IV- Política y sociedad


ESTADO Y GOBIERNO, LA GRAN CONFUSIÓN

“L’Etat, c’est moi”

Luis XIV, 1965

Para los argentinos los significados gobierno y Estado parecen ser lo mismo y la famosa frase que pronunciara el rey Luis XIV “L’etat c’est moi”, “El estado soy yo” sigue encarnada en algunos gobernantes que actúan sin tener en cuenta los límites significativos entre ESTADO, que es una categoría superior, el todo, y gobierno que es una pieza subordinada, sólo una parte subsumida en él y a su servicio.

¿Cuál es el resultado de esta confusión en nuestro país?

Creemos que una de las más graves es que, al final de cada período del gobierno que haya hecho suya la famosa frase de Luis XIV, el Estado queda empobrecido, no sólo viciado sino vaciado de sentido, de significado, de fuerzas, de contenido y de valores.

En la Argentina de hoy todo es una misma mixtura y lo que debiera considerarse permanente, lo que es la esencial forma de organizar la vida de la República de acuerdo a una identidad que se debe ir consolidando, lo que debe seguir una dirección sostenida que trascienda en el tiempo, se desarrolle y crezca, El ESTADO, termina perdido en la transitoriedad del gobierno de turno, en sus hechos, aciertos o errores.

Los ciudadanos de este país todavía no manifestamos la debida reacción al respecto porque aún tenemos muy confundidos los términos y nos cuesta mucho discernir cuando se habla de uno o de otro. Admitimos que se diga, por ejemplo: “lo hacemos por interés del Estado” cuando en realidad es de un gobierno, o “para resguardar los bienes del estado”, cuando en verdad se protegen los personales, y así hablando de negociados, de leyes, de impuestazos, de ataques a las instituciones y tantas acciones de las que leemos o escuchamos hasta el cansancio de la confusión.

Una confusión que hoy nos ha llevado al punto de hacernos creer que las disposiciones tomadas por pocas personas, -a decir verdad por una sola-, a veces tan erráticas y costosas, son las que toma el Estado, lo que les da el status de valederas y únicas posibles.

Sin embargo, muchos argentinos empezamos a ver, entre la nebulosa, cómo las construcciones levantadas entre equívocos, la falta de planes de largo alcance y de previsión y visión del futuro, por ejemplo, esenciales a un ESTADO fuerte, caen desbaratadas, dejando, eso sí, y por lógica consecuencia, un Estado inconsistente.

Robustecer el estado 

Los argentinos nos manifestamos cada vez más, nos atrevemos a más, vamos recuperando, a fuerza de sufrimientos, la autoestima, la confianza en el valor de nuestra participación y responsabilidad, y, aunque la voz de los cacerolazos parece no hacer mella en los oídos de sus destinatarios, sí llegan los mensajes de la suma de votos ciudadanos. 

¿Cambios? Todavía no los visualizamos. Se necesita mucha grandeza para admitir errores y rectificar rumbos. Lo que sí sabemos y es certeza, es que cuanto haga cada gobierno central, el de cada provincia, el de cada pedacito del territorio nacional, por pequeño que sea, lo que haga el gobierno y también las acciones de cada ciudadano, suman o restan, marcan el destino del ESTADO, lo desvían o lo ponen en su correcta dirección, lo robustecen o lo debilitan lo que es lo mismo que decir que mejoran o no la calidad de vida de los ciudadanos o la empobrecen.

Poco a poco, la mayoría de la ciudadanía, abandona la vieja concepción de que el Estado es un ente abstracto y ajeno, por lo que propender a su desarrollo, fortalecerlo, se ha transformado en una necesidad, una imperiosa necesidad, de la que estamos tomando conciencia. Maduramos.

La semántica de la palabra gobierno, habla de temporalidad, lo limita a un período, dice de la oportunidad que tienen los elegidos por el pueblo, para, siendo dignos, cumpliendo merecidamente su tarea de conductores y respondiendo a la confianza que se ha depositado en ellos, puedan engrosar, fortalecer, energizar, y hacer crecer, el gran panal nacional, el Aleph que nuclea los esfuerzos de todos, el gran cerebro adonde van a parar, para su conjunción, crecimiento y prosperidad, las labores y esfuerzos de cada uno. Cada pensamiento obra y creación deben ser encauzadas por el gobierno hacia una bien orquestada y constructiva comunicación de las neuronas estatales.

La connotación de ESTADO, resulta, entonces, de la suma de los resultados que se registran en la atemporalidad, en la permanencia.

Por lo que, a ese eje vertebrador deben dirigirse las acciones de todos los que formamos el país, desde las de cada obrero, desde la abeja reina a cada ciudadano que, en nuestro humano caso, nunca, nunca debieran permitirse ser zánganos.

El día en que los argentinos tengamos claro que el que gobierna llega para asumir responsablemente una misión que se continúa y proyecta en el tiempo, que se debe articular en el Estado lo bueno conseguido corrigiendo los desaciertos; cuando el gobierno subordine sus intereses, sobre todo personales, al destino del Estado, se ha de solidificar o debilitar lo que es de todos.

La grandeza o la provocada pequeñez de nuestro país es la propia y nuestra vida cotidiana personal, sobre todo el crecimiento o estancamiento material y espiritual, dependen del ESTADO ARGENTINO que necesita clarificar un objetivo común, distintivo, fuerte, seguro de sus pasos, con una educación, su gran vertebradora, que marche hacia fines que vigoricen su identidad y que sean conocidos por todos los ciudadanos. Fines que, lamentablemente, aún no se distinguen o perfilan.

La vida de cada uno depende de un país que sabe adónde va, que ha encontrado su esencia y marcha a su madurez. De un ESTADO que nos hace sentir partícipes y nos involucra a todos.

Si hace más de dos siglos fuimos un país respetado por toda América y el mundo por su emergencia; si marchaba a la vanguardia en educación, en seguridad, en bonanza económica; si mucho podía hacerse porque no existían límites para su crecimiento, tenemos la esperanza de recuperar ese camino para lograr su prometido desarrollo.

El ESTADO, a resultas de actitudes claras, debe dejar atrás la sociedad desmigajada en que nos hemos convertido, para que logremos ajustar sus tareas esenciales, como: El cuidado de nuestras fronteras, la emisión de una moneda estable, el control de la inflación, un desempeño policial y militar acorde a los grandes objetivos nacionales, el mejoramiento de una educación que forme ciudadanos pensantes y libres, y la lucha contra el narcotráfico, mal del que derivan, como sabemos, grandes y dolorosos sufrimientos, etc.

Dos significados que deben complementarse: Un ESTADO fuerte y permanente. Un gobierno que hace lo suyo, deja sus marcas y pasa, tal como lo expresó Licinio:

“Sólo la autoridad de ser dignos nos pertenece para siempre. El poder y la púrpura nos son prestados. Pertenecen al Estado romano”. 


LA ENFERMEDAD DEL PODER 


La salud mental determina que una persona es sana cuando mantiene un equilibrio con el entorno sociocultural, es decir, cuando tiene equilibrio racional y emocional.

Entre las exigencias para desempeñar cualquier cargo, en toda jurisdicción y categorías, el aspirante debe presentar, al menos, certificados de estudios cursados, de idoneidad y, en especial, de aptitud física y mental.

Sin embargo, esta exigencia no existe para los cargos políticos. Es cierto que en ese campo se encuentran personalidades destacadas, capaces y hasta brillantes, pero suele ser el amiguismo, el parentesco, la cercanía, el asistir a reuniones partidarias o desempeñarse como hábil transmisor de propósitos que halagan y suenan prometedores lo que ha otorgado el pasaporte válido para ingresar en el mundo de la política.

¿Presentó la dirigencia política alguna vez los certificados exigibles a cualquier postulante? ¿A quién? ¿Quién se atreve a solicitarlos?

Grandes ruinas se han desencadenado a partir de esta negligencia evidente.

La salud mental determina que una persona es sana cuando mantiene un equilibrio con el entorno sociocultural, es decir, cuando tiene equilibrio racional y emocional.

La nueva ciencia de la Psicopatocracia estudia la enfermedad de los psicópatas que ocupan puestos de liderazgo.

En El poder y la enfermedad, David Owen, neurólogo y ex ministro laborista británico, analiza los costes del desequilibrio emocional de políticos como Richard Nixon y Boris Yeltsin, quienes han padecido el llamado síndrome de Hybris, cuyo rasgo determinante es “emborracharse de poder e incurrir en el iluminismo caudillista, aumentado por la adulación del entorno”. Esta enfermedad se distingue también porque quien la padece “no soporta ser criticado, se percibe imprescindible e insustituible para el lugar, ciudad, provincia o nación que dirige”, según palabras del mismo Owen.

A esto se suma su particular convicción de que lo saben todo, de que aciertan siempre en sus decisiones, que no necesitan a los demás, por lo que terminan separándose, desde lo emocional y lo práctico, de la realidad en la que viven; es decir, se ubican en un mundo irreal.

Poderoso deseo. Francisco Traver Torras, español, al estudiar el deseo de empoderamiento, se pregunta: ¿es que el deseo de poder, tan poco observado hasta hoy, carece de valor en las relaciones humanas?

Y se responde citando a Alfred Adler: “La voluntad de poder es tan importante como las pulsiones sexuales”, a lo que, siguiendo el orden de sus razonamientos, puede agregarse: tan vitales como posiblemente destructivas.

Veamos a propósito el caso de España. Quienes estudian la anomalía psíquica de la que suelen ser víctimas algunos políticos, consideran a José Luis Zapatero (foto) como uno de sus modelos y sostienen que los males que hoy sufre España son la consecuencia del accionar enfermo que tuvo cuando era presidente de ese país.

Entre sus argumentaciones, citan las siguientes características: cambios de humor y de rumbo, contradicciones, empleo descarado de mentiras, obsesión por las reformas, odio al adversario, compra de votos con el dinero público, torpeza en el manejo de los asuntos internacionales. La actitud suicida de quienes padecen esta enfermedad del poder –dice Traver Torras– lleva a su destrucción y arrastra irremediablemente al pueblo.

La arrogancia, un síntoma. En Argentina, muchos dicen en voz baja que tal o cual dirigente, gobernador, diputado o juez está enfermo o enferma; pero son demasiados los que, haciendo gala de total indignidad, bajan la cabeza ante el jefe, cierran los ojos, aplauden, caminan ciegos al abismo al que esta conducta lleva.

Algunos se preguntan qué pasó con determinado político que, arribado al poder, perdió la cordura. Otros refutan la validez de exigir certificados de salud mental antes de que asuman, porque es en el ejercicio del poder cuando cambian. Sin embargo, los estudiosos avisan que se puede anticipar la enfermedad de la Psicopatocracia a través de uno solo de los síntomas: la arrogancia.

Advierten, además, que ningún dictador sería posible si no la padeciera y se sumara a esa predisposición la veneración colectiva que tienen las masas frente al poder.

