FELICIDAD


Te he visto, felicidad
 calzar trajes de luces,
 cabalgando en la esperanza 
de tus proyectos.
Te he visto escalar violentos muros
y, cuando ya parecías llegada
a la cima dorada,
dar el tropiezo.

Entonces ya no eras más que
 un triste jirón del colorido
un desmayo
entre tus letras rotas.
Después te he visto
 enjugar una lágrima,
y volver a empezar
 y desplegar tus hilos
 y buscar la luz...
y, cuando creías atrapadas en tu red
sílaba a sílaba,
toda tu esencia,
se destiñó la flor de tu tejido
y  te habló de muerte.
Entonces rodaste con tus sueños  por el suelo,
y hablaste  de tu final , de tu vocación de tierra,
de tu olvido.

Te he visto, felicidad,
creer que tu nombre
se escribía con la forma y con el color de las cosas
y, obediente al engaño,
conjurarles su fidelidad y permanencia.
Pero al instante
 todas se te escaparon
por una mejor paga
y tú, despojada,
buscaste en el disimulo
la recuperación de tus fuerzas.

Después, desviaste la mirada
 hacia una ventana de sol.
Allí- bien lo recuerdo-
un niño   balbuceaba su necesidad
de ti
y tú eras fuerza y brío,
juventud y entrega.
Pero a tu distracción
 el niño se hizo hombre
y fue por su felicidad a otro camino.
Después.. .sí , fue después
cuando volvió  el amor y te llevó
 en su abrazo cálido,
y te derramaste plena
henchida, confiada
y casi, casi  descansaste
en su reencuentro,
 pero un aletargado bostezo
 te despertó de la ilusión
y volviste a ser una fugitiva.

Ahora la ilusión cabalga tras de ti,
 y tú
que ya no crees en ti
hablas de resignación,
 de sacrificio,
 de polvo.

Sin embargo,
la vida
 que te ama,
su generosidad
 que te es esencial,
persiste en ofrecerte  sus latidos.

                                   Felicidad, en tu nombre.

No deseo declarar el tiempo
en que lo habito.
¡hace ya tanto!...
Pero puedo decir
que me hice a sus formas,
a su estructura,
 a sus movimientos, a sus necesidades,
 a  lo que él me ofrece:
Una piel que se extiende
  hasta cubrirme,
como esas casas
 que se adueñan del espacio
y van creciendo habitaciones
 e inflamando volúmenes.
Una armadura que me sostiene
a un centro que la manda
y la obediencia
de músculos y arterias
y sangre que  recorre
 todos los espacios
repartiendo su pan.
Y hasta un corazón que no se cansa.

Yo vivo en él, y hace ya tanto.
Me he acostumbrado
 al quejido de sus puertas,
al resoplido de sus ventanas,
a  sus bisagras oxidadas.
Es, ciertamente,
una propiedad insegura
y puede,  en cualquier momento
desalojarme.
Pero distraigo mis  temores.
 Por él veo,
 por el siento,
 por él escucho
y hasta llego a  pensar
 cuando subo a sus comandos.
¡Y  me desmayo de placer
 cuando el amor me toca!

A veces se resquebraja y tiembla
ahuyentando mis pájaros
pero sigo habitándolo.

Es mi única casa
y, como el caracol, va puesta en mí,
 aunque me pese
aunque me demore,
aunque me incline.
                                       
Yo lo habito
y hasta creo
que mi alma está contenta
deambulando

 y subiéndose por él.

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