La intuición popular dictaminó: la voluntad de la mayoría de los jueces está vendida al mejor postor, y los honorables, escondidos, miedosos, reprimidos, no logran poner más peso en el platillo de la balanza de la seguridad, del orden público a cuyo servicio fueron convocados.
Teníamos la esperanza. Pero no. Lo veíamos- o queríamos ver- levantarse, erguirse por la escala de su propia, necesaria dignidad y al fortalecerse fortalecer la República. ¿Cómo no habría de ser así si el Poder Judicial representa una de las tres columnas que sostienen el peso de la Nación, la gran Argentina que todos queremos y, más aún, necesitamos lograr?
Sin embargo las noticias de cada día, los hechos callejeros y los que suceden de puertas adentro en importantes ámbitos del país, delatan sus faltas o su ausencia. Su falta de idoneidad.
El pueblo, los trabajadores de bien que somos la mayoría se siente expuesto a las fuerzas del mal, huérfano, y este estado de orfandad, se vive más intensamente desde hace mucho tiempo, diez, doce, quince años.
La intuición popular dictaminó: la voluntad de la mayoría de los jueces está vendida al mejor postor, y los honorables, escondidos, miedosos, reprimidos, no logran poner más peso en el platillo de la balanza de la seguridad, del orden público a cuyo servicio fueron convocados. Reina el miedo. Efectos directos de cualquier totalitarismo. Hace poco muchos jueces, fiscales, miembros del Poder Judicial empezaron a salir a la luz pública poniendo toques de luz en el clima sombrío. Algunos, ya a cara descubierta, decididos, dispuestos a hacer lo que antes no pudieron o no los dejaron, o temieron (tal vez con motivos) hacer.
Tenemos un país regado de baches por doquier. Los baches son abandono, negligencia, ausencia. Los huecos abiertos en todas direcciones, y que no terminan de arreglarse, son trampas mortales para todos los argentinos de bien, algunos de los cuales, ¡vaya paradójico desvarío! , han terminado, por defenderse, en la cárcel mientras los delincuentes están libres o defendidos por hábiles abogados del mismo Estado.
De esa manera las condenas ejemplares no llegan aunque bien sabemos que es ley: el ejemplo se derrama desde arriba hacia abajo.
¿Y qué pasa en el abajo, a nivel popular, en las calles de cada ciudad del territorio nacional? La delincuencia, crecida, envalentonada, dispuesta a ir por el todo que supo ganar a punta de pistola, no cede un ápice de sus logros y esa realidad es tan cierta que en cada día, en cada hora, debemos escuchar y ver su avance sobre propiedades y vidas. La televisión ocupa la mayor parte de sus transmisiones con estas, para muchos, espectaculares noticias.
En un programa de estos días- es un ejemplo más- dos mujeres hablaban del accionar salvaje de este flagelo argentino que hemos permitido crecer y avanzar:
Una, abogada, narraba el horror de encontrar ocupado el interior de su casa por cuatro amenazantes delincuentes que terminaron cumpliendo con lo que prometían matando a su esposo. Los dos hijos pequeños, testigos del horror, quedaron sin padre, y la madre lucha hoy no sólo para criarlos sino para inculcarles sentimientos superadores de los de venganza.
Para aumentar el dolor -cuenta la mujer- debe cruzarse con el asesino de su esposo que vive a la vuelta de su casa, en un hogar (¿puede llamársele así?) que es cuna de asaltantes, ladrones y asesinos desde hace varias generaciones. El que mató a su esposo está suelto porque un juzgado, que viene dando muestras de desaprensión y falta de cumplimiento de su deber, o manda a prisión por un tiempo inútil, o deja caducar las causas. ¿Jueces idóneos? ¿Sueldos altísimos, eximición al pago del impuesto a las ganancias y tantas otras prebendas para que cumplan su tarea con probidad y responsabilidad? El Poder Judicial ha reclamado beneficios que no han dado el resultado prometido y esperado. Mientras tanto los malvivientes se inflaman de un poder mal nacido y, desde su oquedad, arrasan con vidas, sueños, proyectos ajenos.
Los testimonios del triunfo de la brutalidad son diarios: “salió de la cárcel y volvió a matar, a violar, a asaltar”. Así expresó en otro programa una mujer violada por un monstruo que ahora está prófugo.
No hace falta más. El poder judicial, pese a lo tanto reclamado, pese a sus salarios tan elevados, no es un poder hoy. Sin embargo necesitamos volver a depositar las esperanzas en él. Lo necesitamos, urge para que la República Argentina, que algún día lo fue, vuelva a serlo. Rogamos, entonces, que renazca, que se haga fuerte. Que pueda. Pedimos que el ejemplo que están dando los probos, los que se juegan la vida por hacer lo que deben hacer, los buenos jueces que, por suerte aún tenemos, vaya limpiando los focos corroídos y corrosivos.
