El caso Nisman vuelve a la atención colectiva a pesar de que muchos desearían que se borre de ella. De una buena vez. Sucede que esos "muchos" logran permanecer y delinquir merced a ese esperado olvido, agudizado en nuestro país por una mayoría que va tras los últimos escándalos, las novedades, el último suceso, sin advertir que hay quienes medran con su falta de memoria haciendo uso de una envidiable paciencia.
Acostumbrados al permanente olvido, al hecho real de que el tiempo pasa indefectiblemente una mano que borra los acontecimientos conmocionantes de la vida privada o pública, hay quienes saben dejar que pase, ya que, así como muchos olvidan la impresión causada por la lectura de un buen libro atendiendo a la del que llega a las manos por última vez, así como duelos y quebrantos terminan siendo apenas un bosquejo desteñido en el disco duro de algunas memorias humanas porque la vida sigue y llegan nuevos acontecimientos a ganar el protagonismo principal, acontecimientos conmovedores suelen ser enviados a la papelera de reciclaje cuando se pasa su hora.
Cinco meses han pasado desde que murió un fiscal de la Nación, produciendo un gran impacto en la vida colectiva nacional. Un impacto de diferentes características y lecturas, subordinado -por cierto- al lugar de los opuestos desde el que se observe. Para unos, declararlo un suicidio significó cortar de cuajo todas las sospechas y darlo por terminado; para otros, determinar que fue un asesinato obligaba a una seria investigación para limpiar sospechas y dar con quien lo hizo y por qué.
Es obvio, entonces, que estos últimos dirigieran su acusación a la persona que estaría más interesada en su desaparición, la presidenta de la Nación, quien había sido acusada de hacer pactos con Irán a espaldas de los intereses del pueblo unos días antes, acusaciones que serían ampliadas y probadas en el Senado al otro día del domingo en que se supone que Nisman murió.
Lo cierto es que se nombró para dirigir la investigación a una fiscal sin experiencia, sin el carácter necesario y suficiente para dirigir una causa de tal envergadura. Sin embargo, y a su pesar, sucede con este caso como con las lecturas trascendentes, con las ideas fundacionales o con los acontecimientos que definen la vida de las personas y los pueblos y éste, el de la muerte de Nisman, vuelve a reflotar, a aparecer en la superficie de la atención pública a través de los medios no solamente de nuestro país sino también en donde se lo sigue considerando un hecho abominable.
En este caso fue el programa "Periodismo para Todos", conducido por Lanata con sus recursos explosivos, el que nos obligó a volver a Nisman pero estamos seguros de que hubiera podido ser cualquier otro comunicador, porque la verdad está bullendo por ser encontrada y en las corrientes subterráneas de la opinión pública la irresolución del caso molesta, murmura, llama y obliga a una definición.
Si es cómodo determinar que el fiscal se suicidó, aun el más obstinado en defender lo indefendible concuerda en afirmar que, fundamentalmente, Nisman no tenía por qué suicidarse. Es demasiado evidente que él amaba la vida, la suya, la de sus hijas en primer lugar; salta a la vista de cualquier inteligencia no perturbada que tenía mucho que hacer, que estaba embarcado en una larga y fundamental investigación, que tenía miedo por su vida y que si pidió, como se duda, un revólver a Lagomarsino fue para defenderla, precisamente.
Las dudas malintencionadas han sido sembradas con evidente y clara premeditación. Un astuto y estudiado plan ha ido borrando huellas, desacreditando y hasta denigrando la figura del fiscal, difamación que ha prendido fácilmente en quienes, inconscientemente o no, parecen creer que una vida íntima, sea cual fuere la dirección que haya tomado, puede justificar la crueldad de una condena a muerte, sin defensa.
Lo cierto es que a pesar del mar revuelto y de los panfletos y afiches denigratorios circulantes, la figura de Nisman se levanta, se yergue y sale a la superficie de cada día, solicitando al sentido equilibrador de la justicia que bulle en los secretos pliegues del colectivo social la lógica desmentida del suicidio, para, despejado este artilugio, abocarse a un examen serio de la búsqueda del culpable.
De no suceder así, de persistir la duda, tengamos por cierto que, aunque pase el tiempo y parezca reinar el olvido, la verdad aparentemente sumergida reaparecerá por la simple razón de que es la vida de la república, en la que estamos todos, la que peligra bajo la amenaza de asesinos dispuestos a tender a cualquier ciudadano inconveniente la emboscada de su irracionalidad.
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