ADMIRAR EL MISTERIO DE LA VIDA
“El nacimiento
de cuanto existe
en este mundo
es obra del orgasmo
perpetuo de la vida”.
Juan Coletti
Por todas partes la vida anda naciendo
y creciendo y desarrollándose, haciendo
esfuerzos y buscando en quienes, y por medio de
quienes, llevar a cabo tanto su
misión de perpetuarse, multiplicándose, como la de ser cada día más y mejor.
Muere una rosa y en una continuidad
interminable vuelven a hacerse más rosas;
semillas minúsculas se transforman en grandes plantas, de los huevos
vemos nacer pollitos, de las barrigas de los animales gatos, cerdos,
terneritos, y de los vientres de las mujeres sale el prodigio de una nueva vida
humana, un destino por hacer y construir… ¡Es la fuerza de la vida que se
despliega y se expande!
Pues bien, todo eso, si lo sabemos
observar, es algo realmente fantástico. Un verdadero milagro que enseña sobre
la sexualidad, que es lo que mantiene viva la vida, aplicada en nuestro caso al
ser humano.
Siendo un hecho natural y puesto ante
la vista de todos: niños, adolescentes, mayores para maravillarnos con la
presencia del hecho prodigioso del nacimiento de un nuevo ser, ¿por qué no despejar viejos tabúes, secretos
que llenaron la imaginación de malicias y hablar de sexualidad, despertando en
los educandos asombro, admiración y cuidado?
La tierra, como dice el escritor Juan
Coletti en el poema que encabeza esta nota, nos da muestras de su permanente y,
por suerte, perpetua fecundidad. Ante ese hecho natural y sagrado, el de la
vida que nace y estalla y se desarrolla por todas partes, los adultos debemos
enseñar a los más chicos la grandiosidad de la existencia, la presencia del
misterio.
Y esa lección ha de empezar despertando
la emoción del asombro, un sentimiento hoy ausente y que fortalece el
crecimiento y respeto por la existencia, la propia, la de los otros.
Generar en los educandos el
reconocimiento por la vida, es iniciarlos en este dificultoso campo de la
educación sexual, hoy tan vituperado y tan mal entendido ya que, según vamos
advirtiendo, cuanto mayor es la valoración de la existencia y sus procesos, más
se desarrolla la espiritualidad, la conciencia de la prosperidad interior y
humana, es decir, una correcta relación con las fuerzas vitales.
El encuentro de un espermatozoide y un
óvulo debe ser entendido como un acontecimiento único, el mayor y más imponente encuentro que da lugar
al nacimiento de un ser humano, tan pequeño al comienzo y destinado a ocupar
tanto espacio, a guardar tantas complejidades, a sentir tantas emociones y a
albergar sentimientos hacia los otros, un silo gigantesco donde se guardan nuevas
semillas, fuerzas y potencialidades que
se irán desplegando a su tiempo en un camino, una historia singular e
indivisible que puede ser narrada como un nuevo, curioso y particular ensamble
de situaciones, opciones, aciertos, crisis y abordajes diferentes.
¿Cómo no admirar y respetar y más aún
reverenciar la vida que late en cada ser
que respira y tiene tantas posibilidades
y tan intrincados sistemas que lo constituyen? Sin embargo, la mayoría de los
niños nacen en condiciones muy desfavorables para su crecimiento y al
despliegue de sus infinitas posibilidades, lo que significa dejar avanzar la
mancha de un pavoroso nihilismo. En cada familia debiera festejarse,
reverenciarse y protegerse el nacimiento de una nueva existencia. Poner en alto
este milagro significa el comienzo de la
educación sexual.
Por eso la educación sexual- que debe
empezar en el hogar- tiene que continuar siendo impartida con responsabilidad y
profesionalidad en la escuela.
Entonces, y porque creemos urgente y
necesario hablar sobre un tema mal pensado, mal interpretado y peor
transmitido, insistimos en él, y ante la pregunta: ¿por qué la educación sexual?,
respondemos apoyándonos en sabios pensamientos:
“El
que está avisado está armado”.
Dice Sancho en un pasaje de El Quijote.
Alvin
Toffler escribe en “El shock del
futuro”: “En la mayoría de las situaciones podremos ayudar más a los
individuos a adaptarse mejor con sólo proporcionarles información anticipada
sobre lo que les espera. Lo importante es hacer crecer el caudal de reflexión
sobre el futuro.”
Y
Freud: “El pensamiento es el ensayo de la acción”.
Los
adultos debemos enseñar a los más
jóvenes, sometidos hoy a la concepción hedonista de que la vida es ya, aquí,
que hay que disfrutarla sin ninguna visión ni responsabilidad de lo que vendrá,
a reflexionar, dialogar, pensar en el
futuro.
ELEVAR AL HOMBRE A SU HUMANA
DIMENSIÓN
“Grandes maravillas
existen en el mundo creado, pero nada más grande que el hombre”
De “Antígona“ –
Sófocles
Al
trasponer los umbrales del tercer milenio podemos afirmar que el hombre, “el
nacido de la tierra para emerger y sobrevolarla”, no alcanzó aún su pleno
desarrollo.
Tenemos el
privilegio de asomarnos al año 2000. Un milenio que ya nos anuncia las luces de
su espectacularidad, fogonazos más deslumbrantes aún que los que nos regaló la
última parte de la centuria que ya acaba.
Sin embargo sabemos
que con esas luces conviven zonas de gran oscuridad de las que muchos anuncian
que emergerán las aniquiladoras fuerzas del apocalipsis.
Tenemos pues
motivos para la admiración y el orgullo pero también razones para el estupor y
el desasosiego.
Porque en verdad,
si maravillosos fueron, en avances científicos, en creaciones tecnológicas estos últimos años, también fueron ciegas y
segadoras las acciones del hombre en favor de su destino superior y
trascendente, el único que puede brindarle paz y felicidad.
Es cierto que todos
gozamos del privilegio de vivir en un mundo casi mágico creado por el ingenio
humano.
Botones, esfuerzos
mínimos, y las maravillas de la comunicación haciéndonos viajar a espacios
infinitos.
Estamos ante lo
increíble y más, mucho más, se espera aún.
Epoca de cambios,
de movimientos vertiginosos, de imágenes en permanente mudanza fueron
éstos a los que hemos ya asistido y que dan como resultado que todo un mundo
aldeano , muy cercano en el tiempo- apenas décadas nomás- haya sido reemplazado
hoy por las maravillosas conquistas de la técnica y de las ciencias que tanta
más comodidad y bienestar procuran.
Asimismo en el
ámbito de lo familiar y social fuimos testigos de pendulares cambios.
Desde un antes
sobreprotegido por la calidez del hogar y la obediencia a estrictas reglas
hemos pasado a una libertad que, en nombre de la autenticidad, se ha ido
saliendo de madre y que ahora anda bastante descarriada e irresponsable.
Ahora, la intemperie
Tanto apretar
botones, tanto avanzar en el espacio, tanto reemplazar la ilusión por la
visión, tanto barrer techos y limitaciones, este final de siglo, de milenio,
nos ha dejado a la intemperie.
El precio de este
desamarrarse en aras de una libertad ilimitada y en medio de tantos logros
materiales, de tanta cosa cuantificable, es este andar muy desorientados,
insatisfechos, confundidos, angustiados, depresivos y solitarios.
El hombre, en sus
afanes expansionistas, parece haber olvidado al hombre, a sí mismo en lo
que es esencialmente, y al que está a su lado en cuanto es hombre.
Es decir el ser
humano parece desconocer la trascendente dimensión de su ser y confunde todo,
aún a sí mismo con una cosa más que también se puede tener.
Como dolorosa
consecuencia de esta actitud vital, el ser humano se ha transformado en juguete
de las cosas que le ofrece el instante, ha detenido su atención en la
inmediatez, perdiendo la visión de los horizontes del futuro, se ha dejado
ganar por el hedonismo, el puro placer, y ha dejado a la deriva la conducción
de su conducta.
Tiranizado, en fin,
por las demandas de un materialismo exacerbado, ha procurado una sociedad
dividida en dos desiguales grupos: los que tienen, los dueños, los poderosos,
pequeña minoría, y los desposeídos, que se cuentan por millones.
En todos parece
reinar una profunda angustia existencial. El inconformismo del sin sentido ha
ganado el ánimo general.
En unos, los más,
porque no tienen lo suficiente para vivir.
En otros, porque en
medio de la sobreabundancia, en la cúspide de los logros materiales, se sienten
vacíos y se desbarrancan hacia el abismo de la depresión y aún del suicidio.
(Casos recientes que nos parecieron increíbles lo ilustran).
La trascendente
dimensión de lo humano
Borges,
parafraseando a grandes filósofos, habla de las tres dimensiones que
los seres vivos ocupan en su despliegue vital. “Los vegetales- dice- se
proyectan en altitud, los animales, en extensión y los humanos en
profundidad”.
El hombre es un
acaparador de tiempo, y su crecimiento y proyección suponen un derramarse a la
dimensión de lo interno para, desde esa playa recóndita, personal y única,
lanzarse hacia lo exterior, en el que se encontrará con su verdadera
dimensión: un hoy vivido en estrecha relación con el pasado, que lo
edifica, y el futuro, que lo proyecta.
Sólo vertebrado en
su tiempo puede el hombre controlar sus impulsos, actuar con racionalidad,
someter su conducta al timón que impone el rumbo hacia un objetivo existencial.
Es decir vivir con dignidad.
En definitiva, ser
hombre.
Y, mientras más
profundo es, mientras más concentración le depare su autodescubrimiento y
desarrollo, en tanto más busque y se distraiga en los laberintos de sus
posibilidades internas, de su personal sentido vital, menos necesitará acaparar
espacios físicos.
Porque es allí, en
su propio interior, donde encontrará – como en los espejos borgianos- la revelación
del valor de su ser, la fuerza de sus sentimientos, la adecuada catalización de
sus sensaciones.
De alguna manera
tiene esta concepción una intrincada relación con el principio latino que fue
sustento de la grandeza de Roma : “ Nosce te ipsum”, ( conócete a ti mismo ),
base de la educación y formación del joven y del ciudadano, que suponía la
invitación a sumergirse en los abismos de la interioridad, bucear en esas
profundidades, atender a sus llamados, determinar el sentido de la propia
existencia, para , desde allí, iniciar el viaje, apasionante, del
descubrimiento y conquista del mundo externo.
Claro que este
“nosce te ipsum” estaba determinado por la mentalidad absolutamente práctica
del hombre latino.
Sin embargo, y a
pesar de sus limitaciones, era algo así como un reconcentrarse adolescente, un
descubrimiento de sí, una vigorización del valor personal, una gestión del
autorrespeto, del cuidado, para que, al llegar a la autonomía y madurez, se
pueda realizar un efectivo aporte a lo colectivo, social.
Muchos siglos viene
recorriendo la especie hombre en su desarrollo.
La historia y sus
ciencias auxiliares nos dan cuenta del laborioso y accidentado proceso que,
desde que el primer hombre asumió la posición erecta, ha delineado.
Un camino de siglos
y milenios se zigzaguea en búsquedas afanosas, en bruscos cambios de rumbo, en
abismales caídas, en el éxtasis de algunas edades doradas.
Y tal como sucede
en el orden de lo individual, el hombre genérico, al que la evolución desde su
dimensión cósmica permite reproducirse y progresar, atraviesa las edades de su
desarrollo dificultosa y lentamente.
De tal manera que,
al trasponer los umbrales del tercer milenio de la era cristiana, podemos
afirmar que el hombre, el “nacido de la tierra para emerger y sobrevolarla”, no
alcanza aún su desarrollo pleno.
No ha llegado la
humanidad, a pesar de los milenios transcurridos, a la edad madura, a la
plenitud de su ser.
Y si bien
sobrevuela el cosmos físicamente, en su dimensión interna tiene mucho que
hacer aún para despegar de ras del suelo al que se ha aficionado porque
aún no se ha dedicado a explorar con decisión y paso firme el misterioso,
intrincado y maravilloso cosmos de la vida interna.
La humanidad se ha desarrollado en extensión
Basta soltar la
mirada a nuestro alrededor para que la
admiración se adelante a proclamar las asombrosas creaciones del hombre.
La
inteligencia superior con que ha sido dotado le ha permitido sobreponerse a la naturaleza y transformarse en el rey de la creación.
Desde su
aparición sobre la tierra, siguiendo las
líneas que le impone el progreso, y retroalimentado por la tradición, el
hombre avanza conquistando espacios.
La humanidad
se ha desarrollado en extensión.
Ya desde los
albores -la historia lo certifica- pareció ser preocupación y esencia vital la
exploración y conquista de territorios, la acumulación de propiedades, la suma
de riquezas materiales.
Desde siempre
hasta nuestros días.
Botines,
ganancias y despojos han signado suertes y destinos, valorizando o
desvalorizando una especie confundida.
De esa manera
ha transformado sus escenarios vitales, en muestrarios de
posesiones
Y esa
tendencia, agudizada en el recambio de los tiempos, ha dado en esta vidriera
del siglo XX con que se espera ya el XXI.
El ingenio,
la superioridad, la creatividad misma han sido puestos al servicio de un fin:
tener...y mostrarlo.
Por algo se
habla entre los sociólogos de la era de la cosificación, que no es sino el
epílogo de un libro milenario que viene
escribiéndose alrededor del mismo tema:
Hay que hacer
para tener. Hay que tener para ser. Y-
debe reconocerse- en este orden el nuevo milenio sorprende al
hombre como un triunfador.
Claro que tal
vez lo que no advertimos es que tras esa aparente máscara exitosa lo que
realmente está tratando de hacer la especie humana es
llenar con cosas los espacios interiores que van quedando vacíos.
Es la materialidad, las cosas que se tienen las que terminan por
tenernos.
Reacciones
Pero, por
suerte, el hombre, poco a poco, como
quien sale de una profunda ceguera a la luz, va descubriendo que por este camino tan poblado de elementos bonitos y
hasta útiles, pero inermes, ante tanto ofrecido por la sociedad de consumo y
conseguido a costa de esfuerzos denodados, no gana en cuanto a su felicidad, su
plenitud.
Hay avisos
muy elocuentes de que por este camino se está procurando una terrible desdicha,
un doloroso desencuentro, una pérdida de sentido.
Un nuevo
milenio se abre ofreciéndonos esta hendija de luz. Y ya se van advirtiendo los
cambios.
El hombre se
vuelve poco a poco sobre sí, empieza a mirarse y a admirarse, como
manifestación de una dimensión superior, como un destino que trasciende la pura
animalidad- cuya dimensión es la extensión-
para asomarse al campo de lo emocional , espiritual.