Deseamos que gane el bien que no es solamente una palabra, es un estado, un Estado que el pueblo debe escribir con mayúscula, para que no se vaya achicando hasta desaparecer dejándonos a la intemperie a todos los habitantes de esta tierra que aún puede ser… La tierra prometida.
Sin embargo las noticias de cada día, los hechos callejeros y los que suceden de puertas adentro en importantes ámbitos del país, delatan sus faltas o su ausencia. Su falta de idoneidad.
El pueblo, los trabajadores de bien que somos la mayoría se siente expuesto a las fuerzas del mal, huérfano, y este estado de orfandad, se vive más intensamente desde hace mucho tiempo, diez, doce, quince años.
La intuición popular dictaminó: la voluntad de la mayoría de los jueces está vendida al mejor postor, y los honorables, escondidos, miedosos, reprimidos, no logran poner más peso en el platillo de la balanza de la seguridad, del orden público a cuyo servicio fueron convocados. Reina el miedo. Efectos directos de cualquier totalitarismo. Hace poco muchos jueces, fiscales, miembros del Poder Judicial empezaron a salir a la luz pública poniendo toques de luz en el clima sombrío. Algunos, ya a cara descubierta, decididos, dispuestos a hacer lo que antes no pudieron o no los dejaron, o temieron (tal vez con motivos) hacer.
Tenemos un país regado de baches por doquier. Los baches son abandono, negligencia, ausencia. Los huecos abiertos en todas direcciones, y que no terminan de arreglarse, son trampas mortales para todos los argentinos de bien, algunos de los cuales, ¡vaya paradójico desvarío! , han terminado, por defenderse, en la cárcel mientras los delincuentes están libres o defendidos por hábiles abogados del mismo Estado.
De esa manera las condenas ejemplares no llegan aunque bien sabemos que es ley: el ejemplo se derrama desde arriba hacia abajo.
¿Y qué pasa en el abajo, a nivel popular, en las calles de cada ciudad del territorio nacional? La delincuencia, crecida, envalentonada, dispuesta a ir por el todo que supo ganar a punta de pistola, no cede un ápice de sus logros y esa realidad es tan cierta que en cada día, en cada hora, debemos escuchar y ver su avance sobre propiedades y vidas. La televisión ocupa la mayor parte de sus transmisiones con estas, para muchos, espectaculares noticias.
En un programa de estos días- es un ejemplo más- dos mujeres hablaban del accionar salvaje de este flagelo argentino que hemos permitido crecer y avanzar:
Una, abogada, narraba el horror de encontrar ocupado el interior de su casa por cuatro amenazantes delincuentes que terminaron cumpliendo con lo que prometían matando a su esposo. Los dos hijos pequeños, testigos del horror, quedaron sin padre, y la madre lucha hoy no sólo para criarlos sino para inculcarles sentimientos superadores de los de venganza.
Para aumentar el dolor -cuenta la mujer- debe cruzarse con el asesino de su esposo que vive a la vuelta de su casa, en un hogar (¿puede llamársele así?) que es cuna de asaltantes, ladrones y asesinos desde hace varias generaciones. El que mató a su esposo está suelto porque un juzgado, que viene dando muestras de desaprensión y falta de cumplimiento de su deber, o manda a prisión por un tiempo inútil, o deja caducar las causas. ¿Jueces idóneos? ¿Sueldos altísimos, eximición al pago del impuesto a las ganancias y tantas otras prebendas para que cumplan su tarea con probidad y responsabilidad? El Poder Judicial ha reclamado beneficios que no han dado el resultado prometido y esperado. Mientras tanto los malvivientes se inflaman de un poder mal nacido y, desde su oquedad, arrasan con vidas, sueños, proyectos ajenos.
Los testimonios del triunfo de la brutalidad son diarios: “salió de la cárcel y volvió a matar, a violar, a asaltar”. Así expresó en otro programa una mujer violada por un monstruo que ahora está prófugo.
No hace falta más. El poder judicial, pese a lo tanto reclamado, pese a sus salarios tan elevados, no es un poder hoy. Sin embargo necesitamos volver a depositar las esperanzas en él. Lo necesitamos, urge para que la República Argentina, que algún día lo fue, vuelva a serlo. Rogamos, entonces, que renazca, que se haga fuerte. Que pueda. Pedimos que el ejemplo que están dando los probos, los que se juegan la vida por hacer lo que deben hacer, los buenos jueces que, por suerte aún tenemos, vaya limpiando los focos corroídos y corrosivos.
Deseamos que gane el bien que no es solamente una palabra, es un estado, un Estado que el pueblo debe escribir con mayúscula, para que no se vaya achicando hasta desaparecer dejándonos a la intemperie a todos los habitantes de esta tierra que aún puede ser… La tierra prometida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario