II- Educación


¿A QUÉ APUNTA LA EDUCACIÓN ARGENTINA?



La educación hace a la gente fácil de dirigir pero difícil de manipular, fácil de gobernar pero imposible de esclavizar." 

Henry Peter Brougham 


Quizás una de las medidas más urgentes a tomar en el empeño de mejorar la educación de nuestro país y ascender a mejores puestos en los certámenes mundiales (más que por la competencia en sí, para poder medir cuánto se ha logrado en los niveles posibles de alcanzar), sean la de fijar su finalidad, a qué apunta, qué tipo de personas y ciudadanos se pretende formar.

Absolutamente carente de ellos, diluidas las metas en un borroso “aprender a aprender” sin aclarar los qué ni los cómo, la educación argentina marcha a la deriva.

Sin puerto inmediato ni mediato, debilitada su misión, ¿qué puede esperarse sino que el medio ambiente que la rodea la impregne de su laxitud, de su todo vale, de la devaluación de los valores que dignifican la vida, de la exacerbación de lo instintivo, impulsivo, irracional para satisfacer el placer incontrolado, del no querer hacer, de la imitación de los “más vivos que se llevan las riquezas del país y las reparten entre quienes están a su alrededor”?

No se puede pedir a la escuela que permanezca inmune a los males ambientales mientras casi todas las instituciones manifiestan, en mayor o menor grado, haber sido alcanzadas por la corrosión, estar manchadas por las sospechas de negocios vergonzosos, es decir desgastadas y desautorizadas; no se le puede exigir lo que no se logra en el ámbito social; no se puede pedir a los docentes lo que no pueden lograr los padres en el hogar.

Sin embargo ella, la escuela, es una institución madre y debe buscar, imperiosamente, motivos que le den sentido y vigor porque de su mejoramiento depende una vida social más sana. Por eso, aclarar los objetivos que persigue y resignificar términos que la orienten, es esencial, ya que la escuela, de la misma manera en que lo hace la familia en la primera etapa del desarrollo humano, forma a los futuros ciudadanos, los que han de llevar a su trabajo, cargo, profesión u oficio la incorporación de hábitos que más tarde, ya transformados en carácter, se vuelven imposibles de reformar.

¿Se ha pensado, por ejemplo en refundar palabras que se han perdido en su misma obviedad o no han vuelto a repensarse, como es por ejemplo “educar”? Tanto se habla de educación pero, ¿qué es educar? Las definiciones académicas sobran pero si las pusiéramos cerca del oído común, del hombre y padre de la calle, y tratáramos de dar claridad, podríamos decir que “educar” significa hacer consciente ideas, conocimientos, llevarlos al cerebro reflexivo, al que piensa y elabora juicios críticos y selecciona y elige y juzga cada acción y decisión a tomar en beneficio del mejor desarrollo humano.

Entre los valores de los que poco o nada se habla cuando se proponen fines en educación uno de los principales es la responsabilidad.

En el aula

Los docentes sufren, o quizás ya están acostumbrados a la falta de cumplimiento de las tareas, tanto dentro de la escuela como fuera de ella; sufren la desidia, la apatía, la indiferencia de los chicos de hoy. También sus permitidas rebeldías.

Habituados al “no estudié”, “tengo sueño, anoche me quedé hasta tarde viendo TV”, y otras lamentables respuestas, han ido ablandando las exigencias y finalmente hoy manifiestan una débil voluntad para hacer cumplir los objetivos mínimos de su materia. De esa manera los alumnos pasan sin saber y los docentes, que tampoco deben responder a ninguna autoridad que se haga cargo, caen en el estado de anomia actualmente generalizada.

¿Cómo pretender que los alumnos argentinos ocupen lugares más altos en los exámenes Pisa si hoy no superan los más elementales y confeccionados a la cómoda medida de los argentinos? Además, si nuestros maestros fueran sometidos a estos exámenes internacionales, ¿cuál sería el nivel que alcanzarían? Otro tema para pensar.

Restablecer la gestión de actitudes responsables de todos los agentes del quehacer escolar, hacer que el alumno actúe convencido de los bienes que puede lograr en sí mismo , poner en claro los fines parciales de cada nivel hasta lograr tanto conocimientos como actitudes y conductas, debiera ser tarea actual de la más alta conducción educativa, de los ministerios nacional y provinciales, que, por lo que se puede ver, hacen muy poco, ganados también por el dejar pasar, permitir que las cosas sucedan, no intervenir, en fin, no saber adónde se dirigen.

Falta convicción en los que conducen la educación argentina, falta fuerza y esa debilidad se derrama desde arriba hacia abajo.

Un gran objetivo: la responsabilidad

Es fácilmente observable que la demagogia generalizada en el orden político, familiar, y también escolar, manifestada en permisividad, sobreprotección y ahogo de posibilidades de desarrollo personal, ha producido una mayoría de ciudadanos que no responden por sus actos, que son irresponsables a pesar de haber alcanzado la edad adulta, lo que habla de un grado deficiente de preparación y madurez.

¿No es urgente, entonces, pedir que sea la familia y la escuela las que formen a las nuevas generaciones en el ejercicio de la responsabilidad? Para lograrlo habrá que empezar a tomar algunas medidas como:

En la familia, dándole a los chicos tareas acordes a las capacidades de la edad pero de las que cada uno debe hacerse cargo.

En la escuela con objetivos claros, secuenciados, subordinados a las grandes metas de la educación hasta lograr la participación interesada y creativa de los alumnos en su propia construcción. Con un cada vez más alto grado de exigencia sobre el que se habrá acordado con los padres y los mismos alumnos y con tareas bien pensadas que apunten al avance hacia los objetivos.

Y siempre la exaltación generosa de las acciones responsables de todos los agentes del quehacer educativo, desde la tarea ejemplar del docente que hace, cumple, da lo mejor de sí, a la de los alumnos esforzados, tan carentes hoy, en la mayoría de las escuelas, de estímulos.

Hay mucho por hacer, por repensar, por trabajar. La posibilidad de superarnos a través de la educación, nos llena de renovadas esperanzas.




LA ESCUELA QUE TENEMOS


“Entre los barómetros básicos que pueden enseñarse para calibrar el desarrollo humanista de una sociedad, el primero es, a mi juicio, el trato y consideración que brinca a sus maestros y escuela” (Fernando Savater, escritor español)

Sujeta a cambios permanentes, a la imposición y coerción venidas desde afuera y a la caprichosa corriente política del momento, la escuela fluctúa entre los mensajes del ayer y los disparados por las necesidades o improvisación del momento.

Parece que pocos, o casi nadie, quedan a salvo de los efectos devastadores del capitalismo salvaje que hoy gobierna el mundo. Los argentinos, en el extremo de su espiral, los padecemos agudamente aunque lo hagamos un tanto inconscientes o adormecidos. La sociedad toda los padece. Sufre la familia una incontenible caída de su autoridad básica y esencial. En su temporalidad anda asiéndose de los salvavidas que escasean. Apenas si puede dar sustento a las necesidades básicas de sí misma.

Y como consecuencia, así están los chicos, los adolescentes, los jóvenes, librados hoy a la tutela de la televisión que los inmoviliza, los distrae, les permite una edulcorada evasión.

Mal anda el hombre.

También las instituciones, aun las más elevadas, las que debieran sostener la moral de la república. Todas parecen sucumbir ante los engaños que les tiende el canto de sirena del consumo, del marketing, del confort o de la posesión del dinero por el dinero mismo.

Es ésta un época en que, paradójicamente, las grandes conquistas llamadas “comunicaciones” operan para la incomunicación de lo verdaderamente humano, y distraen de lo que enaltece y trasciende al hombre. En un contexto así, ¿cómo puede andar la escuela?

Sin embargo a ella se le reclama que goce de la mejor salud, que cumpla su misión de educar, de formar al hombre integral, de transmitir valores y conocimientos, como si pudiera permanecer impoluta en un aislamiento del que también justamente se la acusa.

Y tanto, que se ha llegado hasta a poner en tela de juicio el sentido de su existencia. Libros como “¿Para qué sirve la escuela?” de Daniel Filmus y otros, revelan que existe un estado de descreimiento en ella y operan como un llamado de atención para asistirla en su debilitamiento.

Entre posiciones más o menos pesimistas encontramos comentarios como el de Juan Carlos Tedesco que dice “La crisis educativa no proviene solamente de la deficiente forma en que la escuela cumple con los objetivos sociales que debieran asignársele, sino que, más grave aún, no sabemos qué finalidades debe cumplir y hacia dónde orientar sus acciones”. Un juicio desalentador, que ata las manos de la esperanza, pero que deja bien claro el estado en que podemos encontrar a nuestra pobre escuela argentina.

Un bombardeo de exigencias

Poco importa en último extremo lo que se enseñe, con tal que se despierte el gusto y la curiosidad por aprender. “No es cuestión de qué sino del cómo…” dice Francois de Closets. Con pasión, con convicción, pudiera agregarse. Y teniendo muy claro para qué. Sin embargo, en el avance de su atemporalidad a través de circunstancias y edades la escuela ha recibido diferentes mandatos. Y mucho es lo que se le exigió (y se le sigue exigiendo). Así debería ser, por ejemplo:

· La que contribuya a la formación de la identidad nacional a través del consumo de contenidos a veces aprendidos y recitados memorísticamente.

· La formadora de ciudadano como miembro activo de la sociedad, atribuyéndose particular importancia a la educación para el desarrollo político del país.

· La promotora de la movilidad social.

· La que perpetúa la humana experiencia, guarda nuestra memoria colectiva, mantiene a punto hábitos y destrezas.

· La formadora del núcleo del desarrollo cognitivo pero también de la personalidad.

· La formadora de competencias intelectuales, es decir procesos cognitivos internos necesarios para operar con símbolos, representaciones, imágenes, conceptos, para enfrentar todo tipo de problemas con adecuada interpretación y acción.

· La que forma personas capaces de pensar y de tomar decisiones, de buscar información relevante, de relacionarse positivamente con los demás y cooperar con ellos, es decir formar seres polivalentes.

Y se le pide además, mucho más.

La lista de elevados, a veces inalcanzable, objetivos a desarrollar es infinita. Sujeta a cambios de rumbo permanentes, a la imposición y coerción venidas desde afuera, a la, a veces, irresponsable y caprichosa corriente política del momento, la escuela fluctúa entre los mensajes del ayer y los que surgen disparados por las necesidades o improvisaciones del momento.

Para algunos, atentos a lo superfluo, la escuela es sólo su aspecto físico, su cuerpo. Muchos la miden por la cantidad, por sus instalaciones. Otros apelan a su funcionalidad. Hoy se habla de la atención de la escuela-obligación de todo buen gobierno por el número de inauguraciones de nuevas escuelas.

La sociedad aplaude su advenimiento, pero es otra la problemática a la que nos referimos. Es sobre su sobrecargada espalda y su debilitamiento donde deseamos dirigir la atención.

Las exigencias de hoy

Hoy a la escuela se le pide que desarrolle en sus sujetos la capacidad de emplear competencias intelectuales en el campo de la tecnología y aun le propone el ideal de hacerlo “sin sometimientos a visiones mesiánicas y míticas de ella”

Y se le cuestiona:

¿Acaso no está obligada a preparar competidores aptos en el mercado laboral? ¿Acaso esos hombres no deben ser, además, hombres completos? Y aun se le urge en la clarificación y resolución de una duda fundamental y que requiere respuestas y acción sostenida y esforzada para lograrlo: ¿Debe formar sujetos obedientes, adaptables al modelo imperante, o fomentar la creatividad individual, la innovación, la autonomía del individuo? ¿Ha de educar al hombre integral, social, ético, ciudadano, o al hombre práctico, de acción?

Para el mayor desconcierto

Al mismo tiempo, su imagen de escuela no productiva ha provocado la pérdida de los beneficios del Estado protector y benefactor de antaño, disminuyendo su inversión en ella.

Y la familia, debilitada en su misión formadora y transmisora de valores, hace recaer en la escuela responsabilidades que, en otras épocas eran de su competencia.

¿No es contradictora la actitud social con la escuela? Se le exige pero al mismo tiempo se la desvaloriza.

En momentos en que cada argentino intenta subsistir en una sociedad sujeta a permanentes cambios, con absoluta inseguridad laboral, con la amenaza de cambiar en su vida varias veces de ocupación fluctuando entre trabajo y subocupación, en una sociedad de exclusión económica en la que la pobreza es una realidad, la escuela, la formación del futuro ciudadanos es nuestra esperanza.

Ella es la que puede, la que debe poder. Porque de ella depende el mejoramiento de nuestro ser argentino, nuestro ascenso como nación. Toda la sociedad debe tomar conciencia del valor incuestionable de la escuela. Y asumir que es urgente prestarle atención, infundirle ánimo, confianza en sí misma. Para que recupere sus fuerzas y su autoestima, ya que si a ella tanto se le exige y se le pide y se la juzga, y más todavía, se la sobrecarga, es porque se sabe de su alta misión y se le reconoce que es la que puede salvar a la sociedad, alentar a los niños jóvenes, prepararlos para afrontar las graves dificultades de la vida, advertirlos de los peligros de la exclusión y revalorizar el valor del conocimiento, considerado por quienes marchan adelante como el mayor reaseguro del crecimiento.

Para que la escuela encauce al alumno, apoye su crecimiento, lo aproxime a su adulta plenitud humana, para que le permita descubrir su genio, su vocación, y lo haga autónomo, libre, ético, capaz, creador, ella misma debe convencerse de sus virtudes, de su pleno valor, de su firma decisión de educar, de su autonomía, de su libertad para decidir y de su capacidad creativa.





EDUCAR EL EJERCICIO DE LA RESPONSABILIDAD EN LIBERTAD

Han concluido recientemente las deliberaciones del II Congreso Pedagógico Nacional y, seguramente –las conclusiones no han sido difundidas aún- se debatieron allí los grandes temas que hace a los espectaculares cambios en la vital área de la educación.

Sin embargo, es muy posible que algunos temas, por remanidos, sobreentendidos y supuestos, hayan sido dejados de lado muy poco tenidos en cuenta. Por ejemplo: ¿quién no sabe o está de acuerdo en la necesidad de formar el sentido de responsabilidad del alumno? ¿Por qué discutir un aspecto que no inspira, siquiera, el comienzo de un debate?