Cuando los que gobiernan padecen esta patología –favorecidos por el desvalimiento, la ignorancia y el desamparo de quienes los siguen– llevan, según nos enseña la filosofía de la historia, a que estos paguen las graves consecuencias de ser dirigidos o gobernados por líderes enfermos.

El descubrimiento de esta enfermedad extendida en el mundo –a la que se ha dado un nombre nuevo, pero que es tan vieja como las sociedades humanas– invita a estar atentos a sus síntomas.






POPULISMO, ¿PAN PARA HOY?


¿Qué conductas políticas y ciudadanas nos han igualado a los pueblos más atrasados del planeta? ¿Cómo se abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en un nivel mucho más alto de calidad de vida, puestos de trabajo dignos y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad y economía?”-David Oppenheimer.

El argentino, David Oppenheimer, desde CNN, indagó en uno de sus últimos programas, sobre los motivos por los que, entre otros países latinoamericanos, el nuestro marcha tan a contrapelo de los más progresistas del mundo, y, recordando el privilegiado y promisorio lugar que ocupaba en el concierto de las naciones un siglo atrás se preguntó: ¿Qué pasó? ¿Por qué se perdió en el camino la promesa de hacer de la Argentina un país del primer mundo? La respuesta señaló a los regímenes populistas que han gobernado y gobierna actualmente el país.

Muchas son las definiciones que los teóricos de los movimientos político sociales le dan a la palabra populismo.

Para algunos teóricos ( Escovar Salom 1982) el populismo.

Para algunos el populismo puede darse a lo Chávez, (líder que fue tan admirado por nuestra presidenta) o asemejarse al de Perón que, que con una especial sensibilidad, escuchó la voz de las masas y aceleró su incorporación no sólo a la economía nacional sino también a la vida social y política.

Arditi (2005) lo considera el reverso de la democracia, en donde la ciudadanía termina convirtiéndose en una cáscara vacía y las políticas redistributivas en un instrumento de dominación.

Para otros, el hecho el populismo descansa más en la pasión que en la razón, lo que explica su escasa duración, ya que los criterios racionales son mucho más fáciles de estabilizar que factores emocionales y el populismo se nutre de lo emocional hasta el grado de lo pasional, de lo que se desprende que la permanencia del populismo depende de la constante capacidad del líder para echar fuego en las pasiones colectivas. Pasiones y no razones.

Cada una de estas ideas describe lo que está sucediendo hoy en la Argentina. En cuanto a lo emocional del movimiento, a las emociones populares que lo sustentan, advertimos que, en cuando la razón dice “esto no va más”, “a esto hay que frenarlo”, la Cadena Nacional llama la atención del pueblo con un nuevo mensaje presidencial cargado de furia, de retos, de gestos desordenados que encienden las alicaídas emociones populares. El populismo vuelve a reinar.

¿Y esto por qué? Porque a la mayoría no parece interesar demasiado el orden y coherencia del pensamiento. En el mensaje hay pasión y es la que agita el corazón popular.

¿Quién puede detenerse a pensar en lo que dice el discurso populista cuando no es más que un recurso para explotar y despertar nichos de aten­ción emocional como la indignación, el miedo y el odio para así mantener latente la distinción entre amigo y ene­migo en la sociedad?

Sin embargo y pesar de los efectos del momento, ante la mala cara de la realidad las emociones van perdiendo su fuerza. Como bien indica Hirschmann (1988) en un clásico estudio, las emociones son inestables y de corta duración. Los populistas saben muy bien esto y debido a ello se esmeran en la cons­tante activación de pasiones colectivas. Y no desmayan en su empeño, tanto como si se jugaran la vida en ello. 

Por eso, también, para el populismo es indispensable mantener una íntima relación con los medios de comunicación de masas y, sobre todo, con un tipo particular de discurso mediático, con una brillante oratoria que recurre a variadas estrategias de escenifi­cación, como la teatralización. En todo caso, este tipo de estrategias adquieren en el día de hoy una creciente relevancia, ya que ellas representan tácticas de marketing. 

Sin embargo, desde lo racional, podemos preguntar que, si el intento populista ha sido considerado “… la más grave enfermedad política de América latina” (Escobar Salom), y si “Ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas generando en cambio una corrupción incontrolable”, ( Enrique Neira Fernández), ¿por qué se ha vuelto a someter a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista?

Porque en nuestro país no se da un populismo en el sentido de integrar las masas populares al Estado (como lo define Laclau), ni como el populismo que se esfuerza por una real democratización, sino como el de apoderamiento de las mayorías por parte del gobierno con propósitos electoralistas. Y este tipo de populismo ha puesto grilletes a la prosperidad porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo. Porque, sobreprotegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias (algo así como panza llena corazón contento) y para hacerlo da en forma de subsidios indiscriminados, planes sociales que no piden a cambio más trabajo, mejor desempeño, más esfuerzo creativo. No, solamente adhesión.

De esa manera, para sostener el sistema se ve obligado a imprimir moneda sin control, a estimular el consumo sin producción, a proteger, asfixiando, a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos y castigando con intención ejemplarizadora, a quienes se atreven a insubordinarse.

El populismo no sólo adormece sino envilece las fuerzas creativas, ya que apoyándonos en palabras de Carlos Herrera “sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social.”

El populista es en realidad un hábil vendedor de ilusiones, pero su verdadera obsesión en la vida es el poder, no el servicio a su sociedad. Por eso no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia, ni investiga las causas de fondo.

Preguntado un invitado del programa de Oppenheimer por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad ha respondido: “Porque forman hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente, porque la educación pone el acento en los saberes fundamentales”, a lo que sumó otro comentarista: “La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles bien las matemáticas y agudizando su comprensión lectora, lo que los lleva a optimizar su capacidad de pensar y juzgar”.

Pero gente que juzga y piensa no es lo que conviene al populismo estilo argentino.





HUMILLANTES BOLSONES


El clima comienza a entibiarse con el anuncio de la pronta distribución de los “bolsones”. Sabemos que son paliativos del hambre, parecen caídos del cielo, como toda dadiva. Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar, mucho del invierno que padecemos se debe a estos indisimulados “compra votos”.

Son hermanos de los colchones, empanadas, ñoquis, choripanes y otros tipos de insultantes regalías.

En lo social, los bolsones enferman el cuerpo argentino degradando al pueblo cuya capacidad pensante se desvaloriza.

¿Acaso no es humillante que un señor que ostenta temporariamente el poder o que aspira a ello invierta comprando voluntades y ofreciendo una mercancía que le corresponde al mismo pueblo? Lo moral tiene la misma connotación. Inmoral es el que distribuye sin tener en cuenta la real medida del hambre y su solución cierta, sino el compromiso que genera. Pero también el que lo recibe, subordina su capacidad de elegir y su obligación de hacerlo responsablemente a un paliativo de circunstancia. Solo el hambre extremo lo justifica. 

Políticamente, los bolsones representan las acciones que corrompen una misión de alto contenido social, ya que “política” significa “arte de gobernar en beneficio de los negocios públicos, no privados, no pensando en otra cosa que la utilidad general” (Erasmo de Rotterdam”.Desde el punto de vista económico, los vaciamientos, enriquecimientos de pocos con el empobrecimiento de tantos, procesamientos por mal uso de la cosa pública y tantos otros ilícitos imposibles de enumerar acusan la relación causa-efecto de estas deplorables transacciones. La democracia exige conciencias libres, capaces de dilucidar, con una participación que apunte a la mayor eficiencia, que pida cuenta de los actos de gobierno y del manejo de los dineros públicos.

Ojala que alcanzada la madurez que exige el verdadero progreso podamos decir ante la oferta de cualquier tipo de mendrugo: “Venirnos a nosotros con sobornos… ¡Qué desfachatez! 





      
Hacer un país es trabajo de gente idónea


Al amparo de un manto de perdones y mal entendida comprensión, las aspiraciones de mejorar el nivel se desvanecen y todo el sistema social se repliega a una prestación mediocre.

Por idoneidad entendemos capacidad, preparación, disposición y aún suficiencia para desempeñar una actividad, cargo, oficio, profesión. Quienes hemos accedido al campo laboral debiéramos analizar y tener muy presente el significado del término “idoneidad”. Porque nos compete como personas y nos compromete como ciudadanos. A esta bidimensionalidad a la que, como seres sociales pertenecemos, afecta la clara comprensión y cumplimiento del ser idóneo. 

En la faz de la individualidad, elegir y desempeñar una tarea con buena disposición equivale a calidad de vida que se manifiesta en un gesto iluminado o bronca, en alegría o depresión.

Erick Fromm habla en su libro El amor a la vida de los diferentes efectos que produce en el hombre la actitud que se asume frente al trabajo, sea este impuesto por las circunstancia –caso demasiado frecuente- o el resultado de una elección y ya en el país de los privilegiados. “Puede el hombre incorporar en la rutinaria repetición de una tarea que lo aprisiona la fuerza de su capacidad creadora, el despliegue de sus propias capacidades” dice el famoso psiquiatra. De esa manera, explica, se producirá una cierta satisfacción inmanente, pues “el hombre solo es hombre cuando se expresa, cuando da salida a sus potencias innatas”. 

En la dimensión de lo individual cobra, por lo tanto, fundamental importancia incorporar el voluntarismo de nuestro ser activo, esto es el sentido de la creación, del desarrollo de las fuerzas internas para el mejoramiento y optimización el trabajo a realizar cualquiera sea su naturaleza. 

Y este volcarse con voluntad, esta buena disposición lo que nos pone en tránsito hacia el ser idóneo. 

Después vendrá, porque todo trabajo lo requiere, la adecuada preparación, el indagar, el aprestamiento y perfeccionamiento permanente para sentirse a tono con las exigencias de estos tiempos de asombro. 

Este sentirse cómodo en la realización y cumplimiento de un oficio, esta capacidad y profesionalismo que mejoran el gesto, la actitud en un retroalimentado circuito comunicante, confía al idóneo una seguridad y estatus que emana del desarrollo de su propio autoestima. 

Una comprobación diaria 
Lo podemos comprobar en todos los actos de la vida de relación, seamos agentes o pacientes de una labor, demos o recibamos, conductores o conducidos, el entusiasmo soleará o sombreará nuestro día según dominen la escena los capaces o los incapaces, los responsables o los irresponsables. Ya que idoneidad y responsabilidad suelen ir de la mano. 

Beneficiarios de la idoneidad somos cuando, con profesionalismo, el empleo de un banco o de la Caja de Jubilaciones, o del municipio, cuando el maestro o el electricista, etcétera, nos dan la indicación que habla de su conocimiento en un área para nosotros desconocida ilustrándonos con su particular preparación, y mejorando así el funcionamiento del país y abonando la mutua confianza. 

