Humanidad miserable


00:41 06/12/2013

"La democracia argentina se encuentra, por obra del gobierno, en el linde de su dignidad. Unos pocos pasos más y la república se habrá disuelto en las imposiciones de un nuevo despotismo... Pronto surgirá lo hasta ahora inédito: de la ley habrán sabido valerse quienes la desprecian para consumar la insania de sus propósitos".
Santiago Kovadloff

  
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
En una noche de terror, los cordobeses y los argentinos de bien asistimos a la irrupción en escena de lo inédito: la emergencia del vandalismo. Bastó que la vigilancia policial desapareciera para que los hijos sobreprotegidos por el autoritarismo y la demagogia se hicieran ver. Desbordados.

Y muchos no lo percibíamos o creíamos que, al fin, existe una nación común que a todos nos cobija y todos estamos en la misma república. Ingenuidad total que despertó con el estallido. El mal estaba adentro, en la misma sociedad y el desenfreno de demasiada gente, una multitud que sólo esperaba el momento de actuar.

Un tsunami, el atropello de aguas descontroladas, el instinto obedeciendo a las más bajas pulsiones. Fue el desnudarse de una gran masa que se comunicó y dio fuerzas con un mensaje subterráneo de destrucción y hasta de muerte: si el gobierno del país hace prevalecer sus mezquinos intereses a la ley, si los que gobiernan no saben ponerse de acuerdo, si la ciudad y la población trabajadora están desprotegidas, es nuestra oportunidad.

Consecuentemente, la noche del martes salió de abajo de la alfombra la verdad del mal que padecemos: la evidencia de la multitud de diferencias que nos dividen y hoy son palpables:

La primera evidencia nos llega desde el gobierno nacional que puede asistir al incendio sin mover un solo dedo en tanto su cálculo de beneficios le sume activos. Pura miseria.

Existe otra palpable separación entre el pueblo y los gobernantes y, más grave aún, la que hoy se está manifestando en Córdoba: la del pueblo contra el pueblo. Y esto tan caótico, tan parecido a una guerra civil, esta batalla entre hermanos, no parece ser sino el emergente de males mayores que debiéramos prever.

Hoy hay una batalla entre los que se desesperan por proteger lo logrado y los que están acostumbrados al tutelaje interesado del gobierno: dádivas, puestos inmerecidos que ganan con su presencia en actos a los que son llevados a aplaudir, planes sociales que han anulado en la mayoría su posibilidad de desarrollar el saludable ejercicio del trabajo, de un oficio que dignifique su vida y que se han lanzado a lo más fácil, saquear.

Indudablemente han salido a la superficie las diferencias entre las familias trabajadoras y los que han sido mantenidos en la marginalidad, cautivos votantes, pedigüeños, al margen de todo sistema educativo, formativo en valores entre los cuales el primero y más sustentable debiera ser el amor a lo propio, al lugar en que se vive, a sus calles, a sus lugares públicos, a lo que se va construyendo generación tras generación.

La falta de respeto, responsabilidad, atención a las consecuencias de un accionar vandálico evidencia que hay demasiados pobladores de este país que viven al margen de la ley en tanto el gobierno los parasita en su beneficio. Gran miseria de arriba y de abajo.

Lo que ha sucedido en Córdoba, el caos sembrado por tanta gente que se lanzó a robar indiscriminadamente, pone en evidencia las causas que nos ubican en los últimos puestos en educación, entendida como formadora de conciencias, como respeto a lo de todos, como dignidad humana.

En nuestro país, sutil, silenciosamente se ha sembrado el cáncer de la desmesura que va anulando centros vitales activados a través de dos siglos por la educación recibida, la enseñanza de los viejos modelos y maestros, las marcas que se imprimieron en la formación humana con un mensaje cierto: se puede ascender con esfuerzo, con estudio, trabajo digno y tantas otras fuerzas internas, verdades, por ahora incorruptibles, que siguen guiando –por suerte– la conducta de muchos.

Difícil resulta señalar cuál fue el virus que prendió en el cuerpo social la desventurada enfermedad que padecemos, pero sí podemos señalar que, aunque no todos hayan sido alcanzados por lo más destructivo del mal, nos carcome el alcance de las dudas sembradas por el mal ejemplo:

¿Es que en este país la corrupción, el robo de guante blanco, el vaciamiento de los dineros públicos han de permanecer inmunes? ¿Hasta cuándo la astucia, las mentiras evidentes de relatos de ficción, han de pasar su dañina mano por la adormecida conciencia popular?

Si bien tenemos clara conciencia de que en nuestro país impera la mentada "viveza criolla", ¿habíamos medido las consecuencias del mal ejemplo que da la corrupción existente, el desgobierno imperante en toda la nación y las infranqueables diferencias entre provincias y gobierno central?

Desde las entrañas del mismo pueblo ha salido una masa desnuda de disfraces y vestida con lo que realmente nutre su condición de vándalos dispuestos a sembrar el terror, la destrucción y el robo indiscriminado porque "si en este país, los chorros de arriba son premiados, ¿por qué no hemos de serlo nosotros con lo poco o mucho que podamos saquear?" Respondiendo a ese pensamiento irracional ha actuado una humanidad miserable cuya médula reclama ser atendida para bien de todos.

(*) Educadora y escritora. Córdoba

No hay comentarios:

Publicar un comentario