“Tienen ojos y no ven”
Sentencia
bíblica
No hablaremos acá de
los males físicos que producen en la visión los errores de refracción, como la miopía
o la hipermetropía y otros deformantes
de las imágenes que se sufren con la edad o por defectos del ojo como las
cataratas, que las hacen borrosas, opacas o sin su colorido natural.
Nos
referiremos a otro tipo de visión, la que ve el mundo y mira con intención y
conciencia, la que extendiéndose en el
tiempo y en el espacio y haciéndose cada vez más abarcativa y profunda puede leer e interpretar más acabadamente la realidad. El propósito de
esta nota es llamar la atención sobre cuánto mejoraría nuestra existencia y
convivencia si no predominaran en la sociedad y en nuestras propias familias,
personas que careciendo de profundidad en el mirar, se dejan engañar por lo que
muestra la superficie, sin capacidad de entender la hondura de los hechos y sus
significados.
El desarrollo vital de todo individuo
está marcado por el paso de un ver primario que, sin conciencia, no indaga, ni
pregunta, ni siente curiosidad por lo que ve, al que poco a poco y educación
mediante, se suma- o no-, la interrogación consciente sobre el papel de uno
mismo frente y con respecto a lo observado.
Seguramente uno de los propósitos
educativos más importante, propio y esencial del hombre es su capacidad de
dilucidar, comparar, sacar conclusiones y actuar de acuerdo a esa actividad consciente,
que lleva a avizor, a un tiempo, el pasado, fundante del presente y creador del futuro, es decir a proyectarse. Observar más y mejor la
realidad que nos circunda conduce a una
construcción más humana, más crecida y firme.
La
extensión de la mirada en el espacio es como el haz de luz de una potente linterna,
que se acorta o se alarga a necesidad,
interpretando el hacia dónde llevan los hechos, las intenciones y las palabras,
es decir ayuda a leer entre líneas, descubrir propósitos que nos pudieran
resultar beneficiosos o perjudiciales. En
una palabra nos hace darnos cuenta y responder a las alternativas de acción desde
ese lugar.
Y es la tarea educativa de la familia y la
escuela que deben encargarse de ese darse cuenta que permite, además, que uno
se vuelva hacia el propio interior despertando y acrecentando la subjetividad.
Esto quiere decir haciéndose más consciente de su relación con el mundo y el
valor de la existencia.
Con este despertar, ¡cuánto ganaría la sociedad enriquecida por más sujetos
posicionados activa y conscientemente frente a la realidad! ¡Cuánto mejor sería
nuestra convivencia si no predominaran los que se limitan a ver pasar la vida y
el hacer de los otros sin accionar desde sí mismos! Interpretar, superar la limitación de una
vista acotada a lo cercano temporal y espacialmente despierta al valor de vivir y ser.
Padres y escuela debieran incorporar como
propósito esencial enseñar a ponerse en el lugar del otro, revelar lo más
cercanamente posible, el mundo y sus
secretos, el por qué de ciertos comportamientos, de las conductas propias y
ajenas.
Cada tema que se estudia en cada materia
escolar conduce a ese fin. Los teoremas matemáticos, que tan pronto olvidamos y
que los estudiantes juzgan inútiles, los análisis gramaticales que suelen
provocar tantos fastidios, el estudio de los procesos históricos, el vuelo
imaginativo por las regiones geográficas, el descubrimiento de las maravillas
biológicas, el estudio de otras lenguas, cada lección que se escucha y aprende,
la aprehensión del conocimiento, en fin, desencadena un movimiento neuronal que
pone en estado de alerta y trabajo cooperativo las neuronas cerebrales,
volviéndolas más ágiles para pensar, distinguir, comparar, deducir y así obrar. En una palabra ejercita nuestra capacidad de ver más y de
darnos cuenta a tiempo, lo que nos evita encontrarnos, no bien damos vuelta las
hojas de las horas o de los días, con una realidad inesperada y hasta desdichada.
Sin
embargo, bien sabemos que hay gente que percibe solamente lo cercano, lo que
engaña momentáneamente su atención, lo que endulza un momento y entretiene y le
hace pasar el rato, en tanto existe otra que, mientras vive el presente con
atención y hasta lo disfruta, avizora
por el rabillo del ojo lo que viene a lo lejos y en el futuro. Gente que piensa
en la consecuencia de los actos, propios y ajenos.
Muchos padres, alertados por su propia
experiencia y el amor a los hijos advierten que al ahora le sigue el después
y, aunque hayan sido los primeros en aconsejar “gozá de la vida ya que sos joven”, o “viví el ahora porque la vida es corta”, se apuran en aclarar que
después de los gozos fáciles, como el sexual, por ejemplo, tan deleitoso,
atractivo, placentero en el momento, pueden llegar los traumas y dolores de un
embarazo indeseado, la desilusión del otro, la depresión, el descreimiento.
Existen quienes solamente ven y atienden
sus necesidades inmediatas y básicas como son las de alimentación, descanso, entretenimiento
y placer sexual, de manera que, con tan
corta mirada, poco o nada aportan a sí mismos ni a la sociedad. En
cambio, el que mira por su realización personal, la construcción de su suerte y
su entrega al mundo, el que mira también por los otros, más lejos y profundo,
inicia un camino de superación de sí y de todos.
La
etapa más primigenia de la existencia se limita a ver cómo la vida pasa ante los
ojos, en tanto que un espíritu cultivado puede mirar todas las cosas desde muchos
puntos de vista, haciendo real el principio socrático: El grado sumo del saber es contemplar el
porqué.
En nuestro
país aún son demasiados los que ven la realidad con los empequeñecidos ojos del
estómago, sin preocuparse por el después, por la construcción de un futuro
personal y social política, económica e institucionalmente estable, que es,
definitivamente, lo que pondría el mejor colorido en la vida de los argentinos.
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