GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Desde tiempos remotos se habla de él y tanto que Francisco de Quevedo en el siglo XVI aludía a su poder diciendo:
"Poderoso caballero es don dinero/madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y amado/… que pues doblón o sencillo/ hace todo cuanto quiero. / Poderoso caballero es don dinero... Él es quien hace iguales/ al rico y al pordiosero. / Y es tanta su majestad, aunque son sus duelos hartos/, que aun con estar hecho cuartos/ no pierde su calidad, /pues le da gran autoridad/ al gañón y al jornalero".
El dinero fue desde antiguo el actor principal de los devaneos cotidianos pues: "Hace todo cuanto quiero", "le da gran autoridad al gañón y al jornalero"… "aunque son sus duelos hartos". Desde Platón a Aristóteles, de Epicuro a García Márquez hasta llegar al papa Francisco, se lo llamó "dios dinero". Un dios al que el tío Patilludo se aficionó resplandeciendo con y por él y multiplicándose en personajes codiciosos de atesorarlo, ya sea en bóvedas o en cuevas, en colchones o en cofres perdidos en el fondo del mar.
En la forma de billetes o monedas, dólares o libras, reales o pesos, cheques o letras de cambio, el dinero, lo que llamamos plata y realmente representa al oro, se encuentra en la cúspide del interés humano patentizando la enfermiza fascinación que ejerce: "Yo al oro me humillo".
Metido en los hogares, en la vida social y en la política, su presencia o ausencia, su ser poco, escaso o demasiado, siempre genera conflictos, peleas, ocultamientos y desencuentros en la pareja, entre padres e hijos, entre socios, directivos y empleados, entre Estado y asalariados y si ha superado la economía de trueque (que sólo permitía transacciones sencillas al exigir la doble coincidencia de deseos), ha confundido al hombre y lejos de proporcionarle soluciones ha complicado su existencia.
¡Y qué decir cuando el dinero falta, cuando no alcanza para cubrir una elemental sobrevivencia, cuando no se tiene techo, pan, salud ni fuerzas para vivir!
Nos preguntamos ¿por qué es tan difícil lograr su reparto equitativo? ¿Por qué no se acorta la distancia entre pobres y ricos? ¿Cómo hacer un uso inteligente del dinero? ¿Por qué lejos de constituirnos en sus amos y ponerlo a nuestro servicio, somos, casi todos, esclavos de su tiránica prepotencia?
¿Será porque el mundo de las cosas deseables se ha multiplicado infinitamente? ¿Será porque la sociedad de consumo lo transforma en un instrumento nunca suficiente? Lo cierto es que su posesión ha encendido la codicia humana transformándo el dinero como medio en un fin en sí mismo y, en el caso de los ricos, lejos de otorgarles tranquilidad, llega a pesar en la misma medida de la cantidad acumulada. La desmesura lleva indefectiblemente a calamidades que obnubilan la sensatez en el saco de la avaricia. El culto a la posesión por la posesión misma suele exceder el control humano hasta desbaratar las mejores intenciones. Ciega y siega. Huelgan los ejemplos.
El desarrollo de la economía mercantil-capitalista ha acentuado el poder del dinero hasta el punto que algunos políticos, por ejemplo, consultados sobre el por qué se empeñan en acumularlo, aducen que "para hacer política partidaria se necesita mucho dinero".
Erich Fromm discutiría esta justificación diciendo que "los bienes se vuelven malos cuando se utilizan para servirse y humillar a los demás y que sólo debieran ser un medio para llevar al hombre a la realización óptima de su naturaleza, lo único que da razón a la existencia propia y ajena".
Este razonamiento conduce a deducir que el propósito político manifiesto, esconde uno más envilecido: el de comprar voluntades para acrecentar el poder mediante la adhesión de individuos que, al estilo fáustico, venden su alma al diablo, su autonomía, su dignidad, la libertad de decidir y elegir, transformándose en sirvientes.
En la vida cotidiana el tráfico del dinero es una actividad ineludible ya que es indispensable para abastecer el hogar, satisfacer necesidades y gustos necesarios al desarrollo. Bienestar y seguridad dependen de él, de manera que, ¿quién podría afirmar que esa apetencia no es básica, justa y hasta necesaria? Lo malo –al decir del papa Francisco– es cuando la cultura de lo material, envilecida por los malos ejemplos, conduce a excesos que producen desequilibrios en la creencia de que, dinero mediante, todo se puede tener aunque haya que vender la conciencia.
La influencia de ejemplos como el de las llamadas botineras que van a la caza de hombres enriquecidos; de vedettes que venden sus cuerpos al mejor postor; de hombres pudientes que compran la compañía de mujeres hermosas para lucirlas como si fueran su automóvil último modelo confunde a los que están desarrollándose, desbarata ideales, exacerba dislocados afanes, genera resentimientos, enciende deseos imposibles y nubla de tal manera la visión de lo verdadero, útil y necesario, que lo superficial y desechable adquieren el mismo valor.
Bueno sería hablar sobre el tema para dejar bien sentado, sobre todo entre los más jóvenes, que el dinero, indispensable para la subsistencia, una mejor asistencia médica, una educación de calidad, para brindar motivos de alegría y también resguardarse de imprevistos, tiene un poder limitado, porque nunca podrá comprar la genuina admiración ni los sentimientos del otro, nunca dará por sí mismo un verdadero sentido a la vida, no garantizará la salud ni la armonía familiar, ni la fidelidad de los cónyuges, ni la satisfacción interior.
