HACIA LA MADUREZ POR LA EDUCACIÓN SEXUAL
Padres y adultos responsables debieran enfrentar un problema que amenaza empeorarse si no se empieza por hacer lo elemental: aceptar la existencia de la problemática, hablar con sinceridad sobre el tema y si es necesario- ya que tan poco se ha hablado, leído y estudiado hasta el momento sobre la conducta sexual humana- actualizar sus conocimientos, leer, analizar y comentar significados con los menores, consultar el pensamiento de quienes hace bastante tiempo observan y estudian tema tan vital y nos dan generosos sobreavisos.
La etapa actual, la cultura que vivimos, tanto los adultos,- es decir lo que ya hemos crecido- como los adolescentes,- que son los que están creciendo- se caracteriza por una generalizada inmadurez sexual que se sostiene en una perturbadora sofisticación cuyos resultados están a la vista: uso y abuso de la actividad sexual sin sentimientos ni respeto por sí ni por el otro, angustia, vacío, depresión y muchos etcéteras conocidos. La causa principal de esta pérdida de la energía vital es la ignorancia, la negación del tema, como si por negarlo pudiera borrarse su existencia.
Intentando aclarar una realidad muy confundida, decimos que la sexualidad- que no debe confundirse con la genitalidad a la que incluye- debe ser entendida como expresión emocional, como el reflejo de la personalidad y con ella de la manera de vivir, de relacionarse, de vincularse consigo mismo y con los otros de cada ser humano.
Alexander Lowen, notable psiquiatra neoyorquino, dice que esta sociedad se caracteriza por una mayoría de vidas frustradas de quienes, aunque se consideren sexualmente emancipados, desconocen el sentido profundo de la sexualidad; una mayoría de seres que limitan su significado al acto sexual, se acercan al otro género llevados por la necesidad de aprobación o el miedo al rechazo, se sienten evaluados por normas externas a ellos/as y no son sinceros consigo mismos. Es decir explotan el erotismo con miedo a sus propias respuestas y el amor, con miedo al compromiso de los sentimientos.
Esta cultura generalizada, que empaña la existencia de adultos y menores es una de las peores características de nuestra civilización occidental.
Los que limitan la sexualidad a la búsqueda del placer por el placer, lo intelectualizan, lo controlan y miden y agudizan el empleo de habilidades creyendo que eso los hace conocedores de la vida sexual, no sólo dan un mal ejemplo que se extiende hacia los más chicos sino que los hacen creer que, pueden jactarse de maestros en sexualidad si han adquirido ciertas habilidades y destrezas propias de los monos del zoológico. Lo que significa fragmentar la vida humana, quedarse en una perpetua adolescencia.
Quienes han llegado a una sexualidad que integra su ser y con ella a la madurez de su personalidad consideran que el comportamiento sexual es la expresión directa de sus sentimientos, el más alto de los cuales- más allá del enamoramiento y la enceguecedora pasión- es el del amor.
La sexualidad debe ser considerada como un proceso biopsíquico que depende del uso de una energía sobrante de la que el ser humano ha sido dotado para aportar a su crecimiento físico y psíquico y, superada esta etapa alrededor de los veintiún años, encauzar la actividad hacia la vida sexual, canal de expresión amorosa, fuente del mayor placer en la fusión y completad de dos y camino hacia la multiplicación de la especie.
Para quienes han logrado una adecuada maduración psico- emocional el sexo es la expresión biológica del amor que, dicho sea de paso, sólo puede sentir una persona madura, ya crecida. El amor, que se caracteriza por la capacidad de dar y darse, necesita conocimiento de lo que se es y se quiere para la vida como proceso y desde allí conocimiento del otro. Ese conocimiento necesita proximidad física y la proximidad física conduce a la unión sexual que, según Erich Fromm, es la respuesta al problema del sentimiento de soledad de la persona que no lo encuentra en la sublimación.
Por lo que ser una persona madura significa llegar a la consciencia de su estado emocional, de su propio cuerpo y salud, de la totalidad de su ser que es uno e indiviso- arriba, abajo, cuerpo y espíritu. De allí su independencia y responsabilidad.
Podemos afirmar entonces que la sexualidad madura es la manifestación de un equilibrio psíquico estable y de un estado de satisfacción general con la vida por lo que, cuando el sexo es solamente un acto físico, se corre el riego de destruir la integridad psíquica del individuo.
Así, quienes viven una sexualidad inmadura disocian sexo de amor, produciéndose graves alteraciones emocionales que retrasan aún más y por plazos indefinidos su madurez. Y esto significa anular las posibilidades de armonizar su ser total, es decir sus sentimientos, deseos, placer, encuentro, identificación, potenciación y fuerza.
La educación sexual, que no es otra cosa que hablar sobre el tema, avisar, estudiar, leer y comentar junto a los menores, encuentra motivos de tratamiento en la realidad diaria, en temas que corresponden a las relaciones humanas, a los vínculos que se forman para continuar la vida que reclama seguir latiendo pero, además, como dice Marilyn Ferguson, crecer en espiral, ser cada vez más lúcida, más plena, de mejor calidad.
¿INSTRUCCIÓN O EDUCACIÓN SEXUAL?
“El problema del embarazo de los adolescentes ha aumentado increíblemente en la medida en que se les ha dado a conocer más medios para evitar los embarazos. Es que informar sobre métodos anticonceptivos no es educar la sexualidad. No estoy diciendo que la mayor disponibilidad de métodos sea la causa del incremento de embarazos pero sería temerario decir que es irrelevante”.
George F. Will- de Newsweek
Son ellos los que desde diferentes instituciones educativas han salido a plantear la necesidad de que se les dé la materia Educación sexual, e insisten de tal manera, que hasta las autoridades del Ministerio de Educación se han visto obligadas a atender asunto tan delicado.
Pero decir sí a la educación sexual en las escuelas despierta tantas dudas y discusiones que por ahora “La provincia lanzó un programa optativo, que incluirá sólo a escuelas que se anoten”, dice la nota que publica el día 27 de mayo VOZ DEL INTERIOR, evidenciando así que el tema será tratado , por ahora, con cautela.
Opiniones divididas
Es que la discusión divide a la sociedad entre quienes creen que esta materia debe ser incorporada a la currícula escolar por lo menos en la escuela secundaria y quienes opinan que no, que son los padres los que deben educar sexualmente, en tanto se supone que existen sectores “más atentos a monitorear este tipo de cambios como la iglesia Católica”, según la nota referida.
La discusión está abierta e invita a sumar opiniones.
Por nuestra parte pensamos que en las raíces de esta discusión, existe una confusión que radica en la misma denominación de la materia a dictarse:
¿De qué se está hablando? ¿Se trata de instruir o educar sexualmente?
¿Se debe informar sobre la biología genital o formar la sexualidad integrada al ser humano que cada uno es?
Por lo tanto, la materia que se dictaría, ¿debiera llamarse Instrucción sexual o Educación sexual?
Responder a estas preguntas supone adoptar una de dos posiciones bien diferenciadas:
Porque si lo que los alumnos piden y algunos adultos consideran útil es algo así como un manual de uso que prescriba cómo manejar las relaciones sexuales evitando riesgos tales como embarazos no deseados, abortos o maternidades prematuras y enfermedades de transmisión sexual, estamos hablando de instrucción sexual y se corre el riesgo de que los resultados sean los denunciados por George F. Will citado en el epígrafe.
Si en cambio de lo que se trata es de llamar la atención del adolescente hacia el valor de la vida y el suyo propio, como persona, despertar la admiración y necesidad de conocer y cuidar su cuerpo y el del otro, investigar sobre la orquestación de su genitalidad, enaltecer, en fin, las posibilidades que se le brindan a partir del desarrollo de su maduración como sujeto activo que se encamina al uso de su libertad responsable, estamos hablando de educación sexual.
Por cierto la diferencia está en las palabras mismas: “instruir”, “educar”. Pero, por lo que parece, hasta este momento lo que se está discutiendo en realidad es si debe o no instruirse sexualmente en la escuela.
Por lo menos eso es lo que demuestran las acciones hasta ahora desarrolladas. ¿Qué otra cosa sino instruir es repartir preservativos, indicar cómo se evitan embarazos y hacer algunas descripciones tangenciales de los genitales masculinos y femeninos?
La confusión radica en decir que hablamos de sexualidad, que es un concepto integrador de lo humano, cuando en realidad la referencia es a la pura genitalidad.
De ser así es comprensible el rechazo de muchos adultos, padres y algunos credos, sobre todo de la Iglesia Católica, al dictado de la materia.
La realidad nos advierte que, sea porque ya se han iniciado y hasta abundan las acciones tendientes a instruir sobre el uso de preservativos y métodos que eviten las consecuencias negativas del acto sexual, ya sea por el hedonismo reinante, por la cultura del todo vale a que arrastran muchos medios, los ídolos del momento y la acentuada ausencia de la conducción de muchos padres, los chicos de hoy han quedado a la intemperie y se hace cada vez más difícil resguardarlos de los riesgos a que se someten cuando sus conocimientos son tan limitados, su curiosidad tan dirigida desde afuera y las fuentes de sus saberes sus propios pares.
Indudablemente esta era de cambios vertiginosos ha mudado las conductas de los adolescentes de ayer, tan obedientes a normas establecidas por los mayores cuya autoridad no se discutía.
La situación actual, realmente preocupante por el aumento de niñas embarazadas a cada vez menor edad, por el aumento de abortos y riesgos de muertes, secuelas de angustias, depresión juvenil y hasta suicidios, divorcios, y tanto más que desemboca en una grave pérdida de sentido, obliga a preguntarnos:
Ante esta juventud, más rebelde, más atrevida, temeraria, y también más arrogante y frontal, ¿no será hora de discutir temas que intenten formar conciencias y buscar verdades más profundas?
“Ser humano también es un deber” ( De Graham Greem)
Citamos a Graham. Greem apoyando la idea de que la sexualidad educada mediante el diálogo y la investigación contribuye a construir seres humanos más sólidos, plenos, dignos y también más felices. Es decir cada vez mejores.
Para lo cual hay que “ formar conciencia” ya que de lo que se trata es, justamente, de iniciar el tratamiento franco de temas fundamentales que despierten, precisamente, amor y respeto por la existencia, que vuelvan la atención hacia el ser humano que somos y la obligación que tenemos de “ honrar la vida”. (Para decirlo con la popular canción).
Y para formar conciencia, se debe: informar, debatir, cuestionar, dialogar, llegar a conclusiones sobre lo que en el fondo preocupa a los adolescentes, que inician el tránsito de esta etapa vital, justamente, por el despertar de su sexualidad.
Formar conciencia es permitir y animarse a orientar en la búsqueda de respuestas a preguntas tales como:
¿Qué está sucediendo en mi cuerpo? ¿Por qué? ¿Cuál es el significado y sentido de la edad que atravieso?, ¿tránsito, llegada, cuál? ¿Cómo se integra la edad que transito con las otras edades del ser humano? ¿Qué es el placer y hacia dónde conduce? ¿Qué son las sensaciones, qué es la emoción, qué es sentir, por qué somos humanos? ¿Qué nos diferencia de los otros seres de la creación?¿Qué es la inteligencia y cómo actuar con ella para hacer una vida más plena y feliz? ¿Cuándo estamos maduros para dirigir la propia vida? Y más, muchas más.
“En cinco años en la Argentina 2008 niñas menores de catorce años tuvieron un hijo”. “Admiten que creció el abuso sexual de niños de 6 a 11 años”.
Titular publicado por La Voz del Interior.
Sin embargo esta última palabra aún produce escozor, y el hablar sobre los temas que a ella se refieren, que son los de la vida, es rechazado por demasiados adultos, padres muchos de ellos, por lo que es común escuchar de sus bocas frases como:
“Creo que la educación sexual debe ser impartida en el hogar, que el tema atañe a lo íntimo y que no puede ser la escuela la encargada de hacerlo”.
Las maestras- con quienes hemos mantenido diversos diálogos- también dan cuenta de la falta de apoyo familiar para dictar educación sexual en la escuela: “¿Hablar de ecuación sexual con los alumnos? No, yo no me atrevo a hacerlo, ¿y después qué hago con los padres que vienen a quejarse?”
Otro de los pretextos que se utilizan para postergar este tratamiento es la falta de preparación y la dificultad de encontrar los temas a desarrollar. ¡Como si no estuvieran presentes cada día y en todos los ámbitos!
Aunque los adultos de hoy no fuimos preparados para enfrentar nuestra realidad sexuada, la realidad aprieta y vamos advirtiendo cuán profunda conexión existe entre sexualidad y vida, de tal manera que cuantas vivencias, observaciones, comentarios, tengamos diariamente nos remiten a hablar de los géneros, de los sexos, de las edades del desarrollo humano, de las uniones, buenas o malas, de los resultados de esas uniones, de los desencuentros de las parejas y sus desavenencias, de los divorcios, de los hijos, de su crianza, muchas veces de su abandono, de su mala o buena conducción, de la felicidad, de la potenciación de fuerzas, de la violencia… porque todo lo que nos pasa, las frustraciones, las perversiones, las actitudes ante la vida, los deseos de ser más y mejor o el estado contrario, la depresión en que tantos van cayendo, dependen de cómo vivimos, de cómo hemos resuelto la herencia de los viejos mandatos y de cómo hemos aprendido y decidido vivir nuestra sexualidad.
Sobre los temas, entonces, no hay dudas, aparecen en nuestra vida cotidiana, se meten en el hogar a través de las noticias, se llevan a la escuela. No hay que salir a buscarlos ni cerrar las puertas del aula para decir: ahora vamos a hablar de temas ocultos, secretos, íntimos, sino que bata soltar la mirada alrededor.
Los chicos están necesitando y esperando que los adultos les aclaremos con palabras y ejemplos las ideas muy confusas que tienen sobre algo que afecta su existencia, su vida sexual, sus pulsiones, la fuerza de la vida de su despertar hormonal.
¿Acaso deben los mayores oponerse a dialogar sobre estos asuntos? ¿Acaso desconocen el poder de la palabra, de la prevención, de la reflexión? ¿Acaso la mayoría de los padres habla de sexualidad en su hogar y en tal caso cuál es el nivel de conocimientos del que disponen para tratar el tema adecuadamente?
Por otra parte: ¿Qué actitud asumen los padres cuando una hija púber les da la noticia de su embarazo? ¿Qué respuestas dan a la niña que acusa a un familiar, a un vecino, a un conocido que la ha violado? ¿Saben de los padecimientos psíquicos y físicos que afectarán a la niña o al varón de por vida a partir de la violación de su intimidad? ¿Conocen las consecuencias de las relaciones sexuales prematuras, el daño que sufre el aparato psíquico, el fracaso de un matrimonio forzado en plena etapa de inmadurez, las marcas que deja el aborto, la importancia que tiene para la vida humana la relación de la madre con su bebé, etc.?.
Ha llegado el momento de enfrentar el dictado de educación sexual, con responsabilidad, con una base de adecuados conocimientos, convencimiento y, por sobre todo, con auténtico y sano entusiasmo. Ojalá 2011 nos encuentre mejor dispuestos.
SABER SOBRE SEXUALIDAD, UN DEBER
“Despojar al objeto de su misterio es como robarle el trueno a Júpiter. Una vez conocido, ya no opondrá resistencia”
Palabras de Angel Stival citando a Bauman en su artículo SABER PARA EJERCER EL PODER.
Para Bauman el saber sobre un objeto es la mejor arma para manejarse con él y cuanto más se sepa, cuanto más exhaustivo sea ese saber más se podrá contra el enemigo de la ignorancia que, despojado de sus secretos, perderá poder.
Leyendo a Barman, Stival aplica estas ideas al tema de la ignorancia de todos los temas empezando por los que hacen a la mejor calidad de la vida humana.
Pues bien, dentro de esos temas aquí lo aplicamos a uno específicamente vital cual es el de la sexualidad humana, y decimos “vital” porque la sexualidad es lo que determina nuestra vida como ser masculino o femenino y lleva a comportamientos de los que depende nada menos que la propia existencia, la felicidad o la desdicha comprometiendo la de los otros. Al hablar de sexualidad, hablamos del tema del cuidado, del uso del cuerpo, del compromiso con una pareja, del tener hijos a los que se ame y prepare para la vida o de los que se reniegue, se desampare, se maltrate y hasta violente. Hablamos, a través de una educada sexualidad, de formar una familia contenedora y cálida o violenta y expulsiva.
Al develar los secretos del “objeto “ sexualidad se dan armas para luchar contra los enemigos de la vida, de afrontar conscientemente los riesgos de muertes prematuras, de vidas malogradas. De eso se trata, ésa es la cuestión.
Y aunque todavía no hemos ingresado a ese “despojar del misterio a la palabra sexualidad”, aunque la sigamos pronunciando con malicia y hasta morbosa intención, sabemos que en nuestra ignorancia misma habita el enemigo. Porque, ¿no es verdad que desde nuestra posición de hombres y mujeres comunes, de padres y docentes, sentimos la presencia dañina de seres muy poderosos que nos hacen perder el sueño y la tranquilidad y nos advierten sobre la necesidad de no dilatar más la acción?
Evidentemente un cierto agudo malestar quiebra la tranquilidad de nuestros sueños nocturnos de padres, de adultos. Una oscura preocupación nos advierte sobre la existencia de un gran enemigo metido en nuestras casas, en la vida de nuestros hijos, en su futuro. Un enemigo agazapado, que sabe cómo entrar sin despertar suspicacias ni alentar defensas y al que empezamos a atender obligados por el clima que se vive en los hogares, porque los chicos están más rebeldes de lo que les cabe por definición de la edad, porque ya no alcanzan las palabras ni las normativas, porque salen cómo y cuando quieren, porque son presas de la TV y de lo que el mal Internet les proporciona, porque parecen vivir ceremonias ocultas a las que los mayores aún temiéndolas no podemos entrar. Bien sabemos que las cosas no andan bien.
En la familia, en la escuela, en la sociedad un poderoso enemigo está haciendo y deshaciendo, transformando en ruinas el mensaje, el afán educativo que queremos transmitir a nuestros hijos, a las nuevas generaciones.
La sociedad de consumo a través de sus infinitas formas de invasión , a veces enmascarada en las bromas, en los chistes, en las imágenes, en las canciones y en todo lugar, en el comedor, en el dormitorio de nuestra casa, en los boliches, en las escuelas, en todas partes en fin, realiza su tarea silenciosa o estruendosa de corromper.
La sociedad de consumo valiéndose de todos los medios halaga a los chicos- ¿también a mayorías que se dicen adultas?- les susurra al oído sus promesas de placeres fáciles, invita a consumir más y más escenas excitantes de las zonas bajas del ser humano, y transforma a nuestros hijos en objetos que han de mover, cueste lo que cueste los millones que el mercado necesita para hacer más ricos a los ricos.
Y son tan dulces, tan placenteros sus halagos, que la mayoría de los adolescentes son arrastrados por la corriente de la euforia pasajera de algún placer que se le invita a satisfacer, por las caricias envolventes de las sensaciones, por la sensualidad que despierta el contemplar escenas morbosas, por el torbellino arrebatador de los estruendos, por la locura del aturdimiento de un momento que solo es un instante sin futuro.
De esa manera los que aún no han madurado, y más precisamente los adolescentes, son sacados de sí mismos, de la edad que por definición es de búsqueda de su propia interioridad, del que debiera ser intento de ponerse en el propio eje vital, el que les permitirá con los años, y sólo con los años, consolidarse como ser único y diferente y lograr la definición de la identidad.
Pero los chicos están demasiado entretenidos y tan suspendidos en su ya que no advierten- ni quieren escuchar las advertencias- sobre los riegos que significan para su vida y su futuro ese estado de inconsciencia colectiva que los masifica en una sola constitución excitable y manipulable.
Y así los vemos- ante adultos que contemplan con impotente azoramiento- cuando regresan a los hogares muy tarde por la mañana y en estado de lamentable enajenación.
¿No son acaso los boliches espacios de concentración anónima que reproducen el todo vale del espacio exterior adulto?- Se pregunta Enrique Valiente Noailles en nota publicada por LA NACIÓN.
“El estilo acrítico del mundo contemporáneo se guía por la idea de que todo lo que puede, debe hacerse”- Advierte este escritor.
Tal vez por eso asistimos un tanto impávidos al espectáculo repetido semana tras semana y que muestran las cámaras televisivas: Miles de adolescentes, y todos los fines de semana, son arrebatados tras su cantor favorito que incita con sus ritmos y letras a desatar todo lo que las costumbres, la lógica, el sentido común ha venido educando, formando pudorosamente para que haya más fuerza vital, más consistencia en cada ser.
En lugar de esa fortaleza que es imprescindible para afrontar la vida, los chicos de hoy, totalmente debilitados y conducidos, creen, se les hace creer, que son libres y que en nombre de esa mal entendida aunque halagüeña libertad, pueden hacer lo que les dicten sus impulsos básicos.
A tal extremo se está llegando- “la adolescencia suele ir a los extremos y desafiar todo límite”- dice Noailles, que los adultos, que hasta aquí actuamos sólo como testigos , empezamos a decirnos, y lo decimos en nuestras reuniones de adultos- en las escuelas, entre amigos, en las convocatorias institucionales- que algo hay que hacer con nuestra preocupación, que es hora de hacer y saber qué hacer contra el enemigo que induce a nuestros hijos, parientes, vecinos, alumnos, a que vivan como para estrellarse, a agotar su tiempo y su edad, a arriesgar su vida no sólo queriendo beberse de un trago las distancias que separan las rutas sino apretando el acelerador de las botellas y de las drogas. Y tal vez lo que más nos alarma es que en medio de todo ese desajuste, en el centro de los placeres fáciles y arrebatadores han desatado su sexualidad transformándola en pura genitalidad, en puro, instantáneo placer instintivo.
Volvemos a repetirlo: ¿Qué puede hacer el adulto preocupado y el mismo adolescente y joven arrebatado por una corriente que lo anula?
Sólo es posible interponer el saber. Sólo el conocer, para la reflexión, como lo dice Bauman.
Básico es, sin embargo, y hasta decimos vital, que sepan sobre el ser que son, el género con que han sido signados, sobre las características que los hacen ser hombre o mujer, sobre la edad que transitan, sobre su posible proyección a las realizaciones del futuro, sobre la madurez, sobre las posibilidades de realizar una vida plena o significativa o resignarse a hacerla pasatista, placentera, dependiente. Mediocre, como está siendo la de las mayorías.
Es necesario que sepan sobre los alcances del ser humano, sobre la realidad que los ha concebido y la que los envuelve y modifica, sobre las maravillas que lo constituyen como ser destinado a la trascendencia.
Reflexionar en familia y en el aula sobre conceptos que nos tienden escritores, investigadores, científicos, hombres de ciencia, filósofos, llevar a los niveles altos del alma humana toda experiencia, superar los bajos niveles a los que llama y con los que usufructúan los demagogos, los mercaderes de la vida, es una manera de enfrentar el alto grado de corrupción a que son sometidos los que por su naturaleza debieran ser idealistas, soñadores de un futuro, emprendedores enérgicos de cambios para una vida personal mejor y, en consecuencia, una sociedad cada vez más limpia.
Transmitir conocimientos supone, en cualquier área, ser portador de las llaves que abren los misterios de un determinado saber y tener la vocación de revelarlos.
Los padres son, por su propia naturaleza, los destinados a entregar, con amor y voluntad, las llaves de entrada a los saberes que poseen sobre el mundo, sean estos de mayor o menor cuantía. Lo hacen, la mayor parte de las veces, inconscientemente, con el ejemplo de sus vidas y otras sumándoles sus palabras, sus lecciones que ofician de avisos anticipatorios a realidades por ellos ya vividos y que aspiran sean superadas por sus hijos.
