“Serás lo que debas ser y si no, no serás nada”
José de San Martín
LOS FINES EDUCATIVOS
Estamos en el tiempo en que las instituciones educativas elaboran sus fines y que desde los altos ministerios se reelaboran disposiciones tendientes a mejorar la educación. La cuestión esencial a la que se intenta responder es: ¿ para qué educamos? y las respuestas suelen dispararse hacia caminos divergentes que pueden o no complementarse. Así algunas enuncian como fin de la acción pedagógica “educar para saber”, en tanto que otras dicen “educar para saber hacer” y otras para “ aprender a aprender” , “aprender a vivir con los demás” , “ aprender a ser buenos ciudadanos” y también están las que se proponen formar líderes”. Y hay más.
Pero también se van alzando reacciones que dicen: “Hay que educar en valores”. Cuando la mayor preocupación de nuestros tiempos parece ser educar para el trabajo, para la eficiencia, para la inmediatez, algunos avanzan en el reclamo de inculcar la solidaridad, la honestidad, la ética, la compasión y el servicio y preocupación por los demás.
En tanto la tendencia educativa actual pone énfasis en educar para tener- encontrar un puesto laboral, lograr autonomía, liderazgo, éxito, conocimientos, dominio tecnológico-, surge la alternativa de enarbolar el sentido de educar para ser y desde el centro del ser personal, expresión más abarcativa, ya que el concepto de “educar en los valores” está implícita en su formulación, así como la idea de darle a la vida un significado y sentido.
Al respecto, Randy Sparkman, tecnólogo estadounidense, dice que “Se educa para la vida privada, para el trabajo y los asuntos públicos y para que los educandos alcancen su máximo potencial, no sólo como seres económicos sino, fundamentalmente, como seres humanos”.
Apreciaciones como ésta inducen a revitalizar la importancia de formar un ser pleno, íntegro y tan consciente de sí como para desear seguir completándose, para que esté siendo en el constante cambio del mundo que intenta comprender, reconociendo un orden que le da sentido a su propia existencia dentro de él. Porque todo carece de valor si el hombre no se transforma en el eje de su universo íntimo.
En medio de tantas teorías sobre las que el docente debe reflexionar, internalizar y elaborar sus estrategias pedagógicas y trabajar con convicción- sin lo que no hay aprendizaje- existe una realidad que hace muy difícil la tarea educativa de hoy y que ha puesto el acento en la necesidad- más vale decir obligación- de contener al alumno en el sistema cueste lo que cueste, lo que puede ser mantener a un alumno que no desea estar, que no quiere estudiar, que contagia al grupo con su inconducta y retarda el aprendizaje de todos.
Al respecto y en un libro maravillosamente lúcido “La palabra amenazada” de Ivonne Bordelois se lee:
“El desarrollo de un ser humano- y en esto consiste la educación- no es materia de contención sino de crecimiento. La vida no puede contenerse ni detenerse porque se expande, se estimula, avanza indeteniblemente”.
Contemplar esta realidad debe ser tarea de los conductores de la educación teniendo en cuenta que para que el docente pueda trabajar en un clima que permita impulsar hacia delante, expandirse y desarrollarse a sus alumnos, debe despertar un auténtico deseo y entusiasmo por su propio crecimiento.
¿Cómo podría lograrlo en un clima áulico como el actual en que su tarea es de contención de la disciplina, de los revoltosos, de los adormilados, de los distraídos y entretenidos por una sociedad que los educa para otros fines diferentes de los de la escuela?
Responder a estas cuestiones representa un gran desafío que debe ser analizado antes de emprender la tarea escolar.
REFLEXIONES SOBRE LO QUE OFRECE LA TECNOLOGÍA
Las ofertas de la tecnología son maravillosas, impactantes y hasta alucinantes. Los chicos de hoy parecen nacer sabiendo y dominando un territorio en el que los mayores nos movemos con cierta incomodidad, ya que nos transforma en aprendices y a los menores en maestros. Sin embargo, si de algo sirven los años y experiencia vivida, la amplitud de perspectivas ganadas a través de arduos aprendizajes que ubican a los docentes en sus posiciones de conductores, una cualidad es la de advertir que el mal empleo de la computadora, de Internet, de la investigación.
