Comprensión lectora

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES
JULIO CORTÁZAR.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.// Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.




ANÁLISIS: CONTINUIDAD DE LOS PARQUES(Comprensión lectora aplicando el “ Método Seppi… de Gladys Seppi Fernández)





                                           









   ANÁLISIS Y COMENTARIO DE CONTINUIDAD DE LOS PARQUES
APLICANDO MÉTODO SEPPI DE COMPRENSIÓN LECTORA – Por la creación de ideografismos

En este maravilloso cuento de Cortázar encontramos tres momentos en que un narrador (N) omnisciente, desde su alta posición,  observa las acciones de tres  personajes  en tres momentos o apartados sucesivos y estrechamente enlazados:
El  primero se extiende el  comienzo hasta “Danzaba el aire del atardecer bajo los robles”.
El narrador, (N), fija su atención en un hombre,  , así representado ideográficamente y al que llamamos  (H1 ),  lector de una novela  que ha abandonado para atender sus ocupaciones de hacendado y hombre de negocios. Está sentado de espaldas a la puerta  (
 ) para evitar distracciones   lo que parece facilitar su evasión de una realidad de la que se aparta poco a poco llevada por sus avatares.
Gradualmente va abandonando su propio mundo y se deja ganar por el mundo de la ficción que llenará todo el segundo apartado.
En el 2° apartado – desde “palabra a palabra”, se agudiza el desplazamiento hacia el mundo irreal,  y su posición de personaje central pasa a la de testigo vivencial ( en un rincón de la escena)  lo que le permite observar lo que sucede en el interior de una cabaña del monte donde cobran presencia, vida y color los protagonistas de la novela que lee,  un H y una M (ahora en el centro del escenario) que se encuentran en el amor, enturbiado, esta vez, por sentimientos de ansiedad y la sugerencia de planes oscuros y siniestros.
 Este apartado es intenso, teñido de sombras que se acentúan con el empleo de palabras de mal presagio: “puñal”, “destruir”, “repaso despiadado del plan”.
 El anochecer también ha llegado al parque.



En el 3° momento el lector sigue las alternativas de la separación   de los amantes,  se marchan en direcciones opuestas, el hombre       corre entre “la bruma malva del crepúsculo”,  llega a la casa, a la que penetra esgrimiendo su puñal que amenaza clavar, justamente, por la espalda del H que lee una novela, sentado en el sillón de verde terciopelo, donde hay una puerta    y una    ventana que da  al bosque de robles.
Se unen en este tercer momento la ficción y la realidad, logrando el autor, de esa manera, la perturbadora perplejidad del lector ante la  unión del comienzo con el final en que un personaje que leía se transforma en el personaje víctima de una muerte que aparece a su espalda.
La novela es circular, el clímax intenso, el final sugerido.   



¿Cuáles son los fines de la educación?

La escuela es una institución madre y debe buscar motivos que le den sentido y vigor a partir de los males que hoy la superan, ya que de su capacidad de mejorar depende una vida social más sana.
 Quizás una de las medidas más urgentes para mejorar la educación argentina y hacerla ascender a mejores puestos en los certámenes mundiales (no por la competencia, sino para medir cuánto se logra en la formación de los educandos) sea la de fijar su finalidad, a qué apunta, qué tipo de persona se pretende formar.

¿Tienen claridad los agentes del acto educativo sobre lo que persiguen en sus clases, con el cumplimiento de sus programas, con sus esfuerzos intra y extra escolares? ¿O, enredada entre palabras altisonantes, diluidas las metas, la educación marcha a la deriva?

Lo que se percibe es que, sin puerto inmediato ni mediato, debilitada su misión, rodeada e impregnada por la laxitud del medio ambiente, también la escuela fue invadida por el dolce far niente imperante, por la inclinación a pasar el tiempo placenteramente a que invitan tantos malos ejemplos.

No se puede pedir a la escuela que permanezca inmune a los males ambientales mientras casi todas las instituciones manifiestan, en mayor o menor grado, haber sido alcanzadas por la corrosión, estar manchadas por las sospechas de negocios vergonzosos. No se le puede exigir lo que no se logra en el ámbito político y social; no se puede pedir a los docentes lo que no pueden lograr los padres en el hogar.

Tarea esencial

Sin embargo, la escuela es una institución madre y debe buscar motivos que le den sentido y vigor a partir de los males que hoy la superan, ya que de su capacidad de mejorar depende una vida social más sana.

Por eso, aclarar los objetivos que persigue y resignificar términos que la orienten es esencial, porque la escuela forma a los futuros ciudadanos, los que llevarán a su trabajo, cargo u profesión la incorporación de hábitos que más tarde, ya transformados en carácter, se vuelven imposibles de reformar.

¿Se ha pensado, por ejemplo, en refundar palabras perdidas en su misma obviedad, como es, por ejemplo, “educar”? Tanto se habla de educación pero, ¿qué es educar? Las definiciones académicas sobran, pero si las pusiéramos cerca del oído común y tratáramos de dar claridad, podríamos decir que “educar” significa hacer consciente ideas, nuevos conocimientos, llevarlos al cerebro reflexivo, al que piensa y elabora juicios críticos y selecciona y elige y juzga cada acción y decisión a tomar en beneficio del mejor desarrollo humano.

La educación transmite y fortalece en el ejercicio de valores y, entre los valores de los que poco se habla cuando se proponen fines en educación, uno de los principales es la responsabilidad de los actos.

