Alentar a los innovadores

En un reciente programa televisivo Andrés Oppenheimer, reconocido periodista argentino residente en Estados Unidos desde 1976, editor de "The Miami Herald" y conductor de un programa semanal en CNN en Español, al promocionar su último libro, "¡Crear o morir! La esperanza de América Latina y las cinco claves de la innovación", recalcó que "necesitamos un Messi de la tecnología, un Di María de la ciencia". "Los países que progresan en innovación son los que generan una circulación de cerebros, como hacen los chinos y los indios y como están haciendo los brasileños, que están yendo a estudiar a Estados Unidos y Europa", dijo.
Cuando se le preguntó qué podemos hacer los países latinoamericanos para generar innovadores de la talla de Bill Gates o Steve Jobs, respondió que tenemos que fundar una cultura que estimule a los creadores, ya que solamente florecen en aquellos lugares en que se los reconoce, estimula y admira.
¿Es la Argentina uno de esos lugares estimulantes de la creatividad? ¿Dirigimos los argentinos una mirada respetuosa a los grandes creadores? Sabemos que no, que más bien se los ignora, lo que significa que se los desalienta. El resultado de esta actitud que en tanto nos ha disminuido nos obliga a propiciar e incentivar una profunda reflexión, tanto en jóvenes como en adultos, sean padres o docentes, pero sobre todo debe movilizar en una nueva dirección a quienes tienen el poder, a quienes manejan los medios, a quienes derraman su influencia a través de la tevé y establecen valores exaltando lo banal-corporal y pasajero de figuras del espectáculo, cantantes, bailarines, actrices de teleteatro, que ciertamente tienen sus méritos pero la mayor parte de los cuales ha logrado posicionarse en un lugar privilegiado y de reconocimiento público más por su capacidad de llamar la atención con el estruendo de sus escándalos que por sus valores artísticos.
Fue también Oppenheimer quien advirtió sobre cuánto perjudica al desarrollo del país y su bienestar sustentable dirigir tanta energía, esfuerzos, dinero y tiempo a exacerbar el valor del fútbol, transformándolo en centro de interés de conversaciones y pasiones familiares y sociales en detrimento de otras actividades y valores humanos.
Los adolescentes, grupo etario tan influenciable y necesitado de modelos, puesto que constituyen el colectivo humano en desarrollo, nos desafían a trabajar para inculcarles una renovada concepción de lo que es esencial en la vida, de lo que forma caracteres fuertes que puedan y sepan enfrentar sus propios avatares, de lo que realmente vale y permanece, evitando transformarse en la blanda masa que es conducida hoy a la perturbación de su valor como seres humanos. No necesitamos recalcar lo que ya es preocupación de padres y docentes: ellos marchan totalmente confundidos, asustados unos, envalentonados los más, justamente porque ponen al frente de sus idealizaciones a algún ruidoso galán o bailarina o conductor televisivo o… personajes del espectáculo que, cuanto más escandalizan con sus vidas estropeadas, más atención logran, entonces se preguntan ¿cómo ser? ¿a quién seguir?
Ante esos ejemplos tan exaltados hoy, se pregunta Oppenheimer, ¿cómo lograr que millones de chicos quieran ser creativos, técnicos, ingenieros o grandes inventores o empecinados investigadores? Y él mismo se responde: especialmente en la Argentina, donde se cultiva la idea del éxito rápido y fácil, tenemos que crear una cultura de tolerancia social respecto al fracaso individual, al empeño, al esfuerzo sostenido. "Y evitar crucificar al que fracasa sin entender que ese fracaso es un escalón necesario en una escalera que termina en el éxito".
Para dar fuerza a esta idea recordó a personajes que debieron superar sucesivos y repetidos fracasos, como fueron los hermanos Wright, los pioneros de la aviación que se cayeron 163 veces antes de hacer su primer vuelo exitoso, y explicó por qué Henry Ford llamó a su primer auto Ford T, diciendo que empezó por la A, siguió por la B y fracasó 19 veces hasta que llegó a la T.
Finalmente dio cifras sobre el lugar que ocupan los países por su capacidad de innovar. Leyéndolas se advierte la escasez de patentes presentadas por nuestro país ante la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), de las cuales 660 son de Brasil, 230 de México, 140 de Chile, 80 de Colombia y 26 de la Argentina, en tanto Corea del Sur, que hace 50 años tenía un ingreso per cápita menor que el de la mayoría de los países latinoamericanos, el año pasado registró 12.400 patentes y Estados Unidos 57.000.
Indudablemente, escuchar y leer a Oppenheimer nos orienta y afirma en nuestras propias intuiciones, reforzando la idea de que el crecimiento de la Argentina no depende de improvisadas disposiciones gubernamentales ni de entregas de computadoras ni de dádivas, ni siquiera de aumentos presupuestarios que se pierden en la ciénaga de bolsillos cada vez más abultados, sino de formar conciencia ciudadana sobre el valor de aportar al quehacer de todos nuevas ideas, innovados caminos y animar y sostener a la gente creativa, a los que piensan en nuevas soluciones y que hoy se debilitan y decepcionan por falta de apoyo.
Los argentinos debiéramos incorporar a nuestros diálogos familiares, escolares y sociales esta preocupación, en cuya resolución encontraremos no sólo fuente de entusiasmo sino la oportunidad de fortalecernos mutuamente, de afirmarnos en nuestras propuestas, ya que sólo estando convencidos convenceremos a todo un país que hoy parece sordo y ciego a las propuestas inteligentes, pero que sólo podrá salir de la crisis que enfrenta y de su perjudicial estancamiento si se anima a proponer, de manera urgente, cambios en la resolución de problemas y situaciones con estrategias innovadoras.
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ. Educadora. Escritora

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