LA
FAMILIA EN LA CRISIS ACTUAL
La crisis socioeconómica argentina, la pobreza, la falta de modelos y de valores socavan seriamente las bases de la estructura familiar y social. Es cierto que en estos últimos cuarenta años la familia mundial ha experimentando cambios drásticos causados, sobre todo, por el ritmo veloz de la vida, la falta de comunicación en favor de lo virtual, el impulso consumista, la banalización de los sentimientos, el avance imparable de la tecnología que ha modificado fundamentalmente los roles de cada individuo dentro de la familia, tanto del padre, el proveedor tradicional, como el de la madre, hoy inmersa en el mercado laboral, lo que hace que los hijos permanezcan descuidados y hayan quedado a la deriva.
La socialización de los hijos/as con relación a los valores indispensables para el desarrollo y la adaptación humanos está prácticamente perdida y las consecuencias se están sufriendo en la vida de todos ya que entre familia y sociedad se da una relación de recíproca dependencia.
Encauzar la familia debiera ser, por lo tanto, una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros a los que tiene que asegurar una subsistencia digna y formarlos en la construcción de una fuerte y valiosa subjetividad.
Es en la familia donde se fraguan las marcas emocionales y afectivas que han de signar el destino de cada individuo, donde se aprende a elegir y tomar las primeras determinaciones, se internalizan las más profundas vivencias afectivas que forman el carácter, se sabe del amor, la rivalidad, la envidia y hasta del perdón.
Quienes tienen hijos, deben obligarse a que la familia, que por ese hecho han constituido, sea cada día mejor cumpliendo su misión conservadora y plástica, es decir, transmitiendo los valores, y orientación vital de generación en generación y a la vez superándose, buscando su perfeccionamiento en la combinación armónica de costumbres, maneras de pensar, creer y enfrentar la vida de cada uno de los cónyuges. Produciendo, en fin, cambios que incorporan lo mejor de los miembros de la pareja y adaptándolos e intentando lograr lo más bueno en favor del desarrollo integral de los hijos.
Actualmente y justamente en la búsqueda de una vida de mayor calidad basada en la verdad y autenticidad, se han conformado diferentes estructuras familiares que van desde la clásica, formada por un hombre, una mujer y uno o varios hijos, a la uniparental, muy común entre nosotros y formada solamente por el padre o la madre y los hijos, o la familia ensamblada, constituida por padres separados y los hijos de sus anteriores matrimonios y la de homosexuales que reclaman su derecho a criar hijos.
Lo fundamental es que, ante tanta diversidad, exista la fuerza del amor, el cuidado mutuo y el respeto para que la familia, sea cual fuere su constitución, pueda cumplir su misión trascendente, que lo es en la medida en que va más allá de sí misma en el tiempo, proyectándose a un futuro de crecimiento humano, y en el espacio, ya que la formación de los hijos compromete la armonía y superación o empobrecimiento del colectivo social al que pertenece.
Existen y son cada día más numerosas las familia pobres, algunas de las cuales, aún sin recursos materiales, educan, forman, con un gran caudal afectivo, pero, son demasiadas las que, abandonadas a la fuerza destructiva del descreimiento y falta de fe, constituyen un hogar sin principios ni valores y, vencidas por la ignorancia, lanzan al mundo individuos sin sustento material ni espiritual, seres débiles que son fáciles víctimas de la droga, la violencia y el resentimiento social. El mismo vacío que tienen muchos hijos de clase media y pudiente, con grandes recursos materiales, pero que, por diferentes motivos son abandonados en plena etapa de formación.
La familia debe ser nutricia y normativa, es decir dar sustento no sólo a las necesidades materiales y emocionales, sino, fundamentalmente, transmitir pautas de conducta contribuyendo al fortalecimiento de los valores humanos con sus buenos ejemplos.
Sin embargo, ¿pueden lograr estos nobles fines las familias que han caído en un estado de precariedad de todo tipo?
Hoy, analizar, estudiar y apoyar la tarea familiar es una cuestión del Estado. A los gobiernos y a los organismos especializados dependientes, compete tener en cuenta que cuando se habla de crisis social se habla de la familia, donde se registran, procesan, elaboran y retornan las influencias del medio social al que benefician o perjudican.
En nuestro país, demasiadas familias han descuidado sus fundamentos y lanzan a la sociedad individuos mal educados, resentidos, inadaptados, enojados con la vida y proclives a dejarse arrastrar por vicios que debilitan y hasta anulan su desarrollo y lo transforman en un peligro para los demás. Así lo expresa, un preocupado Carlos Guauthémoc Sánchez, escritor y pensador, hablando de su quebrada sociedad mexicana:
“Nuestros hogares se desintegran cada día más, por lo que es necesario que quienes detectan en su casa rebeldía y falta de respeto de los hijos, hostilidad y burlas entre hermanos, discusiones hirientes, indiferencia, desconfianza para compartir sentimientos, frialdad de alguno de los padres, vicios, abandono y otras actitudes negativas, adviertan que su familia está en crisis y que hay que buscar cambios para poner remedio”.
Urge, entonces, que la familia busque soluciones, trate de mejorar los lazos de afecto y respeto que deben reinar en ella, porque el futuro de todo niño depende de un buen hogar donde exista una autoridad que represente la función paradojal “prohibición-autorización” que suele cumplir el padre, la madre o cualquier adulto que se haga cargo, sabiendo que el niño necesita seguridad afectiva básica, límites y motivación para aprender.
Una familia nutricia y normativa salva a las generaciones del nihilismo, del pensar que nada vale la pena, terreno propicio para la droga, la evasión, la violencia, cuyo resultado es el ambiente de enfrentamiento, desconfianza y hasta muerte que carcome la vida de los argentinos.
Los lazos de la gran familia que debemos consolidar en nuestro país están quebrados y es en el núcleo básico de la sociedad, donde debemos buscar las causas de esta ruptura vincular nacional. Sólo si se le otorga la atención que deben prestar los especialistas, si se orienta a la familia para que asuma su responsabilidad en este estado de gravísima crisis social que nos involucra a todos, se logrará sanar la raíz envenenada de nuestra sociedad maltrecha.
Es, por lo tanto, tarea y obligación de la familia, esté constituida como estuviere, preocuparse por los hijos que trajo al mundo o le han sido encargados para que logren un buen desarrollo y es, también, obligación de nuestros gobernantes poner todos los medios necesarios para levantar el nivel humano de cada hogar, orientándolos al cumplimiento de su rol y sin perder de vista- como se está perdiendo- que es en la familia, donde se fraguan las vidas que suman o restan a la sociedad y que solamente fortaleciendo su legítima autoridad se pueden formar adultos plenos de futuro.
LA TINELLIZACIÓN DE LA MUJER
Uno de estos días volverá a reinar, porque es el rey del rating.
Lo tenemos como un gran caradura y no solamente lo es. Lo sabe. Sabe que es gracias a esa condición como ha ganado la posición que ocupa, la atención de millones de argentinos y hasta la curiosidad de medios extranjeros- El País de España, Le Monde, de París y, hasta donde llegamos a saber, de CNN, que lo ha entrevistado para preguntarle cómo se atreve al colmo.
Audacia, atrevimiento, desconsideración, falta total de límites caracterizan la actuación de este conductor y su equipo que han hecho de la TV argentina un curioso fenómeno de la bufonada y de la cosificación y que, dentro de poco, volverá a ocupar su lugar en las pantallas.
