Gladys Seppi Fernández (*)
Por estos días todo el mundo –y es literal– está atento a los actos, a cada palabra del papa Francisco. Su influencia es, por su carisma, por su liderazgo, por la fuerza que transmite, realmente intensa. Y si sucede en el alma de los mayores deducimos cuánto puede calar en el alma juvenil. Multitud de jóvenes del mundo han escuchado su mensaje del jueves, millones de latinoamericanos, de brasileños, de argentinos.
De su mensaje a la juventud argentina, de su invitación a cuidarse, a protegerse como pertenecientes a uno de los extremos más vulnerables en las etapas de la vida, su exhortación, repetida y enfática "hagan lío" es de alto voltaje o, como solemos decir, muy jugada.
Sabemos de su intención, de sus nobles fines, pero creemos en la necesidad de trabajar estas palabras, porque si los jóvenes –y es cierto– son por su edad los que más han de sufrir los yerros de gobiernos desatinados, si son sus posibilidades de estudiar y trabajar las que tambalean, si es su propio desarrollo y futuro lo que se juega en cada medida tomada por la dirigencia, también es verdad que son, por la frescura de su idealismo y por la magnitud de sus sueños, los más propensos a actuar sin medida.
Y la palabra lío es una invitación irresistible que puede desbordarlos.
¿Cuál es entonces el sentido de una connotación tan incitadora, tan tonificante venida de la máxima autoridad de la Iglesia Católica?
Creemos que la suya es una invitación transformadora, una invitación al cambio. Un lío, un revoltijo, un jaleo que al principio crea confusión pero que se abre a grandes búsquedas, a verdaderas transformaciones.
A lo largo de milenios algunos seres iluminados han llegado al mundo –cuando éste "ya toca el colmo de su extravío y de darse tuerca para mal"– para decir que las cosas no pueden seguir siendo como son o yendo como van.
La invitación detonante es ponerle fin a la era del "dios dinero", en cuyo nombre se invita a un consumismo ciego, a obedecer si resistir un tiempo en que reina el mercado a través del marketing, al juego por el que se nos hace creer, a los niños, mayores, viejos, pero sobre todo a los jóvenes, que todo es consumible y descartable aunque vayan al mismo tacho de desperdicios tanto los objetos desechables como las personas, tanto lo que satisfizo y aduló los sentidos con la miel del placer como lo que mal llaman amor y es una emoción licuada.
Se confunde a los adolescentes y jóvenes de hoy, haciéndoles creer que están en la edad del gozo inmediato y sin fin cuando, en realidad, se los va transformando en un medio de enriquecimientos inescrupulosos.
Lo que el papa Francisco transmite a la juventud es el mensaje de una sutil pero poderosa onda de radicales cambios a la que llama a sumarse en nombre de la esperanza.
Al otro lado del oscuro horizonte que alcanza a dimensionar la juventud, al otro lado de su depresión, de sus evasiones a través de placeres fugaces como son la bebida, el sexo fácil, la droga, su alocada entrega a lo que le produce un momentáneo olvido de los cada vez más dolorosos desencuentros hogareños (que tanto han endurecido la vida del hombre actual), al otro lado, decíamos, más o menos lejano para ciertas franjas de la población, se vislumbra el advenimiento de una gran transformación social que es consecuencia y suma de una transformación personal. Y que, como llega desde adentro del alma del hombre, tiene una gran solidez.
Es allí donde se aloja el cambio genuino, el gran lío. El revoltijo. Ésa es la invitación, hacer un lío adentro de uno para cambiar la sociedad. De adentro hacia afuera.
El papa no ha dado recetas pero invita a la reflexión. No ha dado, y posiblemente no ha de dar mayores precisiones ni orientación sobre el alcance de sus palabras. Es parco porque sabe que basta alguna sutil insinuación para que el ideal juvenil de un mundo más verdadero, más auténtico en el que el amor humano incorpore a todos y la solidaridad empiece a tender su mano, prenda su antorcha. Sabe que bulle dentro de cada alma la necesidad de algo nuevo que debe buscarse, no recibirse de poderosos líderes que actúan con demagógicas intenciones. Sabe que los reales cambios pueden ser facilitados pero no decretados, tal vez porque lo que impulsa silenciosamente una nueva, necesaria y grandiosa revolución es apartarse de lo dogmático y resistirse a la inflexibilidad de las estructuras jerárquicas.
Ha invitado a hacer un lío amoroso en el momento oportuno. Sabe que una marea subterránea se abre paso en nombre de una verdadera liberación espiritual, que desarma, desordena pacíficamente para que, en medio del lío, –que en realidad es el germen de un nuevo orden– se puedan tejer nuevas redes remodeladas en nuevas conductas. Es un lío que viene a remover lo que bulle dentro de cada joven, donde el disgusto con la vida actual va produciendo un secreto terremoto que solamente necesita de una palabra para reordenarse, unirse a los demás y procurar vivir de otra, de una nueva manera.
El lío de que habla el papa propone el ascenso de la sociedad y de los jóvenes en ella, a un orden superior, a un nuevo estado de conciencia que, superando las revoluciones anteriores, tan dramáticas y hasta violentas, dé en un nuevo marco de pensamiento y acción donde se proteja cada vida humana, y no se dé lugar al surgimiento y crecimiento de líderes codiciosos que jamás pedirían que se rece por ellos, porque todo lo saben y se sienten superiores a todos.
En su humildad y respeto por lo humano, lo que Francisco quiere transmitir es confianza. Confianza en el poder que nace y crece cuando se confía en las propias fuerzas y se la suma a la de los otros.
(*) Educadora. Escritora
(*) Educadora. Escritora
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