Estamos viviendo en la era del cambio del cambio, una época en que, de forma intencionada, podemos ponernos a trabajar codo a codo para acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras instituciones desfasadas" (Marilyn Ferguson)
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*) Estamos en un banco, la cola es larga y el sufrimiento mayor. Afuera, la calle aún tiembla con algunos estallidos. ¿Bombas?, ¿tiros? La situación es incierta. Sabemos que la policía ya ha salido a la calle. Adentro, las horas pasan y la incompetencia hace las cuentas. Sin embargo, a un empleado de buen criterio se le ocurre, ¡genial idea!, hacer entrar a la gente que espera bajo amenazas, tal vez de una botella disparada al azar o de un cartel que vuela destrozado. "Pasen –dice–, son muchos pero nos arreglaremos", y como sabe muy bien que no habrá ninguna orden superior, decide por sí y abandonado a su intuición creativa encuentra soluciones, una nueva manera de aligerar un trámite que alivie la angustia de la gente.
Estamos ante otra oficina pública, el trato cotidiano le ha quitado todo rastro de amabilidad, de humana consideración y cortesía. Los empleados amontonan expedientes porque "así es el sistema". Pero, en tanto una empleada afila las garras de la mala atención en la piedra de palabras cortantes, otra, obedeciendo a un llamado de su conciencia, pone en el mostrador su sonrisa y con la mejor buena voluntad y amables gestos soluciona en pocos instantes diversos expedientes.
Los ejemplos se multiplican. En el campo de la salud, en la educación, en todas las instituciones, lugares, oficios y roles, empiezan a sumarse buenas actitudes y mejores acciones que demuestran que, en medio de una de las peores crisis vividas y sufridas en la Argentina, aún quedan reservas de buena predisposición, de ingenio para que nos rescatemos unos a otros.
Sin querer, tal vez sin haberlo leído siquiera, estamos atendiendo a la exhortación que el gran pensador William James se hiciera una vez a sí mismo:
"Voy a actuar como si lo que hago sirviera para algo".
Y bien, ésa es una invitación al optimismo. Todavía, sumando acciones positivas, podemos poner un poco de claridad en medio de tanto desorden, increíble subversión y escandalosa corrupción que está oscureciendo nuestro país.
La posibilidad de un gran cambio, desde adentro, alienta una nueva esperanza.
Podríamos empezar derrotando, como primera medida, la idea de que el ciudadano sólo tiene derechos, de que todo le ha de ser dado, de que existen seres todopoderosos que van a solucionar los problemas que cada uno padece, desde el hambre hasta los malsanos deseos que ha desatado la incitación al consumo. Una concepción errada que ha instalado la demagogia, ha malacostumbrado a demasiados argentinos y que ha llevado hasta el desborde de saqueos y peleas entre conciudadanos que llegaron a ser sangrientas.
¿Qué más puede revelarnos la realidad, la verdadera realidad?
Ahora sale al paso una nueva evidencia y necesidad de ir por un camino que dignifique el esfuerzo y el trabajo y que depende, absolutamente, de un cambio radical en las conductas, un viraje desde adentro, la formulación de una alianza, un compromiso para todos y cada uno de nosotros. Hay que recomponer el tejido social roto a fuerza de pedreas y falta de respeto a los demás.
Creemos que el sufrimiento de esta crisis ha sido tan tocante que ningún argentino está dispuesto a dejar que lo vivido vuelva a repetirse. De ninguna manera.
Por eso es bueno y necesario que esta nueva fuerza que nos está creciendo sea conducida consciente, reflexivamente hacia un fin que nos saque de las conductas corrosivas que han descendido desde los de arriba, los responsables de la conducción y, derramándose sobre la sociedad, han llegado hasta el colmo de asaltar la casa del vecino porque, parecen deducir, si los que más roban no son castigados no tienen por qué serlo los que lo hacen en menor escala; si la ley no es respetada por los que deben dar el ejemplo, nada se puede exigir al pueblo.
