Embarazos prematuros e inmadurez materna







Según informan los medios, los embarazos adolescentes han aumentado de manera alarmante. ¿Será que, como percibe la gente, muchas adolescentes menores, inmaduras y mal preparadas, y aun malinterpretando el sentido de la ayuda por embarazo y maternidad, se lanzan a una aventura sin medir ni responsabilidad ni consecuencias? Si fuera así, ¡Cuántos males esperan al hijo, a la misma madre y a la sociedad! Es que indefectiblemente atruenan los efectos de estos errores. Todo en uno, individuo, familia y sociedad se afectan mutuamente, por lo que es fundamental incorporar al conocimiento y discusión un aspecto escasamente tenido en cuenta, y por cierto menos tratado, como es cuánto incide en el desarrollo del hijo, desde que es concebido y en su vida futura, la inmadurez o madurez materna no sólo psíquica sino también emocional y física.
Cuando los seres humanos llegamos al mundo, es tan absoluta nuestra invalidez que, si no contamos con un adulto, generalmente la madre, que nos proteja, cuide, alimente y estimule vitalmente, no se dará nuestro adecuado desarrollo, con graves consecuencias en la calidad de vida.
En la génesis de muchas deficiencias humanas, en desconfianzas y celos, en la dependencia de otros a quienes se achaca la propia infelicidad porque no se asumen ni responsabilidad ni autonomía, se encuentra el hecho de haber nacido como un accidente, no ser el fruto de una relación fecunda y aceptada, haber sido rechazado por falta de convencimiento de la maternidad y paternidad oportunas.
Importantes estudios científicos, posibles en estos tiempos de sofisticada aparatología, revelan las marcas que imprimen en el feto las vivencias maternas, sus deseos, sus angustias y hasta su amor o desprecio por la vida.
El hijo indeseado –dicen los nuevos aportes científicos– nace con un déficit emocional que restará a su autoestima. Muchos de ellos –porque por suerte existen excepciones– tendrán serias dificultades para vincularse, dar amor y hasta se manifestarán agresivos con los demás.
Los descubrimientos del especialista en Neurología Dr. Alfredo Oliva Delgado, de la Universidad de Sevilla, aportan más datos. En su obra "Desarrollo cerebral y asunción de riesgos en la adolescencia" comunica que muchas de las conductas características del adolescente, como es la de asumir riesgos y buscar sensaciones nuevas y extremas, dependen de la maduración de la corteza prefrontal o neocórtex cerebral, que permite el control de los impulsos, la anticipación de las consecuencias futuras, la capacidad de sentir empatía, etc., maduración que culmina al pasar largamente la segunda década de la vida. Este hecho, revelado por la ciencia actual, explica por qué hay una inadecuada autorregulación de la conducta cuando aún se está adoleciendo. Difícil, casi imposible es, por lo tanto, que quien aún no tiene autoconciencia de sí misma y del valor de su existencia pueda prestar atención amorosa al nacido.
Estas cuestiones, de cuya gravedad no se habla, enfrenta a la familia y más tarde a la escuela y sociedad con chicos apáticos, inestables, retraídos, desafiantes o agresivos, muchos de ellos gente violenta que disfraza su inseguridad y angustia vital recurriendo al alcohol y las drogas o con una prepotencia malsana.
Estos individuos –se nos advierte– harán una vida difícil y llevarán a su adultez el vacío de sus carencias. Imaginemos, entonces, dónde buscar la raíz de tanto fracaso y violencia vincular, que se expande, como una onda corrosiva, al ámbito colectivo.
La madre madura, en cambio, la que ha deseado el embarazo y lo ha cuidado y ha proyectado en su hijo sus sueños y proyectos, ama su hijo, lo asiste, se preocupa por alimentarlo, le entrega su tiempo y compañía, advierte y casi adivina por total empatía lo que el niño necesita, le molesta o sucede. La madre amorosa abraza al bebé, lo acerca a su calidez, le transmite amor a la vida, alegría de vivir.
Se sabe también ahora que en el momento en que la madre acoge en su pecho al bebé, en el instante en que le da la teta y lo acaricia, cuando las manecitas de ese ser entregado a sus cuidados se encuentran con su tibieza y acarician su piel, se produce la descarga de una sustancia llamada por los científicos "la hormona del amor", la oxitocina, sustancia que se derrama en el cuerpo y riega e inunda de placidez al lactante y de conformidad a la madre, haciéndose una sola y fuerte corriente que fortalece los lazos de ambos y de esa manera se aumenta la confianza básica que el niño sentirá ante la vida que lo espera. Desde su nacimiento, quienes reciben al nacer esa bendición tendrán más fuerza en su crecimiento, ya que el cuidado y amor maternos proveen a su apego a la vida.
Pero, sobre todo, se debe poner énfasis en informar que, cuando la mujer no desea un hijo, lo trata mal, se irrita con sus llantos, lo sostiene con incomodidad, no sabe darle abrigo, no tiene voluntad de acariciarlo, le mezquina su compañía, le cuesta vincularse con él, sonreírle, este divorcio vincular es muy difícil de superar, razón por la cual se marcará la vida del futura del individuo, su manera de estar en el mundo y cada una de las respuestas que le dé a los desafíos de su destino.
Fundamental y urgente es acompañar los apoyos económicos que se dan con la adecuada información para que tener un hijo sea, como debe ser, un supremo bien.

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