GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Estamos en el comienzo de un nuevo período lectivo y continúa la indecisión sobre el dictado de la educación sexual en la escuela, tanto porque los docentes no se han terminado de formar sobre el tema como porque faltan la convicción y la fuerza necesarias para impartir una enseñanza que los adultos sentimos como deficitaria en nuestra formación general pero para la que muchos maestros y profesores se debieran haber preparado desde hace unos dos años, cuando empezó a hablarse de la ley 12150.
Los educadores han asistido a cursillos y conferencias, han leído apuntes y algunos pocos libros que han aparecido sobre esta temática y han escuchado directivas y propuestas diversas de los compañeros surgidas de las propias experiencias, formación religiosa y hasta puntos de vista cada uno. Lo cierto es que esta temática, por diversas razones, todavía es vista con un alto grado de preocupación; lo real es que son muchos los que a pesar de la preparación recibida se sienten ante un pozo lleno de incertidumbre o incapaces de impartir educación sexual. Lo verdadero es que reina mucha confusión y hasta desacuerdos en cómo enfocar esta asignatura que parece nueva y que sin embargo, creemos, es tan vieja como la vida misma.
Confiamos en que es solamente el miedo inicial y estamos en condiciones de augurar que, no bien se hayan traspuesto los primeros pasos, los docentes que se han preparado para hacerlo se llenarán de entusiasmo y hasta de pasión por esta materia desafiante cuyo eje temático esencial ha sido, hasta hoy, totalmente descuidado, ignorado o silenciado a pesar de que atraviesa la vida de hombres y mujeres y va de la mano con la felicidad, nada más ni nada menos, de la existencia humana, su calidad, su destino.
Por eso esta nota que intenta transmitir a los encargados y preparados para dictar educación sexual el ingrediente fundamental para que la ejecución de una labor vital, fundamental para la vida de los alumnos, no sea solamente un acto de cumplimiento vacío, formal, obligado, sino dotado de sentido. Por eso decimos que, como en cualquier tarea, lo que dará fuerza y contenido a lo que por ahora se presenta como una obligación es la auténtica convicción de que dictar educación sexual vale la pena, de que es una tarea insustituible, de que los tiempos lo exigen, de que la construcción de una sociedad mejor lo reclama y, principalmente, de que la calidad del destino de muchos seres puede mejorar y que eso depende de las palabras que se dirán, de diálogos más o menos significativos que se desarrollarán en clase, de lecturas que se comentarán para extraerles su mensaje orientador, de episodios de la vida cotidiana: armonía o maltrato familiar, nacimientos, abortos, contención familiar, enamoramientos, flirteos, salidas nocturnas, amigos, grupos, tribus, borracheras, violaciones y miles de etcéteras que darán lugar a sugestivos análisis, a intercambios de puntos de vista a través de los cuales se irán vertebrando conductas, robusteciendo valores, propendiendo a una vida con un futuro que hoy parece negado.
Para empezar, argumentamos sobre los calificativos con los que iniciamos esta comunicación: "Dictar educación sexual es una labor vital, fundamental para la vida de los alumnos".
¿Es realmente así? ¿Es "fundamental", "vital" para la vida de los alumnos? ¿Puede compararse la educación sexual, por ejemplo, con cualquiera de las otras materias que pueblan el currículo escolar?
Creemos que la amplitud de los contenidos que darán sentido a esta materia, por ser mucho más que instrucción sobre aspectos biológicos o referentes a la pura genitalidad –de hecho muy importantes siempre que estén incluidos en un contexto mucho mayor–, es vital, porque lo que se llama "sexualidad" afecta la vida total, especialmente los vínculos que cada ser humano genera, alimenta y es capaz de mantener y enriquecer.
Aunque recién ahora estemos pensando en ello, la sexualidad está presente en el comienzo de cada existencia humana, en el momento de la concepción, en el nacimiento, en el amamantamiento, en cada etapa de su desarrollo, en el despertar de la pubertad y sus manifestaciones, en la adolescencia y sus conflictos, en la madurez y su mayor aplomo... en fin, hasta el final de la vida que nos ha hecho hombres o mujeres.
Es de comprender, entonces, que este tema no nos es ajeno; todo lo contrario. Por ello, naturalizarlo es una urgencia y desafío, entendiéndose esto como hablar simple y sinceramente para que los chicos se pongan a pensar y decidan en base a su propio y creciente juicio crítico sobre cómo podemos lograr en cada uno de nosotros, seres individuales y sociales, una vida personal más auténtica, más encontrada con su identidad. Es objetivo de esta asignatura propender a una vida de más calidad que crezca en la capacidad de relacionarse con los otros tendiendo a la elección y encuentro profundo con una persona del sexo opuesto con quien se ha de fundar lo que contiene, orienta, potencia y robustece el crecimiento de los hombres: una familia, entendiéndose por ella un grupo humano que dé amor sabiendo de qué se trata el buen amor.
Por todo esto estamos seguros de que los temas sobre esta nueva materia no deben apartarse de lo que se quiere y se debe mejorar: la vida.
Si esto se logra, es decir si el docente se mantiene con los pies en la tierra, encontrará que estas cuestiones son tan diversas y ricas como la existencia, que es ella la que los proporciona y pone al alcance de la observación dando ejemplos de lo que debe o no hacerse, de lo que debe evitarse y de los problemas que cada día todos, empezando por los estudiantes y siguiendo por los mismos docentes y adultos, deben resolver.
No será difícil, entonces, abordar la enseñanza de esta materia atendiendo al momento real en que el educando se encuentra, a las situaciones que se presenten y motiven su atención e interés, dejando el necesario lugar a esos espacios en cada clase para que sea posible un tratamiento que debe escapar de lo libresco, memorístico de fórmulas y reglas estudiadas y dogmáticas.
La educación sexual necesita solamente de un buen criterio –no decimos "criterio común" porque lo sentimos demasiado contaminado–; buen sentido, sana interioridad, salud mental, apertura para el cambio y –insistimos– convicción.
Por eso, y a favor de que el docente se llene y anime con esta fuerza sin la que nada podrá hacer, seguimos proponiendo preguntas que seguramente él mismo se está formulando y que necesariamente deberá ampliar.
(*) Escritora y educadora
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