La dimensión temporal de lo humano se juega en ese acto de educación familiar cuando el niño reconoce que sus padres, que estuvieron en la vida a la que se asoman desde un tiempo antes de su llegada, son la autoridad. Pasado, presente y futuro entretejen sus significados en ese generoso acto dador de experiencias a los recién llegados, tendiente a producir, en el largo proceso del desarrollo humano, el encuentro de cada ser consigo mismo, con su identidad, sus talentos y vocación optimizando así una vida que está llamada a ser única si encuentra su significación a través de un largo proceso que ha de culminar, con suerte, en la vejez.
Pero este proceso aborta cuando los padres pierden la autoridad que naturalmente les es conferida, por lo que es oportuno preguntarnos el por qué de esa pérdida.
Ciertas respuestas atienden a los factores externos, pero las más sinceras señalan que es la conducta poco madura y asertiva de los padres, es decir el mal ejemplo en la conducción de sus propias vidas, lo que anula su posibilidad de guiar con amor, firmeza y límites.
En cuanto a los maestros que son, por definición, transmisores de la cultura precedente a sus alumnos y que en ese acto de comunicación actúan en la articulación del presente con un porvenir que aspiran sea mejor y más vigoroso que el suyo propio para los sujetos del aprendizaje, sucede lo mismo. Es decir, se piensa que factores achacables a la sociedad actual han producido el debilitamiento de su autoridad en tanto los debieran buscar en el ejercicio de su propio magisterio.
Existen, a pesar de las dificultades de hoy, grandes maestros y profesores que saben ganarse el respeto y adhesión de sus alumnos y que educan con autoridad porque están convencidos de su poder transmisor, de su idoneidad y de que el éxito depende de la fe puesta en el valor de su labor y en la esperanza de que los tiempos venideros serán de más calidad que el actual como lo dicen las optimistas miradas de pensadores como Marylin Ferguson: “La especie humana crece en espiral, y, a pesar de las grandes franja de jóvenes, que quedan excluidas del progreso, el hombre genérico se eleva hacia un nivel de vida más alto.”
Sin embargo, sabemos que la autoridad, demasiado bombardeada por agentes extraños, ha entrado en un plano de lamentable eclipse y que la razón esencial parece ser el debilitamiento de la figura y con ello de una actitud firme, segura y serena de los mayores contrapuesta a la fuerte seguridad y hasta ensoberbecido atrevimiento que les ha conferido a los más jóvenes una sociedad que los hace creer que han llegado a una etapa terminal, que no hay futuro, que ya lo saben todo, que nada pueden aprender ni admirar del mundo recibido y creado por las generaciones que los precedieron.
La sociedad de consumo, la mercadotecnia parecen querer a los adolescentes y jóvenes- o necesitarlos- seguros en su actitud de consumidores compulsivos. Arrogantes y envalentonados. Y hacia ese fin apuntan sus mensajes.
Por otra parte, se suma a la sobre valoración excesiva de los atributos de la juventud que moviliza en los adultos no maduros el intento de permanecer eternamente en ella, la falta de fe en el valor de las propias fortalezas, y, en el caso de los docentes, el descreimiento en la autoridad que otorga no sólo el título ganado para educar sino el otorgado por la experiencia y los años. Se intenta, por eso, llegar a los alumnos echando mano a actitudes demagógicas, tan recurrentes en nuestra sociedad, que intentan ganar la voluntad y afecto de los menores facilitándoles todo esfuerzo, lo que ha construido un estado de cosas en la que perdemos todos:
Los mayores porque sufrimos la frustración de no poder llevar nuestro mensaje formativo a los que nos siguen, porque no podemos educar ni transmitir.
Los adolescentes y niños, porque transitando una edad en que deben ser guiados, terminan recibiendo lecciones interesadas o malinterpretadas de fuentes no idóneas:
Algunos programas de la TV o sitios del mal Internet, de sus pares que, por estar transitando una etapa vital de construcción y de búsqueda de su identidad apenas si pueden enfrentar sus propios conflictos sobre los que saben tanto como ellos, de la sociedad consumista de hoy que los aleja del sentido de lo humano y los sume en un estado de depresión y tristeza, de sin sentido y desvalorización de su humanidad.
La fuerza expansiva del consumo del alcohol, de las drogas y de un sexo prematuro que los confunde sumergiéndolos en la adicción a sensaciones sin sentimientos y los someten a graves enfermedades físicas y psíquicas, o los enfrentan a una paternidad irresponsable, hablan a las claras de la depredadora crisis actual.
A pesar de lo descrito, demasiados adultos, padres, docentes, no se hacen cargo de este estado destructivo de las vidas jóvenes. Por eso es tarea fundamental fortalecer en los adultos la idea de que su misión es ineludible e impostergable.
Es necesario que los mayores busquemos restablecer nuestra perdida autoridad en el hogar y en la escuela. Para lograrlo es básico reconstruir la necesaria asimetría que debe existir en todo acto educativo: el docente en una posición más alta, convencido de su misión y sus saberes si bien dispuesto a seguir aprendiendo y dando cabida a las novedades que los profundos y vertiginosos cambios que va introduciendo el día a adía de hoy. El que está aprendiendo en la posición contraria, admirando a quien, con autoridad y afecto, está dispuesto a guiarlo para que devele los secretos de una existencia que, bien llevada, puede llegar a ser maravillosa.
A este respecto dice Levinas: “Las ideas instruyen a partir del maestro que las presenta, y maestro es, fundamentalmente, quien abre la conciencia gozosa del saber por obra del arte expresivo con que brinda el conocimiento que él habita y que lo habita.”
En la medida en que esa transmisión implica un esfuerzo de las dos partes, del maestro por llegar, del alumno por acceder al conocimiento, se genera la plenitud que produce toda tarea cumplida y la buena disposición de los educandos hacia aquello que se les brinda. Las palabras del filósofo Santiago Kovadloff afirman esta idea:
“Para alcanzar el espíritu del alumno el docente debe infundir a lo que comunica, junto a su relieve intelectual, la intensidad de su afecto.”
Palabras que nos llevan a pensar que lo que está faltando para cargar de nuevas energías la autoridad debilitada, cuando no perdida, es una fuerte convicción en el significado de la misión docente y amor y dedicación a la tarea.
Se trata entonces de revitalizar el acto educativo con la seguridad de que esta tarea es fundamental en cuanto supone un hecho inter subjetivo, contacto de seres humanos, en el que intervienen un ser que marcha en un segmento de la construcción de su vida y otro que ya lo ha superado y que, por llevarle la delantera, tiene una visión más abarcativa de la realidad que permite el flujo de una enriquecedora comunicación.
A propósito de esta idea dice Fernado Savater en su obra “El valor de educar”:
“De las cosas podemos aprender efectos o modos de funcionamiento pero del comercio con los semejantes aprendemos significados.”
Esos significados se refieren, según Savater, a la cualidad misteriosa que tienen las cosas y las ideas de vincularnos con los otros. Puede aprenderse mucho de lo que nos rodea, dice “Pero la llave para entrar al jardín simbólico de los significados tenemos que pedírsela a nuestros semejantes, de ahí el profundo error actual de homologar la dialéctica educativa con el sistema que programa educar a través de ordenadores”.
Y es justamente esa relación con los semejantes, a la que el ser humano empieza a ejercitar recién en la alborada de la adolescencia, y que se va profundizando con el arribo a la madurez, la que permite una mirada del conjunto, de un todo del que somos parte como seres humanos, de las macro estructuras en las que todos estamos contenidos.
Además, a esa mirada más abarcativa y comprensiva de la realidad se debe sumar la “metacognición” que supone que, más allá del conocimiento, se hace conciente el valor de su transferencia a las propias conductas y su significado vital, sus “para qué”, una lectura e interpretación que ganan en calidad y profundidad, de forma progresiva, a través de los años y a medida que se asciende en las etapas que construyen al ser humano.
Los adultos que han asumido un grado más alto de conciencia y han aprendido a pensar sobre lo que piensan, están asentando su capacidad de interpretar y seguir la dirección de las profundas significaciones.
En lo que se refiere al educador sexual Y si para todo acto educativo es necesaria esa madurez cuánto mayor es la que se requiere en el que imparte educación sexual entendido como guía en la construcción de vínculos y no un mero instructor o comunicador de experiencias vividas para pasar un momento de placer.
Es imperativo, entonces, en el dictado de “Educación sexual”, materia que se ha de implementar obedeciendo a la Ley 16.150 , que quien ejerza esa tarea de extrema responsabilidad sea una persona madura, que ha asumido su edad, que se sienta segura de las etapas recorridas en su propia existencia, que sepa y sienta que es una autoridad porque es auténtica y fiel a sí misma, es decir una persona satisfecha con sus logros, fortalecida en sus crisis vitales, experimentada y plena y que por lo mismo alcanza a dimensionar el sentido vital y humanizante de la palabra sexualidad.
La educación sexual en Córdoba, que debe responder a la obligatoriedad de la ley 26150- se debate actualmente entre diversas posiciones, que generan distorsiones y crean confusión e incertidumbre en el docente sobre el sentido que debe darle a una materia que le resulta muy difícil de integrar, abarcar holísticamente y, como consecuencia, dictar.
¿Difícil? Claro que sí. Sobre todo cuando ya hemos asistido a resonantes casos de equívocos en su enfoque, a visiones parciales que distorsionan la realidad total. Por otro lado, los adultos no hemos recibido una educación que profundizara y permitieran reconocer, por ejemplo, el sentimiento verdadero del amor, el que exalta y potencia y busca el acercamiento y culmina su expresión en la unión sexual, oponiéndolo al enamoramiento, emoción pasajera inicial que acomete con fuerza, anula y ciega de manera tal que puede llevar a cometer yerros tan traumáticos como es el embarazo adolescente.
Nunca antes se previno sobre la catarata hormonal que habría de eclosionar en la pubertad transformando al sujeto en cúmulo de extrañas sensaciones y urgencias.
Pero ha habido rotundos cambios y bien sabemos los adultos cuán necesitados están ahora nuestros adolescentes de conocimientos que les permitan armarse de sus propias respuestas en el reacomodo de una edad que los llevará, o no, a lograr una personalidad sólida.
Ha llegado el momento de discutir sobre aspectos que hacen a la calidad de vida, de animarse con una materia que tenga como meta algo más que lo puramente fisiológico y preventivo atendiendo más la formación y destino de la persona a partir del manejo consciente y responsable de la propia sexualidad.
Los docentes ante posiciones opuestas Dejando a un lado a los que descreen totalmente de los beneficios y se oponen francamente al tratamiento de la sexualidad en la escuela; a los que son absolutamente indiferentes y a los que consideran políticamente inconveniente impulsar la educación sexual, destacamos las dos posiciones opuestas que se definen en la actualidad:
Por un lado están los que comprendiendo las urgencias sexuales de la población adolescente, tóxicamente estimulada por los medios y la sociedad, y aceptando que todos los seres humanos tenemos derecho a gozar del placer sexual, asumen actitudes de total permisividad ante una sexualidad vivida sin barreras, transmitiendo a los adolescentes, eso sí, los conocimientos necesarios para que eviten riegos de enfermedades y embarazos indeseados.
Esta posición indulgente y permisiva, conquista, como es natural, muchos adeptos y parece ser la que triunfa en la escuela.
Fácil resulta ganar la voluntad de las mayorías adolescentes cuando se los impulsa a disfrutar el placer sexual distribuyendo condones, dando indicaciones sobre cómo usarlos y hasta solicitando a los padres “comprensión” sobre la necesidad básica de los chicos de satisfacer sus impulsos o pulsiones dando el mensaje de que con recursos bien empleados todos los riegos estarán bajo su control.
En una posición francamente opuesta se encuentran los que sostienen que la educación sexual es mucho más que instruir sobre métodos anticonceptivos, y que ha llegado la hora de comprender que el verdadero control, el que vale la pena ganar, es el que brindan los conocimientos, la reflexión a la que se llega por la educación cuya misión fundamental es despertar la conciencia, la admiración, el respeto y el cuidado por la vida, el amor, el otro.
Así, por vía de la reflexión, se desactivan los impulsos que atan al individuo a lo más primario del ser humano.
