“LA CULPA ES MÍA”
”Aceptar y corregir los propios errores es el
comienzo del camino de la superación”.
G.S.F.
Sabemos que la educación argentina necesita muchos ajustes, que se hacen más perentorios a medida que el descuido que emana desde las autoridades educativas hacia educadores, padres y alumnos, va relajando las cuerdas que la debieran mantener firmemente orientada a fines claros, un norte, metas pensadas y realmente comprometidas y comprometedoras.
Uno de
los aspectos más diluidos, borrados y no tenidos en cuenta en la educación de
nuestro país que, sin embargo, es y debiera ser considerado fundante, básico,
esencial al hombre es lograr la autonomía del educando, impulsarlo a su
independencia, al responsable manejo de sus decisiones.
Ser y
obrar como una persona independiente habla de responsabilidad y realización del
propio desarrollo humano, de madurez, que es a lo que apuntan cada una de las
etapas por las que el ser humano, por su naturaleza, transita.
Además,
si el paso por la escuela pudiera lograr gradualmente personas que se conocen a
sí mismas, que se inquieren, se preguntan, se cuestionan, buscan a su debido
tiempo, en la alta niñez y la adolescencia, su identidad, su ser propio y único
sentido vital, lo que lo distingue, se sumaría al crecimiento de la especie
humana, el ser en todos.
¿Lo han
pensado así quienes dirigen la educación? ¿Se busca formar seres que se
encuentren a sí mismos en el gran concierto de las voces múltiples del mundo,
del país, del barrio, de su propia familia y se hagan cargo de su destino
individual? ¿Se ha pensado en sujetos que maduren su personalidad y que puedan
responder desde sí y no desde la opinión ajena, los mandatos de otros, del
padre, maestros, líderes sociales?
Si, como
vemos, los adultos argentinos, la gran masa poblacional del país, actúa siempre
culpando a los demás de su “mala suerte”, de sus desgracias personales, de su
pobreza, de lo que les sucede, los resultados negativos se irán agudizando y la
pobreza, la desgracia personal, la mala suerte, irán en aumento, porque, ya es
hora de comprender que nadie vendrá a ayudarlo sin el interés de una compensación
que siempre será para él, poca, indigna.
¿Qué
tiene que ver la escuela con este déficit formativo de tantos habitantes de
nuestro país? Simplemente, que ella misma está inmersa en el vaciamiento
generalizado de fuerzas para crecer desde su lugar y con autonomía. Tenemos una
escuela dependiente, obediente, y, por lo mismo, poco creativa, poco resuelta y
suelta a hacer lo que debe hacer para crecer, para su superación según sea su
propia circunstancia y situación vital, muy escasamente entendida y vivida por
las autoridades de escritorio.
La
escuela está subsumida en la misma realidad que envuelve a todos los que no se
han vuelto seres conscientes y esto se refleja dramáticamente en las mediciones
internacionales que evalúan nuestro rendimiento educativo.
Educar
a un ciudadano autónomo, responsable y creativo debiera ser la meta más urgente
y destacada en nuestro país, lo que exigiría cuestionarnos y hacernos preguntas
tales como: ¿por qué crecen más y nos superan otras personas y otros países?
¿No será que se hacen cargo, que se responsabilizan, que no culpan a los demás
(como nos sucede a nosotros) de sus
errores sino a sí mismos, lo que les permite ver, aceptar y corregir sus
fallas? Sin embargo una acendrada concepción nos sigue haciendo creer que hay
que dejarlo pasar, olvidarse y que el tiempo dirá… y lo solucionará.
Así nos
va. Además, la realidad nos avisa que somos malos lectores de lo que dicen y
enseñan los buenos libros, porque al negarnos a leer nos negamos a las
experiencias que nos pueden ampliar la mirada hacia una cosmovisión sin
tranqueras. A pesar de las buenas ventas de libros para el pasatiempo y la
evasión, es necesario que la educación logre lectores reflexivos que puedan pensar y actuar con
criterios propios y creativos.
Lamentablemente
en el hogar y desde muy infantes se aprende a culpar a los padres; en la escuela a pedir los fáciles aprobados y
en la sociedad a exigir una vida fácil, mate en mano, charla con el vecino y
televisión prendida durante horas. Total, siempre habrá a quien echarle la
culpa.
Gladys Seppi Fernández
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