V- Educación sexual


HACIA LA MADUREZ POR LA EDUCACIÓN SEXUAL


A pesar de las libertades sexuales que se han tomado nuestros jóvenes y aún adolescentes, la palabra sexualidad sigue teniendo para mucha gente connotaciones pecaminosas. Mientras esto sucede, sin embargo, la realidad sigue socavando los cimientos demasiado frágiles de las antiguas fortificaciones en que tantos se resguardan negando lo que la realidad de extramuros muestra: la cultura hedonista de hoy que expone a nuestros jóvenes y adolescentes a enfermedades físicas y psíquicas y que está aniquilando sus energías de crecimiento.

Padres y adultos responsables debieran enfrentar un problema que amenaza empeorarse si no se empieza por hacer lo elemental: aceptar la existencia de la problemática, hablar con sinceridad sobre el tema y si es necesario- ya que tan poco se ha hablado, leído y estudiado hasta el momento sobre la conducta sexual humana- actualizar sus conocimientos, leer, analizar y comentar significados con los menores, consultar el pensamiento de quienes hace bastante tiempo observan y estudian tema tan vital y nos dan generosos sobreavisos.

La etapa actual, la cultura que vivimos, tanto los adultos,- es decir lo que ya hemos crecido- como los adolescentes,- que son los que están creciendo- se caracteriza por una generalizada inmadurez sexual que se sostiene en una perturbadora sofisticación cuyos resultados están a la vista: uso y abuso de la actividad sexual sin sentimientos ni respeto por sí ni por el otro, angustia, vacío, depresión y muchos etcéteras conocidos. La causa principal de esta pérdida de la energía vital es la ignorancia, la negación del tema, como si por negarlo pudiera borrarse su existencia.

Intentando aclarar una realidad muy confundida, decimos que la sexualidad- que no debe confundirse con la genitalidad a la que incluye- debe ser entendida como expresión emocional, como el reflejo de la personalidad y con ella de la manera de vivir, de relacionarse, de vincularse consigo mismo y con los otros de cada ser humano.

Alexander Lowen, notable psiquiatra neoyorquino, dice que esta sociedad se caracteriza por una mayoría de vidas frustradas de quienes, aunque se consideren sexualmente emancipados, desconocen el sentido profundo de la sexualidad; una mayoría de seres que limitan su significado al acto sexual, se acercan al otro género llevados por la necesidad de aprobación o el miedo al rechazo, se sienten evaluados por normas externas a ellos/as y no son sinceros consigo mismos. Es decir explotan el erotismo con miedo a sus propias respuestas y el amor, con miedo al compromiso de los sentimientos.

Esta cultura generalizada, que empaña la existencia de adultos y menores es una de las peores características de nuestra civilización occidental.

Los que limitan la sexualidad a la búsqueda del placer por el placer, lo intelectualizan, lo controlan y miden y agudizan el empleo de habilidades creyendo que eso los hace conocedores de la vida sexual, no sólo dan un mal ejemplo que se extiende hacia los más chicos sino que los hacen creer que, pueden jactarse de maestros en sexualidad si han adquirido ciertas habilidades y destrezas propias de los monos del zoológico. Lo que significa fragmentar la vida humana, quedarse en una perpetua adolescencia.

Quienes han llegado a una sexualidad que integra su ser y con ella a la madurez de su personalidad consideran que el comportamiento sexual es la expresión directa de sus sentimientos, el más alto de los cuales- más allá del enamoramiento y la enceguecedora pasión- es el del amor.

La sexualidad debe ser considerada como un proceso biopsíquico que depende del uso de una energía sobrante de la que el ser humano ha sido dotado para aportar a su crecimiento físico y psíquico y, superada esta etapa alrededor de los veintiún años, encauzar la actividad hacia la vida sexual, canal de expresión amorosa, fuente del mayor placer en la fusión y completad de dos y camino hacia la multiplicación de la especie.

Para quienes han logrado una adecuada maduración psico- emocional el sexo es la expresión biológica del amor que, dicho sea de paso, sólo puede sentir una persona madura, ya crecida. El amor, que se caracteriza por la capacidad de dar y darse, necesita conocimiento de lo que se es y se quiere para la vida como proceso y desde allí conocimiento del otro. Ese conocimiento necesita proximidad física y la proximidad física conduce a la unión sexual que, según Erich Fromm, es la respuesta al problema del sentimiento de soledad de la persona que no lo encuentra en la sublimación.

Por lo que ser una persona madura significa llegar a la consciencia de su estado emocional, de su propio cuerpo y salud, de la totalidad de su ser que es uno e indiviso- arriba, abajo, cuerpo y espíritu. De allí su independencia y responsabilidad.

Podemos afirmar entonces que la sexualidad madura es la manifestación de un equilibrio psíquico estable y de un estado de satisfacción general con la vida por lo que, cuando el sexo es solamente un acto físico, se corre el riego de destruir la integridad psíquica del individuo.

Así, quienes viven una sexualidad inmadura disocian sexo de amor, produciéndose graves alteraciones emocionales que retrasan aún más y por plazos indefinidos su madurez. Y esto significa anular las posibilidades de armonizar su ser total, es decir sus sentimientos, deseos, placer, encuentro, identificación, potenciación y fuerza.

La educación sexual, que no es otra cosa que hablar sobre el tema, avisar, estudiar, leer y comentar junto a los menores, encuentra motivos de tratamiento en la realidad diaria, en temas que corresponden a las relaciones humanas, a los vínculos que se forman para continuar la vida que reclama seguir latiendo pero, además, como dice Marilyn Ferguson, crecer en espiral, ser cada vez más lúcida, más plena, de mejor calidad.




¿INSTRUCCIÓN O EDUCACIÓN SEXUAL?

“El problema del embarazo de los adolescentes ha aumentado increíblemente en la medida en que se les ha dado a conocer más medios para evitar los embarazos. Es que informar sobre métodos anticonceptivos no es educar la sexualidad. No estoy diciendo que la mayor disponibilidad de métodos sea la causa del incremento de embarazos pero sería temerario decir que es irrelevante”.

George F. Will- de Newsweek

La problemática sexual adolescente compete a todos: padres, docentes, Iglesias, sociedad. Pero sobre todo inquieta a los mismos adolescentes.

Son ellos los que desde diferentes instituciones educativas han salido a plantear la necesidad de que se les dé la materia Educación sexual, e insisten de tal manera, que hasta las autoridades del Ministerio de Educación se han visto obligadas a atender asunto tan delicado.

Pero decir sí a la educación sexual en las escuelas despierta tantas dudas y discusiones que por ahora “La provincia lanzó un programa optativo, que incluirá sólo a escuelas que se anoten”, dice la nota que publica el día 27 de mayo VOZ DEL INTERIOR, evidenciando así que el tema será tratado , por ahora, con cautela.

Opiniones divididas

Es que la discusión divide a la sociedad entre quienes creen que esta materia debe ser incorporada a la currícula escolar por lo menos en la escuela secundaria y quienes opinan que no, que son los padres los que deben educar sexualmente, en tanto se supone que existen sectores “más atentos a monitorear este tipo de cambios como la iglesia Católica”, según la nota referida.

La discusión está abierta e invita a sumar opiniones.

Por nuestra parte pensamos que en las raíces de esta discusión, existe una confusión que radica en la misma denominación de la materia a dictarse:

¿De qué se está hablando? ¿Se trata de instruir o educar sexualmente?

¿Se debe informar sobre la biología genital o formar la sexualidad integrada al ser humano que cada uno es?

Por lo tanto, la materia que se dictaría, ¿debiera llamarse Instrucción sexual o Educación sexual?

Responder a estas preguntas supone adoptar una de dos posiciones bien diferenciadas:

Porque si lo que los alumnos piden y algunos adultos consideran útil es algo así como un manual de uso que prescriba cómo manejar las relaciones sexuales evitando riesgos tales como embarazos no deseados, abortos o maternidades prematuras y enfermedades de transmisión sexual, estamos hablando de instrucción sexual y se corre el riesgo de que los resultados sean los denunciados por George F. Will citado en el epígrafe.

Si en cambio de lo que se trata es de llamar la atención del adolescente hacia el valor de la vida y el suyo propio, como persona, despertar la admiración y necesidad de conocer y cuidar su cuerpo y el del otro, investigar sobre la orquestación de su genitalidad, enaltecer, en fin, las posibilidades que se le brindan a partir del desarrollo de su maduración como sujeto activo que se encamina al uso de su libertad responsable, estamos hablando de educación sexual.

Por cierto la diferencia está en las palabras mismas: “instruir”, “educar”. Pero, por lo que parece, hasta este momento lo que se está discutiendo en realidad es si debe o no instruirse sexualmente en la escuela.

Por lo menos eso es lo que demuestran las acciones hasta ahora desarrolladas. ¿Qué otra cosa sino instruir es repartir preservativos, indicar cómo se evitan embarazos y hacer algunas descripciones tangenciales de los genitales masculinos y femeninos?

La confusión radica en decir que hablamos de sexualidad, que es un concepto integrador de lo humano, cuando en realidad la referencia es a la pura genitalidad.

De ser así es comprensible el rechazo de muchos adultos, padres y algunos credos, sobre todo de la Iglesia Católica, al dictado de la materia.

La realidad nos advierte que, sea porque ya se han iniciado y hasta abundan las acciones tendientes a instruir sobre el uso de preservativos y métodos que eviten las consecuencias negativas del acto sexual, ya sea por el hedonismo reinante, por la cultura del todo vale a que arrastran muchos medios, los ídolos del momento y la acentuada ausencia de la conducción de muchos padres, los chicos de hoy han quedado a la intemperie y se hace cada vez más difícil resguardarlos de los riesgos a que se someten cuando sus conocimientos son tan limitados, su curiosidad tan dirigida desde afuera y las fuentes de sus saberes sus propios pares.

Indudablemente esta era de cambios vertiginosos ha mudado las conductas de los adolescentes de ayer, tan obedientes a normas establecidas por los mayores cuya autoridad no se discutía.

La situación actual, realmente preocupante por el aumento de niñas embarazadas a cada vez menor edad, por el aumento de abortos y riesgos de muertes, secuelas de angustias, depresión juvenil y hasta suicidios, divorcios, y tanto más que desemboca en una grave pérdida de sentido, obliga a preguntarnos:

Ante esta juventud, más rebelde, más atrevida, temeraria, y también más arrogante y frontal, ¿no será hora de discutir temas que intenten formar conciencias y buscar verdades más profundas?

“Ser humano también es un deber” ( De Graham Greem)

Citamos a Graham. Greem apoyando la idea de que la sexualidad educada mediante el diálogo y la investigación contribuye a construir seres humanos más sólidos, plenos, dignos y también más felices. Es decir cada vez mejores.

Para lo cual hay que “ formar conciencia” ya que de lo que se trata es, justamente, de iniciar el tratamiento franco de temas fundamentales que despierten, precisamente, amor y respeto por la existencia, que vuelvan la atención hacia el ser humano que somos y la obligación que tenemos de “ honrar la vida”. (Para decirlo con la popular canción).

Y para formar conciencia, se debe: informar, debatir, cuestionar, dialogar, llegar a conclusiones sobre lo que en el fondo preocupa a los adolescentes, que inician el tránsito de esta etapa vital, justamente, por el despertar de su sexualidad.

Formar conciencia es permitir y animarse a orientar en la búsqueda de respuestas a preguntas tales como:

¿Qué está sucediendo en mi cuerpo? ¿Por qué? ¿Cuál es el significado y sentido de la edad que atravieso?, ¿tránsito, llegada, cuál? ¿Cómo se integra la edad que transito con las otras edades del ser humano? ¿Qué es el placer y hacia dónde conduce? ¿Qué son las sensaciones, qué es la emoción, qué es sentir, por qué somos humanos? ¿Qué nos diferencia de los otros seres de la creación?¿Qué es la inteligencia y cómo actuar con ella para hacer una vida más plena y feliz? ¿Cuándo estamos maduros para dirigir la propia vida? Y más, muchas más.


ENFRENTAR EL DICTADO DE EDUCACIÓN SEXUAL


“En cinco años en la Argentina 2008 niñas menores de catorce años tuvieron un hijo”. “Admiten que creció el abuso sexual de niños de 6 a 11 años”. 
Titular publicado por La Voz del Interior.

Ambos temas, entre tantos de cada día, denuncian graves falencias, yerros que, como la mayoría de los que más nos preocupan, afectan los vínculos humanos que pertenecen al campo de la sexualidad.

Sin embargo esta última palabra aún produce escozor, y el hablar sobre los temas que a ella se refieren, que son los de la vida, es rechazado por demasiados adultos, padres muchos de ellos, por lo que es común escuchar de sus bocas frases como:

“Creo que la educación sexual debe ser impartida en el hogar, que el tema atañe a lo íntimo y que no puede ser la escuela la encargada de hacerlo”.

Las maestras- con quienes hemos mantenido diversos diálogos- también dan cuenta de la falta de apoyo familiar para dictar educación sexual en la escuela: “¿Hablar de ecuación sexual con los alumnos? No, yo no me atrevo a hacerlo, ¿y después qué hago con los padres que vienen a quejarse?”

Otro de los pretextos que se utilizan para postergar este tratamiento es la falta de preparación y la dificultad de encontrar los temas a desarrollar. ¡Como si no estuvieran presentes cada día y en todos los ámbitos!

Aunque los adultos de hoy no fuimos preparados para enfrentar nuestra realidad sexuada, la realidad aprieta y vamos advirtiendo cuán profunda conexión existe entre sexualidad y vida, de tal manera que cuantas vivencias, observaciones, comentarios, tengamos diariamente nos remiten a hablar de los géneros, de los sexos, de las edades del desarrollo humano, de las uniones, buenas o malas, de los resultados de esas uniones, de los desencuentros de las parejas y sus desavenencias, de los divorcios, de los hijos, de su crianza, muchas veces de su abandono, de su mala o buena conducción, de la felicidad, de la potenciación de fuerzas, de la violencia… porque todo lo que nos pasa, las frustraciones, las perversiones, las actitudes ante la vida, los deseos de ser más y mejor o el estado contrario, la depresión en que tantos van cayendo, dependen de cómo vivimos, de cómo hemos resuelto la herencia de los viejos mandatos y de cómo hemos aprendido y decidido vivir nuestra sexualidad.

Sobre los temas, entonces, no hay dudas, aparecen en nuestra vida cotidiana, se meten en el hogar a través de las noticias, se llevan a la escuela. No hay que salir a buscarlos ni cerrar las puertas del aula para decir: ahora vamos a hablar de temas ocultos, secretos, íntimos, sino que bata soltar la mirada alrededor.

Los chicos están necesitando y esperando que los adultos les aclaremos con palabras y ejemplos las ideas muy confusas que tienen sobre algo que afecta su existencia, su vida sexual, sus pulsiones, la fuerza de la vida de su despertar hormonal.

¿Acaso deben los mayores oponerse a dialogar sobre estos asuntos? ¿Acaso desconocen el poder de la palabra, de la prevención, de la reflexión? ¿Acaso la mayoría de los padres habla de sexualidad en su hogar y en tal caso cuál es el nivel de conocimientos del que disponen para tratar el tema adecuadamente?

Por otra parte: ¿Qué actitud asumen los padres cuando una hija púber les da la noticia de su embarazo? ¿Qué respuestas dan a la niña que acusa a un familiar, a un vecino, a un conocido que la ha violado? ¿Saben de los padecimientos psíquicos y físicos que afectarán a la niña o al varón de por vida a partir de la violación de su intimidad? ¿Conocen las consecuencias de las relaciones sexuales prematuras, el daño que sufre el aparato psíquico, el fracaso de un matrimonio forzado en plena etapa de inmadurez, las marcas que deja el aborto, la importancia que tiene para la vida humana la relación de la madre con su bebé, etc.?.

Ha llegado el momento de enfrentar el dictado de educación sexual, con responsabilidad, con una base de adecuados conocimientos, convencimiento y, por sobre todo, con auténtico y sano entusiasmo. Ojalá 2011 nos encuentre mejor dispuestos.




SABER SOBRE SEXUALIDAD, UN DEBER



“Despojar al objeto de su misterio es como robarle el trueno a Júpiter. Una vez conocido, ya no opondrá resistencia”
Palabras de Angel Stival citando a Bauman en su artículo SABER PARA EJERCER EL PODER.




Para Bauman el saber sobre un objeto es la mejor arma para manejarse con él y cuanto más se sepa, cuanto más exhaustivo sea ese saber más se podrá contra el enemigo de la ignorancia que, despojado de sus secretos, perderá poder.

Leyendo a Barman, Stival aplica estas ideas al tema de la ignorancia de todos los temas empezando por los que hacen a la mejor calidad de la vida humana.

Pues bien, dentro de esos temas aquí lo aplicamos a uno específicamente vital cual es el de la sexualidad humana, y decimos “vital” porque la sexualidad es lo que determina nuestra vida como ser masculino o femenino y lleva a comportamientos de los que depende nada menos que la propia existencia, la felicidad o la desdicha comprometiendo la de los otros. Al hablar de sexualidad, hablamos del tema del cuidado, del uso del cuerpo, del compromiso con una pareja, del tener hijos a los que se ame y prepare para la vida o de los que se reniegue, se desampare, se maltrate y hasta violente. Hablamos, a través de una educada sexualidad, de formar una familia contenedora y cálida o violenta y expulsiva.

Al develar los secretos del “objeto “ sexualidad se dan armas para luchar contra los enemigos de la vida, de afrontar conscientemente los riesgos de muertes prematuras, de vidas malogradas. De eso se trata, ésa es la cuestión.

Y aunque todavía no hemos ingresado a ese “despojar del misterio a la palabra sexualidad”, aunque la sigamos pronunciando con malicia y hasta morbosa intención, sabemos que en nuestra ignorancia misma habita el enemigo. Porque, ¿no es verdad que desde nuestra posición de hombres y mujeres comunes, de padres y docentes, sentimos la presencia dañina de seres muy poderosos que nos hacen perder el sueño y la tranquilidad y nos advierten sobre la necesidad de no dilatar más la acción?

Evidentemente un cierto agudo malestar quiebra la tranquilidad de nuestros sueños nocturnos de padres, de adultos. Una oscura preocupación nos advierte sobre la existencia de un gran enemigo metido en nuestras casas, en la vida de nuestros hijos, en su futuro. Un enemigo agazapado, que sabe cómo entrar sin despertar suspicacias ni alentar defensas y al que empezamos a atender obligados por el clima que se vive en los hogares, porque los chicos están más rebeldes de lo que les cabe por definición de la edad, porque ya no alcanzan las palabras ni las normativas, porque salen cómo y cuando quieren, porque son presas de la TV y de lo que el mal Internet les proporciona, porque parecen vivir ceremonias ocultas a las que los mayores aún temiéndolas no podemos entrar. Bien sabemos que las cosas no andan bien.