En el aula, los docentes sufren la falta de cumplimiento de las tareas encomendadas a los alumnos, tanto dentro como fuera de la escuela; sufren la desidia, la apatía, la indiferencia de los chicos de hoy. Habituados al “no estudié”, “tengo sueño, anoche me quedé hasta tarde viendo TV” y otras lamentables respuestas, han ido ablandando las exigencias y hoy manifiestan una débil voluntad para hacer cumplir los objetivos mínimos de su materia.

De esa manera, los alumnos pasan sin saber y los docentes, que tampoco deben responder a ninguna autoridad que se haga realmente cargo, caen en el estado de anomia generalizada. Entonces, ¿cómo pretender que los alumnos argentinos ocupen lugares más altos en los exámenes Pisa si hoy no superan los más elementales y confeccionados a la cómoda medida de sus escuelas?

Una transformación

Restablecer la gestión de actitudes responsables de todos los agentes del quehacer escolar, hacer que el alumno actúe convencido de los bienes que puede lograr en la transformación de sí mismo, poner en claro los fines parciales de cada nivel hasta lograr las más exigentes metas formuladas podrían dar fuerza a la actividad escolar de hoy.

Para ello, la más alta conducción educativa, los ministros y quienes los secundan, tanto en el orden nacional como provincial, tendrían que empeñarse más, actuar más, dar el ejemplo de un trabajo comprometido y entusiasta. Y eso hoy no se ve, no es lo que perciben los docentes, ni los padres, ni el público desde un lugar al que llegan sus prolongados bostezos.

Falta convicción en los que conducen la educación argentina, falta fuerza, y esa debilidad se derrama desde arriba hacia abajo. Un gran objetivo: la responsabilidad. Es fácilmente observable que la demagogia generalizada en el orden político, familiar y también escolar, manifestada en permisividad, sobreprotección y ahogo de posibilidades de desarrollo personal, ha producido una mayoría de ciudadanos que no responden por sus actos, que son irresponsables pese a haber alcanzado la edad adulta.

¿No es urgente, entonces, pedir que sean la familia y la escuela las que consideren que es su tarea primera formar a las nuevas generaciones en el ejercicio de la responsabilidad? Para lograrlo, habrá que tomar algunas medidas dentro de cada ámbito. ¿Cómo? Encargándoles a los chicos, dentro del hogar, actividades acordes a las capacidades de la edad, de cuyo cumplimiento deberán rendir cuentas, y en la escuela, fijando objetivos claros, secuenciados, subordinados a las grandes metas que habrá de formular la educación argentina, hasta lograr la participación interesada y creativa de los alumnos en su propia construcción.

De esa manera, con un cada vez más alto grado de exigencia sobre el que se habrá acordado con los padres y los mismos alumnos y con acciones bien pensadas que avancen hacia los objetivos, sin descuidar la exaltación generosa de los logros de cada uno y de todos los agentes del quehacer educativo, se lograrán mejores resultados.

*Escritora, especialista en educación

Fuerza y convicción en la educación sexual


GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Estamos en el comienzo de un nuevo período lectivo y continúa la indecisión sobre el dictado de la educación sexual en la escuela, tanto porque los docentes no se han terminado de formar sobre el tema como porque faltan la convicción y la fuerza necesarias para impartir una enseñanza que los adultos sentimos como deficitaria en nuestra formación general pero para la que muchos maestros y profesores se debieran haber preparado desde hace unos dos años, cuando empezó a hablarse de la ley 12150.

Los educadores han asistido a cursillos y conferencias, han leído apuntes y algunos pocos libros que han aparecido sobre esta temática y han escuchado directivas y propuestas diversas de los compañeros surgidas de las propias experiencias, formación religiosa y hasta puntos de vista cada uno. Lo cierto es que esta temática, por diversas razones, todavía es vista con un alto grado de preocupación; lo real es que son muchos los que a pesar de la preparación recibida se sienten ante un pozo lleno de incertidumbre o incapaces de impartir educación sexual. Lo verdadero es que reina mucha confusión y hasta desacuerdos en cómo enfocar esta asignatura que parece nueva y que sin embargo, creemos, es tan vieja como la vida misma.

Confiamos en que es solamente el miedo inicial y estamos en condiciones de augurar que, no bien se hayan traspuesto los primeros pasos, los docentes que se han preparado para hacerlo se llenarán de entusiasmo y hasta de pasión por esta materia desafiante cuyo eje temático esencial ha sido, hasta hoy, totalmente descuidado, ignorado o silenciado a pesar de que atraviesa la vida de hombres y mujeres y va de la mano con la felicidad, nada más ni nada menos, de la existencia humana, su calidad, su destino.

Por eso esta nota que intenta transmitir a los encargados y preparados para dictar educación sexual el ingrediente fundamental para que la ejecución de una labor vital, fundamental para la vida de los alumnos, no sea solamente un acto de cumplimiento vacío, formal, obligado, sino dotado de sentido. Por eso decimos que, como en cualquier tarea, lo que dará fuerza y contenido a lo que por ahora se presenta como una obligación es la auténtica convicción de que dictar educación sexual vale la pena, de que es una tarea insustituible, de que los tiempos lo exigen, de que la construcción de una sociedad mejor lo reclama y, principalmente, de que la calidad del destino de muchos seres puede mejorar y que eso depende de las palabras que se dirán, de diálogos más o menos significativos que se desarrollarán en clase, de lecturas que se comentarán para extraerles su mensaje orientador, de episodios de la vida cotidiana: armonía o maltrato familiar, nacimientos, abortos, contención familiar, enamoramientos, flirteos, salidas nocturnas, amigos, grupos, tribus, borracheras, violaciones y miles de etcéteras que darán lugar a sugestivos análisis, a intercambios de puntos de vista a través de los cuales se irán vertebrando conductas, robusteciendo valores, propendiendo a una vida con un futuro que hoy parece negado.

