EL CUERPO  EN QUE  YO  HABITO



No deseo declarar el tiempo
en que lo habito.
¡hace ya tanto!...
Pero puedo decir
que me hice a sus formas,
a su estructura,
 a sus movimientos, a sus necesidades,
 a  lo que él me ofrece:
Una piel que se extiende
  hasta cubrirme,
como esas casas
 que se adueñan del espacio
y van creciendo habitaciones
 e inflamando volúmenes.
Una armadura que me sostiene
a un centro que la manda
y la obediencia
de músculos y arterias
y sangre que  recorre
 todos los espacios
repartiendo su pan.
Y hasta un corazón que no se cansa.

Yo vivo en él, y hace ya tanto.
Me he acostumbrado
 al quejido de sus puertas,
al resoplido de sus ventanas,
a  sus bisagras oxidadas.
Es, ciertamente,
una propiedad insegura
y puede,  en cualquier momento
desalojarme.
Pero distraigo mis  temores.
 Por él veo,
 por el siento,
 por él escucho
y hasta llego a  pensar
 cuando subo a sus comandos.
¡Y  me desmayo de placer
 cuando el amor me toca!

A veces se resquebraja y tiembla
ahuyentando mis pájaros
pero sigo habitándolo.

Es mi única casa
y, como el caracol, va puesta en mí,
 aunque me pese
aunque me demore,
aunque me incline.
                                       

Yo lo habito
y hasta creo
que mi alma está contenta
deambulando
 y subiéndose por él.