No obstante, el contacto diario con el educando, la realidad de aula, evidencian que, a pesar de los postulados de la reforma educativa, y de los honrosos casos en que el docente logra que el alumno responda por sí, es la responsabilidad uno de los valores menos ejercitados en la actual escuela argentina. Y ¿quién no lo sabe? Esa carencia es una de las causas principales de los males que padece la República en todos los estamentos de la vida nacional.

En el momento que se habla tanto de “democracia” y “libertad” debe reforzarse el ejercicio de la responsabilidad del alumno, futuro ciudadano, ahogado hoy por una actitud paternalista, sobre protectora y demagógica del hogar, la escuela, y más tarde el gobierno.

Lo que se vive en el aula

En la escuela se percibe una actitud casi generalizada: los alumnos no cumplen con sus tareas en el aula y extraescolares, sino media un permanente control de docentes, el temor a la nota, la persecución y coerción.

Frases tales como: “hoy no estudie”, “ojala hoy no me hagan pasar…”, “me aplazaron”, “póngame el alcanzó”… etcétera, pueblan las aulas conducidas por muchos docentes argentinos.

No hemos acostumbrados a tolerar el “no estudio, total después copio o me aprueban por lastima”, o “el profe es bueno”.

Lo lamentable es que este no responder, este dejar pasar, ha ganado toda la geografía argentina, ha trascendido el aula y se ha instalado en las instituciones, en las oficinas públicas, en los círculos dirigentes.

Son muy pocos los que, sin ningún aliento, responden por sus propios actos y ante el solo tribunal de su conciencia; los más actúan irresponsablemente, “total, nadie asumirá la responsabilidad de pedir cuentas”.

No es de extrañar, entonces, que cueste tanto a los docentes de vocación hacer entender a sus alumnos, y a los padres de sus alumnos, que su misión es enseñar a aprender, no hacer el camino fácil para que logren el “alcanzó”, que cueste hacer entender que la escuela no es solo fábrica de diplomas, trampolín para lograr una situación más acomodada, sino un lugar donde se aprende a transitar el maravilloso camino que lleva a cada alumno, primero, al encuentro consigo mismo, al hallazgo de su mismidad, para que, partiendo de su centro, se proyecte con interés y esfuerzo, al encuentro del más profundo sentido de la vida, fuente de una felicidad humanamente superior.

Sin embargo, sabemos que el adolescente es un natural buscador de sentido. ¿Por qué no encauzarlo y orientar el ejercicio del “respondere per se”?, ¿por qué no ejercitar un voluntario volcarse al aprendizaje, a hacerse cargo de sus logros y aprender de sus fracasos?

La vida de los que llegaron a ser grandes puede apuntalar una decidida acción a favor del inicio de una nueva actitud: “Tuve una vida muy dura –dice Sábato- había responsabilidades y nos metieron eso junto con el jarabe Pagliano y la emulsión Scott. La idea era la responsabilidad, hacer las cosas, hacerlas bien”…

…”Mi vida parece una larga carrera de obstáculos y yo soy el principal”, dice Jack Para.

“La vida es subsistir en plenitud”, establece Buscaglia, “significa compromiso activo, supone ensuciarse las manos, caerse, llegar a uno mismo, salir, remontarse a las estrellas…”

Propuestas para una posible campaña en pro de la responsabilidad

Generar responsabilidad en nuestros alumnos para que de él se proyecte el futuro ciudadano, padre de familia, docente, dirigente, no es, por cierto, tarea fácil.

Tal vez podamos organizar la acción a través de un serio estudio –tarea para especialistas- de las causas que han ido generando la actual situación.

Desde nuestra posición de docentes alcanzamos a descubrir que la demagogia, la burocracia y la falta de metas claras son, en el plano social, causas de un profundo “vacuo existencial” que impide al hombre responder por sí, hacerse cargo, decidir respetando al otro, remontar el vuelo en el clima de libertad que se le ofrece.

Pero también podemos señalar como causales interactuantes:

-A la familia, que suple otras carencias con una declarada permisividad.

-A la escuela misma, que por falta de retroalimentadores y estímulos cuando no por falta de autoridad y competencia, conquista voluntades utilizando el facilismo.

-A los candidatos a gobernar, que convocan la adhesión del pueblo, no con apelaciones al esfuerzo, trabajo y responsabilidad, sino con promesas de una maná irrepetible- ya no tenemos lingotes de oro-.

Volvamos al aula

Ataquemos desde el aula. Formemos al niño, al adolescente, al joven.

No más facilismos, no más copias permitidas, no más sobreprotección.

Urge la aplicación de medidas.

La reforma educativa llevada a cabo últimamente lo propone. Falta que cada docente en cada aula y en cada momento de su clase trabaje con ejemplar responsabilidad la responsabilidad del alumno, en un medio en que se genere, a través de la propaganda y otros recursos que los especialistas aconsejen, una nueva actitud, una nueva conciencia.

Ataquemos sobre todo:

-Con metas claras, convocantes, discutidas, divulgadas y asumidas por padres, docentes alumnos.

-Con una fundamentación concreta de por qué y para qué se educa, cuales son los niveles de logros interiores que se van escalando; cómo se va capacitando para responder a las múltiples exigencias de una vida de calidad.

-Con objetivos definidos, secuenciados y subordinados a las grandes metas de la educación; los docentes impondremos a nuestra acción convencimiento y vigor, y convocaremos, como puntual correlato, una actitud interesada y hasta creativa del alumno.

Ayudemos nuestra acción:

-Con contenidos de real interés, actualizados y cercanos a la región y al centro mismo del alumno.

-Con tareas en el aula y extraescolares acordes a esos contenidos.

-Con una exaltación generosa de aquellas actitudes de responsable entrega de tantos gobernantes, tantos maestros, profesionales, obreros, padres, que deben recatarse del anonimato para aprovechar su ejemplaridad.

-Con estímulos para quien se desempeñe en el aula con la debida libertad responsable, para quien desea aprender, llegar a ser.

Y aun podemos vigorizar nuestra acción:

-Con inquebrantable severidad para las actitudes irresponsables de todo tipo y de todo nivel.

-Con una estudiada y gradual dosificación de vigilancia, hasta lograr que cada uno obre por sí.

-Con clases, ejercicios, pruebas optativas, que vayan ejercitando la libre elección.

-Con un alto nivel de exigencia de los resultados finales.

Y ya en el ámbito escolar:

-Con la libre elección de docentes y directivos, que supondrá, superadas las dificultades iniciales de este nuevo ejercicio democrático, un fortalecimiento de la autoridad del elegido, de capacidad de decidir y de su obligación responder.

Estos y otros medios que, estudiosos, especialistas y dirigentes, aconsejen, pueden dar a los futuros ciudadanos de hoy un maravilloso, entusiastas y vital sentido.

La reforma educativa ha puesto el acento en el ejercicio de la libertad en el aula taller. Hagamos de esa libertad un acto responsable, para bien del país que somos cada uno de nosotros y por el que cada uno de nosotros debe responder.






PROLONGADA ADOLESCENCIA Y CULTURA


Sacudidos por el necesario descubrimiento adolescente que transitamos los argentinos, nuestros jóvenes se estancan en una etapa que podrán superar si logramos, los mayores, llegar a un estado adulto dentro de un país que también debe alcanzar su madurez.

Se define a la adolescencia como la etapa de la vida humana que enfrenta al individuo al descubrimiento de sí mismo y lo lleva, traspasando numerosos duelos, a asumirse como ser adulto, capaz de insertarse e la vida plena desde el timoneo de su libertad responsable. Se dice, además, que en la edad adolescente, el hombre que va siendo se reconcentra en sí, toma fuerzas, se nutre, intenta ajustes –a los que siempre deberá entender- para vigorizar su puesta en el futuro. La superación de esta etapa clave e insoslayable inserta al hombre en el mundo laboral, lo hace capaz de atenderse a sí mismo y a la familia que naturalmente desee formar, le exige la responsabilidad de sus actos, es decir, pone a prueba las capacidades para las que se fue formando a fin de dar una satisfactoria respuesta a sí mismo y a los demás.

Llegar a la edad adulta supone un proceso doloroso, una profunda crisis que remueve hasta los cimientos para construir en firme. Esta edad humana sobre la que da claros avisos el cuerpo que se transforma, que despierta, que brota, y la angustia de empezar a enfrentarnos solos a las intemperies de la vida, parece prolongarse, hoy, cada vez más.

¡Es tan cómoda y acogedora la protección de los padres y su tutelaje! ¡Es tan difícil insertarse a la sociedad actual! La situación de nuestra prolongada adolescencia merece un análisis profundo. Porque afecta al ser individual pero está íntimamente relacionada con el ser social, con el ser cívico, con el ser de la nación al que pertenecemos como células vivas. Y porque el ser argentino marca, dolorosamente, la prolongación de una etapa vital, que, en otras épocas y en países adultos pondría más temprano a nuestros jóvenes de cara al mundo y con ello en la feliz posición de vivir como seres logrados.

Adolescencia del ser nacional
El cuerpo de la Nación Argentina se retuerce críticamente. Todos sus miembros se revuelven comprometidos en las ondas expansivas de un remezón telúrico que sepulta a muchos y roza a todos. ¡Ojalá sean estos los primeros, dolorosos síntomas de una adolescencia que se asoma a su edad adulta! Mientras tanto, todo el ser –que no sabe lo que es- arde y sufre el desamparo.

¡Se acabaron los padres tutelares que aseguraban el pan de cada día en la mesa de nuestra candorosa niñez! La verdad nos enfrenta a deudas inmensas que, esta vez, tenemos que pagar cada uno, y a intereses que pacto nuestra inconsciencia. Es que nos estamos haciendo cargo, estamos tomando conciencia de que vivíamos en una prolongada mentira, en un engaño que no hizo más que mantenernos en el limbo de una edad que ya debíamos haber superado y que retraso nuestro crecimiento.

Y este país que empieza a hacerse consciente, con dolor, ese Estado que escribíamos con minúscula porque siempre lo consideramos ajeno, nos está llamando desde el adentro de cada uno para que lo asumamos como el resultado de la suma de todos los ciudadanos.

Pues bien, en tanto nos sacude este necesario descubrimiento adolescente que transitamos como argentinos, nuestros adolescentes –cada uno de los individuos que atraviesan hoy esta conflictiva edad- se estancan en una etapa que, seguramente, el país adulto que lograremos les ayudara a superar.



CÓMO SE NUTRE LA CULTURA ADOLESCENTE


Para que el traspaso de la edad adolescente lleve a una madurez felizmente asumida, es necesario que, reconcentrada en sí, se nutra. Al hablar de necesidad de nutrirse hablamos de necesidad de culturizarse. El ser humano se abona con cultura. Porque, ¿qué es la cultura en realidad? Se ha relacionado la palabra “cultura” con cultivar. Se cultiva la tierra para que dé mejores frutos. Se la trabaja, se la fertiliza. Se optimiza su capacidad de dar.

Cultivar en el hombre es dar conocimientos, transmitir experiencias, orientar emociones, apoyar el asomarse a la realidad personal y social; abrir el gran abanico del mundo diverso, rico, conflictivo para que cada uno, sacando lo mejor de sí, se mire en él y a él se proyecte. Cultivarse es procurarse un sentido. Madurar.

Persona culta, entonces, no es quien puede recitar memorísticamente los versos de Ovidio, ni quien puede recordar los nombres de todas las capitales del mundo, sino quien ha sabido procesar la información, aprendiendo a seleccionarla, juzgarla, interpretarla y transferirla a su vida. En una vida cultivada hay huellas del arado de una mano de maestro jardinero, de un sol que ha intentado despertar la luz interior. Una luz que pone su foco en los mensajes, que se nutre de infinitos mensajes –cuantos más, mejor- en el amplio, infinito y nunca terminado camino de la superación personal. Porque culta es la persona que se adapta al mundo, lo cambia y cambia con él asumiéndose como ser activo y por lo tanto responsable y libre.

Y tal como sucede con los individuos sucede con las naciones, que no son otra cosa que la suma de esos individuos transformados, mediante la culturalización, en personas. La adolescencia de los hombres, de las naciones, es la etapa de transmisión que lleva al ser que se anuncia hacia el ser que se define, al ser que es mantenido al que se mantiene, al ser dependiente hacia el que realmente puede actuar con auténtica libertad en una realidad que debe ser leída e interpretada. Porque la cultura de cada persona tiene que ver, y mucho, con su grado de comprensión de la realidad, con su capacidad de leerla, de interpretarla.

Cultura y grados de lectura
Según la nota de Sergio Herrero, publicada el domingo 9 de diciembre de 2001 en LA VOZ DEL INTERIOR, titulada “Mucha Internet, demasiada ignorancia”, los adolescentes del mundo, a los que se los ha llamado “analfabetos funcionales” y “generación tonta”, padecen de una “escalofriante” ignorancia sobre temas de cultura general, aunque sí conocen cómo ingresar y navegar por la vasta información que brinca Internet.

¿Caben en esta apreciación los adolescentes argentinos? En la misma nota –y siempre refiriéndose a una problemática de los países del Primer Mundo- Herrero destaca: “la gente ríe y no piensa, y lo peor de todo es que no sabe porque se ríe y por qué dejo de pensar!. Y hay más aún: “The New York Times –dice Herrero- reseñó un párrafo lapidario: uno de cada cinco de nuestros adultos carece de las mínimas habilidades de lectura, escritura y calculo para desenvolverse en la vida”. ¿Alcanza este juicio a los argentinos que han llegado a la edad adulta, aunque sólo sea por la cronología?

Tal vez nuestro país este espeluznante diagnostico se agudice. Porque en un país que todavía no aprendió a leer su propia realidad y a desenvolver por sí mismo, dándole un sentido a su andar, es muy difícil que sus componentes lo logren, que sus miembros maduren, en el sentido real del término.

Exigencias
La multiplicidad de datos, conocimientos e información que la era de la informática ofrece exige, más que nunca, que le adolescente se arme de ciertas habilidades lectoras que le permitan ejercitarse en la capacidad de seleccionar, procesar, interpretar, juzgar y transferir tanta y tan cambiante información recibida.