En la familia, en la escuela, en la sociedad un poderoso enemigo está haciendo y deshaciendo, transformando en ruinas el mensaje, el afán educativo que queremos transmitir a nuestros hijos, a las nuevas generaciones.

La sociedad de consumo a través de sus infinitas formas de invasión , a veces enmascarada en las bromas, en los chistes, en las imágenes, en las canciones y en todo lugar, en el comedor, en el dormitorio de nuestra casa, en los boliches, en las escuelas, en todas partes en fin, realiza su tarea silenciosa o estruendosa de corromper.

La sociedad de consumo valiéndose de todos los medios halaga a los chicos- ¿también a mayorías que se dicen adultas?- les susurra al oído sus promesas de placeres fáciles, invita a consumir más y más escenas excitantes de las zonas bajas del ser humano, y transforma a nuestros hijos en objetos que han de mover, cueste lo que cueste los millones que el mercado necesita para hacer más ricos a los ricos.

Y son tan dulces, tan placenteros sus halagos, que la mayoría de los adolescentes son arrastrados por la corriente de la euforia pasajera de algún placer que se le invita a satisfacer, por las caricias envolventes de las sensaciones, por la sensualidad que despierta el contemplar escenas morbosas, por el torbellino arrebatador de los estruendos, por la locura del aturdimiento de un momento que solo es un instante sin futuro.

De esa manera los que aún no han madurado, y más precisamente los adolescentes, son sacados de sí mismos, de la edad que por definición es de búsqueda de su propia interioridad, del que debiera ser intento de ponerse en el propio eje vital, el que les permitirá con los años, y sólo con los años, consolidarse como ser único y diferente y lograr la definición de la identidad.

Pero los chicos están demasiado entretenidos y tan suspendidos en su ya que no advierten- ni quieren escuchar las advertencias- sobre los riegos que significan para su vida y su futuro ese estado de inconsciencia colectiva que los masifica en una sola constitución excitable y manipulable.

Y así los vemos- ante adultos que contemplan con impotente azoramiento- cuando regresan a los hogares muy tarde por la mañana y en estado de lamentable enajenación.

¿No son acaso los boliches espacios de concentración anónima que reproducen el todo vale del espacio exterior adulto?- Se pregunta Enrique Valiente Noailles en nota publicada por LA NACIÓN.

“El estilo acrítico del mundo contemporáneo se guía por la idea de que todo lo que puede, debe hacerse”- Advierte este escritor.

Tal vez por eso asistimos un tanto impávidos al espectáculo repetido semana tras semana y que muestran las cámaras televisivas: Miles de adolescentes, y todos los fines de semana, son arrebatados tras su cantor favorito que incita con sus ritmos y letras a desatar todo lo que las costumbres, la lógica, el sentido común ha venido educando, formando pudorosamente para que haya más fuerza vital, más consistencia en cada ser.

En lugar de esa fortaleza que es imprescindible para afrontar la vida, los chicos de hoy, totalmente debilitados y conducidos, creen, se les hace creer, que son libres y que en nombre de esa mal entendida aunque halagüeña libertad, pueden hacer lo que les dicten sus impulsos básicos.

A tal extremo se está llegando- “la adolescencia suele ir a los extremos y desafiar todo límite”- dice Noailles, que los adultos, que hasta aquí actuamos sólo como testigos , empezamos a decirnos, y lo decimos en nuestras reuniones de adultos- en las escuelas, entre amigos, en las convocatorias institucionales- que algo hay que hacer con nuestra preocupación, que es hora de hacer y saber qué hacer contra el enemigo que induce a nuestros hijos, parientes, vecinos, alumnos, a que vivan como para estrellarse, a agotar su tiempo y su edad, a arriesgar su vida no sólo queriendo beberse de un trago las distancias que separan las rutas sino apretando el acelerador de las botellas y de las drogas. Y tal vez lo que más nos alarma es que en medio de todo ese desajuste, en el centro de los placeres fáciles y arrebatadores han desatado su sexualidad transformándola en pura genitalidad, en puro, instantáneo placer instintivo.

Volvemos a repetirlo: ¿Qué puede hacer el adulto preocupado y el mismo adolescente y joven arrebatado por una corriente que lo anula?

Sólo es posible interponer el saber. Sólo el conocer, para la reflexión, como lo dice Bauman.

Básico es, sin embargo, y hasta decimos vital, que sepan sobre el ser que son, el género con que han sido signados, sobre las características que los hacen ser hombre o mujer, sobre la edad que transitan, sobre su posible proyección a las realizaciones del futuro, sobre la madurez, sobre las posibilidades de realizar una vida plena o significativa o resignarse a hacerla pasatista, placentera, dependiente. Mediocre, como está siendo la de las mayorías.

Es necesario que sepan sobre los alcances del ser humano, sobre la realidad que los ha concebido y la que los envuelve y modifica, sobre las maravillas que lo constituyen como ser destinado a la trascendencia.

Reflexionar en familia y en el aula sobre conceptos que nos tienden escritores, investigadores, científicos, hombres de ciencia, filósofos, llevar a los niveles altos del alma humana toda experiencia, superar los bajos niveles a los que llama y con los que usufructúan los demagogos, los mercaderes de la vida, es una manera de enfrentar el alto grado de corrupción a que son sometidos los que por su naturaleza debieran ser idealistas, soñadores de un futuro, emprendedores enérgicos de cambios para una vida personal mejor y, en consecuencia, una sociedad cada vez más limpia.





LA AUTORIDAD DEL QUE EDUCA SEXUALMENTE


“No se puede educar sin autoridad” 

Antonio Marina

Transmitir conocimientos supone, en cualquier área, ser portador de las llaves que abren los misterios de un determinado saber y tener la vocación de revelarlos.

Los padres son, por su propia naturaleza, los destinados a entregar, con amor y voluntad, las llaves de entrada a los saberes que poseen sobre el mundo, sean estos de mayor o menor cuantía. Lo hacen, la mayor parte de las veces, inconscientemente, con el ejemplo de sus vidas y otras sumándoles sus palabras, sus lecciones que ofician de avisos anticipatorios a realidades por ellos ya vividos y que aspiran sean superadas por sus hijos.

La dimensión temporal de lo humano se juega en ese acto de educación familiar cuando el niño reconoce que sus padres, que estuvieron en la vida a la que se asoman desde un tiempo antes de su llegada, son la autoridad. Pasado, presente y futuro entretejen sus significados en ese generoso acto dador de experiencias a los recién llegados, tendiente a producir, en el largo proceso del desarrollo humano, el encuentro de cada ser consigo mismo, con su identidad, sus talentos y vocación optimizando así una vida que está llamada a ser única si encuentra su significación a través de un largo proceso que ha de culminar, con suerte, en la vejez.

Pero este proceso aborta cuando los padres pierden la autoridad que naturalmente les es conferida, por lo que es oportuno preguntarnos el por qué de esa pérdida.

Ciertas respuestas atienden a los factores externos, pero las más sinceras señalan que es la conducta poco madura y asertiva de los padres, es decir el mal ejemplo en la conducción de sus propias vidas, lo que anula su posibilidad de guiar con amor, firmeza y límites.

En cuanto a los maestros que son, por definición, transmisores de la cultura precedente a sus alumnos y que en ese acto de comunicación actúan en la articulación del presente con un porvenir que aspiran sea mejor y más vigoroso que el suyo propio para los sujetos del aprendizaje, sucede lo mismo. Es decir, se piensa que factores achacables a la sociedad actual han producido el debilitamiento de su autoridad en tanto los debieran buscar en el ejercicio de su propio magisterio.

Existen, a pesar de las dificultades de hoy, grandes maestros y profesores que saben ganarse el respeto y adhesión de sus alumnos y que educan con autoridad porque están convencidos de su poder transmisor, de su idoneidad y de que el éxito depende de la fe puesta en el valor de su labor y en la esperanza de que los tiempos venideros serán de más calidad que el actual como lo dicen las optimistas miradas de pensadores como Marylin Ferguson: “La especie humana crece en espiral, y, a pesar de las grandes franja de jóvenes, que quedan excluidas del progreso, el hombre genérico se eleva hacia un nivel de vida más alto.”

Sin embargo, sabemos que la autoridad, demasiado bombardeada por agentes extraños, ha entrado en un plano de lamentable eclipse y que la razón esencial parece ser el debilitamiento de la figura y con ello de una actitud firme, segura y serena de los mayores contrapuesta a la fuerte seguridad y hasta ensoberbecido atrevimiento que les ha conferido a los más jóvenes una sociedad que los hace creer que han llegado a una etapa terminal, que no hay futuro, que ya lo saben todo, que nada pueden aprender ni admirar del mundo recibido y creado por las generaciones que los precedieron.

La sociedad de consumo, la mercadotecnia parecen querer a los adolescentes y jóvenes- o necesitarlos- seguros en su actitud de consumidores compulsivos. Arrogantes y envalentonados. Y hacia ese fin apuntan sus mensajes.

Por otra parte, se suma a la sobre valoración excesiva de los atributos de la juventud que moviliza en los adultos no maduros el intento de permanecer eternamente en ella, la falta de fe en el valor de las propias fortalezas, y, en el caso de los docentes, el descreimiento en la autoridad que otorga no sólo el título ganado para educar sino el otorgado por la experiencia y los años. Se intenta, por eso, llegar a los alumnos echando mano a actitudes demagógicas, tan recurrentes en nuestra sociedad, que intentan ganar la voluntad y afecto de los menores facilitándoles todo esfuerzo, lo que ha construido un estado de cosas en la que perdemos todos:

Los mayores porque sufrimos la frustración de no poder llevar nuestro mensaje formativo a los que nos siguen, porque no podemos educar ni transmitir.

Los adolescentes y niños, porque transitando una edad en que deben ser guiados, terminan recibiendo lecciones interesadas o malinterpretadas de fuentes no idóneas:

Algunos programas de la TV o sitios del mal Internet, de sus pares que, por estar transitando una etapa vital de construcción y de búsqueda de su identidad apenas si pueden enfrentar sus propios conflictos sobre los que saben tanto como ellos, de la sociedad consumista de hoy que los aleja del sentido de lo humano y los sume en un estado de depresión y tristeza, de sin sentido y desvalorización de su humanidad.

La fuerza expansiva del consumo del alcohol, de las drogas y de un sexo prematuro que los confunde sumergiéndolos en la adicción a sensaciones sin sentimientos y los someten a graves enfermedades físicas y psíquicas, o los enfrentan a una paternidad irresponsable, hablan a las claras de la depredadora crisis actual.

A pesar de lo descrito, demasiados adultos, padres, docentes, no se hacen cargo de este estado destructivo de las vidas jóvenes. Por eso es tarea fundamental fortalecer en los adultos la idea de que su misión es ineludible e impostergable.

Es necesario que los mayores busquemos restablecer nuestra perdida autoridad en el hogar y en la escuela. Para lograrlo es básico reconstruir la necesaria asimetría que debe existir en todo acto educativo: el docente en una posición más alta, convencido de su misión y sus saberes si bien dispuesto a seguir aprendiendo y dando cabida a las novedades que los profundos y vertiginosos cambios que va introduciendo el día a adía de hoy. El que está aprendiendo en la posición contraria, admirando a quien, con autoridad y afecto, está dispuesto a guiarlo para que devele los secretos de una existencia que, bien llevada, puede llegar a ser maravillosa.

A este respecto dice Levinas: “Las ideas instruyen a partir del maestro que las presenta, y maestro es, fundamentalmente, quien abre la conciencia gozosa del saber por obra del arte expresivo con que brinda el conocimiento que él habita y que lo habita.”

En la medida en que esa transmisión implica un esfuerzo de las dos partes, del maestro por llegar, del alumno por acceder al conocimiento, se genera la plenitud que produce toda tarea cumplida y la buena disposición de los educandos hacia aquello que se les brinda. Las palabras del filósofo Santiago Kovadloff afirman esta idea:

“Para alcanzar el espíritu del alumno el docente debe infundir a lo que comunica, junto a su relieve intelectual, la intensidad de su afecto.”

Palabras que nos llevan a pensar que lo que está faltando para cargar de nuevas energías la autoridad debilitada, cuando no perdida, es una fuerte convicción en el significado de la misión docente y amor y dedicación a la tarea.

Se trata entonces de revitalizar el acto educativo con la seguridad de que esta tarea es fundamental en cuanto supone un hecho inter subjetivo, contacto de seres humanos, en el que intervienen un ser que marcha en un segmento de la construcción de su vida y otro que ya lo ha superado y que, por llevarle la delantera, tiene una visión más abarcativa de la realidad que permite el flujo de una enriquecedora comunicación.

A propósito de esta idea dice Fernado Savater en su obra “El valor de educar”:

“De las cosas podemos aprender efectos o modos de funcionamiento pero del comercio con los semejantes aprendemos significados.”

Esos significados se refieren, según Savater, a la cualidad misteriosa que tienen las cosas y las ideas de vincularnos con los otros. Puede aprenderse mucho de lo que nos rodea, dice “Pero la llave para entrar al jardín simbólico de los significados tenemos que pedírsela a nuestros semejantes, de ahí el profundo error actual de homologar la dialéctica educativa con el sistema que programa educar a través de ordenadores”.

Y es justamente esa relación con los semejantes, a la que el ser humano empieza a ejercitar recién en la alborada de la adolescencia, y que se va profundizando con el arribo a la madurez, la que permite una mirada del conjunto, de un todo del que somos parte como seres humanos, de las macro estructuras en las que todos estamos contenidos.

Además, a esa mirada más abarcativa y comprensiva de la realidad se debe sumar la “metacognición” que supone que, más allá del conocimiento, se hace conciente el valor de su transferencia a las propias conductas y su significado vital, sus “para qué”, una lectura e interpretación que ganan en calidad y profundidad, de forma progresiva, a través de los años y a medida que se asciende en las etapas que construyen al ser humano.

Los adultos que han asumido un grado más alto de conciencia y han aprendido a pensar sobre lo que piensan, están asentando su capacidad de interpretar y seguir la dirección de las profundas significaciones.


En lo que se refiere al educador sexual  Y si para todo acto educativo es necesaria esa madurez cuánto mayor es la que se requiere en el que imparte educación sexual entendido como guía en la construcción de vínculos y no un mero instructor o comunicador de experiencias vividas para pasar un momento de placer.

Es imperativo, entonces, en el dictado de “Educación sexual”, materia que se ha de implementar obedeciendo a la Ley 16.150 , que quien ejerza esa tarea de extrema responsabilidad sea una persona madura, que ha asumido su edad, que se sienta segura de las etapas recorridas en su propia existencia, que sepa y sienta que es una autoridad porque es auténtica y fiel a sí misma, es decir una persona satisfecha con sus logros, fortalecida en sus crisis vitales, experimentada y plena y que por lo mismo alcanza a dimensionar el sentido vital y humanizante de la palabra sexualidad.





POSICIONES OPUESTAS EN EDUCACIÓN SEXUAL 


La educación sexual en Córdoba, que debe responder a la obligatoriedad de la ley 26150- se debate actualmente entre diversas posiciones, que generan distorsiones y crean confusión e incertidumbre en el docente sobre el sentido que debe darle a una materia que le resulta muy difícil de integrar, abarcar holísticamente y, como consecuencia, dictar.

¿Difícil? Claro que sí. Sobre todo cuando ya hemos asistido a resonantes casos de equívocos en su enfoque, a visiones parciales que distorsionan la realidad total. Por otro lado, los adultos no hemos recibido una educación que profundizara y permitieran reconocer, por ejemplo, el sentimiento verdadero del amor, el que exalta y potencia y busca el acercamiento y culmina su expresión en la unión sexual, oponiéndolo al enamoramiento, emoción pasajera inicial que acomete con fuerza, anula y ciega de manera tal que puede llevar a cometer yerros tan traumáticos como es el embarazo adolescente.

Nunca antes se previno sobre la catarata hormonal que habría de eclosionar en la pubertad transformando al sujeto en cúmulo de extrañas sensaciones y urgencias.

Pero ha habido rotundos cambios y bien sabemos los adultos cuán necesitados están ahora nuestros adolescentes de conocimientos que les permitan armarse de sus propias respuestas en el reacomodo de una edad que los llevará, o no, a lograr una personalidad sólida.

Ha llegado el momento de discutir sobre aspectos que hacen a la calidad de vida, de animarse con una materia que tenga como meta algo más que lo puramente fisiológico y preventivo atendiendo más la formación y destino de la persona a partir del manejo consciente y responsable de la propia sexualidad.

Los docentes ante posiciones opuestas Dejando a un lado a los que descreen totalmente de los beneficios y se oponen francamente al tratamiento de la sexualidad en la escuela; a los que son absolutamente indiferentes y a los que consideran políticamente inconveniente impulsar la educación sexual, destacamos las dos posiciones opuestas que se definen en la actualidad:

Por un lado están los que comprendiendo las urgencias sexuales de la población adolescente, tóxicamente estimulada por los medios y la sociedad, y aceptando que todos los seres humanos tenemos derecho a gozar del placer sexual, asumen actitudes de total permisividad ante una sexualidad vivida sin barreras, transmitiendo a los adolescentes, eso sí, los conocimientos necesarios para que eviten riegos de enfermedades y embarazos indeseados.

Esta posición indulgente y permisiva, conquista, como es natural, muchos adeptos y parece ser la que triunfa en la escuela.

Fácil resulta ganar la voluntad de las mayorías adolescentes cuando se los impulsa a disfrutar el placer sexual distribuyendo condones, dando indicaciones sobre cómo usarlos y hasta solicitando a los padres “comprensión” sobre la necesidad básica de los chicos de satisfacer sus impulsos o pulsiones dando el mensaje de que con recursos bien empleados todos los riegos estarán bajo su control.

En una posición francamente opuesta se encuentran los que sostienen que la educación sexual es mucho más que instruir sobre métodos anticonceptivos, y que ha llegado la hora de comprender que el verdadero control, el que vale la pena ganar, es el que brindan los conocimientos, la reflexión a la que se llega por la educación cuya misión fundamental es despertar la conciencia, la admiración, el respeto y el cuidado por la vida, el amor, el otro.

Así, por vía de la reflexión, se desactivan los impulsos que atan al individuo a lo más primario del ser humano.

Los que alientan esta posición consideran importante trabajar competencias básicas como el respeto y amor por la vida, la atención a su sentido, la búsqueda de la autorrealización personal a través de la superación de etapas que deben transitarse con conocimiento y acabadamente, para no dejar vacíos y traumas, hasta llegar al logro de la madurez, de la que tantos adultos adolecen.

