No es necesario hablar hoy con ustedes sobre temas muy
remanidos y reconocidos como es el de la crisis del hombre actual, crisis
argentina, crisis de la educación.
Quien recorre la historia
humana piensa que el hombre siempre ha vivido en profundas crisis que, en
muchos casos son las propias del crecimiento porque partimos de la idea de que
siempre la humanidad está creciendo en espiral, que la humanidad marcha
entre elevaciones y caídas hacia un orden superior. Esa es la idea que nos
transmiten quienes estudian los grandes movimientos sociales y nos dan abren la
macro visión del universo en que nos desenvolvemos.
Y esa idea de evolución,
progresión y superación es la que nos debe hacer pensar que no educamos para
que las generaciones venideras nos repitan sino todo lo contrario para que a
partir de nuestros yerros, que son muchos, mejoren, vayan al encuentro del
hombre maduro y superior que todavía no hemos sabido construir en nosotros
mismos.
Hoy, pareciera, padecemos
la situación del derrumbe y todos nos sentimos víctimas de fuerzas externas y
extrañas que conspiran para nuestro mal.
Los docentes, los
educadores estamos subsumidos en esa corriente negativa y en la escuela se vive
ese clima de impotencia, de nada vale la pena ni puedo hacer, de cómo ir a
cumplir mi tarea diaria sin arrastrar los pies, sin sentirme víctima de una
sociedad, de un sistema, de un país.
Sin embargo es bueno que
pensemos por un momento en este momento de crisis educativa argentina cuyo
síntoma más elocuente es que los educandos la rechazan no quieren ir a la
escuela.
Decimos que la
juventud ha cambiado tanto, que ya no
estudian , que quieren vivir de placer en placer, que caminan sin rumbo. Si
embargo tal vez debiéramos pensar que están tensando de tal manera las curdas
para obligarnos a realizar un gran cambio educativo.
Tal vez los chicos quieren
decirnos que no quieren saber más nada con la educación tradicional, que
quieren que la escuela se acerque a sus vidas, que les hable sobre sus vidas,
que se propicien los encuentros humanos, que necesitan ser ayudados para que se
desarrollen como seres humanos, que no aceptan que la escuela sea solamente un
aprobado y pasás de grado o de curso, que repitan lecciones de memoria, que
todo sea puramente informativo. Quieren calor de vida en la escuela, quieren
encontrarle un sentido a sus existencias,
una razón en qué creer que los saque del boliche, de la droga, del sexo fácil,
de la abrumadora realidad que ellos mismos crean.
Por eso los docentes están
ante una gran dificultad que los
desafía, la del cambio. Y para entrar en el cambio obligan las preguntas que
están en tantos:
¿Cómo cargarme de una nueva energía, de una
nueva fe, de un nuevo entusiasmo?
Estamos ante una gran
dificultad, un gran problema.
Las dificultades los
escollos los impone el medio y la época en que vivimos; los problemas están en
nuestra manera de resolverlos, de quedar prisioneros en el caos del momento y
hasta justificarnos por las dificultades existentes.
Veamos la necesidad de
cambiar más que como una dificultad como un desafío. ¿Cambiar? ¿Qué puedo hacer
solo para que el mundo cambie?
Sin embargo se puede.
Conociendo y haciendo frente a la realidad y sus dificultades.
Una de las grandes
dificultades es que estamos, como dice Vargas Llosa (que como todo gran
pensador nos revela el macrocosmos cuya dimensión no alcanzamos a ver), estamos,
decía, subsumidos en “la civilización del espectáculo” que nos lleva a todos en
la corriente de la expectación, en la comodidad de los sillones del living, en
la comodidad del dejarnos llevar por la corriente de un río tumultuoso y
aturdidor, que nos transforma en inactivos, cómodos y hasta complacidos
espectadores. Estamos distraídos en tanto somos llevados.
Tal como sucede con
nuestros alumnos, vamos dormidos a cumplir nuestras tareas, pensando en las
vicisitudes de la protagonista de la última novela o en el traspié de una
participante de Show Mach, o en el último desenfadado, e inescrupuloso acto de
Tinelli, el conductor que atrae, adormila, infantiliza y mediocriza a multitudes.
