Gladys Seppi Fernández
Encauzar la familia debiera ser, por lo tanto, una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros.
La crisis socioeconómica argentina, la pobreza, la falta de modelos y de valores socavan seriamente las bases de la estructura familiar y social. Es cierto que en estos últimos cuarenta años la familia mundial ha experimentando cambios drásticos causados, sobre todo, por el ritmo veloz de la vida, la falta de comunicación en favor de lo virtual, el impulso consumista, la banalización de los sentimientos, el avance imparable de la tecnología que ha modificado fundamentalmente los roles de cada individuo dentro de la familia, tanto del padre, el proveedor tradicional, como el de la madre, hoy inmersa en el mercado laboral, lo que hace que los hijos permanezcan descuidados y hayan quedado a la deriva.
La socialización de los hijos/as con relación a los valores indispensables para el desarrollo y la adaptación humanos está prácticamente perdida y las consecuencias se están sufriendo en la vida de todos ya que entre familia y sociedad se da una relación de recíproca dependencia.
Encauzar la familia debiera ser, por lo tanto, una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros a los que tiene que asegurar una subsistencia digna y formarlos en la construcción de una fuerte y valiosa subjetividad.
Es en la familia donde se fraguan las marcas emocionales y afectivas que han de signar el destino de cada individuo, donde se aprende a elegir y tomar las primeras determinaciones, se internalizan las más profundas vivencias afectivas que forman el carácter, se sabe del amor, la rivalidad, la envidia y hasta del perdón.
Quienes tienen hijos, deben obligarse a que la familia, que por ese hecho han constituido, sea cada día mejor cumpliendo su misión conservadora y plástica, es decir, transmitiendo los valores, y orientación vital de generación en generación y a la vez superándose, buscando su perfeccionamiento en la combinación armónica de costumbres, maneras de pensar, creer y enfrentar la vida de cada uno de los cónyuges. Produciendo, en fin, cambios que incorporan lo mejor de los miembros de la pareja y adaptándolos e intentando lograr lo más bueno en favor del desarrollo integral de los hijos.
Actualmente y justamente en la búsqueda de una vida de mayor calidad basada en la verdad y autenticidad, se han conformado diferentes estructuras familiares que van desde la clásica, formada por un hombre, una mujer y uno o varios hijos, a la uniparental, muy común entre nosotros y formada solamente por el padre o la madre y los hijos, o la familia ensamblada, constituida por padres separados y los hijos de sus anteriores matrimonios y la de homosexuales que reclaman su derecho a criar hijos.
Lo fundamental es que, ante tanta diversidad, exista la fuerza del amor, el cuidado mutuo y el respeto para que la familia, sea cual fuere su constitución, pueda cumplir su misión trascendente, que lo es en la medida en que va más allá de sí misma en el tiempo, proyectándose a un futuro de crecimiento humano, y en el espacio, ya que la formación de los hijos compromete la armonía y superación o empobrecimiento del colectivo social al que pertenece.
Existen y son cada día más numerosas las familia pobres, algunas de las cuales, aún sin recursos materiales, educan, forman, con un gran caudal afectivo, pero, son demasiadas las que, abandonadas a la fuerza destructiva del descreimiento y falta de fe, constituyen un hogar sin principios ni valores y, vencidas por la ignorancia, lanzan al mundo individuos sin sustento material ni espiritual, seres débiles que son fáciles víctimas de la droga, la violencia y el resentimiento social. El mismo vacío que tienen muchos hijos de clase media y pudiente, con grandes recursos materiales, pero que, por diferentes motivos son abandonados en plena etapa de formación.
La familia debe ser nutricia y normativa, es decir dar sustento no sólo a las necesidades materiales y emocionales, sino, fundamentalmente, transmitir pautas de conducta contribuyendo al fortalecimiento de los valores humanos con sus buenos ejemplos.
Sin embargo, ¿pueden lograr estos nobles fines las familias que han caído en un estado de precariedad de todo tipo?
Hoy, analizar, estudiar y apoyar la tarea familiar es una cuestión del Estado. A los gobiernos y a los organismos especializados dependientes, compete tener en cuenta que cuando se habla de crisis social se habla de la familia, donde se registran, procesan, elaboran y retornan las influencias del medio social al que benefician o perjudican.