Y todo pareciera estar bien cuando millones de argentinos, incluidas sus familias lo están esperando aún sabiendo que se irán a la cama varios días de la semana pasada la medianoche sólo para no perderse ninguno de los escándalos que ofrece. Todo pareciera admisible cuando lo que reina en este hoy hedonístico es la cultura del entretenimiento, del distraerse, sin pensar demasiado en el papel que jugamos, en los efectos que los pasivos televidentes sufrimos- a posteriori o ipso facto- en esta era del pasarlo bien, solamente de la distracción.
¿Es que estamos tan desesperados, abstraídos, descreídos y faltos de fe en el ser humano y en nuestras propias posibilidades como para transformarnos y dejar transformar a nuestros hijos y nietos en sujetos inconscientes de un mensaje que nada construye sino que es, más bien, altamente destructivo?
¿De tal manera hemos bajado los brazos los argentinos como para transformar en motivo principal de nuestras conversaciones lo que se vio, el último escandalete de Show Mach? “¿Cómo? ¿Te lo perdiste? ¡Qué pena! No sabés…”
Pues si cada noche del año pasado nos sorprendió,- ¿quién puede negar el esplendor de una puesta en escena que no mezquina recursos tan crecientes?- si cada noche de años anteriores ofreció más y más sorpresas, bien podemos admitir que muchos lo esperan con ansiedad y curiosidad porque siempre se supera, supera lo esperable en tanto el Señor Rating levanta su mercurio porque habrá, seguramente, cada noche, más fiebre, más acaloramiento.
Recordamos una de aquéllas, colmosa. Y no era para menos. El aplaudido conductor había buscado como partenaire a una de las mujeres más notables del espectáculo: la Zuller, que si de escandalizar se trata ya ha abordado y abusado de las formas más desmesuradas y grotescas para lograrlo.
Mujer- cosa, la escandalosa mujer se trata a sí misma como al más engolosinado de los panqueques, un plato para devorar, y si como mujer no puedo sentir lo que suscita en la sensibilidad masculina, sí puedo imaginar lo que le genera: el despertar de los instintos primarios, solamente de eso que mantiene al hombre subsumido en el nivel más bajo de la pirámide de crecimiento (Maslow mediante). Y el conductor, que lo sabe, mide en rating su posibilidad de llegar hasta las últimas consecuencias. Y se juega al más.
Con cara de inocente, lo admite, lo consciente y estimula. (¿Cómo?, ¿se lo perdieron? Fue una de las últimas noches del año pasado).
En cuanto a los aciertos, no vamos a negar que lo de la “casa de los famosos” tuvo su atractivo. Y sus méritos.
Y hasta podemos concederle valor artístico a ciertas imitaciones muy logradas que, además de expresar preocupación, esmerado trabajo y arte en la composición, reflejaron una realidad que tal vez haya posibilitado que muchos políticos/as se vean desde la otra orilla, de la manera como los ve la gente, lo que pudiera provocar- ¡ojalá así sea!- que hasta contribuya a la corrección de ciertos tic o gestos que a muchos de ellos los desnudan mostrándolos débiles, ridículos, codiciosos, autoritarios, necios/as y cuántos otros adjetivos de oscura coloración les caben en general o particularmente.
El programa aludido tiene sus atractivos y por eso carga con la mayor atención pública.
Pero hasta aquí, en todos sus días- o noches- ha estado presente, omnipresente, la intención de utilizar a la mujer-cosa, la mujer descartable, la que desata deseos que ponen de punta los nervios masculinos y deforman la verdadera imagen que da auténtico valor a la mujer genérica, la que sostiene la vida, la que guía, orienta y se da totalmente a la tarea familiar de acompañar y sostener con su amor a su marido, a sus hijos.
Pensamos, entonces, que urge hablar del tema, que de eso se trata la palabra educación, de poner en palabras lo que anda intentando elaborar el interior de más de uno, lo que reprueba una importante , aunque no sea mayoritaria, parte de la población .
Hablar en familia, en la escuela, en los diversos cultos para que las rebeliones que andan bullendo aquí y allá se hagan una voz cantante que llegue aunque más no sea al limitado ámbito en el que nos desenvolvemos.
El tema de la tinellización de la cultura- como se ha dado en llamar- clama ser tratado, seriamente, no como el mero comentario de cada anécdota, de lo que nos trajo la noche manteniendo alerta tanto suspiro, sino desde la óptica del juicio crítico y la necesaria pregunta: ¿qué es lo que este programa tan popular, tan visto está produciendo? ¿De qué manera está generando una nueva cultura y qué representa eso “nuevo”? ¿Un hombre más despierto, más dispuesto y capaz de hacer, de resolver su problemática diaria y existencial o un pasivo receptor que se deja comer por “los ratones”?
¿Y en los más chicos? ¿No advertimos acaso que programas como éste alientan el de por sí natural desenfado adolescente, su atrevimiento y engreimiento juvenil y hasta el atropello, porque por sobre todo lo perjudicial el mencionado conductor y su no menos audaz séquito está haciendo creer que lo que vale es la apariencia exterior (¡vaya si son buenos cuerpos las mujeres que se presentan!) y, además que vale todo, que cuanto más audaz, atrevido y atropellador se sea es más seguro el éxito social?
Es evidente que estas nuevas generaciones son un producto de esta TV desenfadada que tenemos.
Que lo digan los docentes que no están pudiendo con los alumnos y demasiados padres que conceden cada vez más, porque, como dice el psicopediatra Aldo Naouri,” demasiados padres que no saben ponerse límites a sí mismos reproducen esa imposibilidad en la educación de sus hijos”. Una impotencia que se manifiesta entre tantas actitudes en no poder apagar la TV, cuando sienten, saben, que su familia está recibiendo un mensaje corrosivo y desmoralizante.
¿De qué manera, entonces y cómo y en qué momento podemos aplicar los adultos una pedagogía del esfuerzo, del vale la pena, de la alegría interior si todo le viene a los chicos desde un afuera perturbador que lo mercantiliza?
Creemos que urge hablar del tema, advertir y advertirse porque se trata de analizar los efectos colaterales deseados, pensados, conscientes y muy usufructuados de parte de un equipo audaz , en tanto del otro, del lado del telespectador tenemos que hablar de efectos inconscientes, impensados y muy destructivos. Sobre todo si la teleaudiencia está poblada por adolescentes, o gente que, aunque carga años, está todavía en vías de una deseable maduración.
Insistimos entonces: ¿qué entienden los chicos que quedan presos de la pantalla con padres más alelados aún? ¿Cuál es el mensaje que reciben y ponen en práctica en su realidad o aplican inmediatamente en su vida de relación? ¿Qué imagen reciben de la mujer? ¿Qué es lo que vale, lo único que parece valer?
Las respuestas son obvias pero vale la pena insistir en ellas.
Que golpee en la conciencia la reflexión, aunque sea fugaz, de que lo que este programa logra - junto a tantos otros menores, por cierto- es socavar el respeto que toda mujer merece, la relación entre el hombre y la mujer que merece y urge mejorar.
Lo que los chicos reciben atenta contra un significado: ser mujer y con ello al cómo y en qué consiste, qué significa el vínculo del hombre y la mujer.
De manera que, si por una parte padres, docentes, iglesias, intentan, apagadamente, llevar el modo de relacionarse de los géneros a un nivel de profundidad, conocimiento y respeto mutuo, de lo que se trata aquí es de contravenir todos esos propósitos.
Y la TV gana. Ya conocemos el poder de la pantalla. No sólo llega a millones. Los acalla, los anula.