Sobre su capacidad de seleccionar mucho tenemos que cuestionar. Porque si “la mayoría de los adultos se ríe y solo quiere pasarla bien sin pensar”, ¿qué podemos decir de nuestros adolescentes que hacen de su vida una huida, un estar sin estar?

Subsumidos en el “ya”, los chicos están abiertos a los que les toca más la flauta de la risa. Nada de profundidad ni en el sentir ni en el pensar. La información que reciben está hecha, de esa manera, a su medida. Y si hay “mucha Internet”, cuyos sitios prohibidos se visitan sin tranqueras, hay también mucha televisión que parece hecha solo con el propósito de facilitar un escape de la realidad a las zonas risueñas, burlescas y estentóreas de una sub realidad humana.

Los tonos negros se agudizan porque la sensibilidad, dormida, quiere más, siempre más. Quiere decir, por lo tanto, que, en cuanto a selección de la información, nuestra adolescencia lectora tiene mucho que trabajar para no dejarse arrastrar por la tendencia de consumir lo fácil, lo resuelto, lo escaso de ideas, lo que desobliga del humano acto de pensar y que debe procurarse fuentes –ya sea en la televisión, en diarios, en revistas, en libros, en Internet, en la conversación cotidiana- que en la medida que demandan esfuerzos de lectura profunda van generando habilidades internas de reflexión y comprensión.

Procesar la información, todo conocimiento, exige también una atención especial. El argumento de un texto mediante el que se nos da a conocer un tema, una intención o propósito, deben ser descubiertos por el lector habilidoso a fin de desentrañar el sentido de un entramado en que la coherencia juega un papel importantísimo.

Detenerse a juzgar la información recibida define, en este proceso, una instancia capital a la que ascienden los lectores que saben lo que leen y para qué lo leen, que saben lo que ven y para qué lo ven. Finalmente, transferir a la vida personal, a las propias conductas, lo resultante de un buen acto lector, supone aquilatar, incorporar, elaborar y aprovechar –en el buen sentido del término y en dirección al crecimiento personal- la información, el conocimiento, los mensajes.

El proceso lector de la realidad y cuanto en ella puede leerse e interpretarse, representa una conducción necesaria e ineludible para alcanzar la madurez exigible al adolescente que quiere trasponer su edad y llegar a la madurez. En ello y por ello debe trabajar intensamente la familia, la escuela y todos los recursos de socialización del individuo a fin de que, por la suma de personas plenamente asumidas, nos encaminemos al logro de un país maduro. Un país que, a la vez, estimule y haga creíble la necesaria maduración de sus ciudadanos. Lo que significa empezar a ver los umbrales de zonas más iluminadas.




¿QUÉ ES SER INTELIGENTE?


El concepto de inteligencia ha evolucionado adaptándose a los nuevos paradigmas y hoy se dice que una persona es inteligente cuando sabe dar respuestas asertivas a las situaciones, cuestiones, interrogantes, opciones que enfrenta en el diario fluir de la vida proyectadas al porvenir. La persona inteligente asciende a niveles superiores desde los cuales amplía su mirada, su comprensión del mundo y pone su luz no sólo en el presente sino la proyecta al futuro prestando atención a la natural concatenación de acciones y resultados.



En un examen de literatura dos alumnas daban examen en turnos sucesivos. La presencia de una de ellas cargada de libros prolijamente marcados en páginas con interminables citas, casi pone en fuga a la segunda quien, a poco de dudar determina que sabe lo que cree debe saber y que enfrentará la prueba.

El resultado es un diez para la segunda y un siete para la primera.

¿Qué es lo que había llevado al tribunal a determinar este aparentemente desigual y hasta injusto veredicto?

Simplemente valoró actitudes de inteligencia, haciendo incapié en el hecho de que pronto cada joven estaría frente a un aula dirigiendo a alumnos y que para ese ejercicio hace falta mucho más que la memoria, una actitud presente y proyección al futuro, es decir inteligencia.

Solemos decir que una persona, un estudiante, un niño, un líder es inteligente cuando recita de memoria una lección o resuelve con rapidez un problema o sale airoso de una situación comprometida apelando a recursos muchas veces engañosos. Tal vez confundamos en el primer caso la capacidad memorística con la inteligencia, y en el segundo a ésta con la astucia, que algunas personas demuestran apelando a trampas, algún ardid o mentira que manejan con desparpajo, rapidez y facilidad.

Los conceptos sobre el tema de la inteligencia, los que se tenían en las generaciones anteriores, han variado drásticamente, generando un cambio total a partir de la década del noventa del siglo pasado.

Antes se medía la inteligencia con el llamado Coeficiente Intelectual (CI), especie de test que marcaba, para toda la vida, el grado de lucidez mental con la que venimos al mundo.

Para aquellos tiempos, la persona inteligente podía memorizar largos poemas y recitarlos, resolver difíciles ecuaciones matemáticas, leer y repetir frente a los demás todos los datos de una historia, de un relato, o de una lejana población ubicada en cualquier sitio en el mapa.

Ese paradigma ha variado en 180 grados. Está bien memorizar, saber dos o más idiomas, dar largos discursos porque todo ejercicio neuronal prepara mejores redes a la comprensión, pero lo que realmente interesa, lo que hace a una persona verdaderamente inteligente, es justamente el comprender y saber transferir sus conocimientos a la realidad, a la existencia propia o del grupo social con el que está comprometido su accionar.

El concepto de inteligencia ha evolucionado adaptándose a los nuevos paradigmas y hoy se dice que una persona es inteligente cuando sabe dar respuestas asertivas a las situaciones, cuestiones, interrogantes, opciones que enfrenta en el diario fluir de la vida proyectadas al porvenir. De esa manera y merced a esas respuestas y elecciones la persona inteligente asciende a niveles superiores desde los cuales amplía su mirada, abunda en su comprensión del mundo, pone su luz no sólo en el presente sino la proyecta al futuro prestando atención a la natural concatenación de acciones y resultados.

De esa manera la persona inteligente da pasos hacia adelante, crece y hace crecer.

Ser inteligente, hoy, supone que, utilizando los conocimientos que nos transmite el saber científico y desde una visión más alta, se puede llegar a comprender la armoniosa trama de las estructuras que nos contienen hasta llegar a lo cósmico.

Vemos, entonces, la importancia de cultivar un atributo con el que venimos más o menos dotados, que crece con el ejercicio y la educación y de cuya práctica dependen mejores elecciones, mejores destinos y vidas.

Vemos también cuánta inteligencia debemos exigir a nuestros gobernantes, quienes no sólo deben buscar salir de sus actuales prisiones mentales, sino asomarse a nuevos conceptos y por ellos dominar y controlar sus impulsos, aproximándose a una mayor integridad.

La persona que llega a un alto grado de inteligencia- lo menos que podemos pedir a las autoridades- aprende a interrogar e interrogarse, escucha con atención, busca la verdad y la luz, y en un mundo de interrelaciones donde todo está conectado, aporta a la armonía, a la concordia, a la paz.

Ser inteligente es darse cuenta que es bueno “saber que no se sabe”, lo que significa ser humilde, ya que “pensar que se sabe todo, es enfermedad”.

La inteligencia emocional de la que ahora se habla, incorpora la razón ligada a las emociones.

Según Julia Palmieri en sus apuntes “La inteligencia emocional y su incidencia en los aprendizajes pedagógicos”, “la inteligencia emocional, a diferencia del cociente intelectual (CI) no se presta a ninguna medida numérica porque es una cualidad compleja que abarca la conciencia de uno mismo, la comprensión del mundo, la voluntad de cambio, la destreza social”.

Pero, sobre todo, la inteligencia emocional a partir de los estudios y publicaciones de Daniel Coleman, de la Universidad de Harvard, valora el grado en que una persona la posee por la dimensión de su capacidad de ser feliz y hacer feliz a los otros.

Un desafío para los que gobiernan, una necesidad para los gobernados, porque si se sumara un mayor grado de inteligencia de la mayoría, habría más lucidez en la capacidad de elegir y una dirección positiva en el camino de la propia vida sumando a la de la República.




POBREZA, CALIDAD EDUCATIVA Y ESTÍMULO

Quienes asisten a foros mundiales sobre economía concluyen observando que estamos viviendo en la era de la economía del conocimiento y explican que los países con escasos recursos naturales pero que han cultivado el cerebro de sus gentes son los que van a la cabeza del progreso mundial en tanto, los que se confían en las riquezas que les ha dado la naturaleza, como sucede con la Argentina, hacen el camino que termina en más pobreza y atraso para la gente.

Singapur, por ejemplo, que debe importar sus alimentos y hasta el agua que consume, pasó de ser del tercer mundo a ocupar el octavo lugar porque puso todas sus fuerzas en la calidad de la educación.

La conclusión es que los pueblos que crecen son los que educan y, con gente más preparada, más visionaria, dan mejores respuestas a una tarea de permanente innovación. Las gentes que habitan estos países son más creativas y su calidad de vida va de la mano con su capacidad de dar soluciones en tiempos de incertidumbre y cambios. No se encasillan en posturas cerradas, abren su imaginación y aceptan cada nuevo desafío con actitud entusiasta y confiada y así se hacen más ricos.

Esa capacidad se ejercita desterrando la molicie desde la familia y se sigue en la escuela, administrando confianza en las capacidades que cada uno trae, agitando y alimentando a quienes tienen, talentos, nuevas y constructivas visiones e intuiciones. En países que marchan adelante en la ruta del progreso humano se estimula lo mejor de cada sujeto y eso produce un gran crecimiento de la parte superior de la pirámide de la calidad de vida de su gente, con notable beneficio económico y un PIB mayor por cápita.

¿Por qué, entonces, algunos países aceleran su crecimiento y reducen la pobreza? En reales y revolucionarias reformas educativas.

Y se llaman “reformas” a las que se atreven a ir al fondo de los problemas.

Quizás pueda hacerlo la escuela argentina- tan debilitada y enferma- si se pone manos a la obra y entonces, ¿no tendría que discutirse esencialmente la calidad de los propios educadores y de allí pasar a indagar sobre su formación y el quehacer de los gobiernos al respecto?

¿Cómo son y se vienen formando los educadores argentinos? ¿Se privilegia, acaso, su excelencia? ¿Existe el imprescindible estímulo a los creativos, a los esforzados, a los más lúcidos, a los que tienen una auténtica vocación y estudian, investigan, a los que aportan soluciones y enriquecedoras experiencias? Además, ¿se les paga como para exigirles el estricto cumplimiento de una tarea que debe ser de la más alta jerarquía?

Sabemos que no, que no se ha puesto en la carrera del magisterio el énfasis de la calidad, que muchos la eligen como última opción o por no haber podido ingresar en otras carreras, que se la toma como la alternativa fácil. Sabemos también que los cargos docentes en nuestro país se cubren teniendo en cuenta más los certificados, papelitos de asistencia a cursos, diplomas, sin valorar la actuación ante, con y frente a los alumnos.

Así sucede también con los ascensos. ¿Son los directivos, los inspectores, los ministros quienes se han destacado en su labor en el aula? ¿Se premian los méritos docentes o existen otras cuestiones- amiguismo, acomodo, partidismo, etc.- en las selecciones y ascensos? ¿Se tiene en cuenta la evaluación expresa o tácita de los alumnos que llegan a sufrir en nuestras escuelas a docentes desesperanzados, sin que nadie corrija su mal desempeño? ¿Se preocupan los docentes en leer, actualizar conocimientos o los llama más el afán de acopiar certificados?

El docente argentino repite en su trato escolar la matriz que lo ha formado y en la que se desenvuelve, es decir la falta de estímulo, de aliento a la creatividad, la atención a cada talento particular.

Desde el que dirige el aula, desde el que dirige la escuela, desde los ministerios baja una corriente- acrecentada en estos últimos tiempos- que tiende a la mediocridad y hasta anula voluntades. Aunque no parezca, la economía de los países depende, según esta mirada, del nivel educativo del pueblo.

Así lo ratifica en un libro magistral, “¡Basta de historias!” Andrés Oppenheimer, quien acusa además a la escuela de los países de Latinoamérica, no solamente de no trabajar para descubrir y alentar cada capacidad, sino de inducir a abandonarla a los alumnos de bajo rendimiento, sumiéndolos así en una marginalidad sin fin. Más pobreza.

Jerarquizar al docente es, por lo tanto, además de una obligación, una urgencia de los gobiernos nacional, provincial y municipal. Porque justamente de estímulos, de un sano reconocimiento.

¿Podrán entenderlo quienes desde sus oficinas gubernamentales desoyen las voces, los reclamos, la alegría de algunos aportes que terminan ahogando con su persistente indiferencia y silencio?




EDUCAR TAMBIÉN ES FRUSTRAR

A muchos padres y docentes que se involucran responsable y apasionadamente en la educación de sus hijos y alumnos les debe acometer una aguda desazón cuando comprueban que lejos de despertar su agradecimiento, generan un hostil distanciamiento y calificativos de anticuados, perimidos, y otros igualmente desvalorizantes.

Sin embargo, las ideas sostenidas por importantes pensadores de hoy, iluminan sobre el daño que está produciendo en la formación de sucesivas generaciones decir lo que los chicos quieren escuchar y no lo que se siente como verdadero.

Mario Vargas Llosa, por ejemplo, en un magnífico artículo publicado por El País, analiza las consecuencias del slogan “prohibido prohibir” que nació en el Mayo francés (1968). Partiendo del concepto de autoridad de la RAE, recuerda que “la autoridad es el prestigio o crédito que se reconoce a una persona o institución por su calidad, legitimidad y competencia en alguna materia”, autoridad que hoy ha sido despojada de credibilidad.

Tal vez mucho han tenido que ver con ese despojamiento las ideas del influyente pensador francés Michel de Foucault: “La sexualidad, la psiquiatría, la religión y el lenguaje al igual que la enseñanza representan las estructuras del poder erigido para domesticar el cuerpo social instalando sutiles formas de sometimiento a fin de perpetuar los privilegios y el control de poder de los grupos sociales dominantes”.

Esta idea, aunada a los principios rectores del mayo francés, transforma a la autoridad en sospechosa, perniciosa y deleznable y el ideal libertario es desconocerla, negarla y destruirla.

Como el hombre se inclina hacia los extremos, nada bueno ha surgido a partir de estas propuestas. El “prohibido prohibir”- dice Vargas Llosa- “ha extendido su partida de defunción a todo principio de autoridad y los mismos maestros y padres se han creído esta satanización de sí mismos. Así los docentes empezaron a creer que es aberrante aplazar a los malos alumnos, hacerles repetir curso, establecer un orden jerárquico en el rendimiento académico para evitar la nefasta noción de jerarquías, el egoísmo y la negación de igualdad”.

Este despojo de la autoridad de padres y docentes ha traído como consecuencia la inexistencia de figuras que ejerzan su magisterio y por lo tanto el empobrecimiento de la vida. En un clima de permisividad potenciado por un elevado grado de demagogia, lo que se está logrando es una sociedad de niños y jóvenes tiranos, caprichosos, mal educados, egoístas, que creen saberlo todo y se niegan al aprendizaje porque para ellos no hay modelos a seguir ni vidas que les sirvan de ejemplo.

Y es así porque “la permisividad sólo crea tiranos” apunta en estos días Aldo Naouri.

Para este pensador los conflictos familiares, escolares y sociales tienen una misma raíz: padres y docentes que temen dejar de ser considerados por sus hijos o alumnos si no los seducen y conforman por la vía del halago, la permisividad, el consentimiento.

Esto ha devenido en lo que Naouri llama “niños tiranos”, que hacen muy difícil la convivencia familiar, escolar y social.

“Los hijos, los alumnos, tienen que sufrir frustraciones, aprender a respetar los no porque, si lo que se tiene como propósito es su desarrollo humano, no se los puede ni debe dejar al libre albedrío de sus impulsos y caprichos”- dice.

Para Hannah Arent el niño necesita una guía firme y referencias asertivas, ésta es la única manera de garantizar la continuidad de una civilización constituida, la incorporación de los que llegan a ella, y la formación de su carácter en el esfuerzo, la superación de obstáculos, crisis y degustación consciente de sus logros.

El atributo humano, lo que nos distingue, es la conciencia, de uno mismo, del propio proceso de desarrollo, que es tanto más y mejor cuando la familia y la escuela muestran, como mayores autorizados, el abanico amplísimo de la diversidad, la complementariedad de lo diferente, la asociación entre las partes aparentemente fragmentadas.

Si los padres desatienden sus funciones, los maestros recibirán chicos desmadrados que los despeñarán por la pendiente del desaliento y la depresión.

Malo será si los chicos crecen sin ideales existenciales, si se sienten dueños del poder porque no se le muestran parámetros ni límites y se los deja crecer sin un afecto auténtico y nutricio.

Malo es si mediante la educación no se frustran y orientan sus inclinaciones instintivas



¿NO ES HORA DE JERAQUIZAR AL DOCENTE?


“La educación es el principio de la libertad y engrandecimiento de los pueblos”.

Benito Juárez



En su fuero interno el gobierno, los padres, los ciudadanos y por cierto cada uno de los agentes del aprendizaje sabe que en las aulas- el ámbito real donde se produce el encuentro con los alumnos y se cuece el aprendizaje- la educación Argentina vive uno de sus momentos más oscuros. Se reconoce también que esta situación no va a mejorar con estentóreas declaraciones, ni con donaciones de computadoras, (si no se orienta a su empleo adecuado), ni con llenar las bibliotecas escolares de miles de libros, (si no se motiva a los alumnos a leerlos). No, ésas son medidas que no llegar a traspasar la superficie.

En nuestra educación faltan medidas drásticas, profundas y esenciales. Porque, ¿cómo lograr la motivación, convicción, fuerza., tanto de los alumnos que realmente no saben para qué ir a la escuela como de los docentes que no saben cómo conducirlos a un destino hoy tan incierto? No hay motivación en la escuela.

Hablamos de la real motivación del docente, la que lo impulsa al cumplimiento de una auténtica vocación transmisora de saberes, la que lo lleva a trabajar con alegría sintiendo que cumple una misión realmente transformadora.

El hecho de que muchos de nuestros maestros y profesores hayan elegido la carrera como una alternativa de ingreso fácil, sin haber pasado exámenes de aptitudes que les indiquen y mucho menos les exijan las condiciones necesarias para llegar a conducir adecuadamente el aprendizaje de los niños y adolescentes de hoy, es un claro indicador de que hay que trabajar mucho para elevar el nivel docente actual.

Creemos que, sea por la causa que sea, el maestro, el profesor, en términos generales y salvo las honrosas excepciones que existen, no logra despertar en los chicos deseos de aprender, de estudiar, de investigar y que urge buscar los motivos para sanear una situación que los perjudica no sólo a ellos en el desmedro de su formación, sino a la familia y a la sociedad.

La cuestión es, entonces, cómo despertar en el docente actual un sentimiento de valor, cómo elevar su autoestima profesional en momentos en que es necesario actuar con una gran pasión acompañada por una agradecida dignidad.

¿Cómo lograrlo? Muchos estudiosos del tema han buscado la solución a una problemática que, en lugares más avanzados del mundo, ya ha encontrado el comienzo- siempre se puede más- de la solución.

Cuando se busca información sobre la educación en estos países surge como abanderado, Finlandia.

Finlandia ocupando el puesto número 1 en Ciencias, Finlandia ocupando el lugar número 4 de lectura y el 6 en matemáticas. ¿Y cuál es su secreto para llegar a tan altas distinciones medidas por el Programa Internacional para Evaluación de Estudiantes (PISA)?

El secreto de su éxito es la calidad de la formación docente, es decir una alta capacitación, una elevada profesionalidad.

Se ha explicado que esta calidad es producto de una gran exigencia que se inicia con un ingreso a la facultad especializada en magisterio, sólo permitido a quienes han obtenido promedios entre 9 y 10 en la secundaria. Esa condición previa va acompañada por exámenes que ponen a prueba una muy alta preparación en diferentes ciencias, que abarcan desde la capacidad de comunicación hasta la sensibilidad artística.

Ser docente es un honor que ha ganado un alto lugar en el reconocimiento social y que exige un elevado sentido de la responsabilidad.

La educación en Finlandia da cohesión social, involucra a la familia y está bien pagado.

Otros países se acercan a tan brillantes resultados y el denominador común es que en ellos los docentes no deben pluriemplearse para llegar a fin de mes, además, su misión es muy reconocida y ese hecho estimula, compromete, fomenta el afán de superación.

¿Sucede algo parecido en nuestro país?

¿Cómo puede lograrse?

Tal vez proponerse llegar a ese nivel de desarrollo humano deba constituirse en una cruzada familiar y social teniendo en cuenta que en esa empresa está comprometido el futuro de las generaciones que nos continúan.

¿Por dónde empezar?

A lo mejor sería bueno empezar por pensar si el maestro y profesor ganan lo suficiente como para satisfacer las necesidades básicas de la alimentación y el descanso, imperiosas para cualquier ser humano. ¿Gana lo suficiente para lograrlo el docente?

Es importante insistir en la cuestión: ¿Pueden los maestros con los miserables sueldos que cobran llegar a una plena satisfacción de lo esencial o por el contrario, acaso se ven obligados a dedicar tiempo, esfuerzos, ingenio para poder llevar a la mesa diaria la adecuada alimentación para él y su familia? Además, ¿consume realmente lo que le transmite fuerzas, energía y buen ánimo?

En muchos lectores ya surgió la respuesta.

Por otra parte y para enfrentar una tarea sumamente ardua, los docentes tienen que vérselas hoy con una generación de niños y adolescentes que llegan a la escuela muy cansados, desorientados y desprovistos de las bases que otrora daban las madres presentes y los padres aspirantes de tener “m’ hijo el dotor” (recordamos la famosa obra de Florencio Sánchez) que les permitiría ascender en la escala social. La mayoría de los padres de hoy están muy ocupados en ganarse la vida para luego descansar y ver un buen y relajante programa de TV cuando se llega al hogar. De más está decir que esa situación, que genera chicos con escasos hábitos de estudio, hace más pesada la tarea docente.

Con más trabajo, con una tarea recargada y sin educadores convencidos, la escuela no puede cumplir su elevada misión formadora. Urge, entonces, que la atención se vuelva hacia esta problemática y se trabaje desde toda la sociedad para que se restauren las fuerzas y confianza del educador, en sí mismo, en su trabajo.

El gobierno nacional y los provinciales tienen en sus manos la posibilidad de reanimar tan alicaída tarea y pueden hacerlo reconociendo que es por la educación, por la formación de los ciudadanos, por la suma de personas formadas, educadas, esforzadas en su propio crecimiento personal cómo se puede mejorar la República.

En el cultivo y desarrollo de cada cerebro argentino anidan las potencias que harán grande a nuestro país.

Pagar sueldos justos a los que tienen en sus manos ese laboreo, al tiempo que se les exige la mejor disposición, es el ineludible primer paso.

Por otra parte también sumaría a la apetecida calidad si se deja atrás la demagogia actual, ya que, aunque a todos nos resulte placentero tener más vacaciones, hacer lo menos que se puede hacer, dejarnos ganar por el menor esfuerzo, bien sabemos que esa actitud sólo conduce a la derrota de un auténtico y sustentable crecimiento.



SABER HABLAR Y SABER ESCUCHAR

Uno de los objetivos centrales de la escuela- en todos sus niveles- es lograr un cada vez más elevado grado de comprensión lectora del mayor número posible de alumnos, lo que supone ver con más agudeza, profundidad y amplitud la realidad que se nos transmite a través de cualquier medio que eduque, es decir que mueva el razonamiento y la conciencia hacia un nivel superior.

Para lograrlo se guía al educando a separar ideas de cada párrafo, señalar significados principales distinguiéndolos de los secundarios, resumir elaborando un juicio crítico personal y transferir a la vida lo aprendido, ya que es de suponer que ya finalizando la tarea, el lector cambia, mejora, crece, aprende a ver más y mejor mediante el proceso lector.

Si el alumno no comprende consignas, preguntas, ideas principales de un texto, por cierto no puede responder ni avanzar en el conocimiento. El que comprende acertadamente puede responder asertivamente, tanto en las materias escolares como en las de la vida diaria, - ¡que vaya si nos cuestiona!- lo que significa que podrá encontrar las mejores respuestas a sus problemáticas y optimizar sus elecciones.

Las ciencias, cuyo principio movilizador es la búsqueda de la verdad, se mueven tras ella, respondiendo a preguntas existenciales tales como ¿qué misión he venido a cumplir en el mundo?, o las pequeñas cuestiones que hacen a la vida cotidiana del hombre. Yendo tras lo verdadero cada ciencia nace, crece, avanza y se consolida a fuerza de cuestionamientos, preguntas y permanentes refutaciones que no hacen otra cosa más que afirmar sus hipótesis- si se transita el buen camino- o derrumbarlas- cuando se lleva un rumbo equivocado.

Los docentes entendemos que es básico enseñar a traspasar la superficie de las cosas y situaciones, indagar, explorar tras sus barreras y buscar lo esencial, como propone el filósofo y educador Rubem Alves cuando dice: “Educar es enseñar a ver, a abrir los ojos, es lograr el darse cuenta”.

Las preguntas directas, claras y agudas formuladas por los alumnos de Harvard a la Presidente Argentina, revelan, del lado del preguntador- cuestionador, una auténtica preocupación por conocer la verdadera situación económica y política por la que está atravesando el pueblo argentino.

Algunos analistas interpretaron que las preguntas fueron directas y auténticas, aunque limitadas porque no hubo espacio a la refutación.

En cuanto a las respuestas de la Dra. Kirchner nos preguntamos qué le pasó: ¿Es que no interpretaba bien las preguntas?, ¿o sucedió que, aún interpretándolas y muy molesta por el atrevimiento de los jóvenes, se limitó a transmitirles la imagen pintada de la realidad que es totalmente diferente a la otra, la que lee la mayoría de los buenos lectores argentinos?

La verdad es que si no se parte de una interpretación cierta de la realidad no se pueden responder y solucionar los problemas que ella muestra y también- esto es realmente palpable- y que en esta ocasión la presidente se perdió una oportunidad histórica de dar la cátedra que es esperable a su alta investidura presidencial: la de la capacidad, generosidad, humildad, altura y sabiduría. Hubiera sido bueno, un gran ejemplo para los alumnos extranjeros y argentinos, para el mundo entero, que, además la presidente hubiera generado un clima amable, respetuoso de los alumnos, tal como lo hace cualquier docente que se precie.

Por cierto la ciudadanía hace ahora su propia evaluación, teñida por las empatías o antipatías que despierta la presidente y mientras algunos juzgan sus respuestas como muy astutas, inteligentes o pícaras o evasivas, otros dicen que fueron absolutamente mentirosas. En la confusión creada resulta difícil llegar a lo profundo de los significados.

Porque: ¿en realidad no existe inflación, ni cepo cambiario, ni enriquecimiento ilícito, ni corrupción, ni control y hasta persecución de quienes piensan diferente, como la prensa independiente, por ejemplo?

Los alumnos de Harvard deben haberse quedado con grandes deseos de refutar, en tanto la cuestionada parecía querer huir no sin antes dejar un tendal de heridos entre quienes se intentaron desnudar los puntos endebles de su gestión.

En las buenas escuelas se enseña a leer, a preguntar y preguntarse. Resulta interesante, además, someter las propias ideas a la suma de visiones del grupo que hará, con el aporte de otros puntos de vista, una más segura, cierta y firme verdad.

Esperemos que los docentes y alumnos argentinos, sientan las situaciones vividas últimamente como una experiencia positiva que enseña a persistir en la búsqueda y defensa de lo que, por ser verdadero y afectar de manera radical la suerte de los ciudadanos, merece que no haya desmayos. Del trabajo convencido de los docentes en esta dirección depende que más ciudadanos se separen del dócil y domesticado rebaño, que piensen, que elaboren, que discutan, que busquen apasionadamente la verdad.





LO DICE LA CIENCIA: LA LECTURA CAMBIA EL CEREBRO



"Amar la lectura es cambiar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía".

John F. Kennedy


¿Cuántas veces hemos escuchado y pronunciado la frase "andá a leer, que los libros no muerden"? ¡Cuántos argumentos hemos utilizado padres y docentes para que los más chicos dejen el televisor, la computadora o el celular y se embarquen en la aventura de la lectura! Sin embargo, ¿hemos sido –somos– convincentes?