Cuán lamentable resulta en cambio, y aun desmoralizante, cuánto desmero sufrimos y hasta falta de respeto, cuando en la mediación de cualquier trámite encontramos a gente incapaz, desinformada, arribista, gente que accede a cargos por acomodo, gente que desconoce el oficio, su ministerio, el sentido de su labor, empleados que, enquistados en un puesto, abusan de la paciencia de la gente.

Altamente positiva se vuelve la circunstancia en que a la idoneidad se suma la vocación encontrada. 

Sabemos que “vocación” deriva de “voz”, “llamado”. Un llamado interno que no siempre es escuchado, un llamado que escuchado no puede, a veces, ser atendido ni satisfecho. 

Sin embargo, por la fuerza que impone, por el sentido que confiere a la vida de quienes tienen la suerte de seguir ese mandato interno y por los beneficios sociales que irradia, debiera educarse prioritariamente el oído atento a una genialidad –se dice que todos tenemos- que en demasiados casos desfallece y muere. 

Ideal sería, casi utópico que todos o lo más, desempeñáramos la labor para la que nacimos, aquella que da sentido, la que aporta entusiasmo y alegría de vivir.

Pero si no nos es dado el cumplimiento de una vocación por la razón que fuere, hasta por no haber sabido o podido descubrirla, sí nos es posible jugarnos por la idoneidad, por el correcto cumplimiento y la aspiración a llegar al más alto desempeño de la tarea que nos toca. 

Efectos sociales
Cuando asistimos a una oficina pública para solicitar un asesoramiento que nos demora, que se nos niega o confunde, sufrimos en carne propia los efectos de la incapacidad ajena.

Cuando no prestamos atención a la tarea que desempeñamos cuando no nos preocupamos por aprender los secretos del oficio, cuando nos conformamos con un certificado, un diploma, un titulo, estamos privando a la sociedad de un servicio eficiente. 

Y bien pudiéramos afirmar que la sociedad argentina se ha acostumbrado mansa y estoicamente a esta carencia.

Una insania que se extiende y nos perjudica.

De manera tal que, con total resignación, soportamos a un agente una repartición –llámese DGI o EPEC, por ejemplo- que nos informa sobre un pago exagerado, que demuestra desconocimiento, irresponsabilidad, y que en definitiva nos perjudica.

Falta de coordinación, de trabajo en equipo, de preparación suelen andar tras las ventanillas de algunos bancos, en algunas aulas, en la dirección técnica de un edificio público, en los juzgados, en las salas de nuestros honorables representantes. 

Y ya vamos sabiendo que estas manifiestas incapacidades están produciendo graves daños a la sociedad, a nuestros ingresos, a nuestra vida ciudadana, al país. 

Sin embardo, no reaccionamos los argentinos con una actitud social que exija eficiencia, máxima eficiencia.

Por eso, y a pesar de la modernización y equipamiento técnico de muchas instituciones públicas, los tramites se siguen demorando excesivamente; en los hospitales se llega hasta a equivocar diagnósticos, en las escuelas se malinterpretan directivas, en las oficinas se esquivan respuestas, se malbaratan soluciones. 

Al amparo de un mando de perdones y mal entendida comprensión, las aspiraciones de mejorar el nivel se desvanecen y todo el sistema social se repliega a una prestación mediocre. 

Nadie exige para no ser exigido. Tal vez porque las culpas repartidas son más fáciles de sobrellevar. Lo lamentable es que cada uno de nosotros sufre en su momento los efectos de la ineficiencia. Lo lamentable es que las consecuencias de esta situación golpean fieramente al ser argentino. Porque hacer un país que contenga y potencie, es trabajo de gente idónea y se hace urgente que nos exijamos idoneidad. 

¿Y en la clase dirigente?

No es de extrañar que en una sociedad que se conforma con el menos esfuerzo en toda actividad se formen dirigentes escasamente preparados para la tan elevada misión de, justamente, dirigir los destinos de una comunidad. Y bien sabemos que no existe –salvo algún aislado intento- una escuela que forme dirigentes.

Escuela para maestros, universidades que forman médicos, cursos para… ¡Pero no existen instituciones que formen dirigentes! En el sentido de la palabra, gente que sepa que esté preparada –no hablamos de política partidaria- para administrar, para orientar, para generar, para resolver.

Gente con visión y creatividad. Los mejores del grado. Los más inteligentes, los mas lucidos. Porque así debieran ser los que llamamos políticos pero que, surgidos de una sociedad, de una escuela y aun de familias que hacen de la demagogia y el facilismo una forma de vida, no pueden sino transmitir la cautivante promesa de rápidas y cómodas soluciones. 

De esta manera, y en la medida en que hombres capaces y frontales son capaces son expulsados de los cuadros partidarios, crece la fuerza masificadora que sostiene a ineficientes y acomodaticios, que hacen, además, escuela. 

Esta falta capacidad de la dirigencia argentina –solo evaluable a largo plazo- su escasa ejemplaridad, en fin, su falta total de idoneidad, se ve reflejada claramente en las listas de nuestros candidatos, y aun en los más altos cargos de conducción que actualmente se ocupan. 

Y nadie parece extrañarse de que cantantes, corredores automovilísticos, y tantos otros del “nada que ver”, aspiren nada menos que a conducir el destino de nuestra compleja Nación. O que gente formada en una determinada área de las ciencias dirija, en tiempos de super especialización, tareas para las cuales es incompetente. 

Ejemplos sobran en este sentido. ¿Quién no ha sufrido la arbitrariedad, falta de sentido común, desconocimiento y hasta la insania de directivos, funcionarios, ministros?

“La ausencia en la Argentina de verdaderos dirigentes –establece Alberto Boixadós en Argentina como misterio- se acentúa en este siglo de manera manifiesta, lo cual estimula una actitud de mediocridad, donde se medra y se trata de ganas posiciones sin preparación, sin verdadero amor a la tierra y a sus hombres”. Y termina diciendo: “Una adecuada preparación, eficiencia, profesionalismo, actualización, en fin, idoneidad, debieran constituirse en los pilares del real crecimiento nacional”. 

Hacen falta ejemplos y gente idónea para lograrlo.






LA RESPONSABILIDAD DE ELEGIR


“El hombre que no puede elegir, ha perdido la conciencia humana” (Anthony Burgess).

En estos días los argentinos debemos votar, es decir haremos frente a una acción que, aunque repetida, puede o no convocar, remover, activar y poner en marcha el espíritu, la voluntad y el entusiasmo cívico que debiera animarnos, el sentido de responsabilidad que en este país se va dando en un lento proceso de maduración.

Desde hace años se estudia en nuestras escuelas una materia cuyo objetivo es la formación cívica, pero creemos que aún no hemos logrado transformarnos en auténticos ciudadanos.

¿Cuál es la causa? Si ampliamos la mirada apuntando a lo heredado, deducimos que hasta hoy las mayorías argentinas han sido conducidas, guiadas, sin que se aliente su propia capacidad de elección, por lo que la materia aludida se limita a dar conocimientos teóricos, recitados memorísticamente, formulados con tan escasa convicción que no logran acciones realmente creativas, activas, participativas: el auténtico civismo que nos haga sentir la pertenencia a una nación.

Los países que van a la vanguardia del progreso humano, en cambio, llevan a su país en sus huesos y en su sangre y saben y sienten que ellos, cada habitante, es la Patria mayúscula.

De esa manera el carácter cívico, es decir el compromiso, la lealtad, está no sólo en el sentir sino en el obrar para construir su grandeza.

Algunas anécdotas dan cuenta del accionar cívico de ciudadanos realmente convencidos de su valor.

Recordamos, por ejemplo, el caso de unas ancianas londinenses que consideraban que no sólo tenían que votar-pese a que la edad las eximía-, sino que debían hacer cuánto estaba a su alcance para que el candidato que juzgaban más probo, el que más haría por la gente, actuaría con más inteligencia, ganara.

Así fue como, con el único apoyo de su bastón se encaminaron a golpear puertas para hablar con sus conciudadanos sobre las razones por las que todos se beneficiarían si tal candidato ganara.

Muchas puertas se les cerraron. Sin embargo, otras tantas se abrieron dispuestas a dialogar para dilucidar cuál sería la más inteligente manera de votar. Sin fanatismos, sin ataduras, sin compromisos.

Así, dispuestas al cambio, con el propósito de apuntalar al bien de su país, sostuvieron argumentos, reconocieron otras posturas y dieron el ejemplo de participar genuinamente, a corazón abierto en lo que es de interés común.

En cuanto a los argentinos
Los argentinos nos consideramos muy patriotas: rendimos homenaje a los símbolos nacionales, nos emocionamos cantando nuestro himno, vivamos y exaltamos a los deportistas y otros representantes del país ante el mundo, creamos mitos populares, endiosamos a algún dirigente, ponemos en un alta a ciertos personajes, tomamos mate, bailamos el tango y nos enorgullecemos porque el Papa

Francisco es argentino.

Pero, ¿hemos superado la actitud “cholula” del que alienta a unos pocos protagonistas, los aplaude, viva desde la tribuna a los que se desmayan tras una pelota y sigue plácidamente, desde la comodidad de un sofá, las alternativas de un debate o un exaltado discurso político?

Tal vez la madurez cívica, presente en algunos países no nos ha alcanzado todavía. Tal vez estamos transitando una demorada adolescencia política y no nos atrevemos a enfrentar las luchas, las responsabilidades.

Tal vez, como ciudadanos, somos muy inmaduros aún.

¿Por qué lo decimos? Para ubicarnos en el estadio que atravesamos podemos remitirnos a lo que Erich Fromm afirma en su libro “El miedo a la libertad”:

“En el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que están predeterminadas por el instinto, que él obedece ciegamente.

En el hombre que ha pasado la niñez y la adolescencia, protegidas, contenidas y dirigidas, el curso de la acción es producto de una libre elección.

El hombre maduro- no todos los adultos lo son- valores diversos tipos de conducta posible, piensa, modifica su papel, pasa de la adaptación pasiva a la activa. Crea.” Aplicando estas ideas a la formación del hombre cívico, podemos inferir que el proceso de individuación nos pone frente a la necesidad de separarnos de la masa que nos contiene y protege, y, aunque esa separación nos hace sentir solos y aislados, nos pone de pie en el camino de la libertad e integridad personal.

Si en la niñez necesitamos de la contención y dirección paterna y en la adolescencia descubrimos nuestra fuerza individual, nuestra capacidad creadora y nuestra responsabilidad de construir nuestro ser, maduramos cuando afrontamos los riesgos de la autonomía y la libre elección.

En estos días vamos a elegir. Ojalá lo hagamos con madurez, liberados de obediencias debidas a una tradición, “mi familia es del partido”, de compromisos, “le debo tanto a este dirigente”, de miedos, “me han amenazado con quitarme el subsidio o el puesto”.

Debemos hacerlo a conciencia.

Y la conciencia no suele equivocarse.

Algunas anécdotas dan cuenta del accionar cívico de ciudadanos realmente convencidos de su valor.