Para empezar, argumentamos sobre los calificativos con los que iniciamos esta comunicación: "Dictar educación sexual es una labor vital, fundamental para la vida de los alumnos".

¿Es realmente así? ¿Es "fundamental", "vital" para la vida de los alumnos? ¿Puede compararse la educación sexual, por ejemplo, con cualquiera de las otras materias que pueblan el currículo escolar?

Creemos que la amplitud de los contenidos que darán sentido a esta materia, por ser mucho más que instrucción sobre aspectos biológicos o referentes a la pura genitalidad –de hecho muy importantes siempre que estén incluidos en un contexto mucho mayor–, es vital, porque lo que se llama "sexualidad" afecta la vida total, especialmente los vínculos que cada ser humano genera, alimenta y es capaz de mantener y enriquecer.

Aunque recién ahora estemos pensando en ello, la sexualidad está presente en el comienzo de cada existencia humana, en el momento de la concepción, en el nacimiento, en el amamantamiento, en cada etapa de su desarrollo, en el despertar de la pubertad y sus manifestaciones, en la adolescencia y sus conflictos, en la madurez y su mayor aplomo... en fin, hasta el final de la vida que nos ha hecho hombres o mujeres.

Es de comprender, entonces, que este tema no nos es ajeno; todo lo contrario. Por ello, naturalizarlo es una urgencia y desafío, entendiéndose esto como hablar simple y sinceramente para que los chicos se pongan a pensar y decidan en base a su propio y creciente juicio crítico sobre cómo podemos lograr en cada uno de nosotros, seres individuales y sociales, una vida personal más auténtica, más encontrada con su identidad. Es objetivo de esta asignatura propender a una vida de más calidad que crezca en la capacidad de relacionarse con los otros tendiendo a la elección y encuentro profundo con una persona del sexo opuesto con quien se ha de fundar lo que contiene, orienta, potencia y robustece el crecimiento de los hombres: una familia, entendiéndose por ella un grupo humano que dé amor sabiendo de qué se trata el buen amor.

Por todo esto estamos seguros de que los temas sobre esta nueva materia no deben apartarse de lo que se quiere y se debe mejorar: la vida.

Si esto se logra, es decir si el docente se mantiene con los pies en la tierra, encontrará que estas cuestiones son tan diversas y ricas como la existencia, que es ella la que los proporciona y pone al alcance de la observación dando ejemplos de lo que debe o no hacerse, de lo que debe evitarse y de los problemas que cada día todos, empezando por los estudiantes y siguiendo por los mismos docentes y adultos, deben resolver.

No será difícil, entonces, abordar la enseñanza de esta materia atendiendo al momento real en que el educando se encuentra, a las situaciones que se presenten y motiven su atención e interés, dejando el necesario lugar a esos espacios en cada clase para que sea posible un tratamiento que debe escapar de lo libresco, memorístico de fórmulas y reglas estudiadas y dogmáticas.

La educación sexual necesita solamente de un buen criterio –no decimos "criterio común" porque lo sentimos demasiado contaminado–; buen sentido, sana interioridad, salud mental, apertura para el cambio y –insistimos– convicción.

Por eso, y a favor de que el docente se llene y anime con esta fuerza sin la que nada podrá hacer, seguimos proponiendo preguntas que seguramente él mismo se está formulando y que necesariamente deberá ampliar.

(*) Escritora y educadora

La familia en la crisis actual


00:57 10/04/2014"El objetivo de la educación familiar es la felicidad, entendida como fecundidad y creatividad. El niño no debe ser un superdotado, sino un ser feliz que desarrolla su potencial humano hasta donde le sea posible. Por amor a la vida". Víctor García Hoz
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)


