Los padres, la escuela y la formación de hábitos


GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)

Suelen ser los docentes los que más aplauden o reniegan de la formación –o no– de los hábitos de sus alumnos. "Esto ya debieran haberlo aprendido en su casa" –suelen decir– ante el atraso que significa para el aprendizaje reiniciar la enseñanza de comportamientos básicos.

Por esa causa, en la escuela primaria se intenta reforzar lo enseñado en el hogar o en el nivel preescolar mediante la repetición de actos hasta que se automatizan y dan pie a otros más complejos, porque siempre se está aprendiendo.

Los hábitos son una construcción subjetiva y definen los valores, las ideas y los pensamientos de las personas, de las familias y de las comunidades a las que pertenecen. Hablan de la disciplina interna, de la capacidad de fijarse metas y objetivos, pequeños cuando los sujetos son menores y gradualmente más altos, más ambiciosos, en la medida de su desarrollo.

Son los padres los llamados a formar los buenos hábitos de los hijos y debieran hacerlo sabiendo que es desde la más tierna edad cuando se empieza a apuntalar un crecimiento de superación personal que, definitivamente, permitirá a su hijo insertarse con éxito en el exigente y complejo mundo de hoy y así vivir con más plenitud.

Tal vez al comienzo deban perder mucho de su tiempo; tal vez tengan que ponerse serios, severos, insistentes. Pero los beneficios son para entusiasmar hasta al menos dispuesto. Porque, ¿qué se persigue con esta actitud a veces persecutoria e insistente? ¿Qué se logra al no desmayar y terminar, por ejemplo, tendiendo la cama que el pequeño no quiso hacer, lavando la taza del desayuno que quedó sucia sobre la mesa o enseñándole a saludar correctamente? Se logra que algunos actos rutinarios se incorporen a la estructura mental hasta formar una sólida trama a partir de la cual se hace más fácil asentar y continuar progresivamente el aprendizaje.

Para formar hábitos se debe tener en cuenta que se consolidan mejor si se empieza temprano, por lo que es a los padres a quienes corresponde acompañar con paciencia, perseverancia a pesar de los inconvenientes y mucha constancia la primera etapa de formación, cuya importancia y gravitación en la vida futura del sujeto va aumentando a medida que éste crece.

Es en el hogar donde se acompaña a los pequeños en tanto por repetición –a veces por cansancio– aprenden a higienizarse, a apretar el botón del inodoro, a no tirar sus cosas en cualquier lugar, a guardar sus juguetes, a dormir a horario, a ver televisión con medida... disciplinas simples cuyo olvido se transforma en una pesadilla cuando no se generan, cuando no se les enseñó a los niños, además, a disfrutar la satisfacción de haber cumplido con ellas.

¿Disfrutar? Sí, ésa es una parte esencial de la lección; cuando se finaliza una acción, aunque sea a regañadientes, el adulto debería enseñar al niño a volver la mirada sobre lo realizado destacando los beneficios del cambio: una habitación ordenada, un comedor prolijo o el pronto encuentro de objetos que antes se perdían. "Y eso lo hiciste vos, ¡qué campeón!". Así se refuerzan conductas positivas.

Los resultados de la formación de hábitos compensan ampliamente los esfuerzos, las peleas y hasta el repique de la insistencia porque pronto se hacen notar los beneficios. Son grandes. El hábito requiere tiempo y energía y esos dos valores, por el momento aparentemente perdidos, serán no sólo recuperados sino multiplicados al trasladarse a cada etapa de toda la vida del individuo.

Cuando el buen hábito se ha incorporado no habrá que repetir infinitas veces en el día "recoge la ropa" "cuelga las toallas", "sé amable con tu amiguito" y todas esas menudencias de la vida diaria y se podrá pasar al reconocimiento, a la exaltación de las acciones aprendidas, actitud que muchas veces los mayores descuidan y que tanto aporta a la seguridad de los niños.

Del afianzamiento de los hábitos domésticos se pasa a los escolares. Los docentes suelen distinguir claramente qué alumno llega a los primeros grados con la buena costumbre de hojear libros, reconocer letras, pedir la narración de un cuento. Los padres lectores transmiten a sus hijos el enriquecedor gusto por la lectura facilitando, en mucho, la tarea de la escuela. Sucede lo mismo con el estudio. Si los padres dedican algo del escaso tiempo con que cuentan hoy a dirigir el cumplimiento de las tareas, si mantienen una constante exigencia, generan un aprendizaje paralelo al escolar de gran valor. En una palabra: si los chicos se habitúan a cumplir sus tareas, a investigar y a estudiar en los primeros grados lo harán solos después y así se les facilitarán los pasos siguientes y se fortificará uno de los más importantes valores, el de la responsabilidad, que suma a la satisfacción por el deber cumplido.

Por cierto la escuela, en estrecha relación con la familia, continúa la consolidación de buenos hábitos, atentos los docentes y los padres, y los mismos alumnos, a un plan sistematizado, coherente, previamente reflexionado e internalizado; es decir, con metas puestas a la vista, claras y conocidas por los alumnos y sabiendo todos que así dan dimensión a la vida, generan una mayor autoestima ("yo puedo", "lo hago solo") y amplían el sentido de la auténtica libertad.

De esa manera los chicos fortalecen su carácter y forjan su destino, y ¿qué puede ser más importante para los padres que el hecho de que sus hijos marchen por un camino de superación?

Cuando hablamos de carácter queremos decir marcas, que eso connota la palabra: lo que distingue a una persona, lo que fortalece el equilibrio, la voluntad, la inteligencia, la sensibilidad, en proporciones equivalentes.

La persona que tiene voluntad es firme, tenaz, perseverante, sabe lo que quiere y marcha hacia objetivos que va a lograr a pesar de las dificultades.

La cada vez menor presencia de los padres en el hogar atenta contra la formación de hábitos y, seguramente, contra el control de la ira, los miedos, la inseguridad y la rebeldía que caracterizan a muchos individuos.

Como vemos, los hábitos están íntimamente unidos a la educación, lo que lleva al sujeto a sentir satisfacción haciendo el bien y a disgustarse cuando hace mal, en torno a los ideales que persigue.

Desde los buenos hábitos que se aprenden en la familia y en la edad escolar han de crecer ciudadanos que salgan preparados para una sana convivencia social, gente que cumpla responsablemente sus tareas, que cuide lo que es de todos, que sepa convivir en un clima de amable cordialidad, que respete las calles, las plazas, el lugar de trabajo, las instituciones, y así, dando ejemplo de adultos maduros, puedan mejorar los hábitos de los menores a su cargo en una sucesión ejemplar sin fin. Quién dice que no se contribuya así, de manera segura y firme, a mejorar la calidad de la República.



Escritora y educadora.

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