Biografía

 
   Gladys Seppi Fernández, nació en Cruz del Eje. Sus padres fueron Abrahan Seppi, oficinista del ferrocarril y agricultor en su pequeña quinta "Santa Catalina", con una de las primeras plantaciones de olivos y cuidadosamente cultivada, y María Luisa Méndez López de Seppi. Tiene cinco hermanos: Julio César, Luis Alberto, Beatriz, Ángel Roberto y María Cristina.
   Su madre era maestra en la Escuela Graduada, Domingo Faustino Sarmiento, recordada como gran educadora por numerosas generaciones de alumnos. De ella heredó un gran amor por la enseñanza y una profunda fe en el poder transformador del docente en la formación integral de sus alumnos.
    Cursó la escuela primaria en el Colegio José de San Martín, fueron sus maestras de muy alta talla como Julia de Gordillo y María Mercedes Vivo de Florentino, mujer de gran cultura que imprimió en sus alumnos un gran amor por la lectura.
   De su paso por la escuela secundaria recuerda especialmente a profesores de gran vocación como Manuela Abellán de Alem  y el Dr. Ernesto Molinari Romero, poeta y político que dictaba clases de filosofía. Egresó de la Escuela Normal de Maestros Normales Regionales de Cruz del Eje con el título de Maestra Normal Regional en el año 1957.
   En 1958, habiendo fallecido su padre, su madre pidió traslado a Córdoba donde estaba la familia Méndez López, abuela y tíos, de gran influencia en la formación de los hermanos Seppi Méndez.
   Julio Argentino Méndez López, hermano de su madre, hombre idealista, de gran cultura, lector, estudioso y viajero, orador y político honesto, dejó profundas marcas en la formación de los jóvenes de la familia. Fue, para Gladys, un modelo a seguir, por su personalidad profundamente digna y sus nobles ideales y fe en las posibilidades de progreso humano mediante la educación. Sus palabras: “sólo con educación podemos salir de la pobreza”  marcaron su impronta en la formación de los más jóvenes de la familia.  
   El primer cargo que desempeñó fue el de Directora de Biblioteca de la Escuela Normal Superior “Dr. Agustín Garzón Agulla” de Córdoba, a los 19 años. Tres años después, egresada con el título de Profesora de Castellano, Literatura y Latín de la Escuela Normal “Alejandro Carbó”, fue nombrada Profesora de Literatura en el Colegio Garzón Agulla y de Latín, suplente, en el Colegio Jesús María.
   Se casó con el Ingeniero Rubén Juan Fernández, a quien conoció cuando cursaba la escuela la secundaria, en el año 1961.
   En 1969, se traslada a vivir a Cruz del Eje, con su familia compuesta entonces por cuatro hijos, Rubén, Juan Carlos, Carina y María Gabriela a los que pronto se suman otros dos, Silvina y Rodrigo.
   Se desempeña como profesora de lengua y Literatura en  el Instituto Agrotécnico “Arturo Illia” y en la Escuela Normal Superior de Profesorado “Rca. del Perú”, como profesora de Latín, ascendiendo con los años al cargo de Regente del IPEA y luego Vice Directora de la Escuela Normal.
   En 1980 publica su primer libro: “Nueva técnica para el comentario de textos: esquematización de contenidos”, en el que transmite una experiencia nacida en el aula para ganar la voluntad lectora del alumno. La creación de imágenes por parte del lector, que realmente logra atraerlo hacia la lectura, la colma de entusiasmo creador. 
    El encuentro con Rosa Elena Ferreyra, directora de la Escuela normal Superior de Córdoba, y su generosa actitud, le permiten  la publicación de este primer libro en Editorial Tapas. Sobre esta herramienta dicta más de cincuenta cursos en el país y en el extranjero. (España, Cuba, México).
   En 1995 se jubila dedicándose a escribir. La mayor parte de sus libros están dedicados a la adolescencia y a dos temas fundamentales en la escuela actual: la comprensión lectora y la educación sexual del adolescente.
     En el año 1997 viaja a La Habana-Cuba a presentar su método de comprensión lectora. Entre los asistentes a su conferencia encuentra a la que fuera directora de la Escuela Normal Superior Doctor Agustín Garzón Agulla cuando ella fue nombrada Directora de Biblioteca, a los 19 años, la Profesora María Saleme de Bournichón, quien la estimula a seguir adelante con su propuesta y prologa años después su libro: "Leer es ver, Método Seppi de comprensión lectora por la creación de ideografismos".
    Ha publicado 18 libros y La Voz del Interior y el diario Nueva Rioja de la Rioja,  a los que se ha sumado "Río Negro" de la Provincia homónima, han publicado numerosas notas a las que se pueden acceder en este blogs.
Actualmente vive en Córdoba, tiene 19 nietos y se dedica a investigar y a escribir.




GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ AGREGA A SU BIOGRAFÍA:


 PERSONAS QUE MÁS INFLUYERON EN MI VIDA 


   Es difícil mencionar a las personas que, ya cercanas o lejanas, ya a través de su palabra o sus ejemplos o sus escritos han marcado hitos en la vida personal, producido cambios, mostrando un nuevo mundo o abriendo una más amplia perspectiva. Es difícil hacerlo y se siente miedo de olvidar, de dejar en la sombra a personas llenas de luz que iluminaron nuestra vida.
    Sin embargo, cuando en una conversación , escuché a un amigo hablar de la maestra que descubrió su talento escritor y lo estimuló y cuando siguió enumerando una importante lista de personas que habían aportado a su alto desarrollo humano, empecé a repasar mis propias, enriquecedoras influencias. 
     Deseo enumerarlas aquí, rendir el homenaje de mi recuerdo agradecido a los que sabiéndolo o no, intencionadamente o no fueron marcando mis pasos hasta lo que considero hoy, ya pasados los setenta, me han hecho una persona satisfecha y alegre, feliz y plena.
     Mi primer contacto con el mundo fue a través de mi madre. Y fue bueno.Acomodada al lugar que las ideas y costumbres de la época le habían asignado a la mujer, ella decidió,-me parece que en ella fue una decisión consciente,- afrontar con alegría los trabajos de madre de una prole de seis hijos, de esposa sumisa y maestra de escuela primaria. Eso en cuanto a su vida.  Era muy tolerante con papá,-un machista más de una  generación formada para ser servida-, era dueña  de una natural amabilidad y buena disposición, una gran calidez que permitieron que nuestro hogar fuera un buen refugio, un buen lugar para recalentar energías y salir a la calle más robusto.
    La autoridad paterna y la protección y consejo maternal fortificaron los lazos fraternales y marcaron territorios claros a cada uno. En cada uno de nosotros fue asomando una diferente vocación que encontró lugar para expandirse y crecer.
    Mi madre fue una adelantada en su capacidad de abrir caminos llanos al diálogo familiar. Ella brindaba la confianza necesaria para que sus hijos nos lanzáramos a las más íntimas confidencias. A través de esa conexión fue despertando la conciencia del valor de la participación en las tareas y luchas  hogareñas, el sentido de pertenencia, la responsabilidad y la importancia de la colaboración mutua. 
    Mi madre fue la gran hacedora de una familia muy unida. ¿Acaso aún hoy existe bien más apreciable?

¿Y mi padre?

                        Para mí era el hombre más trabajador del mundo. Después de las horas dedicadas a su trabajo de oficinista del ferrocarril, en aquellos tiempos tan poblados de trenes, viajeros, movimiento, mi padre se vestía de agricultor, tomaba su sulky y se iba a las quintas que poseía en el callejón de los Olmos.
     Sus dos pequeñas quintas eran un vergel donde crecían los primeros olivos de la zona y todo tipo de plantas frutales y hortalizas. Había edificado en cada una una pequeña casa y en la llamada Santa Catalina, en homenaje a su madre, proyectó una magnífica entrada de rosales que trepaban por columnas que remataban en los alto en arcos de fierro. 
A la entrada, imponente, se levantaban sendas columnas de piedra  que resguardaban un gran portón de madera. 
No se olvidó de las placas con los nombres y datos que le parecieron interesantes, como la fecha de fundación de lo que consideraba su obra y en realidad era la expresión de sus sueños.
   Cuando  el Gobierno de la provincia de Córdoba determinó que ese hermoso predio fuera cruzado por un canal de riego que nacía en el dique guerreó, infructuosamente,  para que se respetara la entrada de  su  Santa Catalina
   Los destrozos sufridos le ocasionaron gran pena.
   Murió a los 46 años de un ataque cardíaco. Todos pensamos que una vida tan agitada, frondosa y entregada al trabajo sin medida y a emociones que vivió hasta los tuétanos apresuró el cansancio de su joven corazón.

