Lazaro Báez fue un excelente empleado bancario que ganó dinero haciendo muchas horas extras”. Diana Conti
¿Realidad? ¿Ficción? Las novedades
–una increíble novela– sobre la ruta del dinero K son increíbles, espeluznantes, asombrosas y cinematográficas. Pero no todos ven lo que es tan visible. ¿No quieren? ¿No pueden?
Lo cierto es que para que el país renazca se necesita sumar gente que interprete de forma cabal la realidad y se sume para sanarla.
Los maestros del relato y los que creyeron en él han creado una realidad en la cual lo real es mentira, y la ficción, realidad. De ese estado de alienación al fanatismo, hay un sólo paso. Y el fanatismo lleva a los peores males.
Todo se transformó: la inflación, en ilusión del bolsillo; la inseguridad, en creación fantasmagórica del temor; la droga, en obnubilación de paso, y los discursos de la expresidenta, en maravilla descriptiva de la creciente riqueza de los argentinos. Los que veíamos desde otro ángulo, éramos oscurantistas irredimibles.
Fanatismo
La grieta, más que una perversa división, fue la negación del otro, la exacerbación de sentimientos extremos de ambos lados. Y el fanatismo es terrible.
Según el diccionario de la Real Academia Española, el fanático se niega a razonar, siente una pasión exacerbada, desmedida y tenaz, y no cambia ni ante lo más evidente. Esto es un invento –piensa el obcecado–; han montado una espectacular escenografía sólo para desprestigiarnos.
Dicen algunos, como Paul Carvel, que “el fanatismo aparece donde un líder se rodea con un manojo de idiotas”, lo que explicaría una adhesión numérica importante a ciertos personajes. Otros: “El fanatismo es falsa ilusión de una realidad, una mezcla explosiva de extremismo e imaginación”. Por eso debe considerarse fanático al que no ve ni razona, porque no quiere, porque no sabe o porque no se atreve.
Algunos no quieren razonar porque no les conviene: han sido muy beneficiados, deben grandes favores, nombramientos, sobresueldos, abultadas sumas de dinero.
Otros sienten una real y profunda admiración y simpatía por personalidades temerarias, por discursos grandilocuentes, por atreverse al “vamos por todo”, cuando en realidad, lo social, especialmente los más pobres, no estaban incluidos.
Los que vivían instalados en un estado de confort, aunque sólo fuera por la satisfacción de sus necesidades básicas, no se atrevieron a cuestionar el futuro, a pensar en posibles cambios, a tener en cuenta el largo plazo para un sustentable crecimiento.
Sin embargo, en estos días, la realidad despliega pruebas diversas, apabullantes, indiscutibles, negadas de forma sistemática durante 12 años. Y nos sorprendemos: ¿cómo se pudo llegar a tanto?
Tremendo contraste
¿Qué papel nos fue dado a los ciudadanos de nuestro estafado país en esta película que estamos viendo en capítulos sucesivos, con asombro y vergüenza? ¿Quién puede y quiere entender en nombre de qué desvarío se cometieron ilícitos descomunales? ¿Cómo levantar la mirada hacia el bien del país, para salir, a través de quien sea, del pantano moral en que fuimos sumergidos?
Circula en Facebook una inteligente reflexión: “Que un rico defienda a otro rico, lo entiendo, pero que un pobre defienda a un rico que lo está estafando y haciendo más pobre, eso no lo entiendo”. La comentada y criticada expresión de deseos del filósofo Ricardo Foster –“Yo no quiero que al gobierno de Macri le vaya bien”– es una de las tantas muestras de intolerancia que se hacen públicas sólo por mantenerse serviles.
Nunca como hoy es tan necesario informarse, preguntarse y atacar la propia ceguera y obcecación. Ya no debe prolongarse la avaricia descomunal, la acumulación enfermiza de dinero “para hacer política”, para comprar adhesiones ciegas, aplausos, jueces venales, un pueblo sometido a una detestable impunidad. La dignidad argentina permaneció sometida a un poder que pretendió no tener fin.
No puede dejar de doler el contraste: Lázaro Báez enterrando millones de dólares y el pueblo buscando precios para llegar a fin de mes; Báez, socio de la expresidenta, coleccionando cientos de autos, obras de arte, estancias, riquezas incalculables, y el pueblo peleando para ser atendido en los hospitales, por llegar al televisor o cualquier objeto en largas cuotas, por un remedio, por una prótesis.
Por un lado, el desgaste, la vida precaria; por otro, lujos obscenos de valor incalculable. ¡No hay derecho! Duele la pobreza de los argentinos.
Esto es demasiado, mucho más de lo que cualquiera de nosotros pudo imaginar. Este espectáculo de hoy nos sobrepasa.
¿Reaccionaremos? ¿Sacaremos alguna útil lección y actuaremos en consecuencia? ¿O dejaremos que se cumplan los planes de una banda de astutos ladrones? Si es así, ¡pobre de nosotros! ¡Pobre nuestro país!
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