“Sólo el hombre es arquitecto de su destino. La mayor revolución de nuestra generación es que los seres humanos, cambiando la actitud interior de su mente, pueden cambiar los aspectos exteriores de sus vidas”. William James
Cuando en un programa televisivo se le preguntó a Mario Amadeo si creía que los políticos estaban realmente obligados a cambiar o si todo volvería a ser como antes respondió:
“El umbral de tolerancia de la gente ha desaparecido. O los políticos cambiamos o el país explota”.
En varios programas y reportajes y ante referentes de todo color y nivel, la pregunta insiste:
¿Cambiará el país porque los políticos están obligados a cambiar su manera de hacer política?
¿Cambiará porque han entendido que su misión exige la máxima formación y responsabilidad, idoneidad y honestidad, preparación y gran capacidad?
¿Cambiará, mejorará, saldrá de la crisis nuestra desmantelada Argentina sólo con el exigible y esperado cambio de sus dirigentes?
Creemos que si es necesaria, buena y urgente una nueva conducta de la clase dirigente, y aún más, gestos de probado patriotismo y desinterés, las nuevas actitudes carecerían de sustento si no se alimentaran desde la raíz.
Y la raíz la formamos los ciudadanos, la base de nuestra nación posible es el pueblo.
Es innegable que algo se está moviendo en las espesuras de ése, nuestro basamento quebrantado.
De pronto, empezamos a sentir al país en nuestra sangre, en nuestro dolor cotidiano. Estamos adentrándonos el país. Lo estamos haciendo “nuestro país”.
Eso está sucediendo, todos nos sentimos contagiados, hay indicios de complicidad, miradas, expresiones, deseos. Hay una revolución en nuestro país que se emparenta con la gran revolución que está surgiendo en el mundo.
Todos lo sentimos, aunque confusamente.
Todos estamos actuando, aunque por ahora más no sea prendiendo fogatas
Cuando el gobierno- ese ser abstracto al que también llamamos “estado”, o” cosa de los otros” – tuvo el desatino de meter las manos en los bolsillos de la clase media, se produjo el estallido al exterior de un fenómeno seguramente subterráneo.
Tal vez sea porque la Argentina fundó su pasada grandeza en la consolidación de una clase media fuerte y numerosa - que en contraste con muchos países latinoamericanos gozaba de un buen pasar- que tocar sus intereses pecuniarios fue provocar un movimiento telúrico de máxima gradación.
Un movimiento que ha dejado a la intemperie todas las piezas y que saca afuera la conciencia del dolor, el sentimiento de la pérdida y los quebrantos, y que obliga a buscar respuestas.
Como resultado un asomo de participación.
Claro que es ésta una participación que ha comenzado a manifestarse, primero sonoramente -¡Hay que hacer mucho ruido para que se escuche en las alturas!- y que poco a poco delinea otras expresiones de este necesario “meterse” en la cosa de todos, que se manifiesta gradualmente en la asistencia a debates de nuevas propuestas, a la formación de grupos solidarios, trabajos en equipo, etc, etc.
Algo y mucho está cambiando e nuestro país, pero, ¿cómo capitalizar y llevar hasta sus mejores consecuencias estos cambios?
¿Qué podemos hacer desde nuestros puestos cada uno de los ciudadanos, para los que por ahora son manotazos ciegos se encolumnen tras un gran proyecto de país?
¿QUÉ ES CAMBIAR?
“Estamos viviendo en la era del cambio del cambio, una época en que, de forma intencionada, podemos ponernos a trabajar codo a codo para acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras instituciones desfasadas.” Marilyn Ferguson
A pesar de las desventuras los argentinos sentimos la tibieza de un nuevo resplandor.
La posibilidad de un gran cambio, desde adentro, alienta una nueva esperanza.
Porque si adoptar nuevas perspectivas y conductas puede ser desde adentro, la invitación a hacer comprometidamente es para todos y cada uno de nosotros.
En tanto, si siempre ha de venirnos desde afuera...¿Qué nos queda por hacer?
¿Hemos de seguir soportando resignada y sumisamente el despojo que se hace sentir en la pobreza y en la desocupación, en la emigración de nuestros jóvenes, en la privación de los más elementales derechos a la vida?
Creemos que el sufrimiento de esta crisis ha sido tan tocante que ningún argentino está dispuesto a dejar hacer ni a callar.