Los que alientan esta posición consideran importante trabajar competencias básicas como el respeto y amor por la vida, la atención a su sentido, la búsqueda de la autorrealización personal a través de la superación de etapas que deben transitarse con conocimiento y acabadamente, para no dejar vacíos y traumas, hasta llegar al logro de la madurez, de la que tantos adultos adolecen.
En esta educación sexual integradora, se considera fundamental, por ejemplo, incorporar, entre otros temas esenciales, el análisis del papel materno en la formación del ser, la influencia vital de su transmisión amorosa y positiva o de la angustia y sinsabor que se transmite al esperar a un hijo indeseado, como sucede en el caso de tantas adolescentes o mujeres adultas mal preparadas.
Por el camino del conocimiento y la reflexión- que eso es educación- y sin represión, los menores pueden y deben llegar a comprender que una sexualidad promiscua destruye el gozo de vivir y da lugar a traumas psicológicos profundos.
La revolución de los años sesenta generó dolor y depresión. ¿No habrá llegado el momento de iniciar una contrarrevolución sexual que ponga las cosas en su lugar, que se atreva con los verdaderos nombres y la importancia de formar vínculos fuertes basados en una sexualidad sana?
Y seguimos: ¿nos atreveremos a educar o nos limitaremos a instruir? ¿Nos decidiremos por la demagogia del “prohibido prohibir”, ganando dudosas simpatías, o nos arriesgaremos a poner límites, a decir “no” cuando corresponda hacerlo? ¿Cuál es la educación sexual que queremos?
Sin duda, un profundo cambio se anuncia. Es cuestión de que las mayorías descreídas en el “vale la pena” se sumen a las minorías creativas que ya hace tiempo están luchando silenciosa, pero efectivamente, por una educación sexual humana y profunda.
“La educación enseña a saber elegir”-Robert Spaeman
Las discusiones sobre el aborto no tienen fin, de la misma manera que no lo tienen las investigaciones que debieran sumarse para, después de considerarlas, generar una ley amplia y justa.
Por un lado debe tenerse en cuenta al hijo y los nuevos estudios sobre los efectos psicológicos de ser deseado o no, amado o no.
Por otro lado se debe atender a la mujer, también víctima al abortar, sus sufrimientos físicos extremos y los profundos daños psicológicos: ansiedad, depresión, frigidez, sentimiento de culpa y tendencia al suicidio, por nombrar algunos.
El mal elegido enfrenta a un camino sin salida porque, ¿Cómo conciliar los derechos del hijo por nacer y de la madre que no lo desea?
Creemos en la educación como solución porque allí está la prevención.
La ley debe considerar el derecho a la vida. Pero ¿de qué vida?
De la calidad de vida del hijo por nacer nadie habla. No se habla del camino que debe transitar para transformarse en persona lo que supone llegar a ser autoconsciente, un sujeto racional capaz de auto controlarse con sentido de su compromiso con el futuro. Debemos defender la vida digna poniendo en el punto básico de la discusión la idea de que la mala relación sexual, la fundada en el placer efímero, trae al mundo hijos con profundas marcas, traumas, que, según estudios científicos recientes como los de Stanislav Groff, pueden transformar al hijo indeseado y mal querido en un individuo resentido, traumatizado, enojado con todos, con el mundo, con la sociedad.
Las mujeres que no desean al hijo acudirán a cualquier medio que tengan a su alcance. En última instancia el niño nacerá pero con el peligro de llegar estigmatizado por los malos deseos, por el rechazo, por un pecho no dador. Y, ¡cuán difícil le será a ese ser llevar una vida digna! Resultados siempre indeseables.
Por eso defendemos la solución posible, la educación.
No existe una adecuada educación sexual en la escuela de hoy - no hablamos sólo de entregar y enseñar a colocar bien el preservativo que es lo que hace la escuela actual- sino de educar, en el sentido de enseñar a saber elegir, a elevar a su máximo desarrollo las exigencias de su propia naturaleza, a actuar con sentido del futuro y comprometerse como personas dignas.
La educación enseña a sentir agrado por lo que es bueno y grato, disgusto por lo repugnante. Y así llegamos al principio: a la prevención que evitaría tantos males que vienen tras actos inconscientes, ignorantes.
¿Se piensa en ello cuando se habla de defender la vida de un inocente? Empezando por el principio: ¿se educa la conciencia de la importancia de aprender a buscar y elegir la pareja adecuada a cada ser, sin caer en la ceguera y riesgos del acto sexual prematuro?
De la precipitación inconsciente al acto sexual de los jóvenes y hasta púberes, surge la proliferación de embarazos y abortos o el nacimiento de seres muy desdichados.
De la misma manera en que un buen acto sexual- se entiende por bueno al encuentro de cuerpos y almas de dos personas maduras- puede llevar al epítome del placer y a hijos que tienen todas las chances de llevar una vida de calidad, el aborto produce el más profundo, lacerante y desgarrador dolor humano. Y, además, en la intrínseca naturaleza de la vida, existe una ley natural, inapelable que los jóvenes debieran conocer:
Para quienes fundan su conducta sexual en la saludable asociación de lo instintivo, lo emocional y lo mental reflexivo, la gratificación de una vida más plena; para los que practican un sexo superficial, de ocasión, el quebranto de la salud física y psíquica, la formación de una familia desdichada.
Los embarazos aumentan, las enfermedades de transmisión sexual aumentan, el número de los abortos crece acorde a la excitación de los tiempos y a su bandera: “los chicos tienen derecho a gozar”. Conocemos las malas consecuencias.
Porque, ¿qué chico y niña adolescente puede dudar de que, cuando se reparten montañas de preservativos- una práctica de la llamada “educación sexual” actual- se lo está invitando a probar su uso? Los adolescentes y jóvenes se inician más temprano, y acrecientan sus números de cópulas porque no hay nada más llamativo. El placer manda, a nivel primario del instinto.
Si no se atacan las causas profundas, si sólo se ponen parches cuando el mal está hecho obtendremos el penoso resultado de una profunda desdicha individual y social.
El Estado, por su parte, debe asumir su tarea educadora- no solamente instructora- y, ante una instancia indeseable, asegurar que la vida de la madre- muchas mueren dejando a hijos huérfanos- reciba la atención médica que proteja su vida.
El embarazo no deseado es cosa de todos los días y su número crece porque, entre la adolescencia y juventud, las relaciones sexuales se han vuelto prematuras y muy frecuentes.
A cualquier mujer le puede suceder, esté en la situación y en la edad en que esté: la noticia de un embarazo puede encontrarla en la mejor o peor disposición para recibir al hijo concebido.
Le sucede a una cantidad innumerable de mujeres que, estando casadas y por distintas circunstancias: cansancio, embarazos muy seguidos, mala relación con el esposo, etc. no quieren tener al hijo que acaban de engendrar.
Y si esa reacción es bastante común entre las casadas podemos imaginar el efecto que produce en una soltera y, peor aún, en una adolescente.
El embarazo no deseado crece.
Estimulados por la erotización reinante, por películas cuya intención es excitar, por programas donde todos los frenos inhibitorios existentes se han cortado, muchas adolescentes se entregan al frenesí del acto sexual, sin medir las consecuencias.
Con los embarazos aumentan las angustias personales y familiares, los cambios en la estructura de la familia que debe acoger,-o no- a un nuevo ser cuando la hija aún no ha terminado su propio desarrollo y también se dan los casos de la formación de familias de adolescentes que han de abocarse a una crianza de la cual no saben nada.
Por eso se busca frecuentemente el aborto.
A las penalidades que pesan sobre el aborto se suman las cicatrices físicas y espirituales que quedan impresas de por vida en la joven madre y de las que dan cuenta las innumerables y silenciosas experiencias de jovencitas que pierden con el hijo al que se le impidió nacer, su propia alegría de vivir.
Pero de lo que poco o nada se habla, es de otros graves males, que también marcan una vida: los que se transmiten al hijo cuando la sentencia ded su ejecución ha sido perdonada, y el embarazo continúa como no deseado.
Stalisnav Groff, médico y psicólogo checo, ha sumado a los importantes estudios de Freud, investigaciones que le han permitido llegar a la psicología profunda, a las impresiones que el ser humano ha tenido durante el embarazo, en la vida intrauterina.
De sus descubrimientos ampliados por Bateson, Joseph Campbell y Abraham Maslow y oros, se infiere que, por la natural simbiosis simbiosis que existe entre la madre y el hijo durante el embarazo, todo lo que la madre siente, experimenta en sus emociones, en su físico, repercute y marca la vida futura que lleva en su vientre.
Así, las condiciones edénicas en que se desarrolla un feto cuando su llegada es esperada y disfrutada o la angustia de haber sido engañada, abandonada, cuando no se ha madurado como ser humano. El feto siente cuando la mujer siente rechazo por él, cuando fuma, ingiere bebidas, trasnocha y tiene una vida sexual desordenada.
Stalisnav Groff ha demostrado que así como existe un “pecho bueno” que transmite actitudes positivas frente a la vida, y uno “malo”, también existe un útero bueno en contraposición al malo que influye nocivamente en la vida embrionaria y se proyecta al futuro del individuo.
Un interesantes aporte de conocimientos para tener en cuenta, para prevenir a las futuras madres y alertar a los adolescentes sobre las consecuencias de una sexualidad vivida con desconocimiento e irresponsabilidad, lo que condena a un ser a morir en el aborto o a vivir con el estigma del que fue un feto aborrecido.
Los nuevos tiempos, los cambios sociales y sobre todo la filosofía hedonista y consumista vigente van virando la dirección de la mirada humana, de manera que cosas, notas, paisajes y situaciones, tal vez las mismas, tal vez las infinitamente repetidas son vistas como por primera vez. Eso hace a los cambios, muchos de ellos buenos, para el crecimiento, para asomarnos a lugares desde donde se ve más y mejor, aunque haya errores en esta mirada que cambia de perspectiva.
Con el tema de la sexualidad pasa así. Años, siglos, una eternidad ignorando su existencia, acallándola y de pronto la necesidad de enfrentar su realidad y su nombre porque el sexo se ha puesto a andar, sin hacer caso a las antiguas prohibiciones, sin el pudor de antaño. Con sus consecuencias felices o devastadoras, que tiene en sí tanto de vida (Eros) como de muerte (Tánatos).
En estos tiempos surge la necesidad de poner al sexo en un cauce y aparece la responsabilidad de los mayores, de los padres, de los docentes por no haber sabido enfrentar la realidad de su fuerte existencia.
No podemos callar porque el tema ya era explícito aunque no lo quisiéramos ver y aunque les dijéramos a nuestros hijos sin muchas explicaciones que tal o cual programa de TV no debe verse, tal cuento no debe escucharse o tal zona del cuerpo no debe tocarse. Los adultos estamos obligados a observar de una nueva manera ese objeto al que rehuíamos. Si no lo hacemos con conocimiento y preparación, cometeremos errores imperdonables como los que han merecido tanta atención de la prensa en estos días.
Admiración y asombro
La intención de esta nota es proponer que la nueva mirada que exige la humana sexualidad pase, sin extraviarse, por el tamiz de la admiración y el asombro. Esas palabras debieran ser puestas en la intención primera y fundamental de quien realice el acto de educar sexualmente.
Quienes han redactado la ley 26.150 que obliga a dictar la materia en la escuela no han puesto especial acento en ellas, pero sería bueno y provechoso que los docentes, los padres y los que estamos interesados en el tema, lo hiciéramos.
Lo que parece no tenerse en cuenta es que la sexualidad es la vida misma y que el diario existir nos ofrece a cada instante motivos para tratar en forma natural un tema que ha sido calificado como complejo y difícil.
¿Complejo? Sí. Lo es. Como el nacer, como el vivir, el crecer, el morir. Por eso pueden aparecer para su tratamiento las mil y una aristas de una realidad que tiene como protagonistas a hombres y mujeres, jóvenes, adolescentes y también adultos mayores, todos acuciados por urgencias corporales, emocionales, sentimentales a las que no sabe dar respuestas.
¿Difícil? Claro que lo es, como difícil, impenetrable, es el misterio por el que se nos da la vida, la increíble conjunción de células microscópicas que se unen para formar un cigoto que es el germen que contiene nada más y nada menos que un ser humano nuevo, diferente, único.
