"El poder transformador del docente"

  ( Artículo publicado por LA VOZ DEL INTERIOR el 8 de marzo 
     de 2005, Día de la mujer)



Es marzo. La escuela vuelve al centro de la atención de todos a punto de ser poblada por los que la hacen: alumnos, docentes, personal directivo y administrativo.
El camino se presenta arduo, y el cumplimiento de sus objetivos, enseñar, guiar a los educandos, niños, adolescentes hacia el encuentro de sí mismos y sus potencialidades desarrollando sus capacidades, se anuncia como una empresa harto difícil.
La escuela inicia la cuesta de marzo entre jadeos.
Seguramente desde los estamentos ministeriales se ha estudiado la manera de encarrilar este tren medular que hace tiempo ha perdido su vía y que anda porque es su obligación empezar en marzo, descreída ella misma de su poder y sin saber adónde va.
Seguramente, y en ese afán de recuperación, los docentes han leído, estudiado y reflexionado sobre nuevas directivas y otras sugerencias útiles.
Pero lo cierto es que en su fuero íntimo cada conductor del aprendizaje sabe que en las aulas- el ámbito real donde se produce el encuentro con los alumnos y donde se cuece el aprendizaje- están haciendo falta otros condimentos de los que
poco se habla y que son esenciales: su propia vocación y amor por lo que hace, (
ahora es necesaria la pasión) y un profundo convencimiento en su poder transformador.
Sobre este último aspecto podemos preguntar: ¿ acaso tiene el docente convencimiento en su poder educador? ¿Alienta la sociedad, el gobierno, los padres esa fuerza interna sin la cual es imposible convencer, convocar y contener a los alumnos de hoy?
Hay supuestos equivocados que ponen arena en los cimientos mismos del pesado edificio escolar.
Sin educadores convencidos, la Escuela no puede cumplir su elevada, grande, magistral tarea.
Por lo que urge que en el año lectivo que comienza la atención se vuelva a él, el maestro, el profesor, y se trabaje desde toda la sociedad, empezando por la familia, los teóricos de la educación, los ministerios para que se restauren las fuerzas y confianza del educador en sí mismo que hoy- sabemos- están muy y peligrosamente alicaídas.
¿Pero, cómo hacer para que los ellos, principales actores del hecho educativo escolar, reanimen el ejercicio de su vocación, la confianza en el propio valor y su sentimiento de poder guiar saludablemente a los alumnos y recuperar el amor y respeto por su honrosa tarea de maestro?
En cuanto al amor y vocación por la tarea, sabemos que sin estos componentes básicos cualquier trabajo resulta un inútil pregón de buena voluntad y propósitos desvanecidos.
Sin el convencimiento no se convence, ni motiva, ni guía. No se educa.
Por eso urge que el docente se encuentre con la seguridad interna de que su hacer tiene sentido, de que él tiene el poder de guiar, instruir, despertar amor por el conocimiento, motivar el estudio y la investigación como vía de crecimiento de la persona, y de la sociedad.
De su energía y convicción, de sus deseos y voluntad, de sus ganas, depende, fundamentalmente, el éxito de la escuela, el restablecimiento de un rol fundamental y – esto debe tenerse muy en cuenta-esa actitud vital conlleva a la alegría personal de dar, acto que siempre devuelve al mismo donante, fecundidad y vitalidad.
Habiéndose quebrado hoy la voluntad de ser, la pasión por enseñar, y la convicción del poder de la enseñanza, es llegada la hora de restituir estos valores.
“Vivir es un acto poético, de decisión, de afirmación y de amor” – dice Abel Posse.
Esta convocatoria a honrar la vida y la personal misión puede constituirse en un objetivo de recuperación nacional, porque de ello depende el hacer una gran Nación que siendo tarea de todos los habitantes lo es, sobre todo, de la Escuela.

UN DESOLADO CONTEXTO

No desconocemos el desolador contexto que justifica el abatimiento en que hoy se encuentra la educación.
¿Es necesario enumerar lo conocido? La familia, los padres mismos, sufren el deterioro de su misión transmisora de valores y tanto que, en una pasmosa generalidad, se declaran impotentes.
Como resultado han de vérselas con hijos que descreen de los valores que se les pretende, débilmente, transmitir y un sentido que andan buscando en la calle o en las lecciones que da la pantalla chica.
Es que para agravar estos males que comprometen la existencia la TV y los ídolos que crea fragmentan la capacidad del joven, lo envuelven en su torbellino,lo
confunden y anulan su acción a la par que lo fascinan y ponen en primer término la creencia del todo vale con tal de lograr el éxito.
Nadie parece dispuesto a oponer una actitud crítica a la vacuidad hedonista que transmite la envolvente sugestión televisiva y sus ídolos, muchos de los cuales han logrado puestos iluminados mediante la desfachatez y temeridad.
Y esa desfachatez y temeridad es lo que los chicos llevan a las aulas y con lo que deben vérselas los docentes.
La injusta desvalorización de las profesiones, el desacomodo laboral argentino, las injusticias, la corrupción y malos ejemplos que da nuestra sociedad, han conducido a una pérdida de lo que hace al humano más humano, y definitivamente pleno y feliz.
De todos estos males se habla mucho, pero para contrarrestarlos se hace poco y hasta se justifica el mayor de todos cual es la caída en el nihilismo, la aceptación de una vida carente de vertebración.
El abandono de los chicos que “tan bien se portan” cuando se los pone por horas incontables en manos de la TV, la nada de las noches adolescentes que encuentran en el ruido el ensordecimiento de sus vacíos existenciales, el cinismo
social, el escepticismo reinante, y hasta la pedante soberbia que ha sobrevaluado los bienes físicos de la juventud desvalorizando la experiencia y el conocimiento de los mayores, ingresan a la escuela, van con los educandos. Son la escuela misma y surten su falta de fe en lo que ella puede dar.
Sin embargo y como los perjuicios del deterioro han llegado al colmo de vaciarnos el sentido existencial, urge que los adultos nos comprometamos en un cambio radical con energía y voluntad de imponer un nuevo orden.
Una tarea de todos, pero principalmente de los padres que son los educadores naturales, y de los docentes que por algo han elegido la noble tarea de educar.
Todo un desafío.