Aunque la mayoría de los adultos no predique con el ejemplo, se sabe que leer hace bien; que es, realmente, una aventura maravillosa, un viaje para la imaginación en el que la mente, puesta en otro lugar, se puebla de paisajes, de personajes más o menos cercanos o amigos, de nuevas ideas, protagonistas todos de situaciones y hechos que desencadenan enredos cuya resolución nos mantiene expectantes y participantes y, por lo mismo, entretenidos.

Se sabe que la lectura enriquece la mente y con ella la vida, porque siempre hay –debiera haber– una transferencia a lo cotidiano y real, un efecto multiplicador de experiencias y, en algunos casos, ejemplarizador.

La mirada crece y las elecciones se hacen más asertivas porque la lectura amplía las perspectivas y la capacidad de optar.

Hemos utilizado miles de argumentos para incitar a los más chicos a leer y lo hacemos porque sabemos que quien lee desde la más tierna edad se prepara mejor para el aprendizaje escolar y vital.

Tenemos ejemplos de ello, lo vemos en quienes son más o menos cercanos del círculo familiar o social: han visto facilitada su comprensión de situaciones vividas porque su capacidad de interpretar y optar ha sido mejorada por la lectura.

Pues bien, hoy esas opiniones surgidas de la observación, de la experiencia o de la intuición son reafirmadas por la ciencia a través de contundentes estudios que amplían aun las razones de por qué es tan bueno ser lector.

En primer lugar, debe destacarse que las conclusiones a que ha arribado el director del Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje, Manuel Carreiras, dan cuenta de que en el cerebro quedan marcadas las diferencias morfológicas entre los que leen y aquellos que no lo hacen. Es decir, hay señales físicas que han podido ser registradas gracias a las nuevas técnicas de resonancia magnética y que no dejan lugar a ninguna duda: leer cambia a las personas y esos cambios, que se refieren fundamentalmente a conductas, proyecciones y dirección que se le da al sentido de la vida, son verificables en señales concretas, "ya que leer es como llevar la mente al gimnasio", dice este estudioso, para agregar: "Al leer trabajan tres áreas de la corteza cerebral: el lóbulo frontal controla las imágenes, el occidental asocia los símbolos, o sea, las letras con un significado y todo esto se articula al trabajo del lóbulo temporal". Además, suma: "Cada vez que leemos nuestro cerebro cambia porque se pone en acción la memoria visual, realizando operaciones complicadas de codificación y decodificación ortográfica, semántica y fonológica que demandan nuevas y diferentes conexiones neuronales".

Estas afirmaciones encontraron su más certera confirmación en el experimento que este psicólogo y su equipo realizaron comparando las imágenes de resonancia magnética de una veintena de personas alfabetizadas con igual cantidad de otras que no habían ido a la escuela. La materia gris, que indica la densidad neuronal, y la blanca, llamada mielina, que conecta los cerebros, evidencian la diferencia física que producen los grados de trabajo lector en los grupos humanos.

Sumando a los aportes de Carreiras leemos en la revista "Nature" opiniones de psicólogos y científicos del cerebro que acuerdan con que la lectura desencadena procesos mentales observables y medibles dejando marcas físicas de los cambios que producen los diferentes tipos de lectura, a veces pantallazos y otras escaneos de textos, que pueden ser simples hasta muy complejos, con graduales y proporcionales beneficios.

La memoria, que se moviliza y ejercita sobre toda otra actividad gracias a la lectura, se armoniza con operaciones de decodificación ortográfica, semántica (significados) y sintáctica (referida al orden de las ideas y pensamientos en el pensamiento y en la oración).

Al leer extraemos información a través de muchas fuentes, por lo que es muy importante el diseño del texto y su soporte, una pantalla, un libro u otros, ya que todo juega un papel en la mente, de la misma manera que tiene gran incidencia la capacidad de leer a veces salteando letras o parte de las palabras o haciendo predicciones dictadas por otras experiencias lectoras, es decir, un sinnúmero de operaciones de las que no somos conscientes y que, sin embargo, movilizan increíblemente las neuronas, marcan nuevas conexiones, mejoran la arborización y mielinización cerebral y contribuyen a evitar enfermedades como el Alzheimer.

Es interesante aportar también las conclusiones a las que llegaron investigadores de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, sobre los cambios cerebrales que producen las palabras cuando van acompañadas por otros estímulos como sonidos u olores, es decir, con otras sensaciones no visuales que activarán otras áreas produciendo complicadas asociaciones.

Sobre este tema Federico Kukso, en una nota publicada recientemente por la revista "Ñ", aporta datos tan curiosos como: "Cuando leemos palabras como 'huevo frito' o 'chocolate' en el cerebro se activan las zonas que utilizamos para captar olores y gustos, actividad que fortalece la imaginación y concentración, trascendiendo el mero consumo de símbolos".

Y lo importante es que esas operaciones se pueden observar gracias a los prodigiosos alcances de la tecnología actual.

Kukso destaca que la lectura, además de dinamizar de manera increíble el cerebro –mientras los rasgos de la oralidad se pierden en el espacio y el tiempo–, nos conecta intergeneracionalmente, permitiéndonos legar la cultura que va quedando impresa en el gran cerebro del mundo, la mente colectiva del hombre genérico, lo que explicaría –siguiendo a Sheldrake– por qué cada generación viene con facilidades que son el resultado de cada aporte y la suma de todo el quehacer humano. Esto permite que la especie evolucione hacia niveles superiores.

Se insiste ahora también en el hecho fundamental de que la lectura nos permite ir más allá del tiempo y del espacio destacando que sin ella se vive en un presente continuo, lo que retrotrae al nivel de los animales: es decir, carentes de la capacidad imaginativa y de realizar abstracciones que la escritura y lectura permiten.

Los cerebros lectores desarrollan mayor rapidez para dar respuestas a los problemas cotidianos y van aumentando la experiencia sensorial, que se hace cada vez sea más rica, más consciente y activa, resultado todo ello de un cerebro ejercitado que suma dinamismo y lucidez a la existencia.

Esto quiere decir que hoy, más que nunca y esta vez convencidos, podemos recomendar leer porque la ciencia lo ha comprobado: el cerebro lector es un gran aliado de la calidad de vida



EL PODER TRANSFORMADOR DEL DOCENTE




Urge que, en el año lectivo que comienza, la atención se vuelva al maestro, al profesor, y se trabaje desde toda la sociedad (familia, teóricos de la educación, y ministerios) para que se restauren la fuerza y la confianza del educador en sí mismo.



Es marzo. La escuela vuelve al centro de la atención de todos a punto de ser poblada por los que la hacen: alumnos, docentes, personal directivo y administrativo.

El camino se presenta arduo, y el cumplimiento de sus objetivos, enseñar, guiar a los educandos, niños, adolescentes hacia el encuentro de sí mismos y sus potencialidades desarrollando sus capacidades, se anuncia como una empresa harto difícil.

La escuela inicia la cuesta de marzo entre jadeos.

Seguramente desde los estamentos ministeriales se ha estudiado la manera de encarrilar este tren medular que hace tiempo ha perdido su vía y que anda porque es su obligación empezar en marzo, descreída ella misma de su poder y sin saber adónde va.

Seguramente, y en ese afán de recuperación, los docentes han leído, estudiado y reflexionado sobre nuevas directivas y otras sugerencias útiles.

Pero lo cierto es que en su fuero íntimo cada conductor del aprendizaje sabe que en las aulas- el ámbito real donde se produce el encuentro con los alumnos y donde se cuece el aprendizaje- están haciendo falta otros condimentos de los que poco se habla y que son esenciales: su propia vocación y amor por lo que hace, ( ahora es necesaria la pasión) y un profundo convencimiento en su poder transformador.

Sobre este último aspecto podemos preguntar: ¿ acaso tiene el docente convencimiento en su poder educador? ¿Alienta la sociedad, el gobierno, los padres esa fuerza interna sin la cual es imposible convencer, convocar y contener a los alumnos de hoy?

Hay supuestos equivocados que ponen arena en los cimientos mismos del pesado edificio escolar.

Sin educadores convencidos, la Escuela no puede cumplir su elevada, grande, magistral tarea.

Por lo que urge que en el año lectivo que comienza la atención se vuelva a él, el maestro, el profesor, y se trabaje desde toda la sociedad, empezando por la familia , los teóricos de la educación, los ministerios para que se restauren las fuerzas y confianza del educador en sí mismo que hoy- sabemos- están muy y peligrosamente alicaídas.

¿Pero, cómo hacer para que los ellos, principales actores del hecho educativo escolar, reanimen el ejercicio de su vocación, la confianza en el propio valor y su sentimiento de poder guiar saludablemente a los alumnos y recuperar el amor y respeto por su honrosa tarea de maestro?

En cuanto al amor y vocación por la tarea, sabemos que sin estos componentes básicos cualquier trabajo resulta un inútil pregón de buena voluntad y propósitos desvanecidos.

Sin el convencimiento no se convence, ni motiva, ni guía. No se educa.

Por eso urge que el docente se encuentre con la seguridad interna de que su hacer tiene sentido, de que él tiene el poder de guiar, instruir, despertar amor por el conocimiento, motivar el estudio y la investigación como vía de crecimiento de la persona, y de la sociedad.

De su energía y convicción, de sus deseos y voluntad, de sus ganas, depende, fundamentalmente, el éxito de la escuela, el restablecimiento de un rol fundamental y – esto debe tenerse muy en cuenta-esa actitud vital conlleva a la alegría personal de dar, acto que siempre devuelve al mismo donante, fecundidad y vitalidad.

Habiéndose quebrado hoy la voluntad de ser, la pasión por enseñar, y la convicción del poder de la enseñanza, es llegada la hora de restituir estos valores.

“Vivir es un acto poético, de decisión, de afirmación y de amor” – dice Abel Posse.

Esta convocatoria a honrar la vida y la personal misión puede constituirse en un objetivo de recuperación nacional, porque de ello depende el hacer una gran Nación que siendo tarea de todos los habitantes lo es, sobre todo, de la Escuela.

Un desolado contexto

No desconocemos el desolador contexto que justifica el abatimiento en que hoy se encuentra la educación.

¿Es necesario enumerar lo conocido? La familia, los padres mismos, sufren el deterioro de su misión transmisora de valores y tanto que, en una pasmosa generalidad, se declaran impotentes. Como resultado han de vérselas con hijos que descreen de los valores que se les pretende transmitir y un sentido que andan buscando en la calle o en las lecciones que da la pantalla chica.

Es que para agravar estos males que comprometen la existencia la TV y los ídolos que crea fragmentan la capacidad del joven, lo envuelven en su torbellino, lo confunden y anulan su acción a la par que lo fascinan y ponen en primer término la creencia del todo vale con tal de lograr el éxito.

Nadie parece dispuesto a oponer una actitud crítica a la vacuidad hedonista que transmite la envolvente sugestión televisiva y sus ídolos, muchos de los cuales han logrado puestos iluminados mediante la desfachatez y temeridad.

Y esa desfachatez y temeridad es lo que los chicos llevan a las aulas y con lo que deben vérselas los docentes.

La injusta desvalorización de las profesiones, el desacomodo laboral argentino, las injusticias, la corrupción y malos ejemplos que da nuestra sociedad, han conducido a una pérdida de lo que hace al humano más humano, y definitivamente pleno y feliz.

De todos estos males se habla mucho, pero para contrarrestarlos se hace poco y hasta se justifica el mayor de todos cual es la caída en el nihilismo, la aceptación de una vida carente de vertebración.

El abandono de los chicos que “tan bien se portan” cuando se los pone por horas incontables en manos de la TV, la nada de las noches adolescentes que encuentran en el ruido el ensordecimiento de sus vacíos existenciales, el cinismo social, el escepticismo reinante, y hasta la pedante soberbia que ha sobrevaluado los bienes físicos de la juventud desvalorizando la experiencia y el conocimiento de los mayores, ingresan a la escuela, van con los educandos. Son la escuela misma y surten su falta de fe en lo que ella puede dar.

Sin embargo y como los perjuicios del deterioro han llegado al colmo de vaciarnos el sentido existencial, urge que los adultos nos comprometamos en un cambio radical con energía y voluntad de imponer un nuevo orden.

Una tarea de todos, pero principalmente de los padres que son los educadores naturales, y de los docentes que por algo han elegido la noble tarea de educar.

Todo un desafío.




EL MIEDO A LOS ALUMNOS

Comienza un nuevo periodo lectivo, y los docentes nos sentimos nuevamente impulsados a la acción. Las aulas nos esperan desafiando vocaciones, sueños o necesidades. Pero, repasando comienzos, advertimos: cada periodo parece agudizar más el desgano, la sensación de impotencia, los miedos.


¿Miedos?... ¿a qué?...

En este convulso Marzo del 95, acentuando temores que la crisis instala, surge una nueva amenaza… ¿Cómo y cuándo cobraremos nuestros magros haberes?, ¿cómo saldremos de la situación en que nos ha colocado un “efecto México” que nos alcanzamos a entender?

Sí, hay mucho desconcierto, demasiada desconfianza. Pero es a otro miedo al que deseamos referirnos en esta nota. Un sentimiento al que casi nunca aludimos, (¿pudor?), pero que sabemos está haciendo estragos en la educación argentina.

Este es el miedo a los alumnos.

Ya Jaime Barylko, en su libro “El miedo a los hijos”, nos invita a tomar conciencia, analizar, reflexionar y salir al frente de este invasor del siglo, que tanto desajuste produce en los hogares para desdicha de los propios hijos de su formación. Y los adultos terminamos reconociendo, lectura mediante, que es así efectivamente. Los padres, merced a la influencia de la televisión, obedeciendo a una cultura hedonista que exalta los valores corporales, la juventud y el placer, los padres, decíamos, jaqueados por una cultura consumista que atenta contra los principios que nos rigieron, estamos debilitados, “gelatinosos” al decir de Barylko.

Y ya no nos sentimos la autoridad del hogar.

Pero la lectura ayuda, da fuerzas, contagia una intima necesidad de vigorizarnos, de volver a asumir un mando que debemos ganar con nuestra conducta y ejemplo. Ese es el desafío.

No mas permisividad, no mas demagogia, no mas amiguismo. Somos padres y a esa responsabilidad debemos responder con una tierna firmeza, coherencia y disposición al diálogo.