En una sociedad en la que crece el individualismo materialista, en la que se exalta el éxito y la competencia más que la solidaridad y la humana responsabilidad, en una sociedad esclava del consumo, que ha generado un hombre hastiado, aburrido y tremendamente desdichado, urge regresar a lo esencial.
¿Por qué? ¿Para qué se educa? Y la respuesta debe ir ganando en claridad, en convicción docente : Se educa, conducimos el aprendizaje para que los educandos aprendan a diecernis olo esencial a la propia felicidad humana, entendida no como satisfacción del placer sino como estado de conformidad con su vida consciente de sí misma y de su valor.
Educamos por y para lograr seres más consistentes, por la cohesión de una naturaleza que necesita, para vertebrarse, no de momentos pasajeros, de éxtasis episódicos, de encuentros breves y repetidos sino de la lealtad a lo que uno desea para sí, para lo que cada uno tiene adentro de verdadero, auténtico y fiel a sí mismo.
Y la educación puede hacerlo.
Desde la familia, por la exaltación de la vida, por la observación consciente de cómo y hacia dónde podemos dirigirla, por la comunicación intensamente afectiva entre padres, maestros y educandos.
Simplemente siendo una educación consciente del valor de ser humano, de estar vivo.
La discusión que abre un tema tan esencial como es educar para ser implica educar para lograr un hombre realmente pleno y feliz.
El aprendizaje de las lenguas suele darle principal lugar a la conjugación del verbo “ser”, “ sum”, latino, “ essere”, italiano, “ to be”, inglés, être, francés, y así en la infinita gama de la comunicación humana, y pensamos que esto sucede porque a pesar de su eclipse actual, la tradición cultural nombra a “ser” como verbo esencial.
Sin embargo esta acción, antes tan cargada de significado, irregular por excelencia, y muy frecuentada por el uso, ha llegado hasta nosotros necesitada del acompañamiento de un predicado que suele completarla en forma de adjetivo o sustantivo, significando de esa manera el arribo a un estado permanente: yo soy sano, soy médico, soy maestra, en contraposición al verbo estar que significa lo que anda de paso: yo estoy sano.
Lo que se ha vuelto infrecuente es el empleo de “ser” como núcleo de significación, caso en que se carga de fuerza ya que alude nada menos que a lo existencial, a la esencia orientada a su logro, a su completud. Por eso es raro que andemos por allí proclamando “yo soy” y mucho menos atribuirlo a las demás personas que intervienen en la conversación, de tal manera que “nosotros somos” o “ ellos son”, por ejemplo, suenan totalmente extraños, abstractos y descontextualizados.
Podemos decir, entonces, que el desuso del verbo ser en su principal sentido lo ha disminuido y en cierta manera, hasta degradado.
Nos preguntamos si el desplazamiento que ha llevado a este vaciamiento significativo tiene su correlato con el estado actual de la vida humana, con la manera de estar en el mundo del hombre de hoy.
¿Acaso el conjugador humano no ha quitado de sí lo que es esencial a sí?
¿Acaso no somos, como sucede con el verbo en cuestión, si no tenemos un sustantivo, cosa, posesión, o un adjetivo, cualidad, al lado? ¿ No somos por nosotros mismos?
¿No somos si no tenemos?
¿Hemos virado el sentido de la existencia al no ser, privilegiando a otros verbos como el tener?
Nos preguntamos por qué un verbo que fue utilizado en una de las frases más recordadas de la historia humana como lo es la de Shakespeare-“ Ser o no ser, ésa es la cuestión”, y la que hemos citado de San Martín como epígrafe, con la íntima sugestión de vida digna, honrosa y significativa, han caído en tan lamentable desactualización y desuso.
¿Cuándo fue, en el devenir de la existencia humana, que dejamos de aferrarnos al verbo que debe, debiera vertebrar nada menos que la existencia, como dice John Lennon en su canción “ Déjalo ser”?
¿Será por eso que andamos tan a la deriva, náufragos apegados al sostén de las cosas, a los salvavidas de la información, a los botones de la tecnología, a un volante, a un pedazo, a una cosa, a un espejo, que nos permita flotar en el mar de la sobrevivencia?¿ Eclipsados?
Indudablemente a fuerza de olvido- y de descuido- hemos venido a dar “ en esta imprecisión en que consisto a fuerza de no ser” de que habla Santiago Kovadloff .