El panorama que nos
envuelve hoy es confuso y hasta pudiera ser aterrador si no fuera que, desde
las posiciones altas, ésas que ven más allá de hoy, se nos avisa que hay una
reacción subterránea gigantesca contra esos males que todos, de una u otra
manera, más o menos llevados por ellas fuerzas negativas o no, reconocemos como
destructivas. Acá y allá se escucha el rumor. Se anuncia un gran cambio, una
gran revolución.
Entonces, ¿qué estamos
esperando para reaccionar participativamente? Quizás en el adormilamiento
esperamos que aparezca un redentor, un gran conductor de masas que nos
rescate de las turbulentas aguas de este río que nos lleva entre carcajadas
estupidizantes.
Esperamos la solución y la
esperamos, como siempre desde afuera. Desde la costa un gran salvador, un
ministro, un presidente, un cambio en la conducción gremial y política, sí,
seguro que viene a rescatarnos.
Y, creo, que en esa espera
está nuestro gran mal, en ese esperar que un directivo, alguien que esté en un
estamento superior nos tienda las redes de la salvación, allí, está la gran equivocación.
Nuestra actitud no es
casual. Somos hijos de las promesas del autoritarismo, familiar, político y
social. Siempre se nos dijo que nos dejáramos llevar nomás porque alguien
superior pensaría por nosotros, el padre, la madre, un tío poderoso, un
gobernante sabio y generoso y muy dador haría por nosotros, lo solucionaría todo por
nosotros y así nos acostumbramos a ser ayudados, a ser llevados. No todos,
claro.
Ahora hay como un clamor
advirtiendo que esto no puede seguir así aunque las mayorías lo acepten, y
pensamos que es en la educación donde está la solución y la revolución, que es
allí donde debemos enfocar nuestra pretensión de mejorar este estado de anomia
en que estamos subsumidos.
Y ponemos la mirada en la
educación, y la palabra se nos escapa, cada vez más abstracta, más voluble e
inasible. Esperamos, entonces, una resolución, un decreto que transforme la
realidad.
Pero, ¿es esto posible?
Creo que la esperanza está
en sus agentes principales, los docentes, en ustedes, los docentes en ejercicio
hoy, está la esperanza.
Claro que muchos se
preguntarán si no es en el hogar donde comienza la educación. Y esto que suena
a protesta tiene su raíz verdadera. Debiera ser en el seno familiar, y más aún desde
el seno materno donde el individuo es preparado para adaptarse a la vida en el
mundo, para construir su vida, para hacerse cargo de las habilidades y talentos
con que viene dotado lleguen a su máximo desarrollo en él. Pero eso no ocurre
totalmente en la realidad.
Esa es una de las mayores
dificultades de la educación actual. ¿Está en nuestra posibilidades cambiar esa
realidad? Mucho podemos hacer con los padres potenciales que asisten a nuestras
escuela, a futuro, la familia llegará, seguramente, a ser la gran formadora de
los individuos, la que los transforme en personas.
Pero, ¿cuándo?
Nosotros somos producto de
otra formación, la de los temas tabú, la del autoritarismo. Sin embargo estamos
obligados a cambiar.
Es en el hogar donde
debiera nacer el primer sentimiento humano: el amor y respeto por la vida, el
compromiso de cuidarla y conducirla y trabajarla y pulirla hasta que llegue a
su máximo esplendor, hasta un
desenvolvimiento hacia lo más alto que cada uno puede llegar.
Eso es lo que debiéramos
inculcar.
Pero, ¿es esto hoy posible?, ¿no trasmitimos
acaso lo que se nos ha impreso a nosotros mismos en la educación recibida?, ¿se
hace así en la mayoría de nuestros hogares, hoy? ¿Es necesario describir cómo
se vive, los actos de violencia, desencuentros a que la sociedad de consumo,
las ambiciones desmedidas y los malos ejemplos nos están conduciendo?