La crisis socioeconómica argentina, la pobreza, la falta de modelos y de valores socavan seriamente las bases de la estructura familiar y social. Es cierto que en estos últimos cuarenta años la familia mundial ha experimentando cambios drásticos causados, sobre todo, por el ritmo veloz de la vida, la falta de comunicación en favor de lo virtual, el impulso consumista, la banalización de los sentimientos, el avance imparable de la tecnología que ha modificado fundamentalmente los roles de cada individuo dentro de la familia, tanto del padre, el proveedor tradicional, como de la madre, hoy inmersa en el mercado laboral, lo que hace que los hijos permanezcan descuidados y hayan quedado a la deriva.
La socialización de los hijos con relación a los valores indispensables para el desarrollo y la adaptación humanos está prácticamente perdida y las consecuencias se están sufriendo en la vida de todos, ya que entre familia y sociedad se da una relación de recíproca dependencia.
Encauzar la familia debiera ser, por lo tanto, una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros, a los que tiene que asegurar una subsistencia digna y formarlos en la construcción de una fuerte y valiosa subjetividad.
Es en la familia donde se fraguan las marcas emocionales y afectivas que han de signar el destino de cada individuo, donde se aprende a elegir y a tomar las primeras determinaciones, se internalizan las más profundas vivencias afectivas que forman el carácter, se sabe del amor, la rivalidad, la envidia y hasta del perdón.
Quienes tienen hijos deben obligarse a que la familia, que por ese hecho han constituido, sea cada día mejor cumpliendo su misión conservadora y plástica, es decir transmitiendo los valores y orientación vital de generación en generación, y a la vez superándose, buscando su perfeccionamiento en la combinación armónica de costumbres, maneras de pensar, creer y enfrentar la vida de cada uno de los cónyuges. Produciendo, en fin, cambios que incorporan lo mejor de los miembros de la pareja y adaptándolos e intentando lograr lo más bueno en favor del desarrollo integral de los hijos.
Actualmente y justamente en la búsqueda de una vida de mayor calidad basada en la verdad y la autenticidad, se han conformado diferentes estructuras familiares que van desde la clásica, formada por un hombre, una mujer y uno o varios hijos, a la uniparental, muy común entre nosotros y formada solamente por el padre o la madre y los hijos, o la familia ensamblada, constituida por padres separados y los hijos de sus anteriores matrimonios, y la de homosexuales que reclaman su derecho a criar hijos.
Lo fundamental es que, ante tanta diversidad, exista la fuerza del amor, el cuidado mutuo y el respeto para que la familia, sea cual fuere su constitución, pueda cumplir su misión trascendente, que lo es en la medida en que va más allá de sí misma en el tiempo, proyectándose a un futuro de crecimiento humano, y en el espacio, ya que la formación de los hijos compromete la armonía y superación o empobrecimiento del colectivo social al que pertenece.
Existen y son cada día más numerosas las familias pobres, algunas de las cuales, aun sin recursos materiales, educan, forman, con un gran caudal afectivo, pero son demasiadas las que, abandonadas a la fuerza destructiva del descreimiento y falta de fe, constituyen un hogar sin principios ni valores y, vencidas por la ignorancia, lanzan al mundo individuos sin sustento material ni espiritual, seres débiles que son fáciles víctimas de la droga, la violencia y el resentimiento social. El mismo vacío que tienen muchos hijos de clase media y pudiente, con grandes recursos materiales, pero que por diferentes motivos son abandonados en plena etapa de formación.
La familia debe ser nutricia y normativa, es decir dar sustento no sólo a las necesidades materiales y emocionales sino, fundamentalmente, transmitir pautas de conducta contribuyendo al fortalecimiento de los valores humanos con sus buenos ejemplos.
Sin embargo, ¿pueden lograr estos nobles fines las familias que han caído en un estado de precariedad de todo tipo?
Hoy analizar, estudiar y apoyar la tarea familiar es una cuestión del Estado. A los gobiernos y a los organismos especializados dependientes compete tener en cuenta que, cuando se habla de crisis social, se habla de la familia, donde se registran, procesan, elaboran y retornan las influencias del medio social al que benefician o perjudican.
En nuestro país, demasiadas familias han descuidado sus fundamentos y lanzan a la sociedad individuos mal educados, resentidos, inadaptados, enojados con la vida y proclives a dejarse arrastrar por vicios que debilitan y hasta anulan su desarrollo y lo transforman en un peligro para los demás.
Así lo expresa un preocupado Carlos Cuauthémoc Sánchez, escritor y pensador, hablando de su quebrada sociedad mexicana:
"Nuestros hogares se desintegran cada día más, por lo que es necesario que quienes detectan en su casa rebeldía y falta de respeto de los hijos, hostilidad y burlas entre hermanos, discusiones hirientes, indiferencia, desconfianza para compartir sentimientos, frialdad de alguno de los padres, vicios, abandono y otras actitudes negativas, adviertan que su familia está en crisis y que hay que buscar cambios para poner remedio".
Urge, entonces, que la familia busque soluciones, trate de mejorar los lazos de afecto y respeto que deben reinar en ella, porque el futuro de todo niño depende de un buen hogar donde exista una autoridad que represente la función paradojal "prohibición-autorización" que suele cumplir el padre, la madre o cualquier adulto que se haga cargo, sabiendo que el niño necesita seguridad afectiva básica, límites y motivación para aprender.
Una familia nutricia y normativa salva a las generaciones del nihilismo, del pensar que nada vale la pena, terreno propicio para la droga, la evasión, la violencia, cuyo resultado es el ambiente de enfrentamiento, desconfianza y hasta muerte que carcome la vida de los argentinos.
Los lazos de la gran familia que debemos consolidar en nuestro país están quebrados y es en el núcleo básico de la sociedad donde debemos buscar las causas de esta ruptura vincular nacional. Sólo si se le otorga la atención que deben prestar los especialistas, si se orienta a la familia para que asuma su responsabilidad en este estado de gravísima crisis social que nos involucra a todos, se logrará sanar la raíz envenenada de nuestra sociedad maltrecha.
Es, por lo tanto, tarea y obligación de la familia, esté constituida como estuviere, preocuparse por los hijos que trajo al mundo o le han sido encargados para que logren un buen desarrollo y es, también, obligación de nuestros gobernantes poner todos los medios necesarios para levantar el nivel humano de cada hogar, orientándolo al cumplimiento de su rol y sin perder de vista –como se está perdiendo– que es en la familia, donde se fraguan las vidas que suman o restan a la sociedad y que solamente fortaleciendo su legítima autoridad se pueden formar adultos plenos de futuro

POBREZA, CALIDAD EDUCATIVA Y ESTÍMULO


      Quienes asisten a foros mundiales sobre economía concluyen observando que estamos viviendo en la era de la economía del conocimiento y explican que los países con escasos recursos naturales pero que han cultivado el cerebro de sus gentes son los que van a la cabeza del progreso mundial en tanto, los que se confían en las riquezas que les ha dado la naturaleza, como sucede con la Argentina, hacen el camino que termina en más pobreza y atraso para la gente.
   Singapur, por ejemplo, que debe importar sus alimentos y hasta el agua que consume,  pasó  de ser del tercer mundo a ocupar el octavo lugar porque puso todas sus fuerzas en la calidad de la educación.
     La conclusión es que los pueblos que crecen son los que educan y, con gente más preparada, más visionaria, dan mejores respuestas a una tarea de permanente  innovación. Las gentes que habitan estos países son  más creativas y su calidad de vida va de la mano con su capacidad de dar soluciones en tiempos de incertidumbre y cambios. No se encasillan en posturas cerradas, abren su imaginación y aceptan cada nuevo desafío con actitud entusiasta y confiada y así se hacen más ricos.
      Esa capacidad se ejercita desterrando la molicie desde la familia y se sigue en la escuela, administrando confianza en las capacidades que cada uno trae, agitando y alimentando a quienes tienen, talentos, nuevas y constructivas visiones e intuiciones. En países que marchan adelante en la ruta del progreso humano se estimula  lo mejor de cada sujeto y eso produce un gran crecimiento de la parte superior de la pirámide de la calidad de vida de su gente, con notable beneficio económico y un PIB mayor por cápita.
      ¿Por qué, entonces, algunos países aceleran su crecimiento y reducen la pobreza?  En reales y revolucionarias  reformas educativas.
  Y se llaman “reformas” a las que se atreven a ir al fondo de los problemas.
       Quizás pueda hacerlo la escuela argentina- tan debilitada y enferma- si se pone manos a la obra y entonces, ¿no tendría que  discutirse esencialmente la calidad de los propios educadores y de allí pasar a indagar sobre su formación y el quehacer de los gobiernos al respecto?
    ¿Cómo son y se vienen formando los educadores argentinos? ¿Se privilegia, acaso, su excelencia?  ¿Existe el imprescindible estímulo a los creativos, a los esforzados, a los más lúcidos, a los que tienen una auténtica vocación y estudian, investigan, a los que aportan soluciones y enriquecedoras experiencias?  Además, ¿se les paga como para exigirles el estricto cumplimiento de una tarea que debe ser de la más alta  jerarquía?
      Sabemos que no, que no se ha puesto en la carrera del magisterio el énfasis de la calidad, que muchos la eligen como última opción o por  no haber podido ingresar en otras carreras, que se la toma como la alternativa fácil. Sabemos también que los cargos docentes en nuestro país se cubren teniendo en cuenta más los certificados, papelitos de asistencia a cursos, diplomas, sin valorar la actuación ante, con y frente a los alumnos.
       Así sucede también con los ascensos. ¿Son los directivos, los inspectores, los ministros quienes se han destacado en su labor en el aula? ¿Se premian los méritos docentes o existen otras cuestiones- amiguismo, acomodo, partidismo, etc.- en las selecciones y ascensos? ¿Se tiene en cuenta la evaluación expresa o tácita de los alumnos que llegan a sufrir en nuestras escuelas a docentes desesperanzados, sin que nadie corrija su mal desempeño? ¿Se preocupan los docentes en leer, actualizar conocimientos o los llama más  el afán de acopiar certificados?  
     El docente argentino repite en su trato escolar la matriz que lo ha formado y en la que se desenvuelve, es decir la falta de estímulo, de aliento a la creatividad, la atención a cada talento particular.
     Desde el que dirige el aula, desde el que dirige la escuela, desde los ministerios baja una corriente- acrecentada en estos últimos tiempos- que  tiende a la   mediocridad  y hasta anula voluntades.
      Aunque no parezca, la economía de los países depende, según esta mirada, del nivel educativo del pueblo.
     Así lo ratifica en un libro magistral, “¡Basta de historias!” Andrés Oppenheimer, quien acusa además a la escuela de los países de Latinoamérica, no solamente de no trabajar para descubrir y alentar cada capacidad, sino  de inducir a abandonarla  a los alumnos de bajo rendimiento, sumiéndolos así  en una marginalidad sin fin. Más pobreza.
     Sobre esto dice Oppenheimer: Además de los pobrísimos resultados de los jóvenes latinoamericanos en los exámenes internacionales, además de la escasez de instituciones educativas en el ranking de las mejores del mundo, basta mirar la compensación y status social de los maestros latinoamericanos  y compararlos con los de otros profesionales para ver la escasa importancia que le prestan los gobiernos a la educación“.
     Jerarquizar al docente es, por lo tanto, además de una obligación, una urgencia de los gobiernos nacional, provincial y municipal. Porque justamente de estímulos, de un sano reconocimiento.


     ¿Podrán entenderlo quienes desde sus oficinas gubernamentales desoyen las voces, los reclamos, la alegría de algunos aportes que terminan ahogando con su persistente indiferencia y silencio?

