Gladys Seppi Fernández
En “Crónica de una muerte anunciada” Gabriel García Márquez, relata la historia de Santiago Nassar cuya muerte, anunciada a todo el pueblo por los hermanos Vicario, se cumple generando en los testigos y en el lector, la sensación de que hecho tan funesto pudiera haberse evitado si alguien hubiera hecho algo al respecto. Y es, justamente en el dejar hacer, en la omisión donde el genial narrador carga la tensión generando una obra maestra del relato.
En la crónica del día 19 de noviembre de este año se relata el final esperado, anunciado y también deseado por la mayoría de los argentinos, de los bochornosos hechos que han llevado al país al borde de su ruina bajo el lema, “vamos por todo” al que los testigos le sumamos una frase tácita: “aunque ese todo incluya la suerte del país y del colectivo que lo habita”. Un hecho que marca en nuestro caso solamente el final de un primer acto con la renuncia de un kirchnerista de pura cepa: un personaje que intimidaba con su agresividad, con su tono humillante y estilo de matón al que la mayoría de las críticas han coincidido en calificar como la personificación de la irracionalidad.
Pues este personaje viene incluido en el relato oficial y en su estilo narrativo desde el año 2005, es decir no es un participante nuevo al que el gobierno acaba de incorporar sino alguien metido bajo la misma piel de esta gestión y por lo mismo exponente y defensor de sus actos improvisados que han llevado al país a: Una caída estrepitosa de las reservas, un saldo comercial externo en baja- (de 10,2 a 1,5), una mayor e insostenible presión fiscal ( de 23,79 a 37,47) y a un déficit fiscal que ha pasado de 1,313 a -17,264 actual),-según datos publicados por La Voz del Interior el 20 del cte.), lo que ha puesto al país en la peligrosa situación de caída libre.
A Moreno se le achacan muchos de estos males. Se dice que aparte de su estilo confrontativo y busca pleitos, aparte de su trato ferozmente matón y sus tácticas de amedrentamiento, aparte de desbaratar las posibles buenas relaciones con los socios comerciales del Mercosur y del mundo, su gestión es de manos vacías. Nada ha podido hacer para detener la inflación, ni la fuga de divisas, ni la escalada de ajustes impositivos ni el estancamiento de la actividad económica del país. Nada ha dejado sino el mérito de haber ocupado el incuestionable lugar de abanderado en la política del “vamos por todo”, que, como a todos los que van al frente y le ponen el pecho a sus errores, lo transforma en ser uno de los primeros en caer.
La ida de Moreno estaba anunciada, tenía que suceder y sucedió, tal como están anunciadas otras caídas porque este representante de un estilo de gobierno no era nada más que un emergente un poco más violento, “más jugado”, o “irracionalmente jugado”. Es que el escenario en que hacía sus temerarias puestas en escena parece permitirlo todo. Nuestro país tiene no sólo riquezas inagotables sino también un pueblo testigo de gran paciencia, ¿o indiferencia?, que está pasando de ser un observador a protagonista que se juega al votar.
De la docilidad de nuestro país y su gente, del callar, consentir, bajar la cabeza y no hacer nada, puede decirse que no ha conocido límites y que es, justamente por eso, que los más atrevidos se han animado a tanto. Sin embargo parece llegada la hora en que los ciudadanos empiezan a ser parte activa de la trama haciendo, por lo menos, escuchar su voz. ¿Y qué está diciendo la voz popular? Que si Moreno no conoció límites fue porque tampoco los conoce el gobierno del que ha formado parte y cuya irresponsabilidad se hace muy visible hoy. Irresponsabilidad de un gobierno que insiste todavía en “profundizar un modelo” que ha llevado a la quiebra al país; irresponsabilidad y, por lo mismo ceguera de las consecuencias de los que secundan al gobierno, de los que por interés se aproximan y están cerca, de los que soportan insultos y bajan la cabeza con una indignidad inagotable, también.
Ahora se fue Moreno. Esa es la noticia de hoy y la que ocupará por varios días a los noticieros y comentaristas. Y también de los que ahora se animan a criticar y enumerar fracasos de una gestión que puso al país en el desprestigio mundial, porque, ¿quién puede creer a los que falsean a su gusto los datos de la realidad y más aún enfrentan a los que se atreven a desmentirlos con actitudes pedantes?
