POBREZA, CALIDAD EDUCATIVA Y ESTÍMULO


      Quienes asisten a foros mundiales sobre economía concluyen observando que estamos viviendo en la era de la economía del conocimiento y explican que los países con escasos recursos naturales pero que han cultivado el cerebro de sus gentes son los que van a la cabeza del progreso mundial en tanto, los que se confían en las riquezas que les ha dado la naturaleza, como sucede con la Argentina, hacen el camino que termina en más pobreza y atraso para la gente.
   Singapur, por ejemplo, que debe importar sus alimentos y hasta el agua que consume,  pasó  de ser del tercer mundo a ocupar el octavo lugar porque puso todas sus fuerzas en la calidad de la educación.
     La conclusión es que los pueblos que crecen son los que educan y, con gente más preparada, más visionaria, dan mejores respuestas a una tarea de permanente  innovación. Las gentes que habitan estos países son  más creativas y su calidad de vida va de la mano con su capacidad de dar soluciones en tiempos de incertidumbre y cambios. No se encasillan en posturas cerradas, abren su imaginación y aceptan cada nuevo desafío con actitud entusiasta y confiada y así se hacen más ricos.
      Esa capacidad se ejercita desterrando la molicie desde la familia y se sigue en la escuela, administrando confianza en las capacidades que cada uno trae, agitando y alimentando a quienes tienen, talentos, nuevas y constructivas visiones e intuiciones. En países que marchan adelante en la ruta del progreso humano se estimula  lo mejor de cada sujeto y eso produce un gran crecimiento de la parte superior de la pirámide de la calidad de vida de su gente, con notable beneficio económico y un PIB mayor por cápita.
      ¿Por qué, entonces, algunos países aceleran su crecimiento y reducen la pobreza?  En reales y revolucionarias  reformas educativas.
  Y se llaman “reformas” a las que se atreven a ir al fondo de los problemas.
       Quizás pueda hacerlo la escuela argentina- tan debilitada y enferma- si se pone manos a la obra y entonces, ¿no tendría que  discutirse esencialmente la calidad de los propios educadores y de allí pasar a indagar sobre su formación y el quehacer de los gobiernos al respecto?
    ¿Cómo son y se vienen formando los educadores argentinos? ¿Se privilegia, acaso, su excelencia?  ¿Existe el imprescindible estímulo a los creativos, a los esforzados, a los más lúcidos, a los que tienen una auténtica vocación y estudian, investigan, a los que aportan soluciones y enriquecedoras experiencias?  Además, ¿se les paga como para exigirles el estricto cumplimiento de una tarea que debe ser de la más alta  jerarquía?
      Sabemos que no, que no se ha puesto en la carrera del magisterio el énfasis de la calidad, que muchos la eligen como última opción o por  no haber podido ingresar en otras carreras, que se la toma como la alternativa fácil. Sabemos también que los cargos docentes en nuestro país se cubren teniendo en cuenta más los certificados, papelitos de asistencia a cursos, diplomas, sin valorar la actuación ante, con y frente a los alumnos.
       Así sucede también con los ascensos. ¿Son los directivos, los inspectores, los ministros quienes se han destacado en su labor en el aula? ¿Se premian los méritos docentes o existen otras cuestiones- amiguismo, acomodo, partidismo, etc.- en las selecciones y ascensos? ¿Se tiene en cuenta la evaluación expresa o tácita de los alumnos que llegan a sufrir en nuestras escuelas a docentes desesperanzados, sin que nadie corrija su mal desempeño? ¿Se preocupan los docentes en leer, actualizar conocimientos o los llama más  el afán de acopiar certificados?  
     El docente argentino repite en su trato escolar la matriz que lo ha formado y en la que se desenvuelve, es decir la falta de estímulo, de aliento a la creatividad, la atención a cada talento particular.
     Desde el que dirige el aula, desde el que dirige la escuela, desde los ministerios baja una corriente- acrecentada en estos últimos tiempos- que  tiende a la   mediocridad  y hasta anula voluntades.
      Aunque no parezca, la economía de los países depende, según esta mirada, del nivel educativo del pueblo.
     Así lo ratifica en un libro magistral, “¡Basta de historias!” Andrés Oppenheimer, quien acusa además a la escuela de los países de Latinoamérica, no solamente de no trabajar para descubrir y alentar cada capacidad, sino  de inducir a abandonarla  a los alumnos de bajo rendimiento, sumiéndolos así  en una marginalidad sin fin. Más pobreza.
     Sobre esto dice Oppenheimer: Además de los pobrísimos resultados de los jóvenes latinoamericanos en los exámenes internacionales, además de la escasez de instituciones educativas en el ranking de las mejores del mundo, basta mirar la compensación y status social de los maestros latinoamericanos  y compararlos con los de otros profesionales para ver la escasa importancia que le prestan los gobiernos a la educación“.
     Jerarquizar al docente es, por lo tanto, además de una obligación, una urgencia de los gobiernos nacional, provincial y municipal. Porque justamente de estímulos, de un sano reconocimiento.


     ¿Podrán entenderlo quienes desde sus oficinas gubernamentales desoyen las voces, los reclamos, la alegría de algunos aportes que terminan ahogando con su persistente indiferencia y silencio?

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