¿Quién tiene la batuta?

Lo que por ahora se percibe es un continuo reparto de culpas: a los empresarios, a los comerciantes, a los jueces, a los medios de comunicación, a la clase media. Siempre a los otros.


Por Gladys Seppi Fernández*

“El arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta”. Herbert Von Karajan

La diputada Diana Conti, en respuesta a una preocupada periodista que le preguntaba por la intervención directa o no de la Presidenta en cada resolución gubernamental y específicamente en la última devaluación monetaria, destacó: “Ya sea usando luto o color blanco, esté en la Casa Rosada o en su residencia particular, en este país toda disposición pasa por las manos y juicio de esta gran estadista que se llama Cristina Fernández de Kirchner”.

Sin embargo, en estos últimos meses, no sabemos con certeza (aunque sospechamos que sí), si es Cristina quien está detrás de cada una de las múltiples y sorpresivas notificaciones que van cambiando el rumbo y valor de cada medida gubernamental; si es ella quien dispone todo, desde manejar el Ejército Argentino o si se ha de mandar o no ayuda a Córdoba, o en cuánto ha de devaluarse la moneda.
El saber de los otros
Pareciera ser que Cristina no delega, en el sentido de confiar realmente el mando a otro; por eso tanto desafinamiento, pese a que el manual básico de cualquier directivo de empresa, comercio, escuela o institución aconseja formar equipos, dialogar, nutrirse del saber específico de los demás, dejarlos hacer de manera responsable, y escucharlos y aprender de todos y cada uno.
Lo que el público percibe es que Cristina cree saber tocar todos los instrumentos, desde el piano al oboe y la flauta, aunque esa supuesta “sapiencia” llegue a los oídos ciudadanos como un desbarajuste orquestal que está conduciendo el país al caos, sin que ninguno de los actores dé la cara de manera responsable.
¿Quién está al mando? ¿Quién se hace cargo de las consecuencias de la improvisación, de la impericia, de la ausencia de un plan integral, de los permanentes cambios de instrumentación, de la dilapidación de los dineros públicos, del vaciamiento del Banco Central, de la remarcación permanente de precios que, aunque no se quiera llamar inflación, es inflación, y una de las más dañinas sufridas los últimos años? ¿Quién llama a las cosas por su nombre? ¿Quién se hace cargo de la negación de la realidad, de la prepotencia, de las múltiples enemistades ganadas?
Oídos sordos
Por todos lados, los síntomas estallan, llaman la atención de modo clamoroso y culminan en medidas que el común de la gente no termina de entender aunque las sufra y que han provocado llamados de atención del mundo, del Fondo Monetario Internacional, de numerosos gobiernos europeos, de diarios como The New York Times, de Estados Unidos, o El País, de España.
Sin escucharlos ni escucharse, el Gobierno nacional siembra culpas hacia todos los rumbos. El espectro de fantasmales enemigos y conspiradores crece.
Todos los demás mienten, todos conspiran, mientras la realidad se agita sin que se le conceda, aun en estas circunstancias de extrema peligrosidad de caer en el vacío, ninguna atención. Sin que la soberbia ceda.
¿Acaso no se ve, desde la altura del estrado del poder, que crece la presión social por el desajuste de salarios, precios y subsidios? ¿Acaso no se han sufrido saqueos aberrantes que denotan que el mismo pueblo está viciado por el “todo vale”, de manera que “vamos por todo”?
¿Acaso no debiera tomarse como un alarmante síntoma de absoluta desconfianza el hecho de que se necesite recurrir a una moneda extranjera fuerte, como el dólar, para ahorrar y que el 90 por ciento de los compradores de dólares ha dispuesto no dejarlos en los bancos?
Reparto de culpas
Lo cierto es que en esta Argentina, a la que muchos llaman “el país de la timba”, el pueblo sólo pide responsabilidad de los actos, presencia de quien sostiene la batuta del poder.
Lo que por ahora se percibe es un continuo reparto de culpas: a los empresarios, a los comerciantes, a los jueces, a los medios de comunicación, a la clase media. Siempre a los otros.
La lista es interminable, en tanto poco a poco van desapareciendo de escena los más altos funcionarios y haciendo mutis por el foro callan, se habla de otra cosa, no se asume. Se deja al pueblo huérfano.
Sería bueno que la Presidenta delegue y transfiera autoridad plena a sus delegados, porque esa es una manera de multiplicar en forma acordada los sonidos y de permitir que cada uno le arranque lo más que puede dar a su instrumento, pero sin olvidar que quien dirige la batuta es ella y que, por lo tanto, el aplauso o abucheo final es y será de su absoluta responsabilidad.
*Escritora, especialista en Educación

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