más conveniente al orden y al verdadero progreso humano.
   Pues ahora y en la Argentina asistimos a acciones donde la razón no entra. Nada pareciera poder detenerlos. "La vida por vos", gritó alguno y los demás se plegaron porque actúan por contagio emocional e irreflexivo. Están poseídos por un fanatismo agresivo, se contagian, se enfervorizan. Y nada más peligroso que el hombre que pierde el sentido, que todo lo justifica y que está dispuesto a generar desorden y hasta una guerra civil, si es necesario, para salvarse.
    En tanto, con lamentables errores, pero poniendo el bien de la República por delante, se está intentando juntar pedazos y hacer de nuestro país una democracia en serio, donde exista  y sea firme la división de poderes, donde ningún poder avasalle y anule a los demás utilizando los espúreos  beneficios del dinero, mientras la mayoría de los argentinos apuesta fervientemente al reencausamiento del país, al orden, una militancia enceguecida por la amenaza de perder lo ganado en mala ley, es decir, en defensa de sus propios intereses sigue empecinadamente el mandato inicial: ir por todo.
    IR POR TODOS.
No interesa quién caiga, no interesa qué pueda suceder después, ni quien pueda arreglar los destrozos. Hablan de bombas, de injusticia.  Entendemos que tienen mucho que defender: lo tuvieron todo y lo han perdido todo: sueldos increíbles, poder, enriquecimientos posibles, repartos y están a un paso de perder lo que saquearon y hasta su libertad. Dejaron el país en rojo tinto .
      Los episodios que tuvieron como epicentro a Hebe de Bonafini en estos últimos días ejemplifica claramente lo que decimos: el blindaje que le ofreció la militancia conformada por diputados de la nación, que despreciando la obligación de sus cargos, la acompañaron y defendieron su postura , es una advertencia que el pueblo y las autoridades debe leer e interpretar.
     “”Hicimos una pirueta y dejamos pagando a la policía” dijo Hebe. ¿Rebeldía? Desobediencia a la ley o desprecio a las instituciones?
    “Hebe, como cualquier ciudadano común puede hacer lo que se le cante”, expresó una ciudadana en Twitter. ¿A tal punto ha llegado el desprecio por la constitución y la ley que se incita a la desobediencia, al desorden, al caos?
    “Hebe es intocable”, gritó un adolescente apasionado. ¿Acaso estamos educando para hacer irresponsablemente, disponer de los dineros públicos fraudulentamente y no dar cuenta de nuestros actos?

     ¿Qué puede interesarles el bien común, los otros, la salud del país, la construcción de la República, si en ello se juega su propia libertad y disfrute de tanto saqueado?

A los demás, a los que no estuvimos ni estamos en el círculo, la situación nos obliga como nunca. Estamos en el límite. TODOS puede ser uno de nosotros, un hijo, un nieto, un amigo, un conciudadano. En cada uno está el resguardo. Estemos atentos porque es nuestra obligación vital. La historia ya nos mostró qué dejó ATILA tras su paso cuando iban tantos galopando fieramente a su lado.

                                   Gladys Seppi Fernández.

