¿Cómo se nutre la cultura adolescente?

Para que el traspaso de la edad adolescente lleve a una madurez felizmente asumida, es necesario que, reconcentrada en sí, se nutra. Al hablar de necesidad de nutrirse hablamos de necesidad de culturizarse. El ser humano se abona con cultura. Porque, ¿qué es la cultura en realidad? Se ha relacionado la palabra “cultura” con cultivar. Se cultiva la tierra para que dé mejores frutos. Se la trabaja, se la fertiliza. Se optimiza su capacidad de dar.

Cultivar en el hombre es dar conocimientos, transmitir experiencias, orientar emociones, apoyar el asomarse a la realidad personal y social; abrir el gran abanico del mundo diverso, rico, conflictivo para que cada uno, sacando lo mejor de sí, se mire en él y a él se proyecte. Cultivarse es procurarse un sentido. Madurar.

Persona culta, entonces, no es quien puede recitar memorísticamente los versos de Ovidio, ni quien puede recordar los nombres de todas las capitales del mundo, sino quien ha sabido procesar la información, aprendiendo a seleccionarla, juzgarla, interpretarla y transferirla a su vida. En una vida cultivada hay huellas del arado, de una mano de maestro jardinero, de un sol que ha intentado despertar la luz interior. Una luz que pone su foco en los mensajes, que se nutre de infinitos mensajes –cuantos más, mejor- en e amplio, infinito y nunca terminado camino de la superación personal. Porque culta es la persona que se adapta al mundo, lo cambia y cambia con él asumiéndose como ser activo y por lo tanto responsable y libre.

Y tal como sucede con los individuos sucede con las naciones, que no son otra cosa que la suma de esos individuos transformados, mediante la culturalización, en personas. La adolescencia de los hombres, de las naciones, es la etapa de transmisión que lleva al ser que se anuncia hacia el ser que se define, al ser que es mantenido al que se mantiene, al ser dependiente hacia el que realmente puede actuar con autentica libertad en una realidad que debe ser leída e interpretada. Porque la cultura de cada persona tiene que ver, y mucho, con su grado de comprensión de la realidad, con su capacidad de leerla, de interpretarla.

Cultura y grados de lectura

Según la nota de Sergio Herrero, publicada el domingo 9 de diciembre de 2001 en LA VOZ DEL INTERIOR, titulada “Mucha Internet, demasiada ignorancia”, los adolescentes del mundo, a los que se los ha llamado “analfabetos funcionales” y “generación tonta”, padecen de una “escalofriante” ignorancia sobre temas de cultura general, aunque sí conocen cómo ingresar y navegar por la vasta información que brinca Internet.
¿Caben en esta apreciación los adolescentes argentinos? En la misma nota –y siempre refiriéndose a una problemática de los países del Primer Mundo- Herrero destaca: “la gente ríe y no piensa, y lo peor de todo es que no sabe porque se ríe y por qué dejo de pensar!. Y hay más aún: “The New York Times –dice Herrero- reseñó un párrafo lapidario: uno de cada cinco de nuestros adultos carece de las mínimas habilidades de lectura, escritura y calculo para desenvolverse en la vida”. ¿Alcanza este juicio a los argentinos que han llegado a la edad adulta, aunque sólo sea por la cronología?
Tal vez nuestro país este espeluznante diagnostico se agudice. Porque en un país que todavía no aprendió a leer su propia realidad y a desenvolver por sí mismo, dándole un sentido a su andar, es muy difícil que sus componentes lo logren, que sus miembros maduren, en el sentido real del término.
Exigencias

La multiplicidad de datos, conocimientos e información que la era de la informática ofrece exige, más que nunca, que le adolescente se arme de ciertas habilidades lectoras que le permitan ejercitarse en la capacidad de seleccionar, procesar, interpretar, juzgar y transferir tanta y tan cambiante información recibida.
Sobre su capacidad de seleccionar mucho tenemos que cuestionar. Porque si “la mayoría de los adultos se ríe y solo quiere pasarla bien sin pensar”, ¿qué podemos decir de nuestros adolescentes que hacen de su vida una huida, un estar sin estar?

Subsumidos en el “ya”, los chicos están abiertos a los que les toca más la flauta de la risa. Nada de profundidad ni en el sentir ni en el pensar. La información que reciben está hecha, de esa manera, a su medida. Y si hay “mucha Internet”, cuyos sitios prohibidos se visitan sin tranqueras, hay también mucha televisión que parece hecha solo con el propósito de facilitar un escape de la realidad a las zonas risueñas, burlescas y estentóreas de una sub realidad humana.

Los tonos negros se agudizan porque la sensibilidad, dormida, quiere más, siempre más. Quiere decir, por lo tanto, que, en cuanto a selección de la información, nuestra adolescencia lectora tiene mucho que trabajar para no dejarse arrastrar por la tendencia de consumir lo fácil, lo resuelto, lo escaso de ideas, lo que desobliga del humano acto de pensar y que debe procurarse fuentes –ya sea en la televisión, en diarios, en revistas, en libros, en Internet, en la conversación cotidiana- que en la medida que demandan esfuerzos de lectura profunda van generando habilidades internas de reflexión y comprensión.

Procesar la información, todo conocimiento, exige también una atención especial. El argumento de un texto mediante el que se nos da a conocer un tema, una intención o propósito, deben ser descubiertos por el lector habilidoso a fin de desentrañar el sentido de un entramado en que la coherencia juega un papel importantísimo.

Detenerse a juzgar la información recibida define, en este proceso, una instancia capital a la que ascienden los lectores que saben lo que leen y para qué lo leen, que saben lo que ven y para qué lo ven. Finalmente, transferir a la vida personal, a las propias conductas, lo resultante de un buen acto lector, supone aquilatar, incorporar, elaborar y aprovechar –en el buen sentido del término y en dirección al crecimiento personal- la información, el conocimiento, los mensajes.


El proceso lector de la realidad y cuanto en ella puede leerse e interpretarse, representa una conducción necesaria e ineludible para alcanzar la madurez exigible al adolescente que quiere trasponer su edad y llegar a la madurez. En ello y por ello debe trabajar intensamente la familia, la escuela y todos los recursos de socialización del individuo a fin de que, por la suma de personas plenamente asumidas, nos encaminemos al logro de un país maduro. Un país que, a la vez, estimule y haga creíble la necesaria maduración de sus ciudadanos. Lo que significa empezar a ver los umbrales de zonas más iluminadas. 

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