UN GRAN PROYECTO
La escuela y su sentido educativo, el docente y su fuerza- deben constituirse en un gran proyecto nacional.
Algunas señales auguran que esta vez se contará con el apoyo de las autoridades de turno.
El actual Ministro de Educación ya ha bajado directivas en este sentido y el hecho de que se ajusten las exigencias da una vuelta de tuerca importante en el sistema augurando que serán más las golondrinas que hagan un buen verano.
El docente recibe un espaldarazo a su voluntad de ejercicio pleno de la función.
Lo demás corre por cuenta de su propia convicción de que debe restituir sus fuerzas, su convencimiento de que en el aula y con sus alumnos es él el que tiene el poder: puede guiar, educar, transformar, iluminar con su voluntad de entrega y el ejemplo de la donación de sí mismo, de sus propios y siempre acrecentados saberes.
Desde el atalaya de los ministerios mucho debe hacerse en este sentido, porque si bien la atención parece estar puesta en las propuestas de cambios en los programas y otros aspectos formales, se impone, fundamentalmente, transmitirle al docente ubicación filosófica de los qué y porqué de su ejercicio y fe en el valor de su esforzada acción educativa.
Los teóricos de la educación pueden apoyar en mucho esta revalorización de una tarea trascendente. Vigorizarla y transmitir optimismo.
Para el “ vale la pena” puede decirse, por ejemplo, que se avistan notables signos de recuperación de los valores humanos, que el docente no está solo, porque por todos lados aparecen pequeñas chispas que anuncian reacciones favorables a una búsqueda del sentido de trascendencia, lo que es decir la felicidad humana.
En la era del dominio científico y tecnológico- terreno este último en que los más chicos parecen poder darnos lecciones a los adultos- se avista el agotamiento de
lo que tanto la ciencia como la tecnología no han sabido brindar al hombre: el sentido profundo de paz interior y respuesta a la vida. Plenitud humana.

LA ESCUELA EN POS DE UN PROYECTO DE PATRIA
“Nadie es la Patria pero todos lo somos”- Borges.
La Argentina que pasa por un largo eclipse, ( al decir de Abel Posse) está saliendo de él o puede hacerlo si pone decisión en la marcha , inteligencia en los
pasos a dar, el compromiso y responsabilidad participativa de sus habitantes.
Con esa Argentina posible debe conectarse la Escuela – el docentereconstituyendo su sentido en torno y en pos de un gran proyecto que eleve el Ser nacional a su mayor posibilidad.
El proyecto de contribuir a hacer un gran país debe ser un tema nuclear. Un tema de todos, un desafío nacional y escolar que a todos involucre: Todos somos la Patria y la construimos o destruimos para beneficio o perjuicio, esto último hoy tan palpable y doloroso para cada habitante.
Que los niños y los jóvenes comiencen a sentir la Patria como suya, que la conozcan, que la cuiden, que la amen desde su lugar, calle, plaza, árbol, que se ejerciten en una convivencia solidaria, que entiendan que en una Nación incorporada al progreso humano la vida tiene más calidad, hay más trabajo para los padres, posibilidades de realización para ellos mismos, alegría, esperanza y fe en la fuerzas productivas que honran la vida del ser humano.
Generar la convicción de que las acciones de cada uno suman o restan, de que la falta de participación y compromiso con lo que es de todos ha generado una república empobrecida – lo que es: ciudadanos empobrecidos-que debemos sacar, entre todos, adelante.
Una portentosa empresa nacional.
¿Y a quién le compete encabezarla, orientarla?
Al Docente. A la Escuela.
El docente es dueño de todos los medios: tiene experiencia, conocimientos que actualiza, ha realizado estudios que lo habilitan, ha recuperado el poder y confianza en sus fuerzas. Una nueva voluntad de hacer lo alienta.
Él es el guía natural de esta empresa gigantesca, el que enseña con el ejemplo de su trabajo y entrega apasionada. De su vale la pena.

Gladys Seppi Fernández