La actitud ciega, despojada de reflexión y tan instintiva como para llevar a tantos ciudadanos a una desmesura que jamás pensamos se podría alcanzar, duele y avergüenza a la sociedad argentina.
Pero la fuerza de la vida, el apego a lo verdadero y honrado, paradójicamente, también hace su trabajo reparador y nos inocula una nueva conciencia, un nuevo respeto y amor por la tierra que pisamos y por los que la habitamos, en un "nosotros" que debemos robustecer de manera urgente.
La crisis nos pone frente a una gran aventura, un desafío inédito.
¿No será ésta una oportunidad única para dar el salto a una nueva organización, a un nuevo país, a una gran Nación? ¿A un nuevo orden?
Pues si el sólo formularlo nos llena de esperanzas, ¿qué deberíamos hacer para que se haga realidad?
Es ésta una época de interrogantes y quienes estudian los procesos sociales establecen que los cambios profundos se producen cuando surgen las preguntas profundas.
Y una de las más importantes quizás sea: ¿qué puedo hacer yo para que las cosas cambien?, ¿de qué manera y hasta dónde influyen mis particulares conductas en la realidad?
¿Acaso cada uno de nosotros puede mostrar a las generaciones venideras que tiene capacidad para enfrentar los problemas, una nueva manera de actuar para la vida y no solamente resignarnos a una pobre sobrevivencia?
La posibilidad de respondernos afirmativamente nos devuelve la energía, la vital energía que los argentinos sentimos casi perdida. El buen sentido.
En el inconsciente colectivo, que a todos nos abarca, andan las preguntas y también brota la esperanza.
Si hay un nuevo orden que podemos conquistar, bien vale la pena que hagamos cuanto esté a nuestro personal alcance para que, entre todos, lo logremos.
Pero, ¿qué es lo que podemos hacer?, insistimos.
Empecemos por reflexionar mensajes como el que ha dejado asentado la filósofa Beatrice Briteau: "No podemos esperar hasta que el mundo cambie. El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución".
Cada uno es el cambio.
(*) Educadora y escritora. Córdoba
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*) Estamos en un banco, la cola es larga y el sufrimiento mayor. Afuera, la calle aún tiembla con algunos estallidos. ¿Bombas?, ¿tiros? La situación es incierta. Sabemos que la policía ya ha salido a la calle. Adentro, las horas pasan y la incompetencia hace las cuentas. Sin embargo, a un empleado de buen criterio se le ocurre, ¡genial idea!, hacer entrar a la gente que espera bajo amenazas, tal vez de una botella disparada al azar o de un cartel que vuela destrozado. "Pasen –dice–, son muchos pero nos arreglaremos", y como sabe muy bien que no habrá ninguna orden superior, decide por sí y abandonado a su intuición creativa encuentra soluciones, una nueva manera de aligerar un trámite que alivie la angustia de la gente.
Estamos ante otra oficina pública, el trato cotidiano le ha quitado todo rastro de amabilidad, de humana consideración y cortesía. Los empleados amontonan expedientes porque "así es el sistema". Pero, en tanto una empleada afila las garras de la mala atención en la piedra de palabras cortantes, otra, obedeciendo a un llamado de su conciencia, pone en el mostrador su sonrisa y con la mejor buena voluntad y amables gestos soluciona en pocos instantes diversos expedientes.
Los ejemplos se multiplican. En el campo de la salud, en la educación, en todas las instituciones, lugares, oficios y roles, empiezan a sumarse buenas actitudes y mejores acciones que demuestran que, en medio de una de las peores crisis vividas y sufridas en la Argentina, aún quedan reservas de buena predisposición, de ingenio para que nos rescatemos unos a otros.
Sin querer, tal vez sin haberlo leído siquiera, estamos atendiendo a la exhortación que el gran pensador William James se hiciera una vez a sí mismo:
"Voy a actuar como si lo que hago sirviera para algo".