En esta educación sexual integradora, se considera fundamental, por ejemplo, incorporar, entre otros temas esenciales, el análisis del papel materno en la formación del ser, la influencia vital de su transmisión amorosa y positiva o de la angustia y sinsabor que se transmite al esperar a un hijo indeseado, como sucede en el caso de tantas adolescentes o mujeres adultas mal preparadas.

Por el camino del conocimiento y la reflexión- que eso es educación- y sin represión, los menores pueden y deben llegar a comprender que una sexualidad promiscua destruye el gozo de vivir y da lugar a traumas psicológicos profundos.

La revolución de los años sesenta generó dolor y depresión. ¿No habrá llegado el momento de iniciar una contrarrevolución sexual que ponga las cosas en su lugar, que se atreva con los verdaderos nombres y la importancia de formar vínculos fuertes basados en una sexualidad sana?

Y seguimos: ¿nos atreveremos a educar o nos limitaremos a instruir? ¿Nos decidiremos por la demagogia del “prohibido prohibir”, ganando dudosas simpatías, o nos arriesgaremos a poner límites, a decir “no” cuando corresponda hacerlo? ¿Cuál es la educación sexual que queremos?

Sin duda, un profundo cambio se anuncia. Es cuestión de que las mayorías descreídas en el “vale la pena” se sumen a las minorías creativas que ya hace tiempo están luchando silenciosa, pero efectivamente, por una educación sexual humana y profunda.





LAS DISCUSIONES SOBRE EL ABORTO, ¿TIENEN FIN?


“La educación enseña a saber elegir”-Robert Spaeman

Las discusiones sobre el aborto no tienen fin, de la misma manera que no lo tienen las investigaciones que debieran sumarse para, después de considerarlas, generar una ley amplia y justa.



Por un lado debe tenerse en cuenta al hijo y los nuevos estudios sobre los efectos psicológicos de ser deseado o no, amado o no.

Por otro lado se debe atender a la mujer, también víctima al abortar, sus sufrimientos físicos extremos y los profundos daños psicológicos: ansiedad, depresión, frigidez, sentimiento de culpa y tendencia al suicidio, por nombrar algunos.

El mal elegido enfrenta a un camino sin salida porque, ¿Cómo conciliar los derechos del hijo por nacer y de la madre que no lo desea?

Creemos en la educación como solución porque allí está la prevención.

La ley debe considerar el derecho a la vida. Pero ¿de qué vida?

De la calidad de vida del hijo por nacer nadie habla. No se habla del camino que debe transitar para transformarse en persona lo que supone llegar a ser autoconsciente, un sujeto racional capaz de auto controlarse con sentido de su compromiso con el futuro. Debemos defender la vida digna poniendo en el punto básico de la discusión la idea de que la mala relación sexual, la fundada en el placer efímero, trae al mundo hijos con profundas marcas, traumas, que, según estudios científicos recientes como los de Stanislav Groff, pueden transformar al hijo indeseado y mal querido en un individuo resentido, traumatizado, enojado con todos, con el mundo, con la sociedad.

Las mujeres que no desean al hijo acudirán a cualquier medio que tengan a su alcance. En última instancia el niño nacerá pero con el peligro de llegar estigmatizado por los malos deseos, por el rechazo, por un pecho no dador. Y, ¡cuán difícil le será a ese ser llevar una vida digna! Resultados siempre indeseables.

Por eso defendemos la solución posible, la educación.

No existe una adecuada educación sexual en la escuela de hoy - no hablamos sólo de entregar y enseñar a colocar bien el preservativo que es lo que hace la escuela actual- sino de educar, en el sentido de enseñar a saber elegir, a elevar a su máximo desarrollo las exigencias de su propia naturaleza, a actuar con sentido del futuro y comprometerse como personas dignas.

La educación enseña a sentir agrado por lo que es bueno y grato, disgusto por lo repugnante. Y así llegamos al principio: a la prevención que evitaría tantos males que vienen tras actos inconscientes, ignorantes.

¿Se piensa en ello cuando se habla de defender la vida de un inocente? Empezando por el principio: ¿se educa la conciencia de la importancia de aprender a buscar y elegir la pareja adecuada a cada ser, sin caer en la ceguera y riesgos del acto sexual prematuro?

De la precipitación inconsciente al acto sexual de los jóvenes y hasta púberes, surge la proliferación de embarazos y abortos o el nacimiento de seres muy desdichados.

De la misma manera en que un buen acto sexual- se entiende por bueno al encuentro de cuerpos y almas de dos personas maduras- puede llevar al epítome del placer y a hijos que tienen todas las chances de llevar una vida de calidad, el aborto produce el más profundo, lacerante y desgarrador dolor humano. Y, además, en la intrínseca naturaleza de la vida, existe una ley natural, inapelable que los jóvenes debieran conocer:

Para quienes fundan su conducta sexual en la saludable asociación de lo instintivo, lo emocional y lo mental reflexivo, la gratificación de una vida más plena; para los que practican un sexo superficial, de ocasión, el quebranto de la salud física y psíquica, la formación de una familia desdichada.

Los embarazos aumentan, las enfermedades de transmisión sexual aumentan, el número de los abortos crece acorde a la excitación de los tiempos y a su bandera: “los chicos tienen derecho a gozar”. Conocemos las malas consecuencias.

Porque, ¿qué chico y niña adolescente puede dudar de que, cuando se reparten montañas de preservativos- una práctica de la llamada “educación sexual” actual- se lo está invitando a probar su uso? Los adolescentes y jóvenes se inician más temprano, y acrecientan sus números de cópulas porque no hay nada más llamativo. El placer manda, a nivel primario del instinto.

Si no se atacan las causas profundas, si sólo se ponen parches cuando el mal está hecho obtendremos el penoso resultado de una profunda desdicha individual y social.

El Estado, por su parte, debe asumir su tarea educadora- no solamente instructora- y, ante una instancia indeseable, asegurar que la vida de la madre- muchas mueren dejando a hijos huérfanos- reciba la atención médica que proteja su vida.





EL EMBARAZO NO DESEADO


El embarazo no deseado es cosa de todos los días y su número crece porque, entre la adolescencia y juventud, las relaciones sexuales se han vuelto prematuras y muy frecuentes.

A cualquier mujer le puede suceder, esté en la situación y en la edad en que esté: la noticia de un embarazo puede encontrarla en la mejor o peor disposición para recibir al hijo concebido.

Le sucede a una cantidad innumerable de mujeres que, estando casadas y por distintas circunstancias: cansancio, embarazos muy seguidos, mala relación con el esposo, etc. no quieren tener al hijo que acaban de engendrar.

Y si esa reacción es bastante común entre las casadas podemos imaginar el efecto que produce en una soltera y, peor aún, en una adolescente.

El embarazo no deseado crece.

Estimulados por la erotización reinante, por películas cuya intención es excitar, por programas donde todos los frenos inhibitorios existentes se han cortado, muchas adolescentes se entregan al frenesí del acto sexual, sin medir las consecuencias.

Con los embarazos aumentan las angustias personales y familiares, los cambios en la estructura de la familia que debe acoger,-o no- a un nuevo ser cuando la hija aún no ha terminado su propio desarrollo y también se dan los casos de la formación de familias de adolescentes que han de abocarse a una crianza de la cual no saben nada.

Por eso se busca frecuentemente el aborto.

A las penalidades que pesan sobre el aborto se suman las cicatrices físicas y espirituales que quedan impresas de por vida en la joven madre y de las que dan cuenta las innumerables y silenciosas experiencias de jovencitas que pierden con el hijo al que se le impidió nacer, su propia alegría de vivir.

Pero de lo que poco o nada se habla, es de otros graves males, que también marcan una vida: los que se transmiten al hijo cuando la sentencia ded su ejecución ha sido perdonada, y el embarazo continúa como no deseado.

Stalisnav Groff, médico y psicólogo checo, ha sumado a los importantes estudios de Freud, investigaciones que le han permitido llegar a la psicología profunda, a las impresiones que el ser humano ha tenido durante el embarazo, en la vida intrauterina.

De sus descubrimientos ampliados por Bateson, Joseph Campbell y Abraham Maslow y oros, se infiere que, por la natural simbiosis simbiosis que existe entre la madre y el hijo durante el embarazo, todo lo que la madre siente, experimenta en sus emociones, en su físico, repercute y marca la vida futura que lleva en su vientre.

Así, las condiciones edénicas en que se desarrolla un feto cuando su llegada es esperada y disfrutada o la angustia de haber sido engañada, abandonada, cuando no se ha madurado como ser humano. El feto siente cuando la mujer siente rechazo por él, cuando fuma, ingiere bebidas, trasnocha y tiene una vida sexual desordenada.

Stalisnav Groff ha demostrado que así como existe un “pecho bueno” que transmite actitudes positivas frente a la vida, y uno “malo”, también existe un útero bueno en contraposición al malo que influye nocivamente en la vida embrionaria y se proyecta al futuro del individuo.

Un interesantes aporte de conocimientos para tener en cuenta, para prevenir a las futuras madres y alertar a los adolescentes sobre las consecuencias de una sexualidad vivida con desconocimiento e irresponsabilidad, lo que condena a un ser a morir en el aborto o a vivir con el estigma del que fue un feto aborrecido.





LA EDUCACIÓN SEXUAL EMPIEZA A DESPERTAR ADMIRACIÓN Y RESPETO


Los nuevos tiempos, los cambios sociales y sobre todo la filosofía hedonista y consumista vigente van virando la dirección de la mirada humana, de manera que cosas, notas, paisajes y situaciones, tal vez las mismas, tal vez las infinitamente repetidas son vistas como por primera vez. Eso hace a los cambios, muchos de ellos buenos, para el crecimiento, para asomarnos a lugares desde donde se ve más y mejor, aunque haya errores en esta mirada que cambia de perspectiva.

Con el tema de la sexualidad pasa así. Años, siglos, una eternidad ignorando su existencia, acallándola y de pronto la necesidad de enfrentar su realidad y su nombre porque el sexo se ha puesto a andar, sin hacer caso a las antiguas prohibiciones, sin el pudor de antaño. Con sus consecuencias felices o devastadoras, que tiene en sí tanto de vida (Eros) como de muerte (Tánatos).

En estos tiempos surge la necesidad de poner al sexo en un cauce y aparece la responsabilidad de los mayores, de los padres, de los docentes por no haber sabido enfrentar la realidad de su fuerte existencia.

No podemos callar porque el tema ya era explícito aunque no lo quisiéramos ver y aunque les dijéramos a nuestros hijos sin muchas explicaciones que tal o cual programa de TV no debe verse, tal cuento no debe escucharse o tal zona del cuerpo no debe tocarse. Los adultos estamos obligados a observar de una nueva manera ese objeto al que rehuíamos. Si no lo hacemos con conocimiento y preparación, cometeremos errores imperdonables como los que han merecido tanta atención de la prensa en estos días.

Admiración y asombro

La intención de esta nota es proponer que la nueva mirada que exige la humana sexualidad pase, sin extraviarse, por el tamiz de la admiración y el asombro. Esas palabras debieran ser puestas en la intención primera y fundamental de quien realice el acto de educar sexualmente.

Quienes han redactado la ley 26.150 que obliga a dictar la materia en la escuela no han puesto especial acento en ellas, pero sería bueno y provechoso que los docentes, los padres y los que estamos interesados en el tema, lo hiciéramos.

Lo que parece no tenerse en cuenta es que la sexualidad es la vida misma y que el diario existir nos ofrece a cada instante motivos para tratar en forma natural un tema que ha sido calificado como complejo y difícil.

¿Complejo? Sí. Lo es. Como el nacer, como el vivir, el crecer, el morir. Por eso pueden aparecer para su tratamiento las mil y una aristas de una realidad que tiene como protagonistas a hombres y mujeres, jóvenes, adolescentes y también adultos mayores, todos acuciados por urgencias corporales, emocionales, sentimentales a las que no sabe dar respuestas.

¿Difícil? Claro que lo es, como difícil, impenetrable, es el misterio por el que se nos da la vida, la increíble conjunción de células microscópicas que se unen para formar un cigoto que es el germen que contiene nada más y nada menos que un ser humano nuevo, diferente, único.

Día a día, segundo a segundo, vienen nuevos seres al mundo y en el seno de miles de hogares se produce una fuerte conmoción por esa prometedora llegada. Sin embargo, ¡qué poco o nada se habla sobre cómo ha eclosionado esa nueva vida! Como si el hecho original, el acto amoroso que unió el cuerpo de un hombre y una mujer en nombre del amor que les latía, en nombre del encuentro en que estaban comprometidos, no mereciera ser tratado, hablado, reflexionado de una manera que sirva de ejemplo y contribuya a formar a los más chicos.

Enaltecer lo sexual

Enaltecer el tratamiento de lo sexual es tarea de los mayores, develar los tabúes, los traumas que alguna vez nos protegieron pero que ahora son motivo de mofa para los jóvenes, es nuestra adulta obligación.

Si hace falta agudizar la observación: ¿acaso no basta salir a la calle para encontrarnos con besos de parejas en cada esquina? ¡Cuánto pudiera hablarse de las hormonas que desatan sus bríos juveniles, que despiertan sensaciones, que ensayan un cauce por donde ha de sembrarse una nueva vida!

La educación sexual debe hacer que esa vida nueva sea buena, que encuentre un buen nido, padres dispuestos a dar ternura y no violencia, capaces de encauzar y no de confundir.

Eso es educación sexual: una inacabable red de contenidos, de temas y subtemas cuya aparición no hay que forzar con preguntas mal direccionadas sino con una inteligente observación.

¿Acaso en la escuela no hay una docente ausente porque espera un bebé? ¿Acaso no hay preguntas que muchas veces se callan? ¿Tiene padre ese niño por nacer? ¿Le dará su madre una leche feliz o el niño beberá las hieles de una mujer abandonada, engañada, equivocada por su propia ignorancia?

La educación sexual nos ofrece la manera de encauzar observaciones y preguntas volviendo la mirada hacia lo que está “a tiro” de las vivencias de cada instante. Observar y hablar sobre el tema, reflexionar, generar juicios son maneras directas de ejercer una materia que no debe perder de vista su objetivo esencial: hacer más feliz nuestra existencia, propiciar el encuentro de los adolescentes y jóvenes con su yo mismo, con su auténtica identidad, mostrar un mundo posible de más calidad humana, con uniones logradas por el conocimiento, el proyecto y la responsabilidad. Sobre todo el amor, no el enamoramiento fugaz de la pubertad, sino el que va madurando con la edad cuando el aparato psíquico se constituye y nos da el Sí para hacer cosas de adultos con respuestas y responsabilidad de adultos.






SOBRE EL AMOR FRÍVOLO Y EL SENTIMIENTO PROFUNDO


“El placer puede definirse como la sensación de bienestar que produce el funcionamiento fluido de la vida, es decir incluye los fenómenos de crecimiento y creatividad”.
 (Alexander Lowen- Creador de la Bioenergética).

No es necesario que la televisión y los medios gráficos brinden el pavoroso espectáculo del maltrato familiar, de mujeres golpeadas, quemadas, asesinadas. Si echamos una mirada alrededor, en la familia, en los más cercanos, en los vecinos, encontraremos los deshechos y estragos provocados por la confusión reinante sobre el sentimiento del amor, porque, a pesar de que se supone que actualmente tenemos más conocimiento sobre lo sexual, existe una total desconsideración de la diferencia sustancial entre “sofisticación sexual” y “madurez sexual”.

Considerar esta diferencia es esencial para el comportamiento sexual de los adultos y la orientación de los menores ya que es vital, que los adolescentes sean educados en el amor, que sepan cuál es el bueno, que lo esperen sin contaminarse con la adición de lo que llaman amor y que es, simplemente, un deseo irrefrenable de experimentar un acto que, prometiendo el mayor placer, sólo conduce a la frustración, al deseo de posesión, desconfianza y celos, si se ejecuta sin conciencia ni sentido de la responsabilidad. Es decir sin madurez.

Veamos. Cuando se habla de “hacer el amor”, ¿de qué se habla?

Por un lado es común hoy que muchos hagan el amor o tengan relaciones sexuales porque es imperativo del hedonismo actual que busca consumir placer a toda costa. De esa manera, los que aún no han madurado una personalidad integrada en sí misma y proyectada a su futuro, suelen hacerlo animados por el alcohol, en estado casi inconsciente, o contagiados o compitiendo con los otros, o animados por películas que los erotizan, o por palabras o por historias que se narran entre amigos.

Entonces, de buenas a primeras, surge la invitación de ir a la cama con quien se da la promesa de experimentar un gran placer ¡Qué chasco! Es indiscutible que en las relaciones sexuales la naturaleza, una Inteligencia superior, la vida que quiere perpetuarse, han puesto el mayor placer, pero éste no se logra cuando no se responde a un íntimo deseo de darse, de fusionarse a otro, cuando se hace con quien se desconoce y por lo tanto no se respeta ni se ama aunque despierte una gran acaloramiento.

El gran orgasmo está reservado para aquel que se entrega en plenitud, consciente de su acto y poniendo los sentidos, el corazón, los nervios, los músculos en una entrega que, por serlo, lleva al ser humano a una dimensión muy alta que no sólo conecta con una mayor conciencia de sí sino con una mayor espiritualidad. En este último caso la expresión “hacer el amor” sería genuina porque responde a un imperativo real de juntar, unir, fusionar a dos que se han elegido, se conocen, se potencian mutuamente y despiertan un sentimiento mutuo de afecto, ternura y respeto.

Hacer el amor en este caso es obtener el gozo que el amor sexual promete porque hay un darse total de la persona, que, además ha logrado su integridad, su madurez.

En la escuela de hoy apenas se habla sobre esta realidad que tanto dolor y frustraciones causa; la escuela de hoy apenas se detiene en una instrucción sexual que muestra, -y lo hace bien- la descripción de los genitales y en cómo usar los preservativos u otros medios para evitar enfermedades de transmisión sexual y embarazos.

Sobre la base de estos conocimientos básicos y teniendo claro que el objetivo es despertar admiración y respeto y cuidado por la vida -que es amor y sexualidad a un tiempo- en la familia y en las clases de educación sexual debieran ser tratados aspectos fundamentales al desarrollo humano como son: los malos vínculos que crecen en el desencuentro cuando, demasiado temprano, las parejas copulan o conviven apenas ingresados a la adolescencia, unidos solamente por el placer que promete el sexo. La adicción sexual que provoca tener relaciones prematuras que envician un centro energético básico como son los genitales. La necesidad de conocer al otro, de la búsqueda, -entre tantos- de la persona adecuada, de la elección que se da primero por una súbita atracción que lleva a distinguir entre tantos, atracción que crece o se apaga en el mutuo conocimiento de la manera de ser del otro, de sus actitudes, de sus sueños, de sus hábitos, de la proyección a un futuro que se preocupa o no por construir. Se debiera reflexionar, por fin, sobre el cuidado recíproco, sobre el respeto por lo que el otro es, de cultivar la empatía que crece en la amistad, el compañerismo, la confianza y, sobre todo los proyectos a ejecutar en el futuro. Cuando existe una mutua admiración, se da la base de un amor destinado a ser más profundo y duradero.