Pero, ¿es que no había autoridad para ver que este funcionario no funcionaba? ¿Es que los que atropellan, insultan, mienten tienen un lugar asegurado entre lo que llamamos Estado Argentino de hoy?
Debiéramos anticiparnos a lo que más tarde o más temprano será noticia también, porque aunque aparentemos ser solamente el pueblo testigo de los núcleos de acciones que elaboran el argumento de la historia nacional de nuestro tiempo, guardamos en la memoria colectiva hechos de fraudes, robos, estafas que costaron vidas, complicidades y silencios como los que aún mantienen a Jaime y otros funcionarios lejos de las rejas y otros negociados que parecen olvidados pero que, seguramente, han de poner a estos actores de un triste relato no solamente fuera de escena sino ante los más severos estrados tribunalicios.
Bajo el gobierno actual y sin dudas con su venia se han cometido montañas de errores que llevan a la gente a una mayor pobreza, y esta política errática e improvisada se calibra en la vida cotidiana que sufre imparables aumentos que disminuyen a lo mínimo la posibilidad de adquirir lo que es imprescindible para la salud y un mínimo de calidad de vida.
Moreno se fue, sí, pero tarde porque ya se ha hecho mucho daño a las potencialidades productivas del país. Moreno se tendría que haber ido al primer traspié, al primer gesto envalentonado con que irrumpía en cualquier reunión poniendo cabizbajos e impotentes a personalidades como directores de diarios, empresarios, y hasta los mismos políticos que, frente a él, se transformaron en timoratos peleles sin voz. Moreno se fue pero resta asistir a las acciones que desarrollará quien le daba órdenes, una personalidad atenta sólo a sí misma, empecinada en ir por más porque sigue pensando que nadie se atrevería a pararla ya que su carácter, su propio engaño, sus ambiciones, su temperamento y también su prepotencia, nunca conocieron límites. Nunca nadie de su entorno o no, de entre los opositores, de entre el pueblo raso pudo poner freno a acciones que podemos medir hoy en resultados absolutamente negativos para el país, es decir para cada ciudadano.
Si bien es necesario decir que hubo personas que como Elisa Carrió, sin pelos en la lengua pero con escasos resultados, fue anticipando a quien quisiera escucharla sobre los males que se avecinaban si nadie pone coto a errores evidentes.
Ahora nos preguntamos qué podemos hacer el resto de los ciudadanos, para que un final anunciado y acorde a la trama que tiene aún dos años más para finalizar su relato, no sea tan lamentable como el de la novela de García Márquez sin que los argentinos hayamos podido hacer nada para remediarlo a tiempo. Para que sea menos doloroso.
Pues este personaje viene incluido en el relato oficial y en su estilo narrativo desde el año 2005, es decir no es un participante nuevo al que el gobierno acaba de incorporar sino alguien metido bajo la misma piel de esta gestión y por lo mismo exponente y defensor de sus actos improvisados que han llevado al país a: Una caída estrepitosa de las reservas, un saldo comercial externo en baja- (de 10,2 a 1,5), una mayor e insostenible presión fiscal ( de 23,79 a 37,47) y a un déficit fiscal que ha pasado de 1,313 a -17,264 actual),-según datos publicados por La Voz del Interior el 20 del cte.), lo que ha puesto al país en la peligrosa situación de caída libre.
A Moreno se le achacan muchos de estos males. Se dice que aparte de su estilo confrontativo y busca pleitos, aparte de su trato ferozmente matón y sus tácticas de amedrentamiento, aparte de desbaratar las posibles buenas relaciones con los socios comerciales del Mercosur y del mundo, su gestión es de manos vacías. Nada ha podido hacer para detener la inflación, ni la fuga de divisas, ni la escalada de ajustes impositivos ni el estancamiento de la actividad económica del país. Nada ha dejado sino el mérito de haber ocupado el incuestionable lugar de abanderado en la política del “vamos por todo”, que, como a todos los que van al frente y le ponen el pecho a sus errores, lo transforma en ser uno de los primeros en caer.
