AMASIJO


Dios ha tomado mi masa para  hacer un nuevo pan.
Puedo sentir la dureza de su puño en mi entraña.
Puedo sentir  su  mirada severa
frente a mi desatino.

Tal vez  impacienten a Dios
las persistentes estrías
de mi corazón.
Tal vez lo mortifiquen
las empecinadas huellas  de mi alma,
mis arterias obstruidas
y una razón que no sale a espacios verdes.
Tal vez lo descontente esta laberíntica red
que me entreteje.

Dios ha tomado mi masa para hacer un nuevo pan.
Puedo sentir la firmeza de su puño en mi harina.
Puedo sentir la dureza de la piedra en su golpe decidido.
Tal vez pueda con mis grumos.
Tal vez me alise el  alma
para que el entendimiento ande descalzo por ella,
sin  prevenciones,
sin tropiezos,
sin  que el recaudo  se detenga   a espiar
detrás de  todos los recodos.

Dios ha tomado mi masa.

Siento que seré leudada.

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ

MADRE

A María Luisa Méndez López



Ella  era una  mujer
que  sobrevolaba las palabras.
Si escribía femineidad”
 se subía al amor
 y en su alto nombre
ofrecía su fecundidad
  hasta que el rayo la renovaba
haciéndola  tierra fértil.

Si escribía “ madre”
  levantaba  las letras  hasta que se inflamaban
  volcando su leche en nuevas bocas.
Y era ella toda la que  se derramaba
en tibia, generosa entrega
 para la escritura
de nuevos textos.
Cuando escribía “confianza” y “fe”
y  “ respeto” y todas las palabras
que hablaran de su amor a la vida
agotaba las voces
del mejor diccionario.

Llenó de páginas sus días,
y las escribió  a puño y letra
 de su  amor.

Y cuando llegó la hora
de la adolescencia
 en el revuelo de seis hijos
levantó las alas,
abrió las esclusas,
llamó a  “ libertad”
 y los invitó al vuelo.

Ella era mi madre.
Se llamaba María Luisa
y ahora son escasas  las palabras
para  describirla,
para traerla de nuevo
con nosotros.
 Barrilete que voló a su cielo.

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ


LÁGRIMAS


A veces entremezclamos
nuestras lágrimas
con  las de los otros.
A veces volcamos en el  ajeno cauce
-una película, un  harapo, una despedida-
los  desgarros de nuestros  lamentos,
las arenas del tiempo que se nos fue,
los restos de una esperanza que no puede engañarnos,
las migajas de una ilusión que nunca más será.

A veces volcamos en el ajeno cauce...
el pañuelo mojado de una despedida,
los despojos del viento que deshizo el abrazo,
las cenizas de un sueño que no podemos recordar.

Allí van, en el disimulo que nos permite el llanto de otro,
el arrepentimiento de un empecinado error,
las espinas que nacen en la sordera de nuestro corazón,
las astillas de la humana imperfección
que nos lastima.

Así sumamos al torrente de todos
nuestra lágrima,
una gota,
sólo una gota que llora
la torpeza que perdió,
para siempre,
el antiguo paraíso.


Gladys Seppi Fernández 

INSTANTE

Sólo para que se quedara
demorado
en mi jardín
entretuve al instante
con mi gorjeo de arena.

Mi garganta delató los tropiezos del trino
en gárgaras torpes
y el instante huyó  -como  tantos-
al otro lado de la luz.

Ahora mi voz intenta, solamente
la humana palabra
para invocar
humildemente,
un demorado deletreo
que se quede, que se quede
paladeando
este instante  de amor,
antes,
antes
que lo agriete el crepúsculo.

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ

HUMANIDAD


Señor, perdona a esta humanidad
errante que tú hiciste.
Perdona el tironeo de la carne
 que mira hacia el abajo
 y sus engaños.
Señor, tras los dulces anda
 la humana especie
queriendo paladeos.
Y en el paladeo se queda,
a la degustación se abandona.

Perdona, Señor, esta humanidad
de piel ardorosa  y sedienta,
perdona  la ostentación,
el apego al jarrón y a su artificio.

El equívoco  anda en el costado
y susurra apariencias de luz
 anunciando prometidas tibiezas.
Esta carne, Señor,
que tú hiciste con tus manos,
anda buscando  una señal de ti,
para no caer,
 desgarrada,

al llamado de la tierra.