Cuando hablamos del problema educativo argentino


Al analizar el mediocre nivel educativo argentino, ¿hacia dónde tendríamos que dirigir la atención para descubrir las profundas causas  de las que vale la pena ocuparse para tomar medidas certeras que lo  solucionen y superen?
     Se habla tanto, se discute por demás, se leen opiniones… pero, ¿Estaremos apuntando a la raíz, a la razón profunda de la mala educación argentina o estaremos evitando decir verdades dolorosas que pueden despertar el enojo de los mayores, tan negados a  aceptar errores, señalamientos o cuestionamientos?
    El futuro de las nuevas generaciones, nos urge a mirar de frente la verdad. No hay otra manera de subsanarlo, de lograr soluciones y expandirlas a todos los rincones del país.
    La educación, entendida como la formación de un hombre fortalecido mucho más que por la mera instrucción y memorización de conocimientos por la incorporación y cumplimiento de valores y de hábitos como el esfuerzo y la disciplina, la búsqueda de la verdad  dentro y fuera de uno mismo, viene tambaleándose desde hace décadas y cuando algún gobernante ha tratado de ponerla en su carril las reacciones  han acobardado hasta al mejor dispuesto. Lo fácil ha sido aceptar las soluciones a corto plazo, lo que no demande esfuerzo, “lo que no discrimine ni haga sentir mal” y esta concepción, tan errada, es el obstáculo primero y necesario a vencer para  empezar a mejorar.
   La educación debiera tener como alta meta formar personas de bien y quien llega a este nivel, ha aprendido que la vida  es una interminable carrera de superación que parte  del reconocimiento de uno mismo, de lo que se es y se intenta llegar a ser y que sólo termina al final de la vida, por lo que es necesario ponerse permanentemente en cuestionamiento, corregirse, aprender a aprender y trabajarse, depurarse, es decir transformarse en un sujeto consciente del propio aprendizaje dispuesto a superarse día a día, clase a clase.
    La educación comienza con el nacimiento. La primera escuela es el hogar, los primeros maestros, los padres y continúa en la escuela que necesite para trabajar bien un alumno que la valore y respete a los docentes. Pero, ¿quiénes y cuántos han advertido que los padres mismos son los primeros y necesarios maestros, que de su propio nivel educativo depende el de la familia porque, ya se sabe: nadie da lo que no tiene?
     En cuanto a la valoración del trabajo escolar, es muy pobre, ¿o escasa? Eso es  lo que los adultos, los padres, transmiten a los hijos en una cadena ininterrumpida de décadas que sólo se cortó en la época sarmientina y  cuando se aspiró a tener un “hijo dotor”. Hoy, los padres, la familia, tienen otras preocupaciones prioritarias: la inseguridad, el sueldo, las vacaciones, el entretenimiento, los programas de TV, el fútbol y tantos otros motivos muy alejados, demasiado alejados de la real formación humana propia y por lo tanto de la descendencia.
  Los padres han demostrado que no consideran a los docentes como sus necesarios seguidores educativos, sus necesarios aliados para un mayor perfeccionamiento, de manera que mientras sus hijos estén contenidos en la escuela- y hasta alimentados- no reclaman acordar con ellos, no los apoyan, y lejos de solicitar un mejor nivel, un mayor grado de exigencias, se inclinan por el facilismo, los aprobados y diplomas fácilmente obtenidos, sin preguntarse por lo realmente aprendido y superado.  
        De esta falta de exigencia  y formación de hábitos de esfuerzo y disciplina familiar nace la escolar y se deriva el gran mal de la educación argentina y otras consecuencias como más deserción escolar, más chicos en la calle, más droga, más fracasos de vidas. La falta de fines educativos claros agrava esta situación.
    Aunque la escuela argentina viene  transmitiendo complejos contenidos, arduas, lecciones, los padres debieran preguntarse, ¿se sabe  para qué se estudia, para que se  memoriza? Poco se practica realizar una  transferencia consciente de lo aprendido  a la propia vida y a sus necesidades, objetivos que además de orientar pondrían entusiasmo en la marcha hacia un fin. No es de extrañar, entonces que, según estadísticas y estudios comparativos, las mejores escuelas argentinas son peores que las peores de unos treinta países y sin embargo, los padres desconociendo estos datos, desconociendo cuánto más felices son los alumnos de escuelas de calidad,  no reclaman, no exigen más para sus hijos. 
     Según Jaim Etcheverry “la falta de calidad educativa argentina es un problema de falta de reclamo social, a los padres la educación superadora no les interesa  y  si los padres vienen actuando con ignorancia  de su propia ignorancia debieran buscarse medios que los despierten a la necesidad ineludible de empezar a exigir que los docentes sepan lo que enseñan, para qué lo enseñan y que lo hagan no sólo con más preparación sino con entusiasmo”.

    Empecemos a hablar sobre el tema sin desentendernos de la responsabilidad que nos cabe.
                               Gladys Seppi Fernández

¿Están conforme los padres con la educación de sus hijos?


