El bien supremo de la diversión

00:30 09/11/2013

"Uno de los mayores males que aquejan a la sociedad contemporánea es la idea de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos. La cultura actual actúa solamente como mecanismo de distracción y entretenimiento".
(Del libro "La civilización del espectáculo", de Mario Vargas Llosa)
  
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)

El diario francés "Le Monde" dedica una nota referida al tan costoso y difundido programa argentino Fútbol para todos, opinando que es "culturalmente no sustentable", lo que quiere decir sin más objetivo que el de desviar la atención de un público que prefiere dejar pasar, dejar hacer. Así, remata la nota, "para los argentinos, el futuro no existe".

Y de eso se trata: del futuro, de construir un país mejor, un ciudadano maduro capaz de discernir y visualizar consecuencias de actos responsables, los suyos, los de los otros, los de quienes gobiernan, a los que no puede ni mejorar ni criticar porque está muy entretenido y con el cerebro adormecido.

Para reafirmar estas ideas, la lectura de uno de los últimos libros de Vargas Llosa, "La civilización como espectáculo" –y como sucede con cualquier reflexión acertada– produce en quienes tenemos la oportunidad de leerlo y meditar sobre su mensaje el aguijón de una acusación que nos involucra, ya sea como espectadores, propiciadores o ejecutores de cualquier evento o espectáculo.

El tema viene siendo observado y cuestionado. Muchas veces se ha hablado –o escrito– sobre los recursos que utilizan los medios de comunicación, sobre todo la televisión, para atraer a los espectadores.

La conclusión a la que se llega es que en este intento de atrapar atenciones y emociones, en la lucha por el ranking, se apela a cualquier y absolutamente indiscriminado tipo de golpes de efecto, la mayoría golpes bajos en el sentido literal de la palabra. Llamados directos a las sensaciones y emociones, escasos a la reflexión y a proyectar el día después. De esa manera la cultura como cultivo de la conciencia pensante ha sido vaciada y sustituida por el interés en el puro entretenimiento. Nada de temas serios, adiós a las transferencias de mensajes para una vida de mayor calidad humana.

Con respecto a la tevé, la imbecilidad parece haberse hecho cargo de la pantalla y basta que hagamos un ansioso zapping en la búsqueda de un programa digno de verse, para sorprendernos con la proliferación de gritos, peleas, escándalos, violencia y sangre que se va derramando en cada uno de los numerosos canales. Pocos –seguramente los menos vistos– transmiten programas educativos, formativos que, como son –según piensa la mayoría– demasiado aburridos, terminan por escasear.

Parece –y así lo denuncia Vargas Llosa– que la cuestión es darle al público la mayor dosis posible de circo para entretenerlo, hacerlo pasar el rato, como si esa evasión condujera a algún estado de felicidad posible. Por cierto, está en la conciencia de escasos programadores despertar conciencias y con ellas los juicios críticos dormidos.

El fenómeno, que según este autor es mundial, se agudiza en países como el nuestro, lo que nos va transformando en una masa de individuos entretenidos, adormilados, pasivos e imposibilitados de reaccionar aunque más no sea apagando el televisor cuando solamente nos hace pasar, matar, perder el tiempo. Al apagarlo contribuiríamos a disminuir el ranking de ciertos programas que llegan al colmo de la audacia y espectacularidad transgresoras.

Pero no sólo se refiere Vargas Llosa, ni hemos de referirnos nosotros, a los medios visuales. También la mayoría de las radios y los gráficos trabajan con la idea de atraer con la noticia más escandalosa, la novedad del chisme y hasta un tono de voz groseramente estruendoso. Muchas páginas se dedican a personajes del espectáculo que se han transformado en famosos, justamente, gracias a la tinta o minutos de pantalla o micrófono que se gastan en ellos diariamente.

Nos preguntamos si poniendo la lupa en estos personajes y dedicándoles tantos espacios en sus ediciones no se está favoreciendo el fenómeno de exaltar solamente lo conmocionante y banal, dejando de lado temas formativos y enriquecedores.

Parece ser que el tiempo dedicado a pensar, a interesar sobre las grandes problemáticas que nos atraviesan como sociedad, se achica cada vez más.

"Es que no es negocio", se ha justificado alguna vez el responsable de una empresa periodística; "a la gente le gusta saber sobre la vida de la otra gente, es decir le gusta el chisme, y si hay sangre, mejor, más se vende", se escucha decir.

Razones, justificaciones que nos ponen en el mismo lugar de los espectadores del circo romano. Cada vez más emoción, reclamaban, cada vez más violencia. Y eso mantenía al pueblo bien entretenido. ¿Distraído?

Podemos deducir entonces que, como pueblo, somos partícipes responsables de nuestra actitud de espectadores en la actual civilización del espectáculo y que, si queremos activar nuestra mente distraída, será bueno empezar a responder a preguntas como la que titula esta nota: ¿entretenimiento y vacío del porvenir? A la que podemos sumar otras:

¿Actuamos libremente al elegir un libro, asistir a un evento, escuchar o ver un programa o lo hacemos siguiendo a la mayoría, porque es el más promocionado, por el marketing, por la promesa de que vamos a entretenernos con una aparatosa espectacularidad y hemos de pasar un buen rato?

¿Qué aporta a nuestra vida –cuya mayor alegría es crecer, aprender, ampliar las perspectivas– pasar un buen momento? ¿Sólo para entretenernos?

Tratemos de responder. Es una sencilla propuesta para que el mundo del espectáculo mejore sus contenidos y los ciudadanos podamos crecer, saber más y acceder, con nuestras capacidades más alertas, a un más alto nivel de vida.

(*) Educadora. Escritora

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