Quizás la
angustia- de – “ angosto”, “oscuro “- en que se siente sumergido, no es sino un
llamado que le impone mirarse a sí mismo, analizar sus sentimientos, atender a
los imperativos de su espíritu,
reconcentrarse en su emotividad para advertir cuánto hay allí de intangible ,
que, justamente por incuantificable, define lo realmente humano.
La valoración
y exploración del universo cerebral, de lo mucho que aún queda por explorar en esa geografía de neuronas cargadas de potencias, ya se ha iniciado.
También se habla de
la importancia de desarrollar la “inteligencia emocional “, sobre la “computacional”, prestando
así atención al misterioso campo de lo afectivo.
De esa manera
se está volviendo la mirada hacia los territorios internos, donde hay mucho por
descubrir y valorar.
Y
siempre desde la educación
¡Cuánto puede
hacerse desde el hogar, desde la escuela,
para que, poniendo al niño y al joven en el camino de la
introspección, del conocimiento de sí mismo, se
inicie en el respeto y cuidado por su valiosa, única e intransferible
humanidad!
Quizás el
joven, el hombre, haría mucho más
por su crecimiento, y después por los demás, si empezara a explorar el
mundo desde el conocimiento de sí mismo, desde la exaltación de sus
posibilidades, desde la fortaleza de sus emociones adecuadamente conocidas y
manejadas.
Seguramente
la vida humana ganaría en dignidad, en autonomía personal, en dicha, si
construyera su propia vida a partir del conocimiento y la decisión de lo que
quiere para sí.
La gran
maravilla es estar vivos.
El gran
descubrimiento es esta naturaleza
superior que nos ha signado, y en cuya
profundidad se guardan insospechables misterios.
Quizás sea en
este tercer milenio cuando empecemos a explorarla, a valorarla, a
ponerla en su justo lugar, y a
vivir consecuentemente.
Si este
camino se emprendiera sumaríamos a nuestro brindis un motivo realmente gozoso, realmente esperanzado y
feliz.
EL DESARROLLO DE LAS POSIBILIDADES HUMANAS
Con el término
acidia se designaba el pecado humano de "no hacer con y por la propia vida
todo cuanto se puede realizar". Significa la imposibilidad de cumplir con
la invitación de Píndaro, que ya en el siglo V a C. incitaba: "Llega a ser
lo que eres".
Acidia es desaprovechar las
naturales condiciones, capacidades y talentos con que cada individuo viene
dotado y en cuyo desarrollo encontraría motivación para un crecer permanente,
un surtidor de alegría que lo podrá acompañar en el tránsito por su vida.
Lo lamentable es que la
mayoría de los seres humanos –según estudios científicos de autores como Fromm,
Erikson, Rogers, Allport y tantos más– padece este mal poco conocido,
escasamente nombrado pero muy destructivo ya que potencias y posibilidades
individuales, por distintos motivos, se apagan, se van anulando y dejan a los
individuos en el cruce del camino de su autorrealización.
Los estudiosos observan,
analizan, elaboran hipótesis encaminadas a sanear un mal, que ataca en primer
lugar a las clases más desamparadas (que suelen pasar toda su vida ocupadas en
satisfacer sus necesidades básicas a pesar de que han brotado genios de ellas)
y también a la clase media y alta de la sociedad, que han prestado escasa
atención al tema vital de su desarrollo.
Atender desde la más tierna
infancia
Los talentos, inclinaciones y
aptitudes aparecen desde la más tierna niñez. Tanto es así que se suele decir:
esta nena o nene ha nacido para curar o para investigar, o será maestra, o
tiene facultades para dirigir, o le gusta dibujar, escribir, estudiar o
modelar. El campo del saber es infinito y cualquier observador, sea padre,
docente o persona interesada, puede darse cuenta de qué aspectos debe
estimular, cuidar, apoyar, guiar, para que a través de cada edad el individuo
pueda desarrollar sus condiciones innatas, llegando a ser él mismo, diferente,
apoyado en sí, lo que supone desarrollo de la autoestima, de su seguridad y
respeto personal, fundamentos de una vida digna.
Por cierto, la tarea comienza
en el hogar. Tal vez por desconocimiento, falta de atención o de tiempo, porque
se llega muy cansado, porque algún programa de televisión espera y tantos otros
motivos que cada adulto podrá esgrimir, la cualidad que distingue o
individualiza a sus hijos permanezca desatendida, termine por empalidecer y
quede latiendo, ahogada. Es por eso que encontramos adultos que suelen lamentar
no haber cultivado un oficio, una labor, el arte tal o cual, tocar el violín,
por ejemplo, o armar muebles (los etcéteras son infinitos), porque nadie los
ayudó a descubrir su potencialidad o, una vez descubierta, no supieron o no
pudieron cultivarla.
La posibilidad del despertar y
desarrollo de una vocación –que de eso se trata– suele estar a veces en manos
del azar: una maestra puede descubrir, alentar y hasta orientar a un niño al
que le gusta escribir, una visita a un museo puede tocar el alma pintora de un
niño, un periodista, que apuesta a decir la verdad a pesar de los riesgos,
puede llamar la atención de un espíritu nacido para divulgar ideas y noticias,
un pariente o un vecino puede, con el ejemplo de su vida o de su actividad,
llevar a decir: "Así quiero ser", "esto quiero hacer".
La vocación es la voz que,
desde adentro, llama hacia una actividad única. Cumplir con ella es recorrer un
camino sin fin, de infinitas posibilidades de crecimiento. Es individualizarse,
ser uno mismo y, como dicen quienes definen la verdadera felicidad, vivir en
estado "flow", que expresa un fluir en estado de gozosa alegría,
placer, disfrute, mientras se realiza una tarea, estar con la mente y el
corazón ocupados, entusiasmarse, esforzarse, ser más a través del estudio, la
investigación, el intercambio, ya que no existe oficio, tarea, labor, arte que
no sea perfectible.
Pensamos en cuántos obreros
realmente talentosos, maestros entregados a optimizar destinos, médicos
amorosamente dedicados a su misión humanitaria, dirigentes preocupados por el
bien común, empleados públicos probos, no llegan a serlo.
¡Cuánto se resta, por esta
causa, al progreso de la república! Porque estas frustraciones afectan no sólo
a las vidas personales sino al colectivo social, por lo que es necesario que
los gobiernos le presten atención a esta vital problemática.
Para orientar al hombre en el
camino de su desarrollo personal resulta de sumo interés conocer a Abraham
Maslow, quien aporta, utilizando la fuerza de la imagen de una pirámide, la
idea de un camino ascendente hasta llegar a la autorrealización.
Para este autor norteamericano
existen necesidades básicas que todos tenemos y se deben, por imperio vital,
satisfacer. A éstas las denomina deficitarias y son las de alimentación, la sed,
las sexuales impuestas por el instinto de perpetuación de la especie. Al
cumplir con ellas deviene un circunstancial alivio. Uno que llega desde afuera
porque es la madre quien amamanta, la comida la que sacia el hambre, la bebida
que calma la sed, el placer sexual que da el otro y que alivia un impulso, un
amor que da compañía, protección, placer. Es decir lo que viene de afuera es el
instrumento para cubrir un vacío dando contención y estímulo vitales. (Por
cierto es fácil deducir que quien no supera estos primeros estadios se
transformará en un individuo dependiente, inmaduro).
Además, es bueno saber que,
según estudios de Gordon Allport, cada uno puede verificar con su experiencia
que estas necesidades, una vez colmadas, vuelven a aparecer. (De nuevo tenemos
hambre, sed, necesidad de dormir, deseos de copular), por lo que podemos
deducir que saciarlas brinda sólo resplandores de una intermitente felicidad.
Las necesidades de seguridad,
techo, abrigo, las de pertenencia, relaciones afectivas y amorosas se ubican en
puestos más altos de la pirámide (que se va enangostando porque disminuye la
población que logra satisfacerlas).
En un nivel más alto todavía,
Maslow ubica las necesidades de desarrollo, que conducen a la autorrealización
y suponen un estado de salud positiva, una persona que al escuchar su propia
voz interna, conociendo y respetando sus propias potencialidades, en estado de
autonomía, se compromete en acciones creativas, motivadas, sostenidas y aunque
esforzadas, siempre entusiastas. Las necesidades de desarrollo acompañan el
largo proceso del crecimiento humano con momentos de proyección y ejecución
permanentes y también crecientes.
Quienes están
empecinados en hacer lo mejor que pueden hacer, en perfeccionar su trabajo,
encuentran en su quehacer una fuente de motivación revitalizadora y estimulante
y desde ese alto puesto pueden ascender a un plano superior que es el de
entregar al mundo su obra única. ¿Acaso no es éste el estado de vida plena que
autores especialistas en el tema de la felicidad, como Martín Seligman,
describen? Un estado de satisfacción y plenitud al que debieran sumarse muchos
más porque la felicidad personal no es excluyente y siempre suma al colectivo
social.
EL
DESARROLLO PERSONAL DE CADA INDIVIDUO
En la nota editorial del 29 de marzo de
La Voz del Interior se pone especial énfasis en la necesidad de
propender al desarrollo personal del individuo. Aparece así un tema escasamente
analizado hasta hoy, cuyo tratamiento desafía y urge, sobre todo a quienes tienen responsabilidades
de conducción, para que consideren como un alto fin apoyar y orientar el
desarrollo de la humanidad plena que cada individuo trae consigo.
En el orden mundial e irradiando a
grandes multitudes encontramos la influencia sanadora que actualmente ejerce el nuevo Papa, humilde, cercano, ejemplo de amoroso respeto
por el valor de cada ser humano. A partir de esta autoridad los gobernantes
tienen la obligación capital de ocuparse para que cada ciudadano logre una vida digna y plena con conciencia del propio
valor, fe en sí mismo, desarrollo, a conciencia, de las fuerzas, talento, y capacidades que a
cada uno distinguen.
Sin embargo, este alto objetivo no es
tenido en cuenta como meta política, educativa y aún familiar, en nuestro país.
El desarrollo de la persona, que
conectada con el universo llega a descubrir el poder y valor que existe dentro
de sí, no se da por acción natural y espontánea sino como resultado de la
presencia de un verdadero maestro, un guía, un despertador que transforma al sujeto en activo buscador
de su sentido vital. Ese llamado puede llegar en una lectura, un discurso, una
clase, una charla en familia.
De esa manera lo que espera oculto,
olvidado, escondido en los pliegues cerrados de cada personalidad comienza a
abrirse, a expandirse, a desarrollarse,
y el individuo vuelto hacia sí, se descubre, se valora, defiende su vida y su
autonomía. Libre, se despoja de la ignorancia, los fanatismos, las falsas
idolatrías, el seguimiento ciego a ídolos y líderes sin valor. Lo que viene
desde afuera para distraer el propio crecimiento, la ceguera que produce la
contemplación de los destellos ajenos, desaparecen.
Es responsabilidad, entonces, de los
conductores de toda índole, propender a
que cada vez más individuos consoliden la formación de la persona que late en
todos, que se ejercite la búsqueda del
sujeto para que dé con el sentido de su propia vida, con sus propias
necesidades y la responsabilidad que le compete como constructor de su destino.
Por razones de conveniencia los
poderosos sólo dicen “síganme” o “deben alinearse”, o “se deben obedecer determinados lineamientos” y ese mensaje
esclavizante lleva a que, personas que debieran haber alcanzado la madurez de
su propio desarrollo, actúen como el Director de la Biblioteca Nacional, algunas de las Madres de la Plaza de Mayo y
demasiados legisladores que, tras un pensamiento único, anulan el propio, sin
autonomía ni libertad para buscar y aportar sus propias respuestas.
Un mal ejemplo que se derrama desde
arriba hacia abajo.
Así, la tarea docente se basa en
obedecer las disposiciones de los ministerios provinciales, repetidas del poder
central, volcadas finalmente en el aula: verticalidad, nula creatividad y
participación, desconocimiento del aporte de nuevas ideas, lo que va
despojando al otro de su ser otro. Por
eso no se logra poner en línea la construcción del ser persona responsable,
interesada por hacer, por aprender, un auténtico buscador de la verdad que hay
en sí, y al no considerar como fin último del aprendizaje el autodescubrimiento
personal por el despertar de la conciencia, el conocimiento y la propia responsabilidad, se forman personalidades
repetitivas, obedientes y hasta indignas.
La lectura de guías, como Abraham
Maslow, nos permite comprender que una vez que el hombre ha satisfecho sus
necesidades básicas de alimentación (para conservar la vida) y sexuales
(para continuarla) y llega a tener un
techo y una satisfactoria relación con los otros, puede arribar a un estadio
más alto, su autorrealización, el desarrollo de su vocación, la obediencia,
esta vez sí, a la voz interna que lo llama al cumplimiento de su misión en el
mundo.
Maslow habla de estadios más altos aún,
a los que debieran llegar nuestros dirigentes, cuando desbordados por la
completitud de sí mismos se dan al bien
de los otros.
Un darse del que es ejemplo el Papa Francisco y que esperamos (y hasta rogamos), irradie en nuestro país, oponiéndose
a la exclusión, la indignidad, la obsecuencia.
FELICIDAD,
¿UNA PALABRA POSIBLE?
Desde hace muy poco tiempo, apenas unas
decenas de años, la posibilidad de
lograr la felicidad en esta vida y en la tierra ha llegado para
alegrarnos y encendernos de un sano optimismo. La felicidad existe, claro que
sí, y es posible aquí, en la vida terrenal.
De este
tema, trascendental y objeto permanente de las supremas búsquedas humanas,
hasta hace muy poco no se hablaba de ella y menos científicamente.
Ahora
son varios los autores especialistas que dirigen sus investigaciones a la
felicidad. Investigadores como Martín Seligman, Eduardo Punset, y otros de sobresalientes universidades del mundo, especialmente de Estados Unidos, nos desafían
a buscar la felicidad en esta vida, transformándola en motivo de sus estudios
desde no hace más de tres décadas y
acercándonos conceptos que permiten poner en claro su esencia para que
pueda ser alcanzada dándole el merecido esplendor a nuestras vidas.
Por
cierto, lo primero que debemos tener claro es: ¿qué es ser feliz? Lo que lleva
a otras preguntas:
¿Acaso
ser feliz es colmarse de placeres, de cosas, como nos hace creer el hedonismo
reinante sumado a lo que dicta la sociedad de consumo? ¿Es darse los gustos y
tomar y hacer uso de todo lo apetecible?