Por eso es bueno y necesario que esta nueva fuerza que nos está creciendo sea conducida consciente, reflexivamente hacia un fin que nos bendiga sacándonos de esta maldición de la pobreza que ha subido, como las aguas freáticas, hasta niveles que jamás pensamos podría alcanzar y que , paradójicamente, se ha metido, por las fisuras de las frías heridas abiertas, inoculándonos una nueva conciencia, un nuevo respeto y amor por la tierra que pisamos y por los que la pisamos, en un “ nosotros” que podemos robustecer.
La crisis nos pone frente a una gran aventura, ¿Quién no ha sido tocado dolorosamente por ella como para no actuar y seguir permaneciendo indiferente?
¿No será ésta una oportunidad única para dar el salto a una nueva organización, a un nuevo país, a una gran nación? ¿A un nuevo orden?
Pues si el sólo formularlo nos llena de esperanzas, ¿qué hacer para que sea realidad?
Es esta una época de interrogantes y quienes estudian los procesos sociales establecen que los cambios profundos se producen cuando surgen las preguntas profundas.
Y una de las más importantes quizás sea: ¿qué puedo hacer yo para que las cosas cambien?, ¿de qué manera y hasta dónde influyen mis, nuestras personales, particulares conductas en la realidad?
¿Acaso cada uno de nosotros puede mostrar a las generaciones venideras una nueva manera de enfrentar los problemas, un nueva manera de actuar para la vida y no solamente la sobrevivencia?
La posibilidad de respondernos afirmativamente nos devuelve la energía, la vital energía que los argentinos creíamos perdida. El sentido que teníamos perdido.
En el inconsciente colectivo, que a todos nos abarca, andan las preguntas y también brota la esperanza.
Si hay un nuevo orden que podemos conquistar bien vale la pena que hagamos cuánto esté a nuestro personal alcance para que, entre todos, lo logremos.
Pero, ¿qué es lo que podemos hacer?
ESTAR DISPUESTOS AL CAMBIO
“No podemos esperar hasta que el mundo cambie. El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución” Beatrice Bruteau- Filósofa
Quizás la condición primera de una aventura progresista y de cambio sea la de la disposición al viraje, a la búsqueda de un nuevo rumbo que,- ¡y ésta es la fuerza imperativa!- está en los millones de uno mismo que cada argentino es en sí.
Por cuánto tiempo se nos hizo creer – y fue muy cómodo creerlo- que vamos en una nave cuya conducción depende de los tripulantes, que ellos son los que saben, los que llevan al puerto a millones de pasajeros que deben limitarse a expresar su satisfacción , o no, con su condición de conducido.
No interesó mucho cuánto supieran en realidad del manejo de una nave como la Argentina. Se nos enseñó a ser conformistas y confiados, indolentes en tanto el embate de las olas no nos hiciera trastabillar demasiado y se nos endulzara el viaje con buenos distractores.
El viraje que este tiempo exige es total, tal vez debiéramos decir, sustancial.
Porque de poner todas las esperanzas en los altos designios, de mirar hacia los poderosos, debemos volvernos hacia las posibilidades que cada uno tiene en sí, en una nueva potenciación y confianza de lo propio.
Romper el duro cascarón de los “qué puedo hacer yo” es de por sí toda una revolución, una voluntad de picotazos internos que, como todo rompimiento de duras estructuras se va a constituir en el sacudón más grande, el que nos devolverá notables beneficios.
U n nacimiento a una nueva era.
EL VALOR DE LAS PEQUEÑAS ACCIONES
“Voy a actuar como si lo que hago sirviera para algo” William James
Estamos en un banco, la cola es larga y el sufrimiento mayor. Las horas pasan y la incompetencia hace las cuentas. Sin embargo a un buen criterio se le ocurre- ¡genial idea!- poner fin al oprobio de las esperas bajo el frío. Sabe que no hay posibilidad de una orden superior, él tiene que decidir por sí, y abandonado a su intuición creativa encuentra una solución, una salida, otra manera de pagar, de aligerar un trámite que, como se va dando, es vejatorio de un derecho esencial: el sentirse persona respetada.
Estamos ante otra oficina pública, el trato cotidiano le ha quitado todo rastro de amabilidad, de humana consideración y cortesía. Los empleados amontonan expedientes porque “así es el sistema”. Pero, en tanto una empleada afila las garras de la mala atención en la piedra de palabras cortantes, otra, obedeciendo a un grito de su conciencia que le arroja otra luz, pone en el mostrador su sonrisa y con la mejor buena voluntad y gesto saca adelante el expediente de una palabra- ¡ Era solo una frase amable!- que orienta ofreciendo eso más que ella sabe, que por algo está en el lugar que está.
Los ejemplos se multiplican. En el campo de la salud, en la educación, en todas las instituciones, lugares, oficios y roles.