Poco se les advierte a los adolescentes sobre la repercusión de la eclosión hormonal en su conducta, del acaloramiento que despierta la urgencia de buscar un novio o pareja y del apresuramiento que lleva a confundir lo sensorial con un sentimiento maduro que llegará pasada la turbulencia su edad.

De esto se debe hablar y hacerlo sin demagogia ni temor a que la verdad mortifique el espíritu a veces romántico y siempre apresurado de los chicos y chicas. Evitaríamos así tanto desmadre de conductas conducidas por mensajes masivos, televisivos o de amigos y compañeros que van por el mundo, confundidos y que confunden a los demás.

Para fortalecer y orientar conductas nada mejor que buscar buenos libros, autores especializados, reflexiones. Nada mejor que dialogar sobre el tema. Seguramente se evitarán situaciones penosas que provocan no sólo dolor en los miembros de una pareja, sino marcas a veces difíciles de superar como es, entre otras tan graves, la adicción a un sexo fugaz que pide una repetición que nunca llega a colmar los desequilibrios internos de una personalidad desintegrada.

Se evitará continuar multiplicando de generación en generación un mensaje que niega el valor de la vida.





A FALTA DE EDUCACIÓN SEXUAL, LA PRÁCTICA SIN RIESGOS


La educación sexual en la escuela demanda muchos, quizá demasiados recursos de formación docente, inexistentes hoy. Y esa es una consecuencia natural del hecho de que a casi la totalidad de los adultos nunca se nos revelaron conocimientos que permanecían tapados bajo el pesado bloque del tabú sexual.

Ni padres, ni abuelos se atrevieron a pensar en lo necesario, y más aún bueno y sano, que hubiera sido saber sobre los misterios de la vida, ocultos tras mitificaciones de cigüeñas o repollos y otros cuentos cuya intención era ocultar el tan pecaminoso acto del amor.

Ahora nos asombramos por el cambio de las costumbres que no sólo han desvestido el tabú sino que le han permitido que, salido de sí, se desorbite y vire hacia el punto más extremo, de manera que los adultos quedamos invalidados ante un envalentonamiento incontrolable de lo sexual, que no sólo ha traspuesto sus propias barreras, provocando el generalizado enmudecimiento de los mayores, sino que ha tapado la boca de la antigua autoridad que nada parece poder decir para proteger a los menores del descontrolado destape erótico de hoy.

Opción expeditiva

Las autoridades educativas actuales, sin poder escapar al fracaso de algunos incipientes intentos de impartir la educación sexual, optan por lo más expeditivo: instruir sobre métodos anticonceptivos.

En esa tarea se han puesto hace tiempo los ministerios de Educación que imparten directivas muy claras sobre la utilidad y uso del condón, sobre pastillas y tantas otras maneras de evitar embarazos indeseados y también, por cierto, enfermedades de transmisión sexual, lo que, según estudios recientes, no ha hecho otra cosa más que incentivar la curiosidad adolescente y el deseo de experimentar su sexualidad, liberados de todo compromiso y responsabilidad.

Y ahora, el anticonceptivo inyectable. Nos preguntamos cómo puede operar esta promesa de máxima seguridad anticonceptiva en las mentes púberes y adolescentes, y casi al instante nos respondemos que obrará como un gran estímulo para que la actividad sexual desatada por contagio social crezca más todavía, por fuera del circuito ponderable que establece la ley, tales como ser de condición humilde, no tener obra social o haber padecido un evento ginecológico reciente.

¿No creen ustedes que estas últimas noticias actúan como un poderoso tonificante de la curiosidad natural de los chicos, como un estímulo o aliciente a probar? Puede que sí o que no, pero la obligación adulta es estar atentos.

¿En qué consiste el nuevo método inyectable anticonceptivo?

Los artículos científicos nos informan que los hormonales inyectables como anticonceptivos surgieron, al principio, con un solo componente: un derivado de la progesterona, que se llama progestina. Estos inyectables fueron de aplicación mensual, bimensual o trimestral.

Después de una investigación clínica, se vio que si se le agregaba un segundo componente hormonal, derivado del estrógeno, podía asegurar en la mujer ciclos menstruales más regulares y alta eficacia. Algunos estudios, hechos en América latina, inclusive comparan su efectividad con la esterilización quirúrgica.

Es más práctico respecto de otros tipos de anticonceptivos sujetos a la disciplina de la toma diaria. La píldora es igual de eficaz, pero requiere de una rigurosidad en la administración que a veces se vuelve complicada.

Posibilidades

Bueno es este recurso para aportar a la planificación familiar –es decir, empleado por personas maduras– pero, ¿qué efecto puede producir en la mente de los chicos si es el Estado el que lo recomienda?

¿No sería más directo, efectivo y sobre todo sano impartir, de una buena vez, educación sexual y en forma paralela en la escuela para que el alumno vaya ganando en autorrespeto, responsabilidad y cuidado de su propia vida y la ajena?

¿No sería más razonable, ya que este nuevo tiempo permite a los adultos hablar con franqueza sobre el imponderable significado de la sexualidad, despertar en los chicos admiración, respeto y cuidado por la maravillosa orquestación genital, los procesos de maduración humana tanto corporal como psíquica y sobre todo la obligación que tiene cada ser humano de sumar a la superación de la especie, con la construcción de una personalidad más fuerte, un adecuado desarrollo fundado en la potenciación de las propias capacidades y el talento individual?

¡Cuántos han visto frustrados sus sueños de un futuro mejor, de una carrera, de optimizar sus capacidades para desenvolverse creativamente en un oficio o trabajo, por apresurarse a elegir una mala pareja, encandilados por los placeres sexuales sin madurez ni responsabilidad!

Y ahora volvemos a la novedad de una inyección anticonceptiva.

¿Es eso lo que necesitan los adolescentes? ¿Se dará una adecuada orientación para que los jóvenes sepan que no se trata de un nuevo incentivo para el goce sexual en una edad a la que le falta tiempo para madurar desde lo cerebral y emocional?

La violencia pasional desatada, las frustraciones y el desamparo en que quedan tantos hijos de padres inmaduros, tanta desgracia y depresión y tristeza, debieran alertarnos sobre la necesidad de ofrecer, más que nuevos halagos y facilitadores del placer, indicadores que exalten el valor de la vida y apuntalen la responsabilidad de contribuir al desarrollo y la realización plenos.

Este es un tema a cuya gravedad debieran prestar pronta y fuerte atención las familias y las escuelas.


IV- Política y sociedad


ESTADO Y GOBIERNO, LA GRAN CONFUSIÓN

“L’Etat, c’est moi”

Luis XIV, 1965

Para los argentinos los significados gobierno y Estado parecen ser lo mismo y la famosa frase que pronunciara el rey Luis XIV “L’etat c’est moi”, “El estado soy yo” sigue encarnada en algunos gobernantes que actúan sin tener en cuenta los límites significativos entre ESTADO, que es una categoría superior, el todo, y gobierno que es una pieza subordinada, sólo una parte subsumida en él y a su servicio.

¿Cuál es el resultado de esta confusión en nuestro país?

Creemos que una de las más graves es que, al final de cada período del gobierno que haya hecho suya la famosa frase de Luis XIV, el Estado queda empobrecido, no sólo viciado sino vaciado de sentido, de significado, de fuerzas, de contenido y de valores.

En la Argentina de hoy todo es una misma mixtura y lo que debiera considerarse permanente, lo que es la esencial forma de organizar la vida de la República de acuerdo a una identidad que se debe ir consolidando, lo que debe seguir una dirección sostenida que trascienda en el tiempo, se desarrolle y crezca, El ESTADO, termina perdido en la transitoriedad del gobierno de turno, en sus hechos, aciertos o errores.

Los ciudadanos de este país todavía no manifestamos la debida reacción al respecto porque aún tenemos muy confundidos los términos y nos cuesta mucho discernir cuando se habla de uno o de otro. Admitimos que se diga, por ejemplo: “lo hacemos por interés del Estado” cuando en realidad es de un gobierno, o “para resguardar los bienes del estado”, cuando en verdad se protegen los personales, y así hablando de negociados, de leyes, de impuestazos, de ataques a las instituciones y tantas acciones de las que leemos o escuchamos hasta el cansancio de la confusión.

Una confusión que hoy nos ha llevado al punto de hacernos creer que las disposiciones tomadas por pocas personas, -a decir verdad por una sola-, a veces tan erráticas y costosas, son las que toma el Estado, lo que les da el status de valederas y únicas posibles.

Sin embargo, muchos argentinos empezamos a ver, entre la nebulosa, cómo las construcciones levantadas entre equívocos, la falta de planes de largo alcance y de previsión y visión del futuro, por ejemplo, esenciales a un ESTADO fuerte, caen desbaratadas, dejando, eso sí, y por lógica consecuencia, un Estado inconsistente.

Robustecer el estado 

Los argentinos nos manifestamos cada vez más, nos atrevemos a más, vamos recuperando, a fuerza de sufrimientos, la autoestima, la confianza en el valor de nuestra participación y responsabilidad, y, aunque la voz de los cacerolazos parece no hacer mella en los oídos de sus destinatarios, sí llegan los mensajes de la suma de votos ciudadanos. 

¿Cambios? Todavía no los visualizamos. Se necesita mucha grandeza para admitir errores y rectificar rumbos. Lo que sí sabemos y es certeza, es que cuanto haga cada gobierno central, el de cada provincia, el de cada pedacito del territorio nacional, por pequeño que sea, lo que haga el gobierno y también las acciones de cada ciudadano, suman o restan, marcan el destino del ESTADO, lo desvían o lo ponen en su correcta dirección, lo robustecen o lo debilitan lo que es lo mismo que decir que mejoran o no la calidad de vida de los ciudadanos o la empobrecen.

Poco a poco, la mayoría de la ciudadanía, abandona la vieja concepción de que el Estado es un ente abstracto y ajeno, por lo que propender a su desarrollo, fortalecerlo, se ha transformado en una necesidad, una imperiosa necesidad, de la que estamos tomando conciencia. Maduramos.

La semántica de la palabra gobierno, habla de temporalidad, lo limita a un período, dice de la oportunidad que tienen los elegidos por el pueblo, para, siendo dignos, cumpliendo merecidamente su tarea de conductores y respondiendo a la confianza que se ha depositado en ellos, puedan engrosar, fortalecer, energizar, y hacer crecer, el gran panal nacional, el Aleph que nuclea los esfuerzos de todos, el gran cerebro adonde van a parar, para su conjunción, crecimiento y prosperidad, las labores y esfuerzos de cada uno. Cada pensamiento obra y creación deben ser encauzadas por el gobierno hacia una bien orquestada y constructiva comunicación de las neuronas estatales.

La connotación de ESTADO, resulta, entonces, de la suma de los resultados que se registran en la atemporalidad, en la permanencia.

Por lo que, a ese eje vertebrador deben dirigirse las acciones de todos los que formamos el país, desde las de cada obrero, desde la abeja reina a cada ciudadano que, en nuestro humano caso, nunca, nunca debieran permitirse ser zánganos.

El día en que los argentinos tengamos claro que el que gobierna llega para asumir responsablemente una misión que se continúa y proyecta en el tiempo, que se debe articular en el Estado lo bueno conseguido corrigiendo los desaciertos; cuando el gobierno subordine sus intereses, sobre todo personales, al destino del Estado, se ha de solidificar o debilitar lo que es de todos.

La grandeza o la provocada pequeñez de nuestro país es la propia y nuestra vida cotidiana personal, sobre todo el crecimiento o estancamiento material y espiritual, dependen del ESTADO ARGENTINO que necesita clarificar un objetivo común, distintivo, fuerte, seguro de sus pasos, con una educación, su gran vertebradora, que marche hacia fines que vigoricen su identidad y que sean conocidos por todos los ciudadanos. Fines que, lamentablemente, aún no se distinguen o perfilan.

La vida de cada uno depende de un país que sabe adónde va, que ha encontrado su esencia y marcha a su madurez. De un ESTADO que nos hace sentir partícipes y nos involucra a todos.

Si hace más de dos siglos fuimos un país respetado por toda América y el mundo por su emergencia; si marchaba a la vanguardia en educación, en seguridad, en bonanza económica; si mucho podía hacerse porque no existían límites para su crecimiento, tenemos la esperanza de recuperar ese camino para lograr su prometido desarrollo.

El ESTADO, a resultas de actitudes claras, debe dejar atrás la sociedad desmigajada en que nos hemos convertido, para que logremos ajustar sus tareas esenciales, como: El cuidado de nuestras fronteras, la emisión de una moneda estable, el control de la inflación, un desempeño policial y militar acorde a los grandes objetivos nacionales, el mejoramiento de una educación que forme ciudadanos pensantes y libres, y la lucha contra el narcotráfico, mal del que derivan, como sabemos, grandes y dolorosos sufrimientos, etc.

Dos significados que deben complementarse: Un ESTADO fuerte y permanente. Un gobierno que hace lo suyo, deja sus marcas y pasa, tal como lo expresó Licinio:

“Sólo la autoridad de ser dignos nos pertenece para siempre. El poder y la púrpura nos son prestados. Pertenecen al Estado romano”. 


LA ENFERMEDAD DEL PODER 


La salud mental determina que una persona es sana cuando mantiene un equilibrio con el entorno sociocultural, es decir, cuando tiene equilibrio racional y emocional.

Entre las exigencias para desempeñar cualquier cargo, en toda jurisdicción y categorías, el aspirante debe presentar, al menos, certificados de estudios cursados, de idoneidad y, en especial, de aptitud física y mental.

Sin embargo, esta exigencia no existe para los cargos políticos. Es cierto que en ese campo se encuentran personalidades destacadas, capaces y hasta brillantes, pero suele ser el amiguismo, el parentesco, la cercanía, el asistir a reuniones partidarias o desempeñarse como hábil transmisor de propósitos que halagan y suenan prometedores lo que ha otorgado el pasaporte válido para ingresar en el mundo de la política.

¿Presentó la dirigencia política alguna vez los certificados exigibles a cualquier postulante? ¿A quién? ¿Quién se atreve a solicitarlos?

Grandes ruinas se han desencadenado a partir de esta negligencia evidente.

La salud mental determina que una persona es sana cuando mantiene un equilibrio con el entorno sociocultural, es decir, cuando tiene equilibrio racional y emocional.

La nueva ciencia de la Psicopatocracia estudia la enfermedad de los psicópatas que ocupan puestos de liderazgo.

En El poder y la enfermedad, David Owen, neurólogo y ex ministro laborista británico, analiza los costes del desequilibrio emocional de políticos como Richard Nixon y Boris Yeltsin, quienes han padecido el llamado síndrome de Hybris, cuyo rasgo determinante es “emborracharse de poder e incurrir en el iluminismo caudillista, aumentado por la adulación del entorno”. Esta enfermedad se distingue también porque quien la padece “no soporta ser criticado, se percibe imprescindible e insustituible para el lugar, ciudad, provincia o nación que dirige”, según palabras del mismo Owen.

A esto se suma su particular convicción de que lo saben todo, de que aciertan siempre en sus decisiones, que no necesitan a los demás, por lo que terminan separándose, desde lo emocional y lo práctico, de la realidad en la que viven; es decir, se ubican en un mundo irreal.

Poderoso deseo. Francisco Traver Torras, español, al estudiar el deseo de empoderamiento, se pregunta: ¿es que el deseo de poder, tan poco observado hasta hoy, carece de valor en las relaciones humanas?

Y se responde citando a Alfred Adler: “La voluntad de poder es tan importante como las pulsiones sexuales”, a lo que, siguiendo el orden de sus razonamientos, puede agregarse: tan vitales como posiblemente destructivas.

Veamos a propósito el caso de España. Quienes estudian la anomalía psíquica de la que suelen ser víctimas algunos políticos, consideran a José Luis Zapatero (foto) como uno de sus modelos y sostienen que los males que hoy sufre España son la consecuencia del accionar enfermo que tuvo cuando era presidente de ese país.

Entre sus argumentaciones, citan las siguientes características: cambios de humor y de rumbo, contradicciones, empleo descarado de mentiras, obsesión por las reformas, odio al adversario, compra de votos con el dinero público, torpeza en el manejo de los asuntos internacionales. La actitud suicida de quienes padecen esta enfermedad del poder –dice Traver Torras– lleva a su destrucción y arrastra irremediablemente al pueblo.

La arrogancia, un síntoma. En Argentina, muchos dicen en voz baja que tal o cual dirigente, gobernador, diputado o juez está enfermo o enferma; pero son demasiados los que, haciendo gala de total indignidad, bajan la cabeza ante el jefe, cierran los ojos, aplauden, caminan ciegos al abismo al que esta conducta lleva.

Algunos se preguntan qué pasó con determinado político que, arribado al poder, perdió la cordura. Otros refutan la validez de exigir certificados de salud mental antes de que asuman, porque es en el ejercicio del poder cuando cambian. Sin embargo, los estudiosos avisan que se puede anticipar la enfermedad de la Psicopatocracia a través de uno solo de los síntomas: la arrogancia.

Advierten, además, que ningún dictador sería posible si no la padeciera y se sumara a esa predisposición la veneración colectiva que tienen las masas frente al poder.

Cuando los que gobiernan padecen esta patología –favorecidos por el desvalimiento, la ignorancia y el desamparo de quienes los siguen– llevan, según nos enseña la filosofía de la historia, a que estos paguen las graves consecuencias de ser dirigidos o gobernados por líderes enfermos.

El descubrimiento de esta enfermedad extendida en el mundo –a la que se ha dado un nombre nuevo, pero que es tan vieja como las sociedades humanas– invita a estar atentos a sus síntomas.






POPULISMO, ¿PAN PARA HOY?


¿Qué conductas políticas y ciudadanas nos han igualado a los pueblos más atrasados del planeta? ¿Cómo se abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en un nivel mucho más alto de calidad de vida, puestos de trabajo dignos y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad y economía?”-David Oppenheimer.