Día a día, segundo a segundo, vienen nuevos seres al mundo y en el seno de miles de hogares se produce una fuerte conmoción por esa prometedora llegada. Sin embargo, ¡qué poco o nada se habla sobre cómo ha eclosionado esa nueva vida! Como si el hecho original, el acto amoroso que unió el cuerpo de un hombre y una mujer en nombre del amor que les latía, en nombre del encuentro en que estaban comprometidos, no mereciera ser tratado, hablado, reflexionado de una manera que sirva de ejemplo y contribuya a formar a los más chicos.
Enaltecer lo sexual
Enaltecer el tratamiento de lo sexual es tarea de los mayores, develar los tabúes, los traumas que alguna vez nos protegieron pero que ahora son motivo de mofa para los jóvenes, es nuestra adulta obligación.
Si hace falta agudizar la observación: ¿acaso no basta salir a la calle para encontrarnos con besos de parejas en cada esquina? ¡Cuánto pudiera hablarse de las hormonas que desatan sus bríos juveniles, que despiertan sensaciones, que ensayan un cauce por donde ha de sembrarse una nueva vida!
La educación sexual debe hacer que esa vida nueva sea buena, que encuentre un buen nido, padres dispuestos a dar ternura y no violencia, capaces de encauzar y no de confundir.
Eso es educación sexual: una inacabable red de contenidos, de temas y subtemas cuya aparición no hay que forzar con preguntas mal direccionadas sino con una inteligente observación.
¿Acaso en la escuela no hay una docente ausente porque espera un bebé? ¿Acaso no hay preguntas que muchas veces se callan? ¿Tiene padre ese niño por nacer? ¿Le dará su madre una leche feliz o el niño beberá las hieles de una mujer abandonada, engañada, equivocada por su propia ignorancia?
La educación sexual nos ofrece la manera de encauzar observaciones y preguntas volviendo la mirada hacia lo que está “a tiro” de las vivencias de cada instante. Observar y hablar sobre el tema, reflexionar, generar juicios son maneras directas de ejercer una materia que no debe perder de vista su objetivo esencial: hacer más feliz nuestra existencia, propiciar el encuentro de los adolescentes y jóvenes con su yo mismo, con su auténtica identidad, mostrar un mundo posible de más calidad humana, con uniones logradas por el conocimiento, el proyecto y la responsabilidad. Sobre todo el amor, no el enamoramiento fugaz de la pubertad, sino el que va madurando con la edad cuando el aparato psíquico se constituye y nos da el Sí para hacer cosas de adultos con respuestas y responsabilidad de adultos.
Leyendo a Barman, Stival aplica estas ideas al tema de la ignorancia de todos los temas empezando por los que hacen a la mejor calidad de la vida humana.
Pues bien, dentro de esos temas aquí lo aplicamos a uno específicamente vital cual es el de la sexualidad humana, y decimos “vital” porque la sexualidad es lo que determina nuestra vida como ser masculino o femenino y lleva a comportamientos de los que depende nada menos que la propia existencia, la felicidad o la desdicha comprometiendo la de los otros. Al hablar de sexualidad, hablamos del tema del cuidado, del uso del cuerpo, del compromiso con una pareja, del tener hijos a los que se ame y prepare para la vida o de los que se reniegue, se desampare, se maltrate y hasta violente. Hablamos, a través de una educada sexualidad, de formar una familia contenedora y cálida o violenta y expulsiva.
Al develar los secretos del “objeto “ sexualidad se dan armas para luchar contra los enemigos de la vida, de afrontar conscientemente los riesgos de muertes prematuras, de vidas malogradas. De eso se trata, ésa es la cuestión.
Y aunque todavía no hemos ingresado a ese “despojar del misterio a la palabra sexualidad”, aunque la sigamos pronunciando con malicia y hasta morbosa intención, sabemos que en nuestra ignorancia misma habita el enemigo. Porque, ¿no es verdad que desde nuestra posición de hombres y mujeres comunes, de padres y docentes, sentimos la presencia dañina de seres muy poderosos que nos hacen perder el sueño y la tranquilidad y nos advierten sobre la necesidad de no dilatar más la acción?
Evidentemente un cierto agudo malestar quiebra la tranquilidad de nuestros sueños nocturnos de padres, de adultos. Una oscura preocupación nos advierte sobre la existencia de un gran enemigo metido en nuestras casas, en la vida de nuestros hijos, en su futuro. Un enemigo agazapado, que sabe cómo entrar sin despertar suspicacias ni alentar defensas y al que empezamos a atender obligados por el clima que se vive en los hogares, porque los chicos están más rebeldes de lo que les cabe por definición de la edad, porque ya no alcanzan las palabras ni las normativas, porque salen cómo y cuando quieren, porque son presas de la TV y de lo que el mal Internet les proporciona, porque parecen vivir ceremonias ocultas a las que los mayores aún temiéndolas no podemos entrar. Bien sabemos que las cosas no andan bien.
En la familia, en la escuela, en la sociedad un poderoso enemigo está haciendo y deshaciendo, transformando en ruinas el mensaje, el afán educativo que queremos transmitir a nuestros hijos, a las nuevas generaciones.
La sociedad de consumo a través de sus infinitas formas de invasión , a veces enmascarada en las bromas, en los chistes, en las imágenes, en las canciones y en todo lugar, en el comedor, en el dormitorio de nuestra casa, en los boliches, en las escuelas, en todas partes en fin, realiza su tarea silenciosa o estruendosa de corromper.
La sociedad de consumo valiéndose de todos los medios halaga a los chicos- ¿también a mayorías que se dicen adultas?- les susurra al oído sus promesas de placeres fáciles, invita a consumir más y más escenas excitantes de las zonas bajas del ser humano, y transforma a nuestros hijos en objetos que han de mover, cueste lo que cueste los millones que el mercado necesita para hacer más ricos a los ricos.
Y son tan dulces, tan placenteros sus halagos, que la mayoría de los adolescentes son arrastrados por la corriente de la euforia pasajera de algún placer que se le invita a satisfacer, por las caricias envolventes de las sensaciones, por la sensualidad que despierta el contemplar escenas morbosas, por el torbellino arrebatador de los estruendos, por la locura del aturdimiento de un momento que solo es un instante sin futuro.
De esa manera los que aún no han madurado, y más precisamente los adolescentes, son sacados de sí mismos, de la edad que por definición es de búsqueda de su propia interioridad, del que debiera ser intento de ponerse en el propio eje vital, el que les permitirá con los años, y sólo con los años, consolidarse como ser único y diferente y lograr la definición de la identidad.
Pero los chicos están demasiado entretenidos y tan suspendidos en su ya que no advierten- ni quieren escuchar las advertencias- sobre los riegos que significan para su vida y su futuro ese estado de inconsciencia colectiva que los masifica en una sola constitución excitable y manipulable.
Y así los vemos- ante adultos que contemplan con impotente azoramiento- cuando regresan a los hogares muy tarde por la mañana y en estado de lamentable enajenación.
¿No son acaso los boliches espacios de concentración anónima que reproducen el todo vale del espacio exterior adulto?- Se pregunta Enrique Valiente Noailles en nota publicada por LA NACIÓN.
“El estilo acrítico del mundo contemporáneo se guía por la idea de que todo lo que puede, debe hacerse”- Advierte este escritor.
Tal vez por eso asistimos un tanto impávidos al espectáculo repetido semana tras semana y que muestran las cámaras televisivas: Miles de adolescentes, y todos los fines de semana, son arrebatados tras su cantor favorito que incita con sus ritmos y letras a desatar todo lo que las costumbres, la lógica, el sentido común ha venido educando, formando pudorosamente para que haya más fuerza vital, más consistencia en cada ser.
En lugar de esa fortaleza que es imprescindible para afrontar la vida, los chicos de hoy, totalmente debilitados y conducidos, creen, se les hace creer, que son libres y que en nombre de esa mal entendida aunque halagüeña libertad, pueden hacer lo que les dicten sus impulsos básicos.
A tal extremo se está llegando- “la adolescencia suele ir a los extremos y desafiar todo límite”- dice Noailles, que los adultos, que hasta aquí actuamos sólo como testigos , empezamos a decirnos, y lo decimos en nuestras reuniones de adultos- en las escuelas, entre amigos, en las convocatorias institucionales- que algo hay que hacer con nuestra preocupación, que es hora de hacer y saber qué hacer contra el enemigo que induce a nuestros hijos, parientes, vecinos, alumnos, a que vivan como para estrellarse, a agotar su tiempo y su edad, a arriesgar su vida no sólo queriendo beberse de un trago las distancias que separan las rutas sino apretando el acelerador de las botellas y de las drogas. Y tal vez lo que más nos alarma es que en medio de todo ese desajuste, en el centro de los placeres fáciles y arrebatadores han desatado su sexualidad transformándola en pura genitalidad, en puro, instantáneo placer instintivo.
Volvemos a repetirlo: ¿Qué puede hacer el adulto preocupado y el mismo adolescente y joven arrebatado por una corriente que lo anula?
Sólo es posible interponer el saber. Sólo el conocer, para la reflexión, como lo dice Bauman.
Básico es, sin embargo, y hasta decimos vital, que sepan sobre el ser que son, el género con que han sido signados, sobre las características que los hacen ser hombre o mujer, sobre la edad que transitan, sobre su posible proyección a las realizaciones del futuro, sobre la madurez, sobre las posibilidades de realizar una vida plena o significativa o resignarse a hacerla pasatista, placentera, dependiente. Mediocre, como está siendo la de las mayorías.
Es necesario que sepan sobre los alcances del ser humano, sobre la realidad que los ha concebido y la que los envuelve y modifica, sobre las maravillas que lo constituyen como ser destinado a la trascendencia.
Reflexionar en familia y en el aula sobre conceptos que nos tienden escritores, investigadores, científicos, hombres de ciencia, filósofos, llevar a los niveles altos del alma humana toda experiencia, superar los bajos niveles a los que llama y con los que usufructúan los demagogos, los mercaderes de la vida, es una manera de enfrentar el alto grado de corrupción a que son sometidos los que por su naturaleza debieran ser idealistas, soñadores de un futuro, emprendedores enérgicos de cambios para una vida personal mejor y, en consecuencia, una sociedad cada vez más limpia.
LA AUTORIDAD DEL QUE EDUCA SEXUALMENTE
“No se puede educar sin autoridad”
Antonio Marina
Transmitir conocimientos supone, en cualquier área, ser portador de las llaves que abren los misterios de un determinado saber y tener la vocación de revelarlos.
Los padres son, por su propia naturaleza, los destinados a entregar, con amor y voluntad, las llaves de entrada a los saberes que poseen sobre el mundo, sean estos de mayor o menor cuantía. Lo hacen, la mayor parte de las veces, inconscientemente, con el ejemplo de sus vidas y otras sumándoles sus palabras, sus lecciones que ofician de avisos anticipatorios a realidades por ellos ya vividos y que aspiran sean superadas por sus hijos.
La dimensión temporal de lo humano se juega en ese acto de educación familiar cuando el niño reconoce que sus padres, que estuvieron en la vida a la que se asoman desde un tiempo antes de su llegada, son la autoridad. Pasado, presente y futuro entretejen sus significados en ese generoso acto dador de experiencias a los recién llegados, tendiente a producir, en el largo proceso del desarrollo humano, el encuentro de cada ser consigo mismo, con su identidad, sus talentos y vocación optimizando así una vida que está llamada a ser única si encuentra su significación a través de un largo proceso que ha de culminar, con suerte, en la vejez.
Pero este proceso aborta cuando los padres pierden la autoridad que naturalmente les es conferida, por lo que es oportuno preguntarnos el por qué de esa pérdida.
Ciertas respuestas atienden a los factores externos, pero las más sinceras señalan que es la conducta poco madura y asertiva de los padres, es decir el mal ejemplo en la conducción de sus propias vidas, lo que anula su posibilidad de guiar con amor, firmeza y límites.
