Apuntes para una pedagogía del cambio

En la Argentina, las ciencias, la tecnología y otros aspectos fundamentales para mejorar la vida humana han dado espectaculares saltos en el camino del progreso, menos la educación.




GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
La enseñanza sigue siendo en nuestro país la misma desde hace decenios, por no decir que ha retrocedido, a pesar de los numerosos congresos, cursos y otros intentos por mejorarla a través de remiendos, cambios en el sistema de calificación, en el número de horas dedicadas a tal o cual materia y otros aspectos formales a los que se echa mano sin llegar aún a considerar y corregir lo medular, el núcleo donde reside la real posibilidad de llevar a nuestro país hacia una mentalidad de superación: el docente. Un docente convencido, fuerte, entregado a su noble misión.
Poco se piensa que es el docente el alma del gran cambio, que es su manera de estar en el aula, su actitud, su vocación, su preparación siempre renovada y también su sensibilidad y capacidad creativa lo que realmente hace el acto educativo. Es su ejemplo, su entusiasmo encendido o apagado por el respeto de los padres y de los alumnos y el aliento y estímulo de los directivos y de las autoridades educativas lo que realmente lo motiva y moviliza la palanca del cambio. Muy poco se piensa cuánto hace en educación el reconocimiento expresado en un sueldo justo acompañado, eso sí, por la exigencia de merecerlo.
Por otro lado, ¿es cierto que los docentes del pasado estaban dotados de más atributos que los de hoy y que la educación era mejor? Creemos que había más disciplina, un natural respeto y obediencia, pero veamos.
Recordamos un episodio significativo de la vieja escuela secundaria: era en una clase de matemáticas. La profesora, dogmática, memorista y repetitiva como muchas de sus colegas había recitado los pasos que conducían a la demostración de algún famoso teorema. Llevada por su curiosidad, una alumna intentó llegar al mismo resultado por otro camino, el propio, y le presentó a la profesora su propuesta. Sin embargo, lejos de recibir la felicitación que merecía por su curiosidad y trabajo indagatorio, la profesora le dio una dura reprimenda "por atreverse a transitar un camino diferente del que estaba establecido".
Esta anécdota, que pertenece al pasado, revela un comportamiento pedagógico negativo, represivo y frustrante que se continúa practicando hoy. Creemos que, lamentablemente, esta obsoleta práctica se sigue sosteniendo en demasiados casos aún por una malsana compulsión a la repetición, ahogando la propia capacidad de renovarse pedagógicamente, de manera que, generación tras generación, los docentes muestran (hablamos del grueso de ese gran colectivo) que les molesta que algún alumno "atrevido" los saque de lo aprendido de memoria que se deposita en mentes pasivas y obedientes, a las que se solicita, además, que lo repitan desde un "desde" hasta un "hasta" que, en demasiados casos, fragmentan el sentido total de un tema, aunque el hecho no se considere.
La educación de hoy en general, con excepciones que honran, va por el mismo camino de la rutina del libro de texto memorizado, repetido y establecido institucionalmente y nos atrevemos a afirmar que las autoridades educativas actuales cierran el camino a toda auténtica renovación. Pocos son los que se atreven, escuchan, permiten la búsqueda, alientan la investigación, la discusión y el diálogo aun a riesgo de no tener respuestas ni certezas; pocos son los que invitan a sus alumnos a crear y desarrollar renovadoras propuestas y muchos, demasiados, los que, reprimida prematuramente su propia curiosidad, transmiten sólo lo que otro dijo o lo que tienen guardado en el recipiente de su memoria.
Nos preguntamos por qué, a pesar de las maravillosas oportunidades que ofrece a la investigación internet, la creatividad y un auténtico sentimiento de libertad responsable, no se han echado a andar produciendo no sólo cambios en la vida escolar sino en la de la nación que, no hay que olvidarlo, depende de lo que somos y hacemos cada uno de sus ciudadanos.
Nos preguntamos cuánto se hubiera transformado la vida de los argentinos si docentes como la de matemáticas hubieran abandonado ese mecanizado comportamiento y, tal vez influidas por alguna compañera que logró generar entusiasmo por aprender en un aula activa y participativa o por la lectura de algún buen libro de pedagogía como puede ser alguno de los del revolucionario Paulo Freire, hubieran ensayado otras posibilidades pedagógicas.
Tal vez se hubieran engrosado las minorías de docentes que a pesar de la adversidad quieren y saben transmitir conocimientos, despiertan curiosidad y deseos de aprender y se abren a un diálogo fecundo.
Pero la realidad nos dice que para la mayoría de los educadores lo más fácil sigue siendo repetir y repetir lo aprendido, y así no hay ni habrá profundos cambios en educación.
Pensamos en lo bueno que sería que desde los más altos niveles de conducción y a través del ejemplo llegue a la escuela la necesidad de renovarse, en serio. Tal vez de algún ministro de Educación, tal vez de algún gobernador o de la misma presidencia que, con el poder de sus decisiones políticas, puede acelerar las transformaciones que tanto necesitamos. Pero no.
Impera, lamentablemente, una dinámica enquistada y estructurada por la idea de que hay que dominar las conciencias, dejarlas dormitar, no despertarlas, agitarlas ni ponerlas a actuar. Un perjudicial equívoco si advertimos que lo propio del hombre es desarrollarse, llegar a ser lo más humano posible engarzado en su tiempo y en su lugar; que el humano está llamado a ser actor consciente de su propia construcción y perfeccionamiento asentado sobre la base de que es un ser no terminado, por lo que la educación debe propiciar que el hombre sea un buscador constante, autor y actor llamado a leer e interpretar críticamente la realidad en y con los otros.
Además, si está llamado a sumar a un mundo siempre inconcluso, como es él mismo; si es bien sabido que se construye a través de la palabra verdadera, en el trabajo, la acción y la reflexión, se debiera trabajar sobre preguntas que debemos buscar y que pueden ser tales como: ¿por qué seguimos permitiendo que la pedagogía de la vida argentina siga inundada de palabras no sentidas, no auténticas... un verbalismo alienante y alienado; que se desoigan las preguntas y los cuestionamientos, mientras se imponen las respuestas; que se acepte que algunos quieran ser a expensas del no ser del otro; que se ahogue la curiosidad y creatividad apenas se manifiestan sin tener en cuenta que ejercitando estas dos virtudes se puede dar paso a un mundo más iluminado?
La concepción de la educación en que el educando es sólo receptor y repetidor de verdades de otros, no discutidas, no reformuladas, no elaboradas, es un instrumento de dominación y opresión. Del padre en el hogar, del maestro en la escuela, del gobernante a los gobernados.
A mayor pasividad, menos posibilidad de crear, de participar y mejorar el mundo.
Es obligación de quienes conducen la educación argentina, desde arriba hacia abajo, ejecutar una nueva pedagogía que no se limite a transmitir conocimientos sino a crear situaciones propicias para que éstos se produzcan y crezcan; una pedagogía que saque a las mayorías de su actual pasividad, la única manera de posibilitar que la realidad se transforme y se humanice. Una educación en que la curiosidad se atreva a preguntar y a indagar, que mantenga el encantamiento con la vida en un proceso de permanente búsqueda, sabiendo, siendo consciente de que, por ser humanos, no estamos terminados hasta el final de nuestros días, de la misma manera que no lo está el mundo a cuya grandeza se debe aportar con renovadas y no repetidas lecciones.
(*) Educadora. Escritora

No hay comentarios:

Publicar un comentario