En nuestro país, demasiadas familias han descuidado sus fundamentos y lanzan a la sociedad individuos mal educados, resentidos, inadaptados, enojados con la vida y proclives a dejarse arrastrar por vicios que debilitan y hasta anulan su desarrollo y lo transforman en un peligro para los demás.
Así lo expresa, un preocupado Carlos Guauthémoc Sánchez, escritor y pensador, hablando de su quebrada sociedad mexicana:
“Nuestros hogares se desintegran cada día más, por lo que es necesario que quienes detectan en su casa rebeldía y falta de respeto de los hijos, hostilidad y burlas entre hermanos, discusiones hirientes, indiferencia, desconfianza para compartir sentimientos, frialdad de alguno de los padres, vicios, abandono y otras actitudes negativas, adviertan que su familia está en crisis y que hay que buscar cambios para poner remedio”.
Urge, entonces, que la familia busque soluciones, trate de mejorar los lazos de afecto y respeto que deben reinar en ella, porque el futuro de todo niño depende de un buen hogar donde exista una autoridad que represente la función paradojal “prohibición-autorización” que suele cumplir el padre, la madre o cualquier adulto que se haga cargo, sabiendo que el niño necesita seguridad afectiva básica, límites y motivación para aprender.
Una familia nutricia y normativa salva a las generaciones del nihilismo, del pensar que nada vale la pena, terreno propicio para la droga, la evasión, la violencia, cuyo resultado es el ambiente de enfrentamiento, desconfianza y hasta muerte que carcome la vida de los argentinos.
Los lazos de la gran familia que debemos consolidar en nuestro país están quebrados y es en el núcleo básico de la sociedad, donde debemos buscar las causas de esta ruptura vincular nacional. Sólo si se le otorga la atención que deben prestar los especialistas, si se orienta a la familia para que asuma su responsabilidad en este estado de gravísima crisis social que nos involucra a todos, se logrará sanar la raíz envenenada de nuestra sociedad maltrecha.
Es, por lo tanto, tarea y obligación de la familia, esté constituida como estuviere, preocuparse por los hijos que trajo al mundo o le han sido encargados para que logren un buen desarrollo y es, también, obligación de nuestros gobernantes poner todos los medios necesarios para levantar el nivel humano de cada hogar, orientándolos al cumplimiento de su rol y sin perder de vista- como se está perdiendo- que es en la familia, donde se fraguan las vidas que suman o restan a la sociedad y que solamente fortaleciendo su legítima autoridad se pueden formar adultos plenos de futuro.
La socialización de los hijos/as con relación a los valores indispensables para el desarrollo y la adaptación humanos está prácticamente perdida y las consecuencias se están sufriendo en la vida de todos ya que entre familia y sociedad se da una relación de recíproca dependencia.
Encauzar la familia debiera ser, por lo tanto, una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros a los que tiene que asegurar una subsistencia digna y formarlos en la construcción de una fuerte y valiosa subjetividad.
Es en la familia donde se fraguan las marcas emocionales y afectivas que han de signar el destino de cada individuo, donde se aprende a elegir y tomar las primeras determinaciones, se internalizan las más profundas vivencias afectivas que forman el carácter, se sabe del amor, la rivalidad, la envidia y hasta del perdón.
Quienes tienen hijos, deben obligarse a que la familia, que por ese hecho han constituido, sea cada día mejor cumpliendo su misión conservadora y plástica, es decir, transmitiendo los valores, y orientación vital de generación en generación y a la vez superándose, buscando su perfeccionamiento en la combinación armónica de costumbres, maneras de pensar, creer y enfrentar la vida de cada uno de los cónyuges. Produciendo, en fin, cambios que incorporan lo mejor de los miembros de la pareja y adaptándolos e intentando lograr lo más bueno en favor del desarrollo integral de los hijos.
Actualmente y justamente en la búsqueda de una vida de mayor calidad basada en la verdad y autenticidad, se han conformado diferentes estructuras familiares que van desde la clásica, formada por un hombre, una mujer y uno o varios hijos, a la uniparental, muy común entre nosotros y formada solamente por el padre o la madre y los hijos, o la familia ensamblada, constituida por padres separados y los hijos de sus anteriores matrimonios y la de homosexuales que reclaman su derecho a criar hijos.