     En el desenvolvimiento de mi cronología destaco la influencia de mi hermano mayor. Se llama Julio César, le decimos Negro, y a él le debo mucho de la fuerza con que creció mi autoestima. Por cierto el sentimiento de valer y del valor de la vida debe haber estado latiendo en mí, porque nada mejor para transmitir fuerzas al crecimiento que la presencia de padres amorosos. 

    Las ponderaciones admirativas de mi hermano hicieron de pivote al desarrollo de una  personalidad que buscaba definirse en la edad adolescente. Por eso, porque ya empezaba a buscar mi autonomía y porque necesitaba confianza en mí misma para desenvolverme entre mis compañeros de la secundaria, las palabras  de estímulo de mi hermano, la confianza que depositaba en mí por mi inclinación a la lectura y al estudio, me daban un buen sustento.
     Por mi parte, admiro mucho a mi hermano Negro, por su gran capacidad para el trabajo, por su corazón amante y ardiente, por su inagotable capacidad creativa manifestada en sus obras: una casa que diseñó y cuya construcción dirigió, un criadero de pollos que fue ejemplo de orquestación e ingenio para que miles de pollos crecieran en el mejor estado, un hotel que levantó empleando materiales de desecho.
     En fin, lo que llamamos un hombre de genio. 
       

        Mi hermano Luis Alberto despierta la admiración y el cariño de cuantos lo conocen por su índole de gladiador. Su vida fue una lucha constante, familiar, profesional. Llegó a ser un médico destacado especializándose en nefrología y cuanta persona trabajó con él o fue su paciente pondera la humanidad de su trato, el respeto al enfermo, su bondad, su entrega a una tarea tan sacrificada y exigente como es la del buen médico.

         ¿Cómo no sentir la influencia benéfica de una persona así?  

       Me viene a la memoria la imagen de mi hermano menor. Se llamaba Ángel Roberto. Ya no está con nosotros. Una diabetes indomable lo dejó ciego por años, pero él, acompañado por Adriana, su esposa, fue ejemplo de una santa y sabia resignación, que lo llevó a tomar de lo que la vida le daba con agradecimiento manifiesto. ¡Cuánto lo amamos en su adversidad! ¡Cuánto marcó nuestras vidas desautorizando nuestras quejas nimias y necias asistir a su fortaleza en el sufrimiento! Eterna memoria para él.


     Al comienzo de esta biografía hablé de mi tío Julio y de mis maestras, que tanto influyeron en mis sueños de niñas y en los altos ideales que me propuse lograr. No creo necesario repetirlo aquí.


    Ahora deseo recordar aquí el nombre de una vecina que me amó en su soltería, en sus afanes maternos frustrados, en su cálida humanidad y que le dio mucho calor a mi infancia.    Para Alicia Dolores Rodríguez, la Negra, como le decíamos, fui su hija y me transmitió  una impronta que aún subsiste: se  puede encontrar un gran sentido dando amor, sencillamente, y festejando cada salida del sol mañanero, como solía decir.

    Su madre, Doña Lola, fue la primera peronista que conocí. Y la más vehemente.
   
   ¿Debo hablar de mi esposo? Caro que sí, porque si alguien cambió el curso de mis días y me transformó con el hálito del amor, fue él. Rubén Juan Alberto Fernández se metió en mi corazón cuando yo tenía dieciséis años y el veinte. Me impresionó su corpulencia, su apostura, su seriedad, sus gestos nobles, su palabra medida y valiosa, su tesón y su disciplina. Lo admiré desde que lo vi y lo fui amando poco a poco, a medida que el conocimiento, el mayor contacto me lo mostraba en sus pliegues interiores. Formado en una familia honorable transmitió a mis seis hijos la idea de que su destino era estudiar y de que a ese afán debían dedicarse. Era un esposo fiel y amante y un padre imbuido de autoridad que supo poner límites sin demasiadas palabras y por la sola fuerza de su magnética y fuerte presencia.