Hará falta un ejército de voces para apagar tanto ruido, tanta incursión seductora porque cuando el mensaje es la superficialidad oponiéndose a la búsqueda de sentidos profundos, cuando la propuesta es el adormilamiento y la pasividad en pugna con la acción y el esfuerzo, ya sabemos hacia qué lado irán las mayorías.
Hacen falta muchas voluntades para contrariar una corriente que nos lleva puestos. Vale la pena que los adultos nos unamos, que juntemos fuerzas y esfuerzos para revalorizar lo que tiene valor, aunque más no sea hablando del tema y creando conciencia.
De no ser así la desvalorización nos va hacer retroceder al punto cero, lo que significa depresión, frustración. ¿Es que no vamos a reaccionar ante la falta absoluta de sentido?
SER JOVEN HOY
“No es joven quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos. Quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce”
Pablo Neruda
Las palabras de Neruda son muy esclarecedoras: Es joven el que se decide a hacer un camino nuevo… para ir a alguna parte, lo que nos lleva reflexionar en cómo se vive la etapa de la juventud en nuestro país.
El término “juventud” tiene un contenido social. Esto quiere decir que se supera la etapa adolescente cuando se da la inserción en el mundo laboral, lo cual trae aparejadas nuevas responsabilidades, la principal de las cuales es vivir solo y enfrentar las múltiples tareas que demanda el mantenerse, desde administrar la economía hasta organizar los proyectos de vida.
El deterioro de la economía actual demora la entrada a la etapa productiva de los argentinos por lo que cada día son más los que permanecen en lo que para muchos es una adolescencia demorada y para otros una eterna y falsa juventud.
Pero además de vivir en un país que no da posibilidades a la inserción juvenil, los chicos tienen sus propias concepciones de rechazo a las etapas que continúan la vida, como si no pensaran que el correr del tiempo los lleva inevitablemente a ellas.
Es bueno atender a lo que Neruda propone para algunos males: “Quien no lee, quien no encuentra gracia en sí mismo, quien no se deja ayudar y pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, quien no pregunta sobre un asunto que desconoce… es realmente muy viejo”. Un viejo vencido.
“Los jóvenes no llegan a la adultez porque no existe el futuro” dice el psicólogo Héctor Basile, y según los estudios realizados por la psicóloga social Clarisa Voloschin, “Los chicos quieren ir a vivir solos pero con la condición de poseer el mismo nivel de confort que tenían en la casa de sus padres”.
Además, como la sociedad de consumo exige una eterna juventud, aquellos que no encuentran en sus propias fortalezas internas u objetivos vitales un elemento ordenador suelen caer en la trampa de querer conquistar, aunque hayan pasado la frontera de los cincuenta años, una apariencia joven y todos los aportes que venidos del exterior los presenten bien a los demás.
El vacío de sentido, la abulia, suelen acompañar la frustración de estos empeños, lo que lleva a lamentables patologías.
El psicólogo español Aquilino Polaina Lorente- que analiza el llamado “Síndrome de Peter Pan” - observa el problema poniendo la mirada en la educación sin responsabilidades que reciben actualmente los chicos, y fundamentalmente en el exceso de mimos con que los padres compensan el abandono en que dejan a sus hijos para cumplir con sus obligaciones laborales.
La sabiduría popular de un conocido humorista cordobés describe un espíritu realmente joven:
“A la vida hay que primeriarla, no sea que le devenga inavenible, porque si a usted se le pone que es mala no hay quien le saque el empacho, y porque todo lo que es de gobierno propio, salú del alma, contentura estable, alegría al paso, chochera diaria, güena onda, todo eso no depende de otro dependedero que no sea el de uno mismo”. Palabras de José Luis Serrano (Doña Jovita).
Neruda, en un tono diferente, también hace su aporte:
“Si te vas a calentar que sea al sol; si vas a engañar que sea a tu estómago; si vas a llorar que sea de alegría; si vas a mentir, que sea la edad; si vas a robar, que sea un beso, si vas a perder, que sea el miedo, Y si existe hambre que sea de amor. Si es para ser feliz… que sea todo el tiempo”.
Buenos consejos, para ser y sentirse realmente joven. Para “primeriar la vida”.
LOS PADRES Y LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Es que los viejos paradigmas del “lograr un certificado de estudios cursados a cualquier precio” ya no tienen cabida en el mundo actual. Y muchos, demasiados adultos están sujetos todavía a una matriz de comportamiento que nunca, ni antes y menos ahora, hizo bien.
Cuando llega el mes de diciembre se da con él la irrupción de los padres en el ámbito escolar. Y no porque vayan a rendir exámenes, precisamente.
Es que diciembre es tiempo de promedios, promociones y también de sorpresas que suelen dar los hijos después de un largo período escolar. ¿Así que te llevas todas las materias a marzo? ¿Acaso por una materia como dibujo no sos el mejor alumno, o escolta, o bajaste el promedio? ¿Por qué te bajó este profesor el promedio? ¿Qué nota te puso? ¡Y nosotros que queríamos irnos de vacaciones tranquilos!... Suelen ser las protestas hogareñas que desata un mes en que los padres se enfrentan con los resultados del proceso educativo.
Diciembre es el mes de los reclamos y la mayoría de los docentes teme esa andanada que se les vendrá encima cuando los padres se enfrenten con la novedad de que su hijo o hija no anduvo tan bien en sus estudios como ellos querían creer.
Pero, ¿qué está pasando con los padres que están tan distraídos, desentendidos y que se vuelven- ya hemos tenido noticias sobre casos- hasta agresivos con la acción escolar?
Hablamos de la mayoría, claro está, de esos muchos que durante el año lectivo son llamados para “hablar sobre sus hijos, su conducta, su desinterés, su abulia y hasta depresión o actitudes violentas” y que lejos de asistir para unirse a la tarea educativa de la escuela, apoyar las correcciones y tomar medidas conjuntas de contención, se ponen a la defensiva y desautorizan el accionar de los docentes en tanto no asistieron a reuniones o citas personales.
Si a esta ausencia y hasta enfrentamiento de padres y escuela se suma la demagogia de los gobernantes y su tendencia al facilismo puede colegirse el daño inmenso que se está infringiendo a la educación de los menores- niños y adolescentes- hoy soltada al todo vale porque la escuela – los docentes- por más que se lo propongan, por más planes de contención (que debieran ser de “ hacer crecer” según Jaim Etcheverry) solos, sin el apoyo familiar cada vez pueden menos. Y pierden la voluntad de hacer.
Confusión de valores
Es que los viejos paradigmas del “lograr un certificado de estudios cursados a cualquier precio” ya no tienen cabida en el mundo actual. Y muchos, demasiados adultos están sujetos todavía a una matriz de comportamiento que nunca, ni antes y menos ahora, hizo bien. Son muchos los padres que creen que aquellas viejas estructuras en que con un certificado de estudios primarios cursados o bachiller se accedía a un lugar en el mundo laboral o se lograba el ingreso fácil en la vida universitaria.
¿Acaso no enseña – y con dolor- la vida actual que quien no está realmente bien preparado, con auténticos conocimientos pero sobre todo con una ganada capacidad de aprender a aprender, con la formación de hábitos de estudio, desarrollo de habilidades del pensamiento y reales motivaciones para indagar y crecer, no accederá- y con suerte- más que a medianos y mal pagos puestos de trabajo?