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ

HIJOS

Anduvieron buscándonos desde antes.
Desde atrás del río,
desde atrás del eco,
desde atrás del nombre
y por ser los hijos,
prendieron las chispas,
tentaron los besos,
crearon  zaguanes,
buscaron las sombras,
ardiendo las pieles,
atizando amor,
hasta ser aliento.

Anduvieron buscándonos desde antes.
Trazaron  esquinas, forjaron encuentros,
rescataron gestos,
ajustaron nudos  tirando los hilos.
y en cópula ardiente,
de pasión, se hicieron.
Después, a su tiempo
llamaron a  alquimia
a cocer la lava
que los fue nutriendo.

Vienen desde el antes  y van siendo ahora.
Marchan al después en su río corriendo.
Sembrarán  sus cauces, 
labrarán su huella.
doblarán mil curvas,
repitiendo un nombre...

¡Vencerán al tiempo!

GLADYS SEPPI FERNANDEZ

FINAL


A veces es el fuego.
La impiadosa mano de las llamas llevándose
la última carta.
A veces es el agua,
la gota horadando con disimulado gesto
el círculo cerrado del amor.
A veces es el tiempo,
inclaudicable motor de las hojas
para un destino de pérdidas.
El mío.
El fin.
La historia que ya nada tiene que contar.
Las horas que no volverán a ser.
La oportunidad
que dejó sólo una tímida huella…
 de su oferta fugitiva.



GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ

FELICIDAD


Te he visto, felicidad
 calzar trajes de luces,
 cabalgando en la esperanza 
de tus proyectos.
Te he visto escalar violentos muros
y, cuando ya parecías llegada
a la cima dorada,
dar el tropiezo.

Entonces ya no eras más que
 un triste jirón del colorido
un desmayo
entre tus letras rotas.
Después te he visto
 enjugar una lágrima,
y volver a empezar
 y desplegar tus hilos
 y buscar la luz...
y, cuando creías atrapadas en tu red
sílaba a sílaba,
toda tu esencia,
se destiñó la flor de tu tejido
y  te habló de muerte.
Entonces rodaste con tus sueños  por el suelo,
y hablaste  de tu final , de tu vocación de tierra,
de tu olvido.

Te he visto, felicidad,
creer que tu nombre
se escribía con la forma y con el color de las cosas
y, obediente al engaño,
conjurarles su fidelidad y permanencia.
Pero al instante
 todas se te escaparon
por una mejor paga
y tú, despojada,
buscaste en el disimulo
la recuperación de tus fuerzas.

Después, desviaste la mirada
 hacia una ventana de sol.
Allí- bien lo recuerdo-
un niño   balbuceaba su necesidad
de ti
y tú eras fuerza y brío,
juventud y entrega.
Pero a tu distracción
 el niño se hizo hombre
y fue por su felicidad a otro camino.
Después.. .sí , fue después
cuando volvió  el amor y te llevó
 en su abrazo cálido,
y te derramaste plena
henchida, confiada
y casi, casi  descansaste
en su reencuentro,
 pero un aletargado bostezo
 te despertó de la ilusión
y volviste a ser una fugitiva.

Ahora la ilusión cabalga tras de ti,
 y tú
que ya no crees en ti
hablas de resignación,
 de sacrificio,
 de polvo.

Sin embargo,
la vida
 que te ama,
su generosidad
 que te es esencial,
persiste en ofrecerte  sus latidos.

                                   Felicidad, en tu nombre.

No deseo declarar el tiempo
en que lo habito.
¡hace ya tanto!...
Pero puedo decir
que me hice a sus formas,
a su estructura,
 a sus movimientos, a sus necesidades,
 a  lo que él me ofrece:
Una piel que se extiende
  hasta cubrirme,
como esas casas
 que se adueñan del espacio
y van creciendo habitaciones
 e inflamando volúmenes.
Una armadura que me sostiene
a un centro que la manda
y la obediencia
de músculos y arterias
y sangre que  recorre
 todos los espacios
repartiendo su pan.
Y hasta un corazón que no se cansa.

Yo vivo en él, y hace ya tanto.
Me he acostumbrado
 al quejido de sus puertas,
al resoplido de sus ventanas,
a  sus bisagras oxidadas.
Es, ciertamente,
una propiedad insegura
y puede,  en cualquier momento
desalojarme.
Pero distraigo mis  temores.
 Por él veo,
 por el siento,
 por él escucho
y hasta llego a  pensar
 cuando subo a sus comandos.
¡Y  me desmayo de placer
 cuando el amor me toca!