El argentino, David Oppenheimer, desde CNN, indagó en uno de sus últimos programas, sobre los motivos por los que, entre otros países latinoamericanos, el nuestro marcha tan a contrapelo de los más progresistas del mundo, y, recordando el privilegiado y promisorio lugar que ocupaba en el concierto de las naciones un siglo atrás se preguntó: ¿Qué pasó? ¿Por qué se perdió en el camino la promesa de hacer de la Argentina un país del primer mundo? La respuesta señaló a los regímenes populistas que han gobernado y gobierna actualmente el país.

Muchas son las definiciones que los teóricos de los movimientos político sociales le dan a la palabra populismo.

Para algunos teóricos ( Escovar Salom 1982) el populismo.

Para algunos el populismo puede darse a lo Chávez, (líder que fue tan admirado por nuestra presidenta) o asemejarse al de Perón que, que con una especial sensibilidad, escuchó la voz de las masas y aceleró su incorporación no sólo a la economía nacional sino también a la vida social y política.

Arditi (2005) lo considera el reverso de la democracia, en donde la ciudadanía termina convirtiéndose en una cáscara vacía y las políticas redistributivas en un instrumento de dominación.

Para otros, el hecho el populismo descansa más en la pasión que en la razón, lo que explica su escasa duración, ya que los criterios racionales son mucho más fáciles de estabilizar que factores emocionales y el populismo se nutre de lo emocional hasta el grado de lo pasional, de lo que se desprende que la permanencia del populismo depende de la constante capacidad del líder para echar fuego en las pasiones colectivas. Pasiones y no razones.

Cada una de estas ideas describe lo que está sucediendo hoy en la Argentina. En cuanto a lo emocional del movimiento, a las emociones populares que lo sustentan, advertimos que, en cuando la razón dice “esto no va más”, “a esto hay que frenarlo”, la Cadena Nacional llama la atención del pueblo con un nuevo mensaje presidencial cargado de furia, de retos, de gestos desordenados que encienden las alicaídas emociones populares. El populismo vuelve a reinar.

¿Y esto por qué? Porque a la mayoría no parece interesar demasiado el orden y coherencia del pensamiento. En el mensaje hay pasión y es la que agita el corazón popular.

¿Quién puede detenerse a pensar en lo que dice el discurso populista cuando no es más que un recurso para explotar y despertar nichos de aten­ción emocional como la indignación, el miedo y el odio para así mantener latente la distinción entre amigo y ene­migo en la sociedad?

Sin embargo y pesar de los efectos del momento, ante la mala cara de la realidad las emociones van perdiendo su fuerza. Como bien indica Hirschmann (1988) en un clásico estudio, las emociones son inestables y de corta duración. Los populistas saben muy bien esto y debido a ello se esmeran en la cons­tante activación de pasiones colectivas. Y no desmayan en su empeño, tanto como si se jugaran la vida en ello. 

Por eso, también, para el populismo es indispensable mantener una íntima relación con los medios de comunicación de masas y, sobre todo, con un tipo particular de discurso mediático, con una brillante oratoria que recurre a variadas estrategias de escenifi­cación, como la teatralización. En todo caso, este tipo de estrategias adquieren en el día de hoy una creciente relevancia, ya que ellas representan tácticas de marketing. 

Sin embargo, desde lo racional, podemos preguntar que, si el intento populista ha sido considerado “… la más grave enfermedad política de América latina” (Escobar Salom), y si “Ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas generando en cambio una corrupción incontrolable”, ( Enrique Neira Fernández), ¿por qué se ha vuelto a someter a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista?

Porque en nuestro país no se da un populismo en el sentido de integrar las masas populares al Estado (como lo define Laclau), ni como el populismo que se esfuerza por una real democratización, sino como el de apoderamiento de las mayorías por parte del gobierno con propósitos electoralistas. Y este tipo de populismo ha puesto grilletes a la prosperidad porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo. Porque, sobreprotegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias (algo así como panza llena corazón contento) y para hacerlo da en forma de subsidios indiscriminados, planes sociales que no piden a cambio más trabajo, mejor desempeño, más esfuerzo creativo. No, solamente adhesión.

De esa manera, para sostener el sistema se ve obligado a imprimir moneda sin control, a estimular el consumo sin producción, a proteger, asfixiando, a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos y castigando con intención ejemplarizadora, a quienes se atreven a insubordinarse.

El populismo no sólo adormece sino envilece las fuerzas creativas, ya que apoyándonos en palabras de Carlos Herrera “sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social.”

El populista es en realidad un hábil vendedor de ilusiones, pero su verdadera obsesión en la vida es el poder, no el servicio a su sociedad. Por eso no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia, ni investiga las causas de fondo.

Preguntado un invitado del programa de Oppenheimer por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad ha respondido: “Porque forman hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente, porque la educación pone el acento en los saberes fundamentales”, a lo que sumó otro comentarista: “La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles bien las matemáticas y agudizando su comprensión lectora, lo que los lleva a optimizar su capacidad de pensar y juzgar”.

Pero gente que juzga y piensa no es lo que conviene al populismo estilo argentino.





HUMILLANTES BOLSONES


El clima comienza a entibiarse con el anuncio de la pronta distribución de los “bolsones”. Sabemos que son paliativos del hambre, parecen caídos del cielo, como toda dadiva. Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar, mucho del invierno que padecemos se debe a estos indisimulados “compra votos”.

Son hermanos de los colchones, empanadas, ñoquis, choripanes y otros tipos de insultantes regalías.

En lo social, los bolsones enferman el cuerpo argentino degradando al pueblo cuya capacidad pensante se desvaloriza.

¿Acaso no es humillante que un señor que ostenta temporariamente el poder o que aspira a ello invierta comprando voluntades y ofreciendo una mercancía que le corresponde al mismo pueblo? Lo moral tiene la misma connotación. Inmoral es el que distribuye sin tener en cuenta la real medida del hambre y su solución cierta, sino el compromiso que genera. Pero también el que lo recibe, subordina su capacidad de elegir y su obligación de hacerlo responsablemente a un paliativo de circunstancia. Solo el hambre extremo lo justifica. 

Políticamente, los bolsones representan las acciones que corrompen una misión de alto contenido social, ya que “política” significa “arte de gobernar en beneficio de los negocios públicos, no privados, no pensando en otra cosa que la utilidad general” (Erasmo de Rotterdam”.Desde el punto de vista económico, los vaciamientos, enriquecimientos de pocos con el empobrecimiento de tantos, procesamientos por mal uso de la cosa pública y tantos otros ilícitos imposibles de enumerar acusan la relación causa-efecto de estas deplorables transacciones. La democracia exige conciencias libres, capaces de dilucidar, con una participación que apunte a la mayor eficiencia, que pida cuenta de los actos de gobierno y del manejo de los dineros públicos.

Ojala que alcanzada la madurez que exige el verdadero progreso podamos decir ante la oferta de cualquier tipo de mendrugo: “Venirnos a nosotros con sobornos… ¡Qué desfachatez! 





      
Hacer un país es trabajo de gente idónea


Al amparo de un manto de perdones y mal entendida comprensión, las aspiraciones de mejorar el nivel se desvanecen y todo el sistema social se repliega a una prestación mediocre.

Por idoneidad entendemos capacidad, preparación, disposición y aún suficiencia para desempeñar una actividad, cargo, oficio, profesión. Quienes hemos accedido al campo laboral debiéramos analizar y tener muy presente el significado del término “idoneidad”. Porque nos compete como personas y nos compromete como ciudadanos. A esta bidimensionalidad a la que, como seres sociales pertenecemos, afecta la clara comprensión y cumplimiento del ser idóneo. 

En la faz de la individualidad, elegir y desempeñar una tarea con buena disposición equivale a calidad de vida que se manifiesta en un gesto iluminado o bronca, en alegría o depresión.

Erick Fromm habla en su libro El amor a la vida de los diferentes efectos que produce en el hombre la actitud que se asume frente al trabajo, sea este impuesto por las circunstancia –caso demasiado frecuente- o el resultado de una elección y ya en el país de los privilegiados. “Puede el hombre incorporar en la rutinaria repetición de una tarea que lo aprisiona la fuerza de su capacidad creadora, el despliegue de sus propias capacidades” dice el famoso psiquiatra. De esa manera, explica, se producirá una cierta satisfacción inmanente, pues “el hombre solo es hombre cuando se expresa, cuando da salida a sus potencias innatas”. 

En la dimensión de lo individual cobra, por lo tanto, fundamental importancia incorporar el voluntarismo de nuestro ser activo, esto es el sentido de la creación, del desarrollo de las fuerzas internas para el mejoramiento y optimización el trabajo a realizar cualquiera sea su naturaleza. 

Y este volcarse con voluntad, esta buena disposición lo que nos pone en tránsito hacia el ser idóneo. 

Después vendrá, porque todo trabajo lo requiere, la adecuada preparación, el indagar, el aprestamiento y perfeccionamiento permanente para sentirse a tono con las exigencias de estos tiempos de asombro. 

Este sentirse cómodo en la realización y cumplimiento de un oficio, esta capacidad y profesionalismo que mejoran el gesto, la actitud en un retroalimentado circuito comunicante, confía al idóneo una seguridad y estatus que emana del desarrollo de su propio autoestima. 

Una comprobación diaria 
Lo podemos comprobar en todos los actos de la vida de relación, seamos agentes o pacientes de una labor, demos o recibamos, conductores o conducidos, el entusiasmo soleará o sombreará nuestro día según dominen la escena los capaces o los incapaces, los responsables o los irresponsables. Ya que idoneidad y responsabilidad suelen ir de la mano. 

Beneficiarios de la idoneidad somos cuando, con profesionalismo, el empleo de un banco o de la Caja de Jubilaciones, o del municipio, cuando el maestro o el electricista, etcétera, nos dan la indicación que habla de su conocimiento en un área para nosotros desconocida ilustrándonos con su particular preparación, y mejorando así el funcionamiento del país y abonando la mutua confianza. 

Cuán lamentable resulta en cambio, y aun desmoralizante, cuánto desmero sufrimos y hasta falta de respeto, cuando en la mediación de cualquier trámite encontramos a gente incapaz, desinformada, arribista, gente que accede a cargos por acomodo, gente que desconoce el oficio, su ministerio, el sentido de su labor, empleados que, enquistados en un puesto, abusan de la paciencia de la gente.

Altamente positiva se vuelve la circunstancia en que a la idoneidad se suma la vocación encontrada. 

Sabemos que “vocación” deriva de “voz”, “llamado”. Un llamado interno que no siempre es escuchado, un llamado que escuchado no puede, a veces, ser atendido ni satisfecho. 

Sin embargo, por la fuerza que impone, por el sentido que confiere a la vida de quienes tienen la suerte de seguir ese mandato interno y por los beneficios sociales que irradia, debiera educarse prioritariamente el oído atento a una genialidad –se dice que todos tenemos- que en demasiados casos desfallece y muere. 

Ideal sería, casi utópico que todos o lo más, desempeñáramos la labor para la que nacimos, aquella que da sentido, la que aporta entusiasmo y alegría de vivir.

Pero si no nos es dado el cumplimiento de una vocación por la razón que fuere, hasta por no haber sabido o podido descubrirla, sí nos es posible jugarnos por la idoneidad, por el correcto cumplimiento y la aspiración a llegar al más alto desempeño de la tarea que nos toca. 

Efectos sociales
Cuando asistimos a una oficina pública para solicitar un asesoramiento que nos demora, que se nos niega o confunde, sufrimos en carne propia los efectos de la incapacidad ajena.

Cuando no prestamos atención a la tarea que desempeñamos cuando no nos preocupamos por aprender los secretos del oficio, cuando nos conformamos con un certificado, un diploma, un titulo, estamos privando a la sociedad de un servicio eficiente. 

Y bien pudiéramos afirmar que la sociedad argentina se ha acostumbrado mansa y estoicamente a esta carencia.

Una insania que se extiende y nos perjudica.

De manera tal que, con total resignación, soportamos a un agente una repartición –llámese DGI o EPEC, por ejemplo- que nos informa sobre un pago exagerado, que demuestra desconocimiento, irresponsabilidad, y que en definitiva nos perjudica.

Falta de coordinación, de trabajo en equipo, de preparación suelen andar tras las ventanillas de algunos bancos, en algunas aulas, en la dirección técnica de un edificio público, en los juzgados, en las salas de nuestros honorables representantes. 

Y ya vamos sabiendo que estas manifiestas incapacidades están produciendo graves daños a la sociedad, a nuestros ingresos, a nuestra vida ciudadana, al país. 

Sin embardo, no reaccionamos los argentinos con una actitud social que exija eficiencia, máxima eficiencia.

Por eso, y a pesar de la modernización y equipamiento técnico de muchas instituciones públicas, los tramites se siguen demorando excesivamente; en los hospitales se llega hasta a equivocar diagnósticos, en las escuelas se malinterpretan directivas, en las oficinas se esquivan respuestas, se malbaratan soluciones. 

Al amparo de un mando de perdones y mal entendida comprensión, las aspiraciones de mejorar el nivel se desvanecen y todo el sistema social se repliega a una prestación mediocre. 

Nadie exige para no ser exigido. Tal vez porque las culpas repartidas son más fáciles de sobrellevar. Lo lamentable es que cada uno de nosotros sufre en su momento los efectos de la ineficiencia. Lo lamentable es que las consecuencias de esta situación golpean fieramente al ser argentino. Porque hacer un país que contenga y potencie, es trabajo de gente idónea y se hace urgente que nos exijamos idoneidad. 

¿Y en la clase dirigente?

No es de extrañar que en una sociedad que se conforma con el menos esfuerzo en toda actividad se formen dirigentes escasamente preparados para la tan elevada misión de, justamente, dirigir los destinos de una comunidad. Y bien sabemos que no existe –salvo algún aislado intento- una escuela que forme dirigentes.

Escuela para maestros, universidades que forman médicos, cursos para… ¡Pero no existen instituciones que formen dirigentes! En el sentido de la palabra, gente que sepa que esté preparada –no hablamos de política partidaria- para administrar, para orientar, para generar, para resolver.

Gente con visión y creatividad. Los mejores del grado. Los más inteligentes, los mas lucidos. Porque así debieran ser los que llamamos políticos pero que, surgidos de una sociedad, de una escuela y aun de familias que hacen de la demagogia y el facilismo una forma de vida, no pueden sino transmitir la cautivante promesa de rápidas y cómodas soluciones. 

De esta manera, y en la medida en que hombres capaces y frontales son capaces son expulsados de los cuadros partidarios, crece la fuerza masificadora que sostiene a ineficientes y acomodaticios, que hacen, además, escuela. 

Esta falta capacidad de la dirigencia argentina –solo evaluable a largo plazo- su escasa ejemplaridad, en fin, su falta total de idoneidad, se ve reflejada claramente en las listas de nuestros candidatos, y aun en los más altos cargos de conducción que actualmente se ocupan. 

Y nadie parece extrañarse de que cantantes, corredores automovilísticos, y tantos otros del “nada que ver”, aspiren nada menos que a conducir el destino de nuestra compleja Nación. O que gente formada en una determinada área de las ciencias dirija, en tiempos de super especialización, tareas para las cuales es incompetente. 

Ejemplos sobran en este sentido. ¿Quién no ha sufrido la arbitrariedad, falta de sentido común, desconocimiento y hasta la insania de directivos, funcionarios, ministros?

“La ausencia en la Argentina de verdaderos dirigentes –establece Alberto Boixadós en Argentina como misterio- se acentúa en este siglo de manera manifiesta, lo cual estimula una actitud de mediocridad, donde se medra y se trata de ganas posiciones sin preparación, sin verdadero amor a la tierra y a sus hombres”. Y termina diciendo: “Una adecuada preparación, eficiencia, profesionalismo, actualización, en fin, idoneidad, debieran constituirse en los pilares del real crecimiento nacional”. 

Hacen falta ejemplos y gente idónea para lograrlo.






LA RESPONSABILIDAD DE ELEGIR


“El hombre que no puede elegir, ha perdido la conciencia humana” (Anthony Burgess).

En estos días los argentinos debemos votar, es decir haremos frente a una acción que, aunque repetida, puede o no convocar, remover, activar y poner en marcha el espíritu, la voluntad y el entusiasmo cívico que debiera animarnos, el sentido de responsabilidad que en este país se va dando en un lento proceso de maduración.

Desde hace años se estudia en nuestras escuelas una materia cuyo objetivo es la formación cívica, pero creemos que aún no hemos logrado transformarnos en auténticos ciudadanos.

¿Cuál es la causa? Si ampliamos la mirada apuntando a lo heredado, deducimos que hasta hoy las mayorías argentinas han sido conducidas, guiadas, sin que se aliente su propia capacidad de elección, por lo que la materia aludida se limita a dar conocimientos teóricos, recitados memorísticamente, formulados con tan escasa convicción que no logran acciones realmente creativas, activas, participativas: el auténtico civismo que nos haga sentir la pertenencia a una nación.

Los países que van a la vanguardia del progreso humano, en cambio, llevan a su país en sus huesos y en su sangre y saben y sienten que ellos, cada habitante, es la Patria mayúscula.

De esa manera el carácter cívico, es decir el compromiso, la lealtad, está no sólo en el sentir sino en el obrar para construir su grandeza.

Algunas anécdotas dan cuenta del accionar cívico de ciudadanos realmente convencidos de su valor.

Recordamos, por ejemplo, el caso de unas ancianas londinenses que consideraban que no sólo tenían que votar-pese a que la edad las eximía-, sino que debían hacer cuánto estaba a su alcance para que el candidato que juzgaban más probo, el que más haría por la gente, actuaría con más inteligencia, ganara.

Así fue como, con el único apoyo de su bastón se encaminaron a golpear puertas para hablar con sus conciudadanos sobre las razones por las que todos se beneficiarían si tal candidato ganara.

Muchas puertas se les cerraron. Sin embargo, otras tantas se abrieron dispuestas a dialogar para dilucidar cuál sería la más inteligente manera de votar. Sin fanatismos, sin ataduras, sin compromisos.

Así, dispuestas al cambio, con el propósito de apuntalar al bien de su país, sostuvieron argumentos, reconocieron otras posturas y dieron el ejemplo de participar genuinamente, a corazón abierto en lo que es de interés común.

En cuanto a los argentinos
Los argentinos nos consideramos muy patriotas: rendimos homenaje a los símbolos nacionales, nos emocionamos cantando nuestro himno, vivamos y exaltamos a los deportistas y otros representantes del país ante el mundo, creamos mitos populares, endiosamos a algún dirigente, ponemos en un alta a ciertos personajes, tomamos mate, bailamos el tango y nos enorgullecemos porque el Papa

Francisco es argentino.

