GLADYS SEPPI Fernández (*)
Signo de vitalidad, energía, fuerza y salud física y mental, el trabajo eleva la vida del hombre y del colectivo social al que pertenece. De esa manera podemos decir que, desde la etapa de imitación de los juegos infantiles, pasando por la preparación de la adolescencia para un futuro desempeño en uno de los infinitos campos laborales, el trabajo es una de las columnas vertebrales del crecimiento humano.
Sin embargo hoy escasean puestos de trabajo y, paradójicamente, cuando se necesita un trabajador, no se lo encuentra en un país urgido de manos laboriosas, de músculos, de ingenio, de capacidad intelectual, de creatividad, de inventiva. En un país que necesitaría multiplicar las tareas para que las aún miles de hectáreas de campos sin cultivar se llenen de semillas, las ciudades de fábricas, el territorio nacional de escuelas donde la siembra del conocimiento arraigue en mentes más lúcidas, faltan manos, músculos, inteligencias, entusiasmo. Hace falta una labor ordenadora encaminada a un objetivo definido y asimilado por la gente.
Urge que tengamos una dirigencia que oriente y optimice la medianía del desempeño laboral actual. ¿Medianía? Tal vez debiéramos hablar de precariedad del trabajo argentino, ya que una gran parte del pueblo se recuesta hoy en la comodidad de planes sociales que, si bien aseguran la satisfacción de algunas necesidades básicas, al llevar implícita la imposibilidad de trabajar so pena de perder esos beneficios ha ido generando tal debilitamiento y conformidad que muchos se quedan en sus casas a la espera de lo que les da el gobierno.
¿Los resultados? Hombres y mujeres que reciben dádivas anulan el ejercicio de una de las tareas más ennoblecedoras del hombre, la de trabajar, crear, aportar.
Sin embargo, es por los beneficios que investigadores, técnicos, científicos han creado y perfeccionado, como se nos ha hecho la vida de más calidad, más cómoda y confortable, o es por trabajos mal realizados, por culpa del desgano, del maltrato de empleados disconformes, como la vida de todos los habitantes se vuelve más pesarosa.
Tras las leyes que organizan la vida social, los diagnósticos que describen la salud de algún órgano, la sonrisa que muestra una dentadura sana, los informes que nos previenen sobre los cambios climáticos, las rutas que surcan los aviones, el curso que siguió el Curiosity para llegar a Marte, los edificios que se levantan, en todo cuanto nos rodea está la mano del trabajo, haciendo, proyectando, experimentando y perfeccionándose.
Ante ese quehacer empeñoso de gente trabajadora nos preguntamos: ¿se ha llegado a la cúspide de los logros?, ¿se han cubierto todas las necesidades?
Creemos que no, que son muchos aún los espacios inexplorados, las soluciones que pudieran mejorar más la convivencia y optimizar la estadía del hombre en la Tierra y, sobre todo, obviamente, en la Argentina. Los problemas actuales desafían ideas fuertes, contundentes, más acción, más estudio e investigación, más cambios.
La seguridad, por ejemplo, demanda mayor dedicación policíaca y judicial; la desigualdad económica, la pobreza de millones reclaman de la inteligencia de los economistas; la dificultosa atención médica de los hospitales exige un trabajo mejor articulado, y ¡qué podemos decir que no se haya dicho de lo necesitada que está la educación de mentes directrices, de buenos y trabajadores docentes que le den nuevas fuerzas!
Por otro lado, es tiempo de valorar adecuadamente los resultados de cada tipo de oficio y profesión. ¿Se tienen en cuenta su finalidad, objetivos, efectos en el destino de los habitantes y de la misma república?
Hay actividades que tejen invisibles redes en lo subterráneo de las vidas, que apuntalan su desarrollo y que, por lo mismo, reclaman una mayor jerarquización.
Exaltar el valor de algunas labores, distinguir la primacía de unas sobre otras, es una tarea de gente pensante, comprometida, lúcida y visionaria, que logre traspasar lo meramente cuantificable para asentarse en lo que hace la vida de mayor calidad, aquello esencial e invisible a los ojos, como marcó Saint Exupéry.
La tarea docente, por ejemplo. Todavía no han surgido de los ministerios o de la misma escuela medidas que energicen y potencien la entrega del maestro, del profesor, a la gran obra que puede y debe realizar con y en favor de la vida de sus alumnos. Los ejemplos de una amorosa y convencida entrega de ideas, orientación, conocimientos aplicables, son un chispazo fugaz que pronto se apaga entre los bostezos del desgano y del desencanto. ¡Faltan los estímulos! Cuesta dar más y mejor cuando no existe reconocimiento que es, a su vez, la misión de quienes están dirigiendo desde puestos más altos. Y es desde allí, justamente, desde donde se esperan soluciones más profundas, donde debiera haber más ingeniosa y creativa labor para que todos los estamentos se articulen en un trabajo de equipos más eficientes.
Hace falta gente que trabaje en este extenso país, muchos más, porque todavía existen problemas básicos y de real incidencia en la cotidianeidad de todo el colectivo social, como es generar puestos para los miles de jóvenes desocupados que hoy deambulan por calles sin norte. Y aún más, ¡cuánto debe hacerse para que cada persona en edad de trabajar realice un oficio acorde con su talento, sus capacidades y hasta con su vocación! Por ahora, una utopía, sí, ¿pero cuántas utopías, sueños, proyectos aparentemente inalcanzables ha logrado hacer realidad el quehacer humano?
Que cada labor se realice en condiciones dignas, con alegría y placer, que permita aflorar el buen trato hacia los demás, que no transforme al hombre en una persona sin alma y malhumorada. Que cada uno ame lo que hace y vertebre su vida alrededor de un trabajo en el que se fortalezca el sentimiento del propio valor, una autoestima creciente y una creatividad efervescente, ha de dar sentido de pertenencia y aumentará la confianza de cada argentino en sí y en los demás.
¡Y cuánto debemos trabajar como sociedad para erradicar la explotación de menores, de extranjeros, de individuos vulnerables! ¡Cuánto esfuerzo se necesita para mover el gozne del cambio en mentalidades que dan mensajes solamente para la defensa de derechos y nunca de obligaciones! La sociedad urge de dirigentes que, amando el progreso, den ejemplos de integridad y de amor a la cosa pública.
¡Cuánto por hacer! Cuánta tarea en un país que, por ahora, no logra articular las entregas laborales ajustándolas a un grande y coherente proyecto nacional en el que la mirada esté enfocada no sólo en los resultados inmediatos, sino en los de mediano y largo plazo.
(*) Educadora. Escritora
gladysseppi.blogspot.com