¿ Acaso la realidad no muestra los fracasos de la mayoría de individuos que, aunque han egresado del secundario no logran ingresar a la universidad y cuando lo hacen fracasan en los exámenes y cuando logran – ellos sabrán cómo- certificados superiores- dan muestras de mediocres desenvolvimientos en sus profesiones, situación que sufre la sociedad toda?
Porque la falta de idoneidad es una de las enfermedades más graves en la Argentina.
Gente que ha logrado puestos para los que no está capacitada ni tiene la mínima vocación de servicio han viciado todas las estructuras de nuestra sociedad.
¿Hasta cuándo el engaño?
La sociedad contemporánea es demasiado cruel, ha dejado a millones fuera del mundo del trabajo, ha sumido en la pobreza a muchos que pertenecían a familias acomodadas y debiera prevenir a los padres que lo que vale es una real formación, un fortalecimiento del individuo, una exigencia que debe iniciarse en el hogar para que vigorice el ser persona y el valer genuino.
¿QUÉ PASA CON ALGUNOS PADRES?
“Las frustraciones y resentimientos que albergan los adultos dan lugar a dificultades para conectarse emocionalmente con sus hijos, cuidarlos y orientarlos”
Analiza la licenciada Norma Krasnapolski, psicóloga de la UBA y especialista en familia.
“En esta era de la superindustrialización los padres enfrentan el conflicto entre sus carreras y la atención a sus hijos; están demasiado ocupados en su propia realización, trabajan mucho tiempo fuera del hogar, al que llegan enajenados porque la tecnología enajena”- dice Alvin Toffler en “ El shock del futuro”
Según éste y otros sociólogos los grandes cambios a que nos somete la sociedad contemporánea provocan graves tensiones en la vida familiar generando sentimientos y actitudes ambivalentes de padres a hijos: de un lado se da el maltrato psicológico – y hasta físico- cuyos efectos son altamente destructivos ya que debilitan las defensas psíquicas del individuo cuyo futuro hipotecan, de otro se da una mal entendida sobreprotección - más bien llamarla demagogia- actitud con la que se intenta compensar la falta de afecto y comunicación hogareñas.
Pero eso sucede en casos extremos como los que han llevado a padres a golpear a docentes, o a insultarlos. Lo más común en estos días- y tal vez como otra manera de compensación- es la sobreprotección que lleva al reclamo, al pedido de explicaciones cuando el hijo no alcanzó la nota o el promedio que el padre cree que merece.
Lo poco común es encontrar casos de padres que reclamen- como debiera ser- mayor exigencia, más estudio, más tarea, menos notas regaladas para que su hijo alcance, con su propio esfuerzo y aplicación al estudio, un grado más alto de formación humana.
LA MADUREZ MATERNA
Uno de los aspectos menos tenidos en cuenta y por lo tanto escasamente tratados en las discusiones sobre el embarazo adolescente, es cuánto incide en el desarrollo del hijo y su calidad de vida la inmadurez o madurez materna. La madurez psíquica, la estabilidad emocional
Las discusiones surgidas cuando se supo del embarazo de una niña de once años, las opiniones encontradas sobre si debe o no continuar con su embarazo, hablan de que esos aspectos fundamentales, no son considerados.
Sin embargo debiéramos pensar que cuando los seres humanos llegamos al mundo, somos tan desvalidos que necesitamos que un adulto, generalmente la madre, nos proteja, acompañe y estimule nuestro adecuado desarrollo.
Para que esto sea posible es necesario que la madre -o quien la sustituya- tenga su cuerpo y psíquis debidamente maduros ya que recién entonces está en condiciones de darse a la noble, difícil tarea de criar al hijo.
Entonces sí. La madre amorosa abraza al bebé, lo acerca a su calidez, le transmite amor a la vida, alegría de vivir; en cambio la mujer que no lo deseaba lo trata mal, se irrita con sus llantos, lo sostiene con incomodidad, no sabe darle abrigo, no tiene voluntad de acariciarlo, le mezquina su compañía, le cuesta vincularse con él, sonreírle y ese divorcio será muy difícil de superar cuando el niño crezca ya que los primeros años marcan de por vida.
Es importante saber que en la génesis de muchas deficiencias humanas, en las desconfianzas y celos, en la dependencia de otros a quienes se achaca la propia infelicidad porque no se asume la debida autonomía, está el haber nacido como un accidente, no ser el fruto de una relación fecunda y aceptada.
Importantes estudios científicos, posibles en estos tiempos de sofisticada aparatología, revelan las marcas que imprimen en el feto las vivencias maternas, sus deseos, sus angustias y hasta su amor o desprecio por la vida.
El hijo indeseado- dicen los nuevos aportes científicos- nace con un déficit emocional que restará a su autoestima. Muchos de ellos- porque por suerte existen excepciones- tendrán serias dificultades para vincularse, dar amor y hasta se manifestarán agresivos con los demás.
Estos problemas, de cuya gravedad no se habla, enfrenta a la familia y más tarde a la escuela y sociedad con chicos apáticos, inestables, retraídos, desafiantes o agresivos, muchos de ellos gente violenta que disfraza su inseguridad y angustia vital recurriendo al alcohol y las drogas o con una prepotencia que simula que nada le importa.
Estos individuos- se nos advierte- harán una vida difícil y llevarán a su vida de adultos el vacío de sus carencias. No es difícil imaginar, entonces, dónde buscar la raíz de tanto fracaso y violencia vincular. La madre madura, en cambio, acepta, ama y cuida a su hijo, lo asiste, se preocupa por alimentarlo, le entrega su tiempo y compañía, advierte y casi adivina por total empatía lo que el niño necesita, le molesta o sucede.
Se sabe también ahora que en el momento en que la madre acoge en su pecho al bebé, en el instante en que le da la teta y lo acaricia, cuando las manecitas de ese ser entregado a sus cuidados se encuentra con su tibieza y acaricia su piel, se produce la descarga de una sustancia llamada por los científicos “la hormona del amor”, la oxitocina. Esta sustancia se derrama en el cuerpo y la fuerza de su riego inunda de placidez al lactante y de conformidad a la madre, haciéndose una sola y fuerte corriente que fortalece los lazos de ambos y de esa manera se aumenta la confianza básica que el niño sentirá ante la vida que lo espera.
El sentirse aceptado, amado, protegido, marca el destino del hombre, desde su nacimiento y quienes reciben al nacer esa bendición tendrán más fuerza en su crecimiento, ya que el cuidado y amor maternos proveen a su apego a la vida. Apoyados en estos últimos descubrimientos, podemos afirmar entonces la importancia de que la mujer llegue a su maduración psicológica, para ser madre.
Por otro lado y en relación al tema aportamos importantes descubrimientos del especialista en neurología, Dr. Alfredo Oliva Delgado, de la Universidad de Sevilla quien explica en su obra “Desarrollo cerebral y asunción de riesgos en la adolescencia” que muchas de las conductas características del adolescente como es la de asumir riesgos y buscar sensaciones nuevas y extremas, dependen de la maduración de la corteza prefrontal o neocórtex cerebral, que permite el control de los impulsos, la anticipación de las consecuencias futuras, la capacidad de sentir empatía, etc., que recién culmina al llegar la tercera década de la vida. Este hecho, revelado por la ciencia actual, explica el porqué de una inadecuada autorregulación de la conducta cuando aún se está adoleciendo.