Pero, ¿hemos superado la actitud “cholula” del que alienta a unos pocos protagonistas, los aplaude, viva desde la tribuna a los que se desmayan tras una pelota y sigue plácidamente, desde la comodidad de un sofá, las alternativas de un debate o un exaltado discurso político?

Tal vez la madurez cívica, presente en algunos países no nos ha alcanzado todavía. Tal vez estamos transitando una demorada adolescencia política y no nos atrevemos a enfrentar las luchas, las responsabilidades.

Tal vez, como ciudadanos, somos muy inmaduros aún.

¿Por qué lo decimos? Para ubicarnos en el estadio que atravesamos podemos remitirnos a lo que Erich Fromm afirma en su libro “El miedo a la libertad”:

“En el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que están predeterminadas por el instinto, que él obedece ciegamente.

En el hombre que ha pasado la niñez y la adolescencia, protegidas, contenidas y dirigidas, el curso de la acción es producto de una libre elección.

El hombre maduro- no todos los adultos lo son- valores diversos tipos de conducta posible, piensa, modifica su papel, pasa de la adaptación pasiva a la activa. Crea.” Aplicando estas ideas a la formación del hombre cívico, podemos inferir que el proceso de individuación nos pone frente a la necesidad de separarnos de la masa que nos contiene y protege, y, aunque esa separación nos hace sentir solos y aislados, nos pone de pie en el camino de la libertad e integridad personal.

Si en la niñez necesitamos de la contención y dirección paterna y en la adolescencia descubrimos nuestra fuerza individual, nuestra capacidad creadora y nuestra responsabilidad de construir nuestro ser, maduramos cuando afrontamos los riesgos de la autonomía y la libre elección.

En estos días vamos a elegir. Ojalá lo hagamos con madurez, liberados de obediencias debidas a una tradición, “mi familia es del partido”, de compromisos, “le debo tanto a este dirigente”, de miedos, “me han amenazado con quitarme el subsidio o el puesto”.

Debemos hacerlo a conciencia.

Y la conciencia no suele equivocarse.

Algunas anécdotas dan cuenta del accionar cívico de ciudadanos realmente convencidos de su valor.





¿ADÓNDE NOS CONDUCE EL CARÁCTER DE LA PRESIDENTA?


La lectura de la fábula atribuida a Esopo “La rana y el escorpión” bien puede aplicarse a situaciones actualmente vividas en la Argentina. Tal vez el lector la conozca y si no es así se la recordamos de esta manera:

“Había una vez una rana sentada en la orilla de un río, cuando se le acercó un escorpión que le dijo: —Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? Puedes llevarme en tu espalda… — ¿Que te lleve en mi espalda?, —contestó la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo en mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. —No seas tonta —le respondió entonces el escorpión—. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón, te hundirás en el agua y como yo no sé nadar, también me ahogaré? Tanto insistió el escorpión que al fin la rana accedió. El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron a cruzar el río. Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona del río donde había remolinos, el escorpión picó con su aguijón a la rana. La rana sintió el fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para preguntarle: —No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Vos también vas a morir. Y entonces, el escorpión la miró y le respondió: —Lo siento, ranita. Es mi naturaleza”.

Recordamos esta ejemplar historia al escuchar a dos invitados del programa de Joaquín Morales Solá de este lunes 12 de noviembre. Habiéndoles requerido el conductor a dos de sus invitados la opinión sobre el significado y reacciones del gobierno ante los hechos del 8N, José Sebreli aportó diciendo que consideraba que era de esperar el desconocimiento del gobierno a una manifestación popular de relieves inéditos. Fidanza, director de Poliarquía, fue por más: “Yo recomendaría -dijo- que el televidente lea “El yo y los mecanismos de defensa”, de Anna Freud, que nos lleva, inevitablemente, a comprender el tema de la neurosis”.

La consulta a la compleja obra de la hija de Sigmund Freud nos permite resumir algunos datos que aportan a la comprensión de comportamientos que nos comprometen a todos los argentinos. Traemos nuestra interpretación que, de ser sometida al aporte de los psicólogos especialistas en la materia, daría, seguramente, más claridad al tema:

Anna Freud ha llamado “mecanismos de defensa del yo” a la conducta del organismo psíquico que, buscando preservar su sentimiento placentero de seguridad, se resguarda, evita y suprime su angustia ante los peligros del medio exterior, distorsionando o negando la realidad. Esta conducta, considerada una estrategia del comportamiento y llamada también “de ajuste homeostático” reduce la emocionalidad negativa y la censura del súper yo.

De esa manera y para mantener su autoimagen, como refugio frente a situaciones que no se pueden enfrentar y para evitar sanciones o la amenaza externa, se activan los mecanismos de defensa que, en definitiva se transforman en rasgos de la personalidad del individuo. 

Es necesario tener en cuenta algunas de las reacciones o actitudes que caracterizan los mecanismos de defensa pues describen comportamientos a los que la realidad actual argentina nos va acostumbrando poniéndonos, esta vez por un desconocimiento que será útil y necesario alumbrar, en la misma y peligrosa situación de la rana de la fábula. Veamos algunos rasgos:

El individuo utiliza la proyección mediante la cual los sentimientos propios y las ideas son proyectados a otras personas que el individuo siente ajenas y hasta opuestas a él.

Pero de uso mucho más común nos parece la negación por la que el individuo trata factores obvios de la realidad como si no existieran. Ese mecanismo, llamado en la jerga popular ninguneo provoca un sentimiento de tal humillación que termina por convertirse en caldo de cultivo de emociones negativas que desencadenan el estallido de una reacción inconsciente y de proyecciones impensables.

También la racionalización forma parte de estos mecanismos de defensa y actúa sustituyendo una razón real por otra aceptable, pero irreal.

¿Cuál es el resultado de esta transformación y negación de lo real? 

Lejos de lo esperado, lejos de lograr la preservación del sentimiento agradable, placentero y de seguridad buscado, esta conducta deviene en estrés, ansiedad y depresión, disfunciones biológicas, enfermedades psicosomáticas como úlceras o dolores corporales sin contar las reacciones negativas que provoca en los demás.

Si relacionamos lo aportado por Anna Freud con la fábula atribuida a Esopo, advertiremos cuán cerca está la nación Argentina, su pueblo, nosotros, los argentinos, en hundirnos y ahogarnos como la rana porque la figura de mayor poder en la Argentina no está dispuesta a ceder, alegando que es fiel a su propia naturaleza. Carácter por el que no escucha, no cambia, no dialoga, no consulta, no se enriquece con el flujo de nuevas ideas, haciendo gala de una cualidad prominente de orgullo y presunción, con total arrogancia y desprecio de la opinión de los otros. Nosotros, en el mismo río. 


CRISTINA Y MARCELO: FASCINACIÓN Y ESPECTACULARIDAD


Quizás estos tiempos lo exijan, tal vez lo pida el público, el ciudadano, las mayorías de hoy, subsumidas en “la civilización del espectáculo” que describe Vargas Llosa en su último libro. 

Ambos, lo sabe todo el mundo, saben de poder económico y espectacularidad, van por el éxito, y van con todo y por todo. Nada vale más que el hoy. El futuro no parece estar en sus miras ya que es ahora cuando están en la cúspide. Todo un país, toda la Argentina, pendiente de ellos: los que les tienen simpatía y hasta admiración, y los que se indignan ante sus actitudes violatorias de todas las normas.

Justamente, sus estilos desenfadados es lo que más convoca a verlos. A muchos les produce emociones muy fuertes su siempre renovado e ilimitado marco de trucos; otros quieren saber hasta dónde se atreven, qué más son capaces de hacer y de decir. Siempre sorprenden: ambos no tienen límites, ni ataduras, ni respeto por nada ni nadie. Atrevidos, temerarios, su desfachatez y actuación se encamina a un propósito que debe estar muy bien estudiado por sus asesores. Y lo logran. El ranking crece y la mayoría sigue sus estudiadas gesticulaciones, su lenguaje, sus extremas desmesuras. Sus atropellos.

Ambos ejercen una extraña fascinación y no podemos creer que tantos se rindan a sus pies, que nadie reaccione, que se sientan tan dueños de la voluntad de un país. Intocables.

Hace unas noches y sorpresivamente Marcelo estampó una torta en el rostro de uno de sus más fieles seguidores. Allí estaba él, haciéndole la acostumbrada corte, manso como siempre y de pronto, el “otro”, insolente, hizo la gracia de vaciarle en el rostro toda la crema. Fue una actitud intempestiva, violenta. Sin embargo, la mayoría, rió. Es que tiene una verdadera multitud de aplaudidores que le festejan cada gesto, tal vez le temen y hasta se humillan; como pasó en otro programa que mantuvo al televidente expectante. (¿No dijimos que atrae, fascina y hasta enajena?). Pues esa vez humilló hasta darnos lástima ajena a un pobre muchacho, bailarín de otro país que, como él mismo dijo, solamente venía preparado para bailar. No estaba entrenado para expresarse y apenas tartamudeaba ante la embestida del conductor que le metía, ya sin piedad, la daga de su impudicia hasta lo más íntimo de su vida, cuya mayor atracción parecía ser la relación con otro hombre.

Espectacularidad. Poder. Violencia psicológica que debe quebrar la salud psíquica de mucha gente, más de los cercanos, que, suponemos, deben sentir íntimamente el gusto amargo de participar en acciones de escaso respeto por los otros y por sí mismos.

Nada parece importar, millones festejan la frivolidad llevada al máximo sólo para entretener, despertar emociones cuyo lugar viene descendiendo, a cada golpe de efecto, a cada golpe de fanfarrona temeridad, a estadios más bajos.

Es verdad que causa admiración el despliegue de recursos, pero apena la degradación de la mujer transformada en objeto tan descartable como que, cada tanto, una pareja es sometida a la presión -muy emocionante- de la votación pública, tras lo cual, muchas chicas que ofrecieron ante el altar del éxito hasta lo más oscuro de su intimidad, son enviadas a la papelera de reciclaje.

A su alrededor y siguiéndole sus mofas, la primera corte, el jurado, hace las suyas. Algunas veces se intercambian peleas que rebajan al mínimo cualquier norma de educación básica. Nadie respeta a nadie, en ninguno asoman gestos nobles, dignos. Ejemplaridad. Uno de ellos ostenta, sin pudor, su inclinación por las formas masculinas; otro se pone su máscara agria y afrenta a todos; una de las mujeres ha hecho de su fracaso matrimonial un espectáculo que entretiene a millones, otro saca de su galera gestos provocativos y el que ha llegado hace poco a integrar el elenco, mira despavorido, tratando de entender entre la polvareda de violencia.

¿Y los televidentes? Muy entretenidos. ¡Cuán emocionante circo nos brindan algunos programas de TV! 

Cuando la Cadena Nacional interrumpe sorpresivamente la actividad de todos los canales, sabemos que llega un espectáculo parecido. No entendemos mucho el mensaje de la Presidente salvo la ponderación de su gobierno. Después llega la fascinación o el rechazo por sus modulaciones impactantes, por su lenguaje, cada vez más chabacano, por la teatralidad de sus gestos, por sus palabras humillantes destinadas a supuestos enemigos, o por sus apelativos a alguno de sus seguidores, que, sin ponerse rojo y muy sonriente, le sigue el juego. Su temeridad, puede llegar al colmo de lo tolerable, de lo falso, de lo evasivo, de lo engreído, de lo soberbio, de lo “a mí no me para nadie porque, además, hacerme la humilde, no me sale”.

Dos personalidades, dos estilos que tienen fascinados a demasiada gente. Mientras tanto, las enseñanzas en las escuelas caen en el oído dormido de los alumnos; los consejos paternos se dan de nariz con el ¿y eso para qué me sirve? y el país marcha a la deriva, ciego a los grandes males que, actitudes obviamente tan influyentes pero reñidas con la salud psíquica, vendrán para mal de todos: de los que se entretienen y gustan del espectáculo, de los “indignados”, de los que los observan, pasivos, con el pretexto: “quiero ver hasta dónde son capaces de llegar”.






PRIVILEGIOS QUE INDIGNAN


Si en algo hemos evolucionado los argentinos es en la capacidad de manifestarnos. Las protestas, los abucheos, los escraches a los que nos atrevemos más cada día, son muestras de la inconformidad del pueblo y se están dando con más frecuencia en diferentes lugares y hasta en un buquebús, porque la inquietud social aumenta, y la inequidad alimenta un sentimiento de ciega impotencia.

Entonces, ¿cómo callar a los cientos de miles de argentinos que se manifestaron en las marchas del año 2012? o, ¿cómo pedir a docenas de pasajeros, que descubren la presencia de un funcionario responsable de muchas de sus molestias, que guarden su bronca? 

Los escraches manifiestan indignación. ¿Que es un recurso discutible? Es cierto. Pero quizás también sea el único medio de que dispone el hombre de la calle para decir que no está de acuerdo con medidas que empobrecen a la mayoría, favoreciendo a una minoría privilegiada. El pueblo quiere decir que sufre el deterioro del orden social, el mal que hace a la paz de la República el ejemplo poco digno de las autoridades como el de hoy: el aumento de las dietas de los legisladores nacionales. 

¿Cómo no repudiar a los que detentan el poder si asistimos al espectáculo lamentable de verlos en primera fila para recibir los mayores beneficios, sin preocuparse por un reparto equitativo de los bienes disponibles del Estado, teniendo en cuenta, además, las diferentes funciones y responsabilidades de cada tarea específica?

Este último acto, -para afirmar el cual diputados y senadores levantaron al unísono sus manos- pone a los representantes del pueblo en una posición poco ejemplar.

Los medios de hoy dan cuenta de los abultados sueldos que cobrarán los legisladores nacionales. Ya en 2012 por obra de Boudou, el principal mentor de la medida, se aumentaron sus sueldos en un 100%.

Cuando los diarios difunden que un legislador nacional gana alrededor de $67 000, de sueldo que supera por diez veces al del ciudadano común, -maestros, médicos, empleados de comercio, obreros- en el que se incluye una dieta de $36.382 más $10 000 por gastos de representación, unos $15 000 por pasajes terrestres y aéreos (que podrán canjear por dinero) y más aún unos $ 5660 por desarraigo, surgen mortificantes comparaciones.

Los que desempeñamos tareas, oficios, profesiones, (a los que tanto nos ha costado llegar y mantener y que demandan horas de trabajo fuera del hogar, abandono de los hijos y en muchos casos exámenes de idoneidad y superación permanentes), conocemos cuánto desmoraliza la falta de perspectivas de crecimiento, cuánto disminuye la fuerza, el entusiasmo y la voluntad de entrega saber que nos llevaría una vida de trabajo acceder a los beneficios y privilegios de que goza un legislador.

Es que en nuestro país los peces gordos se tragan todo el cardumen. Y así se nos hace sentir: pueblo cardumen, insignificante, desvalorizado, desjerarquizado. Pobres. Cada vez más pobres porque los presupuestos públicos no se estiran si no media el engaño de la emisión monetaria generadora de la inflación. Una rueda de empobrecimiento sin fin.

Es verdad que los legisladores del primer mundo cobran sueldos muy altos, acordes a sus elevadas responsabilidades. Pero los argentinos no percibimos aún que los nuestros trabajen con la debida responsabilidad, ni que sean encumbradas inteligencias, selectas capacidades, especialistas estudiosos y dedicados, con condiciones de idoneidad y superación exigibles a mentes distinguidas, necesarias para proponer, discutir y elaborar, nada menos que las leyes que impulsen una república emergente. 

Boudou y Domínguez establecieron por resolución que el aumento del año pasado fuera de 24%, concretado en enero de este año se concedió el 21.8%. Los legisladores arguyen que este porcentaje es inferior a lo otorgado a otros gremios y además que los legisladores pagan altos impuestos a las ganancias. ( Tal vez no tengan en cuenta que a ese impuesto lo pagamos todos y que, en su caso, resulta muy alto porque es proporcional a sus sueldos). 

Lo que el pueblo percibe es que existen silenciosas complicidades entre quienes se comen la mayor parte de la torta, porque, ¿qué podría argumentar en contra el Poder Judicial si también goza de discutidos privilegios?

¿Con qué derecho hacemos este reclamo? Nosotros los hemos votado, les hemos dado el poder y por lo tanto son nuestros representantes. De su comportamiento ético y digno depende nuestro bienestar y la recuperación de la República.






GOBIERNOS CORRUPTOS, POBREZA Y ENFERMEDAD


Existen grandes diferencias en los índices de salud y expectativa de vida según el lugar que se ocupa en la jerarquía socio económica, existen más enfermedades comunes entre los pobres, no solamente por las dificultades de acceder a los medicamentos y centros de salud, no sólo porque no son debidamente atendidos o por la falta de cuidados y por trabajar bajo la intemperie, sino, y sobre todo, por el abandono al estrés que es producido por un sentimiento de impotencia, por la apreciación subjetiva de su estado, de su pobreza, que se agrava cuando se compara con los ricos y mide la distancia insalvable que lo deja en la marginalidad. 



La mayoría de los argentinos consideramos inocuas las consecuencias de la corrupción política. Un poco por nuestra mentada escasez de participación en lo público, mucho por comodidad y bastante por ignorancia, solemos acompañar las evidencias de flagrantes delitos contra la propiedad pública con una resignación y un lamentable estado de inconsciencia que se expresa en un “roban pero hacen, en cambio otros…”.

Sin embargo estudios recientes realizados en las universidades del primer mundo están dando a conocer sus conclusiones sobre la incidencia de la corrupción del poder político en la felicidad de la gente, en su salud, en su estado de ánimo y sentimiento de minusvalía, caldo de cultivo de males psicológicos que desembocan- alertan- en el aumento de mal trato a los demás, en violencia familiar y social.

En primer lugar y como base de sustentación se habla- casi por primera vez en estos últimos decenios- sobre la felicidad, un bien que antes, con una vida que terminaba apenas pasada la etapa reproductiva, se dejaba para el después de la muerte.

La felicidad o desdicha de la gente- definida por Martín Seligman, de la Universidad de Pensilvania como “un estado de satisfacción y plenitud cuando se vive de acuerdo al sentido de la vida personal”, como “la ausencia de miedo”, por Eduardo Punset, ex Ministro de Relaciones de España y Robert Sapolsky, neurólogo de la Universidad de Standford, Estados Unidos), o, según Bruno Frey, como “un estado que aumenta en función del mayor grado de participación de los ciudadanos en las cuestiones públicas”-, son consecuencias directas de las acciones del poder político.