Este es el mensaje que se desprende de ‘El miedo a los hijos’. Un mensaje que puede ser muy bien aprovechado si lo trasladamos a la escuela.

Porque en ella también los adultos, muchos, demasiados, inconfesos o no, sentimos temor ante los adolescentes que debemos orientar hacia un aprendizaje que pierde su total efectividad, por nuestra actitud defensiva y temerosa.

Los chicos de la escuela secundaria, la mayoría, llegan ejercitados en una libertad prematura y mal entendida, fortalecidos en la participación de grupos que lideran los más temerarios, y confundidos por un contexto social que para nada estimula el esfuerzo ni la rectitud.

Ante una escuela desvalorizada y un docente menoscabado, se manifiestan abúlicos, descreídos, indisciplinados, rebeldes.

Entonces muchos docentes optamos por la respuesta menos esforzada: facilismo, demagogia, también amiguismo, también permisividad.

Poca tarea, poco esfuerzo, exigencia mínima, o en su defecto autoritarismo paralizante.

Los resultados están a la vista. El mal es para todos.

Sin embargo –volvemos a Barylko-, es el adulto, en este caso el docente, el único que puede intentar un aporte positivo, un cambio de actitud que revalorice su autoridad.

Y así como en el hogar se aconseja retomar las fuerzas, actuar con amorosa firmeza y poner límites, también debe hacerse en el aula.

En el docente está el poder. Los docentes somos la autoridad. Es imperativo que internalicemos esta convicción. Por algo -¿vocación?- hemos elegido esta noble tarea de orientadores, de guías del aprendizaje, de maestros.

Estudiantes, crecimos, pasamos exámenes, nos perfeccionamos. Somos la autoridad en el aula y debemos ejercitarla.

Los jóvenes necesitan de nuestra fuerza. Podemos.

No nos permitamos flaquezas. Los alumnos respetan y admiran a quienes se presentan seguros de sí y de su misión, a quienes desde la altura de su madurez reconocen su disposición a crecer junto al alumno; a quienes aman y entregan lo mejor de sí, y marcan a los jóvenes los limites debidos.

Se inicia un nuevo periodo lectivo. Hablaremos de planificaciones, perfeccionamiento docente, de la ley federal de educación.

Sumemos una nueva actitud de fuerza, de potencia, de fe en nuestro magisterio.

Bandadas de golondrinas pueden hacer un verano de la escuela argentina.





¿Y AHORA CÓMO RECUPERAMOS LAS CLASES? 

Los docentes nos preocupamos, reunimos, discutimos, y, queremos cobrar. Los padres ponen el grito en el cielo. Los alumnos ambulan, van algunos días a clases, vuelven a perder el ritmo.

Las clases no comienzan regularmente aún.

Sin embargo, de las pocas a las que asistimos podemos rescatar esta escena que seguramente, se repite en casi todas las aulas argentinas:

-“Alumnos (chicos): ¿hicieron las tareas? Susto, escalofrío, fuga de miradas, fuga de responsabilidad. Los chicos no responden al imperativo del esfuerzo extraescolar que todo aprendizaje requiere, y que se agudiza hoy.

Claro es que estamos recién empezando las clases (algunos colegios todavía no las iniciaron), claro es que de a poco se forman los hábitos. Pero cabe preguntarnos:

¿No es que estamos tan preocupados? ¿No es que los padres tememos la pérdida de un año escolar, con todo lo que ello significa en términos de gastos, desorganización familiar, atrasos..?

Se habla tanto de la defensa del aula; se habla tanto de la calidad de la enseñanza, se habla, y mucho, del abandono en que ha quedado no ya la calidad, sino el hecho mismo de la educación y la significación de la escuela. Se habla mucho, y se espera.

Se espera que las autoridades se hagan cargo, se esperan soluciones mágicas, tal vez un decreto, tal vez un milagro.

Pero las soluciones no llegan, los milagros se producen y el tiempo se nos va.

¿Y si buscamos las soluciones dentro del aula?, ¿y si iniciamos un análisis más descarnado de nuestra realidad, de lo que podemos docentes y padres, y también alumnos, claro, que somos los reales protagonistas del proceso educativo?

No esperemos ya de los políticos, demasiado esfuerzo deberán hacer para cumplir con los pagos adeudados.

No esperemos de los teóricos de la educación: todavía no debe haber llegado a la abstracción la solución que hoy se demanda: ¿cómo hacer para no perder un año escolar?

Quienes estamos en el aula sabemos que es mucho lo que se puede hacer y que ello tiene que ver con dos palabras: exigencia y trabajo.

Cuando las crisis se agudizan, suele el ingenio dirigir la mirada hacia las reservas. ¡Y vaya si las tenemos en cuanto se refiere a exigirnos más!

Ese camino inexplorado, vasto y empinado es nuestra reserva de hoy, si de no perder un año escolar se trata.

Porque la verdad es que conocemos nada más que las medianías.

Tanto docentes, como alumnos, como padres.

Nuestra vocación paternalista y sobre protectora ha arrebatado alas a todo vuelo en esa dirección.

Los padres se preocupan en realidad, y sin pudor lo manifiestan, por la pérdida posible de una promoción al curso superior o por un egreso. En definitiva por las notas y los certificados.

Se acortan los tiempo, se van los trimestres.

Eso asusta mucho a docentes y alumnos.

Y sin embargo, todavía estamos a tiempo. Y, tal vez éste pueda ser un buen año, aún.

Y quizá un año excelente, si nos proponemos organizar nuestra tarea docente acentuando la responsabilidad y protagonismo de los alumnos y la participación de los padres en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Mas tareas extraescolares, de búsqueda de información, de selección, de lectura, de subrayado, de razonamiento, de tomar notas, de expresión, de memorización -¡Claro que es útil!-, etcétera, etcétera.

Que los chicos ocupen sus horas, que vivan, la alegría que produce el esfuerzo de sentarse a estudiar, descubrir, transferir.

Que sean ellos los que hacen porque tal como reza un proverbio: “Lo que se escucha se olvida, lo que se ve se recuerda, lo que se hace se sabe”.

Y ellos son los protagonistas.

Con confianza en sus capacidades ordenemos en los hogares más dedición al trabajo escolar; en la escuela, más calidad hasta llegar a la excelencia. Menos pasividad, más acción.

Que se adviertan las graduales formaciones de competencias que conducen “al poder hacer con saber y con conciencia”, “al hacerse cargo” y “utilizar la información con reflexión” (Bravlasky).

Más allá del conocimiento interesa saber qué y para qué se aprende, cómo se avanza hacia objetivos conocidos y asequibles.

El sistema obsoleto de hoy, sin competencia socialmente significativa nos ha conducido a una “falsificación educativa” (Obiols) y a un alto grado de educación cuantitativa. Valen las notas; valen los certificados.

Volvamos la mirada hacia la calidad, reforzando nuestra presencia en el aula y el hogar, “proporcionando caminos”, conduciendo al “deber ser”, sobre una base de valores que es lo que hace al hombre más humano” (Barylko).

Si los docentes lográramos salir del desencanto y amodorramiento en que nos ha sumido el abandono y falta de estímulos, si los padres vuelcan su preocupación a la participación, la crisis puede revelarnos: los argentinos somos capaces y potentes, y este puede ser un año ganado en educación.

Y quizá las aulas argentinas muestren muchas manos en alto. Los chicos empiezan a cumplir.





LA ESCUELA EN POS DE UN PROYECTO DE PATRIA



“Nadie es la Patria pero todos lo somos”- Borges

La Argentina que pasa por un largo eclipse, (al decir de Abel Posse) está saliendo de él o puede hacerlo si pone decisión en la marcha, inteligencia en los pasos a dar, el compromiso y responsabilidad participativa de sus habitantes.

Con esa Argentina posible debe conectarse la Escuela, el docente, reconstituyendo su sentido en torno y en pos de un gran proyecto que eleve el Ser nacional a su mayor posibilidad.

El proyecto de contribuir a hacer un gran país debe ser un tema nuclear. Un tema de todos, un desafío nacional y escolar que a todos involucre: Todos somos la Patria y la construimos o destruimos para nuestro beneficio o perjuicio de cada habitante, (esto último hoy tan palpable y doloroso).

Que los niños y los jóvenes comiencen a sentir la Patria como suya, que la conozcan, que la cuiden, que la amen desde su lugar, calle, plaza, árbol, que se ejerciten en una convivencia solidaria, que entiendan que en una Nación incorporada al progreso humano la vida tiene más calidad, hay más trabajo para los padres, posibilidades de realización para ellos mismos, alegría, esperanza y fe en la fuerzas productivas que honran la vida del ser humano.

Generar la convicción de que las acciones de cada uno suman o restan, de que la falta de participación y compromiso con lo que es de todos ha generado una República empobrecida, lo que es: ciudadanos empobrecidos, marginados y resentidos, que se deben sacar adelante, tanto por mejorar su calidad de vida como, por efecto espejo, mejorar la de la ciudadanía.

Restablecer los lazos ciudadanos rotos es una portentosa empresa nacional.

¿Y a quién le compete encabezarla, orientarla? No queda otra: al Docente, a la Escuela, apoyados por la familia, por cierto; orientadas sus acciones por los Ministerios de educación; con conocimiento de las autoridades nacionales, provinciales y municipales.

El docente es dueño de todos los medios: tiene experiencia, conocimientos que actualiza, ha realizado estudios que lo habilitan, ha recuperado el poder y confianza en sus fuerzas. Una nueva voluntad de hacer lo alienta.

Él es el guía natural de esta empresa gigantesca; él es el que enseña con el ejemplo de su trabajo y su entrega apasionada. De su vale la pena. El que debe hacerlo de esa manera.

Lo demás corre por cuenta de su propia convicción por lo que es necesario y urgente que restituya sus fuerzas, su convencimiento de que en el aula y con sus alumnos es él el que tiene el poder: puede guiar, educar, transformar, iluminar con su voluntad de hacer bien su tarea y de la donación de sí mismo, de sus propios y siempre acrecentados saberes.

Desde el atalaya de los ministerios mucho debe hacerse en este sentido, porque si bien la atención parece estar puesta en las propuestas de cambios en los programas y otros aspectos formales, se impone, fundamentalmente, transmitirle al docente ubicación filosófica de los qué y porqué de su ejercicio y fe en el valor de su esforzada acción educativa.

Los teóricos de la educación pueden apoyar en mucho esta revalorización de una tarea trascendente. Vigorizarla y transmitir optimismo.

Para el “ vale la pena” puede decirse, por ejemplo, que se avistan notables signos de recuperación de los valores humanos, que el docente no está solo, porque por todos lados aparecen pequeñas chispas que anuncian reacciones favorables a una búsqueda del sentido de trascendencia, lo que es decir de felicidad humana.

En la era del dominio científico y tecnológico- terreno este último en que los más chicos parecen poder darnos lecciones a los adultos- se avista el agotamiento de lo que tanto la ciencia como la tecnología no han sabido brindar al hombre: el sentido profundo de paz interior y respuesta a la vida.




¿QUÉ LEEN LOS DOCENTES?



Si de la lectura formativa se habla, si de escoger textos nutrientes se trata, ¿no es esperable que los docentes lean escasamente en un país en que no se da el hábito del buen lector?

La nota publicada por LA VOZ DEL INTERIOR con el título: “Mucha TV y pocos libros”, en referencia a datos presentados por el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación, (IIPE)- UNESCO, y comentada por algunos medios televisivos sobre la escasa dedicación de los docentes a la lectura, asistencia a bibliotecas, museos, conferencias y cursos de temáticas diversas, es decir muestras de interés por cultivarse, seguir investigando, actualizarse y crecer, ha desatado interesantes debates.

¿Que los docentes no leen? ¿ A qué se refiere ese “ no leer” cuando muchos consideran que, colmados de circulares, nuevas disposiciones, producciones de los mismos alumnos y textos que deben transmitir pasan horas decodificando- en muchos casos descifrando- textos?

Ese argumento, utilizado por algunos profesionales de la educación y afirmado por otros que confiesan: “cuando llego a mi hogar digo basta a tanto leer”, nos lleva a preguntarnos a qué tipo de lectura se refiere la UNESCO en su estudio.

¿Acaso se refiere a los textos informativos que los maestros y profesores están mínimamente obligados a conocer para transmitir información y conocimientos, o, se refiere, en cambio, a la lectura formativa, nutricia, seleccionada de acuerdo a gustos y necesidades internas que van más allá de lo puramente aplicable en el aula y que puede hacerse leyendo buenos textos cualquiera sea su soporte, aún de la TV?

Consideramos que éste es el punto en que debe centrarse la discusión, porque a lo que la Encuesta se refiere, es, sin dudas, al consumo cultural del docente en relación a la formación de su mundo subjetivo y su impacto en su tarea formadora.

Lo que dicen los docentes
Los docentes, en general, pero sobre todo los de las escuelas primarias- que son los más cuestionados por el estudio- se han defendido aduciendo que no leen por diversas causas: escasez económica para comprar libros, falta de tiempo, desgaste físico y falta de fuerzas después del arduo trabajo con los chicos como para salir nuevamente de su hogar y asistir a centros irradiadores de cultura. También hablan de falta de estímulos “ al final no se valora ni a los creativos, ni a los que saben más o enseñan mejor”, se escucha.

Nosotros, padres, familiares, amas de casa, los que estamos al otro lado de la escuela pero lamentamos la situación de anomia en que ha caído la formación de los niños y adolescentes, intentamos aportar a la problemática nuestra propia visión.

Los docentes, parte de nuestra realidad

¿Que los docentes no leen? ¿Por qué habría de extrañarnos?

¿ Acaso no son ellos, también, habitantes de un país en el que la mayoría no lee, no busca información, descree o ni siquiera se pregunta sobre los beneficios formadores de la buena lectura?

¿Acaso no se habla de la muerte del libro, de los libros formativos, de los buenos textos, de las publicaciones de excelencia? ¿Acaso no se multiplican, en cambio, las páginas llamadas “ amarillas “, publicaciones que distraen la atención que demanda la realidad describiendo y narrando vidas ajenas, caras y cuerpos bonitos, argumentos chismosos, andanzas frívolas que bien pueden entretener pero que sólo distraen del paso del tiempo, sumergen en la pasividad, enajenan del propio sentido? Y acaso, por fin, ¿no debemos confesar que la TV, reina de la casa, cada vez más llamativa, estruendosa, gigantesca y metida en los hogares, ha hecho presas, a las mayorías, de su fascinante mediocridad?

