¿No es hora de jerarquizar al docente?

“La educación es el principio de la libertad y engrandecimiento de los pueblos”.  Benito Juárez

En su fuero interno el gobierno,  los padres, los ciudadanos y por cierto cada uno de los agentes del  aprendizaje sabe que en las aulas- el ámbito real donde se produce el encuentro con los alumnos y se cuece el aprendizaje- la educación Argentina vive uno de sus momentos más oscuros. Se reconoce también que esta situación no va a mejorar con estentóreas declaraciones, ni con donaciones de computadoras, (si no se orienta a su empleo adecuado),  ni con llenar las bibliotecas escolares de miles de libros, (si no se motiva a los alumnos  a leerlos). No, ésas son medidas que no llegar a  traspasar la superficie.

En nuestra educación faltan medidas drásticas, profundas y esenciales. Porque, ¿cómo lograr la  motivación, convicción, fuerza., tanto de los alumnos que realmente no saben para qué ir a la escuela como de los docentes que no saben cómo conducirlos a un destino hoy tan incierto?  No hay motivación en la escuela.

Hablamos de la real motivación del docente, la que lo impulsa al cumplimiento de una auténtica vocación transmisora de saberes, la que lo lleva a trabajar con alegría sintiendo que cumple una misión realmente transformadora.

El hecho de que muchos de nuestros maestros y profesores hayan elegido la carrera como una alternativa de ingreso fácil, sin haber pasado exámenes de aptitudes que les indiquen y mucho menos les exijan las condiciones necesarias para  llegar a conducir adecuadamente el aprendizaje de los niños y adolescentes de hoy, es un claro indicador de que hay que trabajar mucho para elevar el  nivel  docente actual. 

Creemos que, sea por la causa que sea, el maestro, el profesor, en términos generales y salvo las honrosas excepciones que existen, no logra despertar en los chicos deseos de aprender, de estudiar, de investigar y que urge buscar los motivos para sanear una situación que los perjudica no sólo a ellos en el desmedro de su formación, sino a la familia y a la sociedad.

La cuestión es, entonces, cómo despertar en el docente actual un sentimiento de valor, cómo elevar su autoestima profesional en momentos en que es necesario actuar con una gran  pasión acompañada por una agradecida dignidad.

¿Cómo lograrlo? Muchos estudiosos del tema  han buscado la solución a una problemática que, en lugares más avanzados del mundo, ya ha encontrado el comienzo- siempre se puede más- de la solución.
Cuando se busca información sobre la educación en estos países surge como abanderado, Finlandia.

Finlandia ocupando el puesto número 1 en Ciencias, Finlandia ocupando el lugar número 4 de  lectura y el 6 en matemáticas. ¿Y cuál es su secreto para llegar a tan altas distinciones medidas  por el Programa Internacional para Evaluación de Estudiantes (PISA)?

El secreto de su éxito es la calidad de la formación docente, es decir una alta capacitación, una elevada profesionalidad.

Se ha explicado que esta calidad es producto de una gran exigencia que se inicia con un ingreso a la facultad especializada en magisterio, sólo  permitido a quienes han obtenido promedios entre 9 y 10 en la secundaria. Esa condición previa va acompañada por exámenes que ponen a prueba una muy alta preparación en diferentes ciencias, que abarcan desde la capacidad de comunicación  hasta la sensibilidad artística. 

Ser docente es un honor que ha ganado un alto lugar en el reconocimiento social y que exige un elevado sentido de la responsabilidad.

La educación en Finlandia da cohesión social, involucra a la familia y está bien pagado.

Otros países se acercan a tan brillantes resultados y el denominador común es que en ellos los docentes no deben pluriemplearse para llegar a fin de mes, además, su misión es muy reconocida y ese hecho estimula, compromete, fomenta el afán de superación.

¿Sucede algo parecido en nuestro país?
¿Cómo puede lograrse?

Tal vez proponerse llegar a ese nivel de desarrollo humano deba constituirse en una cruzada familiar y social teniendo en cuenta que en esa empresa está comprometido el futuro de las generaciones que nos continúan.

¿Por dónde empezar?

A lo mejor sería bueno empezar por pensar si el maestro y profesor ganan lo suficiente como para satisfacer las necesidades básicas de la alimentación y el descanso,  imperiosas para cualquier ser humano. ¿Gana lo suficiente para lograrlo el docente?

Es importante insistir en la cuestión: ¿Pueden los maestros con los miserables sueldos que cobran llegar a una plena satisfacción de lo esencial o por el contrario, acaso se ven obligados a dedicar tiempo, esfuerzos, ingenio para poder llevar a la mesa diaria la adecuada alimentación para él y su familia? Además, ¿consume realmente lo que le transmite fuerzas, energía y buen ánimo?

En muchos lectores ya surgió la respuesta.

Por otra parte y para  enfrentar una tarea sumamente ardua, los docentes tienen que vérselas hoy con una generación de niños y adolescentes que llegan a la escuela muy  cansados, desorientados y desprovistos de las bases que otrora daban las madres presentes y los padres aspirantes de tener “m’ hijo el dotor” (recordamos la famosa obra de Florencio Sánchez)  que les permitiría ascender en la escala social. La mayoría de los padres de hoy están muy ocupados en ganarse la vida para luego descansar y ver un buen y relajante programa de TV cuando se llega al hogar. De más está decir que esa situación, que genera chicos con escasos hábitos de estudio, hace más pesada  la tarea docente.

Con más trabajo, con una tarea recargada y sin educadores convencidos, la escuela no puede cumplir su elevada misión formadora. Urge, entonces,  que la atención se vuelva hacia esta problemática y se trabaje desde toda la sociedad para que se restauren las fuerzas y confianza del educador, en sí mismo, en su trabajo.

El gobierno nacional y los provinciales  tienen en sus manos la posibilidad de reanimar tan alicaída tarea y pueden hacerlo reconociendo que es por la educación, por la formación de los ciudadanos, por la suma de personas formadas, educadas, esforzadas en su propio crecimiento personal cómo se puede mejorar la República.

En el cultivo y desarrollo de cada cerebro argentino anidan las potencias que harán grande a nuestro país.

Pagar sueldos justos a los que tienen en sus manos ese laboreo, al tiempo que se les exige la mejor disposición, es el ineludible primer paso.

Por otra parte también sumaría a la apetecida calidad si se deja atrás la demagogia actual, ya que, aunque a todos nos resulte placentero tener más vacaciones, hacer lo menos que se puede hacer, dejarnos ganar por el menor esfuerzo, bien sabemos que esa actitud sólo conduce a la derrota de un auténtico y sustentable crecimiento.

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