Dando
una primera respuesta a esta pregunta decimos que los expertos coinciden en definir la felicidad como un estado de plenitud de vida, satisfacción,
conformidad y sentido de la propia existencia, asumida con madurez y
responsabilidad, lo que alejaría el estado de depresión, ansiedad e
insatisfacción que gana el ánimo de personas que, a pesar de tener lo esencial
y aún mucho más, siguen insatisfechas.
La vida
es, para este enfoque, una construcción que empieza en la concepción, en el
vientre materno y continúa hasta el final de los días. No depende de los otros,
no de la pura satisfacción de los placeres, no es solamente entretenimiento y
distracción, sino manejo responsable que cada uno hace de la suya en base a
proyectos que conducen a construir una existencia significativa para uno mismo
y para los otros.
Para
aclarar la confusión reinante sobre qué es ser feliz, Martín Seligman habla de la vida placentera que se encuentra
dándose todo tipo de placeres, y que es inferior,-dice- a una buena vida, que deriva del cultivo de las auténticas
fortalezas, talento, vocación, habilidades, desde la que se puede ascender a una vida significativa, más alta, que
viven quienes se apegan a actos que trascienden lo propio, seres desbordantes
de logros que pueden ofrecer a los demás.
Este
estado produce una sensación de fluir y de conformidad con la propia
existencia.
En
cuanto a este nuevo interés que pone como objeto de estudio a la felicidad
podemos decir que en tiempos pasados, la posibilidad de obtenerla quedaba postergada para la otra vida, era el
premio que se esperaba, o no, tras la muerte y según lo merecido.
La
triplicación de los años de vida humana en los países más desarrollados, desde
hace unos 200 años, ha cambiado
completamente algunas ideas que obligaban a que el ser humano, en los pocos
años que estaba en la tierra, estuviera dedicado absolutamente a su tarea de
sobrevivir y continuarse a través de la
reproducción.
Eduardo
Punset dice al respecto:
“Súbitamente, la especie humana dispone ahora
de 40 años adicionales después de haber cumplido las tareas reproductoras. El
futuro ha dejado de ser monopolio de la juventud, por primera vez en la
historia de la evolución y los seres humanos tenemos futuro aquí y ahora, lo
que significa que podemos mejorar ese futuro porque las ciencias están
dedicadas a esa tarea.”
Punset llama etapa de “mantenimiento” a los años que
se han sumado a la existencia, que son más cuanto más desarrollado sea el país,
lo que permite a cada ciudadano cuidar más su salud física y psíquica. Explica
este autor, además, que ahora, más que nunca, se pone énfasis en la calidad de
la existencia. Además, la profundización del conocimiento, permite poner a
disposición de la gente más medicamentos, lo que sumado a un actuar más
consciente, permitirá que se viva más tiempo y mejor.
La
felicidad, dice la psicología moderna, apunta a algo tan intangible como es
apoyarse en una escala de valores, en tanto la infelicidad actual se explica
por una inversión excesiva en bienes tangibles, materiales.
Por otra
parte y para tener en cuenta, Daniel Gilbert, de Harvard, determina que la felicidad
reside en el circuito de la búsqueda. En el camino, en el proyecto, lo que nos
lleva a poner la mirada, y disfrutar más el proceso, en ese lanzarnos hacia
adelante que cada día convoca nuestra humana acción.
A una
vida plena se refiere el escritor Juan
Coletti cuando dice en una breve composición llamada “tanka”:
Dichoso aquel /que al final de la vida/
puede trazar/el comienzo y el fin de un círculo perfecto.
La
felicidad. Posible, cercana, asequible. Conformidad, serenidad, plenitud.
¿Acaso no vale la pena asimilar un tema que nos es esencial?
EL TRABAJO Y LA DIGNIDAD HUMANA
“El trabajo es el campo en que se expresan las
fuerzas creativas de las personas, el espacio en que se manifiestan sus
valores, el lugar en que los individuos se reconocen, se aceptan, se revaloran
y se potencian como personas”.
Sergio
Sinay
Signo
de vitalidad, energía, fuerza y salud física y mental el trabajo eleva la vida
del hombre y del colectivo social al que pertenece y de tal manera y con tal
fuerza que se puede afirmar que es una de las columnas vertebrales del
crecimiento humano. Lo que dignifica la vida.
Sin embargo, hoy la cultura del trabajo ha
sido desvirtuada y a millones de personas se les han atado las manos, la
capacidad de hacer y aportar al bien común.
Debemos
aquí hablar de precariedad del trabajo argentino ya que demasiados habitantes
se recuestan hoy en la comodidad de planes sociales que, si bien aseguran la
satisfacción de algunas necesidades básicas, al llevar implícita la
imposibilidad de trabajar so pena de perder esos beneficios, ha ido generando
debilitamiento y conformidad. Son muchos, demasiados los que se quedan en su
casa a la espera de lo que les da el gobierno, generando así espacios propicios
para la holgazanería, el cultivo de vicios y malos ejemplos para los hijos.
Éste es
un creciente flagelo social que causa
también la escasez de trabajadores en un
país urgido de mano de obra laboriosa, de músculos, de ingenio, de capacidad
intelectual, de creatividad, de inventiva. La falta de personas dispuestas a
trabajar daña al país que necesita
multiplicar las tareas para que los aún miles de hectáreas de campos sin
cultivar se llenen de semillas, las ciudades de algo tan elemental como la
limpieza, los parques y paseos públicos de más cuidado, el territorio nacional
de escuelas donde la siembra del conocimiento arraigue en mentes más lúcidas y mucho más. Urge una labor
ordenadora encaminada a un objetivo definido y asimilado por la gente.
Todos
sabemos que el progreso humano y el de cada país, la calidad de vida de su
gente, dependen de lo que los
investigadores, técnicos, científicos, profesionales, obreros idóneos crean y
van perfeccionando, así como, por el
lado opuesto, la falta de conocimientos, el desgano, la mala voluntad, desinterés y mal trato de empleados
desconformes, incomoda la vida cotidiana del colectivo social.
Tras
las leyes que organizan la vida, los diagnósticos que describen la salud de
algún órgano, la sonrisa que muestra una dentadura sana, los informes que nos
previenen sobre los cambios climáticos, las rutas que surcan los aviones, el
curso que siguió el Curiosity para
llegar a Marte, los edificios que se levantan, en cuanto nos rodea está la mano
del trabajo, haciendo, proyectando, experimentando y perfeccionándose.
Ante
ese quehacer empeñoso de gente trabajadora nos preguntamos: ¿se ha llegado a la
cúspide de los logros? ¿Se han cubierto todas las necesidades?
Creemos
que no, que son muchos aún los espacios inexplorados, las soluciones que
pudieran mejorar más la convivencia y optimizar la estada del hombre en la
tierra y, sobre todo, obviamente, en la
Argentina. Los problemas actuales desafían ideas fuertes, contundentes, más acción, más estudio e investigación, más cambios.
La
seguridad, por ejemplo, demanda mayor
dedicación policíaca y judicial; la desigualdad económica, la pobreza de
millones reclama de la inteligencia de los economistas; la dificultosa atención
médica de los hospitales exige un trabajo mejor articulado y ¡qué podemos decir
que no se haya dicho de lo necesitada que está la educación de mentes
directrices, de buenos y esforzados docentes que le den nuevas fuerzas!
Para
optimizar los resultados del trabajo en la Argentina es urgente y necesario
valorar adecuadamente los resultados de cada tipo de oficio y
profesión. ¿Se tienen en cuenta su finalidad, objetivos, efectos en el destino
de los habitantes y de la misma República?
Hay
actividades que tejen invisibles redes en lo subterráneo de las vidas, que
apuntalan su desarrollo y que, por lo mismo, reclaman una mayor jerarquización.
Exaltar
el valor de algunas labores, distinguir la primacía de unas sobre otras, es una tarea de gente pensante, comprometida,
lúcida y visionaria, que logre traspasar lo meramente cuantificable para
asentarse en lo que hace la vida de mayor calidad, aquello esencial e invisible a los ojos, como marcó
Saint Exupery.
La
tarea judicial, por ejemplo. ¡Cuánto ganaría nuestro país si los jueces
trabajaran con absoluta independencia, fieles a su formación y buen criterio!
En la tarea docente, por dar otro ejemplo, todavía no han surgido de los
ministerios o de la misma escuela, medidas que energicen y potencien esa gran
tarea en favor de la vida de los alumnos. Los
ejemplos de una amorosa y convencida entrega de ideas, orientación,
conocimientos aplicables, son un chispazo fugaz que pronto se apaga entre los
bostezos del desgano y del desencanto. ¡Faltan estímulos! Cuesta dar más y
mejor cuando no existe reconocimiento que es, a su vez, la misión de quienes
están dirigiendo desde puestos más altos. Y es desde allí, justamente, desde
donde se esperan soluciones más profundas, donde debiera haber más ingeniosa y
creativa labor para que todos los estamentos se articulen en un trabajo de
equipos más eficientes.
Todavía
existen problemas básicos y de real incidencia en la cotidianeidad social como
es generar puestos para los miles de jóvenes
desocupados que hoy deambulan por
calles sin norte. Trabajo, esfuerzo,
disciplina, espíritu de superación. Todo eso falta.
Que
cada labor se realice en condiciones dignas, con alegría y placer, que permita
aflorar el buen trato hacia los demás, que no transforme al hombre en una
persona sin alma y malhumorada. Que cada uno ame lo que hace y vertebre su vida
alrededor de un trabajo en el que se fortalezca el sentimiento del propio
valor, una autoestima creciente, una creatividad efervescente, ha de dar
sentido de pertenencia y aumentará la confianza
de cada argentino en sí y en los demás.
¡Y
cuánto debemos trabajar como sociedad para erradicar la explotación de menores,
de extranjeros, de individuos vulnerables! ¡Cuánto esfuerzo se necesita para
mover el gozne del cambio en mentalidades que dan mensajes solamente para la
defensa de derechos y nunca de obligaciones, para el recibir pasivamente sin
llegar a ser actores útiles! La sociedad urge de dirigentes que, amando el
progreso, den ejemplos de integridad y
de amor a la cosa pública.
¡Cuánto
por hacer! Cuánta tarea en un país que, por ahora, no logra articular las entregas laborales
ajustándolas a un gran y coherente proyecto nacional en el que la mirada esté
enfocada no sólo en los resultados inmediatos, sino en los de mediano y largo
plazo. En la formación de una
personalidad más robusta y firme y, por lo mismo, más satisfecha.
Publicado
el 26/3/14
HUMANA FRAGILIDAD
“Nadie rebaje a lágrima o reproche/esta
declaración de la maestría
de Dios que con magnífica ironía/me dio
a la vez los libros y la noche”.
“Poema
de los dones”- Borges.
Los sabios lo
reconocen. Y lo aceptan. Los humanos somos frágiles y, aunque el orgullo, la
vanidad, o la peor de las cegueras no lo admitan, debiéramos exponer, como esos
embalajes que portan cristal en su interior, un cartel que advierta: “cuidado,
se rompe”.
Lo frágil es lo que se fractura ante un
golpe o un esfuerzo desmedido. Los seres humanos, a pesar de las imponentes y
aparentemente sólidas estructuras que nos sostienen, somos seres endebles,
condición que se agudiza porque así como nos pueden romper desde afuera, la
mayoría de las veces somos los artífices de nuestro propio quebranto.
Pocos han definido con tanto acierto el
significado de la palabra “fragilidad” como lo ha hecho Borges en su Poema de los dones. Fragilidad y fuerza,
poder y limitación, cúspide y abismo son los contrastes que debemos sortear y
hay que haber bebido en la fuente de la sabiduría, para aceptarlo y reconocer
la inutilidad del reproche y la urgencia del cuidado.
La más apetecible de las riquezas, los
libros y “unos ojos sin luz” tal como aquel rey que “muere de hambre y de sed
entre fuentes y jardines”, según narra el autor en el mismo poema, hablan de
que en cuanto existe está la posibilidad
de romperse, de desaparecer.
Hablamos del cristal, de la fragilidad
de la materia, de la del niño, de los vínculos, de la mente, de la salud. Y lo
hacemos aceptando o no, atendiendo o no los ejemplos constantes de la vida que
invitan a poner atención en los límites. Cualquiera puede quedar con las manos
vacías aunque haya sido dueño de un imperio.
El Padre francés Samuel Rouvillois, de
la Sorbona, señaló en una conferencia magistral
que “debilidad no es lo mismo que
fragilidad ya que debilidad es la incapacidad de vivir inteligentemente nuestra
fragilidad. A menor aceptación y previsibilidad del peligro, mayor estupidez”- remarcó.
Una estupidez que suele caracterizar la
conducta de demasiados humanos
sobrecargados, que no saben ni
desean delegar, que se creen insustituibles, únicos y al presionar el extremo
de sus fuerzas quiebran las barreras de su
humana resistencia.
Y esto puede suceder en cualquier
ámbito. En la familia, (¡cuántas madres se sobrecargan por no molestar a su
marido o a sus hijos!); en una repartición pública, (¡cuántos jefes,
respondiendo a la imagen de invulnerabilidad que los hace ver más fuertes, no
delegan, no reparten tareas). Son demasiados y en todos los órdenes los que no
confían nada más que en su buen criterio para hacer y disponer.
Una de las condiciones de real
fortaleza es saber aceptar que se depende de los demás, lo que hace tan
recomendable el trabajo conjunto en que los integrantes se complementan, se
enriquecen mutuamente con los aportes del conocimiento de los otros,
reconociéndose ignorantes de algunos aspectos lo que da lugar a que los demás
participen y actúen solidariamente. Y ese reconocimiento es el que hace al
verdadero jefe o líder.
Bien se ha demostrado que construir modelos
de acciones colaborativas es muestra de real inteligencia porque de la suma de
las partes siempre se obtiene un resultado mayor.
El pensador y educador Paulo Freyre
invitó a aplicar este concepto en pedagogía, animando al docente a declarar que
no lo sabe todo, de reconocer ante sus alumnos que todavía tiene mucho que
aprender. (Lo que es una absoluta verdad). De esa manera su gestión educativa
se enriquece y los educandos salen de su posición de abrumados entes receptivos
para transformarse en sujetos activos del aprender a aprender.
La real debilidad es no aceptar que
tenemos debilidades porque esa actitud lleva al desborde, a la inmoderación, a
un apasionamiento dañino.
Pero debemos hablar también de la
fragilidad que, hoy más que nunca,
afecta tanto al individuo como a los vínculos.
