"El desarrollo humano es en sí mismo un proceso gratificante y estimulante, altamente motivador". Abraham Maslow.
Con el término acidia se designaba el pecado humano de "no hacer con y por la propia vida todo cuanto se puede realizar". Significa la imposibilidad de cumplir con la invitación de Píndaro, que ya en el siglo V aC. incitaba: "Llega a ser lo que eres". Acidia es desaprovechar las naturales condiciones, capacidades y talentos con que cada individuo viene dotado y en cuyo desarrollo encontraría motivación para un crecer permanente, un surtidor de alegría que lo podrá acompañar en el tránsito por su vida.
Lo lamentable es que la mayoría de los seres humanos –según estudios científicos de autores como Fromm, Erikson, Rogers, Allport y tantos más– padece este mal poco conocido, escasamente nombrado pero muy destructivo ya que potencias y posibilidades individuales, por distintos motivos, se apagan, se van anulando y dejan a los individuos en el cruce del camino de su autorrealización.
Los estudiosos observan, analizan, elaboran hipótesis encaminadas a sanear un mal, que ataca en primer lugar a las clases más desamparadas (que suelen pasar toda su vida ocupadas en satisfacer sus necesidades básicas a pesar de que han brotado genios de ellas) y también a la clase media y alta de la sociedad, que han prestado escasa atención al tema vital de su desarrollo.
Atender desde la más tierna infancia
Los talentos, inclinaciones y aptitudes aparecen desde la más tierna niñez. Tanto es así que se suele decir: esta nena o nene ha nacido para curar o para investigar, o será maestra, o tiene facultades para dirigir, o le gusta dibujar, escribir, estudiar o modelar. El campo del saber es infinito y cualquier observador, sea padre, docente o persona interesada, puede darse cuenta de qué aspectos debe estimular, cuidar, apoyar, guiar, para que a través de cada edad el individuo pueda desarrollar sus condiciones innatas, llegando a ser él mismo, diferente, apoyado en sí, lo que supone desarrollo de la autoestima, de su seguridad y respeto personal, fundamentos de una vida digna.
Por cierto, la tarea comienza en el hogar. Tal vez por desconocimiento, falta de atención o de tiempo, porque se llega muy cansado, porque algún programa de televisión espera y tantos otros motivos que cada adulto podrá esgrimir, la cualidad que distingue o individualiza a sus hijos permanezca desatendida, termine por empalidecer y quede latiendo, ahogada. Es por eso que encontramos adultos que suelen lamentar no haber cultivado un oficio, una labor, el arte tal o cual, tocar el violín, por ejemplo, o armar muebles (los etcéteras son infinitos), porque nadie los ayudó a descubrir su potencialidad o, una vez descubierta, no supieron o no pudieron cultivarla.
La posibilidad del despertar y desarrollo de una vocación –que de eso se trata– suele estar a veces en manos del azar: una maestra puede descubrir, alentar y hasta orientar a un niño al que le gusta escribir, una visita a un museo puede tocar el alma pintora de un niño, un periodista, que apuesta a decir la verdad a pesar de los riesgos, puede llamar la atención de un espíritu nacido para divulgar ideas y noticias, un pariente o un vecino puede, con el ejemplo de su vida o de su actividad, llevar a decir: "Así quiero ser", "esto quiero hacer".
La vocación es la voz que, desde adentro, llama hacia una actividad única. Cumplir con ella es recorrer un camino sin fin, de infinitas posibilidades de crecimiento. Es individualizarse, ser uno mismo y, como dicen quienes definen la verdadera felicidad, vivir en estado "flow", que expresa un fluir en estado de gozosa alegría, placer, disfrute, mientras se realiza una tarea, estar con la mente y el corazón ocupados, entusiasmarse, esforzarse, ser más a través del estudio, la investigación, el intercambio, ya que no existe oficio, tarea, labor, arte que no sea perfectible.
Pensamos en cuántos obreros realmente talentosos, maestros entregados a optimizar destinos, médicos amorosamente dedicados a su misión humanitaria, dirigentes preocupados por el bien común, empleados públicos probos, no llegan a serlo.
¡Cuánto se resta, por esta causa, al progreso de la república! Porque estas frustraciones afectan no sólo a las vidas personales sino al colectivo social, por lo que es necesario que los gobiernos le presten atención a esta vital problemática.
Para orientar al hombre en el camino de su desarrollo personal resulta de sumo interés conocer a Abraham Maslow, quien aporta, utilizando la fuerza de la imagen de una pirámide, la idea de un camino ascendente hasta llegar a la autorrealización.
Para este autor norteamericano existen necesidades básicas que todos tenemos y se deben, por imperio vital, satisfacer. A éstas las denomina deficitarias y son las de alimentación, la sed, las sexuales impuestas por el instinto de perpetuación de la especie. Al cumplir con ellas deviene un circunstancial alivio. Uno que llega desde afuera porque es la madre quien amamanta, la comida la que sacia el hambre, la bebida que calma la sed, el placer sexual que da el otro y que alivia un impulso, un amor que da compañía, protección, placer. Es decir lo que viene de afuera es el instrumento para cubrir un vacío dando contención y estímulo vitales. (Por cierto es fácil deducir que quien no supera estos primeros estadios se transformará en un individuo dependiente, inmaduro).
Además, es bueno saber que, según estudios de Gordon Allport, cada uno puede verificar con su experiencia que estas necesidades, una vez colmadas, vuelven a aparecer. (De nuevo tenemos hambre, sed, necesidad de dormir, deseos de copular), por lo que podemos deducir que saciarlas brinda sólo resplandores de una intermitente felicidad.
Las necesidades de seguridad, techo, abrigo, las de pertenencia, relaciones afectivas y amorosas se ubican en puestos más altos de la pirámide (que se va enangostando porque disminuye la población que logra satisfacerlas).
En un nivel más alto todavía, Maslow ubica las necesidades de desarrollo, que conducen a la autorrealización y suponen un estado de salud positiva, una persona que al escuchar su propia voz interna, conociendo y respetando sus propias potencialidades, en estado de autonomía, se compromete en acciones creativas, motivadas, sostenidas y aunque esforzadas, siempre entusiastas. Las necesidades de desarrollo acompañan el largo proceso del crecimiento humano con momentos de proyección y ejecución permanentes y también crecientes.
Quienes están empecinados en hacer lo mejor que pueden hacer, en perfeccionar su trabajo, encuentran en su quehacer una fuente de motivación revitalizadora y estimulante y desde ese alto puesto pueden ascender a un plano superior que es el de entregar al mundo su obra única. ¿Acaso no es éste el estado de vida plena que autores especialistas en el tema de la felicidad, como Martín Seligman, describen? Un estado de satisfacción y plenitud al que debieran sumarse muchos más porque la felicidad personal no es excluyente y siempre suma al colectivo social.
GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*) Educadora. Escritora.
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