¿ADÓNDE NOS CONDUCE EL CARÁCTER DE LA PRESIDENTA?


La lectura de la fábula atribuida a Esopo “La rana y el escorpión” bien puede aplicarse a situaciones actualmente vividas en la Argentina. Tal vez el lector la conozca y si no es así se la recordamos de esta manera:

“Había una vez una rana sentada en la orilla de un río, cuando se le acercó un escorpión que le dijo: —Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? Puedes llevarme en tu espalda… — ¿Que te lleve en mi espalda?, —contestó la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo en mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. —No seas tonta —le respondió entonces el escorpión—. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón, te hundirás en el agua y como yo no sé nadar, también me ahogaré? Tanto insistió el escorpión que al fin la rana accedió. El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron a cruzar el río. Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona del río donde había remolinos, el escorpión picó con su aguijón a la rana. La rana sintió el fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para preguntarle: —No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Vos también vas a morir. Y entonces, el escorpión la miró y le respondió: —Lo siento, ranita. Es mi naturaleza”.

Recordamos esta ejemplar historia al escuchar a dos invitados del programa de Joaquín Morales Solá de este lunes 12 de noviembre. Habiéndoles requerido el conductor a dos de sus invitados la opinión sobre el significado y reacciones del gobierno ante los hechos del 8N, José Sebreli aportó diciendo que consideraba que era de esperar el desconocimiento del gobierno a una manifestación popular de relieves inéditos. Fidanza, director de Poliarquía, fue por más: “Yo recomendaría -dijo- que el televidente lea “El yo y los mecanismos de defensa”, de Anna Freud, que nos lleva, inevitablemente, a comprender el tema de la neurosis”.

La consulta a la compleja obra de la hija de Sigmund Freud nos permite resumir algunos datos que aportan a la comprensión de comportamientos que nos comprometen a todos los argentinos. Traemos nuestra interpretación que, de ser sometida al aporte de los psicólogos especialistas en la materia, daría, seguramente, más claridad al tema:

Anna Freud ha llamado “mecanismos de defensa del yo” a la conducta del organismo psíquico que, buscando preservar su sentimiento placentero de seguridad, se resguarda, evita y suprime su angustia ante los peligros del medio exterior, distorsionando o negando la realidad. Esta conducta, considerada una estrategia del comportamiento y llamada también “de ajuste homeostático” reduce la emocionalidad negativa y la censura del súper yo.

De esa manera y para mantener su autoimagen, como refugio frente a situaciones que no se pueden enfrentar y para evitar sanciones o la amenaza externa, se activan los mecanismos de defensa que, en definitiva se transforman en rasgos de la personalidad del individuo. 

Es necesario tener en cuenta algunas de las reacciones o actitudes que caracterizan los mecanismos de defensa pues describen comportamientos a los que la realidad actual argentina nos va acostumbrando poniéndonos, esta vez por un desconocimiento que será útil y necesario alumbrar, en la misma y peligrosa situación de la rana de la fábula. Veamos algunos rasgos:

El individuo utiliza la proyección mediante la cual los sentimientos propios y las ideas son proyectados a otras personas que el individuo siente ajenas y hasta opuestas a él.

Pero de uso mucho más común nos parece la negación por la que el individuo trata factores obvios de la realidad como si no existieran. Ese mecanismo, llamado en la jerga popular ninguneo provoca un sentimiento de tal humillación que termina por convertirse en caldo de cultivo de emociones negativas que desencadenan el estallido de una reacción inconsciente y de proyecciones impensables.

También la racionalización forma parte de estos mecanismos de defensa y actúa sustituyendo una razón real por otra aceptable, pero irreal.

¿Cuál es el resultado de esta transformación y negación de lo real? 

Lejos de lo esperado, lejos de lograr la preservación del sentimiento agradable, placentero y de seguridad buscado, esta conducta deviene en estrés, ansiedad y depresión, disfunciones biológicas, enfermedades psicosomáticas como úlceras o dolores corporales sin contar las reacciones negativas que provoca en los demás.

Si relacionamos lo aportado por Anna Freud con la fábula atribuida a Esopo, advertiremos cuán cerca está la nación Argentina, su pueblo, nosotros, los argentinos, en hundirnos y ahogarnos como la rana porque la figura de mayor poder en la Argentina no está dispuesta a ceder, alegando que es fiel a su propia naturaleza. Carácter por el que no escucha, no cambia, no dialoga, no consulta, no se enriquece con el flujo de nuevas ideas, haciendo gala de una cualidad prominente de orgullo y presunción, con total arrogancia y desprecio de la opinión de los otros. Nosotros, en el mismo río. 


CRISTINA Y MARCELO: FASCINACIÓN Y ESPECTACULARIDAD


Quizás estos tiempos lo exijan, tal vez lo pida el público, el ciudadano, las mayorías de hoy, subsumidas en “la civilización del espectáculo” que describe Vargas Llosa en su último libro. 

Ambos, lo sabe todo el mundo, saben de poder económico y espectacularidad, van por el éxito, y van con todo y por todo. Nada vale más que el hoy. El futuro no parece estar en sus miras ya que es ahora cuando están en la cúspide. Todo un país, toda la Argentina, pendiente de ellos: los que les tienen simpatía y hasta admiración, y los que se indignan ante sus actitudes violatorias de todas las normas.

Justamente, sus estilos desenfadados es lo que más convoca a verlos. A muchos les produce emociones muy fuertes su siempre renovado e ilimitado marco de trucos; otros quieren saber hasta dónde se atreven, qué más son capaces de hacer y de decir. Siempre sorprenden: ambos no tienen límites, ni ataduras, ni respeto por nada ni nadie. Atrevidos, temerarios, su desfachatez y actuación se encamina a un propósito que debe estar muy bien estudiado por sus asesores. Y lo logran. El ranking crece y la mayoría sigue sus estudiadas gesticulaciones, su lenguaje, sus extremas desmesuras. Sus atropellos.

Ambos ejercen una extraña fascinación y no podemos creer que tantos se rindan a sus pies, que nadie reaccione, que se sientan tan dueños de la voluntad de un país. Intocables.

Hace unas noches y sorpresivamente Marcelo estampó una torta en el rostro de uno de sus más fieles seguidores. Allí estaba él, haciéndole la acostumbrada corte, manso como siempre y de pronto, el “otro”, insolente, hizo la gracia de vaciarle en el rostro toda la crema. Fue una actitud intempestiva, violenta. Sin embargo, la mayoría, rió. Es que tiene una verdadera multitud de aplaudidores que le festejan cada gesto, tal vez le temen y hasta se humillan; como pasó en otro programa que mantuvo al televidente expectante. (¿No dijimos que atrae, fascina y hasta enajena?). Pues esa vez humilló hasta darnos lástima ajena a un pobre muchacho, bailarín de otro país que, como él mismo dijo, solamente venía preparado para bailar. No estaba entrenado para expresarse y apenas tartamudeaba ante la embestida del conductor que le metía, ya sin piedad, la daga de su impudicia hasta lo más íntimo de su vida, cuya mayor atracción parecía ser la relación con otro hombre.

Espectacularidad. Poder. Violencia psicológica que debe quebrar la salud psíquica de mucha gente, más de los cercanos, que, suponemos, deben sentir íntimamente el gusto amargo de participar en acciones de escaso respeto por los otros y por sí mismos.

Nada parece importar, millones festejan la frivolidad llevada al máximo sólo para entretener, despertar emociones cuyo lugar viene descendiendo, a cada golpe de efecto, a cada golpe de fanfarrona temeridad, a estadios más bajos.

Es verdad que causa admiración el despliegue de recursos, pero apena la degradación de la mujer transformada en objeto tan descartable como que, cada tanto, una pareja es sometida a la presión -muy emocionante- de la votación pública, tras lo cual, muchas chicas que ofrecieron ante el altar del éxito hasta lo más oscuro de su intimidad, son enviadas a la papelera de reciclaje.

A su alrededor y siguiéndole sus mofas, la primera corte, el jurado, hace las suyas. Algunas veces se intercambian peleas que rebajan al mínimo cualquier norma de educación básica. Nadie respeta a nadie, en ninguno asoman gestos nobles, dignos. Ejemplaridad. Uno de ellos ostenta, sin pudor, su inclinación por las formas masculinas; otro se pone su máscara agria y afrenta a todos; una de las mujeres ha hecho de su fracaso matrimonial un espectáculo que entretiene a millones, otro saca de su galera gestos provocativos y el que ha llegado hace poco a integrar el elenco, mira despavorido, tratando de entender entre la polvareda de violencia.

¿Y los televidentes? Muy entretenidos. ¡Cuán emocionante circo nos brindan algunos programas de TV! 

Cuando la Cadena Nacional interrumpe sorpresivamente la actividad de todos los canales, sabemos que llega un espectáculo parecido. No entendemos mucho el mensaje de la Presidente salvo la ponderación de su gobierno. Después llega la fascinación o el rechazo por sus modulaciones impactantes, por su lenguaje, cada vez más chabacano, por la teatralidad de sus gestos, por sus palabras humillantes destinadas a supuestos enemigos, o por sus apelativos a alguno de sus seguidores, que, sin ponerse rojo y muy sonriente, le sigue el juego. Su temeridad, puede llegar al colmo de lo tolerable, de lo falso, de lo evasivo, de lo engreído, de lo soberbio, de lo “a mí no me para nadie porque, además, hacerme la humilde, no me sale”.

Dos personalidades, dos estilos que tienen fascinados a demasiada gente. Mientras tanto, las enseñanzas en las escuelas caen en el oído dormido de los alumnos; los consejos paternos se dan de nariz con el ¿y eso para qué me sirve? y el país marcha a la deriva, ciego a los grandes males que, actitudes obviamente tan influyentes pero reñidas con la salud psíquica, vendrán para mal de todos: de los que se entretienen y gustan del espectáculo, de los “indignados”, de los que los observan, pasivos, con el pretexto: “quiero ver hasta dónde son capaces de llegar”.






PRIVILEGIOS QUE INDIGNAN


Si en algo hemos evolucionado los argentinos es en la capacidad de manifestarnos. Las protestas, los abucheos, los escraches a los que nos atrevemos más cada día, son muestras de la inconformidad del pueblo y se están dando con más frecuencia en diferentes lugares y hasta en un buquebús, porque la inquietud social aumenta, y la inequidad alimenta un sentimiento de ciega impotencia.

Entonces, ¿cómo callar a los cientos de miles de argentinos que se manifestaron en las marchas del año 2012? o, ¿cómo pedir a docenas de pasajeros, que descubren la presencia de un funcionario responsable de muchas de sus molestias, que guarden su bronca? 

Los escraches manifiestan indignación. ¿Que es un recurso discutible? Es cierto. Pero quizás también sea el único medio de que dispone el hombre de la calle para decir que no está de acuerdo con medidas que empobrecen a la mayoría, favoreciendo a una minoría privilegiada. El pueblo quiere decir que sufre el deterioro del orden social, el mal que hace a la paz de la República el ejemplo poco digno de las autoridades como el de hoy: el aumento de las dietas de los legisladores nacionales. 