Zigmunt Bauman en “El amor líquido” advierte que la fragilidad de las relaciones
humanas de la sociedad de consumo actual
exige una satisfacción instantánea del deseo por lo que es muy difícil
que florezcan sentimientos profundos y duraderos. El amor verdadero exige humildad, coraje, fe y disciplina por lo que
las promesas de amor que se ofrecen actualmente, -como si fuera una mercancía
más- y que prometen satisfacciones sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados
sin trabajo, son muy débiles y hacen de
la conquista de la capacidad de amor, un imposible. La fragilidad es resultado
de la fugacidad, lo superfluo y vano.
¿TODO
LO PUEDE EL DINERO?
“Quienes
creen que el dinero lo hace todo terminan haciendo todo por dinero”. Voltaire
Desde tiempos remotos se habla de él y
tanto que Francisco de Quevedo, en el siglo XVI aludía a su poder diciendo:
“Poderoso
caballero es don dinero/madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y
amado/…que pues doblón o sencillo/ hace
todo cuanto quiero. / Poderoso caballero es don dinero.…Él es quien hace iguales/ al rico y al
pordiosero. / Y es tanta su majestad, aunque son sus duelos hartos/, que aun
con estar hecho cuartos/ no pierde su calidad, /pues le da gran autoridad/al
gañón y al jornalero”.
El dinero fue desde antiguo el actor
principal de los devaneos cotidianos pues: “Hace
todo cuanto quiero”, “le da gran autoridad al gañón y al
jornalero”… “aunque son sus duelos hartos”. Desde Platón a Aristóteles, de Epicuro
a García Márquez hasta llegar al Papa Francisco, se lo llamó “dios
dinero”. Un dios al que el tío Patilludo se aficionó resplandeciendo con y por
él y multiplicándose en personajes codiciosos de atesorarlo, ya sea en bóvedas o en cuevas o en cofres perdidos
en el fondo del mar.
En la forma de billetes o monedas,
dólares o libras o reales o pesos, cheques o letras de cambio, el dinero, lo que llamamos plata y realmente
representa al oro, se encuentra en la
cúspide del interés humano patentizando la enfermiza fascinación que ejerce: “yo al oro me humillo”.
Metido en los hogares, en la vida
social, en la política, su presencia o
ausencia, su ser poco, escaso o demasiado,
siempre genera conflictos, peleas, desencuentros en la pareja, entre
padres e hijos, entre socios, directivos
y empleados, entre Estado y asalariados,
y si ha superado la economía de trueque (que sólo permitía transacciones
sencillas al exigir la doble coincidencia de deseos), ha confundido al hombre y
lejos de proporcionarle soluciones ha complicado su existencia.
¡Y qué decir cuando el dinero falta,
cuando no alcanza para cubrir una elemental supervivencia, cuando no se tiene
techo ni pan, ni salud, ni fuerzas para vivir!
Nos preguntamos: ¿por qué es tan
difícil lograr su reparto equitativo? ¿Por qué no bajan los índices de pobreza?
¿Cómo hacer un uso inteligente del dinero? ¿Por qué lejos de constituirnos en
sus amos y ponerlo a nuestro servicio, somos, casi todos, esclavos de su tiránica prepotencia?
¿Será porque el mundo de las cosas
deseables se ha multiplicado infinitamente?
¿Será porque la sociedad de consumo lo transforma en un instrumento
nunca suficiente? Lo cierto es que su
posesión, ha encendido la codicia humana transformándolo de medio
en un fin en sí mismo, y en el caso
de los ricos, lejos de otorgarles tranquilidad, llega a pesar en la misma
medida de la cantidad acumulada. La desmesura lleva indefectiblemente a calamidades
que obnubilan la sensatez en el saco de la avaricia. El culto a la posesión por la posesión misma suele
exceder el control humano hasta desbaratar
las mejores intenciones. Ciega y
siega. Huelgan los ejemplos.
El desarrollo de la economía mercantil-capitalista
ha acentuado el poder del dinero hasta el punto que algunos políticos, por
ejemplo, consultados sobre el por qué se empeñan en acumularlo, afirman que para hacer política
partidaria se necesita mucho dinero.
(Erich Fromm discutiría esta
justificación diciendo que “los bienes se vuelven malos cuando se utilizan
para humillar a los demás y que debieran
ser un medio para llevar al hombre a la
realización óptima de su naturaleza, lo único que da razón a la existencia”).
Este razonamiento conduce a deducir que
el propósito político manifiesto, esconde uno más envilecido: el de comprar
voluntades para acrecentar el poder mediante la adhesión de individuos que, al
estilo fáustico, venden su alma al diablo, su autonomía, su dignidad, la libertad de decidir y elegir,
transformándose en sirvientes.
En la vida cotidiana el tráfico del
dinero es una actividad ineludible ya que es indispensable para abastecer el
hogar, satisfacer necesidades y gustos necesarios al desarrollo. Bienestar y
seguridad dependen de él, de manera que, ¿quién podría afirmar que esa
apetencia no es básica, justa y hasta necesaria? Lo malo-al decir del Papa
Francisco- es cuando la cultura de lo material envilecida por los malos
ejemplos, conduce a excesos que producen desequilibrios en la creencia de que,
dinero mediante, todo se puede tener aunque haya que vender la conciencia.
La influencia de ejemplos como el de
las llamadas botineras que van a la caza de hombres enriquecidos; de vedettes
que venden sus cuerpos al mejor postor; de hombres pudientes que compran la
compañía de mujeres hermosas para lucirlas como si fueran su automóvil último
modelo, confunde a los que están desarrollándose, desbarata ideales, exacerba dislocados
afanes, genera resentimientos, enciende deseos imposibles y nubla de tal manera la visión de lo útil y
necesario, que lo superficial y desechable adquieren el mismo valor.
Bueno sería hablar sobre el tema para
dejar bien sentado, sobre todo entre los más jóvenes, que el dinero, indispensable
para la subsistencia, para una mejor
asistencia médica, una educación de calidad, para brindar motivos de alegría y
también resguardarse de imprevistos, tiene un poder limitado, porque nunca podrá comprar la genuina
admiración ni los sentimientos del otro, nunca dará por sí mismo un verdadero
sentido a la vida, no garantizará la salud ni la armonía familiar, ni la
fidelidad de los cónyuges, ni la satisfacción interior.
Quienes envilecen al otro
transformándolo en objeto de trueque, podrán lograr un fugaz éxito pero nunca
saborearán la plenitud de sentirse humanos.
EL FÚTBOL, DE LA PASIÓN A LA REFLEXIÓN
Por el largo período del Mundial la mayoría de los argentinos fuimos solamente fútbol, sentimientos sin reflexión, ya que otros temas de gran interés y de cuya solución dependen el bienestar y la calidad de vida de cada habitante estuvieron postergados.Las habilidades, el ingenio, la destreza y la capacidad de proyección y cálculo de nuestros renombrados jugadores y de los de otros países estuvieron en el centro de las conversaciones familiares y sociales por más de treinta días. Es que, sin que muchos alcancemos a saber por qué, el fútbol conmociona, arrastra multitudes, a todos o a casi todos, sin que sepamos adónde nos lleva, y al mismo tiempo pone en evidencia a los que están poseídos por la fuerza destructiva de la violencia.Mucho de esa distracción generalizada, más allá del reconocido sometimiento a la sociedad del espectáculo que caracteriza a nuestro tiempo, mucho de la exacerbación de nuestro patrioterismo futbolero, se debe a los medios, a la tevé, a la propaganda, cada vez mejor orquestada y pensada justamente para dar valor a un quehacer en medio de otros que no se exaltan ni cultivan.¿Exacerba aún más la tevé el valor de un deporte de por sí cautivante? Creemos que sí y que por eso motiva tantos desplazamientos, costosos en todo sentido, tanto patrioterismo, invocación a Dios y a la patria, llantos, risas y exaltadas pasiones.Muchos han atribuido al fútbol la capacidad de dar a los ciudadanos una sensación, hoy tan necesaria, de unidad, de hermandad, de contención que lleva a todos hacia la misma dirección y bajo la misma bandera. Y ese sentimiento de ir todos en pos de la gloria de nuestro país y la exhibición masiva de nuestros símbolos patrios, la pasión que despierta hoy el fútbol, no sólo son buenos sino necesarios pero, eso sí, siempre y cuando entendamos que esa convocatoria de características épicas no debiera ser privativa de un balón de fútbol sino extendida a otros valores ya no tan circunstanciales sino permanentes.Muchos ponemos en alto el ejemplo de disciplina, esfuerzo y trabajo en equipo que han dado los integrantes de nuestra selección pero, por lo mismo que en el fútbol parece satisfacerse la necesidad de patria y de esperanza y de un sentimiento de comunidad, creemos que la pasión que las mayorías sienten por él nos está diciendo algo más sobre lo que, una vez traspuesta la etapa pasional, debemos reflexionar, como es que en nuestro país carecemos de otros valores en cuya consecución no se pone empeño. La educación en serio, por ejemplo; la formación de un ciudadano que ame su tierra, su lugar, y la cuide, la proteja y la haga crecer.De la carencia de esos sentimientos da cuenta la violencia desatada alrededor del Obelisco porteño y en las calles de muchas provincias argentinas.Se trata, entonces, de incorporar a nuestra preocupación ciudadana temas no tenidos en cuenta y de los que dependen la paz social y el progreso del país, porque si el fútbol que se nos da a todos es solamente instrumento de domesticación, sumisión, obediencia y aplauso; si a través de él se induce al adormecimiento de las conciencias y la enajenación social; si el fútbol conduce a tanto descuido de uno mismo, el resultado es un patrioterismo deportivo vacío que lleva a generar enemistades, a humillar a los países vecinos con cánticos ingeniosos pero maledicentes e insultantes y a convocar deseos de venganza y revanchismo, ahogando, de esa manera, sentimientos nobles y esclarecedores como ser y mostrarse como un digno perdedor que irá por más a partir del reconocimiento de los errores y de una pensada e inteligente capitalización de los aciertos.El fútbol, ya que tanto convoca y apasiona, debiera ser aprovechado para dar ejemplo a los menores sobre que se debe y puede llegar a elevados puestos con altos objetivos por el camino de la verdad, de la vocación auténtica, del esfuerzo, del trabajo en equipo, de la disciplina, de manera que, en posesión de un pleno desarrollo, pueda mostrarse al mundo que ser argentino es amar constructivamente la nación a partir de la suma de personas formadas en el desarrollo de un robusto y viril carácter.El desvío de las conductas de inadaptados sociales que ha llevado a tanta destrucción en estos días demuestra cuánto de virulencia, de resentimiento, de desmanejo de sí y hasta de embrutecida barbarie se viene construyendo desde hace años en la Argentina. La degradación y estupidización de la sociedad a través de su malsano tratamiento no hace más que generar una violencia interior dispuesta a barrer con todo lo que otros construyen.Si no entendemos, elaboramos y transferimos a la vida las definiciones de Mahatma Gandhi sobre los factores que destruyen al ser humano, que son "la política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad y la oración sin caridad", haremos de nuestra pasión futbolera un sentimiento infructuoso, incapaz de madurar en valores o principios fuertes como el respeto por el actuar y ser de los demás, el cuidado de la cosa pública y el despertar de un auténtico protagonismo. El fútbol, que nos permite vivir la exaltación de un enamoramiento fugaz, debe ser capaz de llevarnos, por la ampliación de los derechos (que hoy sólo se parasitan a través de dádivas sin responsabilidades), a la madurez cívica a partir del esfuerzo, el estudio y el desarrollo de lo humano que cada uno lleva en sí para lograr una genuina riqueza y el fortalecimiento de nuestra identidad nacional.Por el fútbol, ya que tanto convoca y apasiona, se podrían despertar las conciencias y el sentido de la autonomía, la autoestima, el amor a la vida, para que el "viva Argentina" perdure después de que se cierren las puertas de los grandes estadios.
¿ENTRETENIMIENTO Y
VACÍO DEL PORVENIR?
“La banalización de las artes y la
literatura, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad son síntomas
de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea de convertir en
bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos. La cultura actual actúa
solamente como mecanismo de distracción y entretenimiento”.
Del libro “La civilización del espectáculo.” Mario Vargas Llosa
Como para golpear el adormilamiento
general de nuestra cultura, ha llegado
a los anaqueles de las librerías el último libro de Vargas Llosa, “La
civilización como espectáculo” y, como sucede con cualquier reflexión
acertada, quienes tenemos la oportunidad de leerlo y meditar sobre su mensaje sentimos el aguijón
de la acusación que nos involucra, ya sea como espectadores, propiciadores o
ejecutores de cualquier evento o espectáculo.
El tema ya viene siendo observado y
cuestionado. Muchas veces se ha hablado -o escrito- sobre los recursos
que utilizan los medios de comunicación sobre todo la televisión para atraer a los espectadores.
La conclusión a la que se llega es que en este intento de atrapar
atenciones y emociones, en la lucha por el ranking, se apela a cualquiera y
absolutamente indiscriminado tipo de golpes de efecto, la mayoría golpes bajos
en el sentido literal de la palabra. Llamados directos a las sensaciones y emociones, escasos a la reflexión y proyección al día después. De esa manera la
cultura como cultivo de la conciencia pensante ha sido vaciada y sustituida por
el interés en el puro entretenimiento. Nada de temas serios, adiós a las
transferencias de mensajes para una vida de mayor calidad humana.
Con respecto a la TV, la
imbecilidad parece haberse hecho cargo de la pantalla y basta que hagamos un ansioso zapping en la
búsqueda de un programa digno de verse,
para sorprendernos con la
proliferación de gritos, peleas, escándalos, violencia y sangre que se va derramando
en cada uno de los numerosos canales. Pocos- seguramente los menos vistos-
transmiten programas educativos, formativos que como son (según piensa la mayoría),
demasiado aburridos, terminan por escasear.
Parece -y así lo denuncia Vargas Llosa- que la cuestión es darle al
público la mayor dosis posible de circo para entretenerlo, hacerlo pasar el rato, como si esa evasión
condujera a algún estado de felicidad posible. Por cierto, está en la conciencia
de escasos programadores despertar los
juicios críticos dormidos.
El fenómeno, que según este autor es mundial, se agudiza en países como
el nuestro, lo que nos va transformando en una masa de individuos entretenidos,
adormilados, pasivos e imposibilitados de reaccionar aunque más no sea apagando
el televisor cuando solamente nos hace pasar, matar, perder el tiempo. Al
apagarlo contribuiríamos a disminuir el ranking de ciertos programas que llegan al colmo de la audacia y
espectacularidad transgresoras.