Podemos deducir, entonces cuántos embarazos, y maternidades de niñas adolescentes son el producto de actitudes inmaduras, impulsivas y emocionales que han de limitar la acción permanente, perseverante, responsable puesta en la crianza del hijo. Difícil, casi imposible es sostener una atención amorosa del nacido por parte de quienes no tienen aún, por su edad, una madura autoconsciencia de sí mismas y del valor de la vida.
LA ELECCIÓN DE LA PAREJA
La elección de la pareja es una de las decisiones humanas que más incide en el destino de las personas. Es en la etapa juvenil cuando los primeros encuentros se producen y una falsa opción producto de un enamoramiento pasajero o “ acaloramiento” - como le dicen las francas voces populares- puede costar una cadena que equívocos que cargan la vida de desencuentros y dolores.
Entre las infinitas, diversas y multiplicadas opciones que el hombre realiza en cada momento de su vida- ¿ salgo, no salgo, estudio, veo TV, llamo a Sara o a Nora,?- es el conocimiento sobre el tema lo que ampliando paradigmas permite ver en la diversidad y actuar con más inteligencia. La elección de la pareja es una de las decisiones humanas que más incide en el destino de las personas.
¿No hemos aceptado, acaso, la expresión universal que afirma que atrás de todo gran hombre hay una gran mujer, a lo que agregamos “ y viceversa”?
Es en la etapa juvenil cuando los primeros encuentros se producen y una falsa opción producto de un enamoramiento pasajero o “acaloramiento” - como le dicen las francas voces populares- puede costar una cadena que equívocos que cargan la vida de desencuentros y dolores.
El amor al conocimiento que despierta la familia bien constituida, y que estimula y amplía la escuela se debe transformar en un principio básico para obrar bien y consecuentemente para el buen vivir.
Vivir bien, significa aquí alcanzar la satisfacción interna, la conformidad entre lo que se es y se obra. Un hacer auténtico que transmita la sensación de integridad y sentimiento positivo de la vida.
Para obrar ese bien debemos, por lo tanto, tener conciencia plena de la dirección del acto, proyectarlo desde dentro del yo consciente y conosciente.
El primer paso, es, entonces, el conocer y reconocer que la sexualidad integra junto a la necesidad de alimentación una de las pulsiones básicas - necesidades fundamentales para la vida- ya que asegura su existencia y prolongación.
Eso explica el misterioso deleite que produce la unión sexual, el orgasmo es la experiencia cumbre de la vida- como señuelo que asegura que será obedecido.
De no ser tan placenteras estas pulsiones, ¿nos alimentaríamos? ¿Realizaríamos el acto sexual? ¿Habría tanto placer en practicarlo? De no ser así, ¡Adiós a la especie!
Necesidades vitales. Y también... ¡Tremendas y mortales trampas! ¿Por qué? Porque ambos llamados- urgencias, pueden concitar dos tipos de respuesta: la que orienta el saber consciente del qué se trata, comprometiendo el respeto, cuidado y responsabilidad (al decir de Erich Fromm); la que responde a una libre elección controlada y dirigida a la acción de satisfacer el deseo conscientemente, o una respuesta contraria: instintiva, pasional, sin control ni articulación del apetito con la razón, sin elaborar ni proyectar el acto hacia lo humano que trasciende al tiempo futuro. Una vertiginosa entrega al placer inmediato, lo que significa, en términos de salud, enfermedades que sobrevienen por sobrecargas alimenticias, o deficiencias que desequilibran el organismo. En el caso de la sexualidad: enfermedades psíquicas, depresión, desilusión y tristeza.
Hoy se están abriendo las puertas al tratamiento del tema. Bienvenida sea esta actitud más realista y dispuesta a enfrentar una problemática que ya no puede ser ocultada ni disimulada.
A los adultos nos desafían los nuevos conocimientos sobre todo lo que hace a los humanos decididamente mejores hombres y mujeres, seres capaces de amar, de comunicarse y procrear a su debido tiempo. Podemos emprender este nuevo camino de la mano de nuestros hijos o alumnos. Con humildad y diciéndoles simple y sinceramente:
Ustedes viven una etapa maravillosa que la gente de ayer no vivió. Aprovéchenla. Vamos a aprender con ustedes para ampliar nuestras perspectivas, para adecuarnos a este nuevo y maravilloso mundo, para que los seres humanos hagamos mejores elecciones y ascendamos y, de esa manera, podamos llegar a una vida de mejor, mayor calidad. Sobre todo, ustedes, los jóvenes, que están en la etapa de la siembra que ha de ser, de ahora en más, en un terreno fertilizado y bien preparado para dar, cada vez, mejores y más sanos frutos.
EL BULLING, UNA MALA PLANTA QUE SE DEJA CRECER
Como a cualquier mala hierba que se deja crecer, el bullying hostiga hoy más que nunca la vida social y, sobre todo, la escolar.
Se trata del maltrato de uno o varios niños o adolescentes a otro más vulnerable que, por sus características, se convierte en chivo expiatorio sobre el que un ser impulsivo y descontrolado, arroja un volcán de agresividades.
Es interesante conocer tanto la naturaleza del maltrato, las características del acosado y el porqué se llega a ser un acosador.
El bullying puede adoptar la forma de amenaza de una persona sobre otra, sea niño adolescente y aún adulto, (tema de sumo interés que reclama tratamiento). Esa amenaza puede ser gestual, de palabras y de acciones, por lo general, violentas.
En este caso suele producirse una cadena de perversidades que van in crescendo, estimuladas por la sensación de poder y fuerza que da abatir a otro, humillarlo, golpearlo sin piedad, contando, además, con el estímulo de compañeros que aplauden y vivan al golpeador haciéndolo sentir un héroe a lo que se suman las filmaciones que los testigos realizan en sus celulares para dar cuenta de un episodio que luego se ha de reproducir entre los compañeros y por los medios sociales.
¿Qué se busca con este último acto? Divulgar para amedrentar más y para dar solidez a la figura de quien se constituye en el protagonista que necesita ser, el centro de la atención, el superhéroe de la jornada.
Este tipo de acoso se ha incrementado hasta desembocar en situaciones alarmantes en la escuela y calles de hoy y puede terminar trágicamente: heridas graves, abandono escolar, homicidios y suicidios son el colmo a que ha llegado una epidemia social que afecta vidas, hogares y escuelas cuya función se entorpece, se debilita en una confusión de sentidos que pide, a los gritos, medidas para ponerles coto, remedios que extirpen la mala raíz. Medidas tan extremas como las acciones.
Se conocen las dolorosas, malísimas consecuencias del acoso o bullying. Falta ahora que los especialistas se enfoquen en las soluciones, que la autoridad familiar y ministerial lo enfrenten tomando decisiones que frenen un mal que es el emergente de desequilibrios sociales más profundos.
El niño- porque es en la más tierna niñez cuando se manifiesta su cruel inclinación- puede ser tanto el hijo de padres violentos que generan un clima de permanente hostigamiento hogareño, como padres que, al no poder brindar tiempo a la educación de sus hijos, compensan su abandono con regalos, consentimientos o una permisividad extrema.
Los juguetes sobreabundantes aumentan los caprichos, aparta de la realidad y conduce a romperlos, tirarlos, abandonarlos. Una primera y alarmante manifestación de bullying.
El niño abandona de la misma manera en que se siente abandonado; rompe en la misma manera en que percibe inconscientemente que una parte de él está rota: disminuida su sensibilidad, su autoestima, su seguridad vital.
Pero existen también niños sobreprotegidos que no aprenden a medir sus fuerzas, sus movimientos, sus acciones en la realidad. La excesiva sobreprotección paterna debilita su confianza básica y los vuelve torpes o excesivamente consentidos, engreídos.