¿Cómo no repudiar a los que detentan el poder si asistimos al espectáculo lamentable de verlos en primera fila para recibir los mayores beneficios, sin preocuparse por un reparto equitativo de los bienes disponibles del Estado, teniendo en cuenta, además, las diferentes funciones y responsabilidades de cada tarea específica?

Este último acto, -para afirmar el cual diputados y senadores levantaron al unísono sus manos- pone a los representantes del pueblo en una posición poco ejemplar.

Los medios de hoy dan cuenta de los abultados sueldos que cobrarán los legisladores nacionales. Ya en 2012 por obra de Boudou, el principal mentor de la medida, se aumentaron sus sueldos en un 100%.

Cuando los diarios difunden que un legislador nacional gana alrededor de $67 000, de sueldo que supera por diez veces al del ciudadano común, -maestros, médicos, empleados de comercio, obreros- en el que se incluye una dieta de $36.382 más $10 000 por gastos de representación, unos $15 000 por pasajes terrestres y aéreos (que podrán canjear por dinero) y más aún unos $ 5660 por desarraigo, surgen mortificantes comparaciones.

Los que desempeñamos tareas, oficios, profesiones, (a los que tanto nos ha costado llegar y mantener y que demandan horas de trabajo fuera del hogar, abandono de los hijos y en muchos casos exámenes de idoneidad y superación permanentes), conocemos cuánto desmoraliza la falta de perspectivas de crecimiento, cuánto disminuye la fuerza, el entusiasmo y la voluntad de entrega saber que nos llevaría una vida de trabajo acceder a los beneficios y privilegios de que goza un legislador.

Es que en nuestro país los peces gordos se tragan todo el cardumen. Y así se nos hace sentir: pueblo cardumen, insignificante, desvalorizado, desjerarquizado. Pobres. Cada vez más pobres porque los presupuestos públicos no se estiran si no media el engaño de la emisión monetaria generadora de la inflación. Una rueda de empobrecimiento sin fin.

Es verdad que los legisladores del primer mundo cobran sueldos muy altos, acordes a sus elevadas responsabilidades. Pero los argentinos no percibimos aún que los nuestros trabajen con la debida responsabilidad, ni que sean encumbradas inteligencias, selectas capacidades, especialistas estudiosos y dedicados, con condiciones de idoneidad y superación exigibles a mentes distinguidas, necesarias para proponer, discutir y elaborar, nada menos que las leyes que impulsen una república emergente. 

Boudou y Domínguez establecieron por resolución que el aumento del año pasado fuera de 24%, concretado en enero de este año se concedió el 21.8%. Los legisladores arguyen que este porcentaje es inferior a lo otorgado a otros gremios y además que los legisladores pagan altos impuestos a las ganancias. ( Tal vez no tengan en cuenta que a ese impuesto lo pagamos todos y que, en su caso, resulta muy alto porque es proporcional a sus sueldos). 

Lo que el pueblo percibe es que existen silenciosas complicidades entre quienes se comen la mayor parte de la torta, porque, ¿qué podría argumentar en contra el Poder Judicial si también goza de discutidos privilegios?

¿Con qué derecho hacemos este reclamo? Nosotros los hemos votado, les hemos dado el poder y por lo tanto son nuestros representantes. De su comportamiento ético y digno depende nuestro bienestar y la recuperación de la República.






GOBIERNOS CORRUPTOS, POBREZA Y ENFERMEDAD


Existen grandes diferencias en los índices de salud y expectativa de vida según el lugar que se ocupa en la jerarquía socio económica, existen más enfermedades comunes entre los pobres, no solamente por las dificultades de acceder a los medicamentos y centros de salud, no sólo porque no son debidamente atendidos o por la falta de cuidados y por trabajar bajo la intemperie, sino, y sobre todo, por el abandono al estrés que es producido por un sentimiento de impotencia, por la apreciación subjetiva de su estado, de su pobreza, que se agrava cuando se compara con los ricos y mide la distancia insalvable que lo deja en la marginalidad. 



La mayoría de los argentinos consideramos inocuas las consecuencias de la corrupción política. Un poco por nuestra mentada escasez de participación en lo público, mucho por comodidad y bastante por ignorancia, solemos acompañar las evidencias de flagrantes delitos contra la propiedad pública con una resignación y un lamentable estado de inconsciencia que se expresa en un “roban pero hacen, en cambio otros…”.

Sin embargo estudios recientes realizados en las universidades del primer mundo están dando a conocer sus conclusiones sobre la incidencia de la corrupción del poder político en la felicidad de la gente, en su salud, en su estado de ánimo y sentimiento de minusvalía, caldo de cultivo de males psicológicos que desembocan- alertan- en el aumento de mal trato a los demás, en violencia familiar y social.

En primer lugar y como base de sustentación se habla- casi por primera vez en estos últimos decenios- sobre la felicidad, un bien que antes, con una vida que terminaba apenas pasada la etapa reproductiva, se dejaba para el después de la muerte.

La felicidad o desdicha de la gente- definida por Martín Seligman, de la Universidad de Pensilvania como “un estado de satisfacción y plenitud cuando se vive de acuerdo al sentido de la vida personal”, como “la ausencia de miedo”, por Eduardo Punset, ex Ministro de Relaciones de España y Robert Sapolsky, neurólogo de la Universidad de Standford, Estados Unidos), o, según Bruno Frey, como “un estado que aumenta en función del mayor grado de participación de los ciudadanos en las cuestiones públicas”-, son consecuencias directas de las acciones del poder político.

El mencionado R. Sapolsky ha investigado el tema de la enfermedad en los pobres y sus causas, determinando que existen grandes diferencias en los índices de salud y expectativa de vida según el lugar que se ocupa en la jerarquía socio económica, que existen más enfermedades comunes entre los pobres, no solamente por las dificultades de acceder a los medicamentos y centros de salud, no sólo porque no son debidamente atendidos o por la falta de cuidados y por trabajar bajo la intemperie, sino, y sobre todo, por el abandono al estrés que es producido por un sentimiento de impotencia, por la apreciación subjetiva de su estado, de su pobreza, que se agrava cuando se compara con los ricos y mide la distancia insalvable que lo deja en la marginalidad. 

Sapolsky observa que los pobres sufren más enfermedades cardiovasculares, reuma y otras de la misma gravedad, y agrega que “el colectivo de la población más desamparada transmite durante varias generaciones la marca de los estragos fisiológicos sufridos por el ejercicio abyecto del poder político”.

Según otros estudios a la falta de salud física se agrega el desequilibrio psicológico, la alteración por el estrés, que provoca miedo a no poder llevar comida a los hijos, miedo a no satisfacer las necesidades básicas propias y de la familia, lo que llega a conducir a cuadros depresivos. Las personas que lo sufren viven en estado de emergencia que suelen descargar haciendo infelices a los demás, dirigiendo su agresividad contra los otros, crisis que se manifiesta en el aumento de abusos a menores y a mujeres y hasta en un deficitario cumplimiento de sus tareas.

Ese estado de desequilibrio está aumentando en nuestro país, y la información nos ayuda a descubrir sus causas.

Otros estudios aseguran que la huida a través de las drogas, el alcohol, la adicción sexual sólo logran una calma pasajera al stress, que exigirá, pasado el efecto, dosis más fuertes, generando así personas más dependientes, no sólo de psicofármacos sino de la ayuda de los gobiernos que utilizan paliativos superficiales y transitorios sin atender la profundidad del mal: falta de autoestima, sentimientos de impotencia, abandono.

Queda por rogar que los millones de marginados adviertan que, a medida que aumenta la corrupción, es decir el vaciamiento del Estado, se acrecienta la desigualdad social y que el enriquecimiento indebido de unos es a expensas del empobrecimiento de la mayoría; que el afán de dominación y poder genera distancias insalvables que permiten que unos abusen de los resignados y pasivos, acrecentando su soberbia a costa de la impotencia de los más sufridos.





UNA PUEBLADA PARA LA REFLEXIÓN

La crisis en Cruz del Eje tendrá principio de solución cuando las partes sean capaces de dialogar constructivamente.

El pensador francés Charles Du Bos establece que “uno de los peores dramas de la humanidad es la equivocada interpretación de los mensajes”. Esta denuncia de una realidad que padecemos desde lo doméstico, se hace extremadamente palpable cuando se trata de comunicación entre los gobernantes y los gobernados, entre los que suponemos representantes de la voluntad popular y esa voluntad popular.

Y ése es quizá el mensaje más fuerte que debe leerse de la pueblada cruzdelejeña: falta de comunicación. 

A pocos menos de mil días de la culminación del milenio, la democracia es una palabra de frío alcance. Y democracia supone representatividad, interpretación del sentir y pensar del pueblo, pero también retroalimentación, orientación, guía de pensamiento y reflexión. Sin embargo, la democracia que hoy vivimos es sólo una niña tullida y velada, un término engañoso que en realidad se llama “demagogia”. “Nunca se ha votado tanto como en este tiempo, nunca los pueblos han decidido menos”, leemos en “Los últimos peldaños” (Juan Marguch en LA VOZ DEL INTERIOR, suplemento especial del 6 de Abril de 1997).

El enojo y amenazas del Presidente, las tangenciales explicaciones del gobernador, la ausencia –obligada o no- del gobierno cruzdelejeño, evidencian que los canales de comunicación no funcionan, están taponados con el humo del vicio. 

Fuera de toda posibilidad de diálogo, las acusaciones se entrecruzan; de parte del pueblo se incendian gomas, se cortan rutas y de parte del gobierno se indica que “en Cruz del Eje existe la mala costumbre de vivir del seguro del subsidio y del desempleo”. ¿A caso no se analizó sobre el origen de ese mal repartido asistencialismo?

¿Acaso se analiza en medios gubernamentales sobre recursos realmente potenciadores de las fuerzas ínsitas del habitante regional, lo que promueva una auténtica actividad fortalecedora de la energía vital, evitando en su expansión esos “malos acostumbramientos”, el desánimo, la depresión? Pues, si así fuera, como debería serlo, preocupación prioritaria del gobierno, deberían comunicarle a quien concientizarse: el pueblo. 

Jeremy Rifkin sostiene: “Si el hombre conoce y se adapta a los nuevos tiempos, éstos de la escasez del trabajo y del poder del conocimiento, no tendrá problemas en subsistir; si cierra los ojos ante la evidencia, el destino de la civilización será incierto”.

Desde los dirigentes deben llegar estos avisos. Son ellos los que pueden y deben iluminar acciones. Y eso se consigue sólo a través de la verdad del diálogo. 

