La escuela en pos de un proyecto de patria



“Nadie es  la Patria pero todos lo somos”
 Borges


La Argentina que pasa por un largo eclipse, (al decir de Abel Posse) está saliendo de él o puede hacerlo si pone decisión  en la marcha, inteligencia en  los pasos a dar,  el compromiso y  responsabilidad participativa de sus habitantes.

   Con esa  Argentina posible debe conectarse la Escuela -el docente- reconstituyendo su sentido en torno y en pos de un gran proyecto que eleve el Ser nacional a su mayor posibilidad.
   El proyecto de contribuir a hacer un gran país debe ser un tema nuclear. Un tema de todos, un desafío nacional y  escolar que a todos involucre: Todos somos la Patria y la construimos o destruimos para beneficio o perjuicio, esto último hoy tan palpable y doloroso, para  cada habitante.
   Que los niños y los jóvenes comiencen a sentir la Patria como suya, que la conozcan, que la cuiden, que la amen desde su lugar, su hogar, su calle, la plaza de su barrio, los árboles; que se ejerciten en una convivencia solidaria,   que entiendan que en una Nación incorporada al progreso humano, la vida tiene más calidad, hay más trabajo para los padres, posibilidades de realización para ellos mismos, alegría, esperanza y fe en la fuerzas productivas  que honran la vida del ser humano.
   Generar la convicción  de que las acciones de cada uno suman o restan, de que la falta de participación y compromiso con lo que es de todos ha generado una República empobrecida que eso significa: ciudadanos empobrecidos, que debemos sacar, entre todos, adelante.
Una portentosa empresa nacional espera en cada escuela argentina.
¿Y a quién le compete encabezarla, orientarla?
A los ministerios de Educación, al  Docente. A la Escuela.
El docente debiera ser, con los padres,  el dueño de todos los medios, sumar su experiencia, los conocimientos que debe actualizar,  recuperar el poder y confianza en sus fuerzas. Una nueva voluntad de hacer debiera alentarlo.
Él es el guía natural de esta empresa gigantesca, el que debe enseñar con el ejemplo de su trabajo y entrega apasionada. Con su  “vale la pena el esfuerzo”.
 Lo demás corre por cuenta de su propia convicción en la restitución de sus fuerzas, de su convencimiento de que en el aula y con sus alumnos es él el que tiene el poder: puede guiar, educar, transformar, iluminar con su voluntad de entrega y el ejemplo de la donación de sí mismo, de sus propios y siempre acrecentados saberes.  
Desde el atalaya de los  Ministerios nacional y provinciales mucho debe y puede hacerse en este sentido, mucho, muchísimo más porque a los que trabajan hoy en cada uno de ellos,  se los percibe aletargados, sin poder para producir cambios radicales, sin iniciativa y hasta temerosos de escuchar propuestas, apegados a lo viejo sin entender ni incorporar las nuevas experiencias que llegan desde las creaciones, escasas, que se producen en el aula.
Claro que se reconoce que están rodeados de papeles, trámites burocráticos que los mantienen aferrados a sus sillas, y hasta pueden tener puesta la atención  en las propuestas de cambios en los programas y otros aspectos formales, pero hoy se impone, fundamentalmente, que le  transmitan al docente una orientación filosófica que dé luz a los  qué y porqué de su ejercicio y   fe  en el valor de su esforzada acción educativa.
Los teóricos de la educación pueden apoyar en mucho esta  revalorización de una tarea trascendente. Vigorizarla y transmitir optimismo y hacer cuánto esté a su humano alcance para que se haga realidad.
 Para el “vale la pena” puede decirse, por ejemplo,  que aunque aún estamos en medio de la neblina, se avistan los necesarios signos de recuperación de los valores humanos, que el docente no está solo, porque por todos lados aparecen pequeñas chispas que anuncian reacciones favorables  a una búsqueda del  sentido de  trascendencia de lo que el Hombre (con mayúscula) debe recuperar  y hacer crecer.
 En la era del dominio científico y tecnológico- terreno este último en que  los más chicos parecen poder darnos lecciones a los adultos- se avista el agotamiento de lo que tanto la ciencia como  la tecnología no han sabido brindar al hombre: el sentido profundo de paz interior y respuesta  a la vida y amor, cuidado y respeto por al suelo que se pisa, por donde empieza, en cualquier orden, el camino del desarrollo personal y de los pueblos.

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