    En estos años finales de mi vida vuelvo la mirada- ahora soy la que admiro- hacia mis hijos Rubén, Juanca, Carina, Gabriela, Silvina y Rodrigo

     ¿Cómo pudieron superarme así? Ellos han dado grandes saltos en la progresión de los tiempos y de la especie. Admiro su seguridad vital,  su manera franca de enfrentar la vida y de decir lo que piensan, su claridad, sus vidas volcadas al cumplimiento de sus tareas profesionales, su afán de superación y, sobre todo, su paternidad o maternidad más consciente de cuánto modelan con su dedicación y mejor preparación, la vida de sus hijos.       Admiro a mis hijos (ad-mirar, mirar hacia lo alto) y pienso, agradecida, que ellos son el estandarte que su padre y yo hemos puesto en la línea del tiempo futuro. Por ellos la vida vuelve a repetirse, como digo en un poema:
      
        "Por ustedes, hijos
         rebrota el árbol del amor
         y en grano y en semilla
         estalla la vida su vocación 
de latido":

      Como dije al comienzo sé que no podré hablar de tantas personas significativas en el rumbo de mi vida, de los amigos que despertaron en mí  el gusto por viajar, de amigas que me enseñaron con su ejemplo a mejorar el aspecto de mi casa, el buen gusto para vestir y poner una buena mesa, a disciplinar y encauzar mejor las tareas. ¿Nombrarlas? Imposible. Son muchas, las quiero, agradezco a la vida su presencia pero no siempre la memoria me es fiel.


       Pero sí deseo nombrar a mis hermanas, Beatriz y Cristina. Menores que yo, fueron  entregadas y generosas (lo sigue siendo Beatriz), en el acompañar, en el estar incondicional, en su fructífera maternidad. En su integridad. 


       Cristina murió en julio del año 2009 víctima de un cáncer de páncreas. Cuando se enteró de su enfermedad , cuando supo que sus días estaban contados, lejos de doblegarse ante el dolor tuvo la valentía y voluntad de disponerse a un buen morir, se mantuvo activa, introdujo importantes cambios en su vida, se inició en la meditación, en ejercicios de búsqueda interior,  leyó a grandes maestros, y así, llenando sus días finales de nuevas motivaciones y de profundidad nos dio el ejemplo de una muerte luminosa.


          Beatriz es la hermana que me dejó la vida. Amiga hermana.

      Y  puedo llamarla así porque sólo con las personas muy amigas, las que despiertan absoluta confianza se suelta a hablar el corazón "a calzón quitado", (como suele decirse), atreviéndose a desnudar lo que más nos cuesta: los defectos, a abrir la puerta a esa zona donde anidan nuestras sombras.

     ¡Y qué bien hace! Nada más sano para la salud mental y el equilibrio interior que caminar con otro, sin temores, sin resguardo alguno, por esa zona resbaladiza que nos hace ver cuán humanos somos, cuán débiles y vulnerables.

     Pues con Bety vamos así, ella por las mías, yo, por las suyas  sabiendo que el natural cariño de hermanas, que se acrecentó con la crianza y los momentos compartidos, que se ciñó en noches de largas charlas anudadas por la comprensión y los mejores deseos para el hermano,  es más sólido, más confiable.
     Y cuánto hace a esa amistad nuestra su esposo, Juan Carlos Remy. Una eminencia de la odontología, pero, sobre todo, una gran persona. De esa hermosa unión nacieron cinco hijos que extienden un manto de familiar orgullo a todos los miembros de la gran familia Seppi  Méndez.

            

     Y si de admirar se trata, de hablar de maestría en el pensar y en el obrar, si se trata de hablar de la tarea, de un ejemplo de vida, de un espíritu generoso que enseña y potencia he de destacar la amistad, la compañía, el compañerismo de Juan Coletti

     ¿Cómo fue que llegó al umbral de mis sesenta años hace trece años ya  y sigue siendo aún mi compañero, mi confidente,el que sabe descorrer las sombras tras las cuales -claro que sin saberlo- me oculto, para mostrarme mis espacios de luz? Juan es hoy, quien enciende las capacidades que aún esperan dentro de mí, quien me estimula, quien cree que tengo mucho para dar aún. Y ésa es nuestra fuerte correspondencia. 
     Saber que él en su casa y yo en la mía, estamos atentos al otro para tendernos la mano, para energizar la edad, para llenar los días de nuevos proyectos, ha puesto un nuevo y destellante sol en el tiempo de mi ocaso. 
     Un regalo de la vida, solemos decirnos. Un motivo para creer que aún se puede, agradezco yo.






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