Un diálogo que ahora no existe y que demanda sinceridad y respeto. Respeto por la otra parte y su capacidad de pensar, de actuar reflexivamente. Un respeto que no existe desde el momento que, en el único momento en que el pueblo ostenta el poder, el de las elecciones, se apela a engañosas promesas en cuya credulidad las potencias populares se desbarrancan: “Síganme”; “No los defraudaré”; “Habrá pan y trabajo para todos”. 

A ese paternalismo mentiroso y dañino reclama la pueblada de hoy. Por eso sería bueno que el gobierno leyera en profundidad el mensaje, que si bien fue movido en un comienzo por la emocionada indignación del hambre, alberga una razón que pide atención, participación, respeto.

La pueblada cruzdelejeña ha puesto en acción energías increíbles. Un sentido de solidaridad social acercó a gentes y mancomunó deseos que se deben enaltecer: trabajar con sostenido esfuerzo para mejorar nuestra condición de vida. 

Ahora se impone el espacio de la reflexión. Esperemos que esta bajada del gabinete provincial a Cruz del Eje represente el comienzo de un diálogo sincero y lúcido. Ojalá no se pierda tanto sufrimiento de los “piqueteros”; de un pueblo; tanta firmeza en acciones de riesgo, en fin, la vital esperanza de emerger.







INTELIGENCIA MENTAL Y EMOCIONAL PARA GOBERNAR


Los conceptos sobre el tema de la inteligencia, los que se tenían en las generaciones anteriores, han variado drásticamente, generando un cambio total a partir de la década del noventa del siglo pasado.

Antes se medía la inteligencia con el llamado Coeficiente Intelectual (CI), especie de test que marcaba, para toda la vida, el grado de lucidez mental con la que venimos al mundo.

Para aquellos tiempos, la persona inteligente podía memorizar largos poemas y recitarlos, resolver difíciles ecuaciones matemáticas, leer y repetir frente a los demás todos los datos de una historia, de un relato, o de una lejana población ubicada en cualquier sitio en el mapa.

Ese paradigma ha variado en 180 grados. Está bien memorizar, saber dos o más idiomas, dar largos discursos porque todo ejercicio neuronal prepara mejores redes a la comprensión, pero lo que realmente interesa, lo que hace a una persona verdaderamente inteligente, es el saber transferir sus conocimientos a la realidad, a la existencia propia o del grupo social con el que está comprometido.

El concepto de inteligencia ha evolucionado adaptándose a los nuevos paradigmas y hoy se dice que una persona es inteligente cuando sabe dar respuestas asertivas a las situaciones, cuestiones, interrogantes, opciones que enfrenta en el diario fluir de la vida. De esa manera y merced a esas respuestas y elecciones la persona inteligente asciende a niveles superiores desde los cuales amplía su mirada, abunda en su comprensión del mundo, llenándose de compasión -entendida como compartir la pasión que siente el otro-, da de su luz, intenta que los demás se auto descubran y valoren en sus dones, en sus talentos, en la razón de sus vidas, marchando así a una mayor autonomía, a una mayor libertad en el accionar de sus búsquedas. Crece y hace crecer.

Estamos viendo (esta generación trae maravillosas propuestas de cambios) que ser hoy inteligente supone que, utilizando los conocimientos que nos transmite el saber científico y desde una visión más alta, se puede llegar a comprender la armoniosa trama del universo.

Vamos deduciendo cuánto tenemos que exigir de la inteligencia de nuestros gobernantes, quienes deben salir de las prisiones mentales, dominar y controlar los impulsos mezquinos, llegar a una mayor integridad. Es justo, entonces exigir que, con mayor flexibilidad y desarrollo para el trabajo asociativo, los que gobiernan se sometan a sus obligaciones de servicio, pensando y dando a los demás.

Pero hay más aún: la persona que llega a un alto grado de inteligencia- lo menos que podemos pedir a las autoridades- aprende a interrogar e interrogarse, escucha con atención, busca la verdad y la luz, y en un mundo de interrelaciones donde todo está conectado, aporta a la armonía, a la concordia, a la paz.

Ser inteligente es darse cuenta -a la manera de Einstein-, que es bueno “saber que no se sabe”, lo que significa ser humilde, ya que “pensar que se sabe todo, es enfermedad”.

La inteligencia emocional de la que ahora se habla, amplía el anterior concepto incorporando el de la razón ligada a las emociones.

Según Julia Palmieri en sus apuntes “La inteligencia emocional y su incidencia en los aprendizajes pedagógicos”, “la inteligencia emocional, a diferencia del cociente intelectual (CI) no se presta a ninguna medida numérica porque es una cualidad compleja que abarca la conciencia de uno mismo, la comprensión del mundo, la voluntad de cambio, la destreza social”.

La inteligencia emocional a partir de los estudios y publicaciones de Daniel Coleman, de la Universidad de Harvard, valora la inteligencia de la persona por la dimensión de su capacidad de ser feliz y hacer feliz a los otros.

Un desafío para los que gobiernan, una necesidad para los gobernados, porque de la inteligencia de la dirigencia depende, definitivamente, que las posibilidades de las mayorías, su capacidad de elegir y direccionar su vida, también vayan en aumento.

¿Podremos los argentinos salir de la dramática encerrona en la que nos encontramos y exigir al gobierno pruebas de decisiones inteligentes que necesitamos, más que nunca ahora, cuando, a todas luces, nuestro porvenir se sigue ensombreciendo? 





HUMANIDAD MISERABLE


“La democracia argentina se encuentra, por obra del Gobierno, en el linde de su dignidad. Unos pocos pasos más y la República se habrá disuelto en las imposiciones de un nuevo despotismo…Pronto surgirá lo hasta ahora inédito: de la ley habrán sabido valerse quienes la desprecian para consumar la insania de sus propósitos”. 
Santiago Kovadloff

En una noche de terror, los cordobeses y los argentinos de bien asistimos a la irrupción en escena de lo inédito, lo que nunca antes nos había sucedido: la emergencia del vandalismo. Bastó que la vigilancia policial desapareciera para que los hijos sobreprotegidos por el autoritarismo y la demagogia se hicieran ver. Desbordados.

Y muchos no lo percibíamos o creíamos que, al fin, existe una Nación común que a todos nos cobija y todos estamos en la misma República. Ingenuidad total que despertó con el estallido. El mal estaba adentro, en la misma sociedad y el desenfreno de demasiada gente, una multitud que sólo esperaba el momento de actuar.

Un tsunami, el atropello de aguas descontroladas, el instinto obedeciendo a las más bajas pulsiones. Fue el desnudarse de una gran masa que se comunicó y dio fuerzas con un mensaje subterráneo de destrucción y hasta de muerte: si el gobierno del país hace prevalecer sus mezquinos intereses a la ley, si los que gobiernan no saben ponerse de acuerdo, si la ciudad y la población trabajadora está desprotegida, es nuestra oportunidad.

Consecuentemente, anoche salió de abajo de la alfombra la verdad del mal que padecemos: la evidencia de la multitud de diferencias que nos dividen y hoy son palpables:

La primera evidencia nos llega desde el gobierno nacional que puede asistir al incendio sin mover un solo dedo en tanto su cálculo de beneficios le sume activos. Pura miseria.

Existe otra palpable separación entre el pueblo y los gobernantes y, más grave aún, la que hoy se está manifestando en Córdoba: la del pueblo contra el pueblo. Y esto tan caótico, tan parecido a una guerra civil, esta batalla entre hermanos, no parece ser sino el emergente de males mayores que debiéramos prever.

Hoy hay una batalla entre los que se desesperan por proteger lo logrado y los que, acostumbrados al tutelaje interesado del gobierno: dádivas, puestos inmerecidos que ganan con su presencia en actos a los que son llevados a aplaudir, planes sociales que han anulado en la mayoría su posibilidad de desarrollar el saludable ejercicio del trabajo, de un oficio que dignifique su vida y que se han lanzado a lo más fácil: saquear.

Indudablemente han salido a la superficie las diferencias entre las familias trabajadoras y los que han sido mantenidos en la marginalidad, cautivos votantes, pedigüeños, al margen de todo sistema educativo, formativo en valores entre los cuales, el primero y más sustentable debiera ser el amor a lo propio, al lugar en que se vive, a sus calles, a sus lugares públicos, a lo que se va construyendo generación tras generación. 

La falta de respeto, responsabilidad, atención a las consecuencias de un accionar vandálico evidencia que hay demasiados pobladores de este país que viven al margen de la ley en tanto el gobierno los parasita en su beneficio. Gran miseria de arriba y de abajo.

Lo que ha sucedido en Córdoba, el caos sembrado por tanta gente que se lanzó a robar indiscriminadamente, pone en evidencia las causas que nos ubican en los últimos puestos en educación, entendida como formadora de conciencias, como respeto a lo de todos, como dignidad humana.

En nuestro país, sutil, silenciosamente se ha sembrado el cáncer de la desmesura que va anulando centros vitales activados a través de dos siglos por la educación recibida, la enseñanza de los viejos modelos y maestros, las marcas que se imprimió en la formación humana con un mensaje cierto: se puede ascender con esfuerzo, con estudio, trabajo digno y tantas otras fuerzas internas, verdades, por ahora incorruptibles, que siguen guiando, -por suerte- la conducta de muchos.

Difícil resulta señalar cuál fue el virus que prendió en el cuerpo social la desventurada enfermedad que padecemos, pero sí podemos señalar que, aunque no todos hayan sido alcanzados por lo más destructivo del mal, nos carcome el alcance de las dudas sembradas por el mal ejemplo:

¿Es que en este país la corrupción, el robo de guante blanco, el vaciamiento de los dineros públicos han de permanecer inmunes? ¿Hasta cuándo la astucia, las mentiras evidentes de relatos de ficción, han de pasar su dañina mano por la adormecida conciencia popular?

Si bien tenemos clara conciencia de que en nuestro país impera la mentada “viveza criolla”, ¿habíamos medido las consecuencias del mal ejemplo que da la corrupción imperante, el desgobierno imperante en toda la nación y las infranqueables diferencias entre provincias y gobierno central?

Desde las entrañas del mismo pueblo, ha salido una masa desnuda de disfraces y vestida con lo que realmente nutre su condición de vándalos dispuestos a sembrar el terror, la destrucción, y el robo indiscriminado porque “Si en este país, los choros de arriba son premiados, ¿por qué no hemos de serlo nosotros con lo poco o mucho que podamos saquear?”. Respondiendo a ese pensamiento irracional ha actuado una humanidad miserable cuya médula reclama ser atendida para bien de todos. 





¿QUIÉN TIENE LA BATUTA? 


“El arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta”.

Herbert Von Karajan


La diputada Diana Conti, en respuesta a una preocupada periodista que le preguntaba por la intervención directa o no de la Presidenta en cada resolución gubernamental y específicamente en la última devaluación monetaria, destacó: “Ya sea usando luto o color blanco, esté en la Casa Rosada o en su residencia particular, en este país toda disposición pasa por las manos y juicio de esta gran estadista que se llama Cristina Fernández de Kirchner”.

