"Nos han transformado en una sociedad materialista y fría, en el adquirir bienes vanos sin funcionalidad, haciéndonos creer que hemos evolucionado y estamos al día". (Jean Baudrillard)
La corriente de la historia humana va forjando en su andar de millones de años, sereno a veces, turbulento y violento otras, una memoria colectiva que impone al hombre una visión particular y cambiante del paisaje del mundo que atraviesa. Así, con nuevas y siempre renovadas maneras de ver y de responder, éste renueva costumbres, actitudes, su manera de estar en su tiempo.
Por eso pasamos del antiguo australopitecus al homo erectus, al sapiens, al faber, al ludens hasta llegar al de hoy, cuyas características lo hacen denominarse "homo consumens".
Por eso pasamos del antiguo australopitecus al homo erectus, al sapiens, al faber, al ludens hasta llegar al de hoy, cuyas características lo hacen denominarse "homo consumens".
Más inteligente, visionario y creativo, pero a veces cegado por los resplandores de las cosas, que él mismo ha producido e incorporado al mercado y que el marketing exalta; se inclina a consumir más de lo necesario de lo que lo rodea.
Por suerte, es también la evolución la que va colocando al ser humano en nuevos y más cuestionadores estados de conciencia, transformándolo en el individuo que se pregunta:
¿En pleno siglo XXI los hombres somos esclavos de la adicción al consumo o, como dice Ivan Reich, "Presos de la envidia de los que pueden consumir más"? ¿Es eso lo que debo y quiero ser?
Para muchos estudiosos, este siglo, dominado por la economía del mercado o neocapitalismo del consumo, ha generado una óptica mercantilista, despersonalizada, lo que es decir deshumanizada. "Gente enferma para una economía sana", sentencia Noam Chomsky y agrega: "Muchos trabajan en lo que odian para consumir lo que no necesitan".
Comprar, cambiar el celular, la computadora, la tablet, la tevé, el auto, la vestimenta, los electrodomésticos –la lista es interminable– por uno de última generación se ha constituido en una de las más graves preocupaciones de la vida y esto se advierte en cada gesto, en las conversaciones, en el trato con los demás, en la estima de unos por otros, en la concepción de persona exitosa o fracasada.
La oferta de productos, necesarios unos, superfluos los más, y el llamado al consumo a través de la publicidad han alcanzado un nivel tan imposible de medir como imposible es poner límites al deseo de tener lo nuevo que ofrece la propaganda y que colma todas las curiosidades, comodidades, novedades y actualizaciones posibles. Ostentación, vanidad y codicia.
Y si la sociedad de consumo ha capturado en sus redes a los adultos, podemos decir que obnubila a los adolescentes y jóvenes, que no sólo exigen objetos de marcas en cuyo pago no colaboran, sino que consumen horas frente al televisor, la computadora, el teléfono, que, lejos de cumplir su misión comunicadora, se transforman en motivo de dispersión, de evasión de la realidad, de escape de la posibilidad de descubrirse y descubrir el mundo al que deben incorporarse y tratar de mejorar.
Más inmanejable aún es la inclinación consumista del niño actual, estimulada por padres que, para poder comprar más, trabajan más y pagan su ausencia con juguetes y objetos que en seguida son abandonados. La espiral del mercado se retroalimenta del consumo fugaz de un deseo que llama a otros incitados desde afuera por la publicidad.
Consumir, todos consumimos. Todos somos consumidores porque es necesidad la satisfacción de lo básico: alimentación, abrigo, techo. Lo indispensable para subsistir.
El cuidado de la salud, el descanso, la sana distracción y sobre todo la educación se suman al consumo primordial o primario. Existen, además, otros que imponen un gusto que se ha ido perfeccionando. Es apetecible no sólo el plato de comida o la manta –elementales– sino la exquisitez del sabor y del gusto y la suavidad de la seda y la artesanía que adorna el hogar. Conocer, gustar, palpar o percibir la calidad van de la mano del refinamiento de los sentidos y hablan de un consumo que obedece a un imperativo interno, natural.
Ser consumistas, en cambio, es vivir para comprar no sólo lo necesario sino lo prescindible y sólo porque siempre hay disponible un producto más novedoso, más impactante, de última generación, porque lo tiene el amigo o el vecino y porque se puede ostentar frente a los demás como más exitoso, más pudiente.
Son multitud quienes compran estimulados desde afuera, los que son atrapados por una buena propaganda y hasta por un cuerpo atractivo en una publicidad (seguramente por eso los utilizan). ¡Es tan diverso este universo del consumir! Diverso y demostrativo.
Lo cierto es que el tema invita a un análisis que genere un juicio crítico y conduzca a preguntas tales como: ¿por qué compro? ¿Soy manipulable? ¿Soy preso de una patología?
Hay que atreverse a conversarlo en familia. Seguramente hay un niño, un hijo o una nieta adolescente que, siguiendo la huella de lo que puede ser ejemplo familiar, tironee de la falda o de los pantalones paternos pidiendo: "Comprame una cosa, no sé qué, no sé cuál. Pero quiero algo".
Si hacemos del mundo un gran shopping donde caminamos sin vernos porque sólo interesan las cosas, es porque esas cosas nos están consumiendo. Consumiendo nuestros valores, la solidaridad, el trato amable, la consideración del otro, la atención a la presencia humana, la amistad profunda, el ejercicio de introspección y, sin que lo advirtamos, se están globalizando malas actitudes, un estilo de vida que podrá cubrirnos por fuera pero que, aunque no lo entendamos aún, nos deja vacíos, ya que "el que se transforma en consumista –dice José Luis Aranguren– es insaciable, dependiente, esclavo y siempre insatisfecho".
Ser consumista, además de mostrarnos manipulables, nos deshumaniza ya que, como afirma Joachin Spangenberg, "Sin reparar en ello, sin ser conscientes, la mayor parte de las veces compramos lo que no necesitamos ni queremos y lo hacemos para impresionar a quienes no nos respetan ni aman de verdad ni por lo que realmente somos".
Si en esta sociedad del descarte manda el deseo y si una vez satisfecho se abandona el objeto que proporcionó un placer fugaz, no es de extrañar que también las personas, una vez que fueron útiles o muestren el deterioro del uso y del tiempo sean abandonadas, como un elemento consumido más.
Un tema para reflexionar y, más aún, para ser tratado en la escuela.
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