No podemos pretender hoy
que sea el hogar el que eduque, aunque su ejemplo sea fundante. Más tarea para
el docente. Esa es la realidad y ésa la dificultad del ahora.
En los docentes está la
esperanza. ¿Alguien puede negarse a tan noble y trascendental
misión?
Pero los docentes no son
una fuerza abstracta, no son una agremiación, no son, no debieran ser una masa
que deja todo en manos de un conductor.
Los docentes son la suma
de cada docente. Una suma que debe ser y puede hacerse poderosa. Esa es la
única manera. Cada uno de ustedes, sumando, ésa es la manera.
Pero, ¿cómo puede hacerse?
Empecemos pensando que esta
hora nos compromete a cada uno, a todos. En este momento abismal, está la
salida de la crisis, la luz al final del túnel está en cada uno de nosotros
mismos.
Si en cada docente no se
enciende la luz no hay salvación posible y ése es el reto a que vengo a
invitarlos.
Claudio Naranjo, el gran
psiquiatra chileno dice palabras muy crudas, hasta dolorosas:
“Tenemos el mundo que tenemos porque
tenemos la educación que tenemos.
«Necesitamos una educación para trascender la mentalidad patriarcal, raíz de
casi todos nuestros problemas colectivos y meollo de nuestra siempre más grave
problemática: una educación que nos inste a dejar atrás modos de pensar y vivir”.
Él cree que
la educación debería de dejar de ser un traspaso de información e incluir
aspectos afectivos, y está convencido de que hay que cambiar al maestro para
mejorar la educación. «Se supone que un profesor es una persona que ha
alcanzado un desarrollo suficiente como para poder educar y no solamente ser
una máquina de transmitir información», dijo en una entrevista reciente. «Los
educadores no se sienten en esa abundancia interior, se sienten bastante
raquíticos como personas, y si hablamos en términos psiquiátricos, bastante
enfermos».
Necesitamos una nueva
sociedad, fuerte, inteligente, cohesionada en un intento nuevo. Pero esa
sociedad necesaria no se logra por decreto de ningún poderoso, se logra por la
suma de mentes sanas, dispuestas al cambio y convencidas de que el cambio soy
yo y más aún, de que vale la pena.
Y vengo a traerles mi
testimonio: vale la pena.
Vale la pena vivir cada
día en el aula con una nueva esperanza, con la confianza de que uno puede
hacer, mejorar la situación. Vale la pena estar y salir del aula con la alegría
de estar llevando adelante un proyecto que nos convenza, del que somos actores
y ejecutores, protagonistas.
La pregunta, entonces, la
propuesta, es preguntarnos en qué y cómo puedo yo, tan perdido en la multitud,
propiciar el cambio para llenarnos de fuerza.
¿Cómo lograrlo?
Quizás podamos empezar
–como ante el caos deprimente de una
habitación- por algún lado, lo más cercano. Y lo más cercano somos NOSOTROS
MISMOS.
Sabemos que educar es despertar
conciencias a través de la transmisión
de saberes que induzcan a los educandos a admirar el mundo heredado, el mundo
observado, el que hemos recibido tan gratuitamente y a partir de esa admiración
crecer en el respeto, cuidado y responsabilidad por hacerlo mejorar. Quizás uno
de los fines más importantes de la educación sea, en la revelación del mundo y los valores heredados, despertar
a los educandos a su valor de ser humanos, una condición que los obliga a
superarse y elevarse del plano inferior de lo instintivos, irracional y
puramente sensorial y placentero hacia los estamentos superiores del
descubrimiento de su propio sentido y destino en el mundo, de su obligación de
dejar su buena huella en él.
Quizás debiéramos poner en
la salida de la caótica habitación que queremos acomodar el fin maravilloso de
despertar la conciencia, la responsabilidad
de cada uno de construir el propio destino, fundada la conciencia de su
valor, de sus potencias. ( y acá me voy a desviar hacia un recuerdo personal)
Recuerdo en este momento una vivencia: la del sentimiento de poder que nació en
mí al intentar despertar en un alumno la conciencia de su propio poder.
