Sábado 28 de Diciembre de 2013 | COMPORTAMIENTOS
El fin de cada año es el ámbito temporal en que los hombres recuperamos un poco la inocencia del alma, limpiamos el herrumbre de los rencores y miramos a los otros con los ojos limpios de los niños, renovando la fuente de los mejores deseos para todos. ¿A vos te pasa lo mismo?
Por Gladys Seppi Fernández (*)
Cuando llega diciembre el corazón de la humanidad se agranda porque es tiempo de renovar las esperanzas, el optimismo, el amor familiar, el amor a los demás.
El pino navideño, el árbol de la eternidad, levantando al cielo su forma triangular representativa de la Santa Trinidad, tuvo en sus orígenes cristianos el adorno simbólico de manzanas, que representaban la tentación, y velas que transmitían la idea de la iluminación. Todos los adornos fueron en un comienzo, simbólicos, de manera que la descollante estrella que lleva en la punta, representa la orientación en el camino, las bolitas, los dones recibidos por los hombres y las cintas que, en tiempos pasados, simbolizaban los lazos con las personas que amamos, se van reemplazando por nuevas figuras, creativas formas que el paso del tiempo cuelga en sus ramas.
El fin de cada año, con sus fechas tan resonantes en el corazón humano, es el ámbito temporal en que los hombres recuperamos un poco la inocencia del alma, limpiamos el herrumbre de los rencores y miramos a los otros con los ojos limpios de los niños, renovando la fuente de los mejores deseos para todos. Junto a la decoración y la iluminación, junto al despliegue de árboles navideños que compiten por su belleza y fulgor surge el saludo en las calles: ¡Felices fiestas! Las bienaventuradas palabras, abarcativas, generosas, abrazadoras llegan para acariciar el corazón.
Ahora bien, ¿pensamos en qué deseamos al otro cuando las pronunciamos?¿Pensamos en las posibilidades de una vida mejor que auguran? ¿Cuál es el alcance que tienen las buenas intenciones con las que las cargamos?
Cada uno medirá las que emite o le llegan, y sentirá el efecto benéfico que causan en su interior. Siempre son para bien y siempre hacen bien. Pero tal vez sería bueno si, además, remontamos un significado que tanto entraña y que tan diferentes connotaciones evoca.
Para algunos, el mensaje, que viene cargando siglos de visiones, de costumbres, de maneras de estar en el mundo, podrá decir que lo pases bien o que te diviertas, que comas lo más rico y lo disfrutes, que te hagan buenos regalos, que te entretengas bailando, cantando, brindando a más no poder, es decir saliéndote de ti para alcanzar el paroxismo del placer; para otros el "Felices fiestas" significará que te renazcan tus propias fuerzas para reconstruirte, para refundarte, para que la vida te parezca buena y que sientas que estás viviendo dignamente, de la mejor manera, porque has tomado conciencia del regalo y compromiso que significa estar vivo; para otros, tal vez porque algún sufrimiento o pérdida los ha marcado, la frase "Felices Fiestas" expresa el deseo de que las personas que aman estén gozando de buena salud y bienestar; a otros, la tarjeta o el abrazo, o la carta o el email, cualquiera sea el soporte en que vinieren, los buenos deseos se les adentrarán en el espíritu, les harán preguntas, inquirirán sobre algún logro esperado, sobre los esfuerzos que han logrado colmar un proyecto largamente sostenido.
¡Hay tantos significados como emisores y receptores del mensaje! Y éste puede producir el efecto de las palabras pronunciadas con ligereza como cumplimiento repetido de un ritual, o como expresión auténtica, brotada de un corazón que siente al otro dentro de sí. Las palabras salen de bocas diferentes o de sentimientos o de experiencias y vivencias y caracteres distintos y también de vínculos más o menos cercanos en el amor o la empatía.
Meditar sobre el significado de las "Felices fiestas" con que arropamos el acercamiento a los otros, puede y debe ser un ejercicio para el cambio, para la introspección, para que el mensaje profundo que subyace, se transmite y nació con la intención de la resurrección permanente a los mejores propósitos, renazca.
Las fiestas de nuestro tiempo están signadas por las costumbres, inmersas en la particular filosofía hedonista y vertiginosa que nos envuelve y nos impregna, sin que seamos, muchas veces conscientes de ella, del matiz que les va dando nuevos y cambiantes rostros, muy contrastante hoy con lo que las personas mayores hemos vivido en nuestra lejana niñez.
En estos tiempos de consumismo, la felicidad se mide por el cuánto se puede comprar. Así la cosa material se califica como el bien a ingerir y el bien a vestir. La adquisición de la última novedad tecnológica, del teléfono celular, de la tablet, del televisor led y 3D ha pasado a ser primera necesidad y ya no moviliza su compra solamente su utilización práctica sino el espíritu de ostentación.
Las fiestas de navidad, el festejo de año nuevo, la misma festividad de reyes convocan, debieran convocar lo mejor de nosotros, el amor a los semejantes, el deseo de dar y sobre todo el agradecimiento por lo que tenemos, lo que podemos contar en salud, en buenos vínculos, en comprensión y amor de los amigos.
Es una fiesta para pensar, y al elevar las copas, poner en alto, también, los mejores propósitos. Es el espíritu, el crecimiento espiritual lo que renace y lo que puede hacernos, cada final de año, realmente, más felices.
(*) Educadora. Escritora