Sin embargo, en estos últimos meses, no sabemos con certeza (aunque sospechamos que sí), si es Cristina quien está detrás de cada una de las múltiples y sorpresivas notificaciones que van cambiando el rumbo y valor de cada medida gubernamental; si es ella quien dispone todo, desde manejar el Ejército Argentino o si se ha de mandar o no ayuda a Córdoba, o en cuánto ha de devaluarse la moneda.

El saber de los otros

Pareciera ser que Cristina no delega, en el sentido de confiar realmente el mando a otro; por eso tanto desafinamiento, pese a que el manual básico de cualquier directivo de empresa, comercio, escuela o institución aconseja formar equipos, dialogar, nutrirse del saber específico de los demás, dejarlos hacer de manera responsable, y escucharlos y aprender de todos y cada uno.

Lo que el público percibe es que Cristina cree saber tocar todos los instrumentos, desde el piano al oboe y la flauta, aunque esa supuesta “sapiencia” llegue a los oídos ciudadanos como un desbarajuste orquestal que está conduciendo el país al caos, sin que ninguno de los actores dé la cara de manera responsable.

¿Quién está al mando? ¿Quién se hace cargo de las consecuencias de la improvisación, de la impericia, de la ausencia de un plan integral, de los permanentes cambios de instrumentación, de la dilapidación de los dineros públicos, del vaciamiento del Banco Central, de la remarcación permanente de precios que, aunque no se quiera llamar inflación, es inflación, y una de las más dañinas sufridas los últimos años? ¿Quién llama a las cosas por su nombre? ¿Quién se hace cargo de la negación de la realidad, de la prepotencia, de las múltiples enemistades ganadas?

Oídos sordos

Por todos lados, los síntomas estallan, llaman la atención de modo clamoroso y culminan en medidas que el común de la gente no termina de entender aunque las sufra y que han provocado llamados de atención del mundo, del Fondo Monetario Internacional, de numerosos gobiernos europeos, de diarios como The New York Times, de Estados Unidos, o El País, de España.

Sin escucharlos ni escucharse, el Gobierno nacional siembra culpas hacia todos los rumbos. El espectro de fantasmales enemigos y conspiradores crece.

Todos los demás mienten, todos conspiran, mientras la realidad se agita sin que se le conceda, aun en estas circunstancias de extrema peligrosidad de caer en el vacío, ninguna atención. Sin que la soberbia ceda.

¿Acaso no se ve, desde la altura del estrado del poder, que crece la presión social por el desajuste de salarios, precios y subsidios? ¿Acaso no se han sufrido saqueos aberrantes que denotan que el mismo pueblo está viciado por el “todo vale”, de manera que “vamos por todo”?

¿Acaso no debiera tomarse como un alarmante síntoma de absoluta desconfianza el hecho de que se necesite recurrir a una moneda extranjera fuerte, como el dólar, para ahorrar y que el 90 por ciento de los compradores de dólares ha dispuesto no dejarlos en los bancos? Reparto de culpas

Lo cierto es que en esta Argentina, a la que muchos llaman “el país de la timba”, el pueblo sólo pide responsabilidad de los actos, presencia de quien sostiene la batuta del poder.

Lo que por ahora se percibe es un continuo reparto de culpas: a los empresarios, a los comerciantes, a los jueces, a los medios de comunicación, a la clase media. Siempre a los otros.

La lista es interminable, en tanto poco a poco van desapareciendo de escena los más altos funcionarios y haciendo mutis por el foro callan, se habla de otra cosa, no se asume. Se deja al pueblo huérfano. Sería bueno que la Presidenta delegue y transfiera autoridad plena a sus delegados, porque esa es una manera de multiplicar en forma acordada los sonidos y de permitir que cada uno le arranque lo más que puede dar a su instrumento, pero sin olvidar que quien dirige la batuta es ella y que, por lo tanto, el aplauso o abucheo final es y será de su absoluta responsabilidad.







UN APORTE A LA LECTURA DE LOS COMICIOS

Un acto que debiera ser aprendizaje hacia una más pura democracia se convirtió en un vergonzante trueque de votos por favores.

Nuestro idioma ha creado una vastísima red de palabras. El uso las va dotando de mayor o menor significación. Cada época marca algunas con gruesos caracteres, o las destiñe y hasta las degrada.

La palabra “políticos” es una de esas voces a las que el mal uso quitó su semántica original –“el que tiene arte de gobernar y dar leyes y reglamentos en beneficio de la ciudad (polis)”- para reemplazarla por “cortesano”, hasta asimilarla al término “corrupto”. 

Y todos los hablantes tenemos una importante participación en la degradación de lo que antes se entendía como la más desinteresada, noble y generosa entrega. Para bien de todos.

Muchos de los que trabajan en la política han demostrado tan poco interés en la cosa pública y tanto empeño en aumentar sus personales ganancias, se han hecho tantas trampas en las urnas, se ha mentido tanto, se ha marginado de tal manera a los pobres, que ya nadie cree en nadie que se dedique a la vida pública.

¿Cuáles son los efectos cívicos de esta actitud?

¿Cuáles son los efectos de la calcinación de una palabra que debiera estar tan enaltecida?

Es importante que lo analicemos. La gente de clase media, lamentablemente disminuida, se refugia en un precavido resguardo. Puertas adentro, concentra su interés en lo suyo. Ha crecido así otra palabra: individuo.

Ha disminuido sus alcances –a niveles que debieran alarmarnos- otra: ciudadano.

En tanto, las gentes de las clases más desposeídas han recargado la semántica de “hambre”, y el dolor estomacal que produce la ausencia del pan ha disminuido la capacidad de sobrevivencia a lo inmediato. Lo único que parece interesar es satisfacer las necesidades mínimas, primarias.

La mirada se ha acortado al “ya”. Ni qué hablar, entonces, de la calidad de los candidatos, valores y conductas. Ni qué hablar de democracia, gobierno del pueblo, voluntad, libertad, responsabilidad del elector. 

De lo que sí se puede hablar, porque de eso hablamos, es de dádivas, de compraventa de conciencias, de promesas y aun de amenazas extorsivas. 

Internas partidarias
Porque quienes manejan los destinos de la provincia, es decir la suerte de cada ciudadano, han sabido usar en estas internas radicales, adecuadamente, este desmoronado diccionario político argentino. 

En los pueblos del interior, en las zonas más empobrecidas, los jefes, candidatos, autoridades, han abusado de esta nueva modalidad eleccionaria, transformando un acto que debiera ser aprendizaje hacia una más pura democracia, en un vergonzante trueque de votos por dinero.

Inescrupulosamente, amparados en el mandato de la autoridad superior que bajó personalmente la orden: “Hay que ganar estas internas cueste lo que cueste”, animados por la actitud indiferente de testidos amodorrados, pagaron, sin disimulo -¿para qué?- con moneda constante y visible: combustible para caravanas, asistencia a actos, compromiso de votarlos.

De esta manera, quienes actuamos como fiscales, o vivimos más desde adentro estas internas, asistimos a la avalancha de gente “conducida” a votar, al espectáculo de pago por voluntades en las puertas de escuelas en que se votaba, de entrega hasta último momento de bolsones y vales para comida o traslado.

Dinero, mucho dinero apostado a una victoria que se aseguraba. El dinero del pueblo, el de los jubilados, el de los maestros, volviendo al pueblo… pero para pagar la más anticívica e irresponsable acción: la de formar legiones obedientes y no pensantes.

Contando con ellas se puede llegar a la suma del poder público, como en tiempos que ya creíamos superados. Contando, además, con la indiferencia, el dejar hacer, de los restantes pobladores, el poder crece más todavía. 

Miedo y favores
Las palabras vuelven a ofrecer su significación: “miedos” es una de las que se vigoriza hoy, porque el miedo anda rondando en la sutil amenaza a quedar fuera del empleo, del plan Trabajar, de ese puesto obtenido como pago a favores. 

Ante este incontenible desborde de significaciones salidas de madre, quienes sienten el llamado a actuar en la buena política, sienten también la fuerza del más triste vocablo: impotencia.

Pero el hombre es buscador de sentido, y si “impotencia” justifica a los más cómodos, “búsqueda” alentará a los optimistas. Porque siempre, siempre, debe existir esperanza.

Y la esperanza enfila a esos espacios luminosos que muchos están develando con adelantados pasos: deben ponderarse como objetivo esencial y primero del progreso argentino el fortalecimiento del compromiso cívico de cada ciudadano. Debe entenderse que la gente, en masa, no cambia, y que es obligación de los gobiernos desactivar las fuerzas míticas que enceguecen a multitudes, poniendo todo el empeño en educar al pueblo. 

Y educar es potenciar las fuerzas individuales guiándolas a su máximo desarrollo, es mostrar los infinitos caminos que la libertad ofrece para el personal crecimiento, es respetar y poner en acción la capacidad pensante de cada ciudadano.

Educar es la obligación primera de los gobernantes. Educar la libertad responsable. Potenciar la voluntad de crecer. Alentar el “vale la pena”. Anular la impotencia.

Quienes entienden que el fundamento del desarrollo es el recurso humano llevado a su optimización, cimentarán “democracia” y tendrán la satisfacción de sumar a su gestión el aporte de la competencia e imaginación creadora del pueblo, junto a la seguridad de haber sido bien elegidos. 






LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS Y LA GLOBALIZACIÓN

Hacia un mayor conocimiento y respeto mutuos


En “ El laberinto de la soledad “ Octavio Paz , utilizando la maravillosa parábola del río de la historia , habla de la necesidad que tienen hombres y pueblos de detenerse, cada tanto, para observar su propia imagen y hacerse las preguntas que conducen a un encuentro necesario e inaugural : el de uno mismo.

Así empieza a reconocerse el hombre en su edad adolescente, quien, “inclinado sobre el río de su conciencia,-dice - se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo es el suyo”.

Y así lo hacen los pueblos, en las conciencias de sus representantes, que se supone son los hombres que marchan a la vanguardia de su tiempo; en las conciencias de las grandes mayorías, si de avanzadas democracias se trata. En un momento de su andar histórico se inquieren , se preguntan, se reconocen y se asumen, para, fortificados en sí, darse al mundo.

Cada tanto, es justamente el mundo el que obliga, el que llama, y hasta impone esa actitud de introspección que recupera razones y sentidos, que devuelve al río su dirección.

El momento universal que se está viviendo en esta significativa centuria que abre las puertas al tercer milenio, es uno de esos momentos cruciales en que todos los pueblos que se inquietan por su destino y el lugar que ocupan en el mundo , se están haciendo las fundamentales preguntas que conducen a las entrañas de la identidad, y a las vías de la integración.

La globalización que llama hacia significativas y revolucionarias concertaciones apurando el paso sobre todo el de los pueblos latinoamericanos, es una de esas circunstancias convocantes.