En cuanto a los maestros que son, por definición, transmisores de la cultura precedente a sus alumnos y que en ese acto de comunicación actúan en la articulación del presente con un porvenir que aspiran sea mejor y más vigoroso que el suyo propio para los sujetos del aprendizaje, sucede lo mismo. Es decir, se piensa que factores achacables a la sociedad actual han producido el debilitamiento de su autoridad en tanto los debieran buscar en el ejercicio de su propio magisterio.
Existen, a pesar de las dificultades de hoy, grandes maestros y profesores que saben ganarse el respeto y adhesión de sus alumnos y que educan con autoridad porque están convencidos de su poder transmisor, de su idoneidad y de que el éxito depende de la fe puesta en el valor de su labor y en la esperanza de que los tiempos venideros serán de más calidad que el actual como lo dicen las optimistas miradas de pensadores como Marylin Ferguson: “La especie humana crece en espiral, y, a pesar de las grandes franja de jóvenes, que quedan excluidas del progreso, el hombre genérico se eleva hacia un nivel de vida más alto.”
Sin embargo, sabemos que la autoridad, demasiado bombardeada por agentes extraños, ha entrado en un plano de lamentable eclipse y que la razón esencial parece ser el debilitamiento de la figura y con ello de una actitud firme, segura y serena de los mayores contrapuesta a la fuerte seguridad y hasta ensoberbecido atrevimiento que les ha conferido a los más jóvenes una sociedad que los hace creer que han llegado a una etapa terminal, que no hay futuro, que ya lo saben todo, que nada pueden aprender ni admirar del mundo recibido y creado por las generaciones que los precedieron.
La sociedad de consumo, la mercadotecnia parecen querer a los adolescentes y jóvenes- o necesitarlos- seguros en su actitud de consumidores compulsivos. Arrogantes y envalentonados. Y hacia ese fin apuntan sus mensajes.
Por otra parte, se suma a la sobre valoración excesiva de los atributos de la juventud que moviliza en los adultos no maduros el intento de permanecer eternamente en ella, la falta de fe en el valor de las propias fortalezas, y, en el caso de los docentes, el descreimiento en la autoridad que otorga no sólo el título ganado para educar sino el otorgado por la experiencia y los años. Se intenta, por eso, llegar a los alumnos echando mano a actitudes demagógicas, tan recurrentes en nuestra sociedad, que intentan ganar la voluntad y afecto de los menores facilitándoles todo esfuerzo, lo que ha construido un estado de cosas en la que perdemos todos:
Los mayores porque sufrimos la frustración de no poder llevar nuestro mensaje formativo a los que nos siguen, porque no podemos educar ni transmitir.
Los adolescentes y niños, porque transitando una edad en que deben ser guiados, terminan recibiendo lecciones interesadas o malinterpretadas de fuentes no idóneas:
Algunos programas de la TV o sitios del mal Internet, de sus pares que, por estar transitando una etapa vital de construcción y de búsqueda de su identidad apenas si pueden enfrentar sus propios conflictos sobre los que saben tanto como ellos, de la sociedad consumista de hoy que los aleja del sentido de lo humano y los sume en un estado de depresión y tristeza, de sin sentido y desvalorización de su humanidad.
La fuerza expansiva del consumo del alcohol, de las drogas y de un sexo prematuro que los confunde sumergiéndolos en la adicción a sensaciones sin sentimientos y los someten a graves enfermedades físicas y psíquicas, o los enfrentan a una paternidad irresponsable, hablan a las claras de la depredadora crisis actual.
A pesar de lo descrito, demasiados adultos, padres, docentes, no se hacen cargo de este estado destructivo de las vidas jóvenes. Por eso es tarea fundamental fortalecer en los adultos la idea de que su misión es ineludible e impostergable.
Es necesario que los mayores busquemos restablecer nuestra perdida autoridad en el hogar y en la escuela. Para lograrlo es básico reconstruir la necesaria asimetría que debe existir en todo acto educativo: el docente en una posición más alta, convencido de su misión y sus saberes si bien dispuesto a seguir aprendiendo y dando cabida a las novedades que los profundos y vertiginosos cambios que va introduciendo el día a adía de hoy. El que está aprendiendo en la posición contraria, admirando a quien, con autoridad y afecto, está dispuesto a guiarlo para que devele los secretos de una existencia que, bien llevada, puede llegar a ser maravillosa.
A este respecto dice Levinas: “Las ideas instruyen a partir del maestro que las presenta, y maestro es, fundamentalmente, quien abre la conciencia gozosa del saber por obra del arte expresivo con que brinda el conocimiento que él habita y que lo habita.”
En la medida en que esa transmisión implica un esfuerzo de las dos partes, del maestro por llegar, del alumno por acceder al conocimiento, se genera la plenitud que produce toda tarea cumplida y la buena disposición de los educandos hacia aquello que se les brinda. Las palabras del filósofo Santiago Kovadloff afirman esta idea:
“Para alcanzar el espíritu del alumno el docente debe infundir a lo que comunica, junto a su relieve intelectual, la intensidad de su afecto.”
Palabras que nos llevan a pensar que lo que está faltando para cargar de nuevas energías la autoridad debilitada, cuando no perdida, es una fuerte convicción en el significado de la misión docente y amor y dedicación a la tarea.
Se trata entonces de revitalizar el acto educativo con la seguridad de que esta tarea es fundamental en cuanto supone un hecho inter subjetivo, contacto de seres humanos, en el que intervienen un ser que marcha en un segmento de la construcción de su vida y otro que ya lo ha superado y que, por llevarle la delantera, tiene una visión más abarcativa de la realidad que permite el flujo de una enriquecedora comunicación.
A propósito de esta idea dice Fernado Savater en su obra “El valor de educar”:
“De las cosas podemos aprender efectos o modos de funcionamiento pero del comercio con los semejantes aprendemos significados.”
Esos significados se refieren, según Savater, a la cualidad misteriosa que tienen las cosas y las ideas de vincularnos con los otros. Puede aprenderse mucho de lo que nos rodea, dice “Pero la llave para entrar al jardín simbólico de los significados tenemos que pedírsela a nuestros semejantes, de ahí el profundo error actual de homologar la dialéctica educativa con el sistema que programa educar a través de ordenadores”.
Y es justamente esa relación con los semejantes, a la que el ser humano empieza a ejercitar recién en la alborada de la adolescencia, y que se va profundizando con el arribo a la madurez, la que permite una mirada del conjunto, de un todo del que somos parte como seres humanos, de las macro estructuras en las que todos estamos contenidos.
Además, a esa mirada más abarcativa y comprensiva de la realidad se debe sumar la “metacognición” que supone que, más allá del conocimiento, se hace conciente el valor de su transferencia a las propias conductas y su significado vital, sus “para qué”, una lectura e interpretación que ganan en calidad y profundidad, de forma progresiva, a través de los años y a medida que se asciende en las etapas que construyen al ser humano.
Los adultos que han asumido un grado más alto de conciencia y han aprendido a pensar sobre lo que piensan, están asentando su capacidad de interpretar y seguir la dirección de las profundas significaciones.
En lo que se refiere al educador sexual Y si para todo acto educativo es necesaria esa madurez cuánto mayor es la que se requiere en el que imparte educación sexual entendido como guía en la construcción de vínculos y no un mero instructor o comunicador de experiencias vividas para pasar un momento de placer.
Es imperativo, entonces, en el dictado de “Educación sexual”, materia que se ha de implementar obedeciendo a la Ley 16.150 , que quien ejerza esa tarea de extrema responsabilidad sea una persona madura, que ha asumido su edad, que se sienta segura de las etapas recorridas en su propia existencia, que sepa y sienta que es una autoridad porque es auténtica y fiel a sí misma, es decir una persona satisfecha con sus logros, fortalecida en sus crisis vitales, experimentada y plena y que por lo mismo alcanza a dimensionar el sentido vital y humanizante de la palabra sexualidad.
POSICIONES OPUESTAS EN EDUCACIÓN SEXUAL
¿Difícil? Claro que sí. Sobre todo cuando ya hemos asistido a resonantes casos de equívocos en su enfoque, a visiones parciales que distorsionan la realidad total. Por otro lado, los adultos no hemos recibido una educación que profundizara y permitieran reconocer, por ejemplo, el sentimiento verdadero del amor, el que exalta y potencia y busca el acercamiento y culmina su expresión en la unión sexual, oponiéndolo al enamoramiento, emoción pasajera inicial que acomete con fuerza, anula y ciega de manera tal que puede llevar a cometer yerros tan traumáticos como es el embarazo adolescente.
Nunca antes se previno sobre la catarata hormonal que habría de eclosionar en la pubertad transformando al sujeto en cúmulo de extrañas sensaciones y urgencias.
Pero ha habido rotundos cambios y bien sabemos los adultos cuán necesitados están ahora nuestros adolescentes de conocimientos que les permitan armarse de sus propias respuestas en el reacomodo de una edad que los llevará, o no, a lograr una personalidad sólida.
Ha llegado el momento de discutir sobre aspectos que hacen a la calidad de vida, de animarse con una materia que tenga como meta algo más que lo puramente fisiológico y preventivo atendiendo más la formación y destino de la persona a partir del manejo consciente y responsable de la propia sexualidad.
Los docentes ante posiciones opuestas Dejando a un lado a los que descreen totalmente de los beneficios y se oponen francamente al tratamiento de la sexualidad en la escuela; a los que son absolutamente indiferentes y a los que consideran políticamente inconveniente impulsar la educación sexual, destacamos las dos posiciones opuestas que se definen en la actualidad:
Por un lado están los que comprendiendo las urgencias sexuales de la población adolescente, tóxicamente estimulada por los medios y la sociedad, y aceptando que todos los seres humanos tenemos derecho a gozar del placer sexual, asumen actitudes de total permisividad ante una sexualidad vivida sin barreras, transmitiendo a los adolescentes, eso sí, los conocimientos necesarios para que eviten riegos de enfermedades y embarazos indeseados.
Esta posición indulgente y permisiva, conquista, como es natural, muchos adeptos y parece ser la que triunfa en la escuela.
Fácil resulta ganar la voluntad de las mayorías adolescentes cuando se los impulsa a disfrutar el placer sexual distribuyendo condones, dando indicaciones sobre cómo usarlos y hasta solicitando a los padres “comprensión” sobre la necesidad básica de los chicos de satisfacer sus impulsos o pulsiones dando el mensaje de que con recursos bien empleados todos los riegos estarán bajo su control.
En una posición francamente opuesta se encuentran los que sostienen que la educación sexual es mucho más que instruir sobre métodos anticonceptivos, y que ha llegado la hora de comprender que el verdadero control, el que vale la pena ganar, es el que brindan los conocimientos, la reflexión a la que se llega por la educación cuya misión fundamental es despertar la conciencia, la admiración, el respeto y el cuidado por la vida, el amor, el otro.
Así, por vía de la reflexión, se desactivan los impulsos que atan al individuo a lo más primario del ser humano.
Los que alientan esta posición consideran importante trabajar competencias básicas como el respeto y amor por la vida, la atención a su sentido, la búsqueda de la autorrealización personal a través de la superación de etapas que deben transitarse con conocimiento y acabadamente, para no dejar vacíos y traumas, hasta llegar al logro de la madurez, de la que tantos adultos adolecen.
En esta educación sexual integradora, se considera fundamental, por ejemplo, incorporar, entre otros temas esenciales, el análisis del papel materno en la formación del ser, la influencia vital de su transmisión amorosa y positiva o de la angustia y sinsabor que se transmite al esperar a un hijo indeseado, como sucede en el caso de tantas adolescentes o mujeres adultas mal preparadas.
Por el camino del conocimiento y la reflexión- que eso es educación- y sin represión, los menores pueden y deben llegar a comprender que una sexualidad promiscua destruye el gozo de vivir y da lugar a traumas psicológicos profundos.
La revolución de los años sesenta generó dolor y depresión. ¿No habrá llegado el momento de iniciar una contrarrevolución sexual que ponga las cosas en su lugar, que se atreva con los verdaderos nombres y la importancia de formar vínculos fuertes basados en una sexualidad sana?
Y seguimos: ¿nos atreveremos a educar o nos limitaremos a instruir? ¿Nos decidiremos por la demagogia del “prohibido prohibir”, ganando dudosas simpatías, o nos arriesgaremos a poner límites, a decir “no” cuando corresponda hacerlo? ¿Cuál es la educación sexual que queremos?