A veces se resquebraja y tiembla
ahuyentando mis pájaros
pero sigo habitándolo.

Es mi única casa
y, como el caracol, va puesta en mí,
 aunque me pese
aunque me demore,
aunque me incline.
                                       
Yo lo habito
y hasta creo
que mi alma está contenta
deambulando

 y subiéndose por él.

EL CUERPO EN QUE YO HABITO


No deseo declarar el tiempo
en que lo habito.
¡hace ya tanto!...
Pero puedo decir
que me hice a sus formas,
a su estructura,
 a sus movimientos, a sus necesidades,
 a  lo que él me ofrece:
Una piel que se extiende
  hasta cubrirme,
como esas casas
 que se adueñan del espacio
y van creciendo habitaciones
 e inflamando volúmenes.
Una armadura que me sostiene
a un centro que la manda
y la obediencia
de músculos y arterias
y sangre que  recorre
 todos los espacios
repartiendo su pan.
Y hasta un corazón que no se cansa.

Yo vivo en él, y hace ya tanto.
Me he acostumbrado
 al quejido de sus puertas,
al resoplido de sus ventanas,
a  sus bisagras oxidadas.
Es, ciertamente,
una propiedad insegura
y puede,  en cualquier momento
desalojarme.
Pero distraigo mis  temores.
 Por él veo,
 por el siento,
 por él escucho
y hasta llego a  pensar
 cuando subo a sus comandos.
¡Y  me desmayo de placer
 cuando el amor me toca!

A veces se resquebraja y tiembla
ahuyentando mis pájaros
pero sigo habitándolo.

Es mi única casa
y, como el caracol, va puesta en mí,
 aunque me pese
aunque me demore,
aunque me incline.
                                       

Yo lo habito
y hasta creo
que mi alma está contenta
deambulando

 y subiéndose por él.

YA LA CASA SE HA IDO

  
Ya la casa se ha ido...
Fue del ayer  la cópula ardiente
aventando sus chispas.
Fue del ayer el contorneo del ladrillo
buscando su techo
su lugar, su recodo.
Fue del ayer el berrinche niño despertando la aurora,
los brazos del amor,
el pezón dispuesto.
Entonces la casa henchía el pecho
engendrando vida,
  volcando  ternuras cuidadosas
y todas las manos eran para ella y ella para las multiplicadas manos.

Fue del ayer la casa ilusionada,
sus sueños de flores  y  jardines,
y su despertar presuroso para que el orden
-que tan bien pone las cosas-
viniera, comedido,  a darle brillo.

Y ella lucía así, diligente y limpia,
abriéndose a la vida,
buscándole la cara al sol,
guareciéndose de las tormentas,
y poniéndole sus ventanas de luz a la noche
para que pudiera contemplar sus sombras.

Así era la casa que hoy se ha ido.
Y cuando la adolescencia llegó con su arco iris,
la casa ofreció sus paredes para que fueran
 clave de sol,
y derramó en un piano la íntima alegría de crecer.

Después…
guardó las copas de los brindis,
los blancos vestidos,  los ramos nevados,
y se encogió  luctuosa con el primer adiós.
Ahora , agobiada por la ausencia,
es ella la que parte,
ella la que se ha ido

dejando tan sólo, el  pañuelo estrujado, en la  última despedida...

TIEMPO Y PALABRAS

No sé qué hace el tiempo
con las palabras.
Las toma entre sus manos,
y, en tanto su péndulo
  camina un largo silabeo,
deslíe sus notas,
 acomoda  fantasías,
 derrota  quimeras,
devela  engaños…
¡Las devuelve a sus legítimas comarcas!

El tiempo  desarticula
 las malas letras
 y hace palabras nuevas.
Y allí, donde estuvo amor,
  le devuelve
su diadema de primavera,
y allí donde estuvo engaño
envía  el mentido rostro
 hacia la penitencia  del olvido.

El tiempo es  sabedor
 de diccionarios
y sabe…¡ él sí sabe
qué hacer con las palabras!
Las  devuelve a su esencia,
les quita el artificio,
 las separa de los espejos,
les reparte el fulgor
o las transforma
en  astillado garabato,
un hilo desleído
 entre sus telas,
un escapado desgarro
 hacia  atrás del intento.

No sé qué  hace
 el tiempo
 con  las palabras.
Pero confío
  en su mano justiciera.

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