La salud de la república en manos de los docentes

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*) 07/07/2014
Tal vez la lectura de esta nota provoque en muchos un gesto de protesta: ¿una responsabilidad más para los abrumados docentes? Y aun ante ese riesgo lo afirmamos: está en manos de cada maestro y profesor la salud del país. Y aun más, de la salud psíquica del docente, de su propio crecimiento personal depende que cientos de vidas sean guiadas hacia una vida más plena y más digna de ser vivida.
Ya lo hemos experimentado: la grandeza del país en la que todos debiéramos empeñarnos no bien salgamos de la profunda crisis en la que estamos subsumidos no se logra con decretos gubernamentales, ni con órdenes, ni miedo, ni con enfáticos discursos vacíos de significación. Tampoco con palmeadas sobreprotectoras que prodigan demagógicamente los directivos de los agremiados aconsejando la férrea defensa de los derechos sin hablar nunca de deber y responsabilidad.

La grandeza de un país se sustancia en la multiplicación de personas formadas humanamente, en la suma de inteligencias despiertas para el hacer y el construir, dispuestas a un permanente desarrollo individual (lo que quiere decir llegar a lo más que cada uno puede ser).
Necesitamos de la suma de capacidades, juicios críticos, crecimiento personal, responsable participación y creatividad. De más individuos amando la vida, su lugar, su sociedad, la nación a la que tanto se invoca. Personas creciendo, superándose. Una mayoría de habitantes, no minorías, con un saludable criterio, capaces de pensar y jugarse por un proyecto de futuro. Gente formada.
Los docentes están, o debieran estar, capacitados para educar al individuo desde el momento en que los padres (la mayoría no puede dar lo que no tiene) consideran y confían a la escuela la formación integral de sus hijos. Y lo hacen porque ellos mismos, la mayoría de los padres, el grueso de la población, no fueron despertados a la construcción consciente de sí mismos.
La crisis actual tocando fondo desafía a un cambio urgente, y son los docentes los que transmiten conocimientos, los que están en contacto diario con los chicos, los únicos que pueden orientarlos, ayudarlos a darse cuenta, a despertar sus conciencias para que encuentren el sentido de vivir. Pero eso exige, ciertamente, el despertar de la propia conciencia del docente argentino. Despertar su autoestima, la consideración de su vital tarea, de que es esencial para elevar la vida del país, aunque la sociedad y los gobiernos sigan dormidos.
La crisis de la educación argentina es un llamado de atención a la necesidad del propio crecimiento, y una manera de surgir a la posibilidad de crecer es empezar a hacernos cargo de críticas de grandes pensadores como Claudio Naranjo, que señala que, "si en educación estamos tocando fondo, hay que reconocer que tenemos la educación que tenemos porque tenemos los docentes que tenemos".
La mirada reprobatoria de grandes pensadores, como se ve, y también la esperanza de mejorar para beneficio de todos están puestas en la docencia, que ya no debiera justificarse desviándola a las autoridades, al sistema, a la sociedad de consumo, a la rebeldía del alumno actual (aunque bien sabemos que existen), sino haciéndose cargo de que por estar en contacto diario con los chicos es quien puede y debe señalarles rumbos, darles un ejemplo constructivo. Las dificultades están y seguirán estando, pero lo que llega a la escuela desde fuera de ella no puede ser cambiado ni mejorado porque, justamente, "tenemos la sociedad, los gobernantes, las autoridades que tenemos porque tenemos la escuela que tenemos". Una cadena de acusaciones sin fin que ya no vale la pena sostener.
Echarle mano a la realidad con voluntad de cambiar para beneficio de todos es aceptar que corresponde a los formadores del ser humano, a cada maestro o profesor, hacer frente al reto y ponerse a trabajar con una renovada disposición y pensando que un cambio beneficiará en primer término su propia vida, porque despejará su desgano de hoy, su falta de fe siempre decepcionada por el afuera. Le dará alegría a su trabajo y salud a su mente.
Si se abre el entendimiento a la macro visión del mundo y observa que la humanidad siempre está creciendo en espiral, marchando hacia un orden superior, aunque sea entre subidas y caídas y aunque muchos seres no tomen conciencia de estos profundos significados, se empujará el cambio. La idea de evolución, progresión y superación permite ver que educar no es seguir repitiendo viejas lecciones intransferibles a la realidad, que se debe escuchar el clamor de los alumnos que rechazan una escuela repetitiva, aprisionada en viejos modelos alejados de su problemática, con contenidos sin interés, memorizados y transmitidos sin alma que solamente cumplen directivas de teóricos de escritorio.
No estamos en la escuela para lograr que las generaciones venideras repitan la nuestra, sino para que a partir de nuestros yerros y aciertos mejoren y vayan al encuentro del hombre maduro y superior que la mayoría de la gente de hoy todavía no ha sabido construir en sí misma.

Cada docente debiera hacer un profundo análisis interior y actuar con libertad de conciencia, pensando que él puede, que él debe aportar aunque sea un poco más de convicción al cambio que está en el mundo y que se nos viene encima, atropellándonos o integrándonos, según cada uno, sumando o restando, se diga: deseo y apostaré a una docencia digna de ser vivida.

Escritora y educadora.

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