Quienes envilecen al otro transformándolo en objeto de trueque, podrán lograr un fugaz éxito pero nunca saborearán la plenitud de sentirse humanos.
(*) Educadora. Escritora
El dinero fue desde antiguo el actor principal de los devaneos cotidianos pues: "Hace todo cuanto quiero", "le da gran autoridad al gañón y al jornalero"… "aunque son sus duelos hartos". Desde Platón a Aristóteles, de Epicuro a García Márquez hasta llegar al papa Francisco, se lo llamó "dios dinero". Un dios al que el tío Patilludo se aficionó resplandeciendo con y por él y multiplicándose en personajes codiciosos de atesorarlo, ya sea en bóvedas o en cuevas, en colchones o en cofres perdidos en el fondo del mar.
En la forma de billetes o monedas, dólares o libras, reales o pesos, cheques o letras de cambio, el dinero, lo que llamamos plata y realmente representa al oro, se encuentra en la cúspide del interés humano patentizando la enfermiza fascinación que ejerce: "Yo al oro me humillo".
Metido en los hogares, en la vida social y en la política, su presencia o ausencia, su ser poco, escaso o demasiado, siempre genera conflictos, peleas, ocultamientos y desencuentros en la pareja, entre padres e hijos, entre socios, directivos y empleados, entre Estado y asalariados y si ha superado la economía de trueque (que sólo permitía transacciones sencillas al exigir la doble coincidencia de deseos), ha confundido al hombre y lejos de proporcionarle soluciones ha complicado su existencia.
¡Y qué decir cuando el dinero falta, cuando no alcanza para cubrir una elemental sobrevivencia, cuando no se tiene techo, pan, salud ni fuerzas para vivir!
Nos preguntamos ¿por qué es tan difícil lograr su reparto equitativo? ¿Por qué no se acorta la distancia entre pobres y ricos? ¿Cómo hacer un uso inteligente del dinero? ¿Por qué lejos de constituirnos en sus amos y ponerlo a nuestro servicio, somos, casi todos, esclavos de su tiránica prepotencia?
¿Será porque el mundo de las cosas deseables se ha multiplicado infinitamente? ¿Será porque la sociedad de consumo lo transforma en un instrumento nunca suficiente? Lo cierto es que su posesión ha encendido la codicia humana transformándo el dinero como medio en un fin en sí mismo y, en el caso de los ricos, lejos de otorgarles tranquilidad, llega a pesar en la misma medida de la cantidad acumulada. La desmesura lleva indefectiblemente a calamidades que obnubilan la sensatez en el saco de la avaricia. El culto a la posesión por la posesión misma suele exceder el control humano hasta desbaratar las mejores intenciones. Ciega y siega. Huelgan los ejemplos.
El desarrollo de la economía mercantil-capitalista ha acentuado el poder del dinero hasta el punto que algunos políticos, por ejemplo, consultados sobre el por qué se empeñan en acumularlo, aducen que "para hacer política partidaria se necesita mucho dinero".
Erich Fromm discutiría esta justificación diciendo que "los bienes se vuelven malos cuando se utilizan para servirse y humillar a los demás y que sólo debieran ser un medio para llevar al hombre a la realización óptima de su naturaleza, lo único que da razón a la existencia propia y ajena".
Este razonamiento conduce a deducir que el propósito político manifiesto, esconde uno más envilecido: el de comprar voluntades para acrecentar el poder mediante la adhesión de individuos que, al estilo fáustico, venden su alma al diablo, su autonomía, su dignidad, la libertad de decidir y elegir, transformándose en sirvientes.
En la vida cotidiana el tráfico del dinero es una actividad ineludible ya que es indispensable para abastecer el hogar, satisfacer necesidades y gustos necesarios al desarrollo. Bienestar y seguridad dependen de él, de manera que, ¿quién podría afirmar que esa apetencia no es básica, justa y hasta necesaria? Lo malo –al decir del papa Francisco– es cuando la cultura de lo material, envilecida por los malos ejemplos, conduce a excesos que producen desequilibrios en la creencia de que, dinero mediante, todo se puede tener aunque haya que vender la conciencia.
La influencia de ejemplos como el de las llamadas botineras que van a la caza de hombres enriquecidos; de vedettes que venden sus cuerpos al mejor postor; de hombres pudientes que compran la compañía de mujeres hermosas para lucirlas como si fueran su automóvil último modelo confunde a los que están desarrollándose, desbarata ideales, exacerba dislocados afanes, genera resentimientos, enciende deseos imposibles y nubla de tal manera la visión de lo verdadero, útil y necesario, que lo superficial y desechable adquieren el mismo valor.
Bueno sería hablar sobre el tema para dejar bien sentado, sobre todo entre los más jóvenes, que el dinero, indispensable para la subsistencia, una mejor asistencia médica, una educación de calidad, para brindar motivos de alegría y también resguardarse de imprevistos, tiene un poder limitado, porque nunca podrá comprar la genuina admiración ni los sentimientos del otro, nunca dará por sí mismo un verdadero sentido a la vida, no garantizará la salud ni la armonía familiar, ni la fidelidad de los cónyuges, ni la satisfacción interior.
Quienes envilecen al otro transformándolo en objeto de trueque, podrán lograr un fugaz éxito pero nunca saborearán la plenitud de sentirse humanos.
(*) Educadora. Escritora
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