Al analizar el mediocre nivel educativo argentino, ¿hacia dónde tendríamos que dirigir la atención para, descubiertas sus profundas causas, tomar las medidas apropiadas que lo  solucionen y superen?
     Se habla, se discute, se leen opiniones… pero, ¿estaremos apuntando a la raíz, a la auténtica razón  de la mala educación argentina, o estaremos evitando reconocer verdades  que pueden despertar el enojo de muchos jefes de familia, que se niegan sistemáticamente a  aceptar errores, señalamientos o cuestionamientos?
    El futuro de las nuevas generaciones, nos urge a mirar de frente la realidad. No hay otra manera de corregir la deficiencia educativa que lograr soluciones y expandirlas a todos los rincones del país. Ahora.
    La educación, entendida como la formación de un individuo fortalecido mucho más que por la instrucción y memorización de conocimientos, por la incorporación y cumplimiento de valores y de hábitos tales como el esfuerzo y la disciplina, la búsqueda de la verdad  dentro y fuera de sí mismo, viene tambaleándose desde hace décadas y cuando algún gobernante ha tratado de ponerla en su carril, las reacciones  han retardado hasta hoy, lamentablemente, las soluciones.
      Lo fácil ha sido mantener un statu quo a corto plazo, es decir lo que no demande esfuerzo, lo que no discrimine ni haga sentir mal y esta concepción es el obstáculo primero y necesario a vencer para  empezar a mejorar.
   La educación debiera tener como alta meta formar personas de bien y quien llega a este nivel, ha aprendido que la vida  es una interminable carrera de superación, que parte  de tomar conciencia de uno mismo, de lo que se es y  de lo que se intenta llegar a ser, que sólo termina al final de la vida. Por eso, es necesario ponerse permanentemente en cuestionamiento, corregirse, aprender a aprender y trabajarse, depurarse, es decir transformarse en un sujeto consciente del propio aprendizaje dispuesto a superarse día a día, clase a clase.
    La educación comienza con el nacimiento. La primera escuela es el hogar, los primeros maestros, los padres y, es en el aula donde se continúa la tarea formadora y educativa que los padres ceden a los docentes.  Se deduce, entonces,  que los padres son los primeros y necesarios maestros, que de su propio nivel educativo y ético depende el de la familia.
     En cuanto al trabajo educativo en la escuela, ¿qué importancia le dan los padres? Ellos  han transmitido a sus hijos, en una cadena ininterrumpida de décadas, sólo sus preocupaciones prioritarias: la inseguridad, el sueldo, las vacaciones, el entretenimiento, los programas de TV, el fútbol y tantos otros motivos alejados de la real formación humana propia y por lo tanto de su descendencia.
      Los padres, además, han demostrado que no consideran a los docentes como sus necesarios seguidores educativos, sus indispensables aliados para lograr un mayor perfeccionamiento, de manera que mientras sus hijos estén contenidos en la escuela- y hasta alimentados- no reclaman nada, no los apoyan, y lejos de solicitar un mejor nivel, un mayor grado de exigencias, se inclinan por el facilismo, los aprobados y diplomas fácilmente obtenidos, sin preguntarse por lo que realmente han aprendido y asimilado en la escuela.  
        La falta de exigencia  y formación de hábitos, de esfuerzo y disciplina familiar continúa en la escuela, y  de esto deriva el gran mal de la educación argentina y otras graves consecuencias como deserción escolar, más chicos en la calle, más droga, más fracasos de vidas.
     La falta de fines educativos claros agrava esta situación.
    Aunque la escuela argentina implementa ambiciosos programas, complejos contenidos, arduas  lecciones, los padres debieran preguntarse, ¿se sabe  para qué se estudia, para qué se  memoriza? Se realizan escasas  transferencias conscientes de lo estudiado  a la propia vida y a sus necesidades, hecho que orientaría y pondría entusiasmo en la marcha del aprendizaje. No es de extrañar, entonces que, según estadísticas y estudios comparativos, las mejores escuelas argentinas sean peores que las peores de unos treinta países, y sin embargo, los padres desconociendo estos datos y cuánto más felices son los alumnos de escuelas de calidad,  no reclaman, no exigen más para sus hijos. 
     Según Jaim Etcheverry “la falta de calidad educativa argentina es un problema de falta de reclamo social; a los padres la educación superadora no les interesa  y  si los ellos vienen actuando con ignorancia  de su propia ignorancia, quienes conducen la educación  debieran buscar medios que los despierten a la necesidad ineludible de empezar a exigir  y apoyar una educación más actualizada y exigente.