La ida de Moreno estaba anunciada, tenía que suceder y sucedió, tal como están anunciadas otras caídas porque este representante de un estilo de gobierno no era nada más que un emergente un poco más violento, “más jugado”, o “irracionalmente jugado”. Es que el escenario en que hacía sus temerarias puestas en escena parece permitirlo todo. Nuestro país tiene no sólo riquezas inagotables sino también un pueblo testigo de gran paciencia, ¿o indiferencia?, que está pasando de ser un observador a protagonista que se juega al votar.
De la docilidad de nuestro país y su gente, del callar, consentir, bajar la cabeza y no hacer nada, puede decirse que no ha conocido límites y que es, justamente por eso, que los más atrevidos se han animado a tanto. Sin embargo parece llegada la hora en que los ciudadanos empiezan a ser parte activa de la trama haciendo, por lo menos, escuchar su voz. ¿Y qué está diciendo la voz popular? Que si Moreno no conoció límites fue porque tampoco los conoce el gobierno del que ha formado parte y cuya irresponsabilidad se hace muy visible hoy. Irresponsabilidad de un gobierno que insiste todavía en “profundizar un modelo” que ha llevado a la quiebra al país; irresponsabilidad y, por lo mismo ceguera de las consecuencias de los que secundan al gobierno, de los que por interés se aproximan y están cerca, de los que soportan insultos y bajan la cabeza con una indignidad inagotable, también.
Ahora se fue Moreno. Esa es la noticia de hoy y la que ocupará por varios días a los noticieros y comentaristas. Y también de los que ahora se animan a criticar y enumerar fracasos de una gestión que puso al país en el desprestigio mundial, porque, ¿quién puede creer a los que falsean a su gusto los datos de la realidad y más aún enfrentan a los que se atreven a desmentirlos con actitudes pedantes?
Pero, ¿es que no había autoridad para ver que este funcionario no funcionaba? ¿Es que los que atropellan, insultan, mienten tienen un lugar asegurado entre lo que llamamos Estado Argentino de hoy?
Debiéramos anticiparnos a lo que más tarde o más temprano será noticia también, porque aunque aparentemos ser solamente el pueblo testigo de los núcleos de acciones que elaboran el argumento de la historia nacional de nuestro tiempo, guardamos en la memoria colectiva hechos de fraudes, robos, estafas que costaron vidas, complicidades y silencios como los que aún mantienen a Jaime y otros funcionarios lejos de las rejas y otros negociados que parecen olvidados pero que, seguramente, han de poner a estos actores de un triste relato no solamente fuera de escena sino ante los más severos estrados tribunalicios.
Bajo el gobierno actual y sin dudas con su venia se han cometido montañas de errores que llevan a la gente a una mayor pobreza, y esta política errática e improvisada se calibra en la vida cotidiana que sufre imparables aumentos que disminuyen a lo mínimo la posibilidad de adquirir lo que es imprescindible para la salud y un mínimo de calidad de vida.
Moreno se fue, sí, pero tarde porque ya se ha hecho mucho daño a las potencialidades productivas del país. Moreno se tendría que haber ido al primer traspié, al primer gesto envalentonado con que irrumpía en cualquier reunión poniendo cabizbajos e impotentes a personalidades como directores de diarios, empresarios, y hasta los mismos políticos que, frente a él, se transformaron en timoratos peleles sin voz. Moreno se fue pero resta asistir a las acciones que desarrollará quien le daba órdenes, una personalidad atenta sólo a sí misma, empecinada en ir por más porque sigue pensando que nadie se atrevería a pararla ya que su carácter, su propio engaño, sus ambiciones, su temperamento y también su prepotencia, nunca conocieron límites. Nunca nadie de su entorno o no, de entre los opositores, de entre el pueblo raso pudo poner freno a acciones que podemos medir hoy en resultados absolutamente negativos para el país, es decir para cada ciudadano.
Si bien es necesario decir que hubo personas que como Elisa Carrió, sin pelos en la lengua pero con escasos resultados, fue anticipando a quien quisiera escucharla sobre los males que se avecinaban si nadie pone coto a errores evidentes.
Ahora nos preguntamos qué podemos hacer el resto de los ciudadanos, para que un final anunciado y acorde a la trama que tiene aún dos años más para finalizar su relato, no sea tan lamentable como el de la novela de García Márquez sin que los argentinos hayamos podido hacer nada para remediarlo a tiempo. Para que sea menos doloroso.
Escritora y docente
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