Lo fundamental es que, ante tanta diversidad, exista la fuerza del amor, el cuidado mutuo y el respeto para que la familia, sea cual fuere su constitución, pueda cumplir su misión trascendente, que lo es en la medida en que va más allá de sí misma en el tiempo, proyectándose a un futuro de crecimiento humano, y en el espacio, ya que la formación de los hijos compromete la armonía y superación o empobrecimiento del colectivo social al que pertenece.
Existen y son cada día más numerosas las familia pobres, algunas de las cuales, aún sin recursos materiales, educan, forman, con un gran caudal afectivo, pero, son demasiadas las que, abandonadas a la fuerza destructiva del descreimiento y falta de fe, constituyen un hogar sin principios ni valores y, vencidas por la ignorancia, lanzan al mundo individuos sin sustento material ni espiritual, seres débiles que son fáciles víctimas de la droga, la violencia y el resentimiento social. El mismo vacío que tienen muchos hijos de clase media y pudiente, con grandes recursos materiales, pero que, por diferentes motivos son abandonados en plena etapa de formación.
La familia debe ser nutricia y normativa, es decir dar sustento no sólo a las necesidades materiales y emocionales, sino, fundamentalmente, transmitir pautas de conducta contribuyendo al fortalecimiento de los valores humanos con sus buenos ejemplos.
Sin embargo, ¿pueden lograr estos nobles fines las familias que han caído en un estado de precariedad de todo tipo?
Hoy, analizar, estudiar y apoyar la tarea familiar es una cuestión del Estado. A los gobiernos y a los organismos especializados dependientes, compete tener en cuenta que cuando se habla de crisis social se habla de la familia, donde se registran, procesan, elaboran y retornan las influencias del medio social al que benefician o perjudican.
En nuestro país, demasiadas familias han descuidado sus fundamentos y lanzan a la sociedad individuos mal educados, resentidos, inadaptados, enojados con la vida y proclives a dejarse arrastrar por vicios que debilitan y hasta anulan su desarrollo y lo transforman en un peligro para los demás.
Así lo expresa, un preocupado Carlos Guauthémoc Sánchez, escritor y pensador, hablando de su quebrada sociedad mexicana:
“Nuestros hogares se desintegran cada día más, por lo que es necesario que quienes detectan en su casa rebeldía y falta de respeto de los hijos, hostilidad y burlas entre hermanos, discusiones hirientes, indiferencia, desconfianza para compartir sentimientos, frialdad de alguno de los padres, vicios, abandono y otras actitudes negativas, adviertan que su familia está en crisis y que hay que buscar cambios para poner remedio”.
Urge, entonces, que la familia busque soluciones, trate de mejorar los lazos de afecto y respeto que deben reinar en ella, porque el futuro de todo niño depende de un buen hogar donde exista una autoridad que represente la función paradojal “prohibición-autorización” que suele cumplir el padre, la madre o cualquier adulto que se haga cargo, sabiendo que el niño necesita seguridad afectiva básica, límites y motivación para aprender.
Una familia nutricia y normativa salva a las generaciones del nihilismo, del pensar que nada vale la pena, terreno propicio para la droga, la evasión, la violencia, cuyo resultado es el ambiente de enfrentamiento, desconfianza y hasta muerte que carcome la vida de los argentinos.
Los lazos de la gran familia que debemos consolidar en nuestro país están quebrados y es en el núcleo básico de la sociedad, donde debemos buscar las causas de esta ruptura vincular nacional. Sólo si se le otorga la atención que deben prestar los especialistas, si se orienta a la familia para que asuma su responsabilidad en este estado de gravísima crisis social que nos involucra a todos, se logrará sanar la raíz envenenada de nuestra sociedad maltrecha.
Es, por lo tanto, tarea y obligación de la familia, esté constituida como estuviere, preocuparse por los hijos que trajo al mundo o le han sido encargados para que logren un buen desarrollo y es, también, obligación de nuestros gobernantes poner todos los medios necesarios para levantar el nivel humano de cada hogar, orientándolos al cumplimiento de su rol y sin perder de vista- como se está perdiendo- que es en la familia, donde se fraguan las vidas que suman o restan a la sociedad y que solamente fortaleciendo su legítima autoridad se pueden formar adultos plenos de futuro.
Escritora y docente
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