                                             Gladys Seppi Fernández

La escuela privada y pública

Se habla mucho en estos días sobre la escuela pública y la privada, la del pasado y la del presente.
¡Inútil e imposible comparación! ¡Tanto ha cambiado la vida de los hombres! ¡tanto la de los argentinos!
La escuela de hace unas décadas respondía a la filosofía del trabajo y el esfuerzo; la de hoy, al facilismo y al acomodo, y, lo más grave, la del todo vale.
La sociedad de ayer consideraba el estudio, el certificado ganado como bachiller o profesional un importantísimo medio de movilidad social y económica; hoy se descree de este valor porque son demasiados los vivillos, que mal preparados, casi analfabetos, han ascendido a altos puestos mediando su habilidad, su arremetimiento, osadía y temeridad.
Hoy reina la filosofía del hedonismo, todo debe ser placentero, y fácil, y a corto plazo, y en ese vertiginoso y ciego andar de las décadas se han dejado atrás los valores. La honestidad, por ejemplo, es difícil de encontrar, la dignidad, anda arrodillada, y la verdad, apabullada por el peso de la mentira, apenas se atreve a aparecer.
De allí que la escuela del pasado, de hace unas décadas sea muy diferente por la razón de que los agentes son diferentes.
En cuanto a la escuela pública y privada de hoy, ¡cuán distintas! Los docentes de las escuela públicas, han sido sobre pasados, superados por alumnos que llegan, en su mayoría, hoy, de hogares desaprensivos, escasos de tiempo y dedicación para orientar y formar a sus hijos, padres que sólo piden aprobados y no calidad, autoridades que quedan enredados por una burocracia que nos les permite ver lo que pasa en las aulas.
A tanta sobrecarga y como reacción natural bajaron los brazos y apagaron las llamas del entusiasmo.
La escuela, convertida en refugio, donde todos debían aprobar y pasar, ha debido contener a alumnos desorientados, carentes de formación de hábitos básicos como son saludar, respetar al mayor, trabajar disciplinada, ordenadamente siguiendo directivas del que más sabe.
Los alumnos, lanzados a la vida sin los frenos que urge su edad de formación, sin respeto por nada ni nadie, alentados por una televisión mediocrizante y envalentonados por su conocimiento natural del manejo de las nuevas herramientas tecnológicas y la filosofía del todo vale reinante, sin premios ni castigos, han hecho de la escuela, sobre todo de la pública una campo de batalla. ¿Qué docente resiste?
Por todo esto y por lo que el especialista en educación Jaim Etcheverry advierte como rasgo distintivo de una y otra escuela, la mayoría de los alumnos de las escuelas privadas provienen mayoritariamente de hogares que valorizan el conocimiento, y más aún, las exigencias de una educación de más calidad.

creemos que es necesario analizar profundamente estas diferencias para actuar en consecuencia.