Cuando ante un alumno de
los tantos que hay siempre distraído, siempre abúlico e indiferente, cansada de
su falta de atención y ganas, le tomé la cabeza y…
“Es que allí tenés miles
de empleados que están esperando que les des la oportunidad de hacer algo, de
trabajar, de conectarse. Se llaman neuronas y son tantos millones como los
habitantes de la tierra. Si no las ponés a trabajar, mueren, quedarás sin
ellos, morirán por inanición. Cada idea, cada trabajo de lengua, matemáticas, esos que te
parecen tontos, innecesarios se unen, dejan huellas en tu cerebro, te permiten
entender, leer más y mejor el mundo”.
La reacción del alumno fue
ponderable. En el nació una nueva autoestima, nadie vendría a vivir su vida,
nadie podría hacer lo que sólo él haría
por sí mismo: utilizar sus potencias, despertar sus capacidades,
alumbrar aquello para lo que había nacido.
Cambió José- así se
llamaba- y su cambio lo llenó de auténtica alegría y fue logrando- porque los
cambios son graduales- que sus días se inundaran de una nueva voluntad, la de
hacer, la de esforzarse, la de crecer por sí mismo.
Tal vez ese mismo
despertar sea necesario en cada uno de nosotros, en cada docente.
Nada plenifica tanto, nada regalado,
facilitado da tanta alegría verdadera como sentir que se puede, que uno es
potente y cumple con su destino, aportando al cambio.
Ustedes, cada uno, ha
llegado al desempeño de esta tarea docente por alguna razón. ¿Se han preguntado
por esos porqué?:
¿Será porque fue más que una elección una
alternativa? ¿Será porque necesitaba este trabajo y me embarqué sin saber lo
que me esperaba?, ¿será porque realmente amo a los chicos y quiero iluminar sus
vidas?, ¿será porque me gusta transmitir conocimientos y revelar a los recién
llegados el mundo?
¿Realmente elegí estar
acá?
Lo cierto es que hoy son
docentes y cargan sobre sí la responsabilidad del cambio.
Nadie va a venir a
ayudarlos y la habitación tiene que ser ordenada.
Pues el cambio, ya lo
dijimos empieza por cada sí mismo. Por la habitación personal, interior única
de cada sí mismo.
Pero ¿Cómo y qué debo cambiar en mí?
Alternativas:
Una primera cuestión está en considerar que vivir
es un arte, el mayor, por cierto y ese arte es un proceso de crecimiento
continuo, no interrumpido siquiera por la jubilación. Podríamos decir que va in
crescendo. Así que si han pensado en descansar cuando se jubilen, adiós a la
idea. No se descansa porque el arte de la vida obliga a seguirnos esculpiendo
hasta el final de la vida enfocando esa tarea atender a las dificultades y
problemas que la tarea tiene para después observar el tipo relación que
entablamos con nosotros mismos y los demás.
Lo primero es saber,
entonces que las dificultades están, que son pesadas y que no hay más
remedio que enfrentarlas, tratar de solucionarlas sabiendo que el problema mayor está en
cada uno, en la manera en que se enfrentan esas dificultades que vienen
generalmente del mundo, de la crisis de un país, de un lugar, de una hora.
1-Algunos se enfrascan en
la tarea con el prejuicio de que es imposible cambiar el mundo, echan las
culpas a lo de afuera y justifican su anomia, indiferencia, inacción en la
imposibilidad de trabajar con tantas dificultades.
Trabajan así por años, van
a clase arrastrando los pies, miran el reloj constantemente, pasan en la
escuela horas eternas renegando, negándose a crecer y mejorar sus acciones.
(¡Cuántas compañeras docentes recuerdo en este momento!) La vida, justificándose.
Y su vida docente es desgastante, triste, infecunda.
