Leer y comprender... la vida


En el mes de marzo del año 2000, el diario mexicano EL HERALDO me publicó una nota titulada “Elevar el nivel de comprensión lectora”, en la que desarrollaba la explicación del llamado TRIÁNGULO DE LECTURABILIDAD, difundido por una revista española.
     Dado que la problemática de la  comprensión de textos de cualquier soporte, se ha agudizado en nuestro país con su negativa incidencia en todo el aprendizaje, mientras, por otro lado las neurociencias aportan datos científicos sobre los beneficios cerebrales de la lectura concentrada y profunda,  consideramos importante que se conozca en qué consiste este triángulo representativo de los grados de comprensión lectora posibles de lograr.      Los grados son como escalones, a través de los cuales puede desplazarse y ascender el  lector a medida que agudiza y profundiza su comprensión de un texto.
      Consideramos que toda actividad humana y no sólo leer  una publicación escrita en un libro o en una pantalla de la computadora, de la TV o del teléfono, sino también  una conversación, exige lectura e interpretación, para poder responder y actuar. De manera que, con la idea de que leer es ver lo que la vida, el mundo de relaciones y la naturaleza ofrecen a nuestra interpretación y necesidad de elección, se descubre la fundamental importancia de ver más y mejor, ampliar los paradigmas mentales, llegar más lejos en el tiempo y en el espacio con una mayor capacidad interpretativa.
    El triángulo de lecturabilidad- bien pudiera ser una pirámide- visualiza cómo  la mayor población lectora- en la base del triángulo- va disminuyendo a medida que asciende a estadios superiores la capacidad interpretativa.
     Imaginemos un triángulo dividido por líneas horizontales en tantos estadios como siguen:
      En la base, el estadio 1°,  de mayor superficie, se encuentran los individuos que han superado el analfabetismo y dominan la lectura mecánica. Son los más.  Allí, los lectores cuya atención se concentra en lo anecdótico, allí, los que se interesan en los sucesos fuertes, catástrofes, accidentes, muertes, violencia que hilvanan un  argumento.
    En el que sigue, el 2° están los que suman a las anteriores habilidades la demarcación y separación en apartados o secuencias y la cohesión de la trama cuya urdimbre forma un macrotexto.
     Los que llegan al 3° estadio enfocan su atención en lo principal distinguiéndolo de lo periférico o secundario. Pueden descubrir un tema central que es adonde se focaliza una clara lectura.
    Llegando al 4° estamento el lector suma la degustación de la forma, es decir la valoración de la riqueza expresiva y el empleo de recursos literarios. Apreciar lo estético afina su sensibilidad.
    Más agudos, más enriquecidos, los escasos lectores que arriban a la altitud del 5° estamento, elaboran juicios críticos personales.
    Y llega una minoría al estadio superior,  el 6°. Son aquéllos que seleccionan textos, libros, programas televisivos, películas, altamente significativos y logran enriquecedoras transferencias a su propia vida.    
     Si invirtiéramos el triángulo (continúe imaginando el lector) y pusiéramos su vértice orientado  hacia abajo,  encontraríamos que estos últimos exploradores textuales llegan a una mayor  profundidad, pudiendo descubrir intenciones ocultas, leer entre líneas y exprimir al máximo y en su beneficio, los jugos enriquecedores del texto.
    Por el lado opuesto, en el extremo, los lectores del estadio primario, nadan en la superficie, eligen de las noticias diarias aquéllas que sacuden una adormecida existencia y buscan motivos conmocionantes. Este lector privilegia los sucesos, los argumentos, el relato, aunque la línea argumental esté entrecortada, aunque los nexos sean débiles, aunque la cohesión textual  se disgregue entre palabras estruendosas. Las notas dispersas y altisonantes los atrapan aunque no alcancen a unir sus significados, es decir aunque nada digan, nada signifiquen. Para ellos los golpes bajos de programas televisivos de alta audiencia; para ellos los discursos aparentemente valientes con un alto voltaje de superficialidad; para ellos la conmoción estremecedora de un suspenso que al final del capítulo  poco tiene que ver con el siguiente.
      Y son tantos los pobladores de este estadio, son tantos los que se dejan llevar por las olas de argumentos arrebatadores que su interés genera una industria editorial con superproducción de textos llamativos por su liviandad que logran un éxito efímero para culminar en poco tiempo en mesas de saldos.
     Hay diferentes grados de lecturabilidad y es bueno saberlo porque una vez ubicados en algún estadio tenemos la posibilidad de ascender al que le sigue, transformarnos en lectores más exigentes, los  que se dejan llevar sólo cuando las palabras se mueven en un sentido, cuando el argumento tiene cohesión, cuando todo enfoca a un tema central y los  nexos suman motivos en párrafos concatenados, reales y vigorosos porque las palabras se van soldando en una prosa fluida, rica y genuina.
   Y qué bienestar siente el lector que es capaz de elaborar su propio juicio crítico. Cuánta revolución interna provoca lo que se ve, lo que se escucha, lo que se lee cuando el discurso apela a verdades expresadas con armonía y belleza.    
       Ser cada vez más agudos lectores, es decir ascender en el triángulo de lecturabilidad nos conducirá, seguramente, a exigir en todo lo que se nos ofrece política, educativa y socialmente coherencia, temas nucleares fuertes y sostenidos por lo aceptable y sustentable.    
       Y ése es el nivel de lectores que la república necesita. Con urgencia.

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