Pero no sólo se refiere Vargas Llosa, ni hemos de referirnos
nosotros, a los medios visuales. También
la mayoría de las radios y los gráficos
trabajan con la idea de atraer con la noticia
más escandalosa, y hasta un
tono de voz groseramente estruendoso.
Los que leemos revistas y diarios
de nuestra región podemos advertir, por ejemplo, cuántas páginas se dedican a
personajes del espectáculo, que se han transformado en famosos, justamente,
gracias a la tinta o minutos de pantalla o micrófono que se gasta en ellos
diariamente.
Nos preguntamos si poniendo la lupa en estos personajes y dedicándoles
tantos espacios en sus ediciones no se está favoreciendo el fenómeno de exaltar
solamente lo conmocionante y banal, dejando de lado temas formativos y
enriquecedores.
Parece ser que el tiempo dedicado a
pensar, a interesar sobre las grandes problemáticas que nos atraviesan como
sociedad, se achican cada vez más.
“Es que no es negocio”, se ha justificado alguna vez el responsable de
una empresa periodística; “a la gente le gusta saber sobre la vida de la otra
gente y si hay sangre, mejor, más se vende”, se escucha decir.
Razones, justificaciones que nos ponen en el mismo lugar de los
espectadores del circo romano. Cada vez más emoción, reclamaban, cada vez más
violencia. Y eso mantenía al pueblo bien entretenido. ¿Distraído?
En el diario francés Le Monde, se considera que el tan costoso y
difundido programa argentino “Fútbol para todos” es “culturalmente no
sustentable”, lo que quiere decir sin más
objetivo que el de desviar la atención de un público que prefiere dejar pasar,
dejar hacer. Así, remata la nota, “para los argentinos, el futuro no existe”.
Y de eso se trata: del futuro, de construir un país mejor, un ciudadano
maduro capaz de discernir y visualizar consecuencias de actos responsables, los
suyos, los de los otros, los de quienes gobiernan, a los que no puede ni mejorar, ni criticar porque
está muy entretenido y con el cerebro adormecido.
Podemos deducir entonces que, como pueblo, somos partícipes
responsables de nuestra actitud de
espectadores en la actual civilización del espectáculo y que si queremos
activar nuestra mente distraída será bueno empezar a responder a preguntas como la que titula esta
nota: ¿Entretenimiento y vacío del porvenir? A la que podemos sumar otras:
¿Actuamos libremente al elegir un libro, asistir a un evento, escuchar o
ver un programa o lo hacemos siguiendo
a la mayoría, porque es el más
promocionado, por el marketing, por la promesa de que vamos a entretenernos con
una aparatosa espectacularidad y hemos de pasar un buen rato?
¿Qué aporta a nuestra vida- cuya mayor alegría es crecer, aprender,
ampliar las perspectivas- pasar un buen
momento? ¿Solo para entretenernos?
Tratemos de responder. Es una
sencilla propuesta para que el mundo del
espectáculo mejore sus contenidos y los
ciudadanos podamos acceder a un más alto nivel de vida.
FORMACIÓN DEL CONSUMIDOR
El
ataque debe ser frontal. Los chicos deben aprender a ver, a seleccionar, a
juzgar, a preguntarse: ¿Vale la pena lo que vi? ¿Qué me enseña? ¿En qué me
mejora como el ser humano que estoy obligado a llegar a ser?
Tal vez el ataque más racional que pueda hacerse a este monstruo invasor
sea desactivar su seducción dándole como tarea extraescolar a los chicos ver,
obligadamente, programas de televisión, aun los más duros, que deberán juzgar.
Que los chicos actúen frente a lo que ven. Que se
transformen en críticos. (Porque que los
ven, los ven).
Puede ser una apasionante tarea áulica. Que los alumnos
aprendan a leer la vida, lo que nos ofrece, lo que pueden hacer para cambiarla.
Que los alumnos aprendan por sí a seleccionar, a analizar, a juzgar y a
transferir, la televisión como cualquier otra lectura. Formar televidentes
criteriosos puede ser una buena manera de enfrentar un problema declarado, por
la valentía de un artículo, como uno de los más grandes problemas de nuestro
país, aun más que el económico ya que si la recesión económica prodiga alguna
tímida esperanza de recuperación, la recesión ética y cultural de la televisión
argentina es, aparentemente Este problema de tanta gravedad social y humana
parece irresoluble. Para los mayores de edad, los que cansados de la lucha
diaria, de la explotación y aún la
miseria en que se está subsumido, queda la libre elección.
Todos pretendemos vivir en un país libre. Cada uno de nosotros , la gente adulta, puede
elegir. Y sabrá del provecho o beneficio. La vida de los mayores marcha en una
dirección ética. Por algo, los años. Por algo, lo vivido.
Es a nuestros televidentes indefensos, los niños y
adolescentes, a los que los adultos hastiados y asqueados por nuestra
televisión compete ayudar. Y estamos obligados a hacerlo.
¿Cómo? Es urgente apelar a todo el ingenio de nuestras
reservas morales, del medio, del país. Porque los mercaderes del
embrutecimiento y descontrol parecen imbatibles, deben buscarse otros caminos.
Porque, insistimos, ¿quién puede convencer a cada uno de
los productores de los programas que se emiten a todas horas en la televisión
argentina –salvo algunos pocos y muy buenos- de que más allá del provecho que
satisface sus buches ávidos de ganancias esta la formación humana y el sentido
del “vale la pena la vida en serio” que debe transmitirse a la juventud?
Tal vez la televisión siga siendo por mucho tiempo esta
enferma que tenemos, donde las buenas noticias, el nacimiento de una buena
idea, de un buen libro, por ejemplo, no tienen cabida “porque al público no le
interesa” -se argumenta- en tanto las cámaras distraen el tiempo que las quiera
llevar tras el desmoronamiento de la vida, de lo humanamente valioso.
Mientras tanto, urge un programa educativo local,
provincial, nacional que apunte a una gran finalidad: la formación del juicio
crítico del televidente. Que se tome al toro por las astas en donde se puede
tomar, en el único ruedo que nos queda, ya que la mayoría de las familias se
declaran impotentes frente a la invasión de la televisión. Este lugar es de la
escuela.
Quizá las autoridades educativas, más sesudas, adviertan
que sobre el cumplimento de toda la programación de la currícula, estamos
frente a una urgencia.
Sin embargo algo tenemos
que hacer los mayores. Por nuestros hijos, por el futuro.
QUÉ NOS PASA
CUANDO DESEAMOS AL OTRO FELICES FIESTAS
Siempre he pensado en la
Navidad como un buen momento; un tiempo amable, de perdón, de generosidad,
agradable; un momento en el que los hombres y las mujeres parecen abrir sus
corazones libremente, y por eso digo, ¡que Dios bendiga la Navidad!
Charles Dickens
Cuando llega diciembre el corazón de la
humanidad se agranda porque es tiempo de renovar las esperanzas, el optimismo, el amor familiar, el amor a los
demás.
El pino navideño, el árbol de la eternidad, levantando al cielo su forma triangular
representativa de la Santa Trinidad,
tuvo en sus orígenes cristianos
el adorno simbólico de manzanas, que representaban la tentación, y velas que transmitían la idea de la
iluminación. Todos los adornos fueron en un comienzo, simbólicos, de manera que la descollante
estrella que lleva en la punta,
representa la orientación en el camino, las bolitas, los dones recibidos
por los hombres y las cintas que, en tiempos pasados, simbolizaban los lazos
con las personas que amamos, se van reemplazando por nuevas figuras, creativas
formas que el paso del tiempo cuelga en sus ramas.
El fin de cada año, con sus fechas tan
resonantes en el corazón humano, es el ámbito temporal en que los hombres
recuperamos un poco la inocencia del alma,
limpiamos el herrumbre de los rencores y miramos a los otros con los
ojos limpios de los niños, renovando la
fuente de los mejores deseos para todos. Junto a la decoración y la
iluminación, junto al despliegue de árboles navideños que compiten por su
belleza y fulgor surge el saludo en las calles: ¡Felices fiestas! Las bienaventuradas palabras, abarcativas,
generosas, abrazadoras llegan para acariciar el corazón.
Ahora bien, ¿pensamos en qué deseamos al
otro cuando las pronunciamos?¿Pensamos en las posibilidades de una vida mejor
que auguran? ¿Cuál es el alcance que tienen las buenas intenciones con las que
las cargamos?
Cada
uno medirá las que emite o le llegan, y sentirá
el efecto benéfico que causan en su interior. Siempre son para bien y
siempre hacen bien. Pero tal vez sería bueno si, además, remontamos un
significado que tanto entraña y que tan diferentes connotaciones evoca.
Para
algunos, el mensaje, que viene cargando
siglos de visiones, de costumbres, de maneras de estar en el mundo, podrá decir que lo pases bien o que te
diviertas, que comas lo más rico y lo disfrutes, que te hagan buenos regalos,
que te entretengas bailando, cantando, brindando a más no poder, es decir
saliéndote de ti para alcanzar el paroxismo del placer; para otros el “Felices
fiestas” significará que te renazcan tus propias fuerzas para reconstruirte,
para refundarte, para que la vida te
parezca buena y que sientas que estás viviendo dignamente, de la mejor manera,
porque has tomado conciencia del regalo
y compromiso que significa estar vivo; para otros, tal vez porque algún
sufrimiento o pérdida los ha marcado, la frase “Felices Fiestas” expresa el deseo de que las personas que aman estén gozando de
buena salud y bienestar; a otros, la
tarjeta o el abrazo, o la carta o el email, cualquiera sea el soporte en
que vinieren, los buenos deseos se les
adentrarán en el espíritu, les harán
preguntas, inquirirán sobre algún logro esperado, sobre los esfuerzos que han
logrado colmar un proyecto largamente sostenido.
¡Hay tantos significados como emisores y
receptores del mensaje! Y éste puede producir el efecto de las palabras
pronunciadas con ligereza como
cumplimiento repetido de un ritual, o como expresión auténtica, brotada de un corazón que siente
al otro dentro de sí. Las palabras salen de bocas diferentes o de sentimientos
o de experiencias y vivencias y caracteres distintos y también de vínculos más o menos cercanos en
el amor o la empatía.
Meditar
sobre el significado de las “Felices fiestas” con que arropamos el acercamiento
a los otros, puede y debe ser un
ejercicio para el cambio, para la introspección, para que el mensaje profundo
que subyace, se transmite y nació con la intención de la resurrección
permanente a los mejores propósitos, renazca.
Las
fiestas de nuestro tiempo están signadas por las costumbres, inmersas en la
particular filosofía hedonista y vertiginosa que nos envuelve y nos impregna,
sin que seamos, muchas veces conscientes de ella, del matiz que les va dando nuevos y cambiantes rostros, muy contrastante
hoy con lo que las personas mayores hemos vivido en nuestra lejana niñez.
En
estos tiempos de consumismo, la felicidad se mide por el cuánto se puede
comprar. Así la cosa material se califica como el bien a ingerir y el bien a
vestir. La adquisición de la última novedad tecnológica, del teléfono celular,
de la tablet, del televisor led y 3D ha pasado a ser primera necesidad y ya no moviliza su compra solamente su
utilización práctica sino el espíritu de ostentación.
Las
fiestas de navidad, el festejo de año nuevo, la misma festividad de reyes
convocan, debieran convocar lo mejor de nosotros, el amor a los semejantes, el
deseo de dar y sobre todo el agradecimiento por lo que tenemos, lo que podemos
contar en salud, en buenos vínculos, en comprensión y amor de los amigos.
LLAMADO A LA ESPIRITUALIDAD
La espiritualidad permite vivir con
reverencia el misterio de la existencia, con gratitud el don de la vida y con humildad
el lugar que ocupamos en el universo”.
Leonardo
Boff.
Como
seres humanos tenemos las puertas
abiertas a la espiritualidad, pero mientras algunos, pocos en realidad, pueden y se atreven a traspasarlas y a asumir la desafiante,
incierta y extraordinaria aventura de
vivirla, la mayoría se queda del otro
lado, repitiendo pasos y atado a lo
material, que es más asible, visible,
real y concreto.
El tema de la espiritualidad,
del ser espiritual, asoma en las
conversaciones, en los textos, en las
promesas que nos hacemos a nosotros
mismos de vivirla plenamente más que evocarla, pero es sólo un chisporroteo que se desvanece, tal vez porque estamos confundidos con su auténtico significado.
Parece una palabra etérea e inalcanzable y se cree que si se va a
la iglesia, si se adora y reza a un Dios, si se da la limosna que aconseja el
evangelio, se ayuda al necesitado y se cumplen los preceptos y cada uno de los mandamientos,
se es espiritual.
Se confunde espiritualidad con religiosidad o se coloca en una connotación
abstracta a la que es difícil acceder.
Espiritualidad se asimila a calidad humana, ya que el que vive
espiritualmente, es quien logra zambullirse en su profundidad, en su ser
auténtico y una vez que ha reconocido aquello que hace su vida valiosa, se afirma
en su existencia, se encarna en el mundo y desde un sentimiento de unicidad y autonomía,
timonea la construcción de su destino, la de su ser verdadero.
De esa manera, fiel a sus mandatos íntimos, el ser espiritual llega
a sentirse pleno, auténticamente humano, crecido en sí mismo y desbordante de
amor al prójimo. La palabra espiritualidad ha tomado vigencia hoy con la
proximidad del
Papa Francisco a su llegada a Brasil. A todos nos abarca el calor
de quien, como nuestro sol, tiene luz propia y la irradia generosamente, da,
traspasando barreras.
Francisco no es una estrella que refleja lo prestado, lo ajeno.
No es una intermitencia que enceguece para empalidecer a los que
se acercan: Tiene una usina propia tan fuerte que nadie puede dejar de
percibir.
En este hombre que enorgullece al ser argentino y que trasunta en
gestos, palabras y obras un humanismo cabal, está el ejemplo de una
espiritualidad tan auténtica, tan brotada de su interior, de su formación
humana, que no se necesita pertenecer a su
Iglesia, a ninguna iglesia, para sentirla y acogerse al beneficio de
su calidez.
Por eso lo siguen millones, y la juventud, necesitada de modelos, se
ha puesto bajo su cobijo.
Este hombre que ha llegado a Papa, máxima autoridad de la Iglesia
Católica, trasciende su propia religión, y se transforma en Faro del mundo, un
fenómeno que hoy llama la atención y es obra de su carisma apostólico.