Estos niños, al actuar con los otros, ejercitan incipientes formas del bullying, aunque su conducta puede pasar desapercibida por los mayores: siempre encuentran motivos para discriminar a otro, separarlo del grupo, cerrarle el ingreso a su lugar de juegos, en una palabra, excluirlo. Sus berrinches son anticipatorios de una conducta exigente, que quiere todo para sí, sin esfuerzos y solicitado, generalmente, de mala manera.
Si se dejan crecer esas actitudes se facilita el crecimiento de una personalidad acostumbrada a salirse con la suya, demandante de permanente atención y totalmente desaprensiva e insensible al dolor ajeno.
Es en la tierna infancia cuando se instala la mala planta del futuro maltratador, es durante la adolescencia cuando se manifiesta más agresiva y es en la adultez cuando el cónyuge, la familia, la sociedad sufren el descontrol, la irascibilidad, de personas gobernadas por sus impulsos primarios.
Por eso la educación, el poner en palabras el amor a la vida, a la propia y ajena, al milagro de la existencia transmite las primeras lecciones que generan respeto por lo propio y ajeno.
La educación debe enseñar a elegir programas y a apagar oportunamente el televisor, ya que se ha comprobado científicamente que la televisión, con sus mensajes violentos, naturaliza e insensibiliza a los menores.
LAS DROGAS, UNA GENERACIÓN EN RIESGO
"Donde usted vaya, donde usted hable, donde usted escriba, dígale a los jóvenes que nunca comiencen, pues después puede ser demasiado tarde".
Pedido de un drogadicto
Los padres y familiares temblamos: al alcance de las manos de los chicos, la droga y su promesa de vivir el éxtasis de un paraíso desconocido y, podríamos decir, mortal. Una fuga, la evasión de una realidad que no satisface o simplemente el ingenuo deseo impuesto por una infantil curiosidad que impulsa a probar.
Nunca como hoy la droga en sus diferentes formas estuvo tan cerca de las escuelas, del barrio, de la propia casa. Nunca como hoy se sufrieron las consecuencias de la devastación cerebral que produce en sus consumidores. Tomados y perdidos los centros de reflexión y dominio de sí, la persona drogada puede reaccionar de cualquier caprichosa manera, desde desparramar la basura por las calles a la salida de un boliche hasta asaltar y matar, como se está comprobando.
Es que el esclavo de la droga- que también lo es el alcohol- actúa y puede dañar como un motor fuera de control, como un arma en manos de un niño, como un dispositivo destructivo en poder de un loco. Y todo lo que la civilización, la evolución humana ha ido construyendo hacia un nivel de mayor calidad puede ser destruido. Todo lo que la vida espera de un individuo que debe transitar hacia su realización como persona, se denigra, se desbarata. La droga consume y una vez probada es necesario recurrir a ingentes esfuerzos para salir de la fascinación que produce irse hacia el abismo del no ser, no pensar. No sufrir.
Escuchamos decir que la droga mata. Y lo sabemos. Lo sufren los padres de drogadictos que asisten a la pérdida del que era su hijo y las promesas de un futuro en el que podría haber llegado a ser una persona normalmente realizada.
Ante tanto daño, y tal como solemos hacer, hoy nos tiramos culpas recíprocamente: que el estado, que la escuela, que los amigos, que la sociedad. De manera que, repartidas las responsabilidades, nadie se mira a sí mismo ni se hace cargo. Entonces, se hace muy difícil encontrar la solución. Pero algo hay que hacer ahora, de manera urgente. Por ejemplo empezar por lo más próximo:
Por el mismo sujeto, adolescente, joven en quien anidan los factores de riesgo ya sea su sentimiento de invalidez, el vacío afectivo y en gran parte su falta de confianza en sí mismo, condimento básico en la formación del carácter que se inculca desde la más tierna infancia y se fortalece toda la vida.
Y acá entra a jugar la familia y su papel preponderante. Ella está en la raíz de cada vida desde la concepción, desde el deseo de tener al hijo, desde su tarea diaria de abrigo y conducción. Por eso la familia, debe preguntarse sobre el sistema de valores que dirige la vida cotidiana de su hogar: ¿Ha inculcado amor y respeto por la vida propia y la ajena? ¿Ha enaltecido los lazos afectivos y generado un sentimiento de ayuda mutua entre sus integrantes? Y, además: ¿Tiene mi hijo la necesaria claridad y firmeza para saber decir No a lo que no vale, a las presiones de los “amigos”?, ¿es una persona positiva, optimista, tiene confianza en el futuro?, ¿enfrenta los problemas o se siente abatido ante la primera dificultad? ¿Ha sido formado en el esfuerzo para llegar a las pequeñas y grandes metas o ha sido sobreprotegido de tal manera que se siente sin armas, indefenso para afrontar las relaciones con sus pares y las tareas propias de su desarrollo? Además, ¿se comunica con los demás o prefiere el aislamiento?
La familia y la escuela deben tener en cuenta que, cuantos más factores de riesgo posea la persona, mayor será la probabilidad de que caiga en el uso indebido de drogas, y más complejo será su tratamiento. En contraposición, a mayores factores de protección, que son los de la formación humana, los de la educación que da conocimientos y moviliza la conciencia, el riesgo disminuye.
Mucho más difícil es que se apegue a las drogas quien ha sido formado en una sana competitividad, quien se proyecta y planifica el futuro, quien desde pequeño ha debido responder por sus actos y sus decisiones, quien se forma o ha formado en una red de contención familiar afectiva que le ha permitido valorar el esfuerzo para lograr lo que tiene y lo que podrá obtener.
En cuanto al gobierno, es desde los altos ministerios desde donde deben surgir medidas que fortalezcan la conducta de los chicos en las escuelas, donde el tema “prevención en el uso de drogas” debiera tener un lugar prioritario. Un plan nacional, bien articulado y común en todo el territorio nacional. Además, todo tipo de gobierno debe enfrentar y atacar el envilecido negocio que la droga genera a su alrededor, tan poderoso como para comprometer a muchos de los mismos gobernantes.
Sobre el débil terreno que ha generado la misma familia con los conflictos generados por los padres, con la falta de armonía y diálogo, con el sentimiento de expulsión o de escasa contención que sufren los menores, con la falta de un clima de confianza que anime el diálogo y que genera, en cambio, agresividad, rebeldía o encierro, la droga avanza y el espurio negocio de quienes usufructúan de él, se fortalece.
También la sociedad, la política, la economía del país, el malestar social, el clima de violencia y la disponibilidad de drogas que se ofrecen en cada esquina y hasta en la puerta de las escuelas contribuyen a exponer cada día más a que los chicos caigan en el riesgo de usar y abusar de ellas.
Y bien se sabe que esa caída puede ser terriblemente dolorosa y difícil de superar. Por eso se deben atacar las causas. ¿Por qué algunos chicos se drogan? ¿Por qué muchos caen en las redes de su tentación mientras otros pasan a su lado y permanecen indemnes? La adolescencia es, en sí misma una etapa de riesgo porque el individuo hace frente a un sin número de situaciones difíciles y potenciales de estrés. A esta edad, el adolescente rechaza la protección adulta en búsqueda de su autonomía, es aquí en donde tiene que aprender a alternar con su grupo de pares. Además, hay claras evidencias de que el consumo de drogas a una temprana edad puede conducir en el futuro a la ingesta de sustancias aún más peligrosas porque la adicción crece y el cuerpo pide cada día más. Los chicos empiezan con el alcohol, la “previa”, que es una moda y parece ser que muy pocos escapan hoy de ella. Entonces:
¿No deberían los planes ministeriales, es decir el gobierno a través de los medios de comunicación y la misma escuela reforzar la información sobre el peligro de caer esclavo de una fatal dependencia a sustancias psicoactivas que producen tan graves consecuencias, tanto a la persona como a la familia, a la sociedad, a toda la comunidad? Toda una generación está en riesgo.