La Justicia aún tiene que hacer mucho por la Justicia

La intuición popular dictaminó: la voluntad de la mayoría de los jueces está vendida al mejor postor, y los honorables, escondidos, miedosos, reprimidos, no logran poner más peso en el platillo de la balanza de la seguridad, del orden público a cuyo servicio fueron convocados.
Teníamos la esperanza. Pero no. Lo veíamos- o queríamos ver- levantarse, erguirse por la escala de su propia, necesaria dignidad y al fortalecerse fortalecer la República. ¿Cómo no habría de ser así si el Poder Judicial representa una de las tres columnas que sostienen el peso de la Nación, la gran Argentina que todos queremos y, más aún, necesitamos lograr?
Sin embargo las noticias de cada día, los hechos callejeros y los que suceden de puertas adentro en importantes ámbitos del país, delatan sus faltas o su ausencia. Su falta de idoneidad.
El pueblo, los trabajadores de bien que somos la mayoría se siente expuesto a las fuerzas del mal, huérfano, y este estado de orfandad, se vive más intensamente desde hace mucho tiempo, diez, doce, quince años.
La intuición popular dictaminó: la voluntad de la mayoría de los jueces está vendida al mejor postor, y los honorables, escondidos, miedosos, reprimidos, no logran poner más peso en el platillo de la balanza de la seguridad, del orden público a cuyo servicio fueron convocados. Reina el miedo. Efectos directos de cualquier totalitarismo. Hace poco muchos jueces, fiscales, miembros del Poder Judicial empezaron a salir a la luz pública poniendo toques de luz en el clima sombrío. Algunos, ya a cara descubierta, decididos, dispuestos a hacer lo que antes no pudieron o no los dejaron, o temieron (tal vez con motivos) hacer.
Tenemos un país regado de baches por doquier. Los baches son abandono, negligencia, ausencia. Los huecos abiertos en todas direcciones, y que no terminan de arreglarse, son trampas mortales para todos los argentinos de bien, algunos de los cuales, ¡vaya paradójico desvarío! , han terminado, por defenderse, en la cárcel mientras los delincuentes están libres o defendidos por hábiles abogados del mismo Estado.
De esa manera las condenas ejemplares no llegan aunque bien sabemos que es ley: el ejemplo se derrama desde arriba hacia abajo.
¿Y qué pasa en el abajo, a nivel popular, en las calles de cada ciudad del territorio nacional? La delincuencia, crecida, envalentonada, dispuesta a ir por el todo que supo ganar a punta de pistola, no cede un ápice de sus logros y esa realidad es tan cierta que en cada día, en cada hora, debemos escuchar y ver su avance sobre propiedades y vidas. La televisión ocupa la mayor parte de sus transmisiones con estas, para muchos, espectaculares noticias.
En un programa de estos días- es un ejemplo más- dos mujeres hablaban del accionar salvaje de este flagelo argentino que hemos permitido crecer y avanzar:
Una, abogada, narraba el horror de encontrar ocupado el interior de su casa por cuatro amenazantes delincuentes que terminaron cumpliendo con lo que prometían matando a su esposo. Los dos hijos pequeños, testigos del horror, quedaron sin padre, y la madre lucha hoy no sólo para criarlos sino para inculcarles sentimientos superadores de los de venganza.
Para aumentar el dolor -cuenta la mujer- debe cruzarse con el asesino de su esposo que vive a la vuelta de su casa, en un hogar (¿puede llamársele así?) que es cuna de asaltantes, ladrones y asesinos desde hace varias generaciones. El que mató a su esposo está suelto porque un juzgado, que viene dando muestras de desaprensión y falta de cumplimiento de su deber, o manda a prisión por un tiempo inútil, o deja caducar las causas. ¿Jueces idóneos? ¿Sueldos altísimos, eximición al pago del impuesto a las ganancias y tantas otras prebendas para que cumplan su tarea con probidad y responsabilidad? El Poder Judicial ha reclamado beneficios que no han dado el resultado prometido y esperado. Mientras tanto los malvivientes se inflaman de un poder mal nacido y, desde su oquedad, arrasan con vidas, sueños, proyectos ajenos.
Los testimonios del triunfo de la brutalidad son diarios: “salió de la cárcel y volvió a matar, a violar, a asaltar”. Así expresó en otro programa una mujer violada por un monstruo que ahora está prófugo.
No hace falta más. El poder judicial, pese a lo tanto reclamado, pese a sus salarios tan elevados, no es un poder hoy. Sin embargo necesitamos volver a depositar las esperanzas en él. Lo necesitamos, urge para que la República Argentina, que algún día lo fue, vuelva a serlo. Rogamos, entonces, que renazca, que se haga fuerte. Que pueda. Pedimos que el ejemplo que están dando los probos, los que se juegan la vida por hacer lo que deben hacer, los buenos jueces que, por suerte aún tenemos, vaya limpiando los focos corroídos y corrosivos.
Deseamos que gane el bien que no es solamente una palabra, es un estado, un Estado que el pueblo debe escribir con mayúscula, para que no se vaya achicando hasta desaparecer dejándonos a la intemperie a todos los habitantes de esta tierra que aún puede ser… La tierra prometida.

¿Es hora de prestar atención a la inteligencia emocional?