Por eso es tan seguido. No para deslumbrar ni enceguecer como
pretenden quienes se consideran líderes y no son otra cosa que ídolos de barro.
Nada más reñido con el propósito de un Ministerio intensamente vivido.
Su generosa espiritualidad borra distancias, pone al otro de pie, no de
rodillas; lo invita a asumir su propio destino y le permite descubrir que él,
que es el Papa y no Dios, no puede responsabilizarse de los ruegos, pedidos de ayuda,
búsqueda de soluciones y respuestas de millones que lo siguen. Pero, aún así
les indica el camino de la esperanza.
Él viene para contagiar su energía, para impregnar al otro, a los
otros, de confianza en sí, de la fuerza nacida en su propio poder, que debe ser
encendido.
Tal vez su presencia sea el chispazo que, creciendo, ilumine las
cavernas interiores de cada hombre y lo lleve a desarrollarse, desde adentro
hasta su plenitud.
Ni seguidores, ni imitadores, ni aduladores, ni enfermizos aplaudidores.
Tampoco la ciega devoción que despiertan los ídolos populares en sus fanáticos.
El propósito de un hombre como Francisco es despertar la espiritualidad del
otro.
Una nueva y original revolución que, tal vez sin saberlo,
estábamos esperando. Y necesitando.
Francisco puede calar hondo en la vida de millones. El efecto de
su presencia puede hacer el milagro. Sabrá encontrar las palabras, los gestos
que, por fin, transcurridos millones de años
desde la pérdida de la inocencia inicial que mantenía al hombre protegido
como un niño en el útero del paraíso, inviten a soltarse, a recorrer la difícil
pero necesaria etapa de la búsqueda de la identidad, del ser único e irrepetible,
responsable de su destino.
No ha de ser la visita del Papa a Brasil sólo la demostración de
un gran liderazgo, de la sumisión ciega a la autoridad máxima de la Iglesia
Católica.
Tocados por la fuerza de su humanidad ardiente, millones de seres
serán llamados al cambio, hacia un actuar maduro.
Y la madurez humana está sumida en la vida espiritual, en ser
autónomo, completo.
LA CULTURA QUE NOS ATRASA
Asistir a las grandes universidades del mundo no solamente significa
estimular, vigorizar el ánimo estudiantil, ampliar la mirada y enrolarse
en los últimos conocimientos, sino abrir la mente a las grandes posibilidades
humanas con las que se podrán introducir mejoras en la calidad de vida de
los pueblos de origen, contribuyendo así a su engrandecimiento. Por eso
es competencia fundamental de los Estados facilitar mediante becas y todo tipo
de ayudas a quienes se distinguen en sus lugares de estudio por su capacidad,
vocación, empeño y espíritu de superación.
En un reciente programa televisivo el escritor y comentarista Andrés
Oppenheimer, hizo conocer una medida del gobierno estadounidense que amplía al
doble el número de cupos para alumnos que deseen perfeccionar sus estudios en
las universidades de ese país. Entusiasmado, el mencionado argentino, remarcó
la importancia de esta medida tendiente a impulsar el intercambio de saberes, talentos,
ideas, visiones, adelantos científicos entre los cerebros del mundo y
alentó a los estudiantes latinoamericanos y especialmente argentinos a
continuar sus estudios en los centros más adelantados y jerarquizados, entre
los que se cuentan los norteamericanos.
Asistir a estas universidades no solamente significa estimular,
vigorizar el ánimo estudiantil, ampliar la mirada y enrolarse en los
últimos conocimientos, sino abrir la mente a las grandes posibilidades humanas
con las que se podrán introducir mejoras en la calidad de vida de los
pueblos de origen, contribuyendo así a su engrandecimiento. Por eso es
competencia fundamental de los Estados facilitar mediante becas y todo tipo de
ayudas a quienes se distinguen en sus lugares de estudio por su capacidad,
vocación, empeño y espíritu de superación.
Siguiendo con su argumentación el conductor presentó un cuadro
comparativo del número de estudiantes extranjeros que se perfeccionan en
Harvard y otras importantes universidades norteamericanas, destacando que los
chinos ocupan el primer lugar y luego de una larga lista de participantes
de todos los países del mundo, aparecen los argentinos, de asistencia
totalmente irrelevante.
¿A qué se debe tan lamentable
ausencia? No titubeó el autor de la nota en determinar como causa fundamental
un problema de índole cultural que involucra fundamentalmente al Estado y a la
familia.
Ni el Estado, ni los planes
educativos, ni la familia y sus sueños de superación han alcanzado la alta
visión que supone planificar y poner como alto objetivo educativo que las
mentes destacadas de las nuevas generaciones, aquellas que pueden enriquecer
con sus ideas y dar más acertadas y positivas respuestas a las problemáticas de
cada región y del cambiante e incierto mundo de hoy, se nutran en países que
marchan en la vanguardia del mundo y alcancen mayor capacidad al
coronar el nivel de su preparación profesional o su oficio abrevando en la
diversidad de las más acendradas experiencias.
Pero el Estado -léase aquí ya
el gobierno argentino- está lejos de tener esa preocupación ni de crear,
consecuentemente, planes que movilicen a los jóvenes a buscar el mayor nivel
posible de educación y especialización en cualquiera de los diversos aspectos
que ofrece el amplio abanico de las ciencias y oficios. De ahí que los escasos
argentinos- para hablar de lo nuestro- que concurren a las universidades
norteamericanas lo hacen movidos por inquietudes personales, o por las
posibilidades que brinda el pertenecer a las clases adineradas.
En cuanto a la familia, es evidente
que, como resultado de una generalizada y aplastante cultura que obnubila el
futuro y privilegia lo pasatista, ha perdido de vista y borrado de su interés,
bregar para que sus hijos lleguen a los ambiciosos lugares que se están
proponiendo. Así, escasamente estimulados, la mayoría de los estudiantes con
manifiestas capacidades, pierden sus posibilidades de ascender mucho más,
negados a los bienes de un intercambio, que, de no poder costearse a nivel
personal sí pudiera lograrse con la ayuda estatal.
La capacitación se mantiene así en
una encerrona que limita la posible y tan necesaria expansión, acortando
de tal manera las aspiraciones y la mirada, como para que las mayorías
juveniles argentinas se subsuman en el deleite de algo tan fútil y pasajero
como son los partidos de fútbol o ser observadores pasivos de los éxitos y
vidas de cantantes y actores televisivos. Este es un pobre pero esperable
resultado, porque: ¿qué otras aspiraciones puede tener un joven en nuestro país?
¿Qué otros modelos se le ofrecen? ¿A quienes conocen, exaltan y hasta quisieran
parecerse no solamente los jóvenes sino hasta los niños? ¿A médicos, docentes,
investigadores, científicos entregados a su noble misión o a tal o cual actor,
actriz, cantante, jugador futbolístico?
La respuesta, tan obvia, indica que
algo tan poco sustentable como el espectáculo continuo que se ofrece a nuestras
horas-, como sostiene Vargas Llosa en su libro “La sociedad del espectáculo”-
cumple su función de mantener entretenidos, “tenidos en la distracción”,
ciegos, a quienes no parece haberles llegado el momento de reflexionar sobre
temas que inciden, directamente, en su calidad de vida personal y social.
En nuestro país, lo que podría obrar
como un vigorizante estímulo del estudio y superación permanece ignorado.
Gran perjuicio. Responsabilidad del
Estado, de la familia, y en alta medida, de los medios de comunicación.
VESTIRSE
BIEN, NECESIDAD Y SIGNIFICADO
Los argentinos formamos una densa y
mayoritaria clase media y nos enorgullecemos por las macas que dan cuenta de
esa pertenencia.
A pesar de que, desde
que Abraham Maslow la dio a conocer en 1946 en “Una teoría de la motivación humana”, sirve como guía educativa en
los países desarrollados del mundo, no
es muy conocida entre los argentinos.
En “La pirámide de Maslow”, el autor utiliza esa sugerente forma para ilustrar un
camino de ascenso de la superación humana. Mundialmente aceptada, con su forma
apuntando hacia arriba, grafica la jerarquía de necesidades básicas que se
deben satisfacer para aspirar a deseos más elevados.
En el primer nivel,
la base, el espacio más amplio de la superficie, se ubican las necesidades que los
hombres tienden naturalmente a satisfacer como mandatos inconscientes de
la supervivencia. Allí, los llamados del instinto de conservación, el beber,
comer, descansar, copular para continuar la vida personal y la de la especie.
En ese espacio simbólico, más población.
Las de seguridad física
ocupan el segundo nivel. Habitan
en este territorio más reducido que el primero, los que satisfacen la necesidad
de techo, abrigo, ropas para cubrirse y
el cobijo y calidez de sábanas y colchas,
una cocina amable y la tibieza del hogar. Logros de un empleo.
En un punto más alto-
lo que supone ganar en salud y crecimiento- aparece un tercer estadio,
más estrecho aún, al que ascienden los que, cumplidas las necesidades
anteriores, se entregan a las relaciones
afectivas y sociales. Los que se preocupan por sus vínculos.
Llegan al cuarto
nivel, los que relacionan el sentido
de su existencia a su auto realización
personal, los que se indagan y escuchan la voz de sus talentos, sus
habilidades, su vocación, trabajando a
favor de su autoconocimiento, autoestima y confianza en sí mismos. Aparece la
posibilidad de ser feliz, un propósito que
ilumina la vida humana hace tan pocas décadas como esta orientadora
pirámide y que transmite la idea de que la felicidad puede darse aquí, en la
tierra. (El término “flow”, que significa fluir natural en el quehacer y en el
tiempo, expresa la felicidad del individuo que hace lo que le gusta).
Pero Maslow nos muestra un punto más alto y
estrecho aún, el quinto estadio, donde
se ubican los menos, los que, superados los anteriores, en un nivel muy alto de
salud, realización personal y satisfacción, rebosantes de dones y
generosidad, se dan a la tarea de orientar a los otros. Allí, los visionarios,
los líderes, los artistas, los que distinguen lo falso de lo verdadero, pueden reírse de sí mismos, aceptar a los
demás, y con una vasta más abarcativa mirada trascender, enseñando a proyectarse hacia un futuro más pleno, a los que los
siguen.
El vestirse, está entre las necesidades
básicas. El hombre desea cubrirse,
protegerse, abrigarse. Intentar hacerlo “bien” representa la lógica
aspiración de un estadio medio, de la clase media de una sociedad que va
en ascenso, denotando su aspiración a
ser más en el refinamiento interior que se asoma a lo externo. Hacerlo “bien”, representa un aprendizaje,
superación en el gusto, placer estético, una insoslayable aspiración que
acompaña, desde siempre, el desarrollo de la condición humana. Así lo revela la
literatura y la historia y lo exige el respeto y la digna presentación de cada
sí mismo a los otros.
“Vestirse bien” significa ascenso en la
jerarquía social y una muestra de la necesaria autoestima a la que debiéramos
aspirar la mayor cantidad de habitantes de un país emergente.
Los argentinos formamos
una densa y mayoritaria clase media y nos enorgullecemos por las marcas que dan
cuenta de esa pertenencia. Entonces, ¿Qué gobierno puede oponerse a un empeño
natural, ubicado a mitad del camino de las necesidades básicas? ¿No debiera
constituirse como una de las más altas metas políticas lograr que los más de la de ciudadanía transiten y
asciendan cada peldaño de la pirámide propuesta por Maslow tras una vida más
alta, más inteligentemente conducida y por lo mismo más plena?
Sólo un estado de
alienación e invalidez emocional puede negarse a tan noble propósito y rechazar
el hecho espontáneo de que los “bien
vestidos”, y los no tanto, salgan a las
calles para pedir se trabaje por un
desarrollo más elevado de la población.
En realidad lo que
solicitamos es más aliento de la dirigencia para que la mayoría ascienda un
camino de perfeccionamiento y se entregue al desafío de llegar a metas mucho
más significativas, entre las cuales el vestirse y hacerlo bien es haber
transitado sólo la mitad del camino.
¿QUÉ
ES CAMBIAR?
“Estamos
viviendo en la era del cambio del cambio, una época en que, de forma
intencionada, podemos ponernos a
trabajar codo a codo para acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y
la de nuestras instituciones desfasadas.”
Marilyn Ferguson
A pesar de las desventuras los argentinos
sentimos la tibieza de un nuevo resplandor. La posibilidad de un gran cambio,
desde adentro, alienta una nueva
esperanza.
Porque si
adoptar nuevas perspectivas y conductas puede ser desde adentro, la
invitación a hacer
comprometidamente es para todos y cada
uno de nosotros.
En tanto, si siempre ha de venirnos desde
afuera, ¿qué nos queda por hacer? ¿Hemos de seguir soportando
resignada y sumisamente el despojo que se hace sentir en la pobreza y en
la desocupación, en la emigración de nuestros jóvenes, en la
privación de los más elementales
derechos a la vida?
Creemos que el sufrimiento de esta crisis
ha sido tan tocante que ningún argentino está dispuesto a dejar hacer ni a
callar.
Por eso
es bueno y necesario que esta nueva fuerza que nos está creciendo sea
conducida consciente, reflexivamente hacia un fin que nos bendiga sacándonos de
esta maldición de la pobreza que ha
subido, como las aguas freáticas, hasta
niveles que jamás pensamos podría alcanzar y que , paradójicamente, se ha
metido, por las fisuras de las frías heridas abiertas, inoculándonos una nueva conciencia, un nuevo
respeto y amor por la tierra que pisamos y por los que la pisamos, en un “
nosotros” que podemos robustecer.
La crisis nos pone frente a una gran
aventura, ¿Quién no ha sido tocado dolorosamente por ella como para no actuar y
seguir permaneciendo indiferente?
¿No será ésta una oportunidad única para
dar el salto a una nueva organización, a un nuevo país, a una gran nación? ¿A
un nuevo orden?
Pues si el sólo formularlo nos llena de
esperanzas, ¿qué hacer para que sea realidad?
Es esta una época de interrogantes y quienes estudian los procesos sociales
establecen que los cambios profundos se producen cuando surgen las preguntas
profundas.
Y una de las más importantes quizás sea:
¿qué puedo hacer yo para que las cosas cambien?, ¿de qué manera y hasta dónde
influyen mis, nuestras personales,
particulares conductas en la realidad?
¿Acaso cada uno de nosotros puede mostrar a
las generaciones venideras una nueva manera de enfrentar los problemas, un
nueva manera de actuar para la vida y no solamente la sobrevivencia?
La posibilidad de respondernos
afirmativamente nos devuelve la energía, la vital energía que los argentinos
creíamos perdida. El sentido que teníamos perdido.