2- Otros hacen lo que
pueden con lo que tienen a mano, con sus propias fuerzas, echan mano a su
creatividad, creyendo en sí mismas e
insuflando energía a los demás transmiten amor lo que es decir dan ejemplo de
una actitud positiva. Esa actitud genera anhelo de esforzarse en los alumnos,
se retroalimenta, llena el ambiente áulico de ondas positivas, porque alumbra
una causa noble que desafía.
Es un docente feliz de su
tarea, la que mide sus logros en la transmisión fecundante de su optimismo. ¡Se
puede!
Y a veces por su ejemplo, por una palabra
dicha oportunamente, por una lección oportunamente elegida, por una palabra, producen
cambios en la vida de sus alumnos, el
clic del darse cuenta, la revelación de un destino superior.
LA RELACIÓN CON UNO MISMO Y LOS OTROS
Un
aspecto fundamental del cambio empieza, como decía, por hacerse preguntas. Esto
lleva a conocerse a uno mismo en relación con el entorno.
Cada uno deberá buscarlas,
pero urge que ustedes sean la generación de docentes que empiezan por hacerse
cuestionarse.
Y es urgente porque si vivimos desconectados de nosotros mismos, siempre buscaremos
llenar un vacío interior en el exterior».
La relación con uno mismo
comienza ubicándonos en relación al universo del que formamos parte. No somos
ni tan importantes como para ser el centro del universo pero tampoco tan
pequeños como para sentirnos impotentes. Fuertes y seguros de que en este vasto
mundo algo tenemos que hacer, mucho podemos aportar para que las cosas mejoren.
Todos tenemos un lugar
único e irremplazable en el mundo, cada uno es lo más importante para uno mismo
y quienes van descubriendo nuestro valor.
Es responsabilidad de cada
uno expandir su propio valor a partir de un mirarse objetivamente, observarse y
poner la verdad al alcance de la mirada, sobre la mesa y como meta. En verdad
quiero saber quién soy, qué hago en la vida con mis relaciones, con la escuela
y mis alumnos.
Si alguien que
estudia nuestra realidad como Claudio Naranjo nos dice que La escuela se usa
para domesticar y sólo produce personas egoístas, niños que no son capaces de
ser felices., si nos advierte que el aprendizaje debe partir de la curiosidad
natural de los niños, de su deseo de aprender ya que el método de repetir una y otra vez sólo sirve,
para reducir el deseo natural de aprender y matar la curiosidad,
si nos señala que los colegios «deben transmitir conocimientos y estimular el
desarrollo de habilidades, pero sin descuidar la individualidad de cada alumno,
sus aptitudes y deseos», si remarca que «Si vivimos desconectados de nosotros
mismos, siempre buscaremos llenar un vacío interior con lo del exterior», es
imperioso que el docente lea a esos pensadores, discuta sus ideas, las elabore
personalmente para incorporar cambios en su actuar docente.
Ayuda saber y ubicarnos en una de las dos
etapas por las que pasa el proceso de crecimiento humano, preguntarnos en cuán
estoy yo.
Estas etapas son
la de relación de posesión y la de participación.
Cuando fundamos una relación
de posesión con los otros, el cónyuge, los hijos, los alumnos, los
docentes, si somos directivos, supervisores o simplemente el maestro o profesor,
la tendencia primaria es poner las marcas de nuestro dominio y superioridad.
ASÍ AHOGAMOS EL HACER, LA CREATIVAD DE LOS OTROS. No contribuimos a la formación
de conciencia sino adoctrinamos y terminamos por destruir la relación. Acá se
debe ubicar el que intenta lucirse con sus clases, el que quiere que todos lo
escuchen sin pestañar ni participar, el docente que da buenas clases expositivas, el protagonista, el que sabe, el que transmite ideas que se deben aprender,
repetir hasta vencer la memoria y
entonces, chicos, cuando repitan todo, sacarán un diez. Este docente es el que no se
deja preguntar, el que todo lo sabe y se encierra en la pequeñez de su punto de
vista único y excluyente. Este docente se siente el sabelotodo que impone su dominio
y coarta la libertad de expresión de los alumnos.
¿Quién no ha tenido
docentes así? Abundan. ¿Quién puede dudar de que sus clases asfixian la libertad
del alumno?