Al menos un 80% del éxito en la edad adulta proviene de la inteligencia emocional.
Daniel Goleman



Si los argentinos tenemos tan deficiente  desempeño cuando se mide el Coeficiente Intelectual (CI)  -ejemplo de ello son las Pruebas Pisa-, podemos deducir lo mal que nos iría si nos sometiéramos a un examen de Inteligencia Emocional (IE), aspecto humano del que se ha empezado a hablar hace pocas décadas.
     Durante miles de años la especie humana viene intentado desarrollar su inteligencia emocional y hasta hace muy poco  se medía la condición del hombre solamente por su  coeficiente Intelectual, hasta que Martín Coleman en su libro “La inteligencia emocional” y otros investigadores advirtieron sobre la existencia de la IE, tan poco tenida en cuenta.   
   Lo que se está intentado en  educación es tratar de desarrollar el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo, habilidades que pueden venir configuradas en nuestro equipaje genético o ser moldeadas durante los primeros años de vida mediante la educación familiar y luego escolar, es decir son susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los métodos adecuados. Un desafío educativo argentino actual que urge aplicar y que se puede lograr.
     Muchos de los males que se padecen en la familia, la escuela y la sociedad devienen de soslayar la educación de la Inteligencia Emocional, de ignorarla,  no tenerla en cuenta.  El factor que determina el éxito del individuo no es solamente su CI sino también su IE, ya que, según el mismo Coleman, se observa que muchos jóvenes que aspiran  a un puesto de trabajo “son contratados por su capacidad intelectual y despedidos por su falta de IE”.
    Cada uno de nosotros, puestos a observar, fácilmente determinaríamos que el fracaso de muchos, sean adultos, mayores o  jóvenes que pasaron por las aulas argentinas, que obtuvieron su ansiado título de bachiller, técnico o de una profesión universitaria,  no se han desempeñado con éxito en su trabajo aunque hayan obtenido notas brillantes, porque son irritables, no se adaptan ni integran al grupo, no saben trabajar en equipo, ni escuchar, son egoístas, ensimismados, apáticos y poco creativos, entre otras carencias que bien pudieran haber sido evitadas mediante la oportuna educación de su mundo emocional. En fin, una personalidad que no ha aprendido a lidiar consigo mismo y menos con los demás, está irremisiblemente condenada al fracaso.
      La inteligencia puesta en nuestras emociones define a la IE y  permite al ser humano tomar las riendas de sus impulsos emocionales y no dejarse desbordar por ellos. ¿Acaso ese desborde no brota en nuestra sociedad por todas partes, desde el hogar donde no se sabe dialogar ni respetar la opinión del otro, hasta la calle poblada de obscenidades, de inútiles bocinazos, insultos, peleas y situaciones extremas?
   Pero ese desmanejo de las emociones puede mejorar,  partiendo de un intencionado autocontrol, del conocimiento de sí mismo, de la autoconciencia; se puede desarrollar el arte de entender a los demás, de escucharlos para, desde allí, resolver conflictos y colaborar con los que integran el grupo de acción,  favoreciendo el ámbito en  donde se desarrolla y a quien ha de recibir los beneficios de un medio más estimulante.
       La oportunidad de educar la inteligencia emocional se debe dar desde la infancia, es decir desde la familia, la escuela primaria y en la adolescencia,  por lo que urge que empecemos a  considerar su implementación, enseñando cómo hacerlo profesionalmente.
     Las peleas entre los alumnos, la irracionalidad desatada, la indisciplina escolar, los insultos que se infieren los que debaten cualquier tema en la TV, es decir los males de la vida cotidiana, manifiestan la activación de programas  defensivos automáticos de que ha dotado la evolución al ser instintivo, pero que el hombre civilizado de hoy debiera transformar en acciones conscientes, para evitar que la marea desatada que subsume al ser humano en un mundo cada vez más violento y peligroso, nos termine aniquilando.

  No es posible que la ira, el enojo, el miedo,  los impulsos básicos que nos  enceguecen, transformen nuestra vida diaria en una selva de sentimientos  negativos, que se retroalimentan en un perpetuo círculo vicioso que pareciera no tener fin, hasta que alguien, un gobierno, una escuela actúen conforme a un tema esencial a una vida más dignamente vivida.