En el inconsciente colectivo, que a todos
nos abarca, andan las preguntas y también brota la esperanza.
Si hay un nuevo orden que podemos conquistar
bien vale la pena que hagamos cuánto esté a nuestro personal alcance para que,
entre todos, lo logremos. Pero, ¿qué es lo que podemos hacer?
Quizás la condición primera de una aventura
progresista y de cambio sea la de la disposición al viraje, a la búsqueda de un
nuevo rumbo que,- ¡y ésta es la fuerza imperativa!- está en los millones de uno
mismo que cada argentino es en sí.
Por cuánto tiempo se nos hizo creer – y fue
muy cómodo creerlo- que vamos en una nave cuya conducción depende de los
tripulantes, que ellos son los que saben, los que llevan al puerto a millones
de pasajeros que deben limitarse a
expresar su satisfacción , o no, con su
condición de conducido.
No interesó mucho cuánto supieran en realidad
del manejo de una nave como la Argentina. Se nos enseñó a ser conformistas y
confiados, indolentes en tanto el embate de las olas no nos hiciera
trastabillar demasiado y se nos endulzara el viaje con buenos
distractores. El viraje que este tiempo
exige es total, tal vez debiéramos decir, sustancial.
Porque de poner todas las esperanzas en
los altos designios, de mirar hacia los
poderosos, debemos volvernos hacia las
posibilidades que cada uno tiene en sí,
en una nueva potenciación y confianza de lo propio.
Romper el duro cascarón de los “qué puedo
hacer yo” es de por sí toda una revolución, una voluntad de picotazos internos
que, como todo rompimiento de duras estructuras se va a constituir en el
sacudón más grande, el que nos devolverá
notables beneficios.
Un nacimiento a una nueva era.
SÍ A LA VIDA
¿Es
tan malo el mundo que de alguna manera los mayores hemos
ayudado a construir y legamos a las
generaciones que nos suceden?
¿Les hemos transmitido a nuestros hijos
y nietos tan pocas
esperanzas de desenvolverse, abrirse
camino en él, a punto de no
querer seguir viviendo o evadirse de la
realidad en el vuelo del
alcohol y las drogas?
La
muerte, por supuesto suicidio, de dos
jóvenes en Salta ha vuelto a poner la atención en el tema del desprecio, falta
de respeto y cuidado, de algunos jóvenes, por su vida. Hechos de esta
naturaleza producen una gran conmoción sobre todo en los adultos que, más o
menos cercanos a lejanos a situaciones de esta naturaleza, no podemos eludir
sombríos cuestionamientos a nuestra
conciencia.
¿Es
tan malo el mundo que de alguna manera los mayores hemos ayudado a construir y
legamos a las generaciones que nos suceden? ¿Les hemos transmitido a nuestros
hijos y nietos tan pocas esperanzas de desenvolverse, abrirse camino en él, a
punto de no querer seguir viviendo?
Ante las dudosas respuestas que podemos dar y
darnos, ante la sospecha de que, efectivamente, nuestra tarea de padres
orientadores necesita fuertes ajustes, empeño y responsabilidad, echamos mano a
nuevos análisis, buscamos otros caminos,
y nos erguimos dando un nuevo crédito a la posibilidad de poder cumplir
con una misión fundamental, teniendo en cuenta que, aunque sea por el hecho de
haber llegado a mayores, testimoniamos
nuestro sí a la vida.
Muchos argumentan, en defensa propia,
que los adultos de hoy no fuimos
preparados para la difícil función de padres, que lo hicimos aprendiendo a
fuerza de ensayo y error, y siempre amparándonos en los mandatos de costumbres
y mandatos sociales.
¿Cómo
hacerlo bien en un mundo tan incierto e impredecible como el de hoy, sobre todo
en una sociedad a la que a los mismos adultos nos cuesta adaptarnos? , se suele
responder.
De
cualquier manera debemos reconocer que mucho tenemos que haber fallado porque las nuevas generaciones
ensayan modos de vida totalmente opuestos, huyen de la realidad que les
brindamos, evaden responsabilidades que les requerimos, y aunque caen en profundas frustraciones y
depresiones- o tal vez por eso mismo- quieren beberse el hoy de la vida de un solo sorbo, sin dejar
nada para el futuro.
Sabemos
que el amor y respeto por la propia existencia nace en la familia y se nutre
con el buen ejemplo cuando éste existe, también es verdad que la mayoría de los padres tiene una
natural preocupación por satisfacer las necesidades básicas de su prole y que
en cuestión de algunos pocos decenios, gracias a la difusión masiva, se les
ofrece una mejor alimentación y se empiezan a desterrar, también por los avisos
de la ciencia, viejas ideas heredadas, como por ejemplo que la gordura en la
primera edad es signo de salud,
ahora reemplazada por el alerta de
la palabra obesidad. De la misma manera
se va informando sobre otros fantasmas que acechan tras los desconocimientos y
descuidos alimentarios e higiénicos.
Y
si de descuidos de la salud física hablamos, ¡cuánto más podemos decir de la
orientación de la conducta, de los buenos hábitos, de lo que afecta un destino!
En estos tiempos, algunos padres, minorías, se
preparan más y leen sobre el proceso de desarrollo psíquico del niño y el
adolescente, se interesan por cada etapa que atraviesan y hasta llegan a cuidar más que antes, por ejemplo,
los mensajes que les envían al hijo que anida en el vientre materno
porque científicos como Stalisnav Groff han descubierto que las sensaciones y
emociones que siente la madre durante el embarazo le son transmitidas al sistema nervioso del feto incidiendo en su
conducta futura para su bien o para su mal.
Esto entre tantos nuevos saberes que alguna vez se leen en una revista,
un libro, Internet o se dan a conocer en un programa de TV y que vienen a dar
fuerza a la difícil tarea de la crianza.
Pero
todavía faltan estudios más sistemáticos y serios que lleguen a la mayoría de
quienes tienen vocación de formar una familia y ser padres. Es necesario armar
una currícula que desarrolle aspectos fundamentales que hoy no se atienden,
algunos por su obviedad, la mayoría porque no se piensa en ello y se considera
que ya vienen inscriptos en el programa
natural del individuo.
Hoy,
más que ayer, es necesario reforzar reflexiones y conocimientos porque los
niños y adolescentes reciben una andanada de mensajes interesados y
contradictorios que penetran el ámbito familiar, muchas veces agravado porque
aún en el mismo hogar se viven situaciones de abandono, ausencias, mal humor,
resquebrajaduras que afectan su orientación vital. Nunca ha sido tan urgente y
necesario cubrir los vacíos provocados por la hora difícil que vivimos todos.
Nos
preguntamos cómo hacerlo. Creemos que hay un medio un tanto olvidado, la
palabra: el hablar, dialogar, enfrentar
los temas. Y ese medio, que apela a la reflexión, al despertar de la
conciencia, es educar.
El
tema de la vida, de su valor, de su cuidado, de su respeto debiera ser el
inaugural, el más importante, el
principal asunto a incorporar. No debe darse por sobreentendido y debe
ser enfrentado con la intención de despertar una gran admiración por este
milagro que tanto nos obliga a honrarlo.
¿Qué
nunca lo hicimos? ¿Qué es demasiado obvio? Es cierto pero también es verdad que
llegó la hora de hacerlo, como le está llegando- porque todavía no existe una
franca decisión-, de tratar otros temas vitales, el de la sexualidad humana,
por ejemplo, fuente y comienzo de una
buena o mala vida.
Como
dice el pedagogo brasileño Rubem Alves, educar es enseñar a ver, es enseñar a
abrir los ojos, a darse cuenta. Escasos
educadores, padres o docentes, advierten, en el vértigo de temas sobre los que deben instruir hoy, que es
fundamental detenerse ante lo más simple y despertar admiración por el
hecho de que existe el nacimiento, los latidos, las pulsaciones, el
crecimiento, la energía, las etapas de
desarrollo que se deben transitar, y un
destino e historia que a cada uno le compete construir.
En
fin, una tarea que desafía a los
mayores, que bien sabemos, que a vivir, a ser hombre, a ser mujer, a ser
humano, se aprende. ¿Por qué no aprender y enseñar a decirle: sí a la vida?
TIEMPO DE CAMBIOS
Estamos viviendo en la era del cambio del cambio, una época en
que, de forma intencionada, podemos ponernos a trabajar codo a codo para
acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras
instituciones desfasadas"
Marilyn Ferguson
Estamos en un banco, la cola es larga y el sufrimiento mayor. Afuera, la calle aún tiembla con algunos estallidos. ¿Bombas?, ¿tiros? La situación es incierta. Sabemos que la policía ya ha salido a la calle. Adentro, las horas pasan y la incompetencia hace las cuentas. Sin embargo, a un empleado de buen criterio se le ocurre, ¡genial idea!, hacer entrar a la gente que espera bajo amenazas, tal vez de una botella disparada al azar o de un cartel que vuela destrozado. "Pasen –dice–, son muchos pero nos arreglaremos", y como sabe muy bien que no habrá ninguna orden superior, decide por sí y abandonado a su intuición creativa encuentra soluciones, una nueva manera de aligerar un trámite que alivie la angustia de la gente.
Estamos ante otra oficina pública, el trato cotidiano le ha quitado todo rastro de amabilidad, de humana consideración y cortesía. Los empleados amontonan expedientes porque "así es el sistema". Pero, en tanto una empleada afila las garras de la mala atención en la piedra de palabras cortantes, otra, obedeciendo a un llamado de su conciencia, pone en el mostrador su sonrisa y con la mejor buena voluntad y amables gestos soluciona en pocos instantes diversos expedientes.
Los ejemplos se multiplican. En el campo de la salud, en la educación, en todas las instituciones, lugares, oficios y roles, empiezan a sumarse buenas actitudes y mejores acciones que demuestran que, en medio de una de las peores crisis vividas y sufridas en la Argentina, aún quedan reservas de buena predisposición, de ingenio para que nos rescatemos unos a otros.
Sin querer, tal vez sin haberlo leído siquiera, estamos atendiendo a la exhortación que el gran pensador William James se hiciera una vez a sí mismo:
"Voy a actuar como si lo que hago sirviera para algo".
Y bien, ésa es una invitación al optimismo. Todavía, sumando acciones positivas, podemos poner un poco de claridad en medio de tanto desorden, increíble subversión y escandalosa corrupción que está oscureciendo nuestro país.
La posibilidad de un gran cambio, desde adentro, alienta una nueva esperanza.
Podríamos empezar derrotando, como primera medida, la idea de que el ciudadano sólo tiene derechos, de que todo le ha de ser dado, de que existen seres todopoderosos que van a solucionar los problemas que cada uno padece, desde el hambre hasta los malsanos deseos que ha desatado la incitación al consumo. Una concepción errada que ha instalado la demagogia, ha malacostumbrado a demasiados argentinos y que ha llevado hasta el desborde de saqueos y peleas entre conciudadanos que llegaron a ser sangrientas.
¿Qué más puede revelarnos la realidad, la verdadera realidad?
Ahora sale al paso una nueva evidencia y necesidad de ir por un camino que dignifique el esfuerzo y el trabajo y que depende, absolutamente, de un cambio radical en las conductas, un viraje desde adentro, la formulación de una alianza, un compromiso para todos y cada uno de nosotros. Hay que recomponer el tejido social roto a fuerza de pedreas y falta de respeto a los demás.
Creemos que el sufrimiento de esta crisis ha sido tan tocante que ningún argentino está dispuesto a dejar que lo vivido vuelva a repetirse. De ninguna manera.
Por eso es bueno y necesario que esta nueva fuerza que nos está creciendo sea conducida consciente, reflexivamente hacia un fin que nos saque de las conductas corrosivas que han descendido desde los de arriba, los responsables de la conducción y, derramándose sobre la sociedad, han llegado hasta el colmo de asaltar la casa del vecino porque, parecen deducir, si los que más roban no son castigados no tienen por qué serlo los que lo hacen en menor escala; si la ley no es respetada por los que deben dar el ejemplo, nada se puede exigir al pueblo.
La actitud ciega, despojada de reflexión y tan instintiva como para llevar a tantos ciudadanos a una desmesura que jamás pensamos se podría alcanzar, duele y avergüenza a la sociedad argentina.
Pero la fuerza de la vida, el apego a lo verdadero y honrado, paradójicamente, también hace su trabajo reparador y nos inocula una nueva conciencia, un nuevo respeto y amor por la tierra que pisamos y por los que la habitamos, en un "nosotros" que debemos robustecer de manera urgente.
La crisis nos pone frente a una gran aventura, un desafío inédito.
¿No será ésta una oportunidad única para dar el salto a una nueva organización, a un nuevo país, a una gran Nación? ¿A un nuevo orden?
Pues si el sólo formularlo nos llena de esperanzas, ¿qué deberíamos hacer para que se haga realidad?
Es ésta una época de interrogantes y quienes estudian los procesos sociales establecen que los cambios profundos se producen cuando surgen las preguntas profundas.
Y una de las más importantes quizás sea: ¿qué puedo hacer yo para que las cosas cambien?, ¿de qué manera y hasta dónde influyen mis particulares conductas en la realidad?
¿Acaso cada uno de nosotros puede mostrar a las generaciones venideras que tiene capacidad para enfrentar los problemas, una nueva manera de actuar para la vida y no solamente resignarnos a una pobre sobrevivencia?
La posibilidad de respondernos afirmativamente nos devuelve la energía, la vital energía que los argentinos sentimos casi perdida. El buen sentido.
En el inconsciente colectivo, que a todos nos abarca, andan las preguntas y también brota la esperanza.
Si hay un nuevo orden que podemos conquistar, bien vale la pena que hagamos cuanto esté a nuestro personal alcance para que, entre todos, lo logremos.
Pero, ¿qué es lo que podemos hacer?, insistimos.
Empecemos por reflexionar mensajes como el que ha dejado asentado la filósofa Beatrice Briteau: "No podemos esperar hasta que el mundo cambie. El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución".
Cada uno es el cambio
ESTAR DISPUESTOS AL CAMBIO
“Sólo
el hombre es arquitecto de su destino. La mayor revolución de nuestra
generación es que los seres humanos, cambiando la actitud interior de su mente,
pueden cambiar los aspectos exteriores de sus vidas”. William James
Cuando en un programa televisivo se le
preguntó a Mario Amadeo si creía que los políticos estaban realmente obligados
a cambiar o si todo volvería a ser como antes respondió:
“El
umbral de tolerancia de la gente ha desaparecido. O los políticos cambiamos o
el país explota”.