Sin duda, un profundo cambio se anuncia. Es cuestión de que las mayorías descreídas en el “vale la pena” se sumen a las minorías creativas que ya hace tiempo están luchando silenciosa, pero efectivamente, por una educación sexual humana y profunda.
LAS DISCUSIONES SOBRE EL ABORTO, ¿TIENEN FIN?
“La educación enseña a saber elegir”-Robert Spaeman
Las discusiones sobre el aborto no tienen fin, de la misma manera que no lo tienen las investigaciones que debieran sumarse para, después de considerarlas, generar una ley amplia y justa.
Por un lado debe tenerse en cuenta al hijo y los nuevos estudios sobre los efectos psicológicos de ser deseado o no, amado o no.
Por otro lado se debe atender a la mujer, también víctima al abortar, sus sufrimientos físicos extremos y los profundos daños psicológicos: ansiedad, depresión, frigidez, sentimiento de culpa y tendencia al suicidio, por nombrar algunos.
El mal elegido enfrenta a un camino sin salida porque, ¿Cómo conciliar los derechos del hijo por nacer y de la madre que no lo desea?
Creemos en la educación como solución porque allí está la prevención.
La ley debe considerar el derecho a la vida. Pero ¿de qué vida?
De la calidad de vida del hijo por nacer nadie habla. No se habla del camino que debe transitar para transformarse en persona lo que supone llegar a ser autoconsciente, un sujeto racional capaz de auto controlarse con sentido de su compromiso con el futuro. Debemos defender la vida digna poniendo en el punto básico de la discusión la idea de que la mala relación sexual, la fundada en el placer efímero, trae al mundo hijos con profundas marcas, traumas, que, según estudios científicos recientes como los de Stanislav Groff, pueden transformar al hijo indeseado y mal querido en un individuo resentido, traumatizado, enojado con todos, con el mundo, con la sociedad.
Las mujeres que no desean al hijo acudirán a cualquier medio que tengan a su alcance. En última instancia el niño nacerá pero con el peligro de llegar estigmatizado por los malos deseos, por el rechazo, por un pecho no dador. Y, ¡cuán difícil le será a ese ser llevar una vida digna! Resultados siempre indeseables.
Por eso defendemos la solución posible, la educación.
No existe una adecuada educación sexual en la escuela de hoy - no hablamos sólo de entregar y enseñar a colocar bien el preservativo que es lo que hace la escuela actual- sino de educar, en el sentido de enseñar a saber elegir, a elevar a su máximo desarrollo las exigencias de su propia naturaleza, a actuar con sentido del futuro y comprometerse como personas dignas.
La educación enseña a sentir agrado por lo que es bueno y grato, disgusto por lo repugnante. Y así llegamos al principio: a la prevención que evitaría tantos males que vienen tras actos inconscientes, ignorantes.
¿Se piensa en ello cuando se habla de defender la vida de un inocente? Empezando por el principio: ¿se educa la conciencia de la importancia de aprender a buscar y elegir la pareja adecuada a cada ser, sin caer en la ceguera y riesgos del acto sexual prematuro?
De la precipitación inconsciente al acto sexual de los jóvenes y hasta púberes, surge la proliferación de embarazos y abortos o el nacimiento de seres muy desdichados.
De la misma manera en que un buen acto sexual- se entiende por bueno al encuentro de cuerpos y almas de dos personas maduras- puede llevar al epítome del placer y a hijos que tienen todas las chances de llevar una vida de calidad, el aborto produce el más profundo, lacerante y desgarrador dolor humano. Y, además, en la intrínseca naturaleza de la vida, existe una ley natural, inapelable que los jóvenes debieran conocer:
Para quienes fundan su conducta sexual en la saludable asociación de lo instintivo, lo emocional y lo mental reflexivo, la gratificación de una vida más plena; para los que practican un sexo superficial, de ocasión, el quebranto de la salud física y psíquica, la formación de una familia desdichada.
Los embarazos aumentan, las enfermedades de transmisión sexual aumentan, el número de los abortos crece acorde a la excitación de los tiempos y a su bandera: “los chicos tienen derecho a gozar”. Conocemos las malas consecuencias.
Porque, ¿qué chico y niña adolescente puede dudar de que, cuando se reparten montañas de preservativos- una práctica de la llamada “educación sexual” actual- se lo está invitando a probar su uso? Los adolescentes y jóvenes se inician más temprano, y acrecientan sus números de cópulas porque no hay nada más llamativo. El placer manda, a nivel primario del instinto.
Si no se atacan las causas profundas, si sólo se ponen parches cuando el mal está hecho obtendremos el penoso resultado de una profunda desdicha individual y social.
El Estado, por su parte, debe asumir su tarea educadora- no solamente instructora- y, ante una instancia indeseable, asegurar que la vida de la madre- muchas mueren dejando a hijos huérfanos- reciba la atención médica que proteja su vida.
EL EMBARAZO NO DESEADO
A cualquier mujer le puede suceder, esté en la situación y en la edad en que esté: la noticia de un embarazo puede encontrarla en la mejor o peor disposición para recibir al hijo concebido.
Le sucede a una cantidad innumerable de mujeres que, estando casadas y por distintas circunstancias: cansancio, embarazos muy seguidos, mala relación con el esposo, etc. no quieren tener al hijo que acaban de engendrar.
Y si esa reacción es bastante común entre las casadas podemos imaginar el efecto que produce en una soltera y, peor aún, en una adolescente.
El embarazo no deseado crece.
Estimulados por la erotización reinante, por películas cuya intención es excitar, por programas donde todos los frenos inhibitorios existentes se han cortado, muchas adolescentes se entregan al frenesí del acto sexual, sin medir las consecuencias.
Con los embarazos aumentan las angustias personales y familiares, los cambios en la estructura de la familia que debe acoger,-o no- a un nuevo ser cuando la hija aún no ha terminado su propio desarrollo y también se dan los casos de la formación de familias de adolescentes que han de abocarse a una crianza de la cual no saben nada.
Por eso se busca frecuentemente el aborto.
A las penalidades que pesan sobre el aborto se suman las cicatrices físicas y espirituales que quedan impresas de por vida en la joven madre y de las que dan cuenta las innumerables y silenciosas experiencias de jovencitas que pierden con el hijo al que se le impidió nacer, su propia alegría de vivir.
Pero de lo que poco o nada se habla, es de otros graves males, que también marcan una vida: los que se transmiten al hijo cuando la sentencia ded su ejecución ha sido perdonada, y el embarazo continúa como no deseado.
Stalisnav Groff, médico y psicólogo checo, ha sumado a los importantes estudios de Freud, investigaciones que le han permitido llegar a la psicología profunda, a las impresiones que el ser humano ha tenido durante el embarazo, en la vida intrauterina.
De sus descubrimientos ampliados por Bateson, Joseph Campbell y Abraham Maslow y oros, se infiere que, por la natural simbiosis simbiosis que existe entre la madre y el hijo durante el embarazo, todo lo que la madre siente, experimenta en sus emociones, en su físico, repercute y marca la vida futura que lleva en su vientre.
Así, las condiciones edénicas en que se desarrolla un feto cuando su llegada es esperada y disfrutada o la angustia de haber sido engañada, abandonada, cuando no se ha madurado como ser humano. El feto siente cuando la mujer siente rechazo por él, cuando fuma, ingiere bebidas, trasnocha y tiene una vida sexual desordenada.
Stalisnav Groff ha demostrado que así como existe un “pecho bueno” que transmite actitudes positivas frente a la vida, y uno “malo”, también existe un útero bueno en contraposición al malo que influye nocivamente en la vida embrionaria y se proyecta al futuro del individuo.
Un interesantes aporte de conocimientos para tener en cuenta, para prevenir a las futuras madres y alertar a los adolescentes sobre las consecuencias de una sexualidad vivida con desconocimiento e irresponsabilidad, lo que condena a un ser a morir en el aborto o a vivir con el estigma del que fue un feto aborrecido.
LA EDUCACIÓN SEXUAL EMPIEZA A DESPERTAR ADMIRACIÓN Y RESPETO
Los nuevos tiempos, los cambios sociales y sobre todo la filosofía hedonista y consumista vigente van virando la dirección de la mirada humana, de manera que cosas, notas, paisajes y situaciones, tal vez las mismas, tal vez las infinitamente repetidas son vistas como por primera vez. Eso hace a los cambios, muchos de ellos buenos, para el crecimiento, para asomarnos a lugares desde donde se ve más y mejor, aunque haya errores en esta mirada que cambia de perspectiva.
Con el tema de la sexualidad pasa así. Años, siglos, una eternidad ignorando su existencia, acallándola y de pronto la necesidad de enfrentar su realidad y su nombre porque el sexo se ha puesto a andar, sin hacer caso a las antiguas prohibiciones, sin el pudor de antaño. Con sus consecuencias felices o devastadoras, que tiene en sí tanto de vida (Eros) como de muerte (Tánatos).
En estos tiempos surge la necesidad de poner al sexo en un cauce y aparece la responsabilidad de los mayores, de los padres, de los docentes por no haber sabido enfrentar la realidad de su fuerte existencia.
No podemos callar porque el tema ya era explícito aunque no lo quisiéramos ver y aunque les dijéramos a nuestros hijos sin muchas explicaciones que tal o cual programa de TV no debe verse, tal cuento no debe escucharse o tal zona del cuerpo no debe tocarse. Los adultos estamos obligados a observar de una nueva manera ese objeto al que rehuíamos. Si no lo hacemos con conocimiento y preparación, cometeremos errores imperdonables como los que han merecido tanta atención de la prensa en estos días.
Admiración y asombro
La intención de esta nota es proponer que la nueva mirada que exige la humana sexualidad pase, sin extraviarse, por el tamiz de la admiración y el asombro. Esas palabras debieran ser puestas en la intención primera y fundamental de quien realice el acto de educar sexualmente.
Quienes han redactado la ley 26.150 que obliga a dictar la materia en la escuela no han puesto especial acento en ellas, pero sería bueno y provechoso que los docentes, los padres y los que estamos interesados en el tema, lo hiciéramos.
Lo que parece no tenerse en cuenta es que la sexualidad es la vida misma y que el diario existir nos ofrece a cada instante motivos para tratar en forma natural un tema que ha sido calificado como complejo y difícil.
¿Complejo? Sí. Lo es. Como el nacer, como el vivir, el crecer, el morir. Por eso pueden aparecer para su tratamiento las mil y una aristas de una realidad que tiene como protagonistas a hombres y mujeres, jóvenes, adolescentes y también adultos mayores, todos acuciados por urgencias corporales, emocionales, sentimentales a las que no sabe dar respuestas.
¿Difícil? Claro que lo es, como difícil, impenetrable, es el misterio por el que se nos da la vida, la increíble conjunción de células microscópicas que se unen para formar un cigoto que es el germen que contiene nada más y nada menos que un ser humano nuevo, diferente, único.
Día a día, segundo a segundo, vienen nuevos seres al mundo y en el seno de miles de hogares se produce una fuerte conmoción por esa prometedora llegada. Sin embargo, ¡qué poco o nada se habla sobre cómo ha eclosionado esa nueva vida! Como si el hecho original, el acto amoroso que unió el cuerpo de un hombre y una mujer en nombre del amor que les latía, en nombre del encuentro en que estaban comprometidos, no mereciera ser tratado, hablado, reflexionado de una manera que sirva de ejemplo y contribuya a formar a los más chicos.
Enaltecer lo sexual
Enaltecer el tratamiento de lo sexual es tarea de los mayores, develar los tabúes, los traumas que alguna vez nos protegieron pero que ahora son motivo de mofa para los jóvenes, es nuestra adulta obligación.
Si hace falta agudizar la observación: ¿acaso no basta salir a la calle para encontrarnos con besos de parejas en cada esquina? ¡Cuánto pudiera hablarse de las hormonas que desatan sus bríos juveniles, que despiertan sensaciones, que ensayan un cauce por donde ha de sembrarse una nueva vida!