Y por sus mismas características “ globalizantes” vuelve imperativo el hacer un alto, no sólo para que cada país se conozca más en los entramados que se cierran en sus propias fronteras, sino para que sepa algo y más de las otras naciones a las que llama hermanas lo que puede lograrse con un abrirnos al mutuo , al recíproco inquirir de qué somos como latinoamericanos, quiénes somos cada uno de los pueblos que nos llamamos así porque una lengua , una religión, una común colonización y conquista nos han puesto en un cauce hermano.

Y la verdad es que en esto del conocernos más y mejor, sólo se ha llegado a un punto muy alto de la retórica -¡Cuántos discursos políticos y escolares se dilatan en la exaltación de la hermandad de los pueblos, de “ las puertas abiertas a los hermanos latinoamericanos”¡

Pero bien pudiera decir la experiencia que existe una buena intención y muy escasa acción.

Porque es muy poco, en realidad, lo que lo que las naciones latinoamericanas conocemos unas de otras, lo que nos acercamos, lo que queremos saber. 

Así, allende los ríos, las montañas, las latitudes y geografías que configuran cada nación hispanohablante laten las idiosincrasias, las particulares maneras de ser y de vivir, las maneras de decir, de nombrar, de ver y de hacer frente al mundo.

Temperamentos, tradiciones y culturas que, entre los mismos latinoamericanos desconocemos.

Y no se ama lo desconocido, ni mucho menos se lo respeta., ni mucho menos aún se puede llegar a concertaciones, a encuentros positivos.

Sin embargo todos tenemos la plena convicción de que un mayor y mejor acercamiento, puede redundar en grandes beneficios enriqueciendo, iluminando, matizando, nuestras respectivas potencialidades.

Claro que para ello es necesario hacer real el tan mentado “ abrir las puertas ”, poner atento el oído, escuchar, en fin , permitir la llegada de unos a otros, las propuestas de unos a otros, sin prejuicios que, sin el debido conocimiento, entorpezcan una fluida y saludable relación.






LOS AMARGOS FRUTOS DEL POPULISM0


“El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. Mariano Grondona

Entre las múltiples y hasta contradictorias definiciones de populismo, citamos la que dice que "es un reparto complaciente de la riqueza. Un reparto sin producción que funciona en forma paternalista y clientelista mientras haya recursos que repartir. Después, sin posibilidad de reparto, el populismo colapsa". (Escobar Salom). Entonces el pueblo debe tragar sus amargos frutos, -agregamos preguntando con intención:

¿Qué conductas políticas y ciudadanas han igualado a la Argentina con los pueblos más atrasados del planeta? ¿Cómo se abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en un nivel mucho más alto de calidad de vida con puestos de trabajo dignos y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad y economía?

En su programa de CNN, el argentino David Oppenheimer, indagaba: “¿Por qué nuestro país, cuyo destino parecía ser el primer mundo, marcha tan a contrapelo de los más progresistas? La respuesta culpa al populismo mal entendido y peor aplicado que ha gobernado y gobierna actualmente el país y cuya política es, en realidad, el reverso de la democracia, y sus políticas redistributivas, un instrumento de dominación.

Visto así, el populismo es pura pasión, poca razón, escasa duración, y nada sustentable porque lo emocional es difícil de estabilizar y su permanencia depende de la constante capacidad del líder para echar fuego en las pasiones colectivas.

Lo emocional del movimiento se hace evidente cuando, llegado el momento en que la razón dice “Basta, esto no va más”, aparece La Presidenta por Cadena Nacional y llama la atención del pueblo con un nuevo mensaje cargado de furia, de retos, de gestos desordenados que encienden las alicaídas emociones populares. Y el populismo vuelve a reinar ya que a la mayoría no le interesa demasiado el orden y coherencia del pensamiento. 

El discurso populista sabe explotar y despertar nichos de aten­ción emocional como la indignación, el miedo y el odio para así mantenerse latente.

Cuando la mala cara de la realidad ataca también a las emociones, el populismo utiliza los medios de comunicación de masas y un tipo particular de discurso mediático, una brillante oratoria y variadas estrategias de escenifi­cación como la teatralización, que adquieren hoy una creciente relevancia como tácticas de marketing. 

Desde el lado racional, nosotros preguntamos: si el intento populista ha sido considerado “… la más grave enfermedad política de América latina” (Escobar Salom), y si “Ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas generando en cambio una corrupción incontrolable”, (Enrique Neira Fernández), ¿por qué ha vuelto a someterse a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista y en todo caso a lo peor de su esencia? Porque en nuestro país, donde otrora el populismo intentó integrar las masas populares al Estado para su democratización (como lo define Laclau), en la práctica de hoy el gobierno se limita a buscar el apoderamiento de las mayorías con propósitos electoralistas. Y este tipo de populismo, bien se ve, ha puesto grilletes a la prosperidad porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo, porque, sobreprotegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias y para hacerlo da subsidios indiscriminados, planes sociales que no piden a cambio una contraprestación ni mejor desempeño ni más esfuerzo creativo. Solamente adhesión.

Todos sufrimos los amargos frutos de esta política, porque para sostener el sistema se debe imprimir moneda sin control, estimular el consumo sin producción y de allí la inflación sin tope. Además, en una impúdica demostración de su verdadera obsesión, el poder, se protege, asfixiando a los adictos, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos y le da la espalda a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, a los que castiga con intención ejemplarizadora, cuando se atreven a insubordinarse.

El populista no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia, ni investiga las causas de fondo. Envilece las fuerzas creativas, como expresa Carlos Herrera: “Sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social.”

A una pregunta a Oppenheimer, sobre por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad respondió: “Porque lejos de adular y adormecer, despiertan los hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente”, a lo que agregó: “La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles a aprender materias esenciales como las matemáticas, agudizando su comprensión lectora, optimizando su capacidad de pensar y juzgar”. Y esto, gente que juzga y piensa, -lo que no conviene al populismo-, es lo que sí puede mejorar los frutos.






ARGENTINA, ¿UN PAÍS DE BUENA GENTE?

“¿Qué es ser buena persona? Desear el desarrollo. Por mero amor de lo que es, por cuidado y aceptación, por regocijo existencial”.

Alejandro Rozitchner 

Un repetido slogan de Presidencia de la Nación dice:”Argentina, un país de buena gente”. ¿Y la hay?, ¡claro que sí! Pero, ¿qué se entiende por ser buena gente? Escapemos del relato.

Ser bueno es ser desarrollado o, mejor aún, estar en la dinámica del pleno crecimiento, lo que quiere decir ser consciente del todo al que se puede llegar (gran y vital meta) a partir de los talentos y capacidades con que se viene dotado. 

Proponerse lograr lo que se puede llegar a ser, llevaría, a partir de la bondad inicial de la mayoría de los humanos a elevarse a un nivel superior, y la suma de esas bondades permitiría hacer un gran país porque la fuerza de una buena persona, el estar bien parado en uno mismo se proyecta en el deseo de ver crecer a los demás, mejorando así, expansivamente, a la sociedad.

Por cierto desechamos aquí la idea con que se emplea “bueno”, “bondad”, tan engañosamente, como sinónimo de buenito, dócil, domesticable, obediente, dependiente, fácil de conducir adonde pueda ser de utilidad a los aprovechados.

Para el filósofo Rozitchner “Las personas no son entidades definidas y estáticas, porque (una vez lanzadas a su desarrollo) están siempre en proceso de crecimiento. Querer a alguien no es apretarlo fuerte, es favorecer su despliegue. Es decir, enamorarse de la evolución propia incluye la ajena, la plenitud del otro”.

Si los padres, los maestros, los gobiernos hablan de “buena gente” deben ponderar y potenciar su amor a la libertad, su capacidad de pensar, juzgar, participar y expresar sus ideas, aportando sus creaciones con confianza en el propio valor y posibilidad de conquistar, con esfuerzo, lo que la existencia le ofrece. Ser buena persona no es ser un manso y resignado cordero que obedece voluntades omnímodas, sabelotodo, prepotentes y, aunque muy poderosas, descalabradas.

Preguntémonos ahora, qué quiere decir el mensaje de Presidencia de la Nación cuando habla de “un país con buena gente”.

¿Responde su mirada al perfil que tratamos de transmitir? ¿Le preocupa que la buena gente argentina sea autónoma, pensante, participativa, una buena ciudadanía que cuide lo de todos, aporte su idoneidad, talento y creatividad, creyendo más en sí misma que en dioses providenciales que perfeccionen el escaso nivel humano que los subsume?

¿Qué tipo de bondad promociona para que este carácter humano fundamental mejore, crezca en cantidad y calidad y contribuya a que el país desarrolle su potencial adormecido?

Tal vez el diario francés LE MONDE en su editorial de la semana pasada orientaría una respuesta que ya no esperamos y aunque llegara sería inútil y tardía:

…”El gradual descenso al infierno" de la Argentina en los últimos 70 años recuerda que las diferencias entre naciones se deben más a los gobiernos que a tener recursos naturales. El clientelismo estructural, la fuerte injerencia del Estado en el ámbito privado y el poco respeto de los derechos de propiedad hoy despuntan en la Argentina. La negación de la realidad y un carácter suicida existente en estos momentos desvincula a este país de la realidad y el mundo".

Opinión que reafirma la intuición de minorías de argentinos, (día a día más y más firmemente convencidos), de que muy poco nos ha valido envalentonarnos por los otrora muy apreciados dones naturales con que fuimos regalados, porque con gran falta de amor por lo nuestro, de responsabilidad y de inteligencia, (lo que es una mirada proyectiva hacia el futuro), no sólo hemos abandonado y desperdiciado sino destruido y donado o vendido esos bienes, grandes territorios, minas, pozos de gran riqueza, en beneficio personal. 

La verdad, a la que demasiados “buenos“ le vuelven la espalda para describir la suya hecha a la medida de sus intereses, sin embargo, no puede ser desoída, tanto porque es un pilar esencial a la bondad, como porque hoy penetra con cuchillas de hambre la carne de esa misma gente.

La necesidad básica de alimentarse mejor, de buena salud, de una justicia temporal y prácticamente justa y poderes realmente democráticos, va abriendo los ojos de muchas ciegas obediencias (¿o miedos?), tanto como la de la buena gente argentina, permitiéndole advertir lo importante y urgente: El país no mejorará ¡vaya si se está comprobado! sólo porque nuestras generosas tierras nos den, entre otros bienes, buenos pastos, si no se empieza a abonar la buena tierra mental de más argentinos.

La realidad, hoy negada, siempre devuelve con igual calidad lo sembrado en conocimientos, buen aire, buena agua, buenos fertilizantes. El ciego y alimentado fanatismo de demasiada “buena gente”, ha entorpecido el accionar de posibles buenos gobiernos, el asomo de la creatividad, el aporte de los que en realidad saben, y por eso urge que las que son realmente desarrolladas y buenas personas sean más y que “no guarden silencio”, como pidió Gandhi. Eso sería realmente lo bueno. 


                                

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