A fuerza de dejar en las orillas el verbo de la vida esencial nos hemos vuelto casa tomada, invadida, aturdida, conducida, pasivos, y hasta masificados, consumidores de lo que nos dicen, ahuecados desde afuera para llenarnos también desde y con lo que nos llega desde el exterior.
El contenido de la vida, nuestro particular diccionario cede, de esa manera, el mejor espacio a nuevas palabras, verbos que nos ocupan y entretienen en acciones que nos escapan hacia lo visible y tangible: vestir, mostrar, consumir, navegar, viajar, escuchar, comprar, deleitar …¡ Cuántas acciones para tapar el gran hoyo cavado en la existencia del hombre de hoy!
VOLVER LA MIRADA SOBRE EL SER
El ser sólo exige para iniciar el lento proceso por el que va siendo, poner la atención, la conciencia en él. Es decir ser conscientes del presente en que se va haciendo nada menos que un ser humano.
Conjugar este verbo, es, por lo tanto mirar, observar, atender, darse cuenta, de que uno, el que lo conjuga, el que dice “ yo soy” está vivo y debe dignificar su vida.
En tanto las acciones comunes se realizan con movimientos hacia fuera de uno mismo y hasta manipulando cosas- acomodar, limpiar, coser, cocinar, vender- y en muchos casos a través de la repetición, el verbo ser involucra, obliga, y pone al sujeto en situación activa y presente, encerrando a muchas acciones dentro de sí- razonar, pensar, recordar, intuir, dirigirse- lo que supone ponerse en actitud crítica sobre sí, con una mirada más alta que la acción misma.
Para ser, entonces, hay que estar atentos, constituirnos en objeto de nuestra propia observación, de la construcción en la que estamos levantándonos, de una ascensión dirigida vitalmente hacia el punto más elevado al que nos es posible llegar, un lugar potencial que está dentro de cada uno y con el que debemos encontrarnos para, arribados a la primera cima de la montaña - como dice Buscaglia- descubrir que siempre, y cualquiera sea la edad que transitemos, hay otras cumbres que están esperando ser escaladas. Siempre, hasta el final de la vida.
Así, este verbo de la esencia vital, ser, se constituye en un permanente “ estar siendo”, siempre activo, siempre en movimiento, siempre reconociendo que hay espacios posibles para recorrer, lecciones que aprender, actitudes que modificar, paradigmas que asumir. Por lo que podemos agregar que la acción de “ser” es siempre de apertura, de movimiento, de cambio, de viraje y reacomodamiento continuo.
De esa manera este verbo estrecha su relación en un proceso que se inicia en el auto descubrimiento, en la auto valoración, en la observación atenta de la humanidad que portamos cada uno como ser único e irrepetible, ser comprometido con la vida que le ha sido dada, a la que debe llevar, por respeto y amor a la propia existencia, al mayor enaltecimiento.
Por cierto que ese autodescubrirse, esa autovaloración debe realizarse con la ayuda de los padres, maestros, al comienzo, de los congéneres que se ofrecen como modelos o con su propia y contrastante humanidad en actos permanentes en que va asumiéndose una auténtica y responsable libertad.
Aludiendo a su significado, en cuanto acto libremente dirigido, José Enrique Rodó dice en “La inscripción del faro de Alejandría”: “Un arranque de libertad y autenticidad puede llevarte al fondo de tu alma. Entonces descubrirás la verdad de ti mismo, despertarás de un largo sueño de sonámbulo.”
En este nuevo siglo que nos ha convertido a las mayorías en cómodos usuarios de increíbles aportes tecnológicos y admirables descubrimientos científicos, navegamos sin sentido, sin saber para qué, por la ausencia de una conjugación que pudiera llevarnos al núcleo de nuestra esencia: la del verbo “ser” como centro de toda predicación.
Ante tanto no ser, o ser en los otros, o ser masificado, fragmentado, nos preguntamos qué debe hacerse para restablecer una conjugación que bien puede, por ella misma, devolver la sonrisa, la energía y solvencia a la vida individual y por su suma a la familia, a la colectividad que formamos, al país que se muestra hoy tan debilitado. Tan sin ser él mismo.
En dirección a esa preocupación, la respuesta que nos cabe proponer es que la familia, la escuela, la sociedad, deben ponerse en vías de conjugar conscientemente un verbo que, al llenarse con sus perdidas fuerzas, daría significado a nuestra propia existencia.
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