Sabiendo que los adolescentes representan el 22% del total de la población que consume drogas y que éste es uno de los problemas de salud pública más complejos que enfrenta nuestra sociedad ya que se asocia con otros como la violencia familiar y social, ¿no es hora que esta problemática que destruye vidas, anula posibilidades de desarrollo y tiene tantos costos sociales sea tratado como lo que es, comprometiendo fuertemente a todos los ciudadanos en la búsqueda de una mayor prevención?
Porque de prevenir se trata. Tanto como de destruir las poderosas mafias que usufrutuan con la vida ajena, multiplicando llamados desesperados como el que sigue:
"En cualquier reunión que usted se encuentre diga a quien pueda escucharla, dígales que casi todos los amigos que yo tenía cuando consumía droga están muertos o están en la cárcel por delincuentes".
¿ESTÁ EN LA FAMILIA LA CAUSA DE LA CRISIS SOCIAL ACTUAL?
Encauzar la familia debiera ser una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros.
La crisis socioeconómica argentina, la pobreza, la falta de modelos y de valores socavan seriamente las bases de la estructura familiar y social. Es cierto que en estos últimos cuarenta años la familia mundial ha experimentando cambios drásticos causados, sobre todo, por el ritmo veloz de la vida, la falta de comunicación en favor de lo virtual, el impulso consumista, la banalización de los sentimientos, el avance imparable de la tecnología que ha modificado fundamentalmente los roles de cada individuo dentro de la familia, tanto del padre, el proveedor tradicional, como el de la madre, hoy inmersa en el mercado laboral, lo que hace que los hijos permanezcan descuidados y hayan quedado a la deriva.
La socialización de los hijos/as con relación a los valores indispensables para el desarrollo y la adaptación humanos está prácticamente perdida y las consecuencias se están sufriendo en la vida de todos ya que entre familia y sociedad se da una relación de recíproca dependencia.
Encauzar la familia debiera ser, por lo tanto, una preocupación de todos los argentinos y esencial del gobierno, que debe orientarla para que asuma su responsabilidad en el cuidado y protección de cada uno de sus miembros a los que tiene que asegurar una subsistencia digna y formarlos en la construcción de una fuerte y valiosa subjetividad.
Es en la familia donde se fraguan las marcas emocionales y afectivas que han de signar el destino de cada individuo, donde se aprende a elegir y tomar las primeras determinaciones, se internalizan las más profundas vivencias afectivas que forman el carácter, se sabe del amor, la rivalidad, la envidia y hasta del perdón.
Quienes tienen hijos, deben obligarse a que la familia, que por ese hecho han constituido, sea cada día mejor cumpliendo su misión conservadora y plástica, es decir, transmitiendo los valores, y orientación vital de generación en generación y a la vez superándose, buscando su perfeccionamiento en la combinación armónica de costumbres, maneras de pensar, creer y enfrentar la vida de cada uno de los cónyuges. Produciendo, en fin, cambios que incorporan lo mejor de los miembros de la pareja y adaptándolos e intentando lograr lo más bueno en favor del desarrollo integral de los hijos.
Actualmente y justamente en la búsqueda de una vida de mayor calidad basada en la verdad y autenticidad, se han conformado diferentes estructuras familiares que van desde la clásica, formada por un hombre, una mujer y uno o varios hijos, a la uniparental, muy común entre nosotros y formada solamente por el padre o la madre y los hijos, o la familia ensamblada, constituida por padres separados y los hijos de sus anteriores matrimonios y la de homosexuales que reclaman su derecho a criar hijos.
Lo fundamental es que, ante tanta diversidad, exista la fuerza del amor, el cuidado mutuo y el respeto para que la familia, sea cual fuere su constitución, pueda cumplir su misión trascendente, que lo es en la medida en que va más allá de sí misma en el tiempo, proyectándose a un futuro de crecimiento humano, y en el espacio, ya que la formación de los hijos compromete la armonía y superación o empobrecimiento del colectivo social al que pertenece.
Existen y son cada día más numerosas las familia pobres, algunas de las cuales, aún sin recursos materiales, educan, forman, con un gran caudal afectivo, pero, son demasiadas las que, abandonadas a la fuerza destructiva del descreimiento y falta de fe, constituyen un hogar sin principios ni valores y, vencidas por la ignorancia, lanzan al mundo individuos sin sustento material ni espiritual, seres débiles que son fáciles víctimas de la droga, la violencia y el resentimiento social. El mismo vacío que tienen muchos hijos de clase media y pudiente, con grandes recursos materiales, pero que, por diferentes motivos son abandonados en plena etapa de formación.
La familia debe ser nutricia y normativa, es decir dar sustento no sólo a las necesidades materiales y emocionales, sino, fundamentalmente, transmitir pautas de conducta contribuyendo al fortalecimiento de los valores humanos con sus buenos ejemplos.
Sin embargo, ¿pueden lograr estos nobles fines las familias que han caído en un estado de precariedad de todo tipo?
Hoy, analizar, estudiar y apoyar la tarea familiar es una cuestión del Estado. A los gobiernos y a los organismos especializados dependientes, compete tener en cuenta que cuando se habla de crisis social se habla de la familia, donde se registran, procesan, elaboran y retornan las influencias del medio social al que benefician o perjudican.
En nuestro país, demasiadas familias han descuidado sus fundamentos y lanzan a la sociedad individuos mal educados, resentidos, inadaptados, enojados con la vida y proclives a dejarse arrastrar por vicios que debilitan y hasta anulan su desarrollo y lo transforman en un peligro para los demás.
Así lo expresa, un preocupado Carlos Guauthémoc Sánchez, escritor y pensador, hablando de su quebrada sociedad mexicana:
“Nuestros hogares se desintegran cada día más, por lo que es necesario que quienes detectan en su casa rebeldía y falta de respeto de los hijos, hostilidad y burlas entre hermanos, discusiones hirientes, indiferencia, desconfianza para compartir sentimientos, frialdad de alguno de los padres, vicios, abandono y otras actitudes negativas, adviertan que su familia está en crisis y que hay que buscar cambios para poner remedio”.
Urge, entonces, que la familia busque soluciones, trate de mejorar los lazos de afecto y respeto que deben reinar en ella, porque el futuro de todo niño depende de un buen hogar donde exista una autoridad que represente la función paradojal “prohibición-autorización” que suele cumplir el padre, la madre o cualquier adulto que se haga cargo, sabiendo que el niño necesita seguridad afectiva básica, límites y motivación para aprender.
Una familia nutricia y normativa salva a las generaciones del nihilismo, del pensar que nada vale la pena, terreno propicio para la droga, la evasión, la violencia, cuyo resultado es el ambiente de enfrentamiento, desconfianza y hasta muerte que carcome la vida de los argentinos.
Los lazos de la gran familia que debemos consolidar en nuestro país están quebrados y es en el núcleo básico de la sociedad, donde debemos buscar las causas de esta ruptura vincular nacional. Sólo si se le otorga la atención que deben prestar los especialistas, si se orienta a la familia para que asuma su responsabilidad en este estado de gravísima crisis social que nos involucra a todos, se logrará sanar la raíz envenenada de nuestra sociedad maltrecha.