El mencionado R. Sapolsky ha investigado el tema de la enfermedad en los pobres y sus causas, determinando que existen grandes diferencias en los índices de salud y expectativa de vida según el lugar que se ocupa en la jerarquía socio económica, que existen más enfermedades comunes entre los pobres, no solamente por las dificultades de acceder a los medicamentos y centros de salud, no sólo porque no son debidamente atendidos o por la falta de cuidados y por trabajar bajo la intemperie, sino, y sobre todo, por el abandono al estrés que es producido por un sentimiento de impotencia, por la apreciación subjetiva de su estado, de su pobreza, que se agrava cuando se compara con los ricos y mide la distancia insalvable que lo deja en la marginalidad. 

Sapolsky observa que los pobres sufren más enfermedades cardiovasculares, reuma y otras de la misma gravedad, y agrega que “el colectivo de la población más desamparada transmite durante varias generaciones la marca de los estragos fisiológicos sufridos por el ejercicio abyecto del poder político”.

Según otros estudios a la falta de salud física se agrega el desequilibrio psicológico, la alteración por el estrés, que provoca miedo a no poder llevar comida a los hijos, miedo a no satisfacer las necesidades básicas propias y de la familia, lo que llega a conducir a cuadros depresivos. Las personas que lo sufren viven en estado de emergencia que suelen descargar haciendo infelices a los demás, dirigiendo su agresividad contra los otros, crisis que se manifiesta en el aumento de abusos a menores y a mujeres y hasta en un deficitario cumplimiento de sus tareas.

Ese estado de desequilibrio está aumentando en nuestro país, y la información nos ayuda a descubrir sus causas.

Otros estudios aseguran que la huida a través de las drogas, el alcohol, la adicción sexual sólo logran una calma pasajera al stress, que exigirá, pasado el efecto, dosis más fuertes, generando así personas más dependientes, no sólo de psicofármacos sino de la ayuda de los gobiernos que utilizan paliativos superficiales y transitorios sin atender la profundidad del mal: falta de autoestima, sentimientos de impotencia, abandono.

Queda por rogar que los millones de marginados adviertan que, a medida que aumenta la corrupción, es decir el vaciamiento del Estado, se acrecienta la desigualdad social y que el enriquecimiento indebido de unos es a expensas del empobrecimiento de la mayoría; que el afán de dominación y poder genera distancias insalvables que permiten que unos abusen de los resignados y pasivos, acrecentando su soberbia a costa de la impotencia de los más sufridos.





UNA PUEBLADA PARA LA REFLEXIÓN

La crisis en Cruz del Eje tendrá principio de solución cuando las partes sean capaces de dialogar constructivamente.

El pensador francés Charles Du Bos establece que “uno de los peores dramas de la humanidad es la equivocada interpretación de los mensajes”. Esta denuncia de una realidad que padecemos desde lo doméstico, se hace extremadamente palpable cuando se trata de comunicación entre los gobernantes y los gobernados, entre los que suponemos representantes de la voluntad popular y esa voluntad popular.

Y ése es quizá el mensaje más fuerte que debe leerse de la pueblada cruzdelejeña: falta de comunicación. 

A pocos menos de mil días de la culminación del milenio, la democracia es una palabra de frío alcance. Y democracia supone representatividad, interpretación del sentir y pensar del pueblo, pero también retroalimentación, orientación, guía de pensamiento y reflexión. Sin embargo, la democracia que hoy vivimos es sólo una niña tullida y velada, un término engañoso que en realidad se llama “demagogia”. “Nunca se ha votado tanto como en este tiempo, nunca los pueblos han decidido menos”, leemos en “Los últimos peldaños” (Juan Marguch en LA VOZ DEL INTERIOR, suplemento especial del 6 de Abril de 1997).

El enojo y amenazas del Presidente, las tangenciales explicaciones del gobernador, la ausencia –obligada o no- del gobierno cruzdelejeño, evidencian que los canales de comunicación no funcionan, están taponados con el humo del vicio. 

Fuera de toda posibilidad de diálogo, las acusaciones se entrecruzan; de parte del pueblo se incendian gomas, se cortan rutas y de parte del gobierno se indica que “en Cruz del Eje existe la mala costumbre de vivir del seguro del subsidio y del desempleo”. ¿A caso no se analizó sobre el origen de ese mal repartido asistencialismo?

¿Acaso se analiza en medios gubernamentales sobre recursos realmente potenciadores de las fuerzas ínsitas del habitante regional, lo que promueva una auténtica actividad fortalecedora de la energía vital, evitando en su expansión esos “malos acostumbramientos”, el desánimo, la depresión? Pues, si así fuera, como debería serlo, preocupación prioritaria del gobierno, deberían comunicarle a quien concientizarse: el pueblo. 

Jeremy Rifkin sostiene: “Si el hombre conoce y se adapta a los nuevos tiempos, éstos de la escasez del trabajo y del poder del conocimiento, no tendrá problemas en subsistir; si cierra los ojos ante la evidencia, el destino de la civilización será incierto”.

Desde los dirigentes deben llegar estos avisos. Son ellos los que pueden y deben iluminar acciones. Y eso se consigue sólo a través de la verdad del diálogo. 

Un diálogo que ahora no existe y que demanda sinceridad y respeto. Respeto por la otra parte y su capacidad de pensar, de actuar reflexivamente. Un respeto que no existe desde el momento que, en el único momento en que el pueblo ostenta el poder, el de las elecciones, se apela a engañosas promesas en cuya credulidad las potencias populares se desbarrancan: “Síganme”; “No los defraudaré”; “Habrá pan y trabajo para todos”. 

A ese paternalismo mentiroso y dañino reclama la pueblada de hoy. Por eso sería bueno que el gobierno leyera en profundidad el mensaje, que si bien fue movido en un comienzo por la emocionada indignación del hambre, alberga una razón que pide atención, participación, respeto.

La pueblada cruzdelejeña ha puesto en acción energías increíbles. Un sentido de solidaridad social acercó a gentes y mancomunó deseos que se deben enaltecer: trabajar con sostenido esfuerzo para mejorar nuestra condición de vida. 

Ahora se impone el espacio de la reflexión. Esperemos que esta bajada del gabinete provincial a Cruz del Eje represente el comienzo de un diálogo sincero y lúcido. Ojalá no se pierda tanto sufrimiento de los “piqueteros”; de un pueblo; tanta firmeza en acciones de riesgo, en fin, la vital esperanza de emerger.







INTELIGENCIA MENTAL Y EMOCIONAL PARA GOBERNAR


Los conceptos sobre el tema de la inteligencia, los que se tenían en las generaciones anteriores, han variado drásticamente, generando un cambio total a partir de la década del noventa del siglo pasado.

Antes se medía la inteligencia con el llamado Coeficiente Intelectual (CI), especie de test que marcaba, para toda la vida, el grado de lucidez mental con la que venimos al mundo.

Para aquellos tiempos, la persona inteligente podía memorizar largos poemas y recitarlos, resolver difíciles ecuaciones matemáticas, leer y repetir frente a los demás todos los datos de una historia, de un relato, o de una lejana población ubicada en cualquier sitio en el mapa.

Ese paradigma ha variado en 180 grados. Está bien memorizar, saber dos o más idiomas, dar largos discursos porque todo ejercicio neuronal prepara mejores redes a la comprensión, pero lo que realmente interesa, lo que hace a una persona verdaderamente inteligente, es el saber transferir sus conocimientos a la realidad, a la existencia propia o del grupo social con el que está comprometido.

El concepto de inteligencia ha evolucionado adaptándose a los nuevos paradigmas y hoy se dice que una persona es inteligente cuando sabe dar respuestas asertivas a las situaciones, cuestiones, interrogantes, opciones que enfrenta en el diario fluir de la vida. De esa manera y merced a esas respuestas y elecciones la persona inteligente asciende a niveles superiores desde los cuales amplía su mirada, abunda en su comprensión del mundo, llenándose de compasión -entendida como compartir la pasión que siente el otro-, da de su luz, intenta que los demás se auto descubran y valoren en sus dones, en sus talentos, en la razón de sus vidas, marchando así a una mayor autonomía, a una mayor libertad en el accionar de sus búsquedas. Crece y hace crecer.

Estamos viendo (esta generación trae maravillosas propuestas de cambios) que ser hoy inteligente supone que, utilizando los conocimientos que nos transmite el saber científico y desde una visión más alta, se puede llegar a comprender la armoniosa trama del universo.

Vamos deduciendo cuánto tenemos que exigir de la inteligencia de nuestros gobernantes, quienes deben salir de las prisiones mentales, dominar y controlar los impulsos mezquinos, llegar a una mayor integridad. Es justo, entonces exigir que, con mayor flexibilidad y desarrollo para el trabajo asociativo, los que gobiernan se sometan a sus obligaciones de servicio, pensando y dando a los demás.

Pero hay más aún: la persona que llega a un alto grado de inteligencia- lo menos que podemos pedir a las autoridades- aprende a interrogar e interrogarse, escucha con atención, busca la verdad y la luz, y en un mundo de interrelaciones donde todo está conectado, aporta a la armonía, a la concordia, a la paz.

Ser inteligente es darse cuenta -a la manera de Einstein-, que es bueno “saber que no se sabe”, lo que significa ser humilde, ya que “pensar que se sabe todo, es enfermedad”.

La inteligencia emocional de la que ahora se habla, amplía el anterior concepto incorporando el de la razón ligada a las emociones.

Según Julia Palmieri en sus apuntes “La inteligencia emocional y su incidencia en los aprendizajes pedagógicos”, “la inteligencia emocional, a diferencia del cociente intelectual (CI) no se presta a ninguna medida numérica porque es una cualidad compleja que abarca la conciencia de uno mismo, la comprensión del mundo, la voluntad de cambio, la destreza social”.

La inteligencia emocional a partir de los estudios y publicaciones de Daniel Coleman, de la Universidad de Harvard, valora la inteligencia de la persona por la dimensión de su capacidad de ser feliz y hacer feliz a los otros.

Un desafío para los que gobiernan, una necesidad para los gobernados, porque de la inteligencia de la dirigencia depende, definitivamente, que las posibilidades de las mayorías, su capacidad de elegir y direccionar su vida, también vayan en aumento.

¿Podremos los argentinos salir de la dramática encerrona en la que nos encontramos y exigir al gobierno pruebas de decisiones inteligentes que necesitamos, más que nunca ahora, cuando, a todas luces, nuestro porvenir se sigue ensombreciendo? 





HUMANIDAD MISERABLE


“La democracia argentina se encuentra, por obra del Gobierno, en el linde de su dignidad. Unos pocos pasos más y la República se habrá disuelto en las imposiciones de un nuevo despotismo…Pronto surgirá lo hasta ahora inédito: de la ley habrán sabido valerse quienes la desprecian para consumar la insania de sus propósitos”. 
Santiago Kovadloff

En una noche de terror, los cordobeses y los argentinos de bien asistimos a la irrupción en escena de lo inédito, lo que nunca antes nos había sucedido: la emergencia del vandalismo. Bastó que la vigilancia policial desapareciera para que los hijos sobreprotegidos por el autoritarismo y la demagogia se hicieran ver. Desbordados.

Y muchos no lo percibíamos o creíamos que, al fin, existe una Nación común que a todos nos cobija y todos estamos en la misma República. Ingenuidad total que despertó con el estallido. El mal estaba adentro, en la misma sociedad y el desenfreno de demasiada gente, una multitud que sólo esperaba el momento de actuar.

Un tsunami, el atropello de aguas descontroladas, el instinto obedeciendo a las más bajas pulsiones. Fue el desnudarse de una gran masa que se comunicó y dio fuerzas con un mensaje subterráneo de destrucción y hasta de muerte: si el gobierno del país hace prevalecer sus mezquinos intereses a la ley, si los que gobiernan no saben ponerse de acuerdo, si la ciudad y la población trabajadora está desprotegida, es nuestra oportunidad.

Consecuentemente, anoche salió de abajo de la alfombra la verdad del mal que padecemos: la evidencia de la multitud de diferencias que nos dividen y hoy son palpables:

La primera evidencia nos llega desde el gobierno nacional que puede asistir al incendio sin mover un solo dedo en tanto su cálculo de beneficios le sume activos. Pura miseria.

Existe otra palpable separación entre el pueblo y los gobernantes y, más grave aún, la que hoy se está manifestando en Córdoba: la del pueblo contra el pueblo. Y esto tan caótico, tan parecido a una guerra civil, esta batalla entre hermanos, no parece ser sino el emergente de males mayores que debiéramos prever.

Hoy hay una batalla entre los que se desesperan por proteger lo logrado y los que, acostumbrados al tutelaje interesado del gobierno: dádivas, puestos inmerecidos que ganan con su presencia en actos a los que son llevados a aplaudir, planes sociales que han anulado en la mayoría su posibilidad de desarrollar el saludable ejercicio del trabajo, de un oficio que dignifique su vida y que se han lanzado a lo más fácil: saquear.

Indudablemente han salido a la superficie las diferencias entre las familias trabajadoras y los que han sido mantenidos en la marginalidad, cautivos votantes, pedigüeños, al margen de todo sistema educativo, formativo en valores entre los cuales, el primero y más sustentable debiera ser el amor a lo propio, al lugar en que se vive, a sus calles, a sus lugares públicos, a lo que se va construyendo generación tras generación. 

La falta de respeto, responsabilidad, atención a las consecuencias de un accionar vandálico evidencia que hay demasiados pobladores de este país que viven al margen de la ley en tanto el gobierno los parasita en su beneficio. Gran miseria de arriba y de abajo.

Lo que ha sucedido en Córdoba, el caos sembrado por tanta gente que se lanzó a robar indiscriminadamente, pone en evidencia las causas que nos ubican en los últimos puestos en educación, entendida como formadora de conciencias, como respeto a lo de todos, como dignidad humana.

En nuestro país, sutil, silenciosamente se ha sembrado el cáncer de la desmesura que va anulando centros vitales activados a través de dos siglos por la educación recibida, la enseñanza de los viejos modelos y maestros, las marcas que se imprimió en la formación humana con un mensaje cierto: se puede ascender con esfuerzo, con estudio, trabajo digno y tantas otras fuerzas internas, verdades, por ahora incorruptibles, que siguen guiando, -por suerte- la conducta de muchos.

Difícil resulta señalar cuál fue el virus que prendió en el cuerpo social la desventurada enfermedad que padecemos, pero sí podemos señalar que, aunque no todos hayan sido alcanzados por lo más destructivo del mal, nos carcome el alcance de las dudas sembradas por el mal ejemplo:

¿Es que en este país la corrupción, el robo de guante blanco, el vaciamiento de los dineros públicos han de permanecer inmunes? ¿Hasta cuándo la astucia, las mentiras evidentes de relatos de ficción, han de pasar su dañina mano por la adormecida conciencia popular?

Si bien tenemos clara conciencia de que en nuestro país impera la mentada “viveza criolla”, ¿habíamos medido las consecuencias del mal ejemplo que da la corrupción imperante, el desgobierno imperante en toda la nación y las infranqueables diferencias entre provincias y gobierno central?

Desde las entrañas del mismo pueblo, ha salido una masa desnuda de disfraces y vestida con lo que realmente nutre su condición de vándalos dispuestos a sembrar el terror, la destrucción, y el robo indiscriminado porque “Si en este país, los choros de arriba son premiados, ¿por qué no hemos de serlo nosotros con lo poco o mucho que podamos saquear?”. Respondiendo a ese pensamiento irracional ha actuado una humanidad miserable cuya médula reclama ser atendida para bien de todos. 





¿QUIÉN TIENE LA BATUTA? 


“El arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta”.

Herbert Von Karajan


La diputada Diana Conti, en respuesta a una preocupada periodista que le preguntaba por la intervención directa o no de la Presidenta en cada resolución gubernamental y específicamente en la última devaluación monetaria, destacó: “Ya sea usando luto o color blanco, esté en la Casa Rosada o en su residencia particular, en este país toda disposición pasa por las manos y juicio de esta gran estadista que se llama Cristina Fernández de Kirchner”.

Sin embargo, en estos últimos meses, no sabemos con certeza (aunque sospechamos que sí), si es Cristina quien está detrás de cada una de las múltiples y sorpresivas notificaciones que van cambiando el rumbo y valor de cada medida gubernamental; si es ella quien dispone todo, desde manejar el Ejército Argentino o si se ha de mandar o no ayuda a Córdoba, o en cuánto ha de devaluarse la moneda.

El saber de los otros

Pareciera ser que Cristina no delega, en el sentido de confiar realmente el mando a otro; por eso tanto desafinamiento, pese a que el manual básico de cualquier directivo de empresa, comercio, escuela o institución aconseja formar equipos, dialogar, nutrirse del saber específico de los demás, dejarlos hacer de manera responsable, y escucharlos y aprender de todos y cada uno.

Lo que el público percibe es que Cristina cree saber tocar todos los instrumentos, desde el piano al oboe y la flauta, aunque esa supuesta “sapiencia” llegue a los oídos ciudadanos como un desbarajuste orquestal que está conduciendo el país al caos, sin que ninguno de los actores dé la cara de manera responsable.

¿Quién está al mando? ¿Quién se hace cargo de las consecuencias de la improvisación, de la impericia, de la ausencia de un plan integral, de los permanentes cambios de instrumentación, de la dilapidación de los dineros públicos, del vaciamiento del Banco Central, de la remarcación permanente de precios que, aunque no se quiera llamar inflación, es inflación, y una de las más dañinas sufridas los últimos años? ¿Quién llama a las cosas por su nombre? ¿Quién se hace cargo de la negación de la realidad, de la prepotencia, de las múltiples enemistades ganadas?

Oídos sordos

Por todos lados, los síntomas estallan, llaman la atención de modo clamoroso y culminan en medidas que el común de la gente no termina de entender aunque las sufra y que han provocado llamados de atención del mundo, del Fondo Monetario Internacional, de numerosos gobiernos europeos, de diarios como The New York Times, de Estados Unidos, o El País, de España.

Sin escucharlos ni escucharse, el Gobierno nacional siembra culpas hacia todos los rumbos. El espectro de fantasmales enemigos y conspiradores crece.

Todos los demás mienten, todos conspiran, mientras la realidad se agita sin que se le conceda, aun en estas circunstancias de extrema peligrosidad de caer en el vacío, ninguna atención. Sin que la soberbia ceda.

¿Acaso no se ve, desde la altura del estrado del poder, que crece la presión social por el desajuste de salarios, precios y subsidios? ¿Acaso no se han sufrido saqueos aberrantes que denotan que el mismo pueblo está viciado por el “todo vale”, de manera que “vamos por todo”?

¿Acaso no debiera tomarse como un alarmante síntoma de absoluta desconfianza el hecho de que se necesite recurrir a una moneda extranjera fuerte, como el dólar, para ahorrar y que el 90 por ciento de los compradores de dólares ha dispuesto no dejarlos en los bancos? Reparto de culpas

Lo cierto es que en esta Argentina, a la que muchos llaman “el país de la timba”, el pueblo sólo pide responsabilidad de los actos, presencia de quien sostiene la batuta del poder.

