Farandulización de la política










Parece ser que ningún político tiene la necesaria seguridad en las bondades de sus propuestas como para mantenerse en lo que sería lógico: hacerlas conocer, comunicarlas, defenderlas y someterlas a debates.




Nos preguntamos si, en cambio, se sienten cómodos asistiendo a programas como el de Tinelli, en el que los tres posibles presidenciables debieron someterse al juego de un habilidoso director del mayor entretenimiento 
 masivo conocido en el país, que lo que busca es el impacto mayor para levantar el ranking, así sea a fuerza de ridiculizar, acentuar el morbo y subvertir los valores.
Mucho se han cuestionado esas presencias, porque secretamente se supone que no a todos les resulta fácil tal exposición ni probar habilidades que no son exigibles a un pensante y posiblemente futuro jefe de Estado. El diario "La Nación", en un editorial de estos días, se pregunta cuál es la calidad, intención y significado de lo que Massa aportó contando que su mujer, Malena, se estuvo sacando piojos antes de asistir al programa, o Macri y Scioli festejando a pura risa -¿forzada?- sobre los apelativos con que se tratan en la intimidad con sus mujeres.
Coincidimos en que no es posible rechazar una invitación que sumaría a su popularidad, pero tratamos de comprender: ¿no estamos acaso demasiados subsumidos en una sociedad del espectáculo, donde lo que cuenta es, justamente, dar en el blanco de lo que el público espera escuchar, sin poner en la cuenta la idea -sería muy novedosa- de que lo que el público pudiera pretender es mayor excelencia en la preparación del político abocado a la tarea de superar la degradación educativa actual, lograr mayor movilidad social, restaurar la política del esfuerzo que hizo otrora de la Argentina un país destacado?
En una nota publicada hace tiempo por el diario "Río Negro", hablé sobre el libro de Vargas Llosa que describe tan bien -y con cierto dejo de tristeza- cómo, en algunos países que se atrasan, toda actividad parece regulada por el fin último y principal de pasar una vida entretenida.
No ignoramos que acercarse a los llamados "núcleos duros" de la ciudadanía, que exige que se hable con llaneza y aun chabacanería para sentir que los candidatos son "gente como uno", gente de pueblo y capaz de caminar con él, de expresarse como él y contentarse como él, debe ser una de las preocupaciones básicas del candidato que desee y necesite sumar votos. Justamente en esa ardua tarea de sumar, muchos asesores deben estar empeñados en dar lecciones sobre cómo llegar al alma popular. Y ese esfuerzo se nota. Se notó que Scioli reía forzadamente cuando su mujer bailaba tan graciosamente con su imitador, que Macri hizo lo que más pudo con el baile que fue una repetición del alegre desplazamiento de las elecciones y que Massa estaba bien aleccionado sobre el qué decir para ser más simpático a las multitudes.
Entonces nos preguntamos: ¿está bien esa adecuación a una exigencia del público que pide habilidades tan masivas como las de bailar, cantar, en lugar de enfatizar sobre lo que está dispuesto a hacer y qué le pedirá al pueblo para asegurar el éxito de su presidencia? ¿Es la habilidad del "rey del marketing" lo que subordina las acciones de hasta los presidenciables a su programa o es el público el que lo exige? ¿Son los candidatos los que descienden del sitial del pensamiento, los proyectos de gestión, su carisma político al gusto público de pura diversión?
He aquí un interesante tema a debatir: ¿no será un desafío hablarle a la gente en términos verdaderos y decirle, por ejemplo, a mí no me gusta hacer lo que no estoy preparado hacer como es bailar, pero estoy proyectando cómo mejorar nuestro país, cómo entusiasmar a más cerebros para que se pongan a investigar, crecer, administrar mejor la cosa pública y también privada, porque de la suma de todos depende nuestra grandeza? ¿Sería tan impopular este mensaje?
De ser así, de pensarse así, debemos reconocer que las posibilidades creativas y realmente superadoras de la Argentina se estrechan cada vez más porque bien está el baile, la farandulización de la política como estrategia de humanización de candidatos, a los que, sin embargo, se les debiera exigir, en primer lugar que estén superocupados en trabajar y gestionar para una vida de más calidad de los argentinos, cuyas mayorías demuestran que por hoy sólo les preocupa, y sobremanera, pasar un rato entretenidos, divertidos, evadidos de una realidad que, estará bien, mucho mejor, si nos pusiéramos en un ritmo poco frecuentado: trabajar e investigar para mejorarla entre todos. Coincidimos con el editorial de "La Nación" referido al tema: "No se condena aquí que los dirigentes políticos muestren sus facetas más humanas como en el programa 'ShowMatch', sino que sólo exhiban eso. Es hora de debatir ideas".

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