Y bien, ésa es una invitación al optimismo. Todavía, sumando acciones positivas, podemos poner un poco de claridad en medio de tanto desorden, increíble subversión y escandalosa corrupción que está oscureciendo nuestro país.
La posibilidad de un gran cambio, desde adentro, alienta una nueva esperanza.
Podríamos empezar derrotando, como primera medida, la idea de que el ciudadano sólo tiene derechos, de que todo le ha de ser dado, de que existen seres todopoderosos que van a solucionar los problemas que cada uno padece, desde el hambre hasta los malsanos deseos que ha desatado la incitación al consumo. Una concepción errada que ha instalado la demagogia, ha malacostumbrado a demasiados argentinos y que ha llevado hasta el desborde de saqueos y peleas entre conciudadanos que llegaron a ser sangrientas.
¿Qué más puede revelarnos la realidad, la verdadera realidad?
Ahora sale al paso una nueva evidencia y necesidad de ir por un camino que dignifique el esfuerzo y el trabajo y que depende, absolutamente, de un cambio radical en las conductas, un viraje desde adentro, la formulación de una alianza, un compromiso para todos y cada uno de nosotros. Hay que recomponer el tejido social roto a fuerza de pedreas y falta de respeto a los demás.
Creemos que el sufrimiento de esta crisis ha sido tan tocante que ningún argentino está dispuesto a dejar que lo vivido vuelva a repetirse. De ninguna manera.
Por eso es bueno y necesario que esta nueva fuerza que nos está creciendo sea conducida consciente, reflexivamente hacia un fin que nos saque de las conductas corrosivas que han descendido desde los de arriba, los responsables de la conducción y, derramándose sobre la sociedad, han llegado hasta el colmo de asaltar la casa del vecino porque, parecen deducir, si los que más roban no son castigados no tienen por qué serlo los que lo hacen en menor escala; si la ley no es respetada por los que deben dar el ejemplo, nada se puede exigir al pueblo.
La actitud ciega, despojada de reflexión y tan instintiva como para llevar a tantos ciudadanos a una desmesura que jamás pensamos se podría alcanzar, duele y avergüenza a la sociedad argentina.
Pero la fuerza de la vida, el apego a lo verdadero y honrado, paradójicamente, también hace su trabajo reparador y nos inocula una nueva conciencia, un nuevo respeto y amor por la tierra que pisamos y por los que la habitamos, en un "nosotros" que debemos robustecer de manera urgente.
La crisis nos pone frente a una gran aventura, un desafío inédito.
¿No será ésta una oportunidad única para dar el salto a una nueva organización, a un nuevo país, a una gran Nación? ¿A un nuevo orden?
Pues si el sólo formularlo nos llena de esperanzas, ¿qué deberíamos hacer para que se haga realidad?
Es ésta una época de interrogantes y quienes estudian los procesos sociales establecen que los cambios profundos se producen cuando surgen las preguntas profundas.
Y una de las más importantes quizás sea: ¿qué puedo hacer yo para que las cosas cambien?, ¿de qué manera y hasta dónde influyen mis particulares conductas en la realidad?
¿Acaso cada uno de nosotros puede mostrar a las generaciones venideras que tiene capacidad para enfrentar los problemas, una nueva manera de actuar para la vida y no solamente resignarnos a una pobre sobrevivencia?
La posibilidad de respondernos afirmativamente nos devuelve la energía, la vital energía que los argentinos sentimos casi perdida. El buen sentido.
En el inconsciente colectivo, que a todos nos abarca, andan las preguntas y también brota la esperanza.
Si hay un nuevo orden que podemos conquistar, bien vale la pena que hagamos cuanto esté a nuestro personal alcance para que, entre todos, lo logremos.
Pero, ¿qué es lo que podemos hacer?, insistimos.
Empecemos por reflexionar mensajes como el que ha dejado asentado la filósofa Beatrice Briteau: "No podemos esperar hasta que el mundo cambie. El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución".
Cada uno es el cambio.
(*) Educadora y escritora. Córdoba
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