Lo que por ahora se percibe es un continuo reparto de culpas: a los empresarios, a los comerciantes, a los jueces, a los medios de comunicación, a la clase media. Siempre a los otros.

La lista es interminable, en tanto poco a poco van desapareciendo de escena los más altos funcionarios y haciendo mutis por el foro callan, se habla de otra cosa, no se asume. Se deja al pueblo huérfano. Sería bueno que la Presidenta delegue y transfiera autoridad plena a sus delegados, porque esa es una manera de multiplicar en forma acordada los sonidos y de permitir que cada uno le arranque lo más que puede dar a su instrumento, pero sin olvidar que quien dirige la batuta es ella y que, por lo tanto, el aplauso o abucheo final es y será de su absoluta responsabilidad.







UN APORTE A LA LECTURA DE LOS COMICIOS

Un acto que debiera ser aprendizaje hacia una más pura democracia se convirtió en un vergonzante trueque de votos por favores.

Nuestro idioma ha creado una vastísima red de palabras. El uso las va dotando de mayor o menor significación. Cada época marca algunas con gruesos caracteres, o las destiñe y hasta las degrada.

La palabra “políticos” es una de esas voces a las que el mal uso quitó su semántica original –“el que tiene arte de gobernar y dar leyes y reglamentos en beneficio de la ciudad (polis)”- para reemplazarla por “cortesano”, hasta asimilarla al término “corrupto”. 

Y todos los hablantes tenemos una importante participación en la degradación de lo que antes se entendía como la más desinteresada, noble y generosa entrega. Para bien de todos.

Muchos de los que trabajan en la política han demostrado tan poco interés en la cosa pública y tanto empeño en aumentar sus personales ganancias, se han hecho tantas trampas en las urnas, se ha mentido tanto, se ha marginado de tal manera a los pobres, que ya nadie cree en nadie que se dedique a la vida pública.

¿Cuáles son los efectos cívicos de esta actitud?

¿Cuáles son los efectos de la calcinación de una palabra que debiera estar tan enaltecida?

Es importante que lo analicemos. La gente de clase media, lamentablemente disminuida, se refugia en un precavido resguardo. Puertas adentro, concentra su interés en lo suyo. Ha crecido así otra palabra: individuo.

Ha disminuido sus alcances –a niveles que debieran alarmarnos- otra: ciudadano.

En tanto, las gentes de las clases más desposeídas han recargado la semántica de “hambre”, y el dolor estomacal que produce la ausencia del pan ha disminuido la capacidad de sobrevivencia a lo inmediato. Lo único que parece interesar es satisfacer las necesidades mínimas, primarias.

La mirada se ha acortado al “ya”. Ni qué hablar, entonces, de la calidad de los candidatos, valores y conductas. Ni qué hablar de democracia, gobierno del pueblo, voluntad, libertad, responsabilidad del elector. 

De lo que sí se puede hablar, porque de eso hablamos, es de dádivas, de compraventa de conciencias, de promesas y aun de amenazas extorsivas. 

Internas partidarias
Porque quienes manejan los destinos de la provincia, es decir la suerte de cada ciudadano, han sabido usar en estas internas radicales, adecuadamente, este desmoronado diccionario político argentino. 

En los pueblos del interior, en las zonas más empobrecidas, los jefes, candidatos, autoridades, han abusado de esta nueva modalidad eleccionaria, transformando un acto que debiera ser aprendizaje hacia una más pura democracia, en un vergonzante trueque de votos por dinero.

Inescrupulosamente, amparados en el mandato de la autoridad superior que bajó personalmente la orden: “Hay que ganar estas internas cueste lo que cueste”, animados por la actitud indiferente de testidos amodorrados, pagaron, sin disimulo -¿para qué?- con moneda constante y visible: combustible para caravanas, asistencia a actos, compromiso de votarlos.

De esta manera, quienes actuamos como fiscales, o vivimos más desde adentro estas internas, asistimos a la avalancha de gente “conducida” a votar, al espectáculo de pago por voluntades en las puertas de escuelas en que se votaba, de entrega hasta último momento de bolsones y vales para comida o traslado.

Dinero, mucho dinero apostado a una victoria que se aseguraba. El dinero del pueblo, el de los jubilados, el de los maestros, volviendo al pueblo… pero para pagar la más anticívica e irresponsable acción: la de formar legiones obedientes y no pensantes.

Contando con ellas se puede llegar a la suma del poder público, como en tiempos que ya creíamos superados. Contando, además, con la indiferencia, el dejar hacer, de los restantes pobladores, el poder crece más todavía. 

Miedo y favores
Las palabras vuelven a ofrecer su significación: “miedos” es una de las que se vigoriza hoy, porque el miedo anda rondando en la sutil amenaza a quedar fuera del empleo, del plan Trabajar, de ese puesto obtenido como pago a favores. 

Ante este incontenible desborde de significaciones salidas de madre, quienes sienten el llamado a actuar en la buena política, sienten también la fuerza del más triste vocablo: impotencia.

Pero el hombre es buscador de sentido, y si “impotencia” justifica a los más cómodos, “búsqueda” alentará a los optimistas. Porque siempre, siempre, debe existir esperanza.

Y la esperanza enfila a esos espacios luminosos que muchos están develando con adelantados pasos: deben ponderarse como objetivo esencial y primero del progreso argentino el fortalecimiento del compromiso cívico de cada ciudadano. Debe entenderse que la gente, en masa, no cambia, y que es obligación de los gobiernos desactivar las fuerzas míticas que enceguecen a multitudes, poniendo todo el empeño en educar al pueblo. 

Y educar es potenciar las fuerzas individuales guiándolas a su máximo desarrollo, es mostrar los infinitos caminos que la libertad ofrece para el personal crecimiento, es respetar y poner en acción la capacidad pensante de cada ciudadano.

Educar es la obligación primera de los gobernantes. Educar la libertad responsable. Potenciar la voluntad de crecer. Alentar el “vale la pena”. Anular la impotencia.

Quienes entienden que el fundamento del desarrollo es el recurso humano llevado a su optimización, cimentarán “democracia” y tendrán la satisfacción de sumar a su gestión el aporte de la competencia e imaginación creadora del pueblo, junto a la seguridad de haber sido bien elegidos. 






LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS Y LA GLOBALIZACIÓN

Hacia un mayor conocimiento y respeto mutuos


En “ El laberinto de la soledad “ Octavio Paz , utilizando la maravillosa parábola del río de la historia , habla de la necesidad que tienen hombres y pueblos de detenerse, cada tanto, para observar su propia imagen y hacerse las preguntas que conducen a un encuentro necesario e inaugural : el de uno mismo.

Así empieza a reconocerse el hombre en su edad adolescente, quien, “inclinado sobre el río de su conciencia,-dice - se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo es el suyo”.

Y así lo hacen los pueblos, en las conciencias de sus representantes, que se supone son los hombres que marchan a la vanguardia de su tiempo; en las conciencias de las grandes mayorías, si de avanzadas democracias se trata. En un momento de su andar histórico se inquieren , se preguntan, se reconocen y se asumen, para, fortificados en sí, darse al mundo.

Cada tanto, es justamente el mundo el que obliga, el que llama, y hasta impone esa actitud de introspección que recupera razones y sentidos, que devuelve al río su dirección.

El momento universal que se está viviendo en esta significativa centuria que abre las puertas al tercer milenio, es uno de esos momentos cruciales en que todos los pueblos que se inquietan por su destino y el lugar que ocupan en el mundo , se están haciendo las fundamentales preguntas que conducen a las entrañas de la identidad, y a las vías de la integración.

La globalización que llama hacia significativas y revolucionarias concertaciones apurando el paso sobre todo el de los pueblos latinoamericanos, es una de esas circunstancias convocantes.

Y por sus mismas características “ globalizantes” vuelve imperativo el hacer un alto, no sólo para que cada país se conozca más en los entramados que se cierran en sus propias fronteras, sino para que sepa algo y más de las otras naciones a las que llama hermanas lo que puede lograrse con un abrirnos al mutuo , al recíproco inquirir de qué somos como latinoamericanos, quiénes somos cada uno de los pueblos que nos llamamos así porque una lengua , una religión, una común colonización y conquista nos han puesto en un cauce hermano.

Y la verdad es que en esto del conocernos más y mejor, sólo se ha llegado a un punto muy alto de la retórica -¡Cuántos discursos políticos y escolares se dilatan en la exaltación de la hermandad de los pueblos, de “ las puertas abiertas a los hermanos latinoamericanos”¡

Pero bien pudiera decir la experiencia que existe una buena intención y muy escasa acción.

Porque es muy poco, en realidad, lo que lo que las naciones latinoamericanas conocemos unas de otras, lo que nos acercamos, lo que queremos saber. 

Así, allende los ríos, las montañas, las latitudes y geografías que configuran cada nación hispanohablante laten las idiosincrasias, las particulares maneras de ser y de vivir, las maneras de decir, de nombrar, de ver y de hacer frente al mundo.

Temperamentos, tradiciones y culturas que, entre los mismos latinoamericanos desconocemos.

Y no se ama lo desconocido, ni mucho menos se lo respeta., ni mucho menos aún se puede llegar a concertaciones, a encuentros positivos.

Sin embargo todos tenemos la plena convicción de que un mayor y mejor acercamiento, puede redundar en grandes beneficios enriqueciendo, iluminando, matizando, nuestras respectivas potencialidades.

Claro que para ello es necesario hacer real el tan mentado “ abrir las puertas ”, poner atento el oído, escuchar, en fin , permitir la llegada de unos a otros, las propuestas de unos a otros, sin prejuicios que, sin el debido conocimiento, entorpezcan una fluida y saludable relación.






LOS AMARGOS FRUTOS DEL POPULISM0


“El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. Mariano Grondona

Entre las múltiples y hasta contradictorias definiciones de populismo, citamos la que dice que "es un reparto complaciente de la riqueza. Un reparto sin producción que funciona en forma paternalista y clientelista mientras haya recursos que repartir. Después, sin posibilidad de reparto, el populismo colapsa". (Escobar Salom). Entonces el pueblo debe tragar sus amargos frutos, -agregamos preguntando con intención:

¿Qué conductas políticas y ciudadanas han igualado a la Argentina con los pueblos más atrasados del planeta? ¿Cómo se abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en un nivel mucho más alto de calidad de vida con puestos de trabajo dignos y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad y economía?

En su programa de CNN, el argentino David Oppenheimer, indagaba: “¿Por qué nuestro país, cuyo destino parecía ser el primer mundo, marcha tan a contrapelo de los más progresistas? La respuesta culpa al populismo mal entendido y peor aplicado que ha gobernado y gobierna actualmente el país y cuya política es, en realidad, el reverso de la democracia, y sus políticas redistributivas, un instrumento de dominación.

Visto así, el populismo es pura pasión, poca razón, escasa duración, y nada sustentable porque lo emocional es difícil de estabilizar y su permanencia depende de la constante capacidad del líder para echar fuego en las pasiones colectivas.

Lo emocional del movimiento se hace evidente cuando, llegado el momento en que la razón dice “Basta, esto no va más”, aparece La Presidenta por Cadena Nacional y llama la atención del pueblo con un nuevo mensaje cargado de furia, de retos, de gestos desordenados que encienden las alicaídas emociones populares. Y el populismo vuelve a reinar ya que a la mayoría no le interesa demasiado el orden y coherencia del pensamiento. 

El discurso populista sabe explotar y despertar nichos de aten­ción emocional como la indignación, el miedo y el odio para así mantenerse latente.

Cuando la mala cara de la realidad ataca también a las emociones, el populismo utiliza los medios de comunicación de masas y un tipo particular de discurso mediático, una brillante oratoria y variadas estrategias de escenifi­cación como la teatralización, que adquieren hoy una creciente relevancia como tácticas de marketing. 

Desde el lado racional, nosotros preguntamos: si el intento populista ha sido considerado “… la más grave enfermedad política de América latina” (Escobar Salom), y si “Ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas generando en cambio una corrupción incontrolable”, (Enrique Neira Fernández), ¿por qué ha vuelto a someterse a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista y en todo caso a lo peor de su esencia? Porque en nuestro país, donde otrora el populismo intentó integrar las masas populares al Estado para su democratización (como lo define Laclau), en la práctica de hoy el gobierno se limita a buscar el apoderamiento de las mayorías con propósitos electoralistas. Y este tipo de populismo, bien se ve, ha puesto grilletes a la prosperidad porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo, porque, sobreprotegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias y para hacerlo da subsidios indiscriminados, planes sociales que no piden a cambio una contraprestación ni mejor desempeño ni más esfuerzo creativo. Solamente adhesión.

Todos sufrimos los amargos frutos de esta política, porque para sostener el sistema se debe imprimir moneda sin control, estimular el consumo sin producción y de allí la inflación sin tope. Además, en una impúdica demostración de su verdadera obsesión, el poder, se protege, asfixiando a los adictos, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos y le da la espalda a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, a los que castiga con intención ejemplarizadora, cuando se atreven a insubordinarse.

El populista no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia, ni investiga las causas de fondo. Envilece las fuerzas creativas, como expresa Carlos Herrera: “Sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social.”

A una pregunta a Oppenheimer, sobre por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad respondió: “Porque lejos de adular y adormecer, despiertan los hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente”, a lo que agregó: “La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles a aprender materias esenciales como las matemáticas, agudizando su comprensión lectora, optimizando su capacidad de pensar y juzgar”. Y esto, gente que juzga y piensa, -lo que no conviene al populismo-, es lo que sí puede mejorar los frutos.






ARGENTINA, ¿UN PAÍS DE BUENA GENTE?

“¿Qué es ser buena persona? Desear el desarrollo. Por mero amor de lo que es, por cuidado y aceptación, por regocijo existencial”.

Alejandro Rozitchner 

Un repetido slogan de Presidencia de la Nación dice:”Argentina, un país de buena gente”. ¿Y la hay?, ¡claro que sí! Pero, ¿qué se entiende por ser buena gente? Escapemos del relato.

Ser bueno es ser desarrollado o, mejor aún, estar en la dinámica del pleno crecimiento, lo que quiere decir ser consciente del todo al que se puede llegar (gran y vital meta) a partir de los talentos y capacidades con que se viene dotado. 

Proponerse lograr lo que se puede llegar a ser, llevaría, a partir de la bondad inicial de la mayoría de los humanos a elevarse a un nivel superior, y la suma de esas bondades permitiría hacer un gran país porque la fuerza de una buena persona, el estar bien parado en uno mismo se proyecta en el deseo de ver crecer a los demás, mejorando así, expansivamente, a la sociedad.

Por cierto desechamos aquí la idea con que se emplea “bueno”, “bondad”, tan engañosamente, como sinónimo de buenito, dócil, domesticable, obediente, dependiente, fácil de conducir adonde pueda ser de utilidad a los aprovechados.

Para el filósofo Rozitchner “Las personas no son entidades definidas y estáticas, porque (una vez lanzadas a su desarrollo) están siempre en proceso de crecimiento. Querer a alguien no es apretarlo fuerte, es favorecer su despliegue. Es decir, enamorarse de la evolución propia incluye la ajena, la plenitud del otro”.

Si los padres, los maestros, los gobiernos hablan de “buena gente” deben ponderar y potenciar su amor a la libertad, su capacidad de pensar, juzgar, participar y expresar sus ideas, aportando sus creaciones con confianza en el propio valor y posibilidad de conquistar, con esfuerzo, lo que la existencia le ofrece. Ser buena persona no es ser un manso y resignado cordero que obedece voluntades omnímodas, sabelotodo, prepotentes y, aunque muy poderosas, descalabradas.

Preguntémonos ahora, qué quiere decir el mensaje de Presidencia de la Nación cuando habla de “un país con buena gente”.

¿Responde su mirada al perfil que tratamos de transmitir? ¿Le preocupa que la buena gente argentina sea autónoma, pensante, participativa, una buena ciudadanía que cuide lo de todos, aporte su idoneidad, talento y creatividad, creyendo más en sí misma que en dioses providenciales que perfeccionen el escaso nivel humano que los subsume?

¿Qué tipo de bondad promociona para que este carácter humano fundamental mejore, crezca en cantidad y calidad y contribuya a que el país desarrolle su potencial adormecido?

Tal vez el diario francés LE MONDE en su editorial de la semana pasada orientaría una respuesta que ya no esperamos y aunque llegara sería inútil y tardía:

…”El gradual descenso al infierno" de la Argentina en los últimos 70 años recuerda que las diferencias entre naciones se deben más a los gobiernos que a tener recursos naturales. El clientelismo estructural, la fuerte injerencia del Estado en el ámbito privado y el poco respeto de los derechos de propiedad hoy despuntan en la Argentina. La negación de la realidad y un carácter suicida existente en estos momentos desvincula a este país de la realidad y el mundo".

Opinión que reafirma la intuición de minorías de argentinos, (día a día más y más firmemente convencidos), de que muy poco nos ha valido envalentonarnos por los otrora muy apreciados dones naturales con que fuimos regalados, porque con gran falta de amor por lo nuestro, de responsabilidad y de inteligencia, (lo que es una mirada proyectiva hacia el futuro), no sólo hemos abandonado y desperdiciado sino destruido y donado o vendido esos bienes, grandes territorios, minas, pozos de gran riqueza, en beneficio personal. 

La verdad, a la que demasiados “buenos“ le vuelven la espalda para describir la suya hecha a la medida de sus intereses, sin embargo, no puede ser desoída, tanto porque es un pilar esencial a la bondad, como porque hoy penetra con cuchillas de hambre la carne de esa misma gente.

La necesidad básica de alimentarse mejor, de buena salud, de una justicia temporal y prácticamente justa y poderes realmente democráticos, va abriendo los ojos de muchas ciegas obediencias (¿o miedos?), tanto como la de la buena gente argentina, permitiéndole advertir lo importante y urgente: El país no mejorará ¡vaya si se está comprobado! sólo porque nuestras generosas tierras nos den, entre otros bienes, buenos pastos, si no se empieza a abonar la buena tierra mental de más argentinos.

La realidad, hoy negada, siempre devuelve con igual calidad lo sembrado en conocimientos, buen aire, buena agua, buenos fertilizantes. El ciego y alimentado fanatismo de demasiada “buena gente”, ha entorpecido el accionar de posibles buenos gobiernos, el asomo de la creatividad, el aporte de los que en realidad saben, y por eso urge que las que son realmente desarrolladas y buenas personas sean más y que “no guarden silencio”, como pidió Gandhi. Eso sería realmente lo bueno.