La educación sexual debe hacer que esa vida nueva sea buena, que encuentre un buen nido, padres dispuestos a dar ternura y no violencia, capaces de encauzar y no de confundir.
Eso es educación sexual: una inacabable red de contenidos, de temas y subtemas cuya aparición no hay que forzar con preguntas mal direccionadas sino con una inteligente observación.
¿Acaso en la escuela no hay una docente ausente porque espera un bebé? ¿Acaso no hay preguntas que muchas veces se callan? ¿Tiene padre ese niño por nacer? ¿Le dará su madre una leche feliz o el niño beberá las hieles de una mujer abandonada, engañada, equivocada por su propia ignorancia?
La educación sexual nos ofrece la manera de encauzar observaciones y preguntas volviendo la mirada hacia lo que está “a tiro” de las vivencias de cada instante. Observar y hablar sobre el tema, reflexionar, generar juicios son maneras directas de ejercer una materia que no debe perder de vista su objetivo esencial: hacer más feliz nuestra existencia, propiciar el encuentro de los adolescentes y jóvenes con su yo mismo, con su auténtica identidad, mostrar un mundo posible de más calidad humana, con uniones logradas por el conocimiento, el proyecto y la responsabilidad. Sobre todo el amor, no el enamoramiento fugaz de la pubertad, sino el que va madurando con la edad cuando el aparato psíquico se constituye y nos da el Sí para hacer cosas de adultos con respuestas y responsabilidad de adultos.
SOBRE EL AMOR FRÍVOLO Y EL SENTIMIENTO PROFUNDO
“El placer puede definirse como la sensación de bienestar que produce el funcionamiento fluido de la vida, es decir incluye los fenómenos de crecimiento y creatividad”.
(Alexander Lowen- Creador de la Bioenergética).
No es necesario que la televisión y los medios gráficos brinden el pavoroso espectáculo del maltrato familiar, de mujeres golpeadas, quemadas, asesinadas. Si echamos una mirada alrededor, en la familia, en los más cercanos, en los vecinos, encontraremos los deshechos y estragos provocados por la confusión reinante sobre el sentimiento del amor, porque, a pesar de que se supone que actualmente tenemos más conocimiento sobre lo sexual, existe una total desconsideración de la diferencia sustancial entre “sofisticación sexual” y “madurez sexual”.
Considerar esta diferencia es esencial para el comportamiento sexual de los adultos y la orientación de los menores ya que es vital, que los adolescentes sean educados en el amor, que sepan cuál es el bueno, que lo esperen sin contaminarse con la adición de lo que llaman amor y que es, simplemente, un deseo irrefrenable de experimentar un acto que, prometiendo el mayor placer, sólo conduce a la frustración, al deseo de posesión, desconfianza y celos, si se ejecuta sin conciencia ni sentido de la responsabilidad. Es decir sin madurez.
Veamos. Cuando se habla de “hacer el amor”, ¿de qué se habla?
Por un lado es común hoy que muchos hagan el amor o tengan relaciones sexuales porque es imperativo del hedonismo actual que busca consumir placer a toda costa. De esa manera, los que aún no han madurado una personalidad integrada en sí misma y proyectada a su futuro, suelen hacerlo animados por el alcohol, en estado casi inconsciente, o contagiados o compitiendo con los otros, o animados por películas que los erotizan, o por palabras o por historias que se narran entre amigos.
Entonces, de buenas a primeras, surge la invitación de ir a la cama con quien se da la promesa de experimentar un gran placer ¡Qué chasco! Es indiscutible que en las relaciones sexuales la naturaleza, una Inteligencia superior, la vida que quiere perpetuarse, han puesto el mayor placer, pero éste no se logra cuando no se responde a un íntimo deseo de darse, de fusionarse a otro, cuando se hace con quien se desconoce y por lo tanto no se respeta ni se ama aunque despierte una gran acaloramiento.
El gran orgasmo está reservado para aquel que se entrega en plenitud, consciente de su acto y poniendo los sentidos, el corazón, los nervios, los músculos en una entrega que, por serlo, lleva al ser humano a una dimensión muy alta que no sólo conecta con una mayor conciencia de sí sino con una mayor espiritualidad. En este último caso la expresión “hacer el amor” sería genuina porque responde a un imperativo real de juntar, unir, fusionar a dos que se han elegido, se conocen, se potencian mutuamente y despiertan un sentimiento mutuo de afecto, ternura y respeto.
Hacer el amor en este caso es obtener el gozo que el amor sexual promete porque hay un darse total de la persona, que, además ha logrado su integridad, su madurez.
En la escuela de hoy apenas se habla sobre esta realidad que tanto dolor y frustraciones causa; la escuela de hoy apenas se detiene en una instrucción sexual que muestra, -y lo hace bien- la descripción de los genitales y en cómo usar los preservativos u otros medios para evitar enfermedades de transmisión sexual y embarazos.
Sobre la base de estos conocimientos básicos y teniendo claro que el objetivo es despertar admiración y respeto y cuidado por la vida -que es amor y sexualidad a un tiempo- en la familia y en las clases de educación sexual debieran ser tratados aspectos fundamentales al desarrollo humano como son: los malos vínculos que crecen en el desencuentro cuando, demasiado temprano, las parejas copulan o conviven apenas ingresados a la adolescencia, unidos solamente por el placer que promete el sexo. La adicción sexual que provoca tener relaciones prematuras que envician un centro energético básico como son los genitales. La necesidad de conocer al otro, de la búsqueda, -entre tantos- de la persona adecuada, de la elección que se da primero por una súbita atracción que lleva a distinguir entre tantos, atracción que crece o se apaga en el mutuo conocimiento de la manera de ser del otro, de sus actitudes, de sus sueños, de sus hábitos, de la proyección a un futuro que se preocupa o no por construir. Se debiera reflexionar, por fin, sobre el cuidado recíproco, sobre el respeto por lo que el otro es, de cultivar la empatía que crece en la amistad, el compañerismo, la confianza y, sobre todo los proyectos a ejecutar en el futuro. Cuando existe una mutua admiración, se da la base de un amor destinado a ser más profundo y duradero.
Poco se les advierte a los adolescentes sobre la repercusión de la eclosión hormonal en su conducta, del acaloramiento que despierta la urgencia de buscar un novio o pareja y del apresuramiento que lleva a confundir lo sensorial con un sentimiento maduro que llegará pasada la turbulencia su edad.
De esto se debe hablar y hacerlo sin demagogia ni temor a que la verdad mortifique el espíritu a veces romántico y siempre apresurado de los chicos y chicas. Evitaríamos así tanto desmadre de conductas conducidas por mensajes masivos, televisivos o de amigos y compañeros que van por el mundo, confundidos y que confunden a los demás.
Para fortalecer y orientar conductas nada mejor que buscar buenos libros, autores especializados, reflexiones. Nada mejor que dialogar sobre el tema. Seguramente se evitarán situaciones penosas que provocan no sólo dolor en los miembros de una pareja, sino marcas a veces difíciles de superar como es, entre otras tan graves, la adicción a un sexo fugaz que pide una repetición que nunca llega a colmar los desequilibrios internos de una personalidad desintegrada.
Se evitará continuar multiplicando de generación en generación un mensaje que niega el valor de la vida.
A FALTA DE EDUCACIÓN SEXUAL, LA PRÁCTICA SIN RIESGOS
Ni padres, ni abuelos se atrevieron a pensar en lo necesario, y más aún bueno y sano, que hubiera sido saber sobre los misterios de la vida, ocultos tras mitificaciones de cigüeñas o repollos y otros cuentos cuya intención era ocultar el tan pecaminoso acto del amor.
Ahora nos asombramos por el cambio de las costumbres que no sólo han desvestido el tabú sino que le han permitido que, salido de sí, se desorbite y vire hacia el punto más extremo, de manera que los adultos quedamos invalidados ante un envalentonamiento incontrolable de lo sexual, que no sólo ha traspuesto sus propias barreras, provocando el generalizado enmudecimiento de los mayores, sino que ha tapado la boca de la antigua autoridad que nada parece poder decir para proteger a los menores del descontrolado destape erótico de hoy.
Opción expeditiva
Las autoridades educativas actuales, sin poder escapar al fracaso de algunos incipientes intentos de impartir la educación sexual, optan por lo más expeditivo: instruir sobre métodos anticonceptivos.
En esa tarea se han puesto hace tiempo los ministerios de Educación que imparten directivas muy claras sobre la utilidad y uso del condón, sobre pastillas y tantas otras maneras de evitar embarazos indeseados y también, por cierto, enfermedades de transmisión sexual, lo que, según estudios recientes, no ha hecho otra cosa más que incentivar la curiosidad adolescente y el deseo de experimentar su sexualidad, liberados de todo compromiso y responsabilidad.
Y ahora, el anticonceptivo inyectable. Nos preguntamos cómo puede operar esta promesa de máxima seguridad anticonceptiva en las mentes púberes y adolescentes, y casi al instante nos respondemos que obrará como un gran estímulo para que la actividad sexual desatada por contagio social crezca más todavía, por fuera del circuito ponderable que establece la ley, tales como ser de condición humilde, no tener obra social o haber padecido un evento ginecológico reciente.
¿No creen ustedes que estas últimas noticias actúan como un poderoso tonificante de la curiosidad natural de los chicos, como un estímulo o aliciente a probar? Puede que sí o que no, pero la obligación adulta es estar atentos.
¿En qué consiste el nuevo método inyectable anticonceptivo?
Los artículos científicos nos informan que los hormonales inyectables como anticonceptivos surgieron, al principio, con un solo componente: un derivado de la progesterona, que se llama progestina. Estos inyectables fueron de aplicación mensual, bimensual o trimestral.
Después de una investigación clínica, se vio que si se le agregaba un segundo componente hormonal, derivado del estrógeno, podía asegurar en la mujer ciclos menstruales más regulares y alta eficacia. Algunos estudios, hechos en América latina, inclusive comparan su efectividad con la esterilización quirúrgica.
Es más práctico respecto de otros tipos de anticonceptivos sujetos a la disciplina de la toma diaria. La píldora es igual de eficaz, pero requiere de una rigurosidad en la administración que a veces se vuelve complicada.
Posibilidades
Bueno es este recurso para aportar a la planificación familiar –es decir, empleado por personas maduras– pero, ¿qué efecto puede producir en la mente de los chicos si es el Estado el que lo recomienda?
¿No sería más directo, efectivo y sobre todo sano impartir, de una buena vez, educación sexual y en forma paralela en la escuela para que el alumno vaya ganando en autorrespeto, responsabilidad y cuidado de su propia vida y la ajena?
¿No sería más razonable, ya que este nuevo tiempo permite a los adultos hablar con franqueza sobre el imponderable significado de la sexualidad, despertar en los chicos admiración, respeto y cuidado por la maravillosa orquestación genital, los procesos de maduración humana tanto corporal como psíquica y sobre todo la obligación que tiene cada ser humano de sumar a la superación de la especie, con la construcción de una personalidad más fuerte, un adecuado desarrollo fundado en la potenciación de las propias capacidades y el talento individual?
¡Cuántos han visto frustrados sus sueños de un futuro mejor, de una carrera, de optimizar sus capacidades para desenvolverse creativamente en un oficio o trabajo, por apresurarse a elegir una mala pareja, encandilados por los placeres sexuales sin madurez ni responsabilidad!
Y ahora volvemos a la novedad de una inyección anticonceptiva.
¿Es eso lo que necesitan los adolescentes? ¿Se dará una adecuada orientación para que los jóvenes sepan que no se trata de un nuevo incentivo para el goce sexual en una edad a la que le falta tiempo para madurar desde lo cerebral y emocional?
La violencia pasional desatada, las frustraciones y el desamparo en que quedan tantos hijos de padres inmaduros, tanta desgracia y depresión y tristeza, debieran alertarnos sobre la necesidad de ofrecer, más que nuevos halagos y facilitadores del placer, indicadores que exalten el valor de la vida y apuntalen la responsabilidad de contribuir al desarrollo y la realización plenos.
Este es un tema a cuya gravedad debieran prestar pronta y fuerte atención las familias y las escuelas.