En varios programas y reportajes y ante
referentes de todo color y nivel, la
pregunta insiste:
¿Cambiará el país porque los políticos están
obligados a cambiar su manera de hacer
política?
¿Cambiará porque han entendido que su misión
exige la máxima formación y responsabilidad,
idoneidad y honestidad,
preparación y gran capacidad?
¿Cambiará, mejorará, saldrá de la crisis nuestra desmantelada Argentina sólo con el exigible y esperado cambio de sus dirigentes?
¿Cambiará, mejorará, saldrá de la crisis nuestra desmantelada Argentina sólo con el exigible y esperado cambio de sus dirigentes?
Creemos que si es necesaria, buena y urgente
una nueva conducta de la clase dirigente, y aún más, gestos de probado
patriotismo y desinterés, las nuevas actitudes carecerían de sustento si no se alimentaran desde la raíz.
Y
la raíz la formamos los ciudadanos, la
base de nuestra nación posible es el pueblo.
Es innegable que algo se está moviendo en las espesuras de
ése, nuestro basamento quebrantado.
De
pronto, empezamos a sentir al país en nuestra sangre, en nuestro dolor
cotidiano. Estamos adentrándonos el
país. Lo estamos haciendo “nuestro país”.
Eso
está sucediendo, todos nos sentimos contagiados, hay indicios de complicidad,
miradas, expresiones, deseos. Hay una revolución en nuestro país que se
emparenta con la gran revolución que está surgiendo en el mundo.
Todos
lo sentimos, aunque confusamente.
Todos estamos actuando, aunque por ahora más no sea
prendiendo fogatas
Cuando
el gobierno- ese ser abstracto al que también llamamos “estado”, o” cosa de los
otros” – tuvo el desatino de meter las manos en los bolsillos de la clase
media, se produjo el estallido al exterior de un fenómeno seguramente
subterráneo.
Tal vez sea porque la Argentina fundó su
pasada grandeza en la consolidación de una clase media fuerte y numerosa - que en contraste con
muchos países latinoamericanos gozaba de un buen pasar- que tocar sus intereses pecuniarios fue
provocar un movimiento telúrico de máxima gradación.
Un movimiento que ha dejado a la intemperie
todas las piezas y que saca afuera
la conciencia del dolor, el
sentimiento de la pérdida y los
quebrantos, y que obliga a
buscar respuestas.
Como
resultado un asomo de participación.
Claro que es ésta una participación que ha
comenzado a manifestarse, primero sonoramente -¡Hay que hacer mucho ruido para
que se escuche en las alturas!- y que poco a poco delinea otras expresiones de
este necesario “meterse” en la cosa de todos, que se manifiesta gradualmente en
la asistencia a debates de nuevas
propuestas, a la formación de grupos solidarios, trabajos en equipo, etc.
Algo
y mucho está cambiando e nuestro país, pero, ¿cómo capitalizar y llevar hasta
sus mejores consecuencias estos cambios?
¿Qué
podemos hacer desde nuestros puestos cada uno de los ciudadanos, para los que
por ahora son manotazos ciegos se encolumnen tras un gran proyecto de país?
“No
podemos esperar hasta que el mundo cambie. El futuro somos nosotros mismos.
Nosotros somos la revolución” Beatrice Bruteau-
Filósofa
LA MEDIDA DEL ÉXITO
El
éxito, ¿quién no lo desea? Sin embargo, ¿cuál es su medida? ¿Cómo lograrlo?
Para muchos, el éxito se mide por la distancia que hay que
recorrer para apropiarse de un bien ajeno, un terreno, una casa; en tanto que
para otros es llegar a fin de mes pudiendo cubrir las necesidades básicas; para
muchas jóvenes es conseguir esos gloriosos segundos en que la mirada de una
cámara enfoca su esbelto cuerpo, destacándolo como objeto deseable. En fin, el
éxito tiene tantas medidas como seres lo definen y desean.
Lo que sabemos es que el éxito está en la preocupación de todos, tanto en las mesas de conversación familiar como social y es una palabra que se pronuncia a diario haciendo referencia, generalmente, a un artista, a un profesional, a un político, a un deportista.
Las pantallas de la TV le dan esplendor al exitoso, aunque demasiado pronto se dirigen a otro objetivo, y así, nos enteramos de escándalos creados porque se considera que de ese modo se logra tener fama aunque se trate de un triunfo banal, fugaz, de circunstancia, que tan pronto pasa necesita ser nuevamente encendido con más escándalos y llamados de atención dirigidos al público afecto a lo puramente anecdótico. Sabemos que ese éxito ruidoso, lamentablemente, es el que más admiran nuestros jóvenes, el que más los confunde aunque, esa palabra esté desteñida de su significado genuino, vital y fundamental para la vida.
Es en este sentido como consideramos aquí la palabra “éxito”, entendiéndola en tres dimensiones: Profundidad, longitud y extensión.
Desde el punto de vista profundo, el éxito echa sus raíces -o debiera- en el conocimiento de lo que uno es, en las habilidades, destrezas, inclinaciones personales de que ha sido dotado y a cuyo desarrollo y perfeccionamiento dedica esfuerzos y atención.
De esa manera, siendo fiel a las capacidades y talentos propios, conociéndose, auscultándose, inquiriéndose, es decir atreviéndose a cuestionarse, cada persona se pone como meta lograr lo más que pueda llegar a ser, en el cumplimiento y perfeccionamiento de aquello para lo que cree haber sido llamado.
Partiendo de ese centro interior y personal el individuo dirige sus fuerzas hacia sus hábitos, estudios, en la búsqueda del éxito en su tarea sin decaer ante la adversidad y los obstáculos que siempre aparecen, transformando cada inconveniente y caída en un motivo de superación. Es decir, practica en sí mismo lo que se llama resiliencia, se hace más fuerte y resistente, y, aunque parezcan sólo palabras, para ese individuo, cada fracaso es un motivo de aprendizaje.
Imaginamos entonces cuánta satisfacción ha de sentir en cada tramo del camino, cuánto agradecimiento ha de brotar de su espíritu ante cada logro y cuánto entusiasmo y sentimiento motivador han de impulsarlo a buscar más y mejores resultados, como dijo un gran filósofo, “cuando llegues a la cumbre, sigue subiendo”.
Entendido así el éxito es una cuestión personal, tal vez no aparezca un canal televisivo, – ¡están tan ocupados en lo novedoso!- a buscar el testimonio de alguien real y profundamente exitoso, pero su plenitud y satisfacción se parecen mucho a lo que llamamos felicidad.
En cuanto a la dimensión en longitud, consideramos el éxito como un camino extendido a través de las etapas de la vida, de largo alcance, y tanto es que, desde que nacemos nos educan, generalmente, para ser profundamente exitosos. Desde entonces la genética y el entorno nos pueden brindar una buena cuota de optimismo y fe en la vida y en nuestras posibilidades, la confianza básica de que habla Erickson nos pone en un camino más o menos iluminado. De cualquier manera siempre está en cada uno ir encendiendo antorchas, diciendo “puedo” con el convencimiento de que se tiene fuerza y voluntad para lograr y dar consistencia a la meta propuesta.
En la adolescencia debiera darse la búsqueda de individualidad hasta encontrar la propia autenticidad. Entonces pueden desarrollarse, a conciencia, hábitos que templen el espíritu de lucha, que fortalezcan los propios sueños, que den solidez a los valores humanos para vencer una actitud derrotista y pesimista, la peor enemiga del éxito verdadero.
Luego, en la adultez, el ser humano puede agradecer y valorar conscientemente sus logros e integrarlos a la totalidad de su vida. A partir de esa edad y hasta el final de sus días, la persona que tiene una vida exitosa se siente autónoma, es decir conductora responsable de su propia existencia, singular y única, porque ha utilizado sus propios medios y no los imitados en la consecución de sus metas; competente consigo misma, ya que se ha centrado en un aspecto que siempre puede crecer, poniendo en ejercicio su capacidad creativa y también con espíritu de apertura hacia los demás, familia, amigos, compañeros de trabajo, conciudadanos. Y esa apertura a los demás habla del éxito en la dimensión de la extensión.
De esa manera, la persona que ha tomado conciencia de su valor singular y de su enlace con la vida de los demás, comparte sus logros con sus semejantes, con quienes se siente humanamente identificado.
Quien tiene éxito, madura, aprende de los otros, acepta y corrige errores, aprovecha las oportunidades sin perder la mirada puesta en el futuro y disfrutando de lo que ha obtenido y, como lógica consecuencia, expande su imagen decidida, firme, constructora y creativa generando empatías y hasta admiración sin premeditada intención de hacerlo, porque no se distrae en la opinión ajena.
El éxito, entonces, recorre un largo camino para ser real, no confunde lo esencial con lo transitorio y fugaz. Muchos que van tras un éxito ilusorio, suelen perder su propia dirección y se sumergen en sueños imposibles que dependen o involucran a los otros cuyo reconocimiento se apetece.
El éxito real es, en fin, integrador de la persona, la que sabe disfrutar de cada logro evitando el estrés, la competencia, la comparación, todo lo cual relativiza, porque siempre hay alguien que tiene más, que logra más. El éxito, en fin, es verdadero cuando su recorrido nace y permanece en el centro de cada ser.
Lo que sabemos es que el éxito está en la preocupación de todos, tanto en las mesas de conversación familiar como social y es una palabra que se pronuncia a diario haciendo referencia, generalmente, a un artista, a un profesional, a un político, a un deportista.
Las pantallas de la TV le dan esplendor al exitoso, aunque demasiado pronto se dirigen a otro objetivo, y así, nos enteramos de escándalos creados porque se considera que de ese modo se logra tener fama aunque se trate de un triunfo banal, fugaz, de circunstancia, que tan pronto pasa necesita ser nuevamente encendido con más escándalos y llamados de atención dirigidos al público afecto a lo puramente anecdótico. Sabemos que ese éxito ruidoso, lamentablemente, es el que más admiran nuestros jóvenes, el que más los confunde aunque, esa palabra esté desteñida de su significado genuino, vital y fundamental para la vida.
Es en este sentido como consideramos aquí la palabra “éxito”, entendiéndola en tres dimensiones: Profundidad, longitud y extensión.
Desde el punto de vista profundo, el éxito echa sus raíces -o debiera- en el conocimiento de lo que uno es, en las habilidades, destrezas, inclinaciones personales de que ha sido dotado y a cuyo desarrollo y perfeccionamiento dedica esfuerzos y atención.
De esa manera, siendo fiel a las capacidades y talentos propios, conociéndose, auscultándose, inquiriéndose, es decir atreviéndose a cuestionarse, cada persona se pone como meta lograr lo más que pueda llegar a ser, en el cumplimiento y perfeccionamiento de aquello para lo que cree haber sido llamado.
Partiendo de ese centro interior y personal el individuo dirige sus fuerzas hacia sus hábitos, estudios, en la búsqueda del éxito en su tarea sin decaer ante la adversidad y los obstáculos que siempre aparecen, transformando cada inconveniente y caída en un motivo de superación. Es decir, practica en sí mismo lo que se llama resiliencia, se hace más fuerte y resistente, y, aunque parezcan sólo palabras, para ese individuo, cada fracaso es un motivo de aprendizaje.
Imaginamos entonces cuánta satisfacción ha de sentir en cada tramo del camino, cuánto agradecimiento ha de brotar de su espíritu ante cada logro y cuánto entusiasmo y sentimiento motivador han de impulsarlo a buscar más y mejores resultados, como dijo un gran filósofo, “cuando llegues a la cumbre, sigue subiendo”.
Entendido así el éxito es una cuestión personal, tal vez no aparezca un canal televisivo, – ¡están tan ocupados en lo novedoso!- a buscar el testimonio de alguien real y profundamente exitoso, pero su plenitud y satisfacción se parecen mucho a lo que llamamos felicidad.
En cuanto a la dimensión en longitud, consideramos el éxito como un camino extendido a través de las etapas de la vida, de largo alcance, y tanto es que, desde que nacemos nos educan, generalmente, para ser profundamente exitosos. Desde entonces la genética y el entorno nos pueden brindar una buena cuota de optimismo y fe en la vida y en nuestras posibilidades, la confianza básica de que habla Erickson nos pone en un camino más o menos iluminado. De cualquier manera siempre está en cada uno ir encendiendo antorchas, diciendo “puedo” con el convencimiento de que se tiene fuerza y voluntad para lograr y dar consistencia a la meta propuesta.
En la adolescencia debiera darse la búsqueda de individualidad hasta encontrar la propia autenticidad. Entonces pueden desarrollarse, a conciencia, hábitos que templen el espíritu de lucha, que fortalezcan los propios sueños, que den solidez a los valores humanos para vencer una actitud derrotista y pesimista, la peor enemiga del éxito verdadero.
Luego, en la adultez, el ser humano puede agradecer y valorar conscientemente sus logros e integrarlos a la totalidad de su vida. A partir de esa edad y hasta el final de sus días, la persona que tiene una vida exitosa se siente autónoma, es decir conductora responsable de su propia existencia, singular y única, porque ha utilizado sus propios medios y no los imitados en la consecución de sus metas; competente consigo misma, ya que se ha centrado en un aspecto que siempre puede crecer, poniendo en ejercicio su capacidad creativa y también con espíritu de apertura hacia los demás, familia, amigos, compañeros de trabajo, conciudadanos. Y esa apertura a los demás habla del éxito en la dimensión de la extensión.
De esa manera, la persona que ha tomado conciencia de su valor singular y de su enlace con la vida de los demás, comparte sus logros con sus semejantes, con quienes se siente humanamente identificado.
Quien tiene éxito, madura, aprende de los otros, acepta y corrige errores, aprovecha las oportunidades sin perder la mirada puesta en el futuro y disfrutando de lo que ha obtenido y, como lógica consecuencia, expande su imagen decidida, firme, constructora y creativa generando empatías y hasta admiración sin premeditada intención de hacerlo, porque no se distrae en la opinión ajena.
El éxito, entonces, recorre un largo camino para ser real, no confunde lo esencial con lo transitorio y fugaz. Muchos que van tras un éxito ilusorio, suelen perder su propia dirección y se sumergen en sueños imposibles que dependen o involucran a los otros cuyo reconocimiento se apetece.
El éxito real es, en fin, integrador de la persona, la que sabe disfrutar de cada logro evitando el estrés, la competencia, la comparación, todo lo cual relativiza, porque siempre hay alguien que tiene más, que logra más. El éxito, en fin, es verdadero cuando su recorrido nace y permanece en el centro de cada ser.
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