Los maestros salvando a la república

opinon
Gladys Seppi Fernández
Si a cada aula, a cada momento de la clase los cubriera esta red de un tiempo nuevo, si cada docente enseñara convencido del poder de su acción, de su poderosa fuerza transformadora, si cada uno aplicara su buen criterio para solucionar los infinitos problemas que llevan los chicos y adolescentes a la escuela constituyéndose en guías maduros…¿no cambiaría la escuela?
¡Puede tanto cada docente desde su aparente humilde misión! Puede, aunque esté cansado, mal pagado, descorazonado. Es más, debe transmitir esperanza en el porvenir. Debe.
Cientos lo entienden así, y a pesar de las dificultades, de las contradicciones siguen en su tarea de iluminar senderos, de orientar con vocación y amor. Y son los ganadores, porque trabajan con alegría. Pues si hay cientos así, ¿por qué no ha de haber miles, cientos de miles? ¿Es un sueño irrealizable? ¿Qué puede hacer un maestro para salvar la república? ¡Vaya tarea la que se le encomienda!
Sin embargo -creemos-, sí puede. Estamos cambiando.
El contacto con cada alumno, esa promesa que puede constituirse en solución del mañana, puede ser una siembra de amor y esperanza, una lección de amor a la vida.
Cada palabra, cada gesto es una lección de vida.
¡Puede tanto cada docente desde su aparente humilde misión! Puede, aunque esté cansado, mal pagado, descorazonado. Es más, debe transmitir esperanza en el porvenir. Debe.
Cientos lo entienden así, y a pesar de las dificultades, de las contradicciones siguen en su tarea de iluminar senderos, de orientar con vocación y amor. Y son los ganadores, porque trabajan con alegría. Pues si hay cientos así, ¿por qué no ha de haber miles, cientos de miles?
Si a cada aula, a cada momento de la clase los cubriera esta red de un tiempo nuevo, si cada docente enseñara convencido del poder de su acción, de su poderosa fuerza transformadora, si cada uno aplicara su buen criterio para solucionar los infinitos problemas que llevan los chicos y adolescentes a la escuela constituyéndose en guías maduros…¿ no cambiaría la escuela?
Es cuestión de cargarnos de una nueva fe. De creer que cada pequeña actitud forma parte de una gran sumativa que arroja carradas de riquezas -tan cuantificable como la moneda norteamericana- a las arcas del tesoro nacional.
Es cuestión de advertir que entre todos ponemos en movimiento la gran rueda de la República que ahora está sumergida en el barro y que no vendrá ningún extraterrestre a moverla a menos que sea con el mezquino interés de despojarnos. Si lo advertimos haremos la gran revolución: la que suma todos los “yo” que somos. La que confía en el valor de cada uno y al devolver la confianza devuelve el poder.
Y, ¡qué bueno! Esa revolución se está dando. Tal vez sea la reacción extrema de la crisis. Cuando un país está al borde del suicidio, la imposición de la vida obliga a hacer.
Sólo nos queda sumar a los más en la acción, en las actitudes creativas que, cuando se las deje salir serán muy potenciadoras.
Y ése es el cambio, no hay otro, por más que el discurso de algunos -con evidente nostalgia colonialista- siga prometiendo milagrosos remedios o buscando culpables ajenos, lejanos. Otros.
Pero el desafío mayor que se nos ofrece está en la voluntad de cambiar, en la firme decisión de hacerlo.
La convicción nos llega con la derrota de aquellas voluntades todopoderosas que levantando la soberbia y testarudez del “Yo tengo convicciones firmes y a mi nada ni nadie me hace cambiar” fundaron una autoridad que se les ha caído a pedazos. Porque esos “ Yo sé lo que hago” con que se suele responder a cuestionamientos, declinando necesarios debates y participación de ideas, ha producido, paradójicamente, un país que no acierta a saber qué es y que no atina a saber qué bandera flamea en su mástil.
En la derrota evidente de esos paradigmas o modelos está la hora del cambio.
De todas maneras lo que la realidad nos pide, en primera instancia, es mirar la realidad desde otra perspectiva, una nueva focalización de la atención que debe descender de los altos ministerios, de las providenciales fuerzas, del cielo, de dioses protectores, hacia los que somos cada uno en la misión de cada argentino.
Aquí, atendiendo al aquí y al ahora de todos los habitantes, recibiremos la gran sorpresa.
Porque…¡Vaya si nos hemos menospreciado! ¡Cuánto hemos menoscabado el genio del otro, del compañero, del subalterno, de vecino de al lado!
Sin embargo, en el aporte de cada uno es donde anidan las buenas ideas que podemos empezar a atender, despertar y aún más, estimular, en nosotros están las soluciones criteriosas que debemos respetar y alentar, talentos que hay que dejar que hagan lo suyo aquí, ahora, los vecinos, nosotros, cada uno. En nuestra tierra.
Es la Argentina una gran colmena aún.
Los obreros tendremos que constituirnos en tales, poner las antenas a punto, dejar hacer a la humana intuición, despertar a los zánganos y ponernos a trabajar todos en pos de la mejor miel, que, justamente ahora está siendo muy bien recibida en el exterior.
La Nación es un gran panal.
Es cuestión de obrar racionalmente y darnos cuenta de lo que somos.
Escritora y docente

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