LOS MAESTROS SALVANDO LA REPÚBLICA
¿Es un sueño irrealizable? ¿Qué puede hacer un maestro para salvar la república? ¡Vaya tarea la que se le encomienda!
Sin embargo – creemos- sí puede. Estamos cambiando.
El contacto con cada alumno – esa promesa que puede constituirse en solución del mañana- puede ser una siembra de amor y esperanza, una lección de amor a la vida.
Cada palabra, cada gesto es una lección de vida.
¡Puede tanto cada docente desde su aparente humilde misión! Puede, aunque esté cansado, mal pagado, descorazonado. Es más, debe transmitir esperanza en el porvenir. Debe.
Cientos lo entienden así, y a pesar de las dificultades, de las contradicciones siguen en su tarea de iluminar senderos, de orientar con vocación y amor. Y son los ganadores, porque trabajan con alegría. Pues si hay ciento así, ¿ porqué no ha de haber miles, cientos de miles?
Si a cada aula, a cada momento de la clase los cubriera esta red de un tiempo nuevo, si cada docente enseñara convencido del poder de su acción, de su poderosa fuerza transformadora, si cada uno aplicara su buen criterio para solucionar los infinitos problemas que llevan los chicos y adolescentes a la escuela constituyéndose en guías maduros...¿ no cambiaría la escuela?
Es cuestión de cargarnos de una nueva fe. De creer que cada pequeña actitud forma parte de una gran sumativa que arroja carradas de riquezas- tan cuantificable como la moneda norteamericana- a las arcas del tesoro nacional.
Es cuestión de advertir que entre todos ponemos en movimiento la gran rueda de la República que ahora está sumergida en el barro y que no vendrá ningún extraterrestre a moverla a menos que sea con el mezquino interés de despojarnos.
Si lo advertimos haremos la gran revolución: la que suma todos los “yo” que somos. La que confía en el valor de cada uno y al devolver la confianza devuelve el poder.
Y, ¡ Qué bueno! Esa revolución se está dando. Tal vez sea la reacción extrema de la crisis
Cuando un país está al borde del suicidio, la imposición de la vida obliga a hacer.
Sólo nos queda sumar a los más en la acción, en las actitudes creativas que, cuando se las deje salir serán muy potenciadoras.
Y ése es el cambio, no hay otro, por más que el discurso de algunos- con evidente nostalgia colonialista- siga prometiendo milagrosos remedios o buscando culpables ajenos, lejanos. Otros.
QUERER CAMBIAR PARA CAMBIAR
Pero el desafío mayor que se nos ofrece está en la voluntad de cambiar, en la firme decisión de hacerlo.
La convicción nos llega con la derrota de aquellas voluntades todopoderosas que levantando la soberbia y testarudez del “Yo tengo convicciones firmes y a mi nada ni nadie me hace cambiar” fundaron una autoridad que se les ha caído a pedazos. Porque esos “ Yo sé lo que hago” con que se suele responder a cuestionamientos, declinando necesarios debates y participación de ideas, ha producido, paradójicamente, un país que no acierta a saber qué es y que no atina a saber qué bandera flamea en su mástil.
En la derrota evidente de esos paradigmas o modelos está la hora del cambio.
De todas maneras lo que la realidad nos pide, en primera instancia, es mirar la realidad desde otra perspectiva, una nueva focalización de la atención que debe descender de los altos ministerios, de las providenciales fuerzas, del cielo, de dioses protectores, hacia los que somos cada uno en la misión de cada argentino.
Aquí, atendiendo al aquí y al ahora de todos los habitantes, recibiremos la gran sorpresa.
Porque…¡Vaya si nos hemos menospreciado!, ¡Cuánto hemos menoscabado el genio del otro, del compañero, del subalterno, de vecino de al lado!
Sin embargo, en el aporte de cada uno es donde anidan las buenas ideas que podemos empezar a atender, despertar y aún más, estimular, en nosotros están las soluciones criteriosas que debemos respetar y alentar, talentos que hay que dejar que hagan lo suyo aquí, ahora, los vecinos, nosotros, cada uno. En nuestra tierra.
Es la Argentina una gran colmena aún.
Los obreros tendremos que constituirnos en tales, poner las antenas a punto, dejar hacer a la humana intuición, despertar a los zánganos y ponernos a trabajar todos en pos de la mejor miel , que, justamente ahora está siendo muy bien recibida en el exterior.
La Nación es un gran panal.
Es cuestión de obrar racionalmente y darnos cuenta de lo que somos.
Gladys Seppi Fernández - Docente- Escritora
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