¿Por qué entonces ha de pedirse a los docentes que escapen a su encantamiento, a los argumentos de novelas que sobrecogen las emociones con sus recursos tan bien estudiados para mantener el suspenso, distraer la atención y hasta la voluntad de actuar aunque muchas de ellas sólo transmitan violencia y disvalores?

Y si se trata de noticieros, ¿no es verdad que cada día son más llamativos, estruendosos, condensadores de lo malo sucedido y por suceder como para sacudirnos y hacernos sentir que por suerte estamos vivos?

Lo que algunos docentes, los menos, han confesado es que prefieren ver por horas TV a la lectura de un buen libro, de una página de opinión, de un texto reflexivo.


LO QUE LOS BUENOS LIBROS ENSEÑAN


Ana Quiroga en su libro “ Matrices del aprendizaje” aporta- a quienes lean sus inteligentes Lo que los buenos libros enseñanpáginas- análisis que bien pudieran ser utilizados para explicar por qué en nuestro país la mayoría no tiene desarrollado el hábito de la lectura, fenómeno que involucra, lamentablemente, a quienes, por ser profesionales de la educación, debieran ya haberlo incorporado, como condición básica de su formación.

La autora habla de lo que llama “matrices de aprendizaje”, diciendo que el pensamiento y comportamiento humanos responden a una “matriz o modelo interno de aprendizaje que es la modalidad con la que cada sujeto organiza y significa el universo de su experiencia y sus conocimientos”.

Siguiendo su aporte podemos decir que esos modelos o matrices se construyen a lo largo de nuestra trayectoria como seres biológicos, emocionales y sociales y pueden ser estructuras cerradas- lo cual perjudica y disminuye las capacidades de su portador pudiendo constituirse en graves patologías- o en cambio ser abiertas, en movimiento continuo y dispuestas a permanentes modificaciones. Además pueden ser de orden individual o social por lo que podemos hablar de “matrices de comportamiento argentino”, por ejemplo.

Es indudable que la realidad actual, construida bajo el síndrome del cambio permanente, necesita de matrices de pensamiento abiertas y dispuestas a adecuarse y responder a las exigencias, cada día mayores del contexto.

Sin embargo, ¿ha formado, la misma escuela de la que egresan nuestros docentes, mentalidades para esa necesaria adaptación? ¿Son los docentes personas dispuestas a cambiar, lo que significa crecer permanentemente?

Consideramos que el autoritarismo que ha imperado en la escuela argentina, la lección repetida, la negación de la creatividad, el nivelar “para abajo”, han formado mentalidades poco dispuestas a las transformaciones.

Por otra parte, la cultura del zafar, “ zafar y pasar, zafar en los exámenes”, la “ viveza criolla que sigue reinando entre nosotros, haciéndonos creer que es de vivos esforzarse lo menos para aprobar, rendir exámenes rogando

“que nos toquen las pocas bolillas estudiadas”, esa mala costumbre de

“estudiar para la nota, la maestra o el profesor” que nos viene de la tradición, de la política del acomodo, de la recomendación, del hacerla fácil que ha alimentado la misma complicidad familiar, son un manojo de malos hábitos que han viciado la conducta de los argentinos en general y hecho de la matriz ciudadana de las mayorías una disposición al facilismo, una negación del esfuerzo.

Además, el Estado, tradicionalmente demagogo y clientelista, conserva y sigue alimentando esa matriz receptora, pasiva, y en demasiados casos, parasitaria, en la que se ha grabado, a fuego, la idea de que no hay para qué esforzarse.




BENEFICIOS DE LA LECTURA


La buena lectura nos lleva a ser nosotros mismos, a despertar del letargo impuesto por la sociedad consumista, permitiéndonos ser protagonistas creativos de una nueva realidad que sólo los buenos libros pueden transmitir.

No es de extrañar que el docente, subsumido en la realidad de las mayorías, se resista a un acto que, como lo exige la lectura, demanda esfuerzo.

En el silencioso acto de leer, sobre todo textos en que el pensamiento se eleva y las ideas nos sobrevuelan, se requiere el ejercicio que suele resultarnos más difícil: el de la introspección.

Cada palabra, oración, párrafo, las llamadas micro estructuras van formando para el lector nuevas visiones, otras perspectivas, emociones, vivencias, reflexiones cargadas de sabiduría, obligándolo, a una macrovisión en la que ha de ubicar su propia existencia.

La buena lectura nos lleva a ser nosotros mismos, a despertar del letargo impuesto por la sociedad consumista, permitiéndonos ser protagonistas creativos de una nueva realidad que sólo los buenos libros pueden transmitir.

Por eso, leer un buen texto, debe ser una acción surgida desde dentro de uno mismo, de acuerdo a las auténticas necesidades y preferencias- no impuestas por el mercado editorial y el marketing.

De esa manera vamos dando con textos que, desde cualquier soporte- un diario, una revista, un libro, un artículo de Internet, parece escrito para uno, nos habla a nosotros mismos, se incorpora a nuestro universo personal y lo dilata. Lo llena de luz.

Por eso Jaim Etcheverry, autor de “La tragedia educativa”, puede decir:

“No leo para saber más, leo para saber vivir”.

Por eso leemos hasta en un grafiti: “Leer es vivir acompañado”.

Por eso Borges pudo declarar: “No se llega a ser por lo que se escribe sino por lo que se lee”.

El llamado de una palabra, una película, una conferencia, una reflexión de los comunicadores televisivos o radiales, cualquier texto de la humana comunicación, puede operar la mágica apertura de matrices cerradas a lo nuevo, descubrir paradigmas, estimular el deseo de seguir creciendo.

Por lo tanto, los docentes que estén dispuestos a sumarse al hábito de leer, ganarán en su calidad de vida, en su condición de educadores y podrán pararse frente al aula, los padres y aún ante las autoridades educativas y políticas con la seguridad y solvencia que otorga una auténtica formación intelectual y espiritual.

La lectura de un artículo publicado por LA VOZ DEL INTERIOR, nos acerca, por ejemplo, a las advertencias que Giovanni Sartori, sociólogo italiano que ha ganado la última edición del premio PRÍNCIPE DE ASTURIAS con su libro “ Homo videns”, hace en él sobre la TV como “ piratería financiera que nos ahoga”, afirmando que “el hombre que mira la televisión en exceso pierde la capacidad de entender la realidad que aparece deformada por la pantalla” El reconocido sociólogo acusa a los medios porque no informan sino deforman la realidad. La mayor parte de los programas, envilecidos por un criterio e interés puramente comercial no aportan a la formación de la persona.

En este libro- de gran difusión en su país, Italia, y en el mundo entero- Sartori acomete contra los empresarios que se adueñan de los medios de comunicación, seduciendo a las mayorías, induciendo inescrupulosamente al consumo adormilante y estupidizante , y “ que se enriquecen y consolidan con la propiedad de los canales y ajustan sus programas con estudios de audiencia que responden- cada vez en más pronunciada caída- a lo más fácil y bajo del hombre, lo que se supone la cultura y evolución ya debiera haber superado.

La lectura de libros como éste operan como el necesario sacudón que saca del estado de sugestión que invade a las mayorías. Pero, ¿ a quienes? A quienes leen, un diario, un artículo de reflexión, un libro cuidadosamente elegido.

LOS MAESTROS SALVANDO LA REPÚBLICA


¡Puede tanto cada docente desde su aparente humilde misión! Puede, aunque esté cansado, mal pagado, descorazonado. Es más, debe transmitir esperanza en el porvenir. Debe.

Cientos lo entienden así, y a pesar de las dificultades, de las contradicciones siguen en su tarea de iluminar senderos, de orientar con vocación y amor. Y son los ganadores, porque trabajan con alegría. Pues si hay ciento así, ¿por qué no ha de haber miles, cientos de miles?

¿Es un sueño irrealizable? ¿Qué puede hacer un maestro para salvar la república? ¡Vaya tarea la que se le encomienda!

Sin embargo, -creemos- sí puede. Estamos cambiando.

El contacto con cada alumno, esa promesa que puede constituirse en solución del mañana, puede ser una siembra de amor y esperanza, una lección de amor a la vida.

Cada palabra, cada gesto es una lección de vida.

¡Puede tanto cada docente desde su aparente humilde misión! Puede, aunque esté cansado, mal pagado, descorazonado. Es más, debe transmitir esperanza en el porvenir. Debe.

Cientos lo entienden así, y a pesar de las dificultades, de las contradicciones siguen en su tarea de iluminar senderos, de orientar con vocación y amor. Y son los ganadores, porque trabajan con alegría. Pues si hay ciento así, ¿por qué no ha de haber miles, cientos de miles?

Si a cada aula, a cada momento de la clase los cubriera esta red de un tiempo nuevo, si cada docente enseñara convencido del poder de su acción, de su poderosa fuerza transformadora, si cada uno aplicara su buen criterio para solucionar los infinitos problemas que llevan los chicos y adolescentes a la escuela constituyéndose en guías maduros...¿ no cambiaría la escuela?

Es cuestión de cargarnos de una nueva fe. De creer que cada pequeña actitud forma parte de una gran sumativa que arroja carradas de riquezas- tan cuantificable como la moneda norteamericana- a las arcas del tesoro nacional.

Es cuestión de advertir que entre todos ponemos en movimiento la gran rueda de la República que ahora está sumergida en el barro y que no vendrá ningún extraterrestre a moverla a menos que sea con el mezquino interés de despojarnos.

Si lo advertimos haremos la gran revolución: la que suma todos los “yo” que somos. La que confía en el valor de cada uno y al devolver la confianza devuelve el poder.

Y, ¡qué bueno! Esa revolución se está dando. Tal vez sea la reacción extrema de la crisis

Cuando un país está al borde del suicidio, la imposición de la vida obliga a hacer.

Sólo nos queda sumar a los más en la acción, en las actitudes creativas que, cuando se las deje salir serán muy potenciadoras.

Y ése es el cambio, no hay otro, por más que el discurso de algunos- con evidente nostalgia colonialista- siga prometiendo milagrosos remedios o buscando culpables ajenos, lejanos. Otros.

Pero el desafío mayor que se nos ofrece está en la voluntad de cambiar, en la firme decisión de hacerlo.

La convicción nos llega con la derrota de aquellas voluntades todopoderosas que levantando la soberbia y testarudez del “Yo tengo convicciones firmes y a mi nada ni nadie me hace cambiar” fundaron una autoridad que se les ha caído a pedazos. Porque esos “ Yo sé lo que hago” con que se suele responder a cuestionamientos, declinando necesarios debates y participación de ideas, ha producido, paradójicamente, un país que no acierta a saber qué es y que no atina a saber qué bandera flamea en su mástil.

En la derrota evidente de esos paradigmas o modelos está la hora del cambio.

De todas maneras lo que la realidad nos pide, en primera instancia, es mirar la realidad desde otra perspectiva, una nueva focalización de la atención que debe descender de los altos ministerios, de las providenciales fuerzas, del cielo, de dioses protectores, hacia los que somos cada uno en la misión de cada argentino.

Aquí, atendiendo al aquí y al ahora de todos los habitantes, recibiremos la gran sorpresa.

Porque… ¡Vaya si nos hemos menospreciado!, ¡Cuánto hemos menoscabado el genio del otro, del compañero, del subalterno, de vecino de al lado!

Sin embargo, en el aporte de cada uno es donde anidan las buenas ideas que podemos empezar a atender, despertar y aún más, estimular, en nosotros están las soluciones criteriosas que debemos respetar y alentar, talentos que hay que dejar que hagan lo suyo aquí, ahora, los vecinos, nosotros, cada uno. En nuestra tierra.

Es la Argentina una gran colmena aún.

Los obreros tendremos que constituirnos en tales, poner las antenas a punto, dejar hacer a la humana intuición, despertar a los zánganos y ponernos a trabajar todos en pos de la mejor miel, que, justamente ahora está siendo muy bien recibida en el exterior.

La Nación es un gran panal.

Es cuestión de obrar racionalmente y darnos cuenta de lo que somos





EL COMPORTAMIENTO ADOLESCENTE Y LA FASCINANTE ARQUITECTURA CEREBRAL


Los que hemos llegado a la edad adulta solemos depositar en los adolescentes responsabilidades a las que los chicos no pueden responder. Padres y docentes, sociedad y políticos esperan de quienes aún concurren a la escuela secundaria o a los primeros cursos de la universidad actitudes y comportamientos definidos, seguros, acertados y asertivos y muchas veces son defraudados a pesar de que "se tenía y se puso tanta confianza en ellos" como para aceptarlos como votantes o considerar que pueden formar una familia.

¡Imposible!

Las últimas investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro realizadas con la moderna técnica de resonancia magnética nos dan respuestas sobre el porqué de ciertas conductas adolescentes que, en realidad, sólo delatan inmadurez. Datos contundentes sobre el proceso llamado de mielinización cerebral resultan fundamentales para comprender la irritabilidad, el aumento de la impulsividad, la falta de previsibilidad y la inclinación por los riesgos sin reflexionar sobre las consecuencias, rasgos que caracterizan a la mayoría de los que atraviesan la que siempre ha sido considerada una edad conflictiva.

Hasta aquí teníamos claro que la adolescencia pone al sujeto enfrentado a sus padres, que es propio de su edad el estado de irritabilidad y también que asuma conductas riesgosas, y esos cambios se atribuían a la irrupción hormonal que despierta, a su vez, la libido y provoca la búsqueda de su identidad.

También hasta hace unas décadas se creía que en la niñez se definía la configuración cerebral, pero no es así. El cerebro sigue construyéndose durante la adolescencia (en realidad durante toda la vida), pero es en esta edad cuando el cerebro triuno, descubierto recientemente, intenta armonizar el trabajo de los tres cerebros con que contamos los humanos hoy (ontogénesis), después del proceso evolutivo de la especie a través de millones de años (filogénesis).

La filogénesis nos avisa que el órgano más complejo del universo se construyó sobre el cerebro reptiliano, en la zona de la nuca, al que se sumaron el límbico, emocional, y mucho después el neocórtex, en la zona frontal, de adquisición más reciente, que es el pensante, consciente, abierto al futuro, capacitado para proyectar responsablemente.

La ontogénesis nos hace saber que en cada ser humano es también el paso del tiempo en que cada uno vive el que provee a la maduración cerebral. Los cambios van acompañados por lo que se conoce como mielinización cerebral.

La mielina es una sustancia blanca que cubre las uniones de las neuronas. Al actuar como una cobertura no sólo las protege sino que asegura una más rápida y eficaz comunicación entre ellas. Esta sustancia blanca se encuentra desparramada en el cerebro de los niños y comienza su misión desde el cerebro reptiliano para ir ascendiendo lenta y gradualmente hacia el cerebro medio, límbico, hasta llegar a la parte frontal, donde se aloja el neocórtex cerebral, y este trabajo se produce principalmente en la adolescencia.

Cuando logra su cometido, el sujeto ya ha llegado a la madurez, lo que va a permitir un trabajo armónico de sus tres cerebros, de manera que impulsos, emociones y sensaciones pasarán al territorio conquistado hace muy poco por el hombre donde se cumple la función de autorregular la conducta, generando mayor conciencia de los actos, reflexión y proyección al futuro de los mismos, como ya dijimos.

Existe, entonces, un estado de inmadurez biológico en la niñez y adolescencia y este descubrimiento permite que los adultos ya maduros entendamos por qué en estas edades es imposible pedir una estimación de los riesgos o cargar a los individuos con responsabilidades de conducción que comprometan la seguridad propia y del grupo.

Y todavía hay más: los científicos han identificado una región específica del cerebro llamada amígdala, cuya función está exacerbada en la adolescencia, que es responsable de las reacciones instintivas y el comportamiento agresivo.

En tanto los adultos conozcan sobre este proceso interno tan recientemente descubierto podrán, en su tarea de padres, maestros, abogados, políticos, entender, anticipar y manejar su manera de actuar.

Estos aportes científicos –sumados a otros descubrimientos como el hecho de que la dopamina, a la que es muy sensible el cerebro en la edad adolescente, desempeña un papel fundamental en el control de la atención o la cognición activando los circuitos de gratificación– explican, además, que los adolescentes den más importancia a la recompensa que a los riesgos en la búsqueda de lo novedoso.

Se suma a ello el descubrimiento de la sensibilidad a la oxitocina, que hace más gratificantes las relaciones sociales, lo que justifica la necesidad en esta edad de relacionarse. El "cerebro social", que engloba regiones cerebrales que intervienen en lo afectivo y cognitivo en relación con los demás, sigue desarrollándose durante la adolescencia.

Si la familia y la escuela tienen en cuenta estos aportes científicos podrán trabajar la enseñanza de habilidades relacionadas con las regiones del cerebro que sufren cambios más significativos durante la adolescencia; por ejemplo, el autocontrol o la empatía. Muchos lo están haciendo en el hogar y en la escuela, empezando por enseñar a los púberes y adolescentes a calmarse, a hablar con naturalidad de los sentimientos propios y compartirlos con los demás, lo que constituye, además, un buen antídoto contra la depresión y ayuda a resolver problemas interpersonales y a considerar los efectos de sus conductas sobre los demás.

La adolescencia, puente a la vida adulta que atravesamos todos, ofrece una gran oportunidad para aprovechar y optimizar el aprendizaje útil, porque si bien es una etapa en que se cometen muchos errores, a partir de ellos es posible impulsar a un mejor y óptimo crecimiento.




LA SALUD DE LA REPÚBLICA EN MANOS DE LOS DOCENTES

Tal vez la lectura de esta nota provoque en muchos un gesto de protesta: ¿una responsabilidad más para los abrumados docentes? Y aun ante ese riesgo lo afirmamos: está en manos de cada maestro y profesor la salud del país. Y aun más, de la salud psíquica del docente, de su propio crecimiento personal depende que cientos de vidas sean guiadas hacia una vida más plena y más digna de ser vivida.

Ya lo hemos experimentado: la grandeza del país en la que todos debiéramos empeñarnos no bien salgamos de la profunda crisis en la que estamos subsumidos no se logra con decretos gubernamentales, ni con órdenes, ni miedo, ni con enfáticos discursos vacíos de significación. Tampoco con palmeadas sobreprotectoras que prodigan demagógicamente los directivos de los agremiados aconsejando la férrea defensa de los derechos sin hablar nunca de deber y responsabilidad.

La grandeza de un país se sustancia en la multiplicación de personas formadas humanamente, en la suma de inteligencias despiertas para el hacer y el construir, dispuestas a un permanente desarrollo individual (lo que quiere decir llegar a lo más que cada uno puede ser).

Necesitamos de la suma de capacidades, juicios críticos, crecimiento personal, responsable participación y creatividad. De más individuos amando la vida, su lugar, su sociedad, la nación a la que tanto se invoca. Personas creciendo, superándose. Una mayoría de habitantes, no minorías, con un saludable criterio, capaces de pensar y jugarse por un proyecto de futuro. Gente formada.

Los docentes están, o debieran estar, capacitados para educar al individuo desde el momento en que los padres (la mayoría no puede dar lo que no tiene) consideran y confían a la escuela la formación integral de sus hijos. Y lo hacen porque ellos mismos, la mayoría de los padres, el grueso de la población, no fueron despertados a la construcción consciente de sí mismos.

La crisis actual tocando fondo desafía a un cambio urgente, y son los docentes los que transmiten conocimientos, los que están en contacto diario con los chicos, los únicos que pueden orientarlos, ayudarlos a darse cuenta, a despertar sus conciencias para que encuentren el sentido de vivir. Pero eso exige, ciertamente, el despertar de la propia conciencia del docente argentino. Despertar su autoestima, la consideración de su vital tarea, de que es esencial para elevar la vida del país, aunque la sociedad y los gobiernos sigan dormidos.

La crisis de la educación argentina es un llamado de atención a la necesidad del propio crecimiento, y una manera de surgir a la posibilidad de crecer es empezar a hacernos cargo de críticas de grandes pensadores como Claudio Naranjo, que señala que, "si en educación estamos tocando fondo, hay que reconocer que tenemos la educación que tenemos porque tenemos los docentes que tenemos".

La mirada reprobatoria de grandes pensadores, como se ve, y también la esperanza de mejorar para beneficio de todos están puestas en la docencia, que ya no debiera justificarse desviándola a las autoridades, al sistema, a la sociedad de consumo, a la rebeldía del alumno actual (aunque bien sabemos que existen), sino haciéndose cargo de que por estar en contacto diario con los chicos es quien puede y debe señalarles rumbos, darles un ejemplo constructivo. Las dificultades están y seguirán estando, pero lo que llega a la escuela desde fuera de ella no puede ser cambiado ni mejorado porque, justamente, "tenemos la sociedad, los gobernantes, las autoridades que tenemos porque tenemos la escuela que tenemos". Una cadena de acusaciones sin fin que ya no vale la pena sostener.

Echarle mano a la realidad con voluntad de cambiar para beneficio de todos es aceptar que corresponde a los formadores del ser humano, a cada maestro o profesor, hacer frente al reto y ponerse a trabajar con una renovada disposición y pensando que un cambio beneficiará en primer término su propia vida, porque despejará su desgano de hoy, su falta de fe siempre decepcionada por el afuera. Le dará alegría a su trabajo y salud a su mente.

Si se abre el entendimiento a la macro visión del mundo y observa que la humanidad siempre está creciendo en espiral, marchando hacia un orden superior, aunque sea entre subidas y caídas y aunque muchos seres no tomen conciencia de estos profundos significados, se empujará el cambio. La idea de evolución, progresión y superación permite ver que educar no es seguir repitiendo viejas lecciones intransferibles a la realidad, que se debe escuchar el clamor de los alumnos que rechazan una escuela repetitiva, aprisionada en viejos modelos alejados de su problemática, con contenidos sin interés, memorizados y transmitidos sin alma que solamente cumplen directivas de teóricos de escritorio.

No estamos en la escuela para lograr que las generaciones venideras repitan la nuestra, sino para que a partir de nuestros yerros y aciertos mejoren y vayan al encuentro del hombre maduro y superior que la mayoría de la gente de hoy todavía no ha sabido construir en sí misma.

Cada docente debiera hacer un profundo análisis interior y actuar con libertad de conciencia, pensando que él puede, que él debe aportar aunque sea un poco más de convicción al cambio que está en el mundo y que se nos viene encima, atropellándonos o integrándonos, según cada uno, sumando o restando, se diga: deseo y apostaré a una docencia digna de ser vivida.






¿PUEDE FORMAR LA EDUCACIÓN SERES COMPASIVOS Y ALTRUISTAS?

En otras notas hemos hablado de la necesidad de fijar metas claras en educación que, además, sean conocidas y compartidas por quienes intervienen en ella: ministerios, docentes, padres y, fundamentalmente, los alumnos.

En esa línea de preocupación pensamos que es fundamental darle un alto fin educativo a la formación del ser, es decir, la transformación de los individuos sujetos a la educación en partícipes conscientes y activos de su desarrollo en pos de construirse como buenas personas. Y este propósito debe ser ubicado como la más alta meta a lograr.

Sabemos que es difícil. Reconocemos que exige superar graves inconvenientes; el mayor de todos, probablemente, cambiar los paradigmas adultos. Muchos dirán que éste es un propósito tan ilusorio como irrealizable. Se comprende porque es un tema que ha ingresado recientemente a la discusión de los grandes pensadores. Nunca como hoy se impone un gran cambio que oriente la necesaria formación de niños y jóvenes, nunca como hoy están tan amenazados la paz y el orden, el bienestar, las reglas de convivencia familiares y sociales.

En la situación que estamos atravesando, que ronda la descomposición del contrato social, miramos, casi desesperadamente, a la escuela, a la educación, y pensamos que es mediante su real cambio de rumbo que puede mejorarse la sociedad argentina, la que nos toca vivir y soportar y que dejaremos como herencia a los que nos sucedan.

No estamos solos en estas aspiraciones. Formar el ser persona, mejores ciudadanos a través de la educación, es un tema instalado en la escuela del mundo de hoy y también en la ciencia actual, que enfoca sus investigaciones a asuntos antes nunca tratados como la felicidad humana como estado de paz interior y plenitud, el manejo de las emociones y su influencia en la salud, los efectos nocivos del egoísmo en la vida íntima del individuo y hasta el altruismo como antídoto contra la depresión, la tristeza, el suicidio.

Las neurociencias se han puesto al servicio de ideas que exigen virar la dirección hacia nuevos, elevados, nobles fines educativos que ponen el proceso de formar el ser persona como núcleo de interés. La idea que nos transmiten sus recientes investigaciones y apoya nuestros fundamentos es que existe en la naturaleza humana un potencial para el logro del bien que hay que despertar. La auténtica felicidad depende de sentirse pleno y satisfecho consigo mismo y ¿no es ése definitivamente el mayor bien a que puede aspirar el hombre?

Todos somos parte de una gran familia y, aunque el egoísmo parece haberse adueñado de demasiadas voluntades, los efectos de su mala praxis dañan hasta al más cuidado. Es cuestión de advertirlo y movilizar las conciencias, teniendo en cuenta que ella despierta la mente y que ese cambio significa transformar el mundo.

El altruismo y la compasión (no entendidos como lástima hacia el otro sino como conciencia del bien común) son los grandes valores ausentes hoy. Bien lo sabemos los argentinos, a la vez que entendemos que cultivarlos es la única posibilidad de salvarnos.

Entonces, ¿por qué no orientar la marcha hacia fines más nobles, atentos a mensajes de los maestros que nos dicen, fundamentalmente, que sólo formando personas más buenas, nobles, altruistas y compasivas se puede lograr la humana felicidad?

¿Formar? ¿Cómo? ¿Quién puede hacerlo? Por cierto, a la primera célula social, la familia, le compete atender estas nuevas propuestas, pero es la escuela, la institución formadora por antonomasia, la que debe incorporar a sus diluidos fines el que debiera ser nuclear: formar individuos integrados que amen la vida, a los demás, que despierten al sentimiento de la compasión, a la práctica del altruismo. En definitiva, formar un ser humano completo y realizado.

En el intento podemos empezar por los cuestionamientos: ¿acaso ha dado resultado llenar la cabeza de los alumnos con datos que no saben transferir a un desarrollo pleno? Demasiados contenidos académicos y ausencia de cualidades humanas. Demasiadas herramientas sin usar y transformadas en nada.

La compasión es el sentimiento que nos permite sentir la propia vida en el otro, incorporarlo a la propia humanidad, entrar en relación con los demás. Se ha comprobado científicamente que el hombre es naturalmente compasivo, por lo que es cuestión de despertar ese sentimiento natural hoy tapado bajo un alud tecnológico mal empleado que distrae tanto a chicos como a grandes ausentándolos, volviéndolos indiferentes, ignorantes del que está a su lado.

Una gran reforma educativa podría reflotar el altruismo, sentimiento básico de la bondad. Enseñar a prestar atención, volver la mirada al aquí que tanto se abandona. Despertaría, así lo dice la ciencia, lo que está latiendo en el interior del hombre: una innata bondad, el deseo de ayudar, la capacidad de conectarse, la natural empatía. ¡Y cómo cambiaría la vida de todos si estas transformaciones sucedieran!

Es en el hogar y en la escuela donde deben cultivarse las emociones positivas cuyo conocimiento y exaltación se debieron a Daniel Coleman. Es allí donde se debe hablar –lo que es educar– sobre la felicidad como estado de satisfacción por lo que uno es y va logrando ser, como dicen, entre tantos otros, pensadores de la talla de Matthieu Ricard, que reclama: "En esta era de descubrimientos magníficos, las personas deben encontrar más equilibrio emocional, los colegios deben fomentar las emociones positivas, el protagonismo, el encuentro con los demás y la identificación y ayuda al que sufre; es decir, el altruismo".

Eduardo Punset invita a no seguir la corriente, a aclarar la natural nobleza de la mente, a evitar lo egoísta y competitivo, poniendo énfasis en la idea de que ser persona es, fundamentalmente, ser autoconsciente.

¿Se busca lograrlo en la escuela? ¿En la familia? ¿Por qué no empezar si vivimos una situación crítica y el cambio nos favorecería a todos?

Es una noble meta educativa que merece ser meditada, debatida. Y ojalá puesta en práctica.

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