Humana fragilidad

GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Los sabios lo reconocen. Y lo aceptan. Los humanos somos frágiles y, aunque el orgullo, la vanidad, o la peor de las cegueras no lo admitan, debiéramos exponer, como esos embalajes que portan cristal en su interior, un cartel que advierta: "cuidado, se rompe".
Lo frágil es lo que se fractura ante un golpe o un esfuerzo desmedido. Los seres humanos, a pesar de las imponentes y aparentemente sólidas estructuras que nos sostienen, somos seres endebles, condición que se agudiza porque así como nos pueden romper desde afuera, la mayoría de las veces somos los artífices de nuestro propio quebranto.
Pocos han definido con tanto acierto el significado de la palabra "fragilidad" como lo ha hecho Borges en su "Poema de los dones". Fragilidad y fuerza, poder y limitación, cúspide y abismo son los contrastes que debemos sortear y hay que haber bebido en la fuente de la sabiduría para aceptarlo y reconocer la inutilidad del reproche y la urgencia del cuidado.
La más apetecible de las riquezas, los libros y "unos ojos sin luz", tal como aquel rey que "muere de hambre y de sed entre fuentes y jardines", según narra el autor en el mismo poema, hablan de que en cuanto existe está la posibilidad de romperse, de desaparecer.
Hablamos del cristal, de la fragilidad de la materia, de la del niño, de los vínculos, de la mente, de la salud. Y lo hacemos aceptando o no, atendiendo o no los ejemplos constantes de la vida que invitan a poner atención en los límites. Cualquiera puede quedar con las manos vacías aunque haya sido dueño de un imperio.
El padre francés Samuel Rouvillois, de la Sorbona, señaló en una conferencia magistral que "debilidad no es lo mismo que fragilidad, ya que debilidad es la incapacidad de vivir inteligentemente nuestra fragilidad. A menor aceptación y previsibilidad del peligro, mayor estupidez" –remarcó.
Una estupidez que suele caracterizar la conducta de demasiados humanos sobrecargados, que no saben ni desean delegar, que se creen insustituibles, únicos, y al presionar el extremo de sus fuerzas quiebran las barreras de su humana resistencia.
Y esto puede suceder en cualquier ámbito. En la familia (¡cuántas madres se sobrecargan por no molestar a su marido o a sus hijos!); en una repartición pública (¡cuántos jefes, respondiendo a la imagen de invulnerabilidad que los hace ver más fuertes, no delegan, no reparten tareas). Son demasiados, y en todos los órdenes, los que no confían nada más que en su buen criterio para hacer y disponer.
Una de las condiciones de real fortaleza es saber aceptar que se depende de los demás, lo que hace tan recomendable el trabajo conjunto en que los integrantes se complementan, se enriquecen mutuamente con los aportes del conocimiento de los otros, reconociéndose ignorantes de algunos aspectos lo que da lugar a que los demás participen y actúen solidariamente. Y ese reconocimiento es el que hace al verdadero jefe o líder.
Bien se ha demostrado que construir modelos de acciones colaborativas es muestra de real inteligencia, porque de la suma de las partes siempre se obtiene un resultado mayor.
El pensador y educador Paulo Freyre invitó a aplicar este concepto en pedagogía, animando al docente a declarar que no lo sabe todo, a reconocer ante sus alumnos que todavía tiene mucho que aprender (lo que es una absoluta verdad). De esa manera su gestión educativa se enriquece y los educandos salen de su posición de abrumados entes receptivos para transformarse en sujetos activos del aprender a aprender.
La real debilidad es no aceptar que tenemos debilidades, porque esa actitud lleva al desborde, a la inmoderación, a un apasionamiento dañino.
Pero debemos hablar también de la fragilidad que, hoy más que nunca, afecta tanto al individuo como a los vínculos.
Zigmunt Bauman en "El amor líquido" advierte que la fragilidad de las relaciones humanas de la sociedad de consumo actual exige una satisfacción instantánea del deseo, por lo que es muy difícil que florezcan sentimientos profundos y duraderos. El amor verdadero exige humildad, coraje, fe y disciplina, por lo que las promesas de amor que se ofrecen actualmente –como si fuera una mercancía más–, y que prometen satisfacciones sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin trabajo, son muy débiles y hacen de la conquista de la capacidad de amor un imposible. La fragilidad es resultado de la fugacidad, lo superfluo y vano.
Para Bauman, la volatilidad que predomina hoy sustenta frases como: "El amor es un préstamo hipotecario a cuenta de un futuro incierto e inescrutable". Fragilidad, otra vez y hoy más que nunca. La que se animó a declarar Borges, evidenciando su sabiduría y humildad:
"Lento en mi sombra, la penumbra hueca / exploro con el báculo indeciso…
…otro ya recibió en otras borrosas/ tardes los muchos libros y la sombra".
(*) Educadora. Escritora

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