Se rompe este tipo de
relación destructiva cuando nos abrimos a la participación, cuando
amamos a los demás en el sentido ponernos en su lugar, sentirlo y de respetarlo
y brindarnos como apoyo a la fuerza arrolladora de su crecimiento. Participa el
docente que vive el gozo de cada descubrimiento del alumno al que le permite
manifestarse, crear, aportar, adoptando en cierta manera la posición que
aconsejaba Paulo Freire, de aprender a aprender con y de sus alumnos con
humildad.
Y éste traspaso de la
relación posesiva a la de participación nos llena de una satisfacción bien
honda.
Los docentes son los místicos de la educación.
Ustedes los docentes son
la esperanza, el centro de la educación, los artífices de los cambios posibles.
Nada esperemos de los políticos, de los ministerios, de los pedagogos de escritorio. Ellos están para
teorizar y generalmente lo hacen como los
comunicadores de los partidos de fútbol. Desde afuera de la cancha.
Algunos están porque
fueron docentes, no siempre los mejores ni los que más aportaron. Otros porque
supieron sumar papeles, o por ser “amigos de”.
He ahí una de las
dificultades que pesa en el ánimo docente, en la educación argentina. La falta
de méritos, de premios y castigos. Pero quizás podamos hacer algo para cambiar
esa realidad, ser optimistas en ir a la solución del problema empezando por
premiar y distinguir a los buenos alumnos, a los que se esfuerzan, a los
meritorios y, por otro lado, dar lecciones de bien a los matones, a los falsos
líderes que amedrentan a los compañeros, al mismo docente.
Los docentes podemos
transformar el mundo. Llenémonos de sentimientos de poder para que no nos
derrote el pesimismo, para que esperemos- yo ya no- con alegría los lunes,
porque la tarea más noble y gigantesca de la humanidad nos espera, porque
estamos llenos de proyectos porque estamos venciendo otra gran dificultad que
es la falta de planes claros de educación a los que aportamos con desgano en
cada reunión o asamblea o congreso a que se nos llamó sin que sepamos
claramente si fue solamente para cubrir las formas o si realmente fuimos
escuchados. Esa es otra dificultad,
solucionemos el problema pensando que sumando los aportes genuinos,
nacidos en el aula de cada uno podemos lograr que los alumnos esperen también
el día lunes con alegría, que suplanten el ¡Ufa, otra vez ir a la escuela! Por
un alegre, ¡qué lindo, mañana la seño nos va a orientar a conocer sobre…”
Vamos por el cambio real,
no el impuesto sino por la comprensión de que nuestros males sociales son
nuestros, son nuestro problema porque mucho tenemos que ver con ellos.
Las grandes potencias son
el resultado de sumar cerebros desarrollados, educados, donde viven pueblos de
ideas, donde crece y se desarrollan los grandes proyectos.
Y créanme, por favor,
créanme. Vale la pena. Porque nada vale más que encontrarle a la vida un
sentido, que nunca nos será dado de afuera, sino por nuestra actitud
constructiva que nos lleva a educar, siendo educados, estando formados, estando
en el camino de la permanente construcción de un cerebro más amplio, más
inteligente con real y profundo amor y fe en nuestra tarea.
Por último debo decirles
que ser MAESTRO, DOCENTE es un acto
sagrado que nos obliga a construirnos, a permanentemente, a ser cada día más un carácter,
un destino firme, convencido de una tarea superior. A madurar porque maestro es
quien nos abre la conciencia gozosa del saber.
Todos sabemos cuánto nos ha orientado la
palabra, la clase, el consejo de un buen maestro que no sólo nos ha transmitido
los saberes en que habita y lo habitan, sino lo ha hecho desde su corazón,
desde su la fuerza de su afectividad, desde convencimiento, desde su seguridad
de que al formar conciencias, al despertarlas, está despertando nada más ni
nada menos a que LAS NEURONAS DE LA
PATRIA despierten y trabajen por ella, que es decir por la comunidad, por todos.