Estado y gobierno, la gran confusión

Gladys Seppi Fernández (*)
Para los argentinos los significados gobierno y Estado parecen ser lo mismo y la famosa frase que pronunciara el rey Luis XIV "L'Etat, c'est moi" ("El estado soy yo") sigue encarnada en algunos gobernantes que actúan sin tener en cuenta los límites significativos entre Estado, que es una categoría superior, el todo, y gobierno, que es una pieza subordinada, sólo una parte subsumida en él y a su servicio.
¿Cuál es el resultado de esta confusión en nuestro país?
Creemos que una de las más graves es que, al final de cada período del gobierno que haya hecho suya la famosa frase de Luis XIV, el Estado queda empobrecido, no sólo viciado sino vaciado de sentido, de significado, de fuerzas, de contenido y de valores.
En la Argentina de hoy todo es una misma mixtura y lo que debiera considerarse permanente, lo que es la esencial forma de organizar la vida de la república de acuerdo a una identidad que se debe ir consolidando, lo que debe seguir una dirección sostenida que trascienda en el tiempo, se desarrolle y crezca, el Estado, termina perdido en la transitoriedad del gobierno de turno, en sus hechos, aciertos o errores.
Los ciudadanos de este país todavía no manifestamos la debida reacción al respecto porque aún tenemos muy confundidos los términos y nos cuesta mucho discernir cuando se habla de uno o de otro. Admitimos que se diga, por ejemplo: "Lo hacemos por interés del Estado", cuando en realidad es de un gobierno, o "para resguardar los bienes del Estado", cuando en verdad se protegen los personales, y así hablando de negociados, de leyes, de impuestazos, de ataques a las instituciones y tantas acciones de las que leemos o escuchamos hasta el cansancio de la confusión.
Una confusión que hoy nos ha llevado al punto de hacernos creer que las disposiciones tomadas por pocas personas –a decir verdad por una sola–, a veces tan erráticas y costosas, son las que toma el Estado, lo que les da el estatus de valederas y únicas posibles.
Sin embargo muchos argentinos empezamos a ver, entre la nebulosa, cómo las construcciones levantadas entre equívocos, la falta de planes de largo alcance y de previsión y visión del futuro, por ejemplo, esenciales a un Estado fuerte, caen desbaratadas, dejando, eso sí, y por lógica consecuencia, un Estado inconsistente.
Robustecer el Estado
Los argentinos nos manifestamos cada vez más, nos atrevemos a más, vamos recuperando, a fuerza de sufrimientos, la autoestima, la confianza en el valor de nuestra participación y responsabilidad y, aunque la voz de los cacerolazos parece no hacer mella en los oídos de sus destinatarios, sí llegan los mensajes de la suma de votos ciudadanos.
¿Cambios? Todavía no los visualizamos. Se necesita mucha grandeza para admitir errores y rectificar rumbos. Lo que sí sabemos, y es certeza, es que cuanto haga cada gobierno central, el de cada provincia, el de cada pedacito del territorio nacional, por pequeño que sea, lo que haga el gobierno y también las acciones de cada ciudadano suman o restan, marcan el destino del Estado, lo desvían o lo ponen en su correcta dirección, lo robustecen o lo debilitan, lo que es lo mismo que decir que mejoran o no la calidad de vida de los ciudadanos o la empobrecen.
Poco a poco la mayoría de la ciudadanía abandona la vieja concepción de que el Estado es un ente abstracto y ajeno, por lo que propender a su desarrollo, fortalecerlo, se ha transformado en una necesidad, una imperiosa necesidad de la que estamos tomando conciencia. Maduramos.
La semántica de la palabra gobierno habla de temporalidad, lo limita a un período, dice de la oportunidad que tienen los elegidos por el pueblo para que, siendo dignos, cumpliendo merecidamente su tarea de conductores y respondiendo a la confianza que se ha depositado en ellos, puedan engrosar, fortalecer, energizar y hacer crecer el gran panal nacional, el Aleph que nuclea los esfuerzos de todos, el gran cerebro adonde van a parar, para su conjunción, crecimiento y prosperidad, las labores y esfuerzos de cada uno. Cada pensamiento obra y creación deben ser encauzadas por el gobierno hacia una bien orquestada y constructiva comunicación de las neuronas estatales.
La connotación de Estado resulta, entonces, de la suma de los resultados que se registran en la atemporalidad, en la permanencia.
Por lo que a ese eje vertebrador deben dirigirse las acciones de todos los que formamos el país, desde las de cada obrero, desde la abeja reina a cada ciudadano que, en nuestro humano caso, nunca, nunca debieran permitirse ser zánganos.
El día en que los argentinos tengamos claro que el que gobierna llega para asumir responsablemente una misión que se continúa y proyecta en el tiempo, que se debe articular en el Estado lo bueno conseguido corrigiendo los desaciertos; cuando el gobierno subordine sus intereses, sobre todo personales, al destino del Estado, se ha de solidificar o debilitar lo que es de todos.
La grandeza o la provocada pequeñez de nuestro país es la propia y nuestra vida cotidiana personal, sobre todo el crecimiento o estancamiento material y espiritual, depende del Estado argentino que necesita clarificar un objetivo común, distintivo, fuerte, seguro de sus pasos, con una educación, su gran vertebradora, que marche hacia fines que vigoricen su identidad y que sean conocidos por todos los ciudadanos. Fines que, lamentablemente, aún no se distinguen o perfilan.
La vida de cada uno depende de un país que sabe adónde va, que ha encontrado su esencia y marcha a su madurez. De un Estado que nos hace sentir partícipes y nos involucra a todos.
Si hace más de dos siglos fuimos un país respetado por toda América y el mundo por su emergencia; si marchaba a la vanguardia en educación, en seguridad, en bonanza económica; si mucho podía hacerse porque no existían límites para su crecimiento, tenemos la esperanza de recuperar ese camino para lograr su prometido desarrollo.
El Estado, de resultas de actitudes claras, debe dejar atrás la sociedad desmigajada en que nos hemos convertido para que logremos ajustar sus tareas esenciales, como: el cuidado de nuestras fronteras, la emisión de una moneda estable, el control de la inflación, un desempeño policial y militar acorde a los grandes objetivos nacionales, el mejoramiento de una educación que forme ciudadanos pensantes y libres y la lucha contra el narcotráfico, mal del que derivan, como sabemos, grandes y dolorosos sufrimientos, etc.
Dos significados que deben complementarse: un Estado fuerte y permanente. Un gobierno que hace lo suyo deja sus marcas y pasa, tal como lo expresó Licinio: "Sólo la autoridad de ser dignos nos pertenece para siempre. El poder y la púrpura nos son prestados. Pertenecen al Estado romano".
(*) Educadora y escritora

Los amargos frutos del populismo

Todos sufrimos los amargos frutos de esta política, pues para sostener el sistema se debe imprimir moneda sin control y estimular el consumo sin producción, por ello se da la inflación sin tope.

“El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. 
Mariano Grondona.

Entre las múltiples y hasta contradictorias definiciones de populismo, citamos la del político venezolano Ramón Escovar Salom, quien decía que “es un reparto complaciente de la riqueza. Un reparto sin producción que funciona en forma paternalista y clientelista mientras haya recursos que repartir. Después, sin posibilidad de reparto, el populismo colapsa”.
Entonces, el pueblo debe tragar sus amargos frutos, y agregamos preguntando con intención: ¿qué conductas políticas y ciudadanas han igualado a la Argentina con los pueblos más atrasados del planeta? ¿Cómo se abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en un nivel mucho más alto de calidad de vida con puestos de trabajo dignos y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad?
En su programa de CNN, el periodista argentino Andrés Oppenheimer indagaba: “¿Por qué nuestro país, cuyo destino parecía ser el Primer Mundo, marcha tan a contrapelo de los más progresistas?”
La respuesta culpa al populismo mal entendido y peor aplicado que ha gobernado y gobierna actualmente la Argentina y cuya política es, en realidad, el reverso de la democracia, y sus políticas redistributivas, un instrumento de dominación.
Visto así, el populismo es pura pasión, poca razón, escasa duración, y nada sustentable, porque lo emocional es difícil de estabilizar y su permanencia depende de la constante capacidad del líder para echar fuego en las pasiones colectivas.
Lo emocional del movimiento se hace evidente cuando, llegado el momento en que la razón dice “basta, esto no va más”, aparece la Presidenta por cadena nacional y llama la atención del pueblo con un nuevo mensaje cargado de furia, de retos, de gestos desordenados que encienden las alicaídas emociones populares. Y el populismo vuelve a reinar, ya que a la mayoría no le interesa demasiado el orden y coherencia del pensamiento.
Nichos de emoción
El discurso populista sabe explotar y despertar nichos de atención emocional, como la indignación, el miedo y el odio para así mantenerse latente.
Cuando la mala cara de la realidad ataca también a las emociones, el populismo utiliza los medios de comunicación de masas y un tipo particular de discurso mediático, una brillante oratoria y variadas estrategias de escenificación –como la teatralización– que adquieren hoy una creciente relevancia como tácticas.
Desde el lado racional, nosotros preguntamos: si el intento populista ha sido considerado “… la más grave enfermedad política de América latina”, en palabras de Escovar Salom, y si “ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas generando en cambio una corrupción incontrolable”, como dice el politólogo Enrique Neira Fernández, ¿por qué ha vuelto a someterse a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista y en todo caso a lo peor de su esencia?
Porque en nuestro país, donde otrora el populismo intentó integrar las masas populares al Estado para su democratización (como lo define Ernesto Laclau), en la práctica de hoy el Gobierno se limita a buscar el apoderamiento de las mayorías con propósitos electoralistas.
Y este tipo de populismo, bien se ve, ha puesto grilletes a la prosperidad, porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo, porque, sobreprotegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias y para hacerlo da subsidios indiscriminados, planes sociales que no exigen a cambio una contraprestación ni mejor desempeño ni más esfuerzo creativo.
Falta de responsabilidad
Todos sufrimos los amargos frutos de esta política, pues para sostener el sistema se debe imprimir moneda sin control y estimular el consumo sin producción, por ello se da la inflación sin tope.
Además, en una impúdica demostración de su verdadera obsesión, el poder se protege, asfixiando a los adictos, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos, y les da la espalda a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, a los que castiga con intención ejemplarizadora cuando se atreven a insubordinarse.
El populista no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia, ni investiga las causas de fondo. Envilece las fuerzas creativas, como expresa Carlos Herrera: “Sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social”.
A la pregunta sobre por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad, Oppenheimer respondió: “Porque lejos de adular y adormecer, despiertan los hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente”, a lo que agregó: “La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles a aprender materias esenciales como las matemáticas, agudizando su comprensión lectora, optimizando su capacidad de pensar y juzgar”.
Y esto, gente que juzga y piensa –lo que no conviene al populismo–, es lo que sí puede mejorar los frutos.
*Escritora, especialista en Educación

Felicidad, ¿una palabra posible?

 00:06 08/03/2014
"La felicidad no está en vivir, sino en saber vivir".
Diego de Saavedra Fajardo

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Desde hace muy poco tiempo, apenas unas decenas de años, la posibilidad de lograr la felicidad en esta vida y en la tierra ha llegado para alegrarnos y encendernos de un sano optimismo. La felicidad existe, claro que sí, y es posible aquí, en la vida terrenal.

De este tema, trascendental y objeto permanente de las supremas búsquedas humanas, hasta hace muy poco no se hablaba y menos científicamente.

Ahora son varios los autores especialistas que dirigen sus investigaciones a la felicidad. Investigadores como Martín Seligman, Eduardo Punset y otros de sobresalientes universidades del mundo, especialmente de Estados Unidos, nos desafían a buscar la felicidad en esta vida, transformándola en motivo de sus estudios desde no hace más de tres décadas y acercándonos conceptos que permiten poner en claro su esencia para que pueda ser alcanzada dando el merecido esplendor a nuestras vidas.

Por cierto, lo primero que debemos tener claro es: ¿qué es ser feliz? Lo que lleva a otras preguntas: ¿acaso ser feliz es colmarse de placeres, de cosas, como nos hace creer el hedonismo reinante sumado a lo que dicta la sociedad de consumo?; ¿es darse los gustos y tomar y hacer uso de todo lo apetecible?

Dando una primera respuesta decimos que los expertos coinciden en definir la felicidad como un estado de plenitud de vida, satisfacción, conformidad y sentido de la propia existencia, asumida con madurez y responsabilidad, lo que alejaría el estado de depresión, ansiedad e insatisfacción que gana el ánimo de personas que, a pesar de tener lo esencial y aun mucho más, siguen insatisfechas.

La vida es, para este enfoque, una construcción que empieza en la concepción, en el vientre materno, y continúa hasta el final de los días. No depende de los otros, no de la pura satisfacción de los placeres, no es solamente entretenimiento y distracción sino manejo responsable que cada uno hace a base de proyectos que conducen a construir una existencia significativa para uno mismo y para los otros.

Para aclarar la confusión reinante sobre qué es ser feliz, Martín Seligman habla de la vida placentera que se encuentra dándose todo tipo de placeres y que es inferior –dice– a una buena vida, que deriva del cultivo de las auténticas fortalezas, talento, vocación, habilidades, desde la que se puede ascender a una vida significativa, más alta, que viven quienes se apegan a actos que trascienden lo propio, seres desbordantes de logros que pueden ofrecer a los demás.

Este estado produce una sensación de fluir y de conformidad con la propia existencia.

En cuanto a este nuevo interés que pone como objeto de estudio a la felicidad, podemos decir que en tiempos pasados la posibilidad de obtenerla quedaba postergada para la otra vida, era el premio que se esperaba, o no, tras la muerte y según lo merecido.

La triplicación de los años de vida humana en los países más desarrollados, desde hace unos 200 años, ha cambiado completamente algunas ideas que obligaban a que el ser humano, en los pocos años que estaba en la tierra, estuviera dedicado absolutamente a su tarea de sobrevivir y continuarse a través de la reproducción.

Eduardo Punset dice al respecto: "Súbitamente, la especie humana dispone ahora de 40 años adicionales después de haber cumplido las tareas reproductoras. El futuro ha dejado de ser monopolio de la juventud por primera vez en la historia de la evolución y los seres humanos tenemos futuro aquí y ahora, lo que significa que podemos mejorar ese futuro porque las ciencias están dedicadas a esa tarea."

Punset llama etapa de "mantenimiento" a los años que se han sumado a la existencia, que son más cuanto más desarrollado sea el país, lo que permite a cada ciudadano cuidar más su salud física y psíquica. Explica este autor, además, que ahora, más que nunca, se pone énfasis en la calidad de la existencia. Además, la profundización del conocimiento permite poner a disposición de la gente más medicamentos, lo que sumado a un actuar más consciente permitirá que se viva más tiempo y mejor.

La felicidad, dice la psicología moderna, apunta a algo tan intangible como es apoyarse en una escala de valores, en tanto la infelicidad actual se explica por una inversión excesiva en bienes tangibles, materiales.

Por otra parte y para tener en cuenta, Daniel Gilbert, de Harvard, determina que la felicidad reside en el circuito de la búsqueda. En el camino, en el proyecto, lo que nos lleva a poner la mirada, y disfrutar más el proceso, en ese lanzarnos hacia adelante que cada día convoca nuestra humana acción.

A una vida plena se refiere el escritor Juan Coletti cuando dice en una breve composición llamada "Tanka": "Dichoso aquel / que al final de la vida / puede trazar / el comienzo y el fin de un círculo perfecto".

La felicidad. Posible, cercana, asequible. Conformidad, serenidad, plenitud. ¿Acaso no vale la pena asimilar un tema que nos es esencial?

(*) Educadora. Escritora