Es, por lo tanto, tarea y obligación de la familia, esté constituida como estuviere, preocuparse por los hijos que trajo al mundo o le han sido encargados para que logren un buen desarrollo y es, también, obligación de nuestros gobernantes poner todos los medios necesarios para levantar el nivel humano de cada hogar, orientándolos al cumplimiento de su rol y sin perder de vista- como se está perdiendo- que es en la familia, donde se fraguan las vidas que suman o restan a la sociedad y que solamente fortaleciendo su legítima autoridad se pueden formar adultos plenos de futuro.
LOS PADRES, LA ESCUELA Y LA FORMACIÓN DE HÁBITOS
Suelen ser los docentes los que más aplauden o reniegan de la formación –o no– de los hábitos de sus alumnos. "Esto ya debieran haberlo aprendido en su casa" –suelen decir– ante el atraso que significa para el aprendizaje reiniciar la enseñanza de comportamientos básicos.
Por esa causa, en la escuela primaria se intenta reforzar lo enseñado en el hogar o en el nivel preescolar mediante la repetición de actos hasta que se automatizan y dan pie a otros más complejos, porque siempre se está aprendiendo.
Los hábitos son una construcción subjetiva y definen los valores, las ideas y los pensamientos de las personas, de las familias y de las comunidades a las que pertenecen. Hablan de la disciplina interna, de la capacidad de fijarse metas y objetivos, pequeños cuando los sujetos son menores y gradualmente más altos, más ambiciosos, en la medida de su desarrollo.
Son los padres los llamados a formar los buenos hábitos de los hijos y debieran hacerlo sabiendo que es desde la más tierna edad cuando se empieza a apuntalar un crecimiento de superación personal que, definitivamente, permitirá a su hijo insertarse con éxito en el exigente y complejo mundo de hoy y así vivir con más plenitud.
Tal vez al comienzo deban perder mucho de su tiempo; tal vez tengan que ponerse serios, severos, insistentes. Pero los beneficios son para entusiasmar hasta al menos dispuesto. Porque, ¿qué se persigue con esta actitud a veces persecutoria e insistente? ¿Qué se logra al no desmayar y terminar, por ejemplo, tendiendo la cama que el pequeño no quiso hacer, lavando la taza del desayuno que quedó sucia sobre la mesa o enseñándole a saludar correctamente? Se logra que algunos actos rutinarios se incorporen a la estructura mental hasta formar una sólida trama a partir de la cual se hace más fácil asentar y continuar progresivamente el aprendizaje.
Para formar hábitos se debe tener en cuenta que se consolidan mejor si se empieza temprano, por lo que es a los padres a quienes corresponde acompañar con paciencia, perseverancia a pesar de los inconvenientes y mucha constancia la primera etapa de formación, cuya importancia y gravitación en la vida futura del sujeto va aumentando a medida que éste crece.
Es en el hogar donde se acompaña a los pequeños en tanto por repetición –a veces por cansancio– aprenden a higienizarse, a apretar el botón del inodoro, a no tirar sus cosas en cualquier lugar, a guardar sus juguetes, a dormir a horario, a ver televisión con medida... disciplinas simples cuyo olvido se transforma en una pesadilla cuando no se generan, cuando no se les enseñó a los niños, además, a disfrutar la satisfacción de haber cumplido con ellas.
¿Disfrutar? Sí, ésa es una parte esencial de la lección; cuando se finaliza una acción, aunque sea a regañadientes, el adulto debería enseñar al niño a volver la mirada sobre lo realizado destacando los beneficios del cambio: una habitación ordenada, un comedor prolijo o el pronto encuentro de objetos que antes se perdían. "Y eso lo hiciste vos, ¡qué campeón!". Así se refuerzan conductas positivas.
Los resultados de la formación de hábitos compensan ampliamente los esfuerzos, las peleas y hasta el repique de la insistencia porque pronto se hacen notar los beneficios. Son grandes. El hábito requiere tiempo y energía y esos dos valores, por el momento aparentemente perdidos, serán no sólo recuperados sino multiplicados al trasladarse a cada etapa de toda la vida del individuo.
Cuando el buen hábito se ha incorporado no habrá que repetir infinitas veces en el día "recoge la ropa" "cuelga las toallas", "sé amable con tu amiguito" y todas esas menudencias de la vida diaria y se podrá pasar al reconocimiento, a la exaltación de las acciones aprendidas, actitud que muchas veces los mayores descuidan y que tanto aporta a la seguridad de los niños.
Del afianzamiento de los hábitos domésticos se pasa a los escolares. Los docentes suelen distinguir claramente qué alumno llega a los primeros grados con la buena costumbre de hojear libros, reconocer letras, pedir la narración de un cuento. Los padres lectores transmiten a sus hijos el enriquecedor gusto por la lectura facilitando, en mucho, la tarea de la escuela. Sucede lo mismo con el estudio. Si los padres dedican algo del escaso tiempo con que cuentan hoy a dirigir el cumplimiento de las tareas, si mantienen una constante exigencia, generan un aprendizaje paralelo al escolar de gran valor. En una palabra: si los chicos se habitúan a cumplir sus tareas, a investigar y a estudiar en los primeros grados lo harán solos después y así se les facilitarán los pasos siguientes y se fortificará uno de los más importantes valores, el de la responsabilidad, que suma a la satisfacción por el deber cumplido.
Por cierto la escuela, en estrecha relación con la familia, continúa la consolidación de buenos hábitos, atentos los docentes y los padres, y los mismos alumnos, a un plan sistematizado, coherente, previamente reflexionado e internalizado; es decir, con metas puestas a la vista, claras y conocidas por los alumnos y sabiendo todos que así dan dimensión a la vida, generan una mayor autoestima ("yo puedo", "lo hago solo") y amplían el sentido de la auténtica libertad.
De esa manera los chicos fortalecen su carácter y forjan su destino, y ¿qué puede ser más importante para los padres que el hecho de que sus hijos marchen por un camino de superación?
Cuando hablamos de carácter queremos decir marcas, que eso connota la palabra: lo que distingue a una persona, lo que fortalece el equilibrio, la voluntad, la inteligencia, la sensibilidad, en proporciones equivalentes.
La persona que tiene voluntad es firme, tenaz, perseverante, sabe lo que quiere y marcha hacia objetivos que va a lograr a pesar de las dificultades.
La cada vez menor presencia de los padres en el hogar atenta contra la formación de hábitos y, seguramente, contra el control de la ira, los miedos, la inseguridad y la rebeldía que caracterizan a muchos individuos.
Como vemos, los hábitos están íntimamente unidos a la educación, lo que lleva al sujeto a sentir satisfacción haciendo el bien y a disgustarse cuando hace mal, en torno a los ideales que persigue.
Desde los buenos hábitos que se aprenden en la familia y en la edad escolar han de crecer ciudadanos que salgan preparados para una sana convivencia social, gente que cumpla responsablemente sus tareas, que cuide lo que es de todos, que sepa convivir en un clima de amable cordialidad, que respete las calles, las plazas, el lugar de trabajo, las instituciones, y así, dando ejemplo de adultos maduros, puedan mejorar los hábitos de los menores a su cargo en una sucesión ejemplar sin fin. Quién dice que no se contribuya así, de manera segura y firme, a mejorar la calidad de la República.
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