"Siembra un hábito y cosecharás un carácter; siembra un carácter y cosecharás un destino". Charles Reade
Los países más desarrollados del mundo observan hoy, estupefactos, que la Argentina, que prometía ascender a los más altos puestos en el concierto de las naciones en cuanto a prosperidad y bienestar general del pueblo, está cayendo en un estado de lamentable colapso.
¿La causa? La aplicación de un populismo demagogo y clientelista –de cuya fracasada y reiterada aplicación en distintos países del mundo da cuenta la historia– que lejos de lograr, como considera propio del término Laclau, "permitir que los de abajo asciendan a los puestos de arriba", provoca un mayor empobrecimiento de todo orden. No sólo económico.
Pero si el intento populista ha sido considerado "... la más grave enfermedad política de América Latina" (Escobar Salom), si "ningún régimen populista ha logrado cumplir sus promesas electoralistas y ha generado una corrupción incontrolable", (según el estudioso del tema Enrique Neira Fernández) ¿por qué se ha vuelto a someter a un país tan prometedor como el nuestro a la voracidad política de un régimen populista? No se habla acá del populismo en el sentido de integrar las masas populares al Estado; no se lo define, al estilo Laclau, como el populismo que se esfuerza por una real democratización, sino se lo considera como el de apoderamiento de las mayorías por parte del gobierno con propósitos electoralistas.
Lo cierto es que medios de comunicación, periodistas internacionales, economistas del mundo dedican largos párrafos a nuestro país, puesto en la mira mundial por el notable atraso que ha sufrido, desperdiciando potencialidades de progreso y prosperidad.
Entre los críticos, un argentino, Andrés Oppenheimer, un analista preocupado por nuestra problemática y cuya visión se amplía desde un canal internacional (CNN), explicó por qué marchamos tan a contrapelo de los países más progresistas del mundo y, recordando el privilegiado y promisorio lugar que ocupaba el nuestro en el concierto de las naciones un siglo atrás se pregunta: ¿qué pasó? ¿Por qué se perdió en el camino la promesa de transformar a este país, nuestro país, que se destacaba entre los latinoamericanos y en el mundo como la tierra de promisión a la que vinieron tantos inmigrantes para "hacerse la América"? ¿Qué conductas políticas y ciudadanas nos han igualado a los pueblos más atrasados del planeta, llevándonos a prácticas tan equivocadas que abortaron procesos de auténtico y sustentable desarrollo que nos tendrían hoy en una situación que asegurara al pueblo un nivel mucho más alto de su calidad de vida, puestos de trabajo digno y un mayor grado de bienestar en salud, educación, seguridad y economía?
Muchos analistas señalan como culpable al descarnado populismo, lo que es decir proteccionismo y encierro, que caracterizan al gobierno actual.
El populismo mal entendido y aplicado ha puesto grilletes a la prosperidad porque no deja actuar las fuerzas creativas del pueblo. Porque, sobre-protegiendo, anula, porque su verdadero fin es adormecerlo, satisfacer sus necesidades primarias (algo así como panza llena corazón contento) y para hacerlo da en forma de subsidios indiscriminados, planes sociales que no piden a cambio más trabajo, mejor desempeño, más esfuerzo creativo. No, solamente adhesión.
De esa manera, para sostener el sistema se ve obligado a imprimir moneda sin control, a estimular el consumo sin producción, a proteger, asfixiando a gobiernos provinciales, municipales, a los industriales, a las empresas, de cuya voluntad se apodera transformándolos en indignos súbditos y castigando con intención ejemplarizadora a quienes se atreven a insubordinarse.
Así, el pueblo, adormecidas las fuerzas que propenderían al desarrollo de sus humanas posibilidades, se contenta, satisfecho, distraído, disminuida su mirada a lo próximo e inmediato, al día a día, al pasarla bien. Es decir se queda en el pan para hoy, sin proyectos, sin ver el hambre que se avecina en el mañana.
El populismo no sólo adormece sino envilece las fuerzas creativas, ya que –según estudiosos del tema como Carlos Herrera– "sólo en condiciones de estabilidad política, seguridad jurídica, prácticas democráticas y respeto por los derechos del individuo, la economía y los negocios prosperan, es decir, disminuye la pobreza y aumenta el empleo social".
Nada es peor para el crecimiento de un país, aseguran quienes conocen, que las prácticas de intervencionismo económico, de subvenciones políticas, monopolios estatales, protecciones arancelarias, controles de precios y prohibiciones a las exportaciones, porque con ello se socava la base misma del sistema de libre mercado, cuya piedra fundacional es la idea de la competencia libre.
La voz de alarma debe llegar a la consideración del mismo pueblo ya que está estudiado, experimentado y por ello probado que: "El populismo impide que el verdadero potencial productivo de un país se ponga en movimiento; lleva a más pobreza y a más exclusión social, amén de crear corrupción y clientelismo de una insaciable voracidad". (Raimundo Frei, Chile).
El populista es en realidad un hábil vendedor de ilusiones, pero su verdadera obsesión en la vida es el poder, no el servicio a su sociedad. Por eso no asume ninguna responsabilidad por lo que promete, es decir, no hace ningún esfuerzo por contrastar lo que dice con los datos de la realidad, no coteja resultados, no examina la historia ni investiga las causas de fondo.
Indudablemente, como pasa en el orden familiar, escolar o en cualquier otra institución, la sobreprotección, el no dejar hacer ni crecer porque el padre lo sabe y hace todo, es decir la demagogia familiar y política, genera hijos o ciudadanos indisciplinados, indolentes. Vagos.
Preguntado un invitado del programa de Oppenheimer por qué hay países que han pasado de la pobreza a la bonanza y prosperidad ha respondido: "Porque forman hábitos de trabajo y esfuerzo en su gente, porque la educación pone el acento en los saberes fundamentales", a lo que sumó otro comentarista: "La escuela disciplina a los chicos, enseñándoles bien las matemáticas y agudizando su comprensión lectora, lo que los lleva a optimizar su capacidad de pensar y juzgar".
Y también, a votar mejor –agregamos nosotros–.
